«Una despedida es tan triste que te diré "Hasta mañana" hasta el amanecer.»

—Romeo y Julieta.

Todo en Mei Ling parece sacado de una fantasía.

Varios conocidos de la Kunoichi —sobre todo sus "admiradores"— podrían decir aquello si se les preguntaba con toda seguridad. Dirían que todo en la fémina parecía sacado de una especie de fantasía: Su belleza, su figura, su manera de vestir, sus movimientos, incluso su voz. Lo cierto es que incluso Aioros cuando estaba con ella, se sentía de esa forma. La sensación de que al acariciarla o mirarla estaba delante de una especie de espejismo, un reflejo de un hondo deseo suyo que desaparecería sin más si tan sólo se atrevía a aferrarse a él con demasiada fuerza.

Cada vez que entraba a la casa de ella, el Santo de Oro no podía evitar tener la sensación de haber salido de su propio mundo para entrar en otro completamente diferente, en otro tipo de realidad en la que sabía que no encajaba y de la que tarde o temprano tendría que ser expulsado. Y es que la realidad era esa. Ambos vivían en mundos tan distintos el uno del otro, de los pies a la cabeza, una barrera delgada, pero resistente los separaba y Aioros sabía que esa línea jamás debió haber sido cruzada.

Pero aún así lo hizo, y si bien la consciencia le pesaba al sentir que estaba traicionando a su diosa que le dio tanto, mentiría si dijese que se arrepentía, mentiría si dijese que eso conseguía apagar esa llama que Mei había encendido en él, mentiría si dijese que le impedía sentirse feliz cuando ella lo tocaba o le decía que lo amaba y también... Mentiría si dijese que apagaba su deseo hacia ella. Más bien lo contrario, y se sentía sucio al verlo de esta forma. Era precisamente ese peligro de saber que estaba tocando algo prohibido lo que lo tenía tan hechizado, la inyección de adrenalina que le provocaba ir con ella, aún sabiéndola de cierta forma tan lejos de él, contribuía a que su cabeza se embotase aún más cuando estaban juntos.

Todo eso se resumía a que muchas veces Aioros estaba de acuerdo, estaba de acuerdo con quienes decían que Mei parecía salida de una fantasía. Su fantasía más dulce pero a la vez la más oscura, en la que podría vivir para siempre si de él dependiese, la idea de perderse la realidad tan sólo para quedarse en el regazo de la actriz siempre lo tentaba de sobremanera, pero su naturaleza honrada y su devoción a la diosa con la misma frecuencia ganaban la pelea. Y con el dolor de su alma terminaba abandonándola, prometiendo volver a verla.

Una noche como esta, en la que de nuevo decidía aferrarse a dicha ensoñación al menos por un rato.

—Pareces un ladrón subiendo así por mi balcón, Aioros —Mei lo esperaba apoyada al balcón con las manos, con los ojos brillantes de puro amor y sonriendo de una manera que no le mostraba a las otras personas, Aioros le devolvió la sonrisa bajándose del mencionado balcón para abrazarla.
—¿Un ladrón? Eso suena terrible ¿No crees? Más siendo yo un Santo de Athena —bromeó el arquero al mismo tiempo en que la tomaba por la cintura. La sonrisa de Mei se hizo más juguetona al posar ambas manos sobre el pecho musculoso del de ojos verdes.
—Puede ser... —susurró ella seductoramente, sus frentes se unieron y frotaron sus narices— Pensándolo mejor... Pareces Romeo subiendo por mi balcón.
—Ese me gusta más... —Aioros se encontró observando fijamente los labios rosas— En especial porque, al igual que Romeo sentía que se moría cuando estaba lejos de Julieta, yo me siento morir cuando estoy lejos de ti.
—Estás más romántico de lo normal esta noche —contestó ella a lo que Aioros ensanchó su sonrisa.
—Y sé que te encanta —y sin dejarla responder la besó.

La espalda de la híbrida chocó con el marco de la puerta del balcón al mismo tiempo en que el beso, aunque lento todavía, no tardaba en profundizarse. Mientras las manos de la fémina permanecían por ahora, puestas sobre los hombros de Aioros, las manos del hombre vagaban por la cintura, las amplias caderas y muslos de Mei y por momentos se tomaban el atrevimiento de acariciar los glúteos. Aioros podía sentir la respiración cada vez más entrecortada de la chica contra su boca y más aún cuando introdujo su lengua para empezar a jugar con la contraria, cada vez más rápido y más intenso.

Aioros la apretaba cada vez más contra sí como si temiese que se fuera a alejar de sus brazos, y la besaba como si quisiese guardarse su sabor para siempre. Y es que no podía evitar sentirlo incluso cuando la tenía ahí, en sus brazos, sentir que si se descuidaba ella, su amada ilusión se desvanecería sin más, y con ella todos esos dulces y satisfactorios sentimientos que su presencia despertaba en él.

El cuerpo de Aioros se movió por sí mismo, cargó en sus brazos a Mei y ni siquiera pareció darse cuenta de que la dirigía a la cama hasta que ya la chica estaba sentada en el colchón frente a él. Sus miradas se cruzaron y luego Aioros apartó la mirada, mientras sus manos bajaban con lentitud, casi con timidez los tirantes del vestido de la fémina para luego dejar caer la tela hasta las caderas de la chica. El Santo de Oro se sonrojó mucho más, sí, pero esta vez no desvió la vista de la figura curvilínea que quedaba cada vez más expuesta, hasta que la tela lilácea cayó y ella quedó ahí, en todo su esplendor.

De nuevo, Aioros recordó a los "admiradores" de Mei en el teatro, que la describían como un sueño y se encontró dándoles la razón, porque aún teniéndola allí frente a él no lograba quitarse de encima la impresión de que, sólo le bastaría estirar la mano para que desapareciera, para que todo se esfumara sin que él pudiese hacer nada, ni siquiera con su fuerza y habilidad sobrehumanas.

La mano de Aioros se movió al muslo femenino, sintió su piel erizarse al contacto con la piel de porcelana y subió con cuidado. Al oírla suspirar su propia sangre se sintió arder, cosa que le confirmó que ella era real.

Poco a poco se tendió sobre Mei, sintió que se le colocaba la piel de gallina al notar los pechos de Mei contra su propio pecho aún vestido, sentía los dedos de ella jugando con los botones de su ropa y luego deshaciéndolos, después se estremeció al sentirla delineando sus músculos. Su toque era delicado y algo frío, tan suave que le resultaba incierto, pero tan pasional que sentía que se le clavaba hasta en los nervios.

Aioros besó su mejilla, su mentón y mandíbula y procedió a saborear su cuello, con sus suspiros resonando en su oído, por un momento se permitió apoyar la nariz en el hombro de ella, inhaló su aroma con profundidad, sintiendo la cabellera rizada de Mei en sus mejillas y nariz, empezó a besar y morder con cada vez más intensidad sin llegar a hacerle daño, al grado de dejarle marcas rojizas que seguro pasarían a notarse mucho. No es que a él le importase demasiado la idea, aunque sabía que al día siguiente—si no se había ido mientras estaba dormida— Mei le reclamaría porque ella tendría que ir al teatro cubriéndose el cuello en lo posible.

De nuevo, no es como si a él le importase mucho.

Al mismo tiempo su mano empezó a moverse desde la cintura hasta la cadera, luego volvió a subir por su costado hasta su pecho, sus manos se sintieron temblar un poco cuando se topó con la blandura del seno de Mei, pero aún así lo hizo, su mano envolvió el pecho y apretó con suavidad y ella gimió en su oído. La otra mano del Santo de Oro seguía moviéndose por las piernas y muslos de Mei, sentía la piel de la chica erizarse por donde pasaban sus manos, sus gemidos aumentaban su impaciencia, y las manos de ella moviéndose por su pecho, abdomen y espalda le arrancaban a él suspiros que ahogaba en la pálida piel.

Su camisa ya desarreglada cayó al fin, pero lejos de brindarle algún tipo de alivio lo hizo sentir más acalorado. Pues el tacto de Mei llegaba más lejos y sus pieles unidas se sentían con más intensidad.

Aioros ya estaba dispuesto a ir más abajo cuando se le escapó un gemido producto del tacto de Mei debajo de su cintura, cuando ingenuamente miró hacia abajo notó que ella ya había deshecho el cinturón y ahora la mano de Mei jugaba bajo sus pantalones. Como era natural la vergüenza lo invadió aún en ese momento, y cuando buscó el rostro de la Kunoichi de nuevo, entre gemidos, se topó con sus ojos traviesos que desentonaban bastante con el intenso sonrojo y la expresión semi dormida en su rostro de porcelana, esos ojos traviesos que siempre lo hacían perder la cordura, y esta vez no fue diferente porque sintió que su cuerpo ya de por sí caliente ardía todavía más y la zona que Mei estaba tocando se sintió más dura.

La timidez del inicio se había ido; esta vez los besos y succiones de Aioros se volvieron más frenéticos sobre la piel de Mei, se deslizaron por la clavícula y el pecho y se detuvo un momento justo en el valle de sus senos. Aioros se permitió posar su frente entre los pechos de Mei y esta le "recompensó" dando caricias dulces a su cabello castaño, casi consoladoras. La mano de Aioros apretó el muslo cremoso con algo más de insistencia y la otra abandonó el seno para sujetar su cintura y apretarla más contra su cuerpo de ser posible. Aún teniéndola tan cerca no podía evitar sentir ese impulso de asegurarse de que no se alejara, y es que aunque fuese redundante decirlo era la verdad. Desde algo tan simple como un beso a esta clase de situaciones con ella, Aioros siempre les notaba al menos una gota de irrealidad, sentía que se hallaba atrapado en algún tipo de fantasía, y aún no se sentía preparado para volver al mundo real.

Los gemidos de la chica aumentaron de volumen cuando Aioros empezó a besar sus pechos, sus dedos se aferraron al cabello del hombre y la mano que jugaba entre sus piernas pasó a aferrarse a las almohadas. Y es que Aioros le estaba haciendo lo mismo que hacía en su cuello, mordisqueando la piel para dejar marcas rojizas, empezó a mimar los pezones rosados, a besar y chupar uno de ellos con sus labios mientras que la mano que antes estaba en la cintura de Mei pasaba a acariciar el pecho libre y a pellizcar con suavidad el pezón femenino entre sus dedos. Su otra mano no dejaba las piernas de la mujer e incluso se colaba por momentos entre sus muslos para rozar su zona más íntima, no dejaba de temblar al notar cuán húmeda se encontraba ya.

—Aioros... Oh, cielos... Aioros —y el que ella lo llamase de esa manera, con ese tono de voz estaba lejos de brindarle algún alivio a sus ansias.

Le encantaba que lo llamara, que lo nombrara y no sólo cuando hacían el amor, sino que ella lo llamase cuando se dormía en su casa, cuando lo saludaba, cuando lo consolaba. El que ella dijese su nombre le resultaba adictivo porque... Quizá porque le confirmaba que lo que tenían era de verdad, que no era una mera ensoñación suya ni una alucinación esto que estaba sintiendo, que le provocaba tanta felicidad.

La sintió respingar entre sus brazos cuando de pronto volvió a subir para besarla de nuevo; sediento, casi desesperado, como si el sabor de ella representase algún consuelo para él, y lo cierto es que así era de alguna manera. La mano de Aioros finalmente soltó el pecho de Mei y fue hacia arriba, a donde la mano de Mei que no estaba hundida en su propio cabello se hallaba aferrándose a la sábana, ella soltó la misma al parecer por mero instinto y sus manos se entrelazaron, apretándose con fuerza como si temiesen ser separados de repente. La otra mano del Santo de Oro se encargó de separar las piernas de Mei y después las soltó al fin, para luego apoyarse en la cadera femenina.

Sin importar cuántas veces lo hubiesen hecho ya, Aioros nunca dejaba de sentir ese escalofrío por su columna cada vez que se abría paso en ella. Ese que lo hacía gemir con fuerza tan sólo al sentir ese calor, procuró introducirse lento, no emocionarse demasiado por más intensa que fuese la sensación. Aunque ella no lo hacía más fácil, pues el Santo de Sagitario se volvió a estremecer y gemir de manera casi bochornosa cuando Mei le rodeó las caderas con sus largas piernas y lo jaló, haciéndolo entrar más profundo. Se tensó como la cuerda de un violín, no por dolor sino para obligarse a sí mismo a no perder el control, y se tensó todavía más cuando se vio por completo dentro de ella, tan cálido y húmedo se sentía. Otro gemido vergonzoso se le salió y su rostro se puso todavía más rojo, aún con todo esa sensación y la situación en la que estaban lo seguía apenando. No podía evitarlo.

Sintió la caricia de Mei en su mejilla y por mera inercia se relajó, abrió los ojos y se encontró con los de ella, vidriosos iguales a los suyos propios, y el rostro de ella viéndose más sonrojado que el suyo debido a su pálida piel. Aún así, ella sonreía, casi siempre le sonreía: Después de haber llorado en sus brazos le sonreía, al sólo verlo por "casualidad" en las calles de Rodorio o entre el público cuando actuaba le sonreía, hasta en esta situación cuando no podían estar más unidos le sonreía.

Ella siempre decía que sólo pensar en él la hacía sonreír.

—Estoy aquí... Está bien —susurró ella, como si hubiese adivinado que todo ese tiempo Aioros tuvo la sensación de que se desvanecería sin más. El sagitariano sonrió también, ambos con las respiraciones bastante aceleradas, pero no respondió.

Con la mano que antes usaba para tocar su cuerpo acarició su rostro, jugó un poco con el largo cabello oscuro que estaba extendido por la cama y la contempló, parecía perdido en sus pensamientos de repente, parecía querer decirle algo aunque realmente no fuese así. La que reaccionó fue ella llevando su mano a la nuca del castaño, acarició sus mechones y lo atrajo para besarlo, sus manos que permanecían unidas se estrecharon con más fuerza, se juntaron más de ser posible, y mientras se distraían casi devorando los labios ajenos y jugando con la lengua del otro, Aioros sintió que ya era el momento.

La sintió ahogar un gemido sonoro en su boca cuando hizo el primer movimiento, y él mismo ahogó un sonido en su garganta producto de la intensa sensación, se sintió endurecer más de ser posible y casi a la vez apretó la mano de la mujer. Al mismo tiempo Aioros podía sentir la mano libre de Mei dejar su nuca y pasar por el camino de su columna, lentamente, incluso deslizando las uñas para hacer la caricia más enloquecedora. Un gemido más fuerte se le salió, ese era un punto débil, y como una especie de contraataque dejó el rostro de ella para nuevamente aferrarse a su muslo, ella soltó una especie de gritito en respuesta.

El vaivén empezó, tímido. Aioros en un principio estaba muy tenso y no dejaba de mirar el rostro de Mei buscando cualquier señal de incomodidad, y eso a Mei le inspiraba demasiada ternura. La manera en la que Aioros siempre actuaba como si fuese su primera vez, la trataba como si temiese romperla de alguna manera. La pureza que ese hombre poseía a veces hacía que el pecho le doliese, le hacía sentir que lo estaba manchando, corrompiendo como el Caballero de Géminis una vez le dijo. Pero era un error pensar que estaba dispuesta a dejarlo por eso, aún sabiendo que era una "mala influencia" para él, era un error pensar que estaba dispuesta a dejar escapar al hombre que amaba.

Dejó de pensar cuando Aioros empezó a tomar más confianza, y el placer se volvió demasiado intenso como para poder tener la mente en otra cosa aparte del castaño sobre ella.

Aioros empezó a acelerar el ritmo, sin nunca soltar la mano de Mei mientras que, con su mano libre recorría su vientre, sus muslos y sus curvas en general, como si intentase memorizarlas con su tacto. Al mismo tiempo Aioros volvió a encontrar los labios sonrosados, de los que se había separado solamente un momento para que ella gimiera casi con desconsuelo, y esta vez los acariciaba y devoraba como si ya no estuviese dispuesto a soltarlos.

Ambos sentían las vibraciones de los sonidos ahogados que el otro soltaba y ya no eran sólo sus manos unidas, sino que las piernas de Mei empezaron a apretarse con más insistencia a la cintura del Santo de Sagitario de Sagitario a medida que los movimientos se hacían más frenéticos, a medida que ambos sentían cada vez más que sus cuerpos se derretirían en cualquier momento o perderían la cabeza. Las uñas de la mano libre de Mei se aferraron a la espalda del castaño, ese simple acto le inyectó más adrenalina de ser posible al castaño, y este aceleró más sus movimientos mientras liberaba al fin los labios de Mei sólo para atacar su cuello, dejándola libre de gemir a su antojo.

—Aioros... A-Aioros —murmuraba la joven entre respiraciones cortadas y gemidos agudos. Sus uñas

Una mordida más fuerte en el cuello por parte del castaño fue lo que pareció llevarla a la cima, y sus pliegues se cerraron de tal forma que Aioros terminó tensándose y luego llegando con ella, mientras que Aioros ahogó su propio vagamente sonido en el cuello femenino, Mei soltó un grito que seguro se oyó hasta afuera del balcón.

Por un momento se quedaron quietos ahí, jadeando, algo sudorosos y con sus corazones aún muy acelerados, Aioros permaneció ahí unos segundos, con el rostro clavado en el cuello de la fémina, hasta que alzó lentamente la cabeza para mirarla a los ojos. Mei le sonrió tan sólo para decirle que estaba bien y, con la mano que antes se aferraba a la espalda masculina le acarició el rostro. Aioros pareció caer en cuenta de algo tras un momento y su rostro se llenó de nervios.

—¿Te hice daño? ¿Estás bien? —Mei ensanchó su sonrisa de la pura ternura que sentía hacia el arquero. Por muy implacable que fuese en batalla no dejaba de tener ese corazón tan dulce que le hacía ganarse el aprecio casi que de cualquiera, ese que la enamoró a ella y de hecho todavía no terminaba de decantarla más.
—Estoy bien, tranquilo —susurró.
—Te sientes sucia ¿Verdad? Voy a preparar el... —Aioros quería separarse de ella, pero la mujer no se lo permitió. Se soltó de su mano, le enredó los brazos en el cuerpo y lo jaló para que se tumbara de nuevo en la cama, junto a ella. Aioros apretó los dientes al acordarse de que aún no salía de ella.
—Ah ah ah —negó Mei con voz cantarina, apoyó las manos en el pecho del castaño y apoyó su mentón en sus dorsos—. Todavía no.

Por pura inercia Aioros quiso replicar. —Pero...

—Por favor... —replicó la muchacha y lo miró con ojos suplicantes similares a los de un gatito— No quiero separarme de ti aún.

Aioros volvió a abrir la boca, para tratar de decirle que sólo iba a preparar un baño y no se iría aún, pero fue incapaz de decirle que no a esa carita que Mei le estaba poniendo. Suspiró rindiéndose y en lugar de moverse comenzó a acariciar con su mano los mechones oscuros que le caían a la chica por el rostro, mientras su otra mano, que antes permanecía en su cintura ahora se alargaba para cubrirlos a ambos con la sábana, ella era una manipuladora nata cuando quería. Y si él resultaba débil por ceder sin más a sus encantos, se atrevería a decir que no se avergonzaba de aquella debilidad.

Como queriendo corresponder a sus mimos, Mei sacó una mano de debajo de su mentón para darle una caricia cariñosa al rostro de Aioros, que le sacó una débil sonrisa a este último. Aioros cerró los ojos y apoyó los labios en la frente de la fémina, y así quedaron un momento, quietos. Tan sólo disfrutando del calor del contrario en silencio.

No supieron ni tampoco les interesó mucho cuánto tiempo había pasado, pero volvieron a mirarse para darse otro beso, que de a poco fue subiendo de tono, cada vez más hambriento. La Kunoichi pasó por completo una pierna por sobre el cuerpo del castaño hasta que quedó completamente sobre él. Aioros volvió a sonrojarse con violencia al entrever los pechos de Mei por completo al aire, luego sentirlos apretados contra su pecho. Pero no se resistió, cuando menos se lo esperó la tenía con fuerza entre sus brazos y ambos habían empezado a acariciarse de nuevo.

Si eso era un sueño, disfrutarían de él lo que les durase.