Los días después de William irse a Lakewood, Georges los pasó en medio de negocios sin fin y de atender las necesidades de la tía Elroy, como lo había hecho desde que William se fue para Londres detrás de ella, cuando la envió al Real San Pablo. Todos los días separaba un tiempo para tomar el té con la tía y conversar de los asuntos de la familia. La tía parecía haber olvidado el caso de la adopción de Candy. Es posible que William la hubiera puesto en su sitio al respecto. O quizás era su cercanía a su mayoría de edad, en que el compromiso quedaría completamente nulo o resuelto sin que ella tuviera que intervenir. Sin embargo, como diez días después de la partida de William, llamó a Georges para que fuera a la mansión. Cuando llegó, vio a Sarah y Neil sentados con ella en el salón de estar. No era nada raro que ocurriera, lo raro fue cuando la tía le pidió que buscara a Candy y la llevara inmediatamente a la mansión.
En el camino no pudo más que pensar en las veces en que Neil trataba de acercarse a Candy y todo lo que hicieron por protegerla de él. Ahora estaban él y su madre sentados con la tía Elroy, y pensaba que algo no muy bueno estaba ocurriendo para que la tía solicitara la presencia de Candy. Quizás le reclamarían por el tiempo en que Candy había vivido con un hombre, aunque ya habían pasado varios meses desde que William se había ido de allí.
Llegando al Magnolia, no pudo evitar las miradas de los mismos vecinos que habían logrado que William abandonara el inmueble. Con su inconfundible traje negro, las mismas miradas de sospecha ahora le tocarían a Candy como antes lo hicieron con William. Pero nada importaba, ya que William estaba a punto de revelarle a ella la verdad, y ya no tendrían que justificarse delante de ellos ni de nadie.
Llegó, así mismo, al segundo piso, con todas esas miradas siguiéndolo allí. Y así mismo, caminó por el amplio pasillo hasta alcanzar la puerta del inmueble. Tocó y a los segundos salió la propia Candy a recibirlo. Lucía, a diferencia de otros días, impecable. No sabía él que ella estaba decidida a irse un tiempo al Hogar de Pony y que se había arreglado para salir de viaje esa misma tarde.
"Buenos días, Georges".
"Buenos días, Srta. Candy. Vengo porque la tía Elroy quiere verla en la mansión".
"¿Verme, la tía Elroy? ¿Sabe por qué?"
"No, señorita", por supuesto, sabiendo lo que sabía de él, Candy no le creyó demasiado la negativa, y volvería a tratar de sacarle la verdad.
Georges, sin embargo, miró hacia adentro, y vio una maleta y algunas cajas.
"¿Pensaba viajar?"
"No exactamente. Planificaba visitar el Hogar de Pony y tomar una decisión sobre lo que quiero hacer con mi vida, Georges. Quizás considere mudarme para allá, pero por ahora, me iba esta tarde a pasar unas semanas allí y ayudar a la Srta. Pony y a la Hermana Lane con los niños, ya sabe, siendo yo enfermera…"
"Entiendo…"
Para Georges era claro lo que estaba pasando. Y era más que conveniente estando William en Lakewood. Pensó un poco antes de decirle que fuera allá, pero recordó que William le había pedido que no le dijera a nadie donde estaba. Hubiera sido una imprudencia de su parte. Así que se guardó la información, al menos por el momento. Pensó, por cierto, que a lo mejor William podría revelarle la verdad cuando ella estuviera allá, claro, luego de informarle sobre su ubicación. Esto era si llegaba, porque tenía una leve sospecha de que lo que quería la tía Elroy interrumpiría cualquier movimiento y acción de la Srta. Candy…
De camino a la mansión, Candy, para variar, lo inundaba con preguntas.
"¿Qué quiere la tía Elroy conmigo, Georges? Por favor, dígame. Usted nunca responde mis preguntas y esta vez es muy importante".
Y era cierto. De pronto recordó el camino hacia Lakewood cuando la rescató del secuestro. Ella estuvo todo el camino haciéndole las preguntas correctas. Era obvio para él que esta chica era muy inteligente, pero la realidad es que estaba atado a promesas y secretos. Cuánto hubiera dado por poder responderle, pero pesaba más el deber.
Al llegar a la mansión 15 minutos después, le abrió la puerta del coche a una Candy curiosa, pero también triste. Las razones que había tenido la tía Elroy para llamarla eran cuestionables. Y aunque tenía ciertas sospechas de lo que trataba, tampoco podía responderle, esta vez por falta de corroboración. Así que la llevó todo el camino hacia el salón del que de pronto salió una presurosa y molesta Eliza. A pleno pulmón, sabía perfectamente lo que se gestaba allí, y no estaba para nada de acuerdo. Si bien había participado exitosamente en que despidieran a Candy del Santa Juana, las razones por la que su hermano había ideado el plan ahora le eran más que obvias, y estaba derrochando su odio y su veneno contra él y contra ella.
Neil estaba celoso de Albert y lo quería fuera de la vida de Candy. Además de ser la causa por la que pensaba que Candy no lo quería a él, creía que ella le tenía lástima y que por eso había permitido que su reputación estuviera en entredicho. Ahora que Albert ya no era una constante en la vida de ella, ideó su último plan para quedarse con ella a como diera lugar, sin el vagabundo de por medio. Obviamente Eliza no estaba de acuerdo.
Cuando Neil, que había salido detrás de su hermana, vio a Candy con Georges fuera del salón, una maquiavélica sonrisa se le asomó al rostro y las palabras de "ahora no podrás escapar de mí nunca más", y entonces Georges corroboró sus sospechas. El plan se le hizo claro, pero quería, de nuevo, tener base para saber lo que le diría a William al respecto.
Candy entró mientras Georges esperaba afuera. Al rato, escuchó gritos y a Candy defendiéndose a viva voz. El plan, según lo que había podido oír, era casarla a cambio de que Neil no se enlistara en el ejército, algo que la abuela no permitiría por nada del mundo, así tuviera que casar a Candy con él contra su misma voluntad. Y para rematar el asunto, le dijo que era una decisión del tío William, lo que aplacó su resistencia y la obligó a sencillamente no seguir gastando saliva. Tres días era el plazo para el compromiso. Para William era aún menor...
Candy salió cabizbaja, hecha un mar de lágrimas. De pronto no había reparado que le quedaran más lágrimas dentro. Se lanzó a los brazos de Georges y comenzó una letanía a la que Georges no sabía cómo responder.
"El tío William se prestó a esto, Georges. No lo puedo creer, pero por qué. No, no soy una marioneta con la que puedan jugar de este modo…cómo pudo, cómo pudieron".
Ya Georges no pudo más. Esta fue la gota que derramó la copa. Sí, había llegado el momento. Tenía que desobedecer a William. Y así lo hizo…
"Escúcheme, Srta. Candy. Vaya a Lakewood", le dijo en voz baja, asegurándose de que nadie le escuchaba.
"¿Qué?", le preguntó ella incrédula.
"El Sr. William está en Lakewood. Ay, Dios, esta es la primera vez que desobedezco una orden del Sr. William…"
De pronto, una sonrisa se asomó en el rostro lloroso de Candy. Y así Georges le explicó lo que tenía que hacer para llegar donde él. Otra cosa: tenía que defender el honor de su protegido, porque si de algo estaba seguro era de que él nunca hubiera permitido que se usara su nombre para algo tan ruin.
…..
Dos días después, Georges fue directamente a Lakewood, y allí encontró a la parejita, muy contentos ambos. Los rostros de tristeza ahora eran de pura felicidad. Ya era obvio que no había secretos entre ellos y que la Srta. Candy estaba contenta, aunque él estaba algo nervioso por haber desobedecido la orden que William le había dado. Sin embargo, en el momento en que lo miró con un poco de vergüenza, William le mostró una amplia sonrisa y le agradeció que por primera vez hubiera hecho todo lo contrario de lo que le había encomendado. Y así salieron él y la Srta. Candy a Chicago. Todo el camino la joven le estuvo diciendo:
"Ahora entiendo esto…ahora entiendo lo otro".
A él no le quedaba más que sonreír. Tampoco que le hablara demasiado porque no sabía qué pendientes todavía quedaban entre ellos, así que simplemente respondía a las preguntas que hacía sin entrar en demasiados detalles.
Ya en Chicago, Georges dejó a Candy en su apartamento. Ella irradiaba toda su felicidad. La tristeza había desaparecido. Lo que le quedaba, que fue la razón para él enviarla a Lakewood, parece que se le había olvidado. Por lo menos a William no. Antes de despedirla y sin que se diera cuenta, le pasó una nota que él leyó mientras ellos alargaban la despedida.
"Ya estoy enterado del asunto de la tía Elroy y del famoso compromiso de Neil con Candy mañana. Voy a salir en unas horas, pero por lo pronto, no anuncies mi llegada. Cuando llegues allá, le dices a Germaine y a los demás sirvientes de la entrada que tampoco lo anuncien a nadie, ni siquiera a la tía Elroy. Nadie debe saber que estoy en Chicago".
Así lo hizo. Ya en la tarde recibió comunicación de parte de William de que había enviado unas cajas con la vestimenta y los arreglos de Candy, y que las dejaría en la habitación seleccionada para la preparación al otro día.
Igual que la vez anterior, Georges debía recoger a Candy en su apartamento y dirigirla hacia el ala norte de la propiedad, donde Annie y Patty la estarían esperando para ayudarla con su arreglo. En el camino hacia la mansión, Candy le mencionó a Georges que había olvidado momentáneamente la fecha, pero que los chicos habían ido por la mañana con la intención de alertarla y hasta ayudarla a escapar, pero que ella, confiando en lo que le había prometido William, detendría ese compromiso de algún modo. No sospechaba ella cómo lo haría, pero ya Georges estaba enterado del plan.
El mismo consistía en aprovechar el momento en que Candy se negara a cumplir con la encomienda y William entrar y corroborar lo dicho por Candy, y aprovechar el momento para hacer su presentación en sociedad. De este modo, salvaba a Candy del yugo de los Ardlay y luego también a su tía, al convertir los esponsales arruinados en su presentación. De este modo, el buen nombre de la familia no quedaría manchado tampoco. Era un plan genial, digno del patriarca del clan. Quedaría como héroe delante de todos.
Llegando a la propiedad, Georges vio a William en el balcón de su habitación en el segundo nivel. Habiendo corroborado la llegada de Candy, lo que le quedaba era esperar las pocas horas para que comenzara la fiesta de compromiso. Desde allí, por cierto, podía ver la llegada de los miembros de la familia. De hecho, varios de ellos se habían estado quedando en la propiedad, que era inmensa. Pero se sentía aburrido después de descargar tantas emociones en su pecho.
Cuando Georges entró a su habitación, vio en la mesita de noche el sobre con el cintillo de Candy deshecho, y adivinó que William quería continuar leyendo en ese momento lo escrito por ella antes de que comenzara el espectáculo en pocas horas. Georges tomó las hojas, se dirigió al balcón y se sentó con ellas en mano y comenzó a leer donde se quedaron la vez anterior, sabiendo que William quería que estuviera presente para terminar con esa lectura:
"Nos quedamos en que…", William le mostró donde se habían quedado. "Ayer salí con los chicos a comer y les agradecí el gesto, pero la verdad es que no pude distraerme. Estoy tan débil que no puedo ni pensar las cosas bien. Necesito a Albert conmigo. Es como el aire que respiro. Si hubiera sabido que las cosas serían de ese modo, le hubiera dicho que lo amo no importa lo que sucediera desde hace tanto tiempo".
Con esto, ambos hombres se miraron y abrieron los ojos de sorpresa con esa confesión. La sonrisa en los labios de William fue lo más grande ese día. Fue como cuando ella lo besó por primera vez. Él nunca se hubiera atrevido, aunque era su deseo más profundo, su sueño más grande, y desde antes de perder la memoria, así que lo sabía bien. Después de eso, ya no podía ni pensar. Tenía tantos deseos de estar con ella y de amarla, que todo lo demás pasó a ser secundario en su vida: su dinero, su posición, quién era dentro del clan… Ni siquiera ese maravilloso día que pasaron juntos fue tan grande como esa confesión. Claro, jugaron y corrieron como niños. Treparon árboles, pescaron en el río, caminaron con las manos entrelazadas por el bosque. Ella pasó una noche con sus animales, mientras él la miraba dormir, absorto, embelesado. Sentados los dos frente a la chimenea, desnudos después de quedar empapados porque el bote cisne de Stear había colapsado de nuevo, tapados con mantas y muertos de risa, hablando de todo y de nada, de lo bien que le iba a Terry después de que decidió regresar con Susanna. Pero de sus labios nunca salieron esas palabras tan maravillosas, las que él esperaba y de las que había dudado todo ese tiempo. Ahora no podía parar de reír como niño feliz.
George estaba también contento. Todo ese dolor y sufrimiento de esos meses de pronto pasaron a ser parte del pasado con esa pequeña confesión.
"William, ay, Dios, si hubieras leído esta parte, quizás te hubieras ahorrado muchos meses de dolor".
Mientras tanto, William columpiaba a Pouppét de la felicidad que sentía, y Pouppét le respondía con una sonrisita muy linda.
"Amigo, es que no podía", le respondió mientras seguía jugando con Pouppét. "Cada vez que leía una parte de esa carta, mi corazón más dudas albergaba. Además, ¿no recuerdas que ella misma había dicho que no sabía si las cosas estaban en su mente?"
"¿Bueno, y ahora…?"
"¿Ahora? No sabes lo feliz que soy. Yo…yo también la amo, la amo desde siempre", y le dio otra vueltita a Pouppét.
Georges no pudo más que sonreír en ese momento. Ver a William tan feliz era lo más grande para él. Así continuó leyendo.
"La verdad es que haberle confesado eso no hubiera sido tan fácil. Yo no lo supe realmente hasta lo del ataque del león. Pero sí, no hubiera dejado a Albert ni siquiera por Anthony o por Terry, y nunca me lo había cuestionado. Lo necesito. Quiero que me perdone por haberlo usado de paño de lágrimas cuando ni siquiera sabía lo que sentía por él. Y ahora que se fue, quiero que vuelva. Oro todos los días por que lo haga. Nunca me había sentido tan abandonada como ahora".
De pronto, las lágrimas comenzaban a brotar de los ojos de William, que dejó momentáneamente a Pouppét sobre la cama y se sentó nuevamente junto a Georges.
"Recuerdo cuando estábamos en la cabaña del bosque, que le pedí quedarme a vivir con él. Nunca nadie me hubiera dicho en ese tiempo, cuando todavía era una niña, que ese dolor que sentí cuando él me dijo que no era apropiado, se convertiría en el amor que guarda mi corazón por él ahora. Quizás esos recuerdos de esa niñez fueron los que impidieron que él se me acercara de otra manera…"
William asintió en ese momento con la cabeza.
"…pero un amor que se encuentra una y otra vez, que parece predestinado, no tiene edad. A mí no me hubiera importado. No creo que le importara a nadie. No creo que le importara incluso a los Ardlay, que no se ocupan de mí ni yo de ellos.
Los chicos en algún momento mostraron preocupación cuando Albert se fue a vivir conmigo precisamente por la diferencia de edades más que por nada. En una sociedad en la que la reputación es lo más importante, este tipo de dinámica podría ser cuestionable, pero a mí, la verdad, me tiene sin cuidado. No me preocupó mi reputación cuando me despidieron del Santa Juana, porque yo escogí a Albert. No me preocupaban las amenazas en el Magnolia, porque yo escogí a Albert. Y no me hubiera importado si Neil o Eliza o cualquiera de los Ardlay, incluida la tía Elroy, hubieran objetado. No, porque yo escogí a Albert.
Siendo así, lo único que importa es que Albert regrese a mí. Estoy dispuesta a esperarlo lo que tenga que hacerlo. Lo amo y no me importa nada más. Donde esté, lo que esté haciendo, iría hasta el fin del mundo por estar a su lado. La pregunta es ¿piensa él en mí?"
"Sí, Candy, siempre te pienso", respondió al aire, al universo, con lágrimas, sí, pero de alegría…
Ese fue el final de esa correspondencia. Georges volvió a doblarla, ensobrarla y colocarle el cinto al sobre. Lo guardó entonces en la caja fuerte.
"William, la verdad es que te lo jugaste todo por esa niña, y ella también se lo jugó todo por ti", le decía mientras cerraba la caja. "Ahora te toca demostrarle de lo que estás hecho".
Y con eso, una hora después, comenzó la fiesta de esponsales, y el momento de la verdad para él...
Continuará...
