(Los personajes no me pertenecen. Son propiedad literaria de Keiko Nagita y de Yumiko Igarashi...Esta es una historia más libre que mis anteriores contribuciones. Tiene muchos más rellenos y es algo más corta).

George llevaba demasiado tiempo con los Ardlays y se sentía muy agradecido con el clan del que formó parte durante la mayor parte de su vida. La realidad es que nunca iba a olvidar ese día de otoño en que William Charles Ardlay lo rescató de las frías calles de su natal Francia.

La señora Brigitte lo había despedido de su pequeño apartamento el día después de que su padre, Anton, murió. La realidad es que la única razón por la que no lo había hecho antes era porque Anton estaba demasiado enfermo, pero ya que no estaba vivo, no tenía por qué pretender que sentía algo por aquel muchacho de 12 años que había perdido a ambos padres, la madre accidentada cuando trataba de llegar a su hogar de su trabajo de planchadora por un coche a la deriva, y su padre aquejado por lo que aparentaba ser una afección pulmonar que a todas luces podría haber sido tuberculosis, y que lo dejó bastante enfermo hasta el punto de perder la vida.

Anton le había hecho prometer a Georges antes de morir que haría lo que fuera por entrar en una buena familia. Pero la pregunta pendiente en esa vida de las calles era cómo lo haría. Clara, su madre, por cierto, había guardado datos sobre unas cuantas familias de la zona de las que requerían sus servicios, pero para poder acceder a ellas tenía que leer lo que su madre había escrito, y él apenas podía hacerlo, pues no era mucho tiempo el que tenía disponible para aprender mientras ayudaba, como lo hacía, a sus padres en sus labores. A ellos apenas les daba tiempo para atender los quehaceres de una vida de pobre. Lo otro era que el pequeño apartamento alquilado frente a la zona marítima era el lugar ideal para conocer la gente rica que llegaba a esa área turística y mercantil. La verdad es que la zona era muy concurrida y visitada, y él podía aprovechar la oportunidad para acercarse a algún millonario o comerciante, y tal vez tendría suerte. Pero mientras tanto, podía trabajar en los establos o cocheras, limpiando y hasta planchando, como lo hacía su madre.

Cuando la señora Brigitte lo sacó del hogar que había compartido con sus padres durante años, no le quedó más que irse bajo el puente que daba acceso a los muelles de carga. Tenía, por cierto, que concentrarse en lo que haría, cómo se conectaría como siempre le habían sugerido sus padres. Unos días después, cuando comenzó a escasear todo, lo pensó. Probablemente tendría que robar para poder comer.

Con 12 años, incluso, no era mucho lo que podía hacer en términos de trabajo, pero ya se había hecho ver por los trabajadores del muelle, quienes a veces le daban agua y comida de la que les sobraba, y los ayudaba al menos a limpiar una barra que los marineros visitaban cuando allí atracaban. Por ser menor, sólo podía trabajar de día, aunque a veces lo dejaban dormir en uno de los cuartuchos que las prostitutas usaban cuando había visitantes en la zona.

Ya llevaba muchos meses en ese devenir, cuando uno de los marinos mercantes comenzó a hablar de una persona que llegaría en el barco Maravilla, una de las barcazas más prominentes de toda la zona, y que esa persona atendería importantes negocios en la comarca. Había otras importantes negociaciones de ese caballero con el puerto. De hecho, se hablaba de que estaba considerando establecer negocios en la zona a través del puerto. Este caballero era dueño de un importante imperio comercial. Era gente de mucho dinero y prestigio. Cuando Georges preguntó de quién se trataba, le mencionaron la familia Ardlay, pero para él, el apellido no significaba nada.

A los días, llegó el tal Sr. Ardlay acompañado de un nutrido grupo de sirvientes y staff personal. En el momento en que ese señor entró al muelle, todo se detuvo, incluyendo el interés de ayudar al pobre Georges, que de pronto se vio sin trabajo y sin una cama caliente, y tuvo que regresar debajo del puente. Ya nadie más se interesó por su salud, o si tenía hambre, que, en efecto, la tenía.

Georges sintió mucho coraje y rabia. Ese señorón no necesitaba nada, lo tenía todo, y él se estaba muriendo de hambre y frío debajo del puente. Tan pronto llegó, todo el mundo se olvidó de él y de lo que necesitaba. Ya no le requerían ayuda, así que sus días y noches la pasaba tratando de sobrevivir. Y así, sin más ni más, comenzó a robar, como fue su primera intención.

Comenzó robando comida. Un día fue a la barra, y de la alacena se llevó varios bollos de pan y queso. De otra parte, se robaba algunas monedas que encontraba. Lo hacía, ya que había entrado en algunas de las propiedades de los muelles sin levantar sospecha. Y así estuvo varios meses, observando también la privatización de la propiedad y todo lo que hacía para adentrarse sin levantar sospecha de que se estaba llevando cosas, pequeñas en principio, pero cosas al fin.

Un día, el señor William lo vio salir de una cochera con bolso en mano. No pudo evitar preguntar, ya que lo había visto varias veces allí.

"Quién es ese chico".

Claudiette, la dueña de la barra, le contestó.

"Ah, ese es Georges. Es un huérfano que a veces nos ayuda, y al que le damos de comer a cambio de su trabajo. Es un pobre chico que perdió a su madre hace unos años y luego a su padre hace meses".

"Oh, y dónde vive".

"Pues no sabemos, si le digo la verdad, Sr. Ardlay", le dijo una despreocupada Claudiette.

"Mmm, quisiera ayudarlo, pero para eso, necesito localizarlo".

"No se preocupe tanto, señor William. La verdad es que hay muchos chicos como él en las calles. Estamos pendientes para enviarlo a algún hogar, especialmente ahora que todo este muelle se une a sus empresas. No queremos dejar pendientes, usted sabe", respondió Armand, el esposo de Claudiette.

Pero la verdad es que William sí estaba preocupado. Jamás pensó ver a un chico de esa edad solo y en ese estado. Y las veces que lo había visto le había parecido que debía hacer algo. Pensaba para sí:

"A lo mejor lo podría llevar donde Paulina, pero me temo que no sepa inglés y quizás no pueda entenderse con ella".

Paulina Higgins estaba a cargo de un orfanato que se había establecido hacía pocos años en una propiedad cuyos terrenos pertenecían a un millonario excéntrico llamado Thomas Cartwright. El Sr. Cartwright había cedido los terrenos al orfanato, que se encontraba en un viejo convento con una iglesia destartalada a cambio de que Paulina arreglara el local para esos propósitos. Ella había cumplido la encomienda con la ayuda de muchas personas de la zona. Aunque no era un sitio ostentoso, ofrecía un invaluable servicio a la comunidad.

Y aunque este chico era más grande de lo normal para el orfanato, quizás podía ayudarla con otros niños a cambio de un albergue seguro. De pronto, sin embargo, le pareció que era una idea absurda...

...

Unos días después de este intercambio, se hizo la celebración de la entrega de llave con toda una fiesta y promesas de progreso para los muelles. Georges se había colado por una rendija del recién colocado enrejado y esperaba poder introducirse dentro de alguno de los cuartos de la barra, que ahora cambiaría sus funciones a un hotel para los huéspedes que llegaran en sus intercambios comerciales. Toda el área sería remozada y actualizada.

De pronto, se asomó para observar los dignatarios que se acercaban al área, y al susodicho señor William, el gestor de todo aquel teatro, de toda aquella pantomima. Sí, el elegante señor William, con sus brillantes cabellos rubios, los ojos color azul cielo y aquella sonrisa que le parecía a Georges toda una hipocresía. Había visto señorones de todo tipo, pero aquel, su solo recuerdo le provocaba la más grande rabia, le revolvía el estómago. Cómo se había posesionado de aquel muelle, eso le daba más frustración que nada. Y tenía que vengarse, pero cómo, se preguntaba...

A los días de la entrega de la llave, vio la oportunidad de oro. Se había enterado de que el tal Sr. William tomaría rumbo hacia Southampton y luego hacía América. Tenía que hacer algo para desquitarse de perder el único hogar que había conocido. Entonces tomó la decisión más aciaga y también la más afortunada de su vida...

...

"Sr. William, acabo de recibir un telegrama de la Sra. Elroy. Todo está en orden en Chicago. Su esposa lo espera con ansias y Janet está deseosa de saber cómo está Janis", le explicó su secretario.

"¿Ya le dijo que llegamos en 12 días al puerto? Aparte, Janet está en Suiza con su esposo. No me imagino que no haya ya indagado sobre cómo está su hija".

"En efecto. Pero la señora Janet vio a Janis hace más de un mes y por eso quiere ponerse al día con la información que usted le ofrezca. La Hermana Grey nos dará ese pequeño pase antes del regreso".

"Ay, esta hermana mía que siempre está en la luna. Pues bien sabe que siempre me detengo a ver a las niñas al Colegio. Eso ella lo sabe, pero si se ocupara más..."

William, sin embargo, estaba que no cabía en él. Esas tres niñas eran la luz de sus ojos, en especial Rosemary, su pequeña Rose. Todo lo que decía era de la boca para afuera. En cuanto a Janet, ni siquiera entendía cómo era que había optado por tener esa niña con su esposo que no paraba por sus compromisos de trabajo. Nunca tenían realmente tiempo para ella, e innegablemente Janis lo resentía. Pero esa es otra historia...

El secretario y el staff de William colocaron todo el equipaje en grupos enormes frente al muelle de salida y siguieron con sus negocios en espera de que fueran enviados a sus camarotes. Georges se asomó por un lado del edificio principal y vio todo allí, solo, sin vigilancia, y salió sigilosamente hacia donde estaba. De hecho, su vista la ocupó una maleta pequeña que de pronto el secretario de William dejó oportunamente sobre otra pieza más grande de equipaje, y lo supo, era su momento. Se fue caminando rápido de pronto hacia donde estaba la maletita, la agarró de sopetón y salió corriendo hacia la verja a 150 pies de distancia de donde estaba. Lo que no esperaba es que, de pronto, el staff del señor William y su secretario fueran rápido tras él.

Poco antes de llegar a la verja, como cuatro sets de manos lo alcanzaron y lo levantaron del suelo. Todavía llevaba en sus manos el maletín y no lo soltaba, como si fuera un salvavidas. Entonces lo llevaron donde el señor William, que increíblemente observaba divertido la escena, como si supiera algo que Georges no sabía. Y era que para él se había presentado la oportunidad perfecta para ayudar al joven. Para su staff no era así, que hablaban de llevarlo donde la autoridad, para que le dieran su merecido.

Georges, por cierto, no entendía lo que decían estos hombres en inglés, pero sabía que la palabra cárcel se había mencionado en su propia lengua. Lo habían dicho para asustarlo. Entonces llegaron donde el señor William, que se le acercó al joven y en perfecto francés, comenzó a hablar con él:

"Sabes que mi staff quiere enviarte a la mazmorra por lo que hiciste", le comentó divertido.

Georges, que trataba de zafarse para salir corriendo, simplemente miró con ojos de disgusto al señorón que abajo se detenía con cara de diversión. William tomó entonces la maleta, que él no había querido soltar, pero que le cedió de pronto, y continuó:

"Estos son papeles muy importantes y los necesitamos para salir de aquí...joven...perdón, cuál es su nombre".

Como si un imán lo atrajera a responder, le dijo.

"Mi nombre es Georges Villers..."

"Ah, Georges Villers. Y Sr. Villers, por qué usted quiso robarme a mí, si se puede saber".

"Porque tengo hambre y quiero comer. Además, ustedes me robaron a mí primero..."

"Ah, entiendo, y cómo fue que le robamos a usted..."

De pronto, los hombres del staff del Sr. William interrumpieron el intercambio en perfecto inglés:

"Sr. Ardlay, ¿desea formular cargos?"

"Primero, bájenlo. Ya es suficiente", lo que logró que el staff bajara al joven.

Georges, sin embargo, estaba muy nervioso, porque, aunque no entendía, bien sabía cuál era la intención de los acompañantes del caballero. El señor William de pronto miró a Georges con una sonrisa y le preguntó:

"¿Es eso lo que quieres, pasar tu vida en la cárcel?"

Georges de pronto tragó saliva y dos lágrimas se asomaron de sus ojos color café. Negó con la cabeza y se giró en sus pies. Estaba a punto de irse y dejar al señorón, que no lo ataba a él, pero de pronto sintió su mano fuerte sobre su hombro.

"No he terminado todavía contigo", le dijo con voz dulce, pero a la vez firme. "Ahora quiero que me respondas qué fue lo que te robamos".

"Señor, por favor, no deje que me lleven a la cárcel, POR FAVOR. Yo le digo, yo le digo..."

"No era lo que yo quería hacer, pero tengo que decirte que mi staff es muy fogoso. Para que entiendas, no es la primera vez que quieren robarme, aunque lo tuyo es distinto, muchacho".

"A qué se refiere", preguntó curioso Georges, de pronto girándose y mirando a William a los ojos.

A William le brillaron los ojos en ese momento. Estaba a punto de hacer algo que nunca había hecho, por alguien por quién hizo una apuesta de vida.

"Quiero que vengas conmigo a América, pero antes me gustaría que me respondieras la pregunta que te hice", le respondió con una sonrisa a flor de labios.

"¿Qué...?"

"Quiero que vengas conmigo a América", repitió. "Y no, no se trata de privarte de la libertad allá, sino de un negocio entre tú y yo a cambio de que me respondas la pregunta que te hice".

"No entiendo".

"Verás, tengo propiedades y negocios en América, y entiendo, estimado Georges, que tú eres un muchacho sagaz y fácil de educar. Me interesa que me ayudes y ayudes a mi hija y a mis sobrinas. Mi familia es de una larga y próspera tradición. Es un clan escocés muy grande. Nuevos miembros entran cada día. Tú serías parte de nuestro clan".

"Y qué tengo qué hacer..."

"Respóndeme lo que te pregunté. Eso es todo".

"Es que siento vergüenza, Sr. William. Le robé porque tenía mucho coraje de perder mi sustento. Pero no pensé..."

"Ya veo..."

A Georges se le abrieron los ojos. El Sr. William seguía explicando.

"Pero si aceptas mi oferta, que es mucho mejor que quedarte solo y en esas condiciones en que estás, tendrás todos los privilegios que nuestro buen nombre le ofrece a los miembros de la familia. Tendrás una educación de primera, y serás visto como un hijo de la familia Ardlay, no como un ladronzuelo buscando robar para vivir".

"Pero no sé inglés, señor. Además, sólo soy un pobre huérfano".

"No te preocupes por eso, que lo aprenderás y sospecho que rápido ¿Aceptas entonces que yo te adopte en nombre de mi familia?".

Georges jamás había imaginado que su suerte y vida podrían cambiar en un momento. Le ocupaba un poco abandonar su país, lo único que había conocido, pero no le tomó demasiado decidirse. Su vida comenzaría a cambiar desde ese momento.

De pronto sonrió y contestó:

"Acepto, señor William, pero con una condición".

"Primero, sólo William, y cuál es la condición".

"Quiero mantener el nombre de mi familia. Verá, mi padre Anton fue un buen hombre que me enseñó todo lo que sé. No quisiera faltarle a la memoria".

"Me parece bien. Además, te estaría adoptando en nombre de la familia, no como hijo. Sólo lo haría si te sientes cómodo en algún momento. Además, eres un joven, no un niño. Si luego cambias de idea, me dices y hacemos lo que proceda. Por lo pronto, serás tratado como un hijo del clan, aunque no lleves el apellido".

Georges, de hecho, nunca hizo el cambio de nombre, aunque lo consideró seriamente incluso cuando alguna vez pensó que quizás podría salvar de este modo a Albert de sus pesadas obligaciones. El señor William no pudo disimular muy bien que esta condición, aunque justa, no le cayó demasiado bien, pero la sola idea de ayudar a este joven le bastaba. Georges desde ese momento entendió que el señor William había visto algo en él que no podía precisar, pero eso sí, decidió que nunca le fallaría. Ese gesto de bondad y amor merecía que fuera incondicional, y lo fue por el resto de su vida, primero con el padre y luego con el hijo.

Continuará