CAPITULO 2; UN NUEVO COMIENZO

La isla de los Cedros había sido hasta donde ellos recordaban una lugar sumamente rico y lleno de vida, Serbion había visitado alguna que otra vez aquel paraje en compañía de Pertinax y habían gozado en su día de las playas ahora quien le iba decir un par de lunas atrás que todo se derrumbaría de la noche a la mañana.

Serbion aun de rodillas sobre la arena, no se atrevía ni el ni ninguno solo de los allí presentes a pensar en lo que había sido de Valyria. Ahora ya habían desembarcado al menos dos cohortes y los demás dragones restantes, a la espera de las ordenes de su señor.
"Esto parece otro mundo" pensó Serbion al ver en la lejanía como la maleza y la selva reinaban sobre las ruinas de Ghozai. Además se sentía raro en ese lugar, en la tierra y el aire algo tétrico había, y podía oírse algo, dejando de lado monos y demás bestias salvajes. Cada vez se hizo más audible en sus oídos.

Pertinax rugió iracundo y el resto de los dragones rugieron ensordecedoramente al unísono, de ira y de miedo ante la presencia. Los hombres también se asustaron, y Aryos Othoryon dio orden de replegarse en las naves.

"¡No!" gritó Serbion, recomponiéndose de la situación "¿No oís sus gritos?" preguntó histérico mientras de sus manos brotaba un extraño báculo de piedra magmática. Todos se alejaron, incluso los dragones a excepción de Pertinax retrocedieron. Los ojos de Serbion cambiaron del azul pálido al naranja de lava, y una luz pura del sol cegador brotó de la punta del báculo, que Serbion sostenía como si fuese el pilar de los cielos, formó una gran barrera que cubrió toda la gran isla.

Incluso un hombre tan fiero como Dyras Galbarys esbozó una mueca de horror, cuando una marabunta de abominable oscuridad se hizo visible en aquella tierra umbría. Las bestias y los dragones gritaban fuera de sí tratando de escapar del lugar, para los primeros era imposible, para los segundos a sus amos les tomó toda su voluntad y destreza mantenerlos a raya. Pero la vista de vientos de brazos, rostros antaño humanos, unidos en monstruosas imágenes salidas del infierno, gritando de locura y horror por toda la eternidad, en esa execrable pesadilla viviente.

"Luz del cielo, paz de la tierra, bondad del mar" recitó Serbion mientras la marabunta trataba en vano de romper la barrera y arrastrarlos a ese infierno "Vuestro sufrimiento hoy fin tendrá" gritó. Y trató de dar un golpe con el báculo en la arena, pero aquella monstruosidad parecía ceder la barrera, para pesadilla de los suyos. Entonces Serbion apretó los dientes y ahora con su pelo brillando al igual que sus ojos, reforzó su hechizo con todas sus fuerzas, golpeando con gran esfuerzo el suelo en tanto la frente le sangraba.
El golpe de Báculo resonó por toda la isla, cuan campana de libertad la barrera hizo contraerse a la marabunta, mientras sus gritos era tana agudos y monstruosos que todos tuvieron que meter la cabeza en la arena, y los dragones de cuyo oído era más sensible se elevaron a los cielos junto a sus amos. Desde allí vieron como la barrera ahora en cúpula tornada hacía retroceder a la pesadilla hasta donde se hallaba su podrido corazón. Allí en el camino entre las tres urbes destruidas un ultimo grito de horror llego hasta los cielos mientras las bestias volvían a la jungla. Una ultima imagen de la marabunta apareció en su repugnante esplendor antes de convertirse en polvo llevado por el viento,

Serbion pronunció unas palabras ininteligibles y la luz volvió hacía la punta del báculo en una especie de remolino de belleza espiritual. Entonces el báculo desapareció en sus manos, y solo se oían las olas del mar y el suave viento del mar.

Todos suspiraron de alivio, y Aryos Othoryon se acercó a Serbion con una velocidad impropia de su edad para sostenerle en sus brazos, pues el joven estaba al borde de la extenuación, pero sonreía débilmente.

"Ahora la isla es segura" dijo Serbion con cansancio "Hay que ir al norte…a Valarys…allí mi familia tiene una villa de recreo…quizás nos pueda servir"

Aryos Othoryon llevó a su señor, en su gran y grisáceo Pólux. Seguidos de cerca por Pertinax y los otros amos de dragón de las familias Othoryon y Galbarys. Ante la dificultad para adentrarse en la maleza, decidieron bordear en las naves hasta llegar al norte de la isla. Mucho más discreta y lujosa, Valarys era una ciudad recreo muy al estilo de Lys, pero más selecta, allí estaban las villas tanto de los miembros de la casa Vitelis y de sus casas vasallas, como eran los casos de Othoryon y Galbarys. Cuando avistaron la ciudad de recreo, vieron con algo de alivio como la ciudad había permanecido relativamente intacta de su tamaño. Pero yacía desierta y la maleza había cubierto grades extensiones de esta.

Fueron necesarios el buen hacer de dos centurias y toda una noche, para acabar con la maleza de las zonas más pudientes. Durante toda la mañana los sirvientes habían limpiado con esmero la villa de Vitelis. La cual ya tenía un aspecto decente, pero estaba apagada y aun tenía un aire solitario que tardaría un tiempo en desaparecer. Aun así la villa aun conservaba su magnifica estructura de cinco plantas, el cual era el doble de grande que la casa del mercader de Volantis. Sus fuentes y piscinas ahora limpias de podredumbre aportaban algo de paz, aunque los imponentes jardines, que ocupaban la tercera parte de Valarys, tardarían tiempo en recobrar su esplendor. En cambio las estatuas de los dragones seguían imponentes como la ultima vez que los vio.

Para elevar el ánimo, se había declarado una fiesta con música, comida, cómicos y vino. por fortuna las bebidas que Serbion había elaborado el año pasado, no se habían visto afectadas y causaban gran deleite entre sus súbditos.
En el gran comedor estaban comiendo los siete señores dragón. La mesa era de piedra al igual que las sillas, pero resultaban realmente cómodas. Entonces comieron cada uno una fuente de carnes en salsa de tomate frito con patatas, junto pan caliente y un poco de fruta de postre.

Aparte de los señores Othoryon y Galbarys los otros cuatro integrantes eran Jaenor Othoryon, segundo hijo de Aryos, un hombre robusto pero afable en la cuarentena con experiencia bélica y un notable administrador a las sombra de su hermano mayor, amo de Vindex el dragón añil, a su lado en la mesa, se hallaba su única hija Jaenera, una mujer de veinte días del nombre. Era una belleza incluso para los estándares valyrios. Era alta, voluptuosa y grácil con unos atributos que hacían derretir a todos los hombres y varias mujeres, por no hablar de mirada violeta brillante como el gran dragón que poseía de nombre Valente.
Al otro extremo se hallaban el hermano menor de Dryas, un hombre más reservado y leal mano derecha de su hermano, de apariencia más suave pero de eficiencia probada, tenía el gran dragón fucsia de nombre Vesiano, y por ultimo estaba el único hijo de Dyrias, Domyron un muchacho apenas dos años mayor que Serbion. Era conocido por ser alguien de gran valor y astucia pero más encantador que su padre, de quien solo se diferenciaba por tener la piel de ébano. Y montaba al ultimo de los grandes dragones, de nombre Maxis la gran vestía ambarina.

Serbion ahora estaba presidiendo la mesa por primera vez en su vida, y ejerciendo de líder de la colonia, hasta más noticias ejercía como jefe de la casa Vitelys. Sin embargo no se hacía ilusiones pues todos habían visto en la lejanía como las catorce llamas explotaban a la vez y luego la tormenta con aquellas olas monstruosas que apenas habían esquivado por poco, de hecho le costó mucho tiempo pronunciar palabra.

"La situación es desastrosa" dijo finalmente haciendo que todos se giraran para escucharle "Si la situación está así aquí, no me atrevo ni pensar en lo que ha pasado en Valyria"

Todos cerraron los ojos con gravedad, ante el hecho de que Valyria se había ido, era algo que ninguno de ellos se atrevería a admitir.

"Al final tenía razón" dijo Aryos Othoryon con pesar.
Serbion alzó una ceja al ver a Dyrias Galbarys gruñir de la frustración.
"¿A que se refiere?" preguntó Serbion, sabiendo que algo se le escapaba, y debía de ser importante ante las miradas de frustración del resto.
"Mi señor" comenzó Aryos Othoryon "doce años atrás uno señor dragón inferior abandonó el feudo franco junto con su familia, porque según parece su hija había visto en un sueño la destrucción de Valyria"
Serbion guardó silencio, el que era un gran maestro de la magia, le costaba mucho creer en las profecías, siempre habían sido muy poco confiables. Entonces se lamento al comprobar que siempre había alguna excepción que confirmaba la regla.
"¿Quién era ese señor?" preguntó Serbion.
"Aenar Targaryen" respondió Dyrias Galbarys con fastidio "Adquirí varias de sus posesiones en el feudo" Serbion sonrió al ver la mueca por el mal negocio que había hecho década atrás.
"¿Y ese tal Aenar adonde se fue?" preguntó Serbion.
"A Rocadragón" respondió Aryos Othoryon "Un puesto de avanzadilla en Poniente en el mar Angosto"

Serbion se levantó de su silla y cruzó las manos sobre la espalda. Cerró los ojos por un momento y todos contuvieron el aliento ante su revelación.
"Temo que Valyria desapareció hace tiempo…mucho tiempo" dijo con dificultad, pero era de sentido común con solo ver la maleza. El artefacto que había empleado había sido experimental en uno de sus investigaciones sobre la tele portación que aun estaba en periodo de prueba "El artefacto aun estaba fase de prueba…aunque dentro de lo que cabe hemos tenido suerte…un poco más y habríamos acabado como los espectros"

El estremecimiento de todos los presentes ante tal destino fue sin duda un pobre consuelo, pero habían perdido a tantos parientes y amigos que las lágrimas no pudieron ser contenidas. Aryos Othoryon había perdido a su primogénito, dos hijas y a cinco nietos, mientras que Dyrias Galbarys había perdido a su mujer y a su hija. El propio Serbion había perdido a su padre y a su hermano mayor, su madre había fallecido años atrás trayendo al mundo a su hermanita pequeña que también había perdido.

Pero entonces sintió como alguien masticaba trigo con carne sin ninguna moderación. Serbio se crispo ante semejante ultraje a su dolor, y un dedo le comenzó a brillar transformándose en lava, cometiendo una barbaridad. Aunque cuando abrió sus ojos casi se le salen de sus orbitas, al ver a una pequeña figura devorando en compañía de una cría de dragón cerúleo, que comían devoraban como bestias salvajes.

Serbion sintió que su corazón se le iba a salir de la boca, mientras que el resto se había quedado sin palabras. Se acercó a paso lento y temiendo que era un espejismo, la agarró por los hombros y la giró, viendo ante ella a una niña de siete días del nombre de cabellos largos y rubios, ojos azul celeste, piel nívea y belleza tan perfecta que parecía un querubín bajado de los cielos, quien le daba su mejor sonrisa.

"¡Octarya! ¿Cómo es esto posible?" preguntó al ver a su hermana con su dragoncito volar revoloteando a su alrededor.
"Me…me escondí en uno de baúles" dijo con timidez "llevó una quincena comiendo pan y nueces" dijo sirviéndose un vaso de agua para calmar su sed "Yo…lo siento mucho" dijo luciendo arrepentida junto a su dragón, inclinando ambos la cabeza.
Serbion le dio una colleja, por su rebeldía. Pero luego se agacho y la abrazó con todas sus fuerzas.
"Prométeme que nunca me abandonaras" le suplicó a su hermanita mientras lloraba de alegría por tenerla de vuelta.
Octarya soltó una carcajada.
"Claro que sí" dijo su hermana "pero cuando padre se enteré…"
"Se ha ido, todos se han ido" le confesó y su hermanita que era más inteligente de lo que cualquiera podría nunca adivinar, sollozó sin control.
Serbion la cogió en su sus brazos y la consoló hasta que se quedó dormida en la cama de su antigua habitación en la villa. Cuando finalmente se quedó dormida le dio un beso en la frente antes de abandonar la habitación.

Entonces se reunió con Aryos Othoryon en la antigua oficina de su padre, ahora suya propia, junto con su hijo Jaenor. Entonces les ordenó que enviaran agentes de incognito a las Astapor y Yunkai, para saber como era ahora el nuevo mundo.
Un par de semanas después uno de sus edecanes regresó en compañía de una centuria, y a paso acelerado entró en la oficina donde estaba jugando con los dos jefes vasallos.
Pero la sorpresa que se llevaron fue mayúscula cuando el hombre relato algo increíble, e incluso trajo libros para atestiguarlo.

Serbion se llevó una mano a la frente, sin poder creérselo.

"Han pasado cuatro siglos"