A los tres días de esta conversación con William, Georges entraba en el edificio donde vivía Candy. William le había dado instrucciones para llegar, y mientras subía las escaleras al segundo nivel pensaba que ni ella ni William debieron haber alquilado un lugar tan por debajo de sus posibilidades. Porque, aunque el lugar lucía bastante acogedor y limpio, dudaba que esos apartamentos tuvieran más de una habitación.

Pensó: "Este William, arriesgándose él y a la Srta. Candy, viviendo de este modo".

Obviamente Georges no tenía ni idea de los problemas que en inicio tuvieron para conseguir apartamento, siendo que no eran familia ni estaban casados. William no se lo había comentado.

Más adelante, caminó por el largo pasillo, llegó a la puerta del apartamento y tocó.

Unos segundos después, Candy le abrió. La realidad es que ella no lucía mejor que William. Aunque lo recibió amablemente, se notaba que había llorado, ya que sus ojos más rojos e hinchados no podían estar. El apartamento estaba desordenado, y él pudo comprobar que, en efecto, sólo tenía una recámara con una cama litera. Candy, al ver la reacción de sorpresa de Georges, le respondió:

"Me mudé a la litera de abajo, ya que mi paciente se fue hace unos días".

Georges, aunque preocupado por el asunto del cuarto, sin embargo, le cambió el tema.

"Ah, Srta. Candy, espero que no le moleste que yo haya venido. Los chicos me dijeron dónde encontrarla y por eso llegué. Nos enteramos de que se había quedado…bueno, sola, y el tío William y yo quisimos saber cómo está, cómo se siente".

"O sea, que el tío William está bien…", le preguntó ella con curiosidad momentánea.

"En efecto, pero por qué lo pregunta".

"Es que los chicos piensan que está muy enfermo y por eso la tía abuela actúa preocupada por él, porque no creen que esté tan bien de salud", respondió Candy.

"No, no, el tío William apare (carraspeó) parece estar bien. No hay nada de qué preocuparse. Sin embargo, me pidió encarecidamente que usted le exprese a través de una carta cómo se siente".

A esto, Candy abrió una cómoda y sacó un sobre grande con varias hojas, lo selló y se lo entregó a Georges.

"Quise hacerlo como un diario, como el que el tío abuelo me regaló para que yo le escribiera de mis experiencias en el Colegio. Ni siquiera sé por qué lo hice, ya que hace tiempo no me comunico con él".

"Ah, el diario…", de pronto Georges recordó que ese diario lo tenía William, y que debía estar en proceso de auto-flagelo con él.

"Lo quise hacer parecido, pero no pensé que él lo vería realmente. Pero por favor, entrégueselo, y dígale que ansío conocerlo pronto", dijo Candy sin prestar atención a que, de pronto, Georges parecía estar a mil millas de distancia, en un lugar muy, muy lejano a ella.

"…Ah, sí, señorita Candy, así será", terminó Georges despertando de pronto del trance, y tomando el sobre de sus manos.

Georges, después de despedirse, salió por donde mismo entró, sobre en mano. En el camino de salida, se encontró con la Sra. Gloria, que de pronto recordó las quejas de los vecinos sobre Albert con un hombre vestido de traje oscuro. Pero no quiso darle color al asunto, en especial porque había visto lo devastada que había quedado Candy con la salida de Albert de ese lugar. Simplemente le dio un saludo que él le devolvió y Georges salió hacia su vehículo estacionado frente al Magnolia.

En el camino pensó para sí:

"Es increíble ver a la Srta. Candy en el mismo estado de ánimo de William. Están igual. De verdad que nunca pensé, cuando la rescaté del secuestro, que William terminaría tan enamorado de ella, y según parece, ella igual. En efecto, era raro todo lo que hacía por ella, pero uno jamás hubiera pensado, bueno… La vida es extraña, muy extraña… Ahora lo que tengo que ver es cómo le voy a quitarle ese diario a William", terminó mirando el sobre que le había entregado Candy.

Cuando llegó al apartamento de William, él lo esperaba con ansias locas. Georges le entregó el sobre, bastante grande, y aunque se sentía como adolescente ansioso, lo abrió con sumo cuidado y delicadeza. Dentro había varias hojas escritas a mano con la letra hermosa de su pequeña, todas enumeradas y en orden. Tomó la primera y comenzó a leerla en voz alta, aunque ahogada:

"…Sentí un gran pesar de saber que estaba sola de nuevo. No sé cuántas veces me he tenido que despedir de Albert desde que me salvó aquel día de morir ahogada cuando estaba en la cabaña del bosque de los Ardlay. Luego fue a verme cuando perdí a Anthony, después en Londres, y por último lo de África… No, no parecía ser del tipo de persona que se acoplara a vivir en un solo lugar por mucho tiempo. Por tanto, desde que se mudó a vivir conmigo al Magnolia, temía que se fuera, como lo reclamaba su libertad, tan pronto recuperara la memoria. Pero los últimos meses, cuando nos fuimos acercando como algo más que amigos, la idea dejó de ocupar mi mente. Quizás era porque, desde el día en que me salvó de morir atacada por un león (no se asuste; estoy bien), entendí que algo mucho más trascendental nos unía, algo mucho más grande que nosotros mismos.

Yo no sé cuándo Albert se convirtió en lo más importante para mí. Lo que sí sé es que siempre corría, desde que lo conocí ese día de la cascada, a sus brazos cuando tenía un pesar en el alma. Él siempre estaba cuando lo necesitaba. Pero en días recientes, mi corazón latía con mucha fuerza cuando lo tenía cerca. Como cuando se compró aquel auto tan terrible, que me llevó a pasear, extraño, a un lugar que era muy parecido a la Colina de Pony. No supe qué pensar. Trepamos a un árbol él y yo, y allí, como un testamento de algo que yo entendí entonces era una declaración, me pidió que lo compartiéramos todo, lo bueno y lo malo. Yo le dije que sí con lágrimas de emoción. Pero, por qué él no lo hizo conmigo; por qué, luego de esta gran promesa, la más importante de nuestras vidas, se fue y me dejó sola de nuevo, no me dijo nada, no me reveló su verdad…"

Enternecido entonces tomó la siguiente hoja.

"Yo sólo escuché el sonido de mi corazón diciéndome que, por fin, había encontrado una perla de gran precio, pero ahora nada es igual. Al menos tuve la certeza de que todo tenía el sentido correcto en ese momento. Albert se ha ido, y quizás lo que pensé que había ocurrido, haya estado en mi mente. No quiero ni pensar qué diría él si supiera lo que siento y lo que me ha hecho su abandono. Es la peor sensación del mundo. Tampoco me importa la edad que tenga, algo que nunca me reveló, aunque yo sé que él es más o menos de la edad del príncipe de la colina, aquel muchacho que le conté en el diario que me regaló y del que todavía guardo el broche. No, no me importaba…"

William simplemente no podía seguir leyendo. Guardó el resto de las hojas para otro momento. Lo que leía, aunque no le ofrecía mayor consuelo, sí le daba respuestas, porque siempre había tenido dudas sobre si Candy realmente sentía lo mismo, o si simplemente era un consuelo nada más, una segunda alternativa. Y sí, Terry había sido su amigo y lo quería como tal, pero siempre tuvo algo de celos de él, incluso sin memoria. Más aún, por las cosas que había comenzado a leer precisamente en el diario de Candy cuando estaba en el colegio. Aunque en el fondo siempre supo que, a la larga, Terry le rompería el corazón. Él, como buen amigo, lo único que tenía era la confianza de ella, ¿pero amor? Nunca pensó que fuera así. Incluso con sus palabras, aunque bien sabía que ella hablaba del corazón, tenía la duda sobre si había superado completamente a Terry. Quizás, después de todo, había sido bueno que se alejara de ella. Así ambos podían definirse.

Para Georges, sin embargo, nada era más claro u obvio. Pero sabía que nunca convencería a William porque había sombras entre él y ella aún lo vivido, sombras que ese aciago diario que una vez le compró con gran entusiasmo ahora probablemente contradecía de algún modo lo que leía en esa carta. Sin embargo, entendía que, para William, que había sido privado de amor desde su temprana niñez, pero que aún así, era un alma noble y sensible, la sed de amor era muy grande, así que una entrega a medias no sería suficiente. Aparte, se había prometido que haría todo lo que estuviera en sus manos para que ella fuera feliz, así que consideraba en serio que podría serlo vicariamente a través de ella, aunque no lo escogiera a él.

Georges, por cierto, aunque sabía que debió haberle pedido el diario, quizás no era el momento, aparte de que reconocía que William no se lo daría. Si bien no sabía lo que decía, sospechaba que, así como ahora las cartas eran sobre Albert, ese diario completo era sobre Terry. La diferencia, sin embargo, era la madurez entre ambos documentos, pero William no lo veía así.

….

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. William, aunque aún triste y soñoliento, trabajaba sin cesar tratando de no pensar. Había adelgazado, sus ojos perdieron en parte su brillo y sus cabellos rubios lucían algo cenizos. Increíblemente, esa escena se repetía en el Magnolia. Por los azares del destino, William y Georges, antes de que William hubiera abandonado el Magnolia, habían decidido contratar a una persona que vigilara que Candy estuviera segura. Con el asunto de Neil, no podían hacer menos.

Los reportes diarios se convirtieron en semanales. Parecía que Neil había dejado aparentemente tranquila a Candy, aunque decidieron mantener la vigilancia, no que fuera una tregua temporera. Pero mientras tanto, el agente contratado reportaba que la Srta. Candy lucía siempre triste y apagada. Cuando se iba a la clínica del Dr. Martin, trataba de sonreír y darle alegría a los niños, pero cuando salía de allí, dejaba un mar de lágrimas que llegaban hasta el Magnolia.

La alegría de ese complejo se convirtió en notas de tristeza, en miradas de lástima, en buenos deseos de que, aún con las sospechas que tenían, Candy encontrara a su "hermano". Bueno, ya todos sabían que no lo era. La tristeza de Candy les decía otra cosa.

….

Las Navidades llegaron y ni William ni Candy estaban dispuestos a celebrar. William se encerró en el ala este de la mansión, con ese aciago diario de Candy, y Pouppét, que lo miraba siempre con tristeza; no, no quería ver a nadie. Candy había decidido pasar las Navidades con Annie, Archie y Patty, pero desistió. Simplemente se fue a dormir esa noche. Tanto llorar la había dejado exhausta y prácticamente seca.

Georges, mientras tanto, se fue tras su protegido a pasar el tiempo con él. Aunque William estaba triste y apagado, Georges quería darle ánimos.

"Hola Pouppét, William, felicidades. Vine a pasar un rato con ustedes, además de que quiero que sigas leyendo la carta de la Srta. Candy. Espero que no te moleste, William, ya que no me parece que vayamos a hacer nada más hoy".

William lo miró con rostro de resignación.

"Sabes ya que no quiero continuar con eso y menos en Navidad. Siento que no me ayudaría. Además, quiero estar solo con Pouppét, si me lo permites. No quiero pensar en nada".

"Obviaste decirme que quieres estar sólo con Pouppét y también con ese aciago diario. Pero lo que estás haciendo es torturarte con su lectura", le dijo mientras le entregaba el sobre a la mano que había sacado de la caja fuerte de su apartamento en el corporativo, y tomaba el diario con la idea de llevárselo con él, algo que desistió luego de recibir la mirada fulminante de su protegido. Por el momento era mejor entonces no insistir.

"Anda, vamos a leer un poco más de la carta, si te place. Luego me lo agradecerás", le recomendó mientras dejaba el diario momentáneamente en la mesita de noche.

William miró el sobre por un momento.

"Sabes que no quiero recordarla", dijo entristecido y desvió su mirada hacia el jardín.

"¿Recordarla? Si no dejas de pensar en ella todo el día. El único momento en que más o menos te desconectas es cuando estás en los negocios, pero el resto del tiempo no haces nada más que recordarla. Vamos, William, que necesitas que ella misma te lleve al momento de la verdad. Y con ese VIEJO diario lo que haces es sufrir".

William, por cierto, había colocado uno de sus lazos rosados de cabello que se había llevado cuando se fue del Magnolia. Fue el único recuerdo que se llevó, y lo usaba para amarrarlo al sobre. George desató el cinto, que colocó sobre una mesita. El olor de su cabello se sentía en ese sobre. William sacó las hojas de papel de dentro y comenzó a leer donde se había quedado la otra vez:

"Mmm, está bien, ah, sí … La primera vez que lo vi fue en la cabaña del bosque abandonada por los Ardlay. La verdad es que siempre me cuestioné lo que hacía allí, sin embargo, nunca le pregunté. Aunque ciertamente fue una providencia que estuviera, porque si no hubiera sido por él, me hubiera ahogado. Él me rescató, me mudó las ropas y recuerdo despertar arropada frente a un fuego, totalmente desnuda aunque tapada, y ver a un hombre que confundí con un oso, luego con un pirata por esa barba que tenía. Me desmayé dos veces de verlo así, tan grande y peludo. Él, por cierto, comenzó a darme palmaditas en la mano para que despertara.

Recuerdo que tenía, para ese entonces, el cabello color castaño, aparte de que se escondía tras unas gafas oscuras enormes. Para mí fue una sorpresa, por cierto, que resultara ser la persona con la que he sentido más paz en el mundo, incluso, y me avergüenzo de admitirlo, más que con la Srta. Pony y la Hermana Lane. Mi estadía con él esa noche fue la más feliz de mi vida. Reímos, gozamos, yo le conté todo sobre mí. Me sentía como una princesa. Él me hizo sentir así desde el primer momento, como si fuera la persona más especial del mundo".

"¿Todavía dudas, William, de lo importante que eres para ella?"

William sonrió una sonrisa medio apagada, y siguió leyendo:

"Cuando murió Anthony, también me sentí también morir. Albert entonces fue mi consuelo. Y no lo entendí en ese momento, pero, así como había aparecido en cada uno de los momentos más trascendentales de mi vida, así mismo, la confianza de que era parte de mí quedaba cada vez más clara y patente. Albert y yo somos uno. Por eso ahora entiendo que lo del rompimiento con Terry sucedió como tenía que ser simple y sencillamente porque lo que estaba destinado a ocurrir era que Albert y yo estuviéramos juntos. Lo que no entiendo es por qué, entonces, se fue. ¿Será porque esto que ahora escribo sólo estaba en mi mente?"

Dos lágrimas salieron de los ojos de William en ese momento, y así mismo, tomó las hojas de manos de Georges, las dobló, las colocó en el sobre y las amarró de nuevo suavemente con el cinto. Georges observaba toda esta maniobra con la curiosidad de un hombre también sensibilizado por el aroma de una mujer que había dejado su huella en él, así que no se atrevió a criticarlo. Simplemente le dijo:

"Continuamos en otro momento, amigo. Creo que ha sido suficiente. Pero, ojo, también me llevo ese diario".

William le entregó el sobre y también el diario en ese momento, aunque bajo protesta. Georges entonces guardó el sobre en la caja fuerte, pero se llevó el diario, que era lo que lo mantenía en esa encrucijada. Quizás después querría continuar leyendo las cartas. No, pero William no lo hizo mientras estuvo allí. No podía tolerar el dolor en su pecho y en su alma con estas declaraciones de su pequeña. Era que, aún con lo cercano a su corazón, aún albergaba dudas y…tenía miedo. Su miedo era más que no lo quisiera como William, y hasta que lo despreciara. La seguridad que tenía de que lo quería como Albert, de esa no tenía tantas dudas. Pero Albert era sólo una parte de él. Aparte, el diario era una total y completa declaración de su amor por Terry, y eso no le permitía tampoco ver la verdad.

Por otro lado, aún lo que leía en esas hojas, consideraba que el asunto de Terry no estaba completamente resuelto. Pensaba y tenía dudas de que la obligatoriedad de ese rompimiento aún no pesara en su corazón. Candy siempre había sido sincera y no mentía, pero si quedaba algún ápice de duda de que lo que había hecho, no hubiera sido más que por la obligación del momento, entonces significaba que esos sentimientos que decía albergar por él no eran más que transferencia, y él no estaba dispuesto a un amor que no fuera pleno y completo. Georges lo observaba con estas dudas, mientras miraba a lontananza, y le decía:

"¿Sabes que tu dolor tiene solución, amigo?", le aclaró Georges momentos después al verlo debatirse en sus ideas.

"Sí, pero no sabría ahora cómo enfrentarlo con ella", terminó un lloroso William. "No sé si sus sentimientos, esos que dice tener, sean tan fuertes como para soportar la verdad".

Georges lo miró con ojos críticos, pero tiernos a la vez.

"Eres un tonto, ¿sabes?", así le terminó.

"Tampoco sé si ha superado completamente a Terry".

"Doble tonto. ¿No te parece obvio que sí?"

William lo miró con desconcierto y luego bajó la mirada y no dijo nada más. Miró también el diario, la causa probable de sus dudas, pero aún así, no le dijo nada más, y permitió, aunque con pesar, que Georges se lo llevara.

Mientras tanto…

Continuará