Las Navidades llegaron y ni William ni Candy estaban dispuestos a celebrar. William se encerró en el ala este de la mansión, con ese aciago diario de Candy, y Pouppét, que lo miraba siempre con tristeza; no, no quería ver a nadie. Candy había decidido pasar las Navidades con Annie, Archie y Patty, pero desistió. Simplemente se fue a dormir esa noche. Tanto llorar la había dejado exhausta y prácticamente seca.
Georges, mientras tanto, se fue tras su protegido a pasar el tiempo con él. Aunque William estaba triste y apagado, Georges quería darle ánimos.
"Hola Pouppét, William, felicidades. Vine a pasar un rato con ustedes, además de que quiero que sigas leyendo la carta de la Srta. Candy. Espero que no te moleste, William, ya que no me parece que vayamos a hacer nada más hoy".
William lo miró con rostro de resignación.
"Sabes ya que no quiero continuar con eso y menos en Navidad. Siento que no me ayudaría. Además, quiero estar solo con Pouppét, si me lo permites. No quiero pensar en nada".
"Obviaste decirme que quieres estar sólo con Pouppét y también con ese aciago diario. Pero lo que estás haciendo es torturarte con su lectura", le dijo mientras le entregaba el sobre a la mano que había sacado de la caja fuerte de su apartamento en el corporativo, y tomaba el diario con la idea de llevárselo con él, algo que desistió luego de recibir la mirada fulminante de su protegido. Por el momento era mejor entonces no insistir.
"Anda, vamos a leer un poco más de la carta, si te place. Luego me lo agradecerás", le recomendó mientras dejaba el diario momentáneamente en la mesita de noche.
William miró el sobre por un momento.
"Sabes que no quiero recordarla", dijo entristecido y desvió su mirada hacia el jardín.
"¿Recordarla? Si no dejas de pensar en ella todo el día. El único momento en que más o menos te desconectas es cuando estás en los negocios, pero el resto del tiempo no haces nada más que recordarla. Vamos, William, que necesitas que ella misma te lleve al momento de la verdad. Y con ese VIEJO diario lo que haces es sufrir".
William, por cierto, había colocado uno de sus lazos rosados de cabello que se había llevado cuando se fue del Magnolia. Fue el único recuerdo que se llevó, y lo usaba para amarrarlo al sobre. George desató el cinto, que colocó sobre una mesita. El olor de su cabello se sentía en ese sobre. William sacó las hojas de papel de dentro y comenzó a leer donde se había quedado la otra vez:
"Mmm, está bien, ah, sí … La primera vez que lo vi fue en la cabaña del bosque abandonada por los Ardlay. La verdad es que siempre me cuestioné lo que hacía allí, sin embargo, nunca le pregunté. Aunque ciertamente fue una providencia que estuviera, porque si no hubiera sido por él, me hubiera ahogado. Él me rescató, me mudó las ropas y recuerdo despertar arropada frente a un fuego, totalmente desnuda aunque tapada, y ver a un hombre que confundí con un oso, luego con un pirata por esa barba que tenía. Me desmayé dos veces de verlo así, tan grande y peludo. Él, por cierto, comenzó a darme palmaditas en la mano para que despertara.
Recuerdo que tenía, para ese entonces, el cabello color castaño, aparte de que se escondía tras unas gafas oscuras enormes. Para mí fue una sorpresa, por cierto, que resultara ser la persona con la que he sentido más paz en el mundo, incluso, y me avergüenzo de admitirlo, más que con la Srta. Pony y la Hermana Lane. Mi estadía con él esa noche fue la más feliz de mi vida. Reímos, gozamos, yo le conté todo sobre mí. Me sentía como una princesa. Él me hizo sentir así desde el primer momento, como si fuera la persona más especial del mundo".
"¿Todavía dudas, William, de lo importante que eres para ella?"
William sonrió una sonrisa medio apagada, y siguió leyendo:
"Cuando murió Anthony, también me sentí también morir. Albert entonces fue mi consuelo. Y no lo entendí en ese momento, pero, así como había aparecido en cada uno de los momentos más trascendentales de mi vida, así mismo, la confianza de que era parte de mí quedaba cada vez más clara y patente. Albert y yo somos uno. Por eso ahora entiendo que lo del rompimiento con Terry sucedió como tenía que ser simple y sencillamente porque lo que estaba destinado a ocurrir era que Albert y yo estuviéramos juntos. Lo que no entiendo es por qué, entonces, se fue. ¿Será porque esto que ahora escribo sólo estaba en mi mente?"
Dos lágrimas salieron de los ojos de William en ese momento, y así mismo, tomó las hojas de manos de Georges, las dobló, las colocó en el sobre y las amarró de nuevo suavemente con el cinto. Georges observaba toda esta maniobra con la curiosidad de un hombre también sensibilizado por el aroma de una mujer que había dejado su huella en él, así que no se atrevió a criticarlo. Simplemente le dijo:
"Continuamos en otro momento, amigo. Creo que ha sido suficiente. Pero, ojo, también me llevo ese diario".
William le entregó el sobre y también el diario en ese momento, aunque bajo protesta. Georges entonces guardó el sobre en la caja fuerte, pero se llevó el diario, que era lo que lo mantenía en esa encrucijada. Quizás después querría continuar leyendo las cartas. No, pero William no lo hizo mientras estuvo allí. No podía tolerar el dolor en su pecho y en su alma con estas declaraciones de su pequeña. Era que, aún con lo cercano a su corazón, aún albergaba dudas y…tenía miedo. Su miedo era más que no lo quisiera como William, y hasta que lo despreciara. La seguridad que tenía de que lo quería como Albert, de esa no tenía tantas dudas. Pero Albert era sólo una parte de él. Aparte, el diario era una total y completa declaración de su amor por Terry, y eso no le permitía tampoco ver la verdad.
Por otro lado, aún lo que leía en esas hojas, consideraba que el asunto de Terry no estaba completamente resuelto. Pensaba y tenía dudas de que la obligatoriedad de ese rompimiento aún no pesara en su corazón. Candy siempre había sido sincera y no mentía, pero si quedaba algún ápice de duda de que lo que había hecho, no hubiera sido más que por la obligación del momento, entonces significaba que esos sentimientos que decía albergar por él no eran más que transferencia, y él no estaba dispuesto a un amor que no fuera pleno y completo. Georges lo observaba con estas dudas, mientras miraba a lontananza, y le decía:
"¿Sabes que tu dolor tiene solución, amigo?", le aclaró Georges momentos después al verlo debatirse en sus ideas.
"Sí, pero no sabría ahora cómo enfrentarlo con ella", terminó un lloroso William. "No sé si sus sentimientos, esos que dice tener, sean tan fuertes como para soportar la verdad".
Georges lo miró con ojos críticos, pero tiernos a la vez.
"Eres un tonto, ¿sabes?", así le terminó.
"Tampoco sé si ha superado completamente a Terry".
"Doble tonto. ¿No te parece obvio que sí?"
William lo miró con desconcierto y luego bajó la mirada y no dijo nada más. Miró también el diario, la causa probable de sus dudas, pero aún así, no le dijo nada más, y permitió, aunque con pesar, que Georges se lo llevara.
….
La tía Elroy había determinado, después de todo, que era más importante que William continuara con su agenda que la misma presentación, así que no presionó más sobre el asunto, aún cuando el plazo que habían acordado estaba por vencerse. William debía hacerse conocer y ya que no pensaba que quisiera huir de su responsabilidad, quizás posponer el asunto hasta el verano, como había pensado él inicialmente; no, no era mala idea.
Ya no tenía dudas de que no pensaba irse de nuevo, aunque en su mente no pasara que él, aún lo atado que estaba, quisiera dejarlo todo por ese amor que le pesaba en el alma. Y sí, sabía que tenía una novia, al menos eso le había expresado, pero no que se iría para incumplir una promesa tan grande como la que tenía con su familia. Y, por cierto, lo había visto triste en esos días. ¿Quizás ya esa novia de la que tanto había hablado no existía? ¿Y si aprovechaba ese momento para introducirle la idea que tenía por momentos de que tal vez debía considerar a Eliza, su nieta? Aunque, sí, eso tendría que planificarse poco a poco, porque por lo que sabía, William consideraba a Eliza como una chiquilla malcriada y poseída. No le interesaba en lo más mínimo.
….
Así, ya cercana la primavera, William y Georges se dirigían a unos negocios fuera de Chicago cuando decidieron entonces parar en un pueblito llamado Rockstown para descansar un poco luego de largas horas de viaje. Georges decidió ir al hotelillo del pueblo para al menos descansar hasta la salida temprano en la mañana. La realidad es que Georges conocía este pueblito porque en otras ocasiones se había detenido allí a descansar fuera de o hacia Chicago. Era el lugar de parada obligatoria para visitantes luego de viajes de negocios o de placer en ruta o de salida de Chicago. El viaje en auto agotaba y nublaba los sentidos. En Rockstown, por cierto, había una famosa cafetería que vendía buen café, té y golosinas, así que siempre estaba llena. Siendo un pueblo pequeño, sin embargo, había movimiento, en especial porque tenía todo el encanto de pueblito pequeño con las conveniencias de ser una parada obligatoria de viaje.
Incluso contaba con un teatrillo para los visitantes y locales, aunque el mismo estaba asentado cerca del prostíbulo del pueblo, lo que no lo dejaba muy bien parado. Además, los locales simplemente iban allí luego de las borracheras y francachelas para continuar con la fiesta fuera de horas. Si bien estaba abierto a cualquier hora del día, era por las noches cuando más público recibía. Pero realmente no era un teatro serio y sus obras eran más imitaciones burdas del verdadero arte.
Llegando allí, William no pudo evitar mirar hacia el lugar, cuya entrada era una carpa, pero de tamaño reducido, y lo que vio prestando más atención a la fachada lo dejó en shock. Vio el nombre de una persona que, por todo lo que se sabía, estaba desaparecido desde hacía tiempo. Se trataba de Terrence Graham. La pregunta para él fue cómo podía Terry presentarse en un lugar así. Le pidió a Georges que se detuviera frente al teatro, y se apeó para averiguar sobre las funciones y si realmente se trataba de él. Cuando salió, tenía el rostro desencajado. En efecto, el primer actor de la obra era Terry Graham, y le pidió a Georges que continuara camino, que iba a tratar de hablar con él, y que lo alcanzaría al rato.
Ya solo, pagó una buena suma para llegar a los camerinos de ese lugar. Era un lugar con hedor a humedad, cigarros y perfume barato. En su ruta hacia el camerino, se dio cuenta de que también las ratas huían de allí, y que ningún humano en sus cinco sentidos debía estar en un lugar así. Y de este modo, con el hedor a orín humano y animal, llegó a la puerta del camerino, y tocó.
La única respuesta que recibió fue un gemido gutural desde adentro, algo parecido a lo que hizo él cuando le dieron la primera nalgada al nacer. William no pensó demasiado y entró, y lo que vio lo dejó de una pieza. Ahí estaba Terry, totalmente borracho, tumbado sobre un sofá lo que quedaba de su color blanco, con los muelles que se salían de lo viejo que estaba. Terry lo miró de reojo. No lo reconoció, no sabía quién era el elegante caballero que delante suyo estaba, porque aún lo delgado que se encontraba William por todo lo que había pasado, todavía lucía como un ángel del cielo.
"Terry, por Dios, en qué has caído", le dijo tratando de tomarle el brazo para levantarlo.
"Suélteme", le dijo halando el brazo para que lo dejara libre. "Quién es usted y por qué me habla de este modo", le respondió medio balbuceado.
"Soy yo, Albert, tu amigo".
"No, tú no eres Albert. Recuerdo bien a Albert y no eres tú".
"Soy Albert, tu amigo, y el de Candy".
Oh, Candy, sí, Candy…Nada más la mención de ese nombre hizo que Terry, que estaba medio adormilado, abriera los ojos de par en par. Pero esta reacción sólo duró un instante, porque al rato volvió a caer en su estupor. No, no lo reconocía. El Albert que conoció Terry tenía el cabello oscuro y ahora este hombre que ante él se presentaba era completamente rubio. Ni quitándose las gafas y enseñándole los ojos azules, tan característicos, pudo reconocerlo en el estado en que se encontraba.
Continuará
