La familia perfecta
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa en el "Torneo de Desembarco del Rey" del foro "Alas negras, palabras negras".
Condiciones: Canción (palabra), vergüenza (tema), viñeta (extensión) y dorado del Rejo (folclore).
Están jugando a ser la familia perfecta; una cadencia incorporada en la tierna infancia. Mismos movimientos, mismas artimañas.
Tu madre coloca los cubiertos de plata, ese regalo de bodas que exigió por puro capricho y que, desde entonces, solamente ha usado en dos ocasiones. Los candelabros encendidos son de bronce pulido y en ellos se refleja las llamas de las velas. Hay cien lenguas de fuego que apartan la oscuridad que se cierne sobre el castillo.
Todo en esa habitación brilla. Menos ustedes.
No hay sirvientes que coloquen la ternera asada, la salsa de setas y la fuente de verduras en la mesa, pues todos están encerrados en las mazmorras, para asegurar su lealtad y silencio. Esa tarea vulgar queda reducida a las manos de porcelana de tu madre. Debe ser la primera vez que una reina debe servirse su propia comida. Y, si los sueños de Helaena se vuelven realidad, esa no será la peor de las tragedias que tendrán que afrontar.
Aegon ya está borracho gracias al al Dorado del Rejo. No es suficiente que beba hasta el agua de los floreros de Desembarco del Rey, ahora le importan cosechas del mejor vino de Poniente. No puede mantener los ojos abiertos y arrastra las palabras al hablar. Nunca has visto a un rey tan patético. Y eso que ni siquiera lo es. Todavía no lo han coronado, pero es cuestión de tiempo.
El cadáver de tu padre se pudre a unas cuantas habitaciones de distancia y, por más inciensos que prendan, el hedor a muerte camina, golpea las puertas y se sienta a la mesa con ustedes. Has arrugado la nariz en cuanto lo has percibido. Tu madre finge que no está. Igual que ignora deliberadamente todos los tropiezos de su primogénito.
—¿Hasta cuándo tendremos que soportarlo? —preguntas.
—Debemos retrasar la noticia del fallecimiento de su muerte tanto como podamos —responde tu madre—. El tiempo es nuestra principal ventaja sobre Rhaenyra.
Por respeto a ella, no esbozas una sonrisa.
—Aemond se refería a Aegon —dice Helaena.
A veces piensas que, además de ser una soñadora, tu hermana también puede leer el pensamiento.
—¿Qué ocurre con Aegon?
—Tan solo... míralo —demandas. Tu madre deposita el tenedor en el borde del plato y lo contempla. No puedes dilucidar la emoción que alumbra su mirada—. Es una vergüenza —aseguras. Luego, recapacitas y cambias la expresión—: Nos avergüenza. ¿Y pretendes sentarlo en el Trono de Hierro, madre? ¿De verdad piensas que lo merece más que nuestra media hermana?
Ella se apresura a llevarse la copa de vino a los labios.
Es bien sabido el odio y resentimiento que su madre y Rhaenyra se profesan. Su madre dice que Rhaenyra nunca superó que su padre contrajera matrimonio por segunda vez y con una mujer joven y hermosa. Tú, que has escuchado los rumores que llevan las cocineras y lavanderas, sabes que ellas eran más que buenas amigas hasta el punto que Rhaenyra la iba a llevar en Syrax a conocer Dorne. Pero algo se quebró y eso hizo que un rencor se cociera a fuego lento entre los bastardos Strong y ustedes.
Y tu madre no está dispuesta, bajo ningún concepto, a permitir que Rhaenyra sea coronada y ungida por el Septón Supremo. Pero, ¿usar a Aegon para usurpar el trono? La casa del dragón será el hazmerreír de los Siete Reinos.
—No hables así de tu...
—Él no es mi rey —te apresuras a decir.
—... hermano —termina ella.
—Cometiste un error al casarlo con Helaena. La sentenciaste a ella a un marido borracho, infiel y abusador; y a sus hijos, a un estropicio de padre que ni siquiera recuerda sus nombres. —Es la primera vez que te atreves a hablar con tanta franqueza siendo adulto. También lo hacías cuando eras un niño, pero nadie te escuchaba. Ahora tu palabra tiene peso, importancia—. Y vas a hacer lo mismo con todos nosotros. Te ruego, madre, que lo recapacites, todavía que nuestro padre sigue vivo.
Tu madre ni siquiera lo medita, frunce el ceño y se pone de pie. Por más que está enfurecida, no se le despeina ni un solo rizo; tampoco le tiembla la voz.
—Estás hablando de traición.
—Estoy hablando de justicia. —Helaena se apresura a hacer lo mismo y se interpone entre ustedes. Cuando hablas, la miras a ella—: Te dije que le daría una oportunidad y he cumplido con mi palabra. Él no merece su nombre en ninguna canción.
Helaena le sujeta el rostro con sus delgadas manos.
—La tormenta ruge en el exterior, amenaza con derrumbar el castillo. Las ratas se mueven por las cloacas, en busca de queso y sangre. Hay que atraparlas antes que lleguen —augura. Gracias al don de los sueños, prácticamente sabes todo lo que ocurrirá si Aegon es coronado como Aegon II Targaryen. Y por eso vas a evitarlo—. Has lo que tengas que hacer, hermano.
Esas palabras son bálsamo para tus oídos. Su beneplácito es lo único que necesitas para actuar impunemente.
Desenvainas el puñal que llevas en la cintura y el metal brilla bajo la luz de las velas; tu madre grita un «no» que rompe la noche, pero Helaena la sostiene por los brazos e impide que se mueva con libertad. Dos zancadas te separan de tu hermano que no se entera de lo que está sucediendo gracias al vino diluido en sus venas. Coges un puñado de pelo platino y lo obligas a levantar la cabeza. Cuando Aegon se sobresalta por el brusco despertar, le cortas el cuello. El cuchillo chirría cuando llega hasta el hueso y la sangre salpica los platos, los cubiertos y las copas.
Limpias la sangre del puñal y te volteas para ver a tu madre y a tu hermana.
—Ya he enmendado tus errores, madre —dices—. Colocarás al hijo correcto en el Trono de Hierro. Y no te preocupes en buscarme reina, ya la tengo. —Sonríes; Helaena te devuelve la sonrisa.
Ahora sí se puede decir que son la familia perfecta.
