Este fic participa en el Say it with songs! de Draco Malfoy PMA #SayItWithSongs.

Soldier-Fleurie, Tommee Proffit (Inglés)


Soldier.

Una respiración acelerada cortó la calma, sabía que era la suya; pero, no quería pensar en ello, no cuando la sangre continuaba derramándose por todo el piso. Los muros escurrían el espeso líquido y el cristal de la ventana crujía ferozmente con cada gota de lluvia. El olor a óxido mantenía sus sentidos alertas. No se movió.

Lo miró fijamente, intentando mantener a raya las lágrimas que exigían libertad. Levantó la cabeza con una calma ensayada, enloquecedora, esperando pacientemente por una indicación.

—Llévatelo.

Le ordenó la voz en un siseo profundo, presa del arrepentimiento. Sus pies cobraron vida y sin esperar ni un segundo lo rodeó con sus brazos y se apareció en un chasquido; los gritos no tardaron, las muecas de asco dibujadas en cada rostro hostil, y aunque ya sabía que las cosas no serían diferentes, dolía un poco. El rechazo siempre lo hacía. Se irguió todo lo alta que era y buscó desesperadamente a la única persona a la que podía recurrir.

—Ayúdalo.

Una súplica, una disfrazada de frágil exigencia. Arrugó la nariz, el olor de la sangre había conseguido seguirlos hasta allí. Se hincó, acunó el cuerpo en su regazo con ternura y rogó de nuevo.

—Sálvalo.

Los insultos ardieron, cada uno más denigrante que el anterior. No valía la pena poner energía en eso. Dirigió su atención al par de ojos verdes que la contemplaban con hastío; grandes ojos rencorosos evaluando cada una de sus expresiones.

—No puedo confiar en él —se decidió al fin.

Exhaló. Ya sabía que no conseguiría nada con el orgullo, estaba lista para cualquier cosa.

—Te daré lo que quieras, solo sálvalo.

Él sonrió, amargo.

—No tienes nada que yo quiera, Parkinson.

Los murmullos y las ofensas no daban tregua, la reducida multitud la miraba hacia abajo, percatándose de la miseria ensombreciendo su rostro, el desamparo escabulléndose por cada uno de sus movimientos entorpecidos, su respiración acelerada y los orbes brillantes, puertas de la perdición. No le causaba conmoción el que fueran testigos de la devastación que la azoraba, nada importaba si él no lograba sobrevivir, porque de todas las personas, él tenía que seguir con vida, lo merecía. Se lo había ganado.

—Él… —tomó una pausa para recuperar el aliento, los labios agrietados apenas abriéndose al hablar—. Sabes que si él está de su lado nunca ganarás. Yo puedo hacer que te apoye.

Dijo convencida, la voz convirtiéndose en un sollozo roto al final.

Una brusca risotada terminó con la nueva carga de susurros venenosos. La sangre continuaba corriendo en sus manos heladas, el cuerpo inerte adormeciendo sus músculos a causa del peso. No le quedaba mucho tiempo, podía sentirlo extinguiéndose, como una pequeña llama cediendo al viento.

—No has conseguido convencerlo en cinco años, ¿qué te hace pensar que alguien como él te escuchará ahora?

—Lo hará.

La contempló por un largo segundo y después negó.

—Discúlpame si tu palabra no me sirve para nada.

Mantenía los brazos cruzados sobre su pecho, la varita bien sujeta y lista para cualquier cosa, un hábito que los tiempos de guerra les había obligado a mantener a todos. Se rehusaba a bajar la guardia delante de ellos, todavía con Draco desangrándose a sus pies, sin poder demostrar ningún tipo de combate, todavía así, no podía confiar. Era un imbécil. Lo era si realmente creía que podía ser rival para Draco en circunstancias normales. Circunstancias normales. El cuerpo laxo contaba otra historia.

—Haré un juramento, haré lo que quieras, pero sálvalo. Sálvalo ahora… Su núcleo mágico, puedo sentirlo, se está apagando. Sálvalo.

Las lágrimas decidieron justo ese momento para derramarse en forma de un río imparable que enceguecía, no era la primera vez que se encontraba cara a cara con la nada. Como pudo, retiró la capucha de la cabeza ensangrentada y entonces, hubo un espeso silencio seguido de un rápido movimiento de pies que derivó en el retroceso de todas las personas a su alrededor. Le temían, aun agonizante, sin su varita en las manos, la magia abandonando su esencia, aun así, le temían. Ella lo miró, la piel pálida, los pómulos marcados, la nariz recta, los labios casi azules entre abiertos, el cabello en un rubio engañoso y platinado, totalmente hermoso. No podía morir.

—Por favor.

El hombre parpadeó con la perplejidad apoderándose de las duras facciones, se arrodilló para quedar a su altura, estiró los brazos lentamente y poco a poco, en un afianzamiento sólido se apoderó del cuerpo inmóvil. Lo levantó sin esfuerzo, dando pasos suaves en su andar, como si no quisiera ocasionarle más dolor. La imagen, inesperadamente seductora, íntima, insoportable de presenciar. El público adusto condenando la escena en un sigilo corrompido, pese a ello, ninguno se atrevió a contradecir a su líder y entonces, el silencio acusatorio cayó sobre sus hombros al igual que un latigazo. No parecía importarle en lo absoluto el desacuerdo y la cobarde batalla que se disputaba a sus espaldas. Sus hombros rígidos mantenían el agarre en una clara amenaza colérica y por un instante, se permitió respirar, aliviada. Draco, estaba seguro con él.

—Ni se te ocurra irte.

Le advirtió mientras se alejaba y se perdía por la puerta, no la miró ni una vez.

¿Por qué se iría? ¿A dónde iría sin él?

—¡¿Cómo te atreves a traer a esa escoria?! ¡Sabía que no podíamos confiar en ti!

El golpe vino de repente y no fue capaz de detenerlo. La derribó en un segundo, el calor apoderándose de su nuca, distribuyendo el dolor desde su mejilla hacia su pecho. No tenía fuerzas para verificar quién había sido: detalle insignificante. ¿Acaso existía el bando correcto en una guerra? ¿Acaso estas personas insultándola realmente eran los buenos? ¿Se lo merecía? ¿Quiénes eran ellos para juzgarlos? ¿Para castigarlos?

—¡Levántate, maldita zorra!

Una patada cayó sobre su cabeza y únicamente atinó a cubrirse con las manos. Está bien, podía soportarlo. La violencia no le despertaba ya el temor que debería, no cuando sabía que existían cosas mucho peores.

—¡Ya basta! ¡¿Qué creen que hacen?!

Una voz, esa molesta voz.

—¿Estás bien?

La sujetó fuerte del brazo para ayudarla a ponerse en pie; sin embargo, ella se aferró al piso como si fuera lo único que efectivamente le pertenecía. Quizá, así era.

—No me toques.

Pidió.

—No hay nada que ver aquí, vamos a respetar la decisión de Harry. Ahora vayan a sus cuartos, mañana queda mucho por hacer, no quiero escuchar ni un solo insulto más.

Los reproches todavía podían oírse a lo lejos. Colocó las palmas en el cemento para darse impulso y recostarse, la sangre ajena poco a poco endureciéndose en su piel. Quiso hacerse un ovillo y echarse a llorar como una pequeña niña, pero no podía, no debía.

—No los escuches, no entienden. Toda esta situación saca lo peor de todos.

Desconocía la razón por la que siempre estaba a su lado dándole apoyo, después de todo jamás habían sido amigos, ni lo serían.

—Deberías irte con ellos.

Consiguió decir. Las lágrimas seguían ahí, eran silenciosas y le sabían a sal.

—¿Quieres contarme qué sucedió? ¿Cómo es que él terminó así? ¿No se supone que es su mano derecha?

Por poco se ríe. ¿Mano derecha? ¿Era Draco Malfoy, la mano derecha de Voldemort? Lo dudaba.

—Draco se ha vuelto demasiado poderoso, tanto, que él comienza a tenerle miedo. Los mortífagos lo obedecen, peor aún, lo respetan. No le temen, es decir, por supuesto que le temen, pero es tan poderoso que seguir sus órdenes es un honor. A Draco no le importa, él no eligió estar en esta guerra, todo es culpa mía, si me hubiera ido con él cuando me lo pidió nada de esto estaría pasando.

El abatimiento colgando de sus palabras. Las opciones se habían evaporado.

—Nadie tiene la culpa de la guerra, Pansy.

Resopló.

—Ya te he dicho que no me llames por mi nombre y claro que hay culpables en la guerra. Los culpables son ustedes, son ellos, todos los que se quedan y deciden seguir luchando, ha pasado tanto tiempo que yo ya no sé lo que estamos haciendo, parece que sobrevivir es un maldito infierno.

—Tenemos que matarlo y después todo será… No nos podemos rendir.

—Después vendrá otro igual o peor y las cosas seguirán, deberías entender eso.

—Harry, no es igual, él…

Ahí estaba, la fe ciega y soberbia que detestaba.

—No ha podido derrotarlo en todos estos años, solo es un idiota, igual que el resto de nosotros.

—Pero ahora lo tenemos a él, dijiste que con su ayuda podríamos…

—Sí… pero él no lo merece, debí irme con él antes, estaríamos muy lejos de todo esto. Así, él no tendría que haber hecho todo lo que sucedió después.

Un suspiro se escapa de sus labios y sonríe, todavía contra el suelo. El frío es como un bálsamo, le recuerda los viejos tiempos; la cálida rigidez del mármol, cuando creía que todo estaba bien, cuando creía que podía ser feliz. Seis años, nada más seis años… ¿Cómo podían parecer tan lejanos? Al igual que un sueño.

—Gracias, Weasley.

Se calma escuchando el sonido de la respiración tranquila de su acompañante, quién ha decidido acomodarse a su lado sin pronunciar palabra, y así, sin darse cuenta se queda dormida, por una vez sin pesadillas. Draco, estará bien.


El dolor es intenso, nada nuevo, últimamente siente que se desmorona a cada paso que da, el dolor nunca termina y es un alivio que para este punto ya se haya acostumbrado. Abre los ojos, una luz opaca inunda su retina, lo ciega por un momento, pero después todo se vuelve nítido. Pansy se encuentra recostada sobre su estómago, totalmente ajena a su escrutinio. Mueve la mano y la descansa sobre su cabeza, el cabello es suave, familiar, reconfortante.

—Draco…

Los ojos azules lo golpean de inmediato. Por un momento lo hace sentir incómodo, siempre viendo más allá de lo que cualquiera. Le complace demasiado poder mantenerla con vida después de todo.

—Estoy aquí.

—¿Estás mejor?

Traga con dificultad. La saliva se siente espesa contra su paladar.

—¿Cómo? ¿En dónde estamos?

Intenta reconocer el panorama a su alrededor; una pequeña ventana a su izquierda no le dice nada. Su labio inferior tiembla y lo muerde con rabia para detener el movimiento absurdo. Lo sabe, lo adivina. Potter.

—No debiste hacerlo.

—No puedo seguir viviendo sin ti.

Alza la mano y con el pulgar traza una línea contra el suave mentón que no abandona su acostumbrada dureza, abruptamente el momento se rompe cuando la puerta se abre, pero Pansy no se aleja de su toque.

—Es momento de hablar.

Harry Potter. No lo ha visto de cerca en años. Ha crecido, tiene el aspecto de una gran masa de músculo sólido que se distribuye grácilmente por toda su figura; es alto, tal vez más que él mismo, la barba descuidada de días sin afeitarse, el cabello desastroso, las horribles gafas… Es un alivio que no se parezca en nada a aquél pequeño niño de sus recuerdos.

—Te salvamos la vida, Malfoy. Parkinson, dijo que nos ayudarías a cambio.

Dice alegremente, quitándole peso e importancia a la situación. Su actitud, no sabe cómo le hace sentir o reaccionar, es inquietante.

—Claro que lo hizo, sucede que no podría importarme menos tu guerra Potter.

—Entonces, te importará la vida de Parkinson, hizo un juramento. Si no te quedas y aceptas lo que te voy a proponer, se muere, es sencillo.

Quisiera borrarle la maldita sonrisa de suficiencia y al mismo tiempo, el cansancio explota en una risa que le hace cimbrar el cuerpo, el dolor todavía presente, fácil de ignorar. Estar vivo no es ningún alivio, pero que ella lo esté, lo es. De cualquier modo, no logra evitar que el rencor se acumule formando puños hasta que los huesos se quejan por el maltrato.

—Pansy, ¿decidiste cambiar de captor? —le pregunta dulcemente.

Ella no lo mira ni dice nada. Luce avergonzada y no es su intención hacerla sentir así. Pero una angustia asfixiante ha comenzado a apoderarse de sus extremidades. ¿Cuándo dejará de sentirse como un arma en las manos de todos? ¿Cuándo dejarán de decidir por él?

—Ahora, ¿dices que debo obedecer a dos amos?

La risa es más seca ahora. Es una putada. Se quedó a lado de Voldemort para protegerla y ahora, debía obedecer al maldito de Potter para hacer lo mismo, Sin duda la vida se volvía una porquería en cuanto te preocupabas por los demás. Por supuesto, su vida sería mucho más sencilla sin Pansy, pero… ¿podría seguir llamándose vida? No se imaginaba ni un segundo sin ese par de ojos suspicaces a su alrededor.

—No, Malfoy, a un solo amo. A mí.

Su entonación es presumida y lo odia. Su magia brota en un aleteo insignificante que le arrebata el aliento, es poderoso, siempre lo ha sido. Ojalá pudiera estar en otra posición, la realidad lo sobrepasa. No hay nada que pueda hacer.

—Bien —se rinde.

El otro hombre parece impresionado, aunque lo disfraza de inmediato.

—No es suficiente con eso, se me ha sugerido algo, porque como comprenderás, no podemos confiar en ninguno de los dos —hace una pausa mientras hunde los dedos en su cabello, en una acción premeditada que parece repetir constantemente—. El ritual Concedere. ¿Lo conoces?

Pansy, tiembla en su lugar y abruptamente se pone de pie.

—¡No! Eso no fue lo que acordamos, ¿cómo se atreven? ¡Es inhumano! ¡Confié en ti! ¿Cómo puedes hacernos esto?

La mirada verde se centra en ella, emana peligro por todas partes. La magia en descontrol conforme su ira crece. Es una extravagancia que a estas alturas el idiota no haya aprendido a controlar su poder.

—¿Inhumano dices? ¡¿Qué no tenemos aquí al mejor soldado de Voldemort?! Lo vi destazar a una niña en el atrio del ministerio, ¿eras tú, no? ¡Los gritos de la pobre todavía me despiertan en medio de la maldita noche! ¿Ustedes piensan que merecen compasión? Si no fuera porque los necesito, ya estarían muertos, inclusive verlos me asquea.

Se levanta y se da la vuelta para impregnar sus palabras de dramatismo. Las cosas no deberían de ser así, nada era justo. Rememoraba el día, recordaba el cabello castaño ondeando frágilmente a la par del viento escaso, también recordaba la calidez de la sangre, la acidez picándole la nariz. El pavor en cada una de sus facciones infantiles, las súplicas, el leve toque de sus manos diminutas al momento de sostenerla. No sobre analizaba sus asesinatos con frecuencia, porque eran demasiados y no había sentido en ello, pero ese… Le había dejado marca. Negó con la cabeza, sacudiéndose los duros pensamientos.

—Pansy les ha conseguido pociones, comida. Los ha salvado más de una vez, así que te voy a pedir que no la incluyas. Como ya dijiste, el soldado del Señor Tenebroso soy yo. ¡Soy yo el asesino despiadado que tanto asco les da, ella no tiene nada que ver en esa mierda!

Grita.

Es como si un resorte impulsara a Potter en cuanto escucha sus palabras.

—¿Señor tenebroso? ¿Tu señor? —escupe.

Se encoge de hombros.

—Es la costumbre. Sé muy bien las cosas que he hecho y también sé por qué las he hecho, no necesito ni quiero ser juzgado. No me arrepiento de nada.

—Me importa un carajo lo que digas, haremos el ritual, quieras o no. Agradécele a tu noviecita, creo que es a la única a quién le importa tu vida de porquería. Lo haremos hoy.

Potter, se marcha dando un portazo y en cuanto lo hace, Pansy lo envuelve en un fuerte apretón. La vainilla deslizándose en sus fosas nasales calmando todo rastro de angustia. Podría evitarse todo esto, pero bien sabe que no lo hará. Pansy lo vale.

—Lo siento, estabas muriendo, de verdad estabas muriendo… Él no quería hacerte esto, vi el miedo en sus ojos por un momento, pero en el fondo, sé que quería herirte, herirte y no parar —el sollozo es abrumador. Draco, él va a matarte, en cualquier momento lo hará.

—Lo sé.

Lo ha sabido por un tiempo.

—Lamento haberte arrastrado a todo esto.

—No importa, al menos estamos juntos, nos tenemos, y es más de lo que cualquiera puede decir. Sabes que soy leal a ti, Draco Malfoy.

Sujeta su mano, está tibia y se obliga a sonreír. Pansy también lo hace, las pupilas se derriten al mirarlo y él todavía no consigue averiguar cómo es que alguien lo ama. Nadie pudo hacerlo antes, ni su madre, ni su padre, nadie… Pero siempre estuvo ella y daría todo por verla feliz algún día, así ese día jamás llegara y tuviera que morir luchando por conseguirlo.

—Te quiero.


La noche llega pronto, constantemente tiene la sensación de que es así. No sabe por qué lo hizo. Él no merecía vivir, no más que Neville, no más que Dean, no más que todos los que ha tenido que ver morir sin poder hacer nada por ellos. Pero todavía existía ese singular impulso que le escaldaba la lengua siempre que lo tenía cerca, su magia: volátil, huraña, agitándose en torno a él. Le costaba aceptar que no quería verlo morir. Sin embargo; no era necesario ponerse a pensar en el significado de todo eso, no ahora. Tal vez, nunca.

Malfoy todavía no se recupera del todo, su andar es lento y titubeante. No obstante, su rostro es otra historia, no aparenta sentir ni el más mínimo dolor y cuando lo ve en pie, entiende porque el terror se ha esparcido tan rápido por las calles. Es imponente, aterrador. Su falta de expresión le pone los pelos de punta.

—Hagámoslo. ¿Quiénes serán los testigos?

Pregunta sin mostrar ni un ápice de emoción en su estúpido rostro afilado. ¿Quiénes más serían? De cualquier forma, echa un vistazo a la habitación asegurándose de que no haya ojos curiosos a la cercanía. Solamente unas cuantas personas están al tanto de lo que está por suceder, internamente, agradece que Hermione no se encuentre en la base. No lo aprobaría.

Parkinson, da un paso al frente al mismo tiempo que lo hace Ron. Ambos alzan sus varitas, Malfoy también lo hace, se ve nervioso, pero lo oculta bien.

La duda lo asalta por un instante, uno que se aleja conforme el tiempo transcurre en silencio. Lo sabe al mirarlo, no tiene sentido retrasarlo, da un paso hacia adelante, apunta a Malfoy al pecho y sin preguntarse si lo que está haciendo es correcto, comienza. Algo en su estómago se alborota por la expectación. La emoción escalando por su garganta, es repugnante. Lo observa por última vez, se permite contemplar sus palmas, la voluntad escapándose por la punta de sus dedos pálidos.

—Draco Malfoy, de propio anhelo accedes a entregarme tu vida y tu magia, renunciando, inclusive a la muerte hasta que yo lo decida, obedeciendo cada uno de mis deseos sin cuestionamientos.

Malfoy hace una mueca, por fin mostrando algo en ese rostro perfecto, el dolor debería estar partiéndolo en dos, pero se obliga a mantenerse en pie. Ron, lanza el hechizo de contención al mismo tiempo que lo hace Parkinson. La magia de Malfoy se defiende por un momento, la agresividad, el peligro, la gran fuerza, todo se lanza en su contra al igual que una bestia herida y, en cuanto entra en contacto con su núcleo, sucede. Algo estalla; una detonación insondable que en cientos de crujidos ilumina la estancia. Las magias se mezclan, se revotan y vuelven a su origen. Percibe un cosquilleo en la columna apoderándose de todo su cuerpo, una inusual energía corriendo por sus venas. Por primera vez en años, se siente vivo, inmune. Malfoy cae de rodillas, siente su dolor en sí mismo, como un eco indestructible formándose en la pequeña línea que separa sus conciencias.

Accedo —murmura sin aliento. Unas gotas de sudor escurren por su frente, el gesto lo distrae, brillan como pequeños cristales sobre la piel impoluta. Por un segundo, es difícil pensar en él como el sádico asesino que sabe que es. De su varita brota un resplandor intenso en color púrpura que lo envuelve, impulsándolo todavía más contra el piso en un empuje vengativo y humillante, pero resiste. La luz parpadea en intensidad, un grito desgarra su garganta, abre los brazos y se deja caer sin gracia en todo su peso a sus pies. Parkinson se mueve intentando llegar a él, pero Ron la detiene sin romper el hechizo. La vista es deprimente.

Su propia respiración se corta, los pulmones llenos de algo que no puede adivinar, la varita vibrando en su palma, ávida de poder. Entonces, contempla a Malfoy, fulminado en el piso, derrotado, la fragilidad zumbando a su alrededor. Es momento.

—AvadaKedabra.

La maldición sale cruda de sus labios. Rápidamente la luz verde traspasa el cuerpo endeble que ya la espera sin luchar. Es atrayente y precioso al mismo tiempo.

Hay un silencio largo y perturbador, seguido de un quejido, Malfoy inhala profundo como si hubiera estado ahogándose. Se sostiene con los antebrazos contra el suelo y no hace por moverse, aunque el intenso temblor lacerante todavía le provoca agitarse sin control. La varita olvidada a su lado.

—¿Draco?

Parkinson pretende acudir en su ayuda, pero Malfoy no pronuncia palabra. En su lugar, mueve la cabeza en una negación vehemente cuando la siente aproximarse, pero no alza la mirada.

¡Joder! ¡¿Cómo mierda sigue viéndose así?!

Le preocupa el aspecto que da en el exterior; todavía podría levantarse y matar a todos en un solo movimiento si se lo propusiera, pero hay algo más en la tensión de sus hombros, en la curva de su espalda, en esa vacilación temeraria que lo retiene.

Carajo. Necesita verlo, necesita...

—¡Levántate!—le ordena y obedece al momento. Sus ojos parpadean, sobresaltados, el gris, el azul eléctrico por poco imperceptible, pero él lo nota, cada vez lo ha hecho.

El chillido doloroso que suelta Parkinson casi lo hace experimentar la culpa. Casi.

—Potter.

El modo en que dice su nombre... Respetuoso, conciso, suplicante. Draco Malfoy no deja de mirarlo, lo observa con desesperación a la espera de algo .Su cabeza se inclina levemente tomando una postura tensa y servil, el cabello rubio cubriéndole parte del rostro en una fascinante cortina espesa. Todo su cuerpo alerta y dispuesto a cualquier cosa que él necesite. Funcionó. Draco Malfoy, le pertenece.


¡Hola!

Llevo dando vueltas con esta historia desde hace un año, pero habían sucedido tantas cosas que no me había animado a escribirla en serio, pero aquí está. Todavía no sé si van a ser seis capítulos o diez, ya iré viendo conforme se vaya desarrollando, espero que les guste. Va a ser muy oscura, así que sobre aviso no hay engaño.