Capítulo Tres

— A ver, fresita de barrio, cuéntanos tu historia de como te petateaste

Theresa rodó los ojos e hizo como si no hubiera escuchado a la naca pelirroja.

— Todo comenzó con mi familia y yo llegando a Nueva España, ahora conocida como México, debió de haberse quedado así como "Nueva España". Yo era la menor de siete hermanas, we.

— ¡¿Siete hermanas?! — exclamaron los tres hermanos Tudor al mismo tiempo.

— Bueno, con mi compa Ron eran siete hermanos así que no es de otro mundo — dijo Mary con una risita. — ¿Y cómo se llamaban tus hermanas, Theresita?

— A ver cómo se llamaban….. Ah sí: Lucía, Rosario, Evangelina, Edith, Hortensia y Carmen — dijo Theresa contando con sus dedos pálidos. — Lucía era la mayor y se había casado con un miembro cercano al virrey de Nueva España. Carmen y yo todavía no nos casamos, éramos las más jóvenes pero yo era la más consentida.

— Con razón se le pegó lo mimada — murmuró Fierro a Malverde, quién asintió. Theresa le lanzó un cojín a la cara. — ¡Ay perdón, princesita!

— Cómo decía, nos instalamos en la capital de Nueva España en una casona super nice. Claro, la servidumbre siempre recordaba su lugar, no como otras que nomás son rebeldes ante las órdenes de gente como yo.

La indirecta le llegó a Mary y Victoria, quiénes no dudaron en darle un zape en la cabeza.

— ¡Órale! ¡Sólo decía la verdad!

— Theresa, sigue contando tu historia pero sin insultarnos o te encerramos en el espejo — amenazó Constanza severamente. Theresa tragó saliva y prosiguió con su historia.

— Había pasado un mes de nuestra estancia y todo iba bien, claro hasta que una noche de lluvia llegó una anciana andrajosa a nuestro hogar. La anciana estaba mendigando un pedazo de pan, pero claro yo no le iba a dar nada.

— ¡Eso es muy cruel de tu parte, Theresa! — replicó Elizabeth I molesta. — Debiste ayudarla.

— Ash, era una anciana nomás — dijo Theresa rodando los ojos. — Pero claro, mi hermana Carmen fue muy tonta al darle comida a esa mendiga. Mis padres le dieron una regañiza y claro a mí, nunca me dijeron nada. Pasó una semana desde ese incidente y tuvimos un almuerzo familiar, celebrando la noticia de que Lucía estaba esperando un bebé. Estaba comiendo mi postre hasta que sentí un dolor tan fuerte en el pecho y todo se volvió oscuro.

— ¿Y apareciste frente al Consejo Fantasmal?

— Bueno, aparecí en un callejón sucio del Bajo Astral, me dieron escalofríos de no más estar ahí…. Ay, ¡qué asco!, lleno de serpientes, alacranes, cucarachas… Lo bueno que el Consejo Fantasmal me sacó de ahí y pues aquí estoy con esta bola de nacos zarrapastrosos.

— ¿Y al menos supiste algo de tus hermanas?

— Supe quién me envenenó mi comida, ¡fue Evangelina! Siempre estuvo celosa de que mis padres me consintieran y por eso me mató, lo peor es que se salió con la suya. Lo malo que nunca pude casarme, we.

Theresa se cruzó de brazos y puso una mirada de enojada. Por culpa de Evangelina, se encontraba en un departamento de un edificio de la ciudad de Londres con otros fantasmas que en su opinión, estaban en un nivel inferior a ella.

— Después de escuchar la historia de Theresa, sigue la nuestra — dijo Edward VI. — Después de todo, somos de la misma época.

— ¿Qué hay de ustedes tres? Mismo padre, pero diferente madre.

— Así es, nuestro padre fue Enrique VIII, rey de Inglaterra — dijo María I con una expresión seca. — Primero estaba casado con mi madre, la Reina Catherine de Aragón. Todo estaba bien pero nuestro padre quería un varón que heredara su corona.

— Entonces conoció a mi madre Ana Bolena, se enamoró de ella. Entonces él decidió divorciarse de la madre de María para estar con mi madre. Se separó de la iglesia católica y se hizo jefe de la iglesia de Inglaterra.

— ¿Todo por un divorcio? Chale carnal, tu jefe estaba loco — dijo Victoria con una mueca de disgusto.

— Pero la suerte no estuvo de su lado y me tuvo a mí. A mi padre no le agradó la idea de tener dos hijas y mandó a mi madre a qué la decapitaran. Desde entonces, María y yo hemos crecido sin nuestras madres y en diferentes lugares.

— Entonces, unos años después, mi madre Jane Seymour conoció a mi padre y se casaron. Ahí finalmente mi padre tuvo lo que siempre quiso, a mí, fui su heredero al trono.

— Pero moristes bien quinceañero — se rió Mary burlonamente.

— Como sea, me volví rey a los nueve años cuando nuestro padre falleció. Ser rey no fue nada fácil para mí, ¿de acuerdo? Convencer a los demás de volverse protestantes, decapitar aquellos traidores a mi gobierno…. ¡Para colmo estar buscando a alguien con quién comprometerse!

— Ya entendimos, carnal no te sulfures — dijo Victoria. — Continúen pero relax.

— El punto es que hubo mucha tensión entre nosotros — dijo María I mirando a sus hermanos y luego a los demás. — Mientras Elizabeth y Edward eran protestantes, yo era católica y mantuve mi creencia firmemente hasta mi muerte. Eso nos llevó a problemas con la Corte Real y más porque nos usaban como peones en su ajedrez. Cuando Edward falleció, Jane Grey fue reina durante nueve días pero yo la destroné.

— Más bien seguiste el consejo de alguien que no debiste confiar, María — dijo Edward.

— ¿De quién?

— Hubo una misteriosa mujer en la Corte Real, muy cercana a nuestra madrastra Catherine Parr — continuó Elizabeth I. — Muchos rumoreaban que era una bruja porque siempre actuaba con sigilo y predecía lo que sucedería con nosotros. Esos rumores eran ciertos. Ella se llamaba Frida Broomhead.

Constanza se puso pálida al recordar ese nombre. Lo había visto en los retratos de la mansión de Hecketty, una mujer joven de cabello negro y ojos grises, una sonrisa diabólica en su rostro y con una mirada de arrogancia que parecía seguir sus pasos.

— Yo fui tan tonta en confiar en ella, durante cinco años seguí sus consejos y por su culpa obtuve ese título de "La Sanguinaria". Cuando iba a morir, le dije a Elizabeth que cuando se volviera reina a la primera que mandaría a ejecutar fuera a Frida, por todo el daño que me hizo y a mis hermanos.

Fierro se acercó a María para abrazarla, ésta ni siquiera se tomó la molestia de alejarlo.

— Cuando me volví reina, cumplí la promesa de María y decapitaron a Frida Broomhead por sus crímenes. Mandé a qué la sepultaran lejos de Inglaterra, así comencé a gobernar el reino e hice que fuera esplendoroso, incluso la armada española fue derrotada. Mi muerte fue provocada por mi perfección de mi apariencia, el maquillaje que usaba era tóxico y eso hizo que me enfermara y terminara muerta.

— Y ahora estamos en este departamento y al parecer veo que han pasado muchos años, Londres ya no es como antes — dijo Edward mirando con extrañeza las luces que se veían en la ventana.

— Eso sí, ¿les parece si tomamos un descanso? Así podemos escuchar mejor la historia del Santo Patrón, Malverde.

— Es verdad, estoy interesada en saber sobre su historia — dijo Elizabeth I sonriente.

Malverde asintió al mismo tiempo que los demás se alejaban del lugar para tomar un receso. Las siguientes historias venían más oscuras que las que habían escuchado.