Pasada media hora sin hacer reaccionar a Terry, William sencillamente se dio por vencido y decidió reunirse con Georges en el hotel. Allí Georges lo esperaba con una taza de té caliente, que le entregó a William tan pronto se sentó junto a él en la recepción.
"No tuviste éxito por la cara que traes".
"No. Está demasiado borracho para reconocerme. El Albert que recuerda es muy distinto", le respondió, tomando un poco del té.
"Y qué vas a hacer".
"No sé, pero tengo que ayudarlo. Está en un camino de destrucción que puede llevarlo hasta a la muerte".
"Sí, y ya sabemos cuál es la causa…", mencionó Georges medio irónico.
Y bien que la sabía y no quería reconocerlo. Era ella también. Terry, como sabía, vivía enamorado de Candy, y las decisiones que había tomado con respecto a su vida eran todas por deber, no porque las sintiera de verdad. Había escogido a Susana Marlowe un día antes de que Candy regresara desde NY con el corazón roto por esa elección, aunque conociéndola, sabía que ella no iba a aceptar menos que el cumplimiento de la deuda que Terry tenía con Susanna. Y Terry escogió su destino contra su propio corazón. Jamás superó lo que sentía por ella.
Por otro lado, cómo no saber lo que Terry sentía. Georges mismo le había advertido que Terry vivía enamorado de ella, pero ahora, al verlo en ruta hacia su propia destrucción, William entendió que, en esa comedia que llamaban vida, todos ellos (y con todos ellos se refería también a sus sobrinos) habían sufrido por lo mismo. Y también mal entendió que quizás Candy y Terry debían tener la opción de estar juntos, si esa era la felicidad de ambos. Ni él ni Susanna debieron haberse interpuesto. Georges, sin embargo, le expresó que estaba equivocado, que Terry había hecho muy poco por reconectarse con Candy cuando regresó de Londres, aún teniendo la oportunidad cuando ella estaba sola en la ciudad, que se había escogido él mismo todo el tiempo, incluso con esa decisión de permanecer con Susanna. Era siempre el camino fácil con él, aunque el camino fácil era muchas veces el camino al infierno, y él había decidido caminarlo sin mucho esfuerzo. Candy lo ayudó a decidir, sí, aunque para ella la visión era diferente. Ella lo dejó todo por nada para darle a él la oportunidad de elegirse a sí mismo, y eso mismo hizo. No pensó tanto en ella como se podría creer. Sí, la decisión le pesaba, pero era más por su propio egoísmo que por su propio amor.
Al otro día, salieron William y Georges de Rockstown a cumplir con los negocios que les esperaba. En la sede del proyecto comercial y luego de la reunión con importantes hombres de negocios, William de pronto se encontró solo, afuera, ya que había salido antes de Georges, se detuvo frente al escaparate de una tienda, y allí vio un hermoso abrigo de primavera de un color teal fuerte, y pensó que le luciría muy bien a Candy. De pronto, entró al lugar, compró la prenda y le pidió a la dependiente que la envolviera en una caja para regalo, lo que ella hizo muy diligente.
Saliendo Georges, vio a William con la caja de regalo en la mano, y le preguntó:
"¿Es un regalo para tu tía?"
"No, es un regalo para Candy".
"William, qué vas a hacer"
"Quiero regresar a Rockstown y verificar que todavía esté Terry ahí. Entonces irás a la oficina de correos y llevarás este regalo para que llegue a Chicago".
"Por qué no se lo envías desde Chicago o se lo das tú mismo".
"No. Quiero que lo reciba desde Rockstown y a mi nombre. Te vas a asegurar de que así sea, y de que la caja contenga un matasellos de allí".
Georges no entendía la locura de su protegido.
"Qué haces. ¿Quieres que Candy sepa que Terry está allí? Se la estarías lanzando en brazos".
William lo miró con desconcierto, pero también con la seguridad de que hacía lo correcto por ella.
"Si sucediera, es lo que tiene que pasar", dijo en tono triste.
"Eso es absurdo. Por qué, si la quieres tanto, permitirías que ella tuviera dudas".
"No es absurdo. Quiero ayudar a Terry. También quiero saber si…"
"…ah, ahora entiendo, sí, también quieres saber si ella te ama como tú la amas a ella. William, me parece que entiendo lo que quieres hacer, pero en el estado en que ella se encuentra ahora, la llevarías a tomar una decisión por lástima y por sentirse abandonada e insegura".
"Cómo lo sabes" preguntó con lágrimas que comenzaban a asomarse y que él trataba de disimular; pero su tono de voz no ocultaba su llanto interno.
Esto para Georges era increíble. El hombre que se demostraba jovial y seguro en los negocios, cuando se trataba de esa niña era completamente distinto. Eran dos personalidades distintas que a veces lo asustaban. Claro, es que William había sido educado para tener una fría mente comercial, pero su lado emocional, ese que dejaba ver cuando ya estaba fuera del ambiente laboral, lo dominaba en algunos momentos y lo dejaban expuesto. Definitivamente estaba tan enamorado de esa niña que su solo recuerdo lo hacía flaquear. Qué bueno que en cuanto entraba en calor de los negocios podía reconocer la diferencia, pero por cuánto tiempo más...
"William, la Srta. Candy dejó de querer a Terry hace tiempo", le razonó.
"Tú no has estado con ella para ver lo que he visto yo", y ahí William tenía razón.
"Quizás, pero todo lo que has pasado con ella en estos años debió haberle aclarado sus dudas, si alguna. Ah, y yo la vi. Su tristeza por haberte perdido es genuina. ¿Y lo que has leído de los reportes, no te parece claro lo que ella siente por ti?", terminó con cierto grado de convencimiento de lo que le decía.
William, sin embargo, estaba confundido por el doble mensaje. Por todo el camino se preguntaba si era la decisión correcta enviar a Candy a Rockstown, pero por el otro, estaba también la suerte echada para Terry en ese aspecto. Ni siquiera sabía si lo que le decía Georges era cierto. ¿Lástima? ¿Acaso Candy pudiera considerar volver con Terry por lástima? ¿Qué era lo que sentía ella a ese tiempo por Terry?
Llegando pocas horas después a Rockstown, William volvió a buscar a Terry, pero obtuvo la misma respuesta de la vez anterior: un Terry borracho, soñoliento, y tampoco reconociendo al hombre rubio que frente a él se paraba, incluso todo lo que le dijo que el mismo Terry reconocía. Esto ocurría mientras Georges completaba la encomienda que, aunque arriesgada, venía del corazón de un hombre cuya generosidad era mucho más grande que su propia felicidad. Como solicitado, le envió el paquete a Candy, y estarían pendientes de los actos de la rubia de ese momento en adelante.
….
Georges había estado muy pendiente de esos mismos movimientos después de recibido el paquete. Según Patrick (su vigilante), ella había recibido el paquete, salido corriendo a la estación de trenes y comprado los boletos, y el día estipulado, se fue a Rockstown con la misión de encontrar a Albert a como diera lugar, por cierto, con un dibujo de su rostro muy bien hecho; al tiempo descubriría que lo había realizado el Dr. Martin, ya que ella había intentado hacer un dibujo, pero había resultado muy infantil. Años después ese dibujo de Candy terminaría en la oficina de Albert del corporativo. Pero regresando, siguiéndola muy de cerca como también medida de protección, William se comía las uñas de la ansiedad que su propia acción pudiera tener en su futuro. Porque apostaba a que Candy sí ayudaría a Terry, pero no estaba tan seguro de si ella iba a tomar la decisión de quedarse con él aún la promesa que le había hecho a Susanna de no hacerlo.
Según pasaban las horas, su corazón latía fuerte y él lo sentía como si se le quisiera salir del pecho. No comía, su atención no estaba en el trabajo que debía realizar, y en la tarde, luego de muchas horas de espera, recibió un telegrama con la noticia de que Candy tomaría el tren de regreso a Chicago, lo que lo tranquilizó un poco. Su apuesta de vida había resultado bien para él. Sin embargo, se sentía inseguro de cómo la encomienda había dejado emocionalmente a Candy. Si bien corroboró que ella sí le cumplió la promesa a Susanna, no sabía si lo había hecho, de nuevo, por obligación, y eso le preocupaba.
Georges entendía perfectamente cómo se sentía William, pero también tenía la sospecha de que las razones de Candy se debían más a que lo buscaba a él de lo que él mismo pensaba. Y sí, él hizo la misma apuesta con Rosemary cuando era joven. La diferencia ahora era que Candy aparentemente sí quería a su tutor, y no como William pensaba en el fondo, que era más el amigo, el confidente y que lo que ella sentía no era amor por él, aunque las pruebas lo dejaban muy bien parado.
En los reportes posteriores sobresalía el hecho de que Candy estaba muy, muy triste y que seguía perdiendo peso. Comparado con el entusiasmo que mostró en el momento de recibir el regalo, su actitud demostraba que le pesaba más el alma. ¿Podía ser por él y no por Terry? La duda no lo dejaba ni siquiera dormir, por lo que había leído en el diario. Y sí, descubrió que Terry había vuelto a NY y que ellos ni siquiera habían hablado. ¿La habría visto y eso lo llevó a tomar la decisión? Parecía que sí. Confiaba en que sí por el bien de su amigo. ¿Pero y ella…?
….
William tenía que pensar. Llevaba meses sintiendo cómo el pesar de haberse separado de su amiga le cargaba el pecho. No encontraba consuelo, y en un momento en que ya no podía definir sus ideas, decidió tomarse un tiempo para irse a Lakewood. Ese era el lugar favorito de Rosemary y a donde lo llevó cuando era muy pequeño a vivir, aunque fuera por tener un ápice de normalidad en su vida.
A Georges le pareció buena idea, porque no podía tolerar verlo tan afligido la mayor parte del tiempo. Sí, los negocios lo mantenían distraído, pero el hecho de que no comía, ni dormía bien, y el estar taciturno todo el tiempo, le preocupaba. De hecho, le preocupaban los dos, porque Candy estaba igual.
"Llévate las hojas de la carta de Candy para que las leas con cuidado el tiempo que estés por allá. Aparte, piensa bien las cosas, porque cuando regreses te vas a sincerar con ella de una buena vez".
William le dio una tímida sonrisa y no le debatió el punto. De hecho, ya estaba cansado de todo. Lo que le quedaba era ya decirle la verdad a ella, pero necesitaba recuperar fuerzas, y Lakewood era ideal para esto mismo. También se llevó el sobre, que se había convertido en un tesoro para él, aunque no lo tocó tampoco el tiempo que estuvo allí; no tenía demasiado ánimo para hacerlo. No quería incluso admitirle a Georges que más le dolía leerlo que el mismo diario de Candy, porque le avivaba una llama que no sabía si era real.
"No le diré a la tía que me voy, hazlo tú. En cuanto a Candy, quiero que la cuides bien ahora que estaré unas semanas fuera. Sabes que es lo más importante para mí. Y sí, cuando regrese, voy a hablar con ella", lo decía y quería convencerse a sí mismo de hacerlo, pero para eso, tenía que controlar el miedo y eso no era tan fácil...
Por cierto, ese viaje lo reviviría de muchas formas…
Continuará
