Disclaimer: George se lo lleva calentito, yo no.
Esta historia participa en el reto "La casa del dragón" del foro Alas Negras, Palabras Negras. Está ambientada durante la caída de Desembarco del Rey, después del asalto a Pozo Dragón.
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La inminente oscuridad
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Dieciséis peldaños. Los había contado de pequeña y los había recorrido de mayor. Dieciséis peldaños hacia el Trono de Hierro. Ni siquiera era un número especial, dieciséis no significaba nada.
Pero eran dieciséis pasos los que separaban al rey del resto del mundo.
Rhaenyra nunca había reparado en su monstruosidad. Lo había admirado tanto, deseado tanto, que no lo había visto de verdad. El acero de mil espadas lo envolvía como una coraza, pero también era su armazón. Acero de enemigos, todavía brillante y afilado, dispuesto a atacar. El Trono era acero y fuego. Y sangre.
¿Por qué no había visto la sangre en todos esos años? ¿Había sangrado su padre?
Cuando era una niña, se sentaba en alguno de esos dieciséis escalones durante las audiencias del rey. Escuchaba y aprendía, o eso creía, y nobles y plebeyos sonreían al verla allí. Recordaba la calidez y las atenciones de aquellos tiempos y el futuro ilusionante que se perfilaba para ella. No habían pasado tantos años desde entonces.
Pero sus salones estaban vacíos y desangelados, sepultados en las tinieblas, y todas sus ilusiones se habían perdido en el fuego.
Sus hijos no habían tenido la oportunidad de sentarse a los pies del Trono, como ella; pero, de todas formas, estaban allí. Jace, su orgullo. Luke, el feroz. Joff, apasionado como ninguno. Los tres le devolvían la mirada saludándola desde arriba, ensartados por las espadas de los enemigos, con los pies suspendidos en el aire.
Rhaenyra lloraba y ellos sangraban. No habían hecho otra cosa.
Fuera, su ciudad ardía. La reina podía escuchar sus gritos agonizantes desde allí. Podía sentir el retumbar de sus voces y pisadas, de martillazos y estocadas. Podía ver cómo cedía y se rendía, derribada.
¿Era esa la inminente oscuridad que se cernía sobre Rhaenyra? ¿Acaso la noche no la había devorado ya?
―Madre, tenemos que irnos.
Rhaenyra dio un respingo. Por un momento, creyó que era Joffrey quien la llamaba, rogando otra vez con ir a Pozo Dragón.
Aegon la instó a moverse, tomándola de las manos.
―Tenemos que irnos ahora ―repitió.
―Sí. ―Rhaenyra asintió, saliendo de su ensimismamiento―. Di adiós, Aegon.
