Daydream

«Sueño despierto. Me quedé dormido entre las flores durante un par de horas, en un hermoso día».

—Daydream in blue, I Monsters.

UNO

Las noches de verano eran insoportables para Papyrus, que había crecido hasta su juventud en el subsuelo —y para colmo en Snowdin, donde pocas veces dejaba de nevar—. Había aprendido a sobrellevarlas, abriendo todas las ventanas y después comprando un aire acondicionado que el día anterior se había descompuesto, o eso dijo a sus amigos que tenían que soportar sus constantes quejas, pero la verdad era que en un ataque de ira había destrozado el aparato. Ahora estaba en su habitación mirando por la ventana. La vista era buena, pero el maldito clima estaba por sofocarlo. Si cerraba los ojos perfectamente podría imaginar que estaba en Hotland.

Volteó hacia el reloj sobre su mesa de noche al lado de su cama. 5:49 a.m. Ya sería hora de que despertara, si es que al menos hubiera dormido algo. Decidió esperar a que su alarma sonara mientras volvía a ver el paisaje por su ventana. Había tenido suerte de encontrar esa casa en venta a un costo increíblemente bajo. Era todo lo que estaba buscando: ubicada por las orillas de la ciudad, pegada al bosque, así ya nadie podría molestarlo, ¡por fin estaba lejos del ajetreo al que nunca se acostumbraría de la ruidosa ciudad!; y lo mejor de todo era la vista. Su cuarto justo daba al inicio del bosque plagado de verde, marrón o blanco (dependiendo de la estación), que nuca se cansaría de observar. Todo ese lujo gracias a que hace años a un imbécil se le ocurrió asesinar a otra persona en la misma casa. ¡Quería reírse de los vendedores!

Había comenzado a sonreír de su propio pensamiento cuando fue interrumpido por el sonido de su celular, acomodado al lado del reloj que ahora marcaba las 5:59 a.m. Cuando lo recogió vio en la pantalla una foto de Undyne, sonreía como maníaca, al lado de ella estaba Alphys que más bien parecía indiferente. Se veían bien.

—Sé que odias que te despierte, por eso me he esperado a que fueran las seis. —dijo Undyne, que no se había dignado a saludar esta vez.

—Son las 5:59 a.m. —Papyrus no pudo evitar corregirla, pero el tono de su voz ya le indicaba que estaba tensa.

—Maldita sea, no importa. Necesitamos hablar. Es sobre Sans, ha desaparecido —Undyne esperó una respuesta, pero cuando no la obtuvo continuó —. Voy a tu casa, más te vale que ni se te ocurra irte o patearé tu huesudo culo hasta que sólo quede polvo.—Y colgó.

DOS

—Te lo estoy diciendo desde siempre, no puedes continuar castigándote así.

—¿Durmiendo? Pero si ese es un buen castigo.

Flowey miró a Sans estupefacto. De verdad que se estaba cansando, no importa cuántas veces intentara que recapacitara y tomara las riendas de su vida, ese costal de huesos holgazán y estúpido no entendía. Es más ¿cuántas veces habían pasado por esto? Podría jurar que ni en el inframundo había tenido que repetir tantas cosas. ¿Por qué seguía insistiendo?

La verdad era que no tuvo que pensarlo demasiado, el colgante de Sans se lo recordaba bastante bien.

La flor no dijo nada, se limitó verlo desde la ventana, donde estaba ahora, destinada a que las plantas crecieran desde el balcón de ese primer piso, pero que, dese que tiene memoria, siempre ha estado sin plantas que acompañen al esqueleto. Sans en cambio estaba sentado en una de las sillas del comedor, observándolo con burla, tenía ganas de tomarlo y azotarlo hasta borrarle esa jodida sonrisa, de por sí su vida se había vuelto ridícula, patética de hecho y todavía tenía el descaro de tomárselo con humor. Si no aceptaba su ayuda entonces no tendría por qué seguir insistiendo por más que le preocupaba lo mal que estaba yendo su vida.

—Voy a irme —mencionó Flowey tras minutos de silencio—. No sé si vaya a volver, talvez sí, pero honestamente no quiero hacerlo.

—¿También vas a dejarme solo? —inquirió Sans, su pregunta parecía ser recelosa, pero la expresión que le dedicaba a Flowey era de aceptación, no lo culparía por su decisión y eso la flor lo podía entender.

—Sabes por qué estoy aquí.

Sans se inclinó hacia adelante, su sonrisa se ensanchó en una más comprensible.

—Lo sé —Su mirada se volvió melancólica y Flowey, por unos momentos, pudo recordar cómo se sentía tener empatía—. Y creo que ya has hecho más de lo que debías.

Quedaron en silencio unos segundos, Flowey quería responder algo, pero no se le ocurrió qué. Ambos se miraron a los ojos y la flor asintió, dándole la razón. Había sido igual por tantos años. Frisk murió, la extrañaba como a nadie, pero al menos había aceptado que no volvería. Sans no, Sans se obligaba a sí mismo a mantener las esperanzas de que ella regresaría y eso lo estaba matando por dentro. Ya los pocos que quedaban que aún se preocupaban por él se estaban yendo uno a uno. ¿Él también lo haría? La verdad no había mucho qué pensar.

—Adiós.

La flor usó una de sus raíces para volver a la tierra del patio de Sans y hundirse para desaparecer. Sería la última vez que ambos se verían.

TRES

Undyne llegó sólo veinte minutos después de que colgara a la casa de Papyrus, lo que le hizo pensar que estaba cerca de la zona o simplemente corrió muy rápido. Él ya tenía preparado su auto, un Mustang Shelby del '67 que había conseguido en una subasta hace unos años, no era el Ferrari que tanto anhelaba tener, pero estaba conforme. Undyne estaba haciendo otra llamada en el salón, tal vez hablaba a su novia que ahora estaba fuera del estado, o avisando a los demás sobre Sans, como sea el caso, ella no dejaba de dar fuertes pisotones con sus botas de cuero negro, de hecho, toda su ropa era cuero negro, se preguntó si no tendría calor con ese horno puesto, pero una botella de agua a medio acabar le dio la respuesta. Recordó por qué ella estaba ahí y su gesto se endureció. Estaba algo molesto por pensar en Sans, no había vuelto a hablar con él desde hace dos años —puede que incluso un poco más— por su culpa. Y ahora cuando lo encontraran, seguramente metido en un bar o dormido bajo un puente, «justo como la última vez» pensó con desagrado, tendría que confrontarlo después de tanto tiempo. No quería volver a verlo hasta que se disculpara, se lo dijo esa noche dentro de su auto, y en todo el tiempo después había dejado de interceder por su hermano en cada locura que hacía. Cuando Undyne terminó su llamada fue directo hacia Papyrus que no la dejó hablar primero.

—Explícame —Papyrus fue directo, ella sabía de la pelea que había tenido y le enfurecía que aun así hubiese acudido a él—. Dime si de verdad crees que el idiota de mi hermano desapareció.

—Yo sé que...

—Tú sabes que no es la primera vez. Ya ha hecho esto antes. Ya nos ha mantenido como perros sarnosos atrás de él.

—No. ¡Mierda, escúchame! —Undyne alzó la voz como cadete a sus soldados. Papyrus no se inmutó, pero aun así la dejó terminar mientras se cruzaba de brazos—. Esta vez es en serio. ¿Recuerdas a esa flor rara amarilla? La que siempre estaba con la niña.

—Flowey.

—Sí, esa cosa —meneó la mano un lado a otro en el aire, restándole importancia—. Habló con Toriel, dice que esta vez tiene razones para creer que ahora sí le pasó algo. Fue a su casa y estaba hecha un desastre...

—Es Sans, todo su alrededor siempre está hecho un desastre.

—Sí, pero no me refiero a su desastre, yo digo el tipo de desastre cuando alguien se va a toda prisa de un lugar, aparte que lleva abandonada su casa varios días.

—¿Cómo puede saber eso la flor?

—Hay varias cosas que lo hacen pensar eso, pero la más clara, según él, es el calendario que se quedó marcando el 5 de julio.

—Hoy es 14 de julio.

—Exacto. Él nunca se ha ido tanto tiempo. Sans desapareció y nadie se dio cuenta.

Papyrus se quedó callado un momento. ¿De verdad su hermano había desaparecido? Recordó la pelea que habían tenido, Papyrus lo había encontrado dormido debajo de un puente y se lo había llevado arrastrando a su auto, apestando todo con el alcohol que seguramente había estado tomando. Él lo había estado regañando y después le dijo que no podía seguir así y lo dejó solo. Nadie se dio cuenta. «Yo me di cuenta la última vez», pero ahora no, ahora había pasado más de una semana que desapareció y eso podría terminar muy mal. No lo iba a dejar pasar.

—Está bien. Vamos. —Fue lo único que dijo. Ambos se subieron en su auto y se fueron.

CUATRO

No durmió la noche siguiente. Lo había intentado, pero la culpa podía más contra su cansada mente. Él de verdad había sido culpable de que muriera, él la había matado. Sin esas muertes estaba seguro que hubiera cambiado algo. Ella estaría aquí, lo estaría, y él no estuviera hundido en la mierda.

Sans se levantó de la cama con pesadez. No tenía sentido seguir intentando dormir, era ridículo si su mente se encargaba de seguir recordándole sus pecados. Deseaba morir. Ahora mismo todo parecía confuso, la oscuridad lo tragaba, se sentía observado y paranoico, lo atribuyó al insomnio de los últimos días. Cuando salió de su habitación su paranoia aumentó, las luces de la cocina estaban encendidas, la luz apenas llegaba a él. Lo que sea que estuviera allá no lo podría ver desde donde él estaba, lo tomó a su favor y fue lento hasta la fuente de luz, listo para atacar e inmovilizar con su magia al intruso, pero cuando llegó quien quedó inmovilizado fue él. Ante sus ojos, en su propia casa y tras tanto tiempo, estaba ella, como la primera vez. Sus ojos marrones lo observaron con curiosidad, ya no tenía su corona de flores, en cambio su cabello lacio y castaño caía de su cabeza a los hombros, ya no estaba despeinado, ahora tenía una trenza, que era adornada con un ranúnculo amarillo, ésta caía como un mechón en su cara. Se ruborizó cuando lo vio y de sus labios, con el mismo color de un melocotón, dio una sonrisa, la más hermosa que le haya dedicado y comenzó a llorar. Ahí estaba ella, pero entonces ¿dónde estaba él? No le importó y aceptó todo lo que fuese a pasar de ahí en adelante. Le devolvió la sonrisa y fue hacia ella para abrazarla, la apegó hacia él, sus dedos se enredaron en su cabello, cuando estuvieron cara a cara no se contuvo y la besó en la frente. No se dio cuenta que la había acompañó en su llanto hasta que ella alzó su mano para limpiarle las lagrimas.

—Te extrañé. —Dijeron ambos, mirándose a los ojos.

CINCO

El primer lugar dónde ya habían buscado fue el castillo, convertido ahora en un santuario dónde yacía la tumba de Frisk. Por petición de Papyrus habían ido otra vez, pero encontró lo mismo que antes: nada. Estaba oscureciendo y aún no daban con algún rastro de Sans. El esqueleto se había metido en su coche para prender el aire acondicionado, Undyne estaba afuera hablando con unos niños que no dejaban de hacer preguntas. A pesar de que llevaban prisa, ella no quería ser descortés con los chiquillos. Viendo la escena pensó en lo mucho que se había ablandado. En cuanto salieron a la superficie ella comenzó a cambiar, todo fue progresivo, pero en definitiva fue a la que menos le había costado adaptarse de todos sus amigos. No lo había notado bien, pero verla ahora hablando y escuchando a esos niños, con una mirada, dura pero sincera, se lo hacía ver. Tal vez él también necesitaba cambiar. Pensó en qué haría cuando encontrara a su hermano «si es que lo encontramos». Quedó sorprendido y sintió una rabia increíble hacia sí mismo por su pensamiento y luego se dio cuenta de por qué estaba tan enojado. No era por la discusión, no era por las borracheras, no era por el desorden, ¡maldición! ni si quiera era por su hermano. Estaba enojado porque se preocupaba, odiaba sentirse así, pero al fin entendió que apartarse fue un error.

Encendió el auto y dejó a Undyne con los niños. Por el retrovisor la vio maldiciendo en alto, sin importarle el mal ejemplo a los chiquillos que la miraban admirados. Papyrus agarró su celular y lo puso en silencio, no tardaría en comenzar a lloverle centenares de llamadas de Undyne.

Ya habían buscado en todos los lugares posibles en donde pudiera estar, incluso dos veces en el Santuario de Frisk, pero tenía qué volver. Tenía que hacerlo, era el único sitio en el que Sans pasaba su tiempo.

La noche ya iba naciendo conforme llegaba al monte Ebbot y cuando lo hizo ya estaba completamente oscuro. Las luces de las calles ahora iluminaban su camino a la entrada principal del subsuelo. Aparcó en el estacionamiento, por la mañana había tenido que dejar su auto muy lejos, pero ahora estaba casi vacío. Muchas personas y monstruos venían a visitar el subsuelo, la entrada, desde luego, era por el castillo, por lo que el primer lugar que cualquier visitante tendría que ver, era el santuario, usado como invernadero por los rayos de sol que golpeaban el techo traslucido y alimentaba a las flores doradas que crecían en conmemoración de la chica fallecida.

Salió del coche con prisa, su racionalidad le decía que era una estupidez volver y que sólo perdería el tiempo, pero otra parte le hacía creer y tener esperanza en que su hermano estaría justo ahí, a salvo, visitando la tumba del ángel de los monstruos como cada día él hacía. Decidió a qué era a lo que tenía que aferrarse: a la confianza de que Sans estaría bien. En el subsuelo lo que más quería era ver el mundo exterior, pero tras tanto tiempo perdió la fe de que algún día llegaría a salir, pero cuando conoció a la niña todo cambió, ya no parecía una idea ridícula y helo aquí veinte años después, disfrutando de una vida grata en la superficie. Tenía que aferrarse a algo. Tenía que confiar...

Cuando llegó no había nadie. La habitación estaba vacía, el silencio lo abrumó, cada paso que daba rebotaba como eco volviendo hacia él, haciéndolo sentir incómodo. En una de las paredes estaba el símbolo de la Runa Delta y una placa con una biografía resumida, por arriba estaba un retrato de Frisk. Sonreía ampliamente, como siempre lo había hecho aún estando en sus peores momentos; tenía una corona de flores doradas, aunque no eran las que le habían crecido, sino una hecha, que el autor de la obra había decidido pintar de esa forma porque era bien sabido lo mucho que lastimaban a la joven humana. La extrañó, venía una o dos veces al año junto con los demás, pero pensó que no eran suficientes por todo lo que ella había hecho por todos los monstruos. Luego se fijó en la parte baja de la misma pared, ahí había todo tipo ofrendas que los visitantes le traían, en la mitad había un jarrón adornado con símbolos proveniente del subsuelo, uno que siempre estaba ocupado por todo tipo de flores, flores que eran traídas y cuidadas por Sans, flores que ahora estaban marchitas.

Papyrus se quedó mirando el jarrón, pensó en cuando Sans lo mandó a hacer para adornar el santuario cuando sólo era un cuarto improvisando ser una tumba, siempre aferrado de hacer parecer al cuarto lo más hermoso posible. Sintió culpa, sintió enojo, apretó los dientes conteniéndose de llorar, no lo había hecho en años, desde que estaba en el subsuelo, en realidad, y luego se dio cuenta que había muchas cosas por las que no había llorado. Dejó de contenerse, sus lagrimas se desbordaron como un pequeño riachuelo. Talvez nunca encontrara a su hermano. Talvez estuviera muerto. Talvez...

A su espalda, como forma de consuelo llegó Sans, dándole palmaditas. Se sobresaltó y volteó con rapidez, lo primero que vio fue a él, estaba con una camisa roja y pantalones de vestir, estaba algo desalineado. En su otra mano llevaba unas flores. Sans dejó de lado a su hermano y fue directo al jarrón para retirar las flores viejas y poner las nuevas, las marchitas las aventó a dónde crecía el jardín, luego ambos se vieron, Papyrus con incredulidad, Sans inmutable.

—Ha pasado un tiempo. —Mencionó Sans y apartó la mirada, su voz era tímida. Ver a su hermano llorar le produjo incomodidad.

En lugar de responder Papyrus fue hacia él y lo abrazó, el esqueleto menor quedó sorprendido, intentó procesar qué pasaba primero, pero después se dejó llevar. La última ver que se habían visto habían terminado en muy malas condiciones, después de todo. Papyrus se separó, su rostro ahora estaba seco, al parecer el abrazo había sido una táctica para limpiarse las lagrimas sin que se diera cuenta, patética, por cierto, si para hacerla había decidido abrazarlo.

—¿Dónde mierda estabas? —Eso se parecía más a su hermano, pensó Sans.

—Salí de la ciudad hace una semana.

—¿Tienes una maldita idea de lo mucho que estuvimos buscándote? —inquirió Papyrus con molestia.

—¿Desde hoy en la mañana? Qué afortunado soy de tenerlos —respondió Sans con sarcasmo, como siempre, luego agregó: —. Sí. Voy llegando, pasé a ver Undyne, no estaba, luego a Toriel y me explicó lo que estaba sucediendo. Luego vengo aquí y te veo llorándole a Frisk. Nunca le habías llorado ¿por qué ahora sí?

—Me alegra que estés bien. —Ignoró por completo su pregunta. Sans esperaba otra respuesta, lo supo por su expresión de perplejidad.

—¿No vas a preguntar qué hacía fuera de la ciudad?

—Tú mismo te hiciste la pregunta. Pero tengo la curiosidad, así que si no te molesta responderla...

—Bien. Pienso irme de la ciudad —Papyrus hizo el ademan de quererlo interrumpir, en respuesta Sans levantó la mano para que lo dejara hablar—. Sé lo mucho que se han preocupado por mí en todo este tiempo. También que la mayoría de mis decisiones son locuras, pero esta vez tengo un motivo, uno bueno —se detuvo un momento para pensar bien lo que estaba por decir. Su mirada cayó sobre la pintura de Frisk, y se sintió más confiado para hablar. Papyrus se veía impaciente —. Creo que será lo mejor, estar aquí sólo me aferra a ideas que están acabando conmigo. Ya pasó mucho tiempo desde que murió, la extraño, pero tengo que aceptar que no va a regresar.

Sans despegó la mirada del cuadro y cuando vio a su hermano, éste le sonreía. Tendría todo su apoyo, de eso podría estar seguro ahora. Al día siguiente se llevó todo lo que pudo de su hogar en Ebbot. Amaba a Frisk, pero era hora de vivir la vida que ella le había regalado.

SEIS

—¿Estoy muerto?

Talvez haya sido directo, pero necesitaba saberlo, no le importaría si lo estaba, después de todo su vida se había tornado repetitiva y sin sentido. En respuesta, ella dio una risilla amigable y peinó hacia atrás un mechón de cabello que colgaba sobre su rostro.

—No. En realidad estás dormido. Parecías cansado. Demasiado cansado. No has dormido mucho ¿no?

Frisk se inclinó un poco hacia adelante para esperar su respuesta. Ahora los dos estaban sentados en la mesa del comedor de Sans, en lo que sería el sueño más lúcido que haya tenido jamás. No negaba que esperaba otra respuesta y que no se la diera hizo que se sintiera aliviado de cierta forma que intentaba reprimir.

—Noches difíciles ya sabes —comenzó a menear la mano arriba y abajo para restarle importancia, luego se dio cuenta que Frisk seguía inclinada, con mirada apacible y ojos curiosos. Ella también esperaba otra respuesta y decidió sincerarse—. No ha sido fácil estar sin ti.

Frisk le sonrió con ternura y posó su mano sobre la de él. Sans se sonrojó un poco.

—Siempre he estado contigo, Sans. Siempre. Y he visto todo lo que haz pasado. Me preocupas. Tienes una hermosa vida. Vívela haciendo lo que amas.

—¿Y si todo lo que amo es a ti? —Su mirada fue suplicante, aturdida aún por lo que estaba viviendo.

—De mí sólo quedas tú —respondió, su mirada se desvió un segundo hacia el colgante y luego volvió a ver a la rostro, la angustia definía su expresión—. Ya no puedo volver. Si lo hago todo este tiempo no habrá importado, porque volveremos al subsuelo y volveré a sufrir el mismo destino que tuve.

Sus palabras dolieron, dolieron más que todos los años que pasaron sin ella y ella lo notó al instante, pero era la verdad, Sans necesitaba darse cuenta de todo lo mal que estaba.

—Voy a despertar en cualquier momento y todo va a seguir igual que antes.

Ella lo miró con tranquilidad y le respondió: —Vas a despertar y todo va a ser maravilloso, aunque no esté contigo.

Ambos sonrieron. Sans no despertaría hasta una hora después y se daría cuenta que se había quedado dormido en el Santuario de Frisk, entre flores que lo abrazaban y la sonrisa de la persona que más amó frente a él.