El otro día, a las 7:45 a.m. ya estaba William dentro de su apartamento del corporativo y con su vestimenta ejecutiva. George llegó 15 minutos después con café para que ambos se despertaran después de un día como el anterior, de tantas emociones. Cuando bajaron a las oficinas ejecutivas, ya el personal estaba trabajando. Algunas personas allí empleadas antes de la desaparición de William no lo reconocieron por su cabellera rubia, pero los que habían estado desde los tiempos de su padre no dejaron de mencionar su gran parecido con él. También hubo que explicarles las razones por las que él había estado ausente tanto tiempo, bueno, realmente hubo que mentirles. Les dijeron que él estaba atendiendo negocios familiares en el extranjero. Y les hicieron prometer que cumplieran con los acuerdos de confidencialidad que habían firmado sobre su existencia.
Luego de los formalismos oficiales, Georges y William se dirigieron al salón de conferencias, y la secretaria de Georges les pasó una llamada de los socios comerciales de la sucursal de Londres. Se había decidido que los trabajadores de esa filial serían mudados temporeramente algunos a Estados Unidos y otros a Sau Paulo para trabajar en los nuevos negocios de los Ardlay en esa ciudad. Mientras que la guerra estuviera batiéndose en Europa, tendrían que mudar a esos trabajadores y cerrar la filial hasta nuevo aviso.
Georges siempre recordaba cuando hacía más de dos años tuvo que rescatar a los chicos del Real San Pablo. Aunque el colegio seguía en pie, se había enterado de que todos los niños habían sido reubicados y que las monjas se habían ido a Suiza, a un convento, en espera de que terminara la guerra. Pensó en ese momento en el joven Aristear, que se había enlistado él mismo, y que al momento se encontraba en Francia, su propio país. Una preocupación siempre le nublaba el rostro al recordarlo. Deseaba que Dios lo protegiera de todo mal. No sería fácil para esa familia seguir perdiendo miembros jóvenes.
Luego de la exitosa conferencia para la que William contribuyó muy poco, pues algunas de las cosas ocurridas en esos más de dos años de ausencia las desconocía, le pidió que lo comunicara con su tía, para por fin revelarle que estaba vivo. Georges le pidió a su secretaria que le discara a la Sra. Elroy, y cuando ella contestó, le pasó la llamada a Georges. William quería que Georges hablara con ella primero, no que oír su voz después de tanto tiempo fuera demasiado fulminante para ella.
Una vez comunicado, comenzó una conversación entre ellos sobre un tema que Georges, en toda su emoción, había olvidado.
"Bueno, hasta que te comunicas por fin conmigo. ¿Conseguiste algo de lo que te pedí?", preguntó una fogosa Elroy.
"Tía, disculpe, pero como le dije la vez anterior, no he encontrado nada aún que pueda utilizarse para lo que me pide, pero, por cierto, no es por eso por lo que la llamé".
"¿Entonces? Georges sabes que soy una mujer muy ocupada. No estoy para charlas inconsecuentes".
"Es que lo que le tengo que decirle es muy, pero que muy serio".
"Bueno, pues, dime. Y avanza por favor, que tengo que reunirme con Sarah y los chicos en un rato para el té de media mañana, y me tengo que preparar".
Georges pasó saliva en ese momento. Mientras tanto, William lo observaba con suma curiosidad, porque sus gestos delataban su incomodidad.
"Tía, por favor, siéntese, que lo que tengo que decirle es muy importante", le recomendó muy solemne.
"Muchacho, que me asustas. Acaba y dime, no más preámbulos", respondió ahora preocupada por el tono de Georges.
"Bueno, es que…", Georges pasó, de nuevo, saliva y comenzó a toser de pronto.
"Qué sucede, Georges, acaba y dime, por favor, mira que soy una señora de edad".
Georges entonces tomó aire.
"Es que…William apareció…", dijo con una voz muy, muy baja, como para restarle énfasis o importancia al anuncio.
De pronto un silencio ensordecedor que duró casi un minuto no pasó desapercibido por nadie. Los gestos de George daban pistas de lo que pasaba, y podemos imaginar que los de Elroy también del otro lado del auricular.
"Georges, mira que no estoy para bromas. Puedes matarme con algo así".
"No, tía, es en serio. William apareció… Bueno, William…está aquí, ahora, conmigo".
Georges le pasó el auricular a William.
"Habla", le dijo un nervioso Georges a William, ante un silencio tímido de varios segundos.
"H…hola, tía Elroy", respondió en tono bajo y tímido.
De pronto un silencio, una tos momentánea también de la tía Elroy y casi un minuto de silencio…
"William, entonces, sí eres tú; apareciste", le contestó Elroy, con tono ahogado.
"Sí… Soy yo, y sí, aparecí".
"Pero, es imposible. Cómo sucedió, qué pasó. Lo último que supe es que supuestamente te habían visto con tu mofeta, pero luego de eso, nada…"
"Es una larga historia, y quiero contársela, pero para eso debemos ver…",
"…cccuuuaaaánnnndddooo puede ser eso. Por favor, ven ya", no lo dejó terminar.
"Pasaré más tarde, a la hora del almuerzo, si usted puede".
"Claro, hijo, claro que puedo. Oh, tanto que pedí un milagro, y ahora estás de vuelta. Te espero, mi hijo, con ansias. Ven, no tardes, por favor".
Y colgó. Hasta de pronto olvidó lo que le había pedido a Georges. También el té con sus nietos pasó a un segundo plano. Georges entonces, y con mucho cuidado, abrazó a su muchacho.
"Gracias. Has hecho tan feliz a la tía Elroy", le dijo con verdadera emoción, algo que no era común de Georges.
"Me alegro. Compensa por todos los años de sufrimiento que les he hecho pasar", le contestó William bajando la vista.
"Olvida eso, que ya fue. Dime, ¿acaso necesitas algo más en lo que pueda ayudarte?"
"Sí, por cierto. Necesito que me consigas un coche", le respondió más animado.
"No hay problema. Te buscamos alguno de los de la casa".
"No, no me entiendes. No puedo salir en uno de los coches de la casa. ¿Qué tal si alguno de los chicos o Candy me ve en un coche de los Ardlay? No, necesito un coche usado, el más barato que me puedas conseguir".
"No entiendo que pretendes, William", inyectó con curiosidad Georges.
"Pretendo tener un coche para pasear con Candy cuando tenga algún momento libre".
"Qué tal si le dices la verdad y te la llevas a pasear en uno de tus coches. Vamos, William, que esto no es normal. ¿Un coche barato?"
"Sí, un coche como el que podría manejar un lavaplatos o cuidador de animales"
De pronto, toda la alegría de Georges se le fue del rostro al recordar la otra vida que su muchacho se negaba a dejar atrás.
"De modo que eso fue lo que le dijiste a ella, que eras cuidador de animales. William…", dijo en tono como de regaño.
"Sí, ya sé lo que piensas al respecto, pero no quiero que ella crea que la he engañado…"
"…como lo has hecho… Ay, Dios, bueno, está bien. Voy a hacer unas llamadas y te dejo saber lo del auto".
"Recuerda, quiero el auto más barato que puedas conseguir".
"A ver si algún sentido común entra en esa mente…", terminó George muy agitado, hablando entre dientes, mientras salía del salón de conferencias, lo que hizo a William momentáneamente sonreír.
Georges cuando se dio cuenta de lo gracioso que ese último comentario le estuvo a William, mostró un gesto de desesperanza antes de salir de allí. Es que jamás pensó que William, un hombre nacido del privilegio, escogiera vivir como el más pobre de los hombres por amor. Y sí, había tenido que ver las cosas que Rosemary había hecho antes, y definitivamente entendió que no había nada que pudiera detener a William de vivir ese sueño con su amada. Más si pensaba que su relación con ella era posible. Parecía que ella sí le correspondía. De hecho, a él siempre le pareció que sí, lo único que, por ser menor de edad, no podía distinguir realmente lo que sentía por él, lo que era afortunado, porque con lo impulsiva que era, tal vez, al final, hubiera terminado todo mal para William si ambos se dejaban llevar.
…..
En la tarde, George lo llevó a ver a la tía Elroy. La tía no podía creer que su sobrino hubiera aparecido o que estuviera vivo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo, ahora rubio, tan parecido a su hermano y a Rosemary… Sin embargo, se sintió un poco defraudada por la insistencia suya de quedarse viviendo donde había estado los pasados años, y no pareció ceder en ese punto ni porque ella lo manipulara con lo frágil de su salud. Otro punto de discordia fue la fecha de la presentación de William en sociedad. William quería un año completo y Elroy quería la mitad de eso. George, sin embargo, recalcó que debían considerar un punto medio, ya que no podía ser en pleno invierno, pero tampoco en el siguiente verano, como quería William. Quizás nueve meses era un buen compromiso, para comienzos de primavera, y los dos estuvieron de acuerdo.
William prometió lo más posible tomarse algún momento el té con ella y conversar de las cosas que tenían pendientes de tantos años. La realidad es que William no podía ser más esquivo con ella de lo que ya era. La tía Elroy, aunque conocía la personalidad de su sobrino, no hubiera jamás aprobado de su estilo de vida. Quizás, según lo que creía Georges, los años que estuvo ese chico encerrado tenían mucho que ver con sus deseos de libertad. Pero eso no era algo que creyera o comprendiera Elroy, quien siempre fue aristocrática y jamás daba su brazo a torcer. Pero con William era diferente. Y, en efecto, al ver que él no cedería ante lo que parecía ser su insistencia de regresar a la mansión, sencillamente dejó el tema para otro momento. Sí, porque jamás se rendiría a los caprichos de ese joven malcriado. En algún otro momento, volvería con el tema hasta lograr vencer su resistencia.
…..
Los días siguientes al descubrimiento de lo que había pasado con William fueron de reconectarse con su misión y con la familia. La tía Elroy estaba más feliz y tranquila, aunque la sola idea de que su sobrino no aceptara mudarse a la mansión hasta le provocaba más molestia que no querer realmente presentarse como cabeza de la familia. William estaba en dos mundos distintos. En uno era un hombre aguzado de negocios y a punto de convertirse en el patriarca de un importante clan, y en el otro vivía una vida familiar que disfrutaba enormemente junto a la que consideraba su compañera de vida. Los dos mundos le gustaban por razones distintas, pero dividirse entre ambos estaba teniendo efectos inevitables. El cansancio se apoderaba de él, mientras que los descuidos que comenzó a tener no pasaron desapercibidos por nadie, en especial de Candy y menos de Georges.
Georges lo ayudaba lo más que podía, pero para él era demasiado. Recordaba cómo, al no ayudar a Candy cuando el asunto de los rumores por falta de tiempo, dejaron de descubrir quién era realmente su amigo desahuciado. Por tanto, no dejaba de insistirle a William que ya hablara con ella, que no dejara pasar más tiempo, que todo se le estaba complicando. Pero no, no había nada más importante que la felicidad de Candy y la suya. Él estaba en una nube rosa en su relación con la rubia.
Lo más que le afectó fue un intento de secuestro de Neil Leagan. Neil parecía que había caído en el hechizo de esa niña cuando una vez lo ayudó con un grupo de vándalos que lo atacaron, y desde entonces, se había cuestionado las razones por las que lo hizo. Comenzó a ver a Candy de otro modo, aunque tampoco bajo una luz positiva, sino de deseo de poseerla a ella también. La realidad es que para Neil y Eliza todo era una cuestión de posesión. No había ningún interés real en su bienestar. Para Neil, Candy era algo más que poseer.
Y luego llegó el día aciago que todos temían. Las noticias llegaron del frente de batalla. Desde que Stear había decidido irse a Francia no hubo momento en que la tía Elroy descansara tranquila. El temor de lo que finalmente ocurrió la dejó derrotada y deshecha. Con esto sencillamente desquitó su ira con Candy, algo que no dejaba de ocurrir no importaba qué ocurriera. Si hubiera existido cuando murió su hermano, su cuñada o su sobrina, la hubiera culpado. Candy, según ella, era un imán para las desgracias.
El problema era que Stear había tomado esa decisión sin que nadie lo supiera, ni siquiera Candy. Según Candy misma había expresado, la última vez que vio a Stear, que fue a despedirla a la estación de trenes cuando iba a NY a reunirse con Terry, le dio una cajita de música para que fuera feliz. Jamás pensó ella que fuera una despedida ni que regresaría con las manos vacías, pues no logró reconectarse en términos románticos con Terry. Pero al enterarse de que Stear había partido a Francia, sí entendió que, en efecto, él de algún modo sí había ido a despedirse y de ella nada menos. Resultó ser, para completar, una despedida final, pero ni ella ni siquiera Stear lo sabía entonces.
Candy, por cierto, estaba bastante estresada con Albert por las sospechas de los vecinos de que andaba en negocios turbios. Gastaba mucho dinero en regalos para ella. Se había descuidado. El cansancio era mucho y ya simplemente se detenía en cualquier tienda del área comercial a comprarle cualquier cosa. Georges mismo le había advertido sobre lo que Candy consideraba derroche, pero William simplemente no registraba de lo cansado que estaba. Lo que quería era agradar a su compañera, y nunca pensó que a ella le preocupara el origen de esos regalos caros que le hacía.
Con la muerte de Stear todo simplemente se vino abajo en un momento. Para completar, la tía había entrado de nuevo en crisis, porque los jóvenes de la familia seguían muriendo sin descendencia que pudiera continuar con las tradiciones del pasado. William no se la estaba haciendo fácil a ella. Seguía tratando de presentarle jóvenes solteras de las familias del clan para que tomara una decisión rápido, antes de que le pasara algo. Pero William la esquivaba fácilmente y no daba su brazo a torcer. Su corazón tenía dueña y aunque ella no supiera de quién se trataba, se lo había hecho claro, en parte para sacársela de encima, en parte para no tener que decirle de quién se trataba al momento. En su aclaración era tan parco como sincero.
"Tía, cuando sea el momento de presentarme en sociedad también haré la debida presentación de mi novia".
Vaya sorpresa que se llevaría la tía cuando supiera de quién se trataba.
Continuará
