Varias semanas después de la muerte de Stear, William estaba decidido a decirle la verdad a Candy, pero el miedo de su reacción lo paralizaba. Georges trataba infructuosamente de decirle que las tensiones de esos pasados meses terminarían con colocar a William en un callejón sin salida, y William, aunque entendía perfectamente lo que le decía su amigo, tenía miedo.
En todo ese tiempo con Candy, nunca pensó que ella y él podrían llegar a ese nivel de cercanía, en especial porque la recordaba siempre como una niña y eso le pesaba en el alma. No era fácil para un hombre enamorarse de una niña para la que fue su guardián siendo adulto, aún sabiendo quién era él para ella desde sus 6 años. Luego del intento de secuestro de Neil y de la muerte de Stear todo parecía regresar, sin embargo, a una normalidad aparente, y eso lo tranquilizó un poco. William sí se había percatado de la reacción de los vecinos a sus recientes cambios de costumbre, y terminó paralizado al punto de que, el mismo día en que ya le pesaba seguirle mintiendo, llegó para confesarse, pero vio a Candy con la casera, y escuchó lo que ella le dijo. Candy lo defendió con todas sus fuerzas, pero ya se le había acabado el tiempo. La casera los amenazaba con dejarlos en la calle, y siendo de este modo, a dónde irían. Porque no era tiempo de decirle la verdad completa. Sintió pánico, entonces, y partió de allí.
Sus sentimientos eran lo más importante, así que iba dispuesto a decirle que él sí había recobrado la memoria y sabía quién era, que todas esas cosas que le había regalado y todo ese dinero que estaba, según ella, derrochando, eran producto de su trabajo con los Ardlay, que por eso era que ella lo había visto en la cabaña del bosque cuando era niña y él la rescató. Que sí, le había mentido todo ese tiempo con el asunto de dónde provenían esos lujos que se daba, pero que su origen no era oscuro, ni mucho menos. Sin embargo, no pensó en decirle que era un Ardlay, o que era el más importante miembro de ese clan, al menos no por el momento, tampoco que fuera su príncipe y que el broche que ella guardaba con tanto afecto fuera suyo. Con esto de los vecinos, sin embargo, no podía revelarle nada, ya que estaban a punto de desahuciarlos a los dos. No tendrían entonces a donde ir. Así que, con pesar, se dirigió hacia el corporativo, y allí le escribió una nota explicando que sabía lo que pasaba con los vecinos y que no podía permitir que ella se sacrificara por él una vez más; también que, gracias a ella, había recuperado la memoria, como originalmente pensaba decirle. En parte era una excusa. No sabía qué hacer y eso lo paralizó. Necesitaba tiempo para pensar, y para eso tenía que alejarse de ella, como le había recomendado Georges.
Las lágrimas brotaron libremente de sus ojos, y se daba golpes de pecho, mientras se echaba la culpa por lo estúpido que había sido. Su corazón había explotado en ese momento y, al pensarse solo, dejó que sus emociones lo controlaran. Se había enamorado de esa niña, y ni siquiera sabía ni cómo ni cuándo le había pasado. Quizás lo había olvidado cuando perdió la memoria.
Tomó muchos billetes y los puso en un sobre. Bien sabía que Candy evitaría usar ese dinero, pero en situación de crisis y siendo un regalo suyo, a la larga dejaría el orgullo a un lado. Georges veía y escuchaba en silencio desde las escalinatas que daban a su apartamento, con un dolor conocido en el pecho. Sí, sospechaba de lo que trataba el dolor de William, pero jamás pensó que él, en su desesperación, haría lo contrario de lo que le había sugerido desde que había llegado, hacía meses, al corporativo después de más de dos años de desaparecido. Simplemente actuó sin pensar, dejándose llevar por el miedo...
….
Una semana después…
"William, ¿me puedes decir que es esto?", preguntó desconcertado Georges.
William era un guiñapo. Siendo el hombre más ordenado del mundo, el apartamento del corporativo parecía un chiquero. Llevaba casi una semana encerrado, comía poco, no se afeitaba, prácticamente no se bañaba, ni comía.
George jamás pensó verlo así. Daba lástima.
"Déjame decirte que no voy a permitir que me esquives más, William. Llevas en esas una semana completa. Quiero que me cuentes con lujo de detalle lo que te tiene así. Sí, porque, aunque Pouppét es una excelente mascota, no creo que pueda escucharte ni aconsejarte, así que comienza a hablar ya".
"Déjame solo, eso es lo que quiero, por favor", con un tono bajo e indiferente, mientras miraba hacia el lado opuesto al que se encontraba Georges.
"No, no lo voy a hacer. No soy tu sirviente, y no acepto órdenes tuyas. De aquí no me voy hasta que me digas todo".
William, que parecía un niño en ese momento, entendió entonces que no había mejor momento para confesarse con su amigo. Pero tenía coraje con él y consigo mismo, así que lo primero que le dijo fue lo que su desahogo le permitió:
"Qué, ¿no era lo que querías, que terminara con ella? Pues ya lo hice. Ahora, por favor, déjame en paz. Quiero estar solo. Vete", le respondió sin cambiar el tono.
Georges lo observaba muy sorprendido. Por lo general, William solía mantener la compostura en cualquier situación, pero verlo en ese estado de total y completa desesperación, lo desconcertó en ese momento. Sin embargo, regresando a su intención primera le increpó de este modo:
"William, dime algo. ¿Qué fue lo que le dijiste a la Srta. Candy y qué fue lo que ella te contestó cuando se lo dijiste?"
"No le dije nada. Sólo le dejé una nota y me fui".
Georges entonces entendió. Su protegido simplemente estaba rabiando porque había sido un cobarde.
"Entonces ella no sabe nada. No sabe quién eres".
"No. Yo sólo fui a verla para decirle que había recobrado la memoria y a explicarle por qué estaba haciéndole esos regalos y llevando de comer por las noches, pero cuando llegué, le estaba diciendo la casera que o me iba yo o nos íbamos los dos. Yo entonces lo decidí, me fui, para que ella pudiera permanecer".
"Ay, William, pero qué irresponsable. Dejaste sola sin explicarte a una joven a la merced de unos vecinos que pudieron haberle hecho daño…"
"Ellos sólo querían que yo me fuera, sólo yo…"
"De todos modos…"
A esto, William comenzó a sollozar como un niño y George dio un suspiro mientras lo observaba.
"No entiendo, William", le dijo pasándole un pañuelo y sentándose a su lado, "siendo un hombre tan inteligente y centrado, cómo pudiste hacerle eso a esa muchacha. Ella aparentemente te quiere, y ahora se quedó sola con el problema de los dos. Sí, la chica que primero perdió a Anthony y luego al Sr. Terry. No sé, pero a veces, aún lo inteligente que eres, tu inmadurez para enfrentar la vida me sorprende sobremanera".
William levantó su mirada cristalina. No podía creer lo que estaba oyendo. Su amigo, su aliado, ahora le decía todo lo contrario a lo que le había dicho antes, al menos eso era lo que pensaba.
"Tú me dijiste que debía alejarme de ella", le dijo subiendo una nota el tono.
"Alejarte, no dejarla. William vas a tener que explicarte con ella. Es difícil entender que un hombre como tú tenga tanto miedo de la vida".
"Pero qué le digo, ya todo se derrumbó. Qué le puedo decir…", preguntó William desconsolado.
"Dile la verdad. Es lo único que te queda".
"NO quiero perderla".
"Amigo, ya la perdiste. ¿Entonces?"
Y era verdad. El miedo lo había paralizado hasta el punto de no entender que a esa amiga que siempre protegió y defendió ahora le debía todo, pero no sabía cómo pagárselo. Georges movió la silla para quedar frente a él y le comenzó a hablar como un padre lo haría con un hijo.
"William, lo primero que vas a hacer es calmarte. Tenemos negocios pendientes y debes arreglarte física y mentalmente. Sé que no te sientes a la par de tus obligaciones, pero las tienes que enfrentar tarde o temprano, y si es temprano, mejor. Luego vas a pensar bien las cosas. Te digo qué, voy donde la Srta. Candy y le pregunto de parte del tío William cómo se siente, para saber si su respuesta te ayuda con lo que tienes que hacer… Escúchame bien lo que te voy a decir: no te voy a reclamar por no escucharme desde el principio sobre lo que debías hacer con ese asunto. Decidiste seguir viviendo con ella aún cuando recuperaste la memoria y sabías que tendrías que responder por tus actos tarde o temprano. Eso no cambia. Lo que vas a cambiar ahora es tu enfoque. Vas a pensar bien las cosas y cuando estés listo para ella, entonces le dirás lo que tienes que decirle, y esperarás su reacción. Te recomiendo, ya que estás entre la espada y la pared, que aproveches antes de que venza el plazo que hiciste con la tía Elroy para tu presentación. Así le confiesas quién eres y entonces decides lo que harás con ella. Pero si sigues con el miedo de lo que ella diga o haga, se va a enterar por la prensa o por cualquier otro medio, y entonces sí que lo perderás todo".
William levantó la vista, sus ojos azules llenos de lágrimas de amor. Georges se dio cuenta inmediatamente de que la parte de William que estuvo 9 años de su vida encerrado no le había dado la madurez para enfrentar lo que sentía por esa jovencita. En principio todo fue probarse como joven adulto a cargo de una niña, pero cuando el amor se apoderó de sus decisiones, ya no supo qué hacer, porque básicamente tenía la misma capacidad y madurez que ella, aún siendo ella más joven que él.
Y es que, según lo que le había contado a Georges, a veces era el adulto, el que mantenía la sensatez, pero otras era un niño y actuaban como dos adolescentes alborotados y locos. Cuando recuperó la memoria, una de las cosas que sintió fue una gran vergüenza, porque no entendía lo que le había pasado con esa niña a la que había adoptado en su familia. Pero después comprendió que sus sentimientos venían de antes, que había sentido, primero, la necesidad de ayudarla porque podía y quería hacerlo, luego entendió que ella y él tenían las mismas carencias afectivas y se aferraron uno al otro sin darse cuenta; por último, tal fue su admiración y respeto hacia ella por lo que era y representaba, que terminó perdidamente enamorado y luego no supo qué más hacer. Incluso sin memoria, había caído rendido ante su encanto, y al recuperarse y darse cuenta de lo que sentía, lo mismo con o sin memoria, fue obvio que no podía hacer nada más que dejarlo fluir. No podía simplemente dejar ir el sentimiento porque era, increíblemente, lo más poderoso que había sentido en su vida.
….
"Dime, William, ¿estás de acuerdo con que yo vaya a verla?"
William asintió con la cabeza y bajó la mirada. Sentía que era lo único que podía hacer al momento.
"Entonces ahora lo que quiero es que te des una buena ducha y te prepares para trabajar con el asunto de Sao Paulo. Luego vas a tomar el té con la tía Elroy, que lleva días preguntando por ti, y más adelante, cuando estés allá, cabalga un poco y despeja tu mente. Pero no sigas torturándote a ti mismo, porque lo que pasó, pasó, y ya no tiene remedio. Lo que vamos a analizar es lo que harás después, cómo lo vas a resolver".
William de nuevo asintió con la cabeza, se levantó de la silla y se fue al baño como autómata a darse la ducha. El agua caliente lo revivió en ese momento. Y con ese poco de ánimo se acicaló y se afeitó. Se vistió con su atuendo ejecutivo y bajó al corporativo para seguir trabajando. Increíblemente, Georges había logrado lo imposible, que dejara un poco su autoflagelo y que enfrentara la vida.
Mientras tanto…
Continuará
