Georges no podía creer lo que estaba pasando. Sí, entendió la actitud de William. Sí, también le tenía lástima, porque la cantidad de responsabilidades que llevaba sobre sus hombros no eran las normales para un joven de su edad. Pero escaparse de ese modo. Y no, no se había llevado gran cantidad de dinero, pero el temor de su escapada superó la razón en ese momento. A dónde se había ido.

De pronto recordó, por la fecha, algo que Rosemary siempre que podía hacía, y era ir a una colina cercana a un orfanato frente al Lago Michigan, especialmente luego de que murió su padre, y allí se dirigió. Conociendo a William, probablemente querría reconectarse con sus padres y su hermana, y qué mejor lugar que ese. Además, William había expresado en alguna ocasión que sentía una conexión especial con ese lugar, en especial con ese orfanato, así que no dudaba que estaría allí, buscando sus propias respuestas.

Cuando Georges llegó frente al hogar, vio a una hermanita lavando ropa afuera. Le dio un saludo cuando pasó. La realidad es que el señor William siempre donaba a ese hogar, y él conocía a la Srta. Pony y a la hermana Lane por esto mismo. Muchas veces el mismo Georges fue el representante de los Ardlay en esa encomienda.

Más adelante, sin embargo, se tropezó exactamente con lo que buscaba, el auto que Albert se había llevado de la cochera de la mansión tapado por las ramas de un árbol. Como había adivinado, estaba allí. Ahora era cuestión de encontrarlo. Unas lágrimas se asomaron a sus ojos en ese momento. Jamás se hubiera perdonado causarle ese dolor a la familia, y su preocupación lo envejeció de pronto.

Siguió las huellas aún frescas del joven y subió colina arriba hasta que lo vio de pronto hablando con una niña que supuso era una de las huérfanas del hogar. De pronto vio como a la niña se le volaba lo que parecía ser una carta que tenía en la mano, y en ese mismo momento, que William giró para mirarla mientras se alejaba momentáneamente de él, cuando volvió a su posición original y al girar el rostro del lado opuesto, vio a Georges subir hacia donde estaba. No tuvo más alternativa que huir, pero cuando se volvió para seguir del lado opuesto al de su "archi-enemigo", vio caer el broche de su padre donde había estado parado. No, pero ya no había tiempo. Tenía que permitir que la niña lo encontrara y con él, buscarlo en el futuro. Él sabía, porque lo intuía, que ella lo encontraría de seguro más adelante con ese broche de brújula.

Por el momento, correr y huir se convirtieron en sus alternativas. Lamentablemente, Georges era muy veloz, y le dio alcance cuando iba a subir nuevamente por la ladera opuesta. Cuando lo vio, que observó las lágrimas de dolor en el rostro de su amigo, se sintió muy mal y simplemente se dejó atrapar. Los dos luego bajaron para buscar sus vehículos, Georges con un taco en la garganta y William muy avergonzado.

Y ya de regreso a Lakewood, no tuvo más que aceptar su derrota y salir con Georges hacia Chicago y luego a Londres para regresar años después a hacerse cargo de los negocios familiares… No, ya no era un niño. Pero fue castigado como tal, aunque desde ese momento, la cárcel fue distinta…

Casi siete años después de esa escapada, un muy preparado William regresaba a Chicago desde Londres. Georges había estado con él unos meses, pero había regresado para terminar con detalles de años de remodelaciones al ala este, al apartamento de ambos en el corporativo y a Lakewood. En ese tiempo, William no dejó de hablar de Candy, la chica que había conocido en la colina, su más preciado tesoro.

George, por cierto, en principio pensó que esa obsesión por la niña era una forma de rebeldía de William contra la tía abuela, pero al comprobar que ni los años ni la distancia borraban su recuerdo, comenzó a entender que ella, rebelde y aventurera, era lo que William hubiera deseado también ser, y de ahí que no la hubiera olvidado ni un solo instante de su vida desde que la conoció. Y no, nunca había sido adoptada, aunque ella salió de allí como dama de compañía de Eliza Leagan, la rebelde sin causa nieta de la tía abuela Elroy para ese tiempo en que él regresaba de Londres. No, no la había visto en todo ese tiempo, pero no dejaba de pensarla, ni de hablar de ella.

Candy se había ocupado de encontrar algún brazo de los Ardlay, y por eso había accedido a convertirse en una sirvienta glorificada. Además, ya era grande dentro de los parámetros del hogar, así que, a sus más de 13 años, optó por irse, aunque fuera bajo esas condiciones, para también darle espacio a otros huérfanos más pequeños para que entraran al hogar. No sabía Georges exactamente que ella estaba buscando a William, y que no se había olvidado de ese primer encuentro, pero sospechaba que la providencia ayudaba a William para dar con ella y estar, de algún modo, cerca de ella.

Lo primero que hizo cuando llegó fue preguntar dónde estaba ella. Georges le confirmó que se encontraba en la casa de los Leagan. También le dijo que los Leagan la maltrataban bastante, aunque eso era algo de lo que no dudaba, conociéndolos como los conocía. Estaba buscando la forma de rescatarla, pero nada se le ocurría. Y rescatarla fue que un día, de la nada, en un momento en que él, para alejarse de los conflictos de la tía abuela, se fue para la cabaña del bosque, de pronto vio caer un bote de la cascada y al rescatar a la víctima de tal accidente, entonces se dio cuenta de que era ella. De nuevo el destino los unía y se había hecho cargo de que se encontraran. Pero no, no le reveló que el broche que llevaba colgando de una cadena con una cruz del hogar de Pony fuera suyo. No, pensó, no era el momento. Quería conocer a la niña que, ciertamente, le había robado el sueño todas esas noches desde que la vio por primera vez.

Cada vez que él le contaba esto a Georges, él simplemente sonreía. Pero en muchos puntos y en muchos momentos, con los encuentros de esos dos, Georges se dio cuenta de que el destino de ambos era precisamente ese, encontrarse. De hecho, él ni siquiera supo el momento en que Albert se enamoró de ella, pero consideraba que había sido bastante rápido, y hasta entendió que Albert, al no haber tenido una niñez normal, por tanto, era demasiado parecido a ella, que tampoco, igual que él, conoció el amor de una familia. De hecho, su vida era una serie de contratiempos que, aunque Albert trataba de aminorar, la seguían alcanzado día a día. Más adelante, Georges entendería que esta misma sería la razón por la que ambos se aferraban el uno al otro. Él pensaba que ellos se habían enamorado porque tenían las mismas carencias afectivas, y lo que no les podía dar el mundo se lo dieron entre ellos, especialmente cuando se mudaron a vivir juntos. Era inevitable que ocurriera aún la diferencia de edades. Aparte, no había en el mundo nadie más igual a William que esa muchacha. Estaban cortados, definitivamente, con la misma tijera.

William era alto y demasiado atractivo para pasar desapercibido, pero aún el hecho de que llamaba la atención por sus hermosos ojos azul-cielo, siendo que sus años de encierro no le permitieron desarrollar relaciones saludables, porque no tuvo ninguna otra experiencia amorosa fuera de la que conoció con su protegida, era de esperarse que su edad emocional fuera la misma de su sobrino, Anthony. Aparte, no tenía nada en común con ninguna de las señoritas que conoció en la universidad, ni las que su tía Elroy muy oportunamente le presentaba para que decidiera casarse y comenzar una familia. Simplemente no tenía ningún interés romántico en ninguna de ellas, porque no tenían nada en común con él, y él estaba buscando precisamente eso: su alma gemela, la que le definiera el mundo.

Para cuando William decidió adoptar a Candy, porque fue una decisión personal, aunque usó de excusa la solicitud de sus sobrinos, él ya estaba decidido a que haría algo por ella y esa fue la justificación perfecta para adoptarla dentro del clan. Pero más bien entendía Georges que la razón tras la que su protegido hacía lo que hacía era primero por sentirla cercana a su propio dolor y luego, más adelante, porque se había enamorado de ella. Claro, ayudaba que Candy fuera hermosa, independiente y que era, de nuevo, el ser más parecido a Albert que jamás conoció. También ayudaba otra cosa de la que se había dado cuenta: Candy se parecía física y emocionalmente a Rosemary, y eso también los acercó. Por alguna razón, tanto a William como a Anthony se las recordaba.

Sí, Georges lo sabía y lo reconocía. Rosemary tenía el mismo espíritu libre y el deseo de libertad que Candy, y si bien lo tuvo todo por ser hija de William Charles, pudo haber renunciado por las mismas razones que Albert luego hubiera querido renunciar a todo: por sentir el amor y el calor de una familia. Con todo el dinero del mundo, ni Albert ni Rose se habían sentido cómodos con la vida que llevaban, porque añoraban eso que hace que la vida sea bella: el calor de un hogar. Quizás por eso Georges, que tenía un amplio sentido del deber, aún sintiéndose parte de algo más grande que él, no entendía completamente esos deseos de libertad. Ese deber que para Georges era importante y la base de lo que lo hizo convertirse en un hijo del clan, para los hijos legítimos era simplemente una carga. Y por eso hubieran dado todo por tener esa clase de vida en libertad. No, nunca culparon ni a la tía Elroy ni al comité ni a nadie, sino que escaparon de algún modo de sus garras y vivieron, pero sin reclamar que fueran estos protocolos impuestos los que limitaban su movimiento, ni echar culpas.

Rose murió joven, pero decir que no vivió, no, su vida no fue incompleta. Conoció el amor a través de Vincent Brown y tuvo a su Anthony. Ni sabiendo que el destino se llevaría tan pronto al joven Anthony la hubiera hecho cambiar su encomienda de vida. Por eso era querida y admirada, y Albert, después, siguió muy de cerca ese ejemplo de su hermana.

Pero continuando…

Georges rescató a Candy del Sr. García en ruta a México y bien recordaba la actitud de Albert cuando se enteró de lo que habían hecho los Leagan con ella. Se puso como fiera, pero para suerte, actuamos rápido. Sin embargo, de vuelta a Lakewood, Candy lo asediaba con preguntas que él no podía responder, aunque se vio tentado, en especial porque su actitud y forma de actuar le recordaban demasiado, de nuevo, a Rosemary. Lo único fue que Albert le había hecho prometer que no lo haría, pero la tentación fue grande, mientras más lo inundaba ella con preguntas.

Georges, por cierto, entendió que Albert no quería que Candy se convirtiera en una engreída como Eliza, pero esto era más bien una suposición absurda. A Georges no le parecía que Candy pudiera convertirse en nada que no fuera una persona agradecida por la oportunidad de mejorar, igual que él, cuando William Charles lo rescató de las calles, aunque su sentido del deber con los Ardlay no era tan fuerte como el de él. Candy añoraba ser como su amiga Annie, de la que le habló a Georges en el camino hacia Lakewood, aunque Annie llegó a creerse mejor que nadie, y eso sí que no debía pasar con Candy, y Albert lo tenía claro desde que se dio cuenta de que Annie era un vampiro emocional. Pero nunca ocurrió, porque Candy era más como Albert que como Eliza o Annie en ese sentido, y por eso se acoplaron muy rápido cuando decidieron vivir juntos en el Magnolia.

En todo el camino hacia la villa de Lakewood, y luego de muchas preguntas sin respuesta, Georges entregó a la chica a su nueva familia y tomó rumbo a Chicago para trabajar los pendientes comerciales de su protegido. Ya allí, en Lakewood, Albert la tenía bajo el radar, pero tras bastidores. Y de allí en adelante la siguió en todas sus aventuras, hasta que terminó en África cuando sintió que ella estaba segura y bien.

Continuará