Las campanas de la catedral sonaban una y otra vez. Aquel día no había fiesta que celebrar, no había evento para conmemorar.
El cielo de la ciudad parecía ser cubierto por nubes de tonalidad púrpura, rugían con fuerza como si en algún momento fuera a desatarse una tormenta eléctrica. Dichas nubes no parecían ser naturales, sino creadas por alguien.
La tristeza envolvía a la ciudadela de la libertad, pues un alma ahora descansaba junto a los guerreros de antaño que los liberaron de la tiranía de Decarabian.
En la catedral de Mondstadt un funeral se llevaba a cabo, el llanto de Klee resaltaba sobre aquel silencio fúnebre que se extendía por todos los asistentes.
La pequeña niña se aferraba fuertemente a las ropas de Albedo quien la cargaba en brazos. Aún no podía creerlo, él su amigo, su compañero y guardián de juegos, dentro de aquella caja de madera durmiendo eternamente, no le gustaba odiaba que así fuera, lo quería devuelta, rogaba entre llantos al Alquimista en jefe de los caballeros de Favonius que hiciera algo que pudiera devolverle a la vida, pero la alquimia no funciona de esa forma y no había nada que hacer por él.
Sus amigos más cercanos se abrazaban el uno al otro llorando su perdida. Bennett con su carita cubierta de lágrimas y mocos, y Amy porque hoy no tenía el suficiente valor de adoptar el rol de Fischl, quien se escondía en el pecho del rubio cenizo. Ambos ya se habían acercado a observar su cadáver, ninguno daba mérito con lo que veía.
Cuando se enteraron de la noticia se mostraron molestos, pensando que era una broma de mal gusto que alguien les estaba haciendo, pero la seriedad con la que el mensajero expresaba la noticia hacía que el mundo se viniera encima para ambos.
Después de todo él era tan joven como ellos, tan enérgico como ellos, tan especial como ellos que aún les quedaban mil y una aventuras por recorrer juntos.
Pero Razor ya no tendría ni una aventura más.
Lisa, su maestra, con una triste mirada y una mueca de dolor, ambas características para nada usuales en ella, fue la primera en divisar como una figura de cabellos rojos se estaba acercando al cajón de madera.
-¿Qué haces aquí?
Se interpuso pronto en su camino, aún le guardaba cierto rencor, rencor que, aunque reconocía no merecía su mente nublada por la ira y la pérdida no le ayudaban a entender eso.
Aún lo recordaba, claro que lo hacía. El día anterior ese mismo hombre frente a ella se adentró silenciosamente a la ciudad, todo el que le veía pasar se quedaba sin aliento por la imagen que veían.
Pronto un caballero fue el que corrió a darle el informe al Maestro interino, la mujer sorprendida por la noticia iba a poner manos en el asunto. Bien se sabía de la aversión del hombre para con la organización de Favonius, así que grande fue la sorpresa para la de hebras rubias cuando vio al hombre en su oficina.
-Maestro Diluc... -notó algo particular en él, la sangre en su pecho, su abrigo por supuesto manchado sobre un pequeño cuerpo que cargaba en sus brazos- no...
La puerta de la oficina fue abierta y por ella entro la bibliotecaria quien había sido requerida por el pelirrojo en la habitación poco antes de entrar en la misma.
-¿Maestro Diluc? -pregunto con duda, luego observó el asombró y la conmoción en el rostro de su amiga.
Dio algunos pasos que le permitieron adentrarse más en la oficina y con ello observar la razón del misterioso actuar del antiguo caballero.
-Que...
Olvido lo que iba a decir al notar aquellas hebras platinadas pertenecientes al joven en las manos del hombre, observó un rastro de sangre en su rostro, luego la gabardina negra cubriendo su cuerpo.
Sin esperarlo más, jalo de la prenda de vestir descubriendo por completo el cuerpo del niño que era su aprendiz. La mujer quiso gritar ante la sorpresa, con su mano llena de miedo tocó cerca de la gran mancha de sangre que cubría gran parte del cuerpo del joven.
Miró de forma suplicante al hombre, esperando no oír lo que más temía.
-No tenía pulso cuando lo halle... Lo siento -dijo el hombre con pesar.
Tras la castaña Jean pareció perder en aliento ante la noticia.
Lisa con sus manos temblorosas y con algo de sangre sobre ellas trato de tomar el rostro de chico.
-R-razor, cariño... Despierta, ¿sí? -pidió con la voz flaqueante, se negaba a aceptar la realidad- Razor, por favor... Abre los ojos -por fin logro hacer contacto con la piel del chico acariciando sus mejillas- Cariño, tengo tanto por enseñarte... Levántate.
La voz rota de la mujer junto con las lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos fueron el indicador para Diluc de poder agacharse y dejar el cuerpo inerte descansar sobre el suelo.
Lisa por supuesto se dejó caer a su lado, elevando la parte superior del chico con sus brazos para después envolverlo con los mismos en lo que sería un último abrazo.
-Razor... Por favor... Abre los ojos, eres tan joven -la mujer le hablaba como una madre, de seguro aquello le hubiera encantado al chico cuando aún vivía, sentir que a su lado podría encontrar más que una maestra- No te vayas, no puedes irte... Por favor... Por favor...
Las lágrimas de la bruja púrpura caían sobre el rostro del chico mezclándose con su sangre, sangre que estaba sobre sus brazos, su ropa, su cara.
Con su mano tanteo la espalda del chico en busca de un objeto en especial, una vez lo obtuvo lo retiró de las prendas del platino para poder verlo mejor.
-No... No...
Su último atisbo de esperanza se había ido, aquella piedra púrpura que alguna vez brillo con fulgor mostrando la insignia elemental que compartía con él estaba apagada. Símbolo de que realmente el niño lobo ya los había dejado.
La mujer apretó fuertemente la piedra entre sus manos, su llanto ahora era más fuerte, audible para cualquiera que estuviese en los pasillos de la sede, mientras que fuera del edificio una gran nube púrpura se alzaba sobre este, los truenos rugían en su interior preocupando a los habitantes de la ciudad.
Después de eso Jean y Diluc habían abandonado la estancia permitiendo a la bruja su momento de soledad.
[...]
Viéndose ahora ignorada por el hombre la mujer volvió a preguntar dejando entrever su enojo.
-¿Qué haces aquí?
-Vine por él...
-¿Por quién? -aquello salió de su garganta como un grito ahogado.
-Lisa, cálmate -su amiga trato de llamarla, no sería correcto hacer una escena ahora.
Ante el silencio del hombre, la castaña se estaba desesperando, quería gritar, pero sentía como su voz ya dolía, sentía que si lo hacía sus cuerdas vocales terminarían por rasgarse.
Llevaba toda el día anterior y la noche exclamando su dolor, en búsqueda que algún arconte o la misma Celestia, devolviera la luz a los ojos del niño.
-¡Vete! ¡Quiero que te vayas! -exclamo la mujer llena de ira.
-Lisa... Vengo por Razor -expresó el hombre en calma, no quería exaltar mucho más a la bruja.
-¡Razor se ha ido! -grito a viva voz mientras su voz volvía a quebrarse, nuevamente lloraría, pero no sería la única.
La pequeña Klee que se había calmado, volvió a su llanto ahora incrementado, Albedo tuvo que sacarla pronto de la catedral. Bennett y Fischl se aferraron el uno al otro, buscando consuelo en la cercanía de ambos, pero para ellos nunca habría mayor consuelo que volver a abrazar al niño lobo.
-¡Él está muerto! ¡Ya no está! ¡Vete!
Antes de que le lanzará un rayo y vaya que era lo más probable que sucediera, el antiguo caballero pronto acorto la distancia entre ambos y envolvió a la mujer entre sus brazos. Desde luego era un acto impropio de su parte, pero él mejor que nadie entendía el significado de una pérdida, como tu mundo se derrumba porque aquel ser que lo hacía especial se ha ido.
Él lo sabía.
La mujer trato de alejarlo de si, no quería que ese hombre la tocará, trato de golpearlo, incluso aruñarlo, pero su fuerza ya la había abandonado, cedió ante los brazos masculinos y volvió a caer presa del llanto y del dolor.
-Los lobos... Quieren verlo -explicó Diluc sereno- están esperando en el puente.
La mujer quien ya había mermado en su llanto pareció dudar y esto fue notorio para el de ojos escarlata.
-Son su manada, ellos también son su familia.
Ese pequeño recuerdo, de cómo el chico le hablaba alegremente de su lupical, de cómo una vez llegó a referirse a ella de la misma forma, fue lo que le permitió ceder ante el pedido.
Por lo mismo, todos los que estuvieron dentro de la catedral, ahora se encontraban a un lado del puente observando a la manada de lobos.
Habían sacado al niño del ataúd, los lobos no entenderían la forma en la que los humanos se despedían de los otros, ellos tenían sus propias formas de hacer las cosas, dejaron el cuerpo de Razor sobre el suave césped.
Un cachorro fue el primero en acercarse, olisqueo a quien antes fue su hermano mayor, no olía igual que antes, busco su mano y trato de levantarla esperando volver a sentir las caricias en su cabeza, pero la fría mano no se movía. Dio un aullido lastimero.
Los demás caninos se fueron acercando poco a poco olisqueando y comprobando su nueva realidad. Pronto la manada de lobos rodeo al niño lobo y continuaron con un coro de aullidos afligidos como despedida a su lupical.
Una suave brisa sopló desde oeste, en ella todos los presentes pudieron percibir el sutil sonido de otro aullido de dolor.
Desde las profundidades de Wolvedom, Andrius daba su último adiós al chico, aun siendo un espíritu había demasiado dolor en él, quizá porque aquel que perdía era el chico al que crío, quizá porque no volvería a escuchar su viva voz o quizás por ser el causante de lo que aquí aconteció.
