Dos años más pasaron, y un día, como providencia, el niño se escapó de su cuarto y caminó hacia el jardín de flores. Ya tenía 9 años. Caminando hacia allá, vio a otro niño y cuando le devolvió la mirada, un escalofrío le recorrió por todo el cuerpo. De pronto se vio a sí mismo, como de dos o tres años. Ese niño sencillamente lo miró como reconociéndolo de algún modo, pero a la misma vez siguió observando las rosas del jardín sin prestarle más atención que esa. Albert entonces caminó hacia Rose, pero sin dejar de mirar a su sobrino.
Rose, por cierto, había dejado de visitarlo hacía mucho, así que, al verla allí, sentada en una silla que más parecía un trono, su rostro pálido y sus manos esqueléticas, sintió todavía más escalofríos que los de la impresión anterior. Pero en ese momento, tratando de hacer un esfuerzo sobrehumano, ella le sonrió. Él se acercó, tomó su fría mano, y en un susurro, le dijo que el niño era su sobrino y que se llamaba Anthony. Ese fue el último recuerdo de quién fuera su hermana, porque a los tres días de haberla visto, murió. Lo triste y lo peor fue que no le dijeron nada, aunque ya él sospechaba lo que pasaba. Su hermana, igual que su madre, se había consumido teniendo a Anthony. Era cuestión de tiempo, y cuando Georges se lo confirmó, esta vez con lágrimas en los ojos, Albert entendió perfectamente lo que había pasado.
Georges, por cierto, se había encargado de todo. Ya no era él y su amor secreto por Rosemary. Él la ayudó a escapar cuando Elroy se interpuso en sus planes de matrimonio; él la ayudó a proteger a Albert y a Anthony y eventualmente, él sería el escape para todos cuando comenzó la guerra, pues siempre estaba para lo que lo necesitara el clan. Es más, fuera lo que fuera que sintiera, su vida era sencillamente ayudar a los Ardlay. Pero luego de la dolorosa muerte de Rose, Georges ya no tenía nada que hacer en Lakewood, así que regresó a Chicago, para terminar sus cursos y convertirse en la mano derecha del anciano gruñón William Albert.
Georges sentía gran lástima por ese niño. Cuántas pérdidas podía aguantar ese corazón. Para completar, desde la muerte de su padre, se había optado por encerrarlo y tenerlo aislado, siendo servido por sirvientes discretos y tutores e institutrices que firmaban acuerdos de no divulgación sobre su existencia. Albert no había conocido el amor de una familia, y era muy difícil para él entender por qué ni siquiera le permitían jugar con otros niños de su edad. Elroy simplemente fue magistral a la hora de convertirlo en todo un anciano y desviar la atención de tantos miembros del clan que estaban detrás del patriarcado.
Mientras tanto, Georges, ya de mayoría de edad, se ocupaba de los negocios, como le había prometido a William Charles incluso mucho antes de morir. Georges de este modo pagaba una deuda que hacía tiempo había adquirido con esa familia. Pero todo cambiaría un día para él de maneras insospechadas. Elroy le había pedido que se reuniera con ella en la mansión de Chicago una tarde de domingo.
Cuando Georges llegó a la mansión le esperaba la noticia de que debía dirigirse al ala este, y allí fue. La realidad es que estaba muy nervioso. La tía Elroy siempre había sido muy formal, pero era la primera vez que lo citaba de este modo. Richard, el mayordomo del Sr. William lo esperaba en la puerta con Irene y Germaine, todos sirvientes muy de confianza de William Charles. La verdad es que no los había visto hacía tiempo.
Ya frente a la entrada, lo esperaba Elroy, con un muy elegante vestido negro y un rostro bastante serio. Georges no pudo evitar sentir hormigas en el estómago. Qué le diría ella. Y por qué con tanta ceremonia. El chofer de William entonces le abrió la compuerta a Georges, y él se bajó con la preocupación momentánea en el rostro. Georges siempre había sido serio en sus cosas, pero se había acostumbrado a una rutina y esto distaba muchísimo de lo que regularmente enfrentaba.
Sí, hubo algún momento en que se consideró adoptarlo como un Ardlay, pero ante el nacimiento de Albert, todo interés en ese asunto se había disipado y reconsiderado. Y sí, había huido luego de la muerte de su amada Rosemary de Lakewood, pero no sentía que era algo tan grande. Ahora sospechaba que todo tenía que ver con esos dos asuntos y no se equivocó.
"Georges, necesito hablar contigo de algo muy importante", le dijo una muy frenética Elroy.
Georges miró a los sirvientes como preguntando por qué estaban ahí. Elroy se dio cuenta muy rápido del cuestionamiento del joven y respondió.
"Richard, Irene y Germaine ahora serán tus ayudantes en un proyecto que tengo aquí, en el ala este. De eso tenemos que hablar, Georges. Ya ellos están al tanto y por eso están aquí…Ya pueden seguir con sus deberes", les dijo a los sirvientes para que la dejaran sola con Georges. "Sígueme…", le recomendó Elroy, luego de que ellos abandonaran el salón.
Georges conocía bien el resto de la mansión, pero nunca volvió a esa parte de la propiedad, al menos no desde que William Charles lo había llevado. William le dijo que esa fue la primera sección de la mansión cuando se construyó, y que albergaba en ese momento a los sirvientes de mayor confianza de los Ardlay, así que nunca se le ocurrió visitarla luego de esa primera vez. Pero ahora Elroy le había pedido que fuera allá, y la curiosidad no le permitía ni siquiera pensar en lo que allí pasaba.
Había un grupo de construcción moviéndose de un lado para otro. Mientras ellos caminaban en dirección a un pequeño despacho en el primer piso de la estructura, el trabajo continuaba con mucho afán. Elroy le pidió que entraran y cerró la puerta tras ella. Al fondo se escuchaban martilleos y voces de los trabajadores allí reunidos.
"¿Deseas beber algo?", le preguntó Elroy.
"No gracias, tía Elroy. Lo que quisiera saber es qué está pasando y por qué estoy aquí".
La tía Elroy en ese instante sacó un plano de un cajón de la cómoda. En el plano se podía ver todo un plan de remodelación de la estructura, incluyendo de los jardines y los establos.
"No entiendo", le dijo el joven aún sin saber qué era lo que le enseñaba.
"Todas las propiedades de la familia se están remodelando, Georges. Ya veo que probablemente no hayas visitado formalmente con mi hermano esta ala, y tengo que decirte que mudaremos tu habitación aquí, para cuando vengas con William a quedarte acá".
¿Quedarnos acá? Por un momento entendió que la idea tras su visita era decirle que tenía planes con el joven William y él, pero nunca imaginó lo que le pediría después.
"Yo quiero que tú seas, igual que lo fuiste con mi hermano, su persona de mayor confianza ahora que está solo".
"Pero tía, William es apenas un niño".
"Sí, pero no para el comité ni para el clan, como ya sabes. La otra parte del asunto tiene que ver con la confianza y la capacidad de guardar un secreto. William nos ha expresado que desea quedarse en Lakewood por ahora, y concederemos su deseo mientras arreglamos esta parte de la mansión para él. No es lo ideal, pero es lo que quiere, y no tenemos más que permitírselo por todo lo que ha experimentado desde su nacimiento. Por lo pronto, necesito, como su hombre de confianza, que te hagas cargo de todo lo que consideres necesario mientras esté vigente y después de la remodelación. Necesitamos asegurarnos de que todo esté perfecto y que se haga en el más estricto silencio. Para eso te asigné a la gente de confianza de mi hermano. Has todo lo que sea necesario para que William pueda venir para acá tan pronto esta ala esté lista para él".
George estaba de una pieza. Si bien pensó que le confiarían en algo la crianza y cuidado de William, jamás pensó que el proyecto de convertir el ala este de la mansión de Chicago en su guarida se le asignaría a él. Y no es que no pudiera guardar ese secreto, pero el tiempo que estuvo con ese niño le dio una muestra de lo que pasaría después, cuando creciera.
Albert no era un niño fácil. Tenía el espíritu libre de su hermana. No sería tan fácil de controlar. Y ya llevaba años de encierro en una cárcel impuesta por su propia familia. Rosemary se lo había llevado a Lakewood para que estuviera lo más cerca posible de la naturaleza, y excepto las escapadas que se daba de vez en cuando por el bosque, él se sentía triste por su falta de contacto con otras personas que no fueran adultos severos.
….
Unos años después, el comité vio bueno que Albert saliera de su encierro perenne y se fuera a Londres a estudiar en la universidad. Ya tenía casi 17 años, así que faltaba poco. Y entre su ir y venir entre Lakewood y Chicago, la vida de encierro se le hacía muy, muy pesada. Sin embargo, el día del aniversario de la muerte de su padre decidieron invitar a los miembros del clan a rendirle honores. Georges había llegado también, siendo que por ser su protegido y habiendo sido adoptado en el clan por él, merecía también estar entre los invitados, aunque era el único que no llevaba kilt ni la indumentaria escocesa que era parte de las tradiciones de los Ardlay.
Los chicos todos disfrutaban de este tipo de actividades, pues podían tratar de competir para ver quién era el mejor tocando la gaita y dando unos pasos de baile. Albert miraba esto de reojo desde su cuarto. La realidad es que nadie lo conocía o recordaba y por esto pensó que por una vez en su vida debía salirse de su cuarto y unirse al festejo. Igualmente, podía hacerse pasar por cualquiera de los chicos de la familia y demostrarles a todos lo bien que lo hacía. Y no defraudó, esto hasta que Elroy y Georges lo vieron.
Georges agarró a Albert por el brazo, mientras Elroy caminaba frente a él tratando de que los ancianos, que sabían quién era el tío abuelo William, no se dieran cuenta de lo que pasaba. Inevitablemente, algunos de los miembros del comité vieron la jugada, pero no hicieron nada para llamar la atención al asunto. Al llegar a su cárcel, le advirtieron que su atrevimiento podía tener un costo. Ya se le había explicado todo lo que pasaba y lo que se esperaba de él, pero William era mentalmente un niño, y ninguna de estas cosas le parecían merecidas o justas. Así que, sin más ni más, se colocó unos pantaloncillos debajo de su kilt, se puso una peluca oscura que usaba para escaparse –aunque su tía lo había visto antes y se lo dejaba pasar por entender, sí, que el chico estaba prácticamente preso—y se dirigió a las cocheras. Tomó las llaves de uno de los vehículos de su padre y salió de allí con rumbo desconocido.
En el camino recordó algo. Cuando era niño Rose lo llevaba a una colina espectacular con vistas al Lago Michigan. Era un lugar muy pintoresco. El mismo era propiedad del Sr. Cartwright. Y allí había un viejo orfanato en terrenos cedidos por él. Él sabía que su padre era uno de los muchos ricos que donaban a ese hogar. Nunca había entrado, pero por alguna extraña razón, sentía que algo allí le pertenecía desde siempre. Pero no sabía exactamente por qué le pasaba, ni por qué pensaba así. Era como un imán. Quizás, ya que se había escapado, ese era el día en que debía visitarlo y descubrir el tesoro que supuestamente estaba allí para él.
Poco más de dos horas le tomó llegar allí. Dejó el vehículo escondido más allá de la entrada de la capilla del Hogar, tapado por las ramas de un árbol que llegaban casi hasta un camino vecinal, se quitó la peluca y decidió caminar por la ladera sur de la colina, y así poder apreciar el lago y, del otro lado, la capilla y el Hogar desde lo alto. Esa era, según recordaba de su niñez, la famosa vista espectacular que recordaba. A mitad, sin embargo, de camino, se lanzó al suelo y se puso a mirar al cielo, como en una oración en la que buscaba ver a su hermana, madre y padre. A su lado había colocado la gaita y planificaba tocarla para ellos cuando de pronto pasó una sombra rápido por el lado izquierdo, y no pudo más que levantarse para tratar de verla bien.
Le había parecido como la silueta de una niña que iba colina arriba. Al verla sintió como que algo lo atraía a ella. En un momento se levantó y, como empujado por una fuerza misteriosa, la siguió. Al mirar tras un árbol, la vio recostada boca abajo sobre la hierba. No podía tener más de seis o siete años. Sostenía en su manita lo que parecía ser una carta. Sin más ni más, decidió tocarle una melodía mientras se le acercaba poco a poco. Ella, al escuchar lo que pensó eran caracoles, se levantó curiosa y ahí pudo verla bien. Era hermosa… Desde ese momento, se convirtió en ese tesoro que buscaba...
Le dijo algo que le salió del alma al ver que ella tenía lágrimas en el rostro que apagaban un poco su sonrisa:
"Pequeña, ¿sabes que eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras?"
Nunca había sido tan sincero como en ese momento…
Continuará
