El día siguiente fue lento. La verdad es que quería confirmar si lo que había sucedido el anterior era real. Georges no era de ser muy sensible ni emocional, y tenía mucha mente fría, pero eso lo había despertado de un modo que no pudo evitar que las lágrimas bajaran como cuando murió Rosemary o aquel día en la colina, cuando temió que William no fuera a aparecer. La realidad es que William para él era un hermano, un sobrino, hasta un hijo.
Se había quedado a dormir esa noche en el estudio que había arreglado para cuando tuviera negocios importantes que atender. De hecho, pasaba ahí más tiempo incluso que en la fina habitación que tenía en el ala este de la mansión de Chicago. Ya cercano a la hora en que debía aparecer William, bajó por las lujosas escaleras adornadas con bombillas blancas pequeñas, como si fueran luces de Navidad. El edificio de la sede bancaria de los Ardlay descansaba en el mismo centro del distrito comercial de la ciudad. Era un edificio grande y vistoso, el más alto de todos, aunque la mayor parte de los edificios de esa localidad eran del conglomerado Ardlay, siendo ese la sede.
Por la parte de atrás, se dirigió al callejón y cuál no sería su sorpresa al bajar unos instantes antes de lo convenido, y abrir la puerta que daba a la salida, que vio a un joven rubio, acicalado y bien vestido, no ejecutivo, pero bastante acicalado. Recostado de un poste, se giró cuando la puerta abrió. De hecho, Georges tuvo que mirarlo dos veces para reconocerlo, no porque no se pareciera, sino todo lo contrario. William era el vivo retrato de su padre.
Georges se detuvo en sus pasos. De pronto, William se le acercó con una sonrisa en el rostro y lo abrazó.
"Wow, Georges, de verdad que los años han tomado ventaja de ti. Perdóname por causarte tanto dolor, amigo, y añadirle más a tu vida".
"William, pero qué sorpresa tan grande. Tú, por el contrario, hasta pareces más joven de la última vez que te vi. Te recortaste y ahora eres rubio… No lo puedo creer. Eres un Ardlay en todo tu derecho".
"Sí…", le contestó William con una sonrisa.
Georges trató de volver a abrazar más efusivo al joven, pero William de pronto se retorció como con dolor. Georges entonces se dio cuenta de que William estaba vendado.
"Qué te pasó, hijo", le preguntó.
"Es una larga historia", le respondió William con una sonrisa. "Pero entremos, que esto apenas comienza".
Y de qué forma. Georges no dejaría de sorprenderse de todo lo que le diría William durante horas y horas de intercambio.
….
Georges y William subieron a su apartamento en el corporativo. Realmente William nunca había sido ostentoso y muy pocas veces había usado su apartamento en la ciudad, en especial porque la naturaleza lo llamaba siempre, aunque la vista hacia el río y la ciudad se le hizo, por primera vez en su vida, apetecible desde el gran ventanal que daba hacia los suburbios.
"¿Quieres tomar algo, William?"
"Sólo agua, por favor", le respondió mientras miraba absorto la ciudad desde el ventanal.
Georges le sirvió agua con un limoncillo.
"¿Apeteces algo? Puedo pedir del deli más cercano".
"Mejor dame de los pastelillos que sabes que me gustan. Sé que siempre guardas. No hay tiempo que perder; quiero que me hables de los negocios, de la familia y luego te contaré la historia de estas heridas que ahora tengo y de la vida que he llevado desde que pasó lo de Italia".
Georges le consiguió dos o tres de los pastelillos que William pedía, ya que a él también le gustaban y siempre tenía disponibles para los días o noches en que los negocios eran intensos y que olvidaba tomar bocado, lo que era muy seguido. William tomó asiento en una silla del pequeño comedor y Georges comenzó a contarle todo lo mejor que pudo de los negocios familiares y luego le habló de lo que concernía a su tía y los demás miembros de la familia… Habría más tiempo luego de ponerse al día por completo. Eran demasiadas cosas para un solo día.
De hecho, le mencionó, para terminar una idea…
"…y para completar los pesares que no dejan de ocurrirle a esta familia, el joven Aristear…"
"Se enlistó en el ejército, sí, ya lo sé, Georges".
"Pero cómo…", preguntó Georges, sorprendido.
William entonces le abrió los ojos, se puso de pie y se detuvo de nuevo frente al ventanal.
"¿Sabes, Georges?", le dijo con una espléndida sonrisa, "no hay nada mejor que vivir en una ciudad tan pintoresca como esta".
"No sé lo que me estás diciendo, William. Y qué tiene que ver eso con lo que hablábamos del joven Aristear".
William se llevó un buche de agua a la boca. Y entonces comenzó a contarle a Georges toda la verdad de los últimos años.
"¿Sabes por qué me desaparecí del modo que lo hice?", le preguntó con un brillo en los ojos que no pasó desapercibido para Georges, quien negó con la cabeza. "¿Qué fue lo último que supiste de mí después del accidente ferroviario en Italia?"
"Bueno, supe que te habían visto con Pouppét en varios campamentos, pero luego te perdí el rastro y no supe más de ti hasta ayer".
"Eso fue, querido amigo, porque yo perdí la memoria luego del accidente. También perdí todos mis papeles en tránsito. No recuerdo bien cómo, pero sé que cuando llegué a Chicago, no tenía ninguna identificación".
"¿Ah?"
"Sí, amigo, perdí la memoria con la explosión. Si no fuera por varias almas caritativas que se compadecieron de mí en el camino, hubiera muerto. De hecho, me imagino que te preguntas cómo llegué a Chicago sin papeles de identidad ni memoria. Lo único que recuerdo es que yo seguía mencionando América y Chicago, y unas personas en el último campamento en que estuve me enviaron para acá sin siquiera cuestionarme. Verás, en el tren había supuestamente un espía, y muchos, al no saber su nacionalidad ni identidad, comenzaron a sospechar de mí. En cada campamento que llegaba me trataban con miedo, pero estaba tan herido que sencillamente me movían de un lugar a otro. Fue una odisea, pero el destino me trajo de vuelta y aquí estoy".
"Y qué pasó cuando llegaste".
"Otros movimientos del destino, fui llevado a un hospital del área y allí me atendieron lo mejor que pudieron, considerando las sospechas, que me siguieron hasta acá. Pero si no hubiera sido por cierta damita que me atendió sin miramientos ni consideraciones, todo hubiera acabado en ese hospital".
"¿Damita? ¿En qué hospital estabas?
"En el Santa Juana", respondió sonriendo William y mirando a ver si tenía alguna reacción de reconocimiento...
"Ese es el hospital donde trabaja la señorita Candy. Entonces ¿Candy conocía tu paradero?, ahí estabas…"
"Exacto, pero aclaro, trabajaba. Me imagino que sabes que ya no está allí. En fin, no sólo Candy sabía de mi paradero, sino que Neil y Eliza también me han visto y me han reconocido como Albert, el vagabundo que conocieron en Lakewood y que es amigo de Candy. También Stear, Archi, Annie y Patty. Los conozco a todos…"
"Pero ellos no saben quién eres realmente".
"Exacto".
"Y por eso sabes lo que le pasó al joven Stear".
"Sí…"
"Pero cómo. Además, qué tiene que ver que estés vendado con todo esto, William".
William esbozó de nuevo una gran y hermosa sonrisa. Sabía que lo que le diría a Georges lo dejaría más sorprendido que todo lo que le había contado.
"¿Sabes dónde he estado viviendo y con quién?"
"No, si no me lo dices", respondió Georges.
"He estado viviendo en la ciudad, en un apartamento pequeño, con mi amiga enfermera".
Georges se ahogó con su trago en ese instante. De pronto recordó de nuevo y pudo asociar lo que había escuchado de que Candy se había ido a vivir con un paciente desahuciado. De todas las cosas del mundo, jamás se hubiera imaginado eso.
"Pero qué dices. ¿Tú has estado viviendo todo este tiempo…?", dijo entre medio de una incesante tos de ahogo.
"Más de dos años…"
"…con la Srta. Candy en la ciudad, y nosotros hemos pagado cantidades sin fin a detectives para saber de ti, y tú has estado acá, viviendo con una Ardlay…? Espera, entonces esos rumores que había de que ella se había mudado con un desahuciado para cuidarlo como enfermera eran ciertos. ¿Ese hombre eras tú?"
William asintió con la cabeza sin dejar de sonreír.
"Y como temías, porque sé que siempre has tenido ese temor, yo sí me he enamorado de ella. Tenías todo el tiempo razón en preocuparte. De verdad no sé lo que me pasó".
"Oh, Dios, de verdad veo que perdiste la memoria. Ya me habías contado en una carta que me enviaste cuando te ibas para África que tenías sentimientos encontrados con ella. De hecho, fue por lo único que aprobé que te fueras. Sí, tenía mis sospechas sobre tu interés en ella. Siempre pensé que la tensión entre ustedes era muy grande, y supuse que esa era una mecha a punto de encenderse, mi William. Por cierto, nunca te lo dije, pero la verdad es que pienso que eres un depravado".
Esto ocasionó las risas de ambos, pero de pronto Georges, de nuevo, se puso serio. Recordó que las mismas razones por las que temía que algo ocurriera entre ellos no se habían disipado.
"¿Ha pasado algo entre ustedes en todo este tiempo?", preguntó solemne Georges.
"No lo que piensas. Sí hemos intimado de otras formas. Aunque al principio no la recordaba y ella estaba enamorada de Terry, pero poco a poco ese muro se fue derrumbando. Nos hemos acercado más y más en estos meses. Aparte, ella se sacrificó por mí contra todo, así que era lo menos que podía suceder".
"¿Ella te hizo recordar quién eras?"
"Sí, de algún modo. Yo había comenzado a recordar un poco luego de que un auto me dio un leve golpe saliendo del mercado de abarrotes hacia el apartamento que compartimos ella y yo. Pero mis recuerdos eran los de ella, de las historias que me contaba. No recordé incluso quién era yo completamente hasta hace dos días, cuando estaba trabajando en una cafetería como lavaplatos y todos los recuerdos de mi vida comenzaron a aflorar. De hecho, lo primero que recordé fue precisamente a ella, su carita linda, llena de esas pecas tan hermosas…"
"Definitivamente estás enamorado, William".
"Sí, también fue lo último que tenía en mi mente antes del accidente ferroviario. No quería admitirlo nunca, pero esa niña me robó el aliento creo que desde el primer momento en que la vi. Y el destino se ha encargado de unirnos de todas las maneras posibles. Lo que pasó era lo que tenía que pasar, aunque el principio, te digo, no asocié esos sentimientos que tenía con lo que ahora sé que siento".
"¿Ya se lo confesaste?"
William lo miró con serias dudas. Esta era la pregunta que no podía responder con certeza, porque de las cosas que habían pasado antes del asunto del león, todo también era borroso. En su vida sin memoria al principio sintió cierto grado de familiaridad con esa chica que, aunque le atraía de algún modo, no lo asociaba con los sentimientos de antes o después del accidente del tren en Italia.
Georges se dio cuenta de la duda de su amigo, y entonces, pensando que un cambio de tema vendría bien en el momento, decidió preguntarle nuevamente sobre por qué estaba vendado. Pero regresaría al mismo asunto de su interés en ella casi inmediatamente…
"William, ¿por qué estás vendado?", le preguntó intentando cambiar el tema, luego de varios segundos de silencio.
"Ah, es que ayer estábamos Candy, Dr. Martin, mi médico desde hace meses, y yo en el parque, y nos atacó un león. No es nada".
Georges se dio de pronto cuenta de la gravedad de todo. Cuando William se removió parcialmente el vendaje a su solicitud de ver las heridas, se dio cuenta de que tenía lo que parecían marcas de garras y dos lágrimas bajaron por sus mejillas.
"Cómo lo tomas tan a la ligera y en qué estabas pensando para dejarte atacar por un león".
"Estaba pensando en Candy y la posibilidad de que el león la atacara a ella".
Y ahí vio claramente todo el panorama. El hombre enamorado simplemente no pensó más que en salvar la vida de su dama.
"Pudiste haber muerto".
"La salvé a ella. Eso es más importante que todo lo demás".
"William, cuántas veces la has salvado. Recuerdo aquella vez que me contaste del bote y la cascada…"
"Georges, cuántas veces me ha salvado ella a mí. No es sólo una deuda de agradecimiento que tenemos el uno con el otro, sino que estamos cumpliendo con algo que parece predestinado".
"¿Cómo se siente ella?"
"Inquieta, triste, desconsolada. Ayer hasta me besó, pero no sé si lo hizo porque sienta lo mismo que yo por ella o porque tenía miedo de perderme".
"Da lo mismo, William. Ella se ha sacrificado por ti, y no creo que sea por simple agradecimiento. De todos modos, debes considerar mudarte. Parece que la tensión entre ustedes podría llegar a unos niveles que sobrepasen el decoro".
William lo miró con sorpresa ante la sugerencia.
"No voy a dejarla…"
"Es peligroso que estén juntos de este modo".
"Ella me ha hecho feliz, me ha dado una familia, una oportunidad. Y quiero que ella también lo sea".
"Eso puedes hacerlo a distancia, como antes".
William simplemente bajó la cabeza en reconocimiento de que su amigo tenía un punto, pero no era lo que él deseaba en ese momento. Georges se dio cuenta…
"Pero no quieres…"
"Entiende, amigo, que nunca había sido tan feliz. La vida que ahora disfruto nunca la tuve ni con todo el dinero del mundo. Ella es mi tesoro más grande, y no quiero perderlo".
Georges se resignó, y no quiso continuar con el tema. Entonces comenzó con otro punto.
"Hay que avisarle a la tía Elroy. Me imagino que en eso sí estamos de acuerdo".
"Sí, quiero ver a la tía. ¿Podríamos hacerlo mañana en la tarde? Digo, si te parece que está bien. Necesito ponerme al día en el trabajo del corporativo, pero de nuevo, unos días más, unos días menos, no cambia en nada el resultado".
"¿Me vas a decir dónde vives?"
William lo miró medio extraño. Su reacción dejaba entrever que no estaba preparado para contestarle.
"Por ahora no", respondió medio taciturno.
"Bueno, pero al menos piensa en lo que te dije de mudarte lo más pronto posible. No es sólo lo que podría pasar, sino que debes considerar la reputación de la Srta. Candy. Si la despidieron del hospital por vivir contigo, qué será lo que pasará por la mente de tus vecinos".
"Cómo sabes que a Candy la despidieron del hospital. No te lo dije yo. Sólo te dije que ya no trabaja ahí".
"Deducción lógica. Aparte, recuerda que me muevo con los Ardlay. Los chismes son parte de la vida con ese clan. Ya tenía información de que la Srta. Candy vivía con un paciente desahuciado del Santa Juana".
"Por cierto, los vecinos creen que somos hermanos. Bueno, la verdad es que no sé si lo creen o no, ya qué importa".
"William, creo que sí te debe importar, de nuevo por la reputación de la Srta. Candy".
"No lo digo por eso…"
"Lo sé, pero me parece que tú, siendo el adulto maduro y serio, debías contarle a ella toda la verdad. No debes esperar más tiempo para hacerlo".
"¿Incluyendo quién soy realmente?"
"Eso más que nada, incluso más si estás enamorado de ella".
William muy bien sabía que en el momento en que él se revelara como cabeza del clan Ardlay, podía incluso perder lo que había construido con ella. Georges reconocía que este riesgo existía, pero que tarde o temprano tendría que hacerlo.
"Debes hacerlo antes de revelarle al resto del clan quién eres. De otro modo, no podrás explicarle nada de lo que has hecho con ella desde que la conociste. Si fuera otra situación, no sería tan importante, pero habiendo sentimientos envueltos, no debes retrasar demasiado esa confesión".
"De todos modos, me gusta la vida que llevamos. Revelarle que soy quien la adoptó en la familia podría hacer venir abajo todo lo que hemos progresado hasta ahora".
El rostro de disgusto de Georges no dejaba nada a la imaginación.
"William, eres un adulto, y no debes permitir que lo que sientes te nuble el pensamiento. Estás hablando de una jovencita que está engañada contigo, que a lo mejor se ha enamorado de ti como Albert. No dudo que ella pueda sentir lo mismo por William, pero mientras más retrases la confesión, peor podría ser el resultado".
"Pensaré en todo esto, pero no ahora. Voy a regresar ahora mismo con ella. Lo que necesito es que me des las llaves del corporativo y prepares todo para comenzar mañana todo lo relacionado con el trabajo. También tengo que prepararla para lo que viene. Ella perdió su trabajo, así que ahora tengo que proveer por los dos".
Y así era, porque, aunque Candy tenía una asignación mensual en el Banco Central, no usaba ese dinero, que se había acumulado en los miles. Y no era que ella no lo supiera, simplemente pensaba que debía procurar por sí misma. Nunca le comentó a Albert sobre este tema, pero él lo recordó en el transcurso de recuperar la memoria.
"¿No quieres que cenemos algo entonces y seguir conversando?", le preguntó Georges
"Ya se me hizo tarde, amigo. Quiero pasar tiempo con ella. ¿Qué tal si mañana almorzamos con la tía luego de llamarla?".
"Me parece bien".
Y ahí quedó todo…
Continuará
