I
El cielo era un lugar fantástico, y Dean disfrutaba sus días recorriendo los lugares que lo conformaban. El asunto del libre albedrío antes no le habría parecido tan divertido, pero al ver lo que el nuevo Dios, su querido Jack, había hecho, le llenaba de orgullo y de una envidiable tranquilidad. Sonrió para sí mismo. Ahora estaba en su nueva casa, relajado, retirado y feliz. En vida nunca habría siquiera soñado en estar un día sin hacer más que descansar tomando una cerveza mientras veía a su hermano Sammy jugar con Miracle, el perro de la familia.
Tenía una casa modesta, considerando que él nunca fue un hombre acostumbrado a las grandezas y su hermano estaba más que cómodo viviendo de esa manera junto a él. Sí, todo parecía un sueño, tenía todo: a su baby, a su hermano y a su perro.
Sin embargo, siempre había un "pero" en su historia.
No se dio cuenta en qué momento se había quedado dormido, pero no parecía haber tenido un sueño muy pacífico. Sí, Dean Winchester nunca podía ser cien por ciento feliz, pese a gozar de la paz que el cielo le otorgaba luego de una vida muy caótica.
—¿Dean? —escuchó a su hermano, quien había dejado dormido al can luego de tanto jugar. —¿Te sientes bien?
El de ojos verdes lo miró, pero realmente no parecía observarlo a él.
—Creo que soñé con algo…que ya no recuerdo…
Otra vez despertaba con ese sentimiento de vacío y esas inmensas ganas de llorar.
—¿Sabes, Sammy? Siento que estoy feliz luego de reunirnos aquí, tengo todo lo que he querido y que en la tierra nunca tuvimos…
—¿Pero…? —continuó su hermano, interrumpiéndolo.
—¿No sientes que hay algo que nos hace falta? Pese a esta maldita tranquilidad, las mejores cervezas del mundo y la ausencia de monstruos, vampiros y no sé qué más, siento que algo me falta, pero no sé qué es…
No puedes decírselo, Sam…
El menor de los Winchester tragó fuerte para luego volver hacia su hermano mayor.
—¿Crisis de la edad? —bromeó, haciendo sonreír levemente a Dean.
—Aquí ya no envejecemos, Samantha…Y no, no creo que fuera eso de todas maneras. Hay…algo, como una espina dentro de mi garganta que me hace daño cuando siento que todo está bien y nada malo puede volver a pasar…Y luego…todo se vuelve sombrío a mi alrededor, como si esta no fuera la verdadera felicidad que necesito…—se golpeó suavemente el pecho.
—Oh, mi hermano se ha vuelto todo un poeta. El cielo te ha lavado el cerebro. Alabado sea San Jack y sus ángeles…—bufó Sam nuevamente.
Ángel…
Ángeles…
—¿Ángeles?
Dean se llevó una mano al pecho, justo al área del corazón, preocupando a su hermano, quien inmediatamente se acercó a él lo suficiente para intentar ayudarlo.
—Ese sueño… ¿Acaso fue un ángel?
Sam lo miró sin comprender.
—¿Te sientes bien, Dean? ¿Qué te duele?
¿Un ángel?
Un chillido insoportable comenzó a ensordecer al mayor. Tocó su cabeza con ambas manos, con un gesto de dolor.
—¿Dean? ¡Dean! ¿Estás bien?
Ojos hermosamente azules. Azules como gemas egipcias…
Un rostro difuso, pero que le hacía doler el corazón.
—Azules…ojos azules…—musitó apenas, mientras se apoyaba contra la silla que tenía tras de él.
Sam entró en desesperación mientras el antiguo cazador seguía repitiendo la misma frase y no quitaba las manos de su cabeza. El menor no hizo más que abrazarlo mientras el dueño del impala correspondió tal gesto, aferrándose a su espalda. Sam entendió la profundidad del dolor de su hermano al sentir el fuerte agarre, casi llegando a asfixiarlo. No sabía qué hacer, cómo decirle, ya que no quería engañarlo y luego ver la decepción en los ojos de su compañero, pero tampoco sabía cómo manejar la situación.
"No puedes decirle, Sam. Gradualmente, Dean olvidará ese sentimiento de pérdida. Es mejor que olvide a Castiel, de lo contrario no va a parar hasta sacarlo de donde sea que él esté…y sabes que ese no es un sentimiento sano para él…", le dijo Jack cuando, personalmente, lo llevó hasta el lugar donde se reencontraría con su hermano en el cielo, descubriendo que el mayor, en efecto, había olvidado todo lo relacionado con Cas.
—Todo va a pasar, Dean…Estamos juntos, podremos solucionarlo todo…
El mencionado se separó bruscamente de su hermano y lo miró a los ojos.
—¿Cómo lo sabes? ¿Hay algo que me estás ocultando, Sam?
El menor comenzó a balbucear del nerviosismo.
—Me…refiero a que siempre resolvemos todo. No te preocupes, Dean. Eso gradualmente tendrá una solución…
Ambos se quedaron en silencio mientras Miracle había vuelto a ponerse de pie para ladrar y correr por todo el jardín.
—Oye ¿por qué no vamos a ver a mamá y papá? Seguro que eso te sube los ánimos, Dean…—propuso Sam—. A mamá no le gustó mucho que nos mudáramos, así que es seguro que nos extraña…
Dean se sentó y frotó sus ojos con rudeza.
—Ve tú. No tengo ánimos de ver a nadie ahora…Miracle me hará compañía, así que mueve el trasero y no me sigas molestando…
—Dean, no tiene sentido si no vamos ambos…
—Me emborracharé hoy y comeré muchísimas hamburguesas, así que estaré bien. Dale mis saludos a mamá y papá y diles que iré luego ¿está bien? Creo que solo necesito un poco de descanso…y quizás unas chicas buenas que me quieran animar.
Sam suspiró con pesadez. Ahí estaba el Dean de siempre.
—No te acabes todas las cervezas, idiota…—finalizó Sam para luego despedirse de su mascota.
—Adiós, perra.
Cuando estuvo seguro de perder a Sam de vista, entró a su casa rápidamente y se quedó un corto tiempo mirando su reflejo en el espejo de la sala. Miracle entró con él y lo olfateó con insistencia. Dean se quitó la vieja camisa que llevaba puesta mientras se quejaba de dolor, como una quemazón que se le hacía insoportable. Lo que vio fue la cicatriz de una mano roja que sobresalía en su hombro izquierdo. La acarició suavemente con la yema de sus dedos, y cayó en cuenta de que la marca no dolía más.
Nuevamente escuchó aquellos pitidos resonando con furia, como si una máquina descompuesta hiciera eco por toda la casa. Sin embargo, nada se rompió ni se descompuso. Aquel irritante ruido venía de su propia mente.
Y todo volvió como un vaivén.
Cabellos desordenados, ojos hermosamente azules como piedras egipcias, un atractivo rostro a medio afeitar, aquella gabardina desgastada y la corbata siempre desarreglada. Aquel ser lo miraba con ternura y sus ojos ahogados en lágrimas le daban una sensación de despedida.
"Te amo…Adiós, Dean…"
Luego todo fue nada. Todo quedó en el vacío.
Y Dean cayó sentado en el suelo mientras se jalaba el cabello y comenzaba a llorar.
—Castiel…
