ABSURDO

Era simplemente absurdo.

No era la primera vez que estaba en aquella situación. Recargada en el borde de su escritorio, aceptaba sin reticencias el cuerpo ajeno. Podía sentir los húmedos besos que depositaba en su cuello, el calor que emanaba su nariz al rozar con su piel, mientras sus manos navegaban, curiosas, por debajo del vestido. Sí, aquello no era nuevo para ella, la única diferencia era la cálida emoción, casi intrusa, que se instalaba en su pecho. Cerca de su corazón.

– Sara –suspiró suavemente cuando sintió una mano viajar con delicadeza por la parte interna de sus piernas.

– ¿Todo bien? – le susurró cerca del oído, pero sus manos siguieron avanzando, ejerciendo un poco de presión en sus piernas para abrirlas y darse el espacio suficiente para acercarse aún más –. ¿Quieres que me detenga?

No, claro que eso no era lo que quería. Era algo más que palpitaba en su interior y no se trataba de nada físico, ni de la sensación de placer que sintió cuando una mano ajena empezó a acariciar su sexo por encima de la ropa. Lo que ella quería no se encontraba en aquellos límites de lo tangible, pero era incapaz de vocalizarlo.

Ella, renombrada periodista, escritora y editora, se veía imposibilitada por aquello en lo que se ganaba la vida: las palabras.

Por eso era absurdo.

El inicio de todo aquello también lo fue. Lo recordaba como si hubiera sido hace un par de días y no hace meses.

Había sido invitada a celebrar el cumpleaños de los gemelos White, a petición de Lumine, una chica que trabajó un tiempo para ella en el área de diseño de la editorial. No era especialmente cercana a Yae, pero suponía que la rubia le guardaba aprecio porque gracias a ella alcanzó el trabajo de sus sueños: ser fotógrafa.

Lo que no se hubiera imaginado, era la posibilidad de que ambos gemelos fueran amigos de Ei Raiden, antigua amiga y pareja, cuya relación había terminado de una forma bastante abrupta. No había hablado con ella en más de 5 años, mejor dicho, Ei no le había dirigido la palabra después de abandonarla sin previo aviso.

Según lo que Lumine le comentó aquel día, Ei era una clienta habitual que le compraba fotos para encuadrar, posteriormente la invitó a ser el fotógrafo oficial para los productos del emporio Tecnologías Shogun S. A. Así fue como su relación fue estrechándose hasta poder estar sentada, charlando con una de las personas más poderosas de Inazuma.

Ella estaba al tanto de la vida pública de Ei, haber trabajado como periodista le trajo consigo todos los escándalos y noticias que pudieran surgir alrededor de una persona tan importante.

Sin embargo, Yae nunca imaginó que en un evento tan trivial estaría hablando con la persona que hace algunos años estaba segura de llamar el amor de su vida. Sin remordimientos, para su sorpresa, estuvo platicando con ella, poniéndose al corriente de lo que sus vidas concernían. Y como cereza del pastel, aquella chica tuvo la osadía de pedirle fuera su acompañante en una de las fiestas de la empresa.

No pudo contener la risa ante tan ridícula propuesta, pero al ver a su antigua novia permanecer seria, recuperó la compostura.

– Ei, ese lado de mi vida ha desaparecido – en el mismo instante en que me dejaste, pensó.

– Lo que necesites, correrá por mi cuenta –respondió la mayor sin vacilar.

La pelirrosa la observó, intentando descifrar lo que sus neutras expresiones ocultaban. No obstante, Yae ya no era aquella chica ingenua que creía podía entenderla, hasta casi leerle la mente. Por lo tanto, Ei tampoco era aquella persona que conoció años atrás.

– Lo digo en serio, ya no tengo vestidos para ese tipo de eventos– mintió.

– No te preocupes por ello, me encargaré de todo.

Suspiró, si le estaba pidiendo aquello, seguramente era porque estaba desesperada. Y quizá fuera obra del alcohol que había ingerido, pero ella no perdería la oportunidad de ver hasta dónde podía llegar con todo esto. Así que, extendiendo la mano, agregó:

– Tu celular –la otra respondió alzando una ceja, externando su consternación–. Voy a darte mi número.

– Ah –Ei buscó en sus bolsillos y le dio el móvil en las manos.

El dispositivo no requería de contraseñas, fue lo que Yae descubrió cuando lo activó. Asimismo, no había lo que cabría esperar de una persona como Ei: notificaciones de correos, llamadas perdidas, mensajes sin contestar. El teléfono estaba casi vació, salvo por un par juegos y dos mensajes sin leer de una tal Sara. Los ignoró y procedió a marcar su número. Esperó a que su propio móvil vibrara en su bolso y regresó a su dueña el que tenía en las manos.

– Es mi número personal –espetó, sacando otro móvil de su otro bolsillo del pantalón– Este es el del trabajo, es un caos.

– Lo sé –agregó, recordando como años atrás le había recomendado comprarse un celular diferente para que lo usara exclusivamente en el trabajo–. Puedo entenderlo.

– De hoy en quince es el evento, no será muy largo, espero. En la semana mandaré a alguien para que vayan a comprar el vestido y los zapatos, todo lo que haga falta. El día del evento pasarán por ti a las 4, ¿está bien?

Claro que no estaba bien, aun así, Yae asintió. Antes de zanjar el asunto, externó una última duda.

– ¿Por qué me estás pidiendo esto?

Ante el cuestionamiento la otra chica se removió incomoda, suspiró y contestó.

– Makoto no podrá ir y tú tienes facilidad de palabra…

Aquello tenía sentido, Ei nunca fue buena en los eventos sociales.

– No te he visto en 5 años, ¿no crees que es un poco descarado que me pidas algo así?

– Espera… hay algo más –agregó, con voz débil. La vio respirar profundamente, recuperando la seguridad–. Quiero compensarte y… sólo si tú lo quieres, que regreses a mi vida.

Claro, siempre hay un motivo ulterior en todo.

– Tu ropa –soltó un suave gemido cuando sintió como apretaban uno de sus pechos–, me estorba.

Una suave risa taladró su cabeza. Le sorprendía que fuera capaz de burlarse de ella en aquella situación. Todo era su culpa.

– Lo siento –se separó un poco de ella y procedió a quitarse el saco.

Yae la tomó por la corbata, para acercarla y la besó con fuerza. Metió su lengua entre sus labios, sabía que no era su tipo de beso predilecto, pero era su venganza por reírse de ella. Sintió sus manos viajar por su espalda hasta dar con sus glúteos y luego sus piernas. La cargó y se encaminó al sillón que estaba en la oficina.

– No –espetó, separándose de ella–. llévame a la habitación.

– Está bien.

La llevó cargada de esa forma, Yae la abrazaba del cuello y sus piernas se cruzaban rodeando su cintura. Le encantaba que se sintiera tan natural la forma en la que su cuerpo se acoplaba al de ella. La facilidad con la que ella la cargaba.

La dejó suavemente en la cama y la soltó para empezar a desabotonar su camisa y poder descartarla. Yae la miraba desde la cama, entretenida, pasaba su mano por su abdomen recién descubierto. Se acercó a ella y la besó, esta vez con más suavidad.

– Sara, quítame la ropa.

Ropa.

Aquella había sido la razón por la que habían empezado a mandarse mensajes. Empezaron con una comunicación bastante formal, casi distante, pero en pocos días empezaron con las familiaridades. Ei no había cambiado, no mucho, seguían gustándole los dulces, mirar y alimentar aves en el parque y leer poesía.

Quedaron de acuerdo para verse en unos días y pasar a comprar el vestido que llevaría al evento. Yae sabía a qué clase de tiendas la llevaría. Al menos eso creía porque Ei le dijo explícitamente que pasaría por ella.

Por ello, al abrir la puerta de su departamento, en el día y a la hora acordada, se sorprendió de ver otro rostro que no era el de Raiden.

La chica era más alta que ella, incluso más que Ei, no obstante, parecía más joven. Estaba totalmente erguida, vestía una camisa de color cenizo y un pantalón oscuro. Su cabello era corto y azulado, su rostro estaba bien definido y lo adornaba un par de ojos color miel.

– ¿En qué puedo ayudarte?

– Mi nombre es Kujou Sara, vengo en representación de Raiden Ei. ¿Se encuentra la señorita Yae Miko?

¿En serio? ¿De esta forma Ei quería enmendar las cosas? Increíble.

– Hablas con ella.

– Por favor, acompáñeme. Yo la llevaré a las tiendas que me recomendó la señorita Raiden.

¿Señorita? Soltó una risita burlona, pero la otra chica no se inmutó. Le pidió que la esperara mientras tomaba su bolso y se aseguraba de que traía las llaves consigo. Bajaron juntas en el elevador, en completo silencio. Tenía la esperanza de que esta chica fuera su chófer o alguna ayudante y que Ei se encontrara en el auto esperándola. Sin embargo, volvió a decepcionarse.

La chica abrió la puerta del copiloto y le cedió el paso. Cerró la puerta tras asegurarse de que no la fuera a lastimar y corrió para tomar el asiento del conductor. Se abrochó el cinturón y esperó a que Yae hiciera lo mismo. Y arrancó.

Sara, como se había presentado, manejaba de forma bastante prudente, respetaba los señalamientos, los semáforos, usaba las direccionales y cedía el pasó cuando era necesario. Todo en silencio.

– ¿Te molesta si pongo un poco de música?

– No. Adelante.

Si Yae no se equivocaba, irían al centro de Inazuma, en una plaza donde se encontraba una chica que confeccionaba vestidos a petición, también tenía algunos en venta, lo que suponía terminaría comprando a falta de tiempo.

– ¿Qué clase de música te gusta?

– La música tradicional –contestó con monotonía, sin voltear a ver a su copiloto, siempre atenta a la carretera–. Puede poner lo que quiera, no hay problema.

Claro, Ei tenía que mandarla con la persona más aburrida que conociera. Puso una estación de radio con hits del momento, no solía escuchar la radio, pero eso era mejor a seguir en sepulcral silencio con una completa desconocida. Sacó su celular para mandarle mensaje a su antigua pareja y quejarse de lo que había hecho. La chica sólo contestó un simple: Lo siento, tengo mucho trabajo. Le dije a Sara todo lo que tenía que saber.

¿Qué era todo aquello que tenía que saber?

Mirando a la chica, decidió bajar el volumen de la música y preguntó.

– ¿Cómo conoces a Ei?

– Trabajo para ella.

– Bueno, eso es obvio –bufó. Se le hubiera hecho fácil sacar tema de conversación y hablar con la chica, siempre tuvo facilidad de palabra, pero se sentía extrañamente malhumorada–. ¿Trabajas en la empresa?

– No. Sólo trabajo para Raiden Ei.

Aquello había picado su interés. Era extraño que Ei mandara a alguien ajeno a la empresa para hacer este tipo de cosas. Y más importante, ¿por qué ella?

– ¿Qué clase de trabajos haces para Ei?

El auto se detuvo momentáneamente, un semáforo en rojo. En ese instante, Sara volteó a verla, la miró directo a los ojos, su mirada era fría y hermética. Regresó la vista al camino sin contestar su pregunta y arrancó

Suponía que personas como Ei tenían bastantes cosas que ocultar. Por el momento, lo mejor era no remover la tierra.

Cuando hubieron llegado al lugar, Sara volvió a abrirle la puerta y la ayudó a salir del vehículo. Y se quedaron de pie unos segundos, Yae esperando a que la chica se moviera para dirigirla a donde quiera que Ei le hubiera ordenado. Sin embargo, sacó una hoja de papel y se lo extendió.

– Estás son las tiendas que tiene que visitar. Yo la esperaré aquí el tiempo que sea necesario.

Ante aquel comentario, Yae frunció el ceño.

– ¿No vas a acompañarme? Necesitaré ayuda para probarme algunos vestidos. Además, necesitaré de alguien que me dé su aprobación con lo que elija.

– Ahm –vaciló por un momento y Yae percibió un ligero sonrojó en su rostro–. No. Supongo que bastará con las chicas que trabajan ahí.

– No. Ven conmigo.

La tomó por el brazo y la llevó consigo a las tiendas. Decidió no ejercer tanto control sobre ella, de haberla conocido unos años atrás, no hubiera dudado en presionar todos sus botones hasta conseguir alguna reacción que la satisficiera.

Accedieron a un par de tiendas, se probó un par de vestidos, con los que siempre salía para que la chica la viera y le diera el visto bueno. Sin embargo, Sara aprobó cada uno, con un asentimiento silencioso. Parecía más interesada en todo lo que estaba a su alrededor, cosas brillantes joyas, aretes, vestidos satinados, zapatillas acharoladas. Era como ver a un cuervo buscar algún trasto para sorprender a los demás.

Eso le sirvió para dar con el vestido correcto. Cuando Yae la llamó por su nombre para mostrarle el vestido que en su cabeza ya había elegido. Era un vestido color burdeos, de doble escote en V, fruncido de la cintura y con abertura en la parte de los muslos. Giró sobre sí, sonriendo y extendiendo los brazos para presumir. Su expresión fue maravillosa. Con los ojos abiertos en una disimulada sorpresa y la boca entreabierta, Sara la miraba mientras la pelirrosa seguía posando para ella.

Se acercó a la pelinegra y tocando su nariz con un dedo, la regresó al presente. Giró sobre sus talones para dirigirse a la dependienta que sonreía y aplaudía.

– Nos llevamos este –dijo mientras sentía la mirada de Sara en su espalda descubierta por la forma del vestido.

Verla de espaldas siempre le daba una sensación de embelesamiento. Yae estaba de rodillas en la cama. Se había hecho a un lado el cabello y le pedía con la mirada que le ayudara con el cierre del vestido.

Se acercó a ella, besó su hombro desnudo, le pasó las manos por la espalda, escuchó como la otra suspiraba ante su tacto. Alcanzó el cierre del vestido y lo deslizó hasta la curva que hacía su columna antes de terminar. Pasó sus manos por debajo los tirantes del vestido, acariciando sus hombros y liberando el cuerpo de la pelirrosa de su ropa.

Permanecieron un momento así, Sara detrás de ella, con su rostro escondido en el hueco de su cuello, aspirando profundamente su esencia. Pasó sus manos por su cintura, hacia adelante, acariciando los costados de su estómago y luego su suave abdomen. Yae no hacía ejercicio como ella, no le molestaba, en lo absoluto. Ella era hermosa.

Volvió a besar su cuello, sus manos siguieron explorando el cuerpo ajeno, subiendo, hasta sentir el peso de sus senos en sus manos. Podía sentir a Yae moverse, suspirar, mientras sus delicadas manos alcanzaban las suyas y la alentaban a continuar. Así lo hizo, masajeando suavemente su pecho, hasta sentir como sus pezones se endurecían debajo de sus palmas. Con sus dedos empezó a estimularlos, los apretó con delicadeza, ganándose un gemido de la pelirrosa.

– Sara… por favor…

La escuchó suplicar, con voz débil y entrecortada. Le encantaba saber que era ella quien provocaba todo aquello.

Decidió no hacerla esperar, nunca le había gustado jugar de esa forma con ella. Yae se merecía lo mejor y si ella podía dárselo, no dudaría en hacerlo.

Aplicó un poco más de fuerza en sus caricias, mordió suavemente su cuello, para después lamer donde había atacado. Presionó sus pezones de la forma en que sabía que le gustaba. Dejó una de sus manos en su pecho, mientras la otra bajaba nuevamente, la metió por debajo de su ropa interior y acarició su pubis.

Yae abrió las piernas un poco, por inercia, esto le dio acceso a Sara de poder descender más y acariciar su vulva, primero los labios, pasando su dedo cerca de su entrada y volviendo a ascender, solo unos centímetros, para empezar a masajear su clítoris en círculos.

Ella quería ver fuegos artificiales en el cielo.

Fuegos artificiales fueron los que vio en el patio del salón en el que se celebraba la fiesta orquestada por los Raiden.

Estaba sola. Vaya sorpresa.

Todo empezó de la forma equivocada. Kujou Sara había pasado por ella, la chica también vestía de forma elegante. Suponía que estaría en la fiesta. De camino volvieron a quedar en silencio, con la música de la radio de fondo. Cuando llegaron al fastuoso salón, la menor volvió a bajar y le ayudó a salir, la única diferencia radicaba en que ahora la acompañaba del brazo.

Se adentró con ella al recinto y por un momento pensó que Sara sería su pareja hasta que visualizó a Ei a lo lejos. Llevaba puesto un vestido largo negro y satinado que dejaba al descubierto sus piernas, unas zapatillas de tacón del mismo color y un collar de perlas sencillo y aretes que combinaban. Estaba hablando con un par de hombres que se veían ya entrados en edad.

Cuando volvió el rostro la reconoció, se quedó unos instantes sorprendida, se disculpó con los hombres y se acercó a ellas. Sara tomó su mano, para después entregársela a Raiden. La pelinegra hizo una reverencia y se retiró sin decir palabra.

Ei la llevó por todo el recinto, hablándole de los futuros proyectos de la empresa y explicando que la fiesta se organizó para conseguir más fondos y empezar un proyecto bastante ambicioso con inteligencia artificial. Poco después empezaron a abordarles distintas personas, todos preguntando por la identidad de Miko.

Entre tanto, estuvieron comiendo canapés y tomando cocteles mientras hablaba con aquellas personas sosas y aburridas. Yae se maldecía internamente por haber olvidado todo aquello, no recordaba haber experimentado tal desagrado a estos eventos mientras era novia de Ei. Todo ese teatro empezaba a asquearle, hace más de 5 años había terminado con todo aquello. Ya no se sentía con la energía suficiente para soportar aquello.

– Discúlpenme caballeros, pero debo ausentarme por un momento.

Todos asintieron, continuando con sus pláticas. Ei la tomó de la mano, deteniéndola en su empresa y la miró con preocupación.

– No tardó –la reconfortó con una sonrisa.

El agarre se suavizó y ella pudo encaminarse hacia los baños. Se adentró, vio a un montón de mujeres en los espejos, retocándose el maquillaje, echándose loción, sin dirigirse la palabra entre ellas. Volvió sobre sus pasos y se percató de un espacio vacío que estaba en el exterior del salón. Al acercarse vio que se trataba de unas escaleras que daban al balcón de un piso superior. Deslizó la puerta de cristal y le sorprendió que se encontrara abierta.

Volvió la vista hacia la fiesta, todos estaban ocupados, incluso Ei parecía estar bien entre tantas personas. Había logrado adaptarse a aquel caótico entorno, al menos eso parecía. Salió a hurtadillas y subió las escaleras con prisa, levantando su vestido para no tropezar. Al llegar al balcón, respiró hondo. Había un par de sillas y una mesa. Tomó asiento en una de ellas y se descalzó por un momento. El viento del exterior era frío, pero de momento no le importó.

Cerró los ojos momentáneamente.

¿Qué hacía ahí?

Podría estar en su departamento, tomando un poco de sake, vestida en pijama, encerrada en su estudio, entre los muchos manuscritos que tenía pendientes. Sí, era caótico, pero era su caos. Por primera vez en su vida, agradecía que Ei no fuera su amor verdadero.

– Te vas a resfriar si te quedas mucho tiempo aquí.

Alguien había osado interrumpir su tren de pensamientos y su tranquilidad. Al abrir los ojos vio a Sara con una cerveza en las manos.

– Un pequeño cuervo vino a verme.

– ¿Perdón?

La risa que soltó fue débil, pero sincera, algo genuino entre todo ese mar de máscaras.

– Deja que me quede un par de minutos más aquí y regresaré –agregó, volviendo a cerrar los ojos–. Pareces mi guardaespaldas.

Escuchó a la chica carraspear, también sus pasos acercándose a ella y luego calidez en su espalda. Al abrir los ojos vio que la pelinegra había puesto su abrigo en sus hombros. No agregó nada. Tenía una fragancia agradable.

– Seguramente te lo han dicho muchas veces, pero también quiero hacerlo –la escuchó hablar y detenerse, seguramente esperaba una confirmación de su parte, pero la pelirrosa guardó silencio –. Te ves hermosa hoy.

Yae lo sabía, se había esmerado en ello. El peinado, el maquillaje, los accesorios, todo lo había planeado con anticipación. Lo que le molestaba era que se lo dijera apenas y no en cuanto le abrió la puerta de su departamento. Y más aún reconocer el hecho de que Ei no le había comentado nada de su apariencia.

– Lo sé, soy la acompañante de Raiden Ei –espetó con cierta amargura. Suspiró y agregó–. Tú también te ves bien hoy.

Una tos atacó a su compañera de balcón, fue por unos instantes, en los que Yae tuvo que levantarse de su asiento y darle unas palmaditas en la espalda. Cuando la pelinegra volteó, vio que su rostro estaba sonrojado, no supo si era por haberse casi ahogado o por el cumplido.

Tomó su cerveza, rozando sus dedos en el acto. Y Sara la miró con reproche.

– No más alcohol para ti –le sonrió, mientras volvía a sentarse, el suelo estaba demasiado frío para sus pies descalzos.

Hizo girar el liquido de la botella con un movimiento circular y se lo llevó a los labios para terminar lo que había en ella. La pelinegra la miró con los ojos abiertos de la sorpresa.

– Si me traes una, puede que te dé permiso de acompañarme con otra –le propuso.

– No quiero dejarte sola.

– Oh, mi héroe –exageró su expresión llevándose una mano al pecho–. Sé defenderme, pequeña ave.

– La señorita Raiden va a preguntar por ti.

– Le diré que estuve bajo tu cuidado –viendo que la chica seguía estática, continuó–. Vamos, Sara, esta fiesta es un suplicio.

Era la primera vez que escuchaba su nombre salir de sus labios. La nombrada suspiró resignada.

– Sólo una y ya.

Dio la vuelva y empezó a descender por las escaleras.

– Una es ninguna y dos apenas una –le dijo con voz alta.

– ¡No te quieras pasar de lista!

Volvió a reírse. Estar ahí, fuera de aquel tugurio, lejos de Ei, se sentía bien. Se había acostumbrado a ello. Y le había costado.

A lo lejos escuchó como empezaban los fuegos artificiales. Con todo lo que había pasado había olvidado que en aquellas fechas se celebraba el festival anual Inazuma. Alguna vez fue de la mano con Ei por las calles antiguas de la ciudad y su corazón lleno de júbilo. Una historia de otra vida.

Vio a Sara regresar con 4 cervezas, las puso en la mesa, destapó dos y le pasó una. Se acercó a ella y se recargó en la barandilla.

– Te traje otra. Imagino que esto debe ser difícil para ti.

La chica le sonrió, si no se equivocaba, era la primera vez que lo hacía. Así que a eso se refería Ei cuando le dijo que ya le había explicado a Sara todo lo que tenía que saber. Yae chocó su botella con la de ella a modo de brindis.

– No tanto, ya viví el infierno, esto es solo un paso que di en falso.

Y le sonrió de vuelta.

Su sonrisa seguía en su rostro, la hacía lucir estúpida.

– ¿Qué te causa gracia? –le preguntó pellizcándole el costado de su abdomen.

La chica se retorció debajo de ella, contrayendo sus músculos y logrando que frotara su sexo expuesto en ellos. Soltó un gemido agudo, apenas se había recuperado de su primer orgasmo.

– Lo siento, ¿te lastimé? –preguntó preocupada, tomándola por las caderas, para mantenerla en su lugar.

– No… tu cuerpo –suspiró, sonrojándose–. Desnúdate.

– Eres demasiado exigente.

– Y tú demasiado recatada –se movió hacía sus piernas empezó a quitarle el cinturón y abrir su pantalón–. Siempre soy la única que termina desnuda.

– Sabes que me gusta atenderte.

Con un impulso logró sentarse en la cama, tomó las manos de la chica que intentaba deshacerse de su pantalón y su ropa interior al mismo tiempo sin éxito, y se las llevó a la boca para besarlas. Luego las posó en su cuello y la abrazó por la cintura.

– Quiero sentirte –le susurró Yae en el oído y después sintió su lengua pasar por su cuello.

Con un movimiento rápido Sara la dejó en la cama y se puso de pie, para terminar lo que, Miko había empezado. Está vez fue su turno para sonreír. Sus piernas desnudas y su pecho no era paisajes nuevos para ella, pero sí lo que escondía su ropa interior. La pelinegra se acercó a ella, iba a acostarse sobre su cuerpo, pero Yae se sentó y dio unas palmaditas en el colchón. Ella obedeció.

No tardó en estar encima de ella nuevamente, sus manos exploraban su trabajado cuerpo, su cuello, sus brazos, su pecho, su abdomen, sus piernas y la pelvis. Sentía con brío como su piel se enchinaba ante su tacto.

– Abre las piernas para mí, por favor.

Sara la miró desde abajo con el ceño fruncido, pero volvió a seguir órdenes.

– Si quieres que me detenga, dímelo.

Se posicionó un poco más arriba, le dio un beso en los labios e hizo desaparecer una de sus manos entre sus piernas.

Con las piernas cruzadas revisaba un manuscrito en su oficina dentro de la editorial. Era otra historia vacía y carente de personalidad, como muchas otras que había leído con anterioridad. A veces se preguntaba si había hecho lo correcto al dejar el periodismo para dedicarse a escribir y editar novelas ligeras.

Al menos en unos minutos podría desafanarse de su trabajo, por un momento, cuando menos. Ei le había dicho que pasaría por unas secuelas de dos novelas que seguía desde su primera publicación. Además, le prometió un regalo a modo de disculpa por la velada fallida que habían tenido.

Había pasado un mes desde aquel evento que terminó pasando con Sara, del cual recordaba poco, considerando que siguió tomando y que no recordaba como regresó a su departamento. Lo único positivo en todo eso era que Ei parecía estar más atenta a ella y hasta solícita, seguramente había hecho algo. Pero ni Ei, ni Sara –a quien no había vuelto a ver–, le comentaron algo.

Y su sorpresa comenzó cuando tocaron a su puerta, en la hora exacta en que Ei había quedado de pasar a verla. Ni un minuto de más, ni uno de menos.

– Pasa – gritó desde adentro, mientras dejaba el manuscrito en el escritorio. Y se levantaba para recibir a… ¿Sara? –. ¿Qué haces aquí?

– Ei me mandó a recoger un par de libros y a hacer una entrega –agregó alzando una bolsa que traía consigo y cerrando la puerta tras de sí.

Por supuesto que Ei la iba a mandar, para qué desperdiciar su valioso tiempo en ella. Aunque la mismísima Raiden Ei le hubiera dicho que la quería nuevamente en su vida, nunca especifico de qué manera la quería de vuelta. Quizá solo así, en espera.

Estaba harta.

– Gracias –le dijo mientras tomaba la bolsa de sus manos.

Ni siquiera miró lo que había adentro, solo la dejó encima de su escritorio. Tomó dos libros sellados que se encontraban entre una pila de cuadernos engargolados y se los dio a la recién llegada.

– Dile que son en exclusiva, los pensamos sacar a la venta el siguiente mes. Y también coméntale que me debe una cena –se dirigió a su antigua posición, con la intención de volver a trabajar en los manuscritos, pero se le ocurrió otra idea–. ¿Harás algo esta tarde?

– ¿Yo? –cuestionó señalándose a sí misma.

– No, la persona que está detrás de ti.

La chica volteó para encontrarse con la puerta tal y como la había dejado: cerrada. Volvió su vista a la pelirrosa y se cruzó de brazos.

– Había quedado de salir a comer con Ei, reservé una mesa en un restaurante cercano –sacó su celular y mandó un par de mensajes–. No pienso ir sola y sería una pena que se perdiera la reservación. ¿Por qué no me acompañas?

– No puedo, tengo que terminar otros pendientes –contestó llevándose con nerviosismo una mano a la nuca.

Su celular sonó. Al mirar la pantalla y leer el nombre de quien la llamaba, miró a Yae, que la observaba con una sonrisa en el rostro. Contestó y, como había temido, Ei le pidió que acompañara a su amiga, que podía dejar los otros recados para después. Que incluso se podía tomar el día.

– En marcha, tú manejas.

Salieron de la editorial, no sin antes delegar los trabajos pendientes, y se adentraron en el vehículo que ya era conocido para Yae. La menor manejó sin rumbo fijo por unos minutos y fue así como se dio cuenta que había caído en una trampa. La pelirrosa no tenía ninguna reservación en ningún lugar. Sólo señaló un restaurante que parecía tampoco conocer, se apearon del coche y se metieron en el establecimiento.

El lugar estaba casi vacío, salvo por un par de personas que se sentaban considerablemente lejos una de la otra. Las ubicaron en una mesa y les ofrecieron el menú. Sin embargo, ambas parecía que de antemano sabían qué pedir.

– Udon con tofu frito, por favor.

– Dos onigiris sencillos, por favor.

El camarero anotó silenciosamente el pedido.

– Ah y dos botellas de soju.

– Yo no quiero tomar.

– ¿Quién dijo que una era para ti?

Ante el comentario el mesero soltó un bufido que simulaba su risa ahogada. Ambas lo miraron y volvió a su neutra expresión.

– Un vaso de agua, por favor.

El hombre asintió y se fue.

– Hasta para la comida eres insípida.

– Me cuido, eso es todo.

– Qué vas a andar cuidándote si seguramente bajo esa ropa holgada se oculta tu flacidez –espetó mientras estiraba un brazo para tentar el cuerpo de la chica.

En cuestión de segundos retiró su mano, como si hubiera tocado alguna superficie ardiendo, su rostro estaba ligeramente colorado.

– Parece que esta pequeña ave se comió tu lengua afilada –le comentó mientras se reía.

Aquello era nuevo. Y, curiosamente, lindo.

– Serías afortunada de tener mi lengua en tu boca.

– Qué asco.

–¡Tú empezaste!

Sus risas inundaron el lugar por instantes, mientras disfrutaban de su comida recién traída. Quizá, sólo quizá, que Ei no se hubiera presentado era mucho mejor.

Sí, aquello era mejor que verla dándose placer a sí misma mientras la ayudaba a levantarse unos centímetros del suelo, aunque fuera unos segundos.

El cuerpo de Sara era diferente al de ella, era fuerte, pero sensible. Podía sentir una de sus manos en su cabellera, no era agresiva con ella, pero la mantenían en su lugar. Yae disfrutaba cada centímetro de piel que pasaba por su lengua, delicada y suave a diferencia de lo demás.

Se preguntaba si alguien más había logrado llegar tan lejos, si alguna otra persona había podido entrar por todas aquellas puertas que la chica mantenía cerradas por ambos lados. Le gustaba pensar que no y era cuando se cuestionaba ¿por qué ella? Ni siquiera podía decir con total seguridad que fuera su novia. Aquello sólo había sucedido, con naturalidad. Eran conocidas, quizá un par de amigas, que algunos días se besaban y tenían sexo. Pero nada más.

Ninguna había sacado las cartas sobre la mesa, en un principio estaba tranquila con ello, pero pronto empezó a pesarle en el pecho.

– Miko… –ese era su nombre en un suspiro.

Después de tanta formalidad, había logrado que la chica fuera más despreocupada a su alrededor. La prueba era que ya no se tapaba la boca para evitar gemir cuando Yae la tocaba.

Siendo honesta consigo misma, su primera vez con ella fue casi lastimera. Mala, por decirlo en pocas palabras. Pero Sara demostró ser una excelente aprendiz.

– Miko, estoy… cerca…

Su respiración entrecortada le impidió terminar la frase. Yae la miró desde su lugar, su expresión era una extraña combinación entre el dolor y el placer. El agarre en su cabello se reforzó ligeramente, la otra mano estaba en las cobijas del colchón, buscando un soporte del cual agarrarse para no perderse. Sus caderas empezaron a moverse con la intención de acelerar el ritmo que la pelirrosa había tomado con su lengua entre sus piernas.

Para su desventaja –o quizá consuelo–, a Yae no le gustaba que le dijeran cómo hacer las cosas. Redobló sus esfuerzos, pasó su lengua por entre sus pliegues hasta rozar su clítoris, una y otra vez, hasta sentir como su cuerpo se contraía anunciando el final. Metió su lengua en donde Sara más la necesitaba, hasta sentir las fuertes palpitaciones del orgasmo que liberaría a su cuerpo.

Un par de meses después, Yae empezó a notar las señales, bastante conocidas para ella, no sólo por haberlas vivido, sino por haber sido testigo de ellas con otras personas que querían acercarse a ella. Ya no era necesario tener una razón para visitarla, a veces lo hacía solo porque le quedaba de paso. Además, siempre traía consigo algún obsequio, por muy pequeño que fuera.

A veces se preguntaba si no tenía otros amigos, pero decidió no dar voz a esas cuestiones que rondaban por su cabeza. Y sólo disfrutar el tiempo que le dedicaban, fuera poco o mucho. No importaba.

Sara la escuchaba con diligente atención, sobre lo que quisiera comentar, fuera algo personal o simples banalidades como chismes de la oficina. Así fue como empezó a conocerla y memorizar detalles sobre ella y su vida. Su comida favorita, el tipo de películas que disfrutaba, la música que le gustaba, lo que hacía cuando estaba aburrida, incluso la escuchó cuando le platicó sobre su antigua relación con Ei. Yae disfrutaba de esa atención.

Para ella, en cambio, fue imperceptible. La forma en la que Sara fue apoderándose de sus pensamientos, al observar aves, al ver determinados colores o simplemente estando en su oficina. Esperaba con cierta ilusión, aunque le costara aceptarlo, a que la chica apareciera por aquella puerta y le sonriera. En ocasiones quien entraba era Ei, no le molestaba, pero siempre tenía la esperanza de que la acompañara la pelinegra.

Y lo más absurdo sucedió mientras estaba en su departamento. Había comprado un nuevo escritorio porque el que tenía en su estudio empezaba a quedarle pequeño. Sara se había ofrecido a ayudarle con la instalación. La vio cargar la caja del mueble, fueron tramos pequeños, del pasillo de la entrada del edificio al elevador y del elevador a su departamento, pero le bastó para ver sus tonificados brazos. Pero verla sudar y trabajar fue todo un espectáculo. Aquello avivó algo en su interior, algo que no había sentido en mucho tiempo. Invisible empezó a reptar por su espalda hasta instalarse en su nuca.

Se veía bastante risible en aquel mono de trabajo, con una cangurera en sus caderas y guantes de protección. La vio en el suelo, sin perder detalle de sus movimientos, como instalaba cada parte del escritorio y lo ensamblaba con sumo cuidado. El mueble quedó impecable, casi perfecto y ella se sentía bastante aturdida.

Salió de la habitación y le llevó un vaso de agua. La miró tomar la bebida con premura, secarse la comisura de los labios con el dorso de su mano y sonreírle con soltura. Se sentía orgullosa de su trabajo. Quizá era momento de que le recompensara.

– Te ves tan torpe con esa ropa.

– Es importante usar el equipo de protección adecuado para ca– Yae posó un dedo en sus labios y guardó silencio.

– Yo me siento aún más tonta –espetó, y Sara la miró con la duda pintada en su rostro–, porque tengo tantas ganas de besarte, que es ridículo.

La pelinegra abrió la boca para agregar algo, pero no pudo verbalizar nada. La volvió a cerrar y tragó saliva. El calor que sentía en el rostro no le ayudaba para nada.

– Si no quieres que suceda, vete. Sal ahora mismo y no regreses en un par de semanas. Ni siquiera vayas a mi oficina.

El silencio habló por ella y después varios días que estuvo imaginando aquella escena, pudo saborear el cielo con sus propios labios.

Ella sabía cómo mirarla, cómo acercarse a ella, la forma en la que le gustaba ser besada y las partes de su cuerpo que eran sensibles al tacto. Lo sabía por la forma tan suave en que la tomaba, el movimiento tortuoso de sus dedos al entrar y salir de ella, el modo en que se doblaban dentro de ella para poder alcanzar determinados puntos que la llevaban cada vez más cerca del precipicio. Y aún sí no le era suficiente.

– Sara –suspiró su nombre.

– Aquí estoy.

Sintió su aliento caliente en el cuello, siguió besándola, bajando por sus clavículas hasta llegar al espacio entre sus pechos. Su propia respiración empezaba a ser errática, pero ella necesitaba algo más.

No bastaba con que supiera todo eso, ni tampoco que la conociera tan bien a base de observarla y escucharla. Incontables veces en las que ella se presentó en la puerta de su casa, en su oficina, con la esperanza de ver a alguien más, pero aparecía ella. Siempre ella. Se acostumbró a su presencia, a compartir su tiempo con ella, sus pensamientos y posteriormente su cuerpo.

Ella siguió avanzando, bajando por entre sus pechos, besando su abdomen y su vientre, su mano libre le ayudaba en el camino. No tardó en sentir aquella húmeda boca entre sus piernas y la lengua en donde más atención requería, mientras sus dedos seguían entrando y saliendo, cada segundo a mayor velocidad.

Todo pasó absurdamente rápido. Fue una oleada de placer blanco que la dejó ciega por unos instantes y ausente por un par de minutos. Podía escuchar la voz de Sara en sus oídos, un mantra de palabras amorosas y reconfortantes, que no llegaban a tener sentido en su cabeza. Sus dedos seguían dentro, esperando a que sus paredes internas dejaran de contraerse alrededor de ellos.

Tomó su rostro con sus débiles manos y la besó en los labios a modo de agradecimiento. Fueron suaves ósculos, el simple rose de sus labios, una, dos, tres veces. Sintió su sonrisa irse formando con cada uno. Sara se rio sobre sus labios al sexto beso.

– Te amo –le confesó.

Pero ella no tenía ninguna excusa para ponerse sentimental, ella no estaba trabajando para regresar a la orilla del mar y tocar tierra firme.

– ¿Cómo puedes amarme tan pronto? –le preguntó con cierto tonó de reproche.

– Sólo lo hago –le contestó con transparencia.

Yae regresó a tierra, sana y salva, sentía su cuerpo liviano, Sara había sacado sus dedos y ahora su mano estaba sobre sus caderas, acariciando con el pulgar el hueso que sobresalía, evitando que sus dedos rozaran con su piel y dejar rastro el rastro de sus fluidos. Le parecía tierno que fuera pulcra hasta en eso.

Y entonces lo comprendió.

– Yo también te amo –le sonrió y besó sus mejillas.

No había mejor forma de describirlo.

Era simplemente absurdo.