Georges vivió hasta los 95 años y jamás olvidaría a los Ardlay y sus historias. Para cuando la muerte llegó a buscarlo, había logrado retirarse de los negocios, habiéndose casado con una de las primas Ardlay que conoció en Sao Paulo cuando se comenzó la construcción del primer condo-hotel en su historia, ella era vivito retrato de Rosemary. La joven dama tuvo un hijo que llamó Anton, quien aprendió de los negocios de la familia Ardlay, aunque luego de la Depresión, muchas empresas perdieron dinero.

De hecho, William fue el último patriarca de la familia y rompió el patriarcado luego de la muerte de la tía Elroy. Todas las tradiciones familiares desaparecieron, incluyendo el comité, la propiedad de Lakewood se vendió a primos de la familia y el clan sencillamente se separó y rompió con décadas de tradiciones ya muertas por el modernismo y la Depresión de los 30, en pleno siglo XX.

Con la muerte de la Srta. Pony y la Hermana Lane antes de los años 40, el nuevo Hogar de Pony simplemente pasó a manos gubernamentales y mantuvo en esencia los principios de servicio de primera de sus fundadoras. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial sirvió de hospital para atender militares que regresaban de la línea de batalla y luego, para los años 60, terminó tristemente abandonado. Para el 2000, las facilidades propiedad de Candice White Ardlay, Lane Roache y Paulina Giddings se convirtieron en un fideicomiso de los hijos y nietos de Candice White y William Albert Ardlay. Finalmente fueron vendidos al gobierno federal y convertidos en parque nacional. Y claro, era un área hermosa, qué más…

Pero, de nuevo, un punto y aparte en nuestra historia…

Un día perfecto de primavera, saliendo de Lakewood con Georges, un inquieto William parecía muy callado, pero no se podía estar tranquilo. Iban hacia Canadá, a completar unos negocios sumamente importantes.

"Qué te pasa, William. Estás muy inquieto, amigo".

"Necesito ver a Candy ahora. Por favor, quiero ir al Hogar".

"William, tenemos el tiempo contado para todo lo que hay que hacer. Por favor, espera a que regresemos".

William lo miró con desconcierto y cierto reclamo.

"Si esto no fuera de vida o muerte, no te diría que hiciéramos esa corta parada antes de irnos".

"No tendrías mucho tiempo".

"No importa. Sólo necesito unos minutos…"

"¿No puede esperar?"

"No hay día más perfecto para esto que quiero hacer".

Y era cierto. Era un hermoso día de primavera, perfecto para revelarle su último secreto a su amada. Su relación con ella iba muy bien. Ella estaba sumamente feliz de su mudanza al Hogar, y con el Dr. Martin, su fama como enfermera iba en aumento en la comarca.

Georges no tenía la menor idea de lo que quería hacer William, pero entendía que su petición era demasiado importante para él.

"¿Le vas a pedir matrimonio?"

"Sabes que no puedo aún. Tengo que completar la encomienda de Sao Paulo para que el comité no tenga reparos ni objeción a mi decisión. Además, no le he pedido la mano aún. Eso lo haré después de nuestro regreso".

"¿¡Y hay algo más importante que eso, que nos lleve a retrasar nuestro viaje de partida ahora que tenemos el tiempo contado!?"

"Esto es lo más importante del mundo para mí. Este día es perfecto y no se va a repetir, al menos no sé en cuánto tiempo, y ya no voy a esperar para hacer las cosas. Ya he perdido demasiado tiempo".

Y era verdad. De pronto, en camino, William se había dado cuenta de que un día como ese, hacía 14 años, había conocido a una niña pecosa y llorona que cambió su vida para siempre. Y no, no le había revelado a ella esa última verdad. Para ella, la idea de que Albert fuera su príncipe ahora que sabía que era Ardlay y que tenía más o menos la misma edad, aunque sí le había pasado por la mente, fue descartada, primero, porque pensaba que ya Albert se lo habría dicho, y, además, porque el clan era inmenso. Muy bien sabía que le había hablado muchísimo del príncipe en su convivencia y más allá, quizás unos miles de veces en sus repeticiones de esa historia tan importante para ella. Pero pensándolo bien, quizás ese muchacho que vio ese día, con su gaita que confundió con un estómago, había sido alguno de los primos. Ya ella, como matriarca, averiguaría quién había sido, y le agradecería que siempre hubiera estado con ella de algún modo. Con pesar, por cierto, le devolvería el broche que todavía guardaba y que siempre llevaba con ella, que había servido de brújula para llegar donde Albert. No, ni sospechaba que fuera suyo, pero siempre que lo llevaba, terminaba apareciendo él junto a ella, y eso la ponía a pensar sobre la identidad de ese extraño chico y su relación con Albert.

Así como Anthony era el vivo retrato de su príncipe, el tío también pudo haberse parecido a él, pero ella, habiendo conocido a Albert de adulto, jamás pensó que fuera tan parecido a la imagen que tenía de su príncipe, que era la de Anthony. Lo único que unía ahora a Anthony y a Albert eran sus ojos azul-cielo, pero fuera de eso, nada más se le parecía de Anthony al tío. Qué sorpresa se llevaría.

Georges no estaba demasiado contento con la encomienda, y cuando llegó al hogar, dejó a William mientras él iba al pueblo, que estaba a unos minutos de distancia, a enviar telegramas y notificaciones de retraso. A los 20 minutos, sin embargo, el plazo se le había cumplido a William, y llegando de vuelta al hogar, tocó el claxon. A los dos o tres minutos, vio bajar de la colina, las manos entrelazadas, a William y a Candy, y ambos parecían en otro mundo, como autómatas, los ojos de ambos cristalinos cuando ambos estaban lo suficientemente cerca para él poderlos ver; obviamente habían llorado. Sí, les dio unos minutos adicionales, mientras se abrazaban y besaban frente a él.

Jamás los había visto en despliegue público de afecto. La verdad es que lucían tan enamorados que sencillamente les dio más tiempo para despedirse. Después, pasarían al menos dos semanas sin verse. Era lo menos que podía hacer. Aún la ansiedad, de todas maneras, ya tenían algo de retraso, así que no se haría el insoportable, menos delante de ellos con el amor de frente como lo tenía.

Ya en el camino, veía a William mirando un objeto en sus manos. Y cuenta se dio de que era el broche, aquel que había perdido y que ella le había devuelto. Él se lo había visto antes a ella, pero jamás pensó que William se lo pediría de vuelta. Tampoco pidió nunca razones, ni le comentó siquiera a William del asunto. Sencillamente, lo dejó pasar. Hasta lo había olvidado…

"¿Eso fue lo que fuiste a buscar? Por qué no se lo dejaste, si estabas tan feliz de que lo tuviera".

"No, amigo, no es eso. Es que por este broche ahora ella sabe que yo fui el muchacho que conoció en la colina a los 6 años. Ella siempre creyó que me había conocido cuando lo del accidente del bote, pero ahora corroboró que soy todo para ella: su príncipe, el tío William y su amigo Albert. Además, pienso devolvérselo. No me voy a quedar con él. Es que esta vez quiero que sea porque se lo doy yo y no por accidente".

"Bendito accidente… Pero por qué no se lo habías dicho antes, que tú eras ese muchacho que ella conoció en la colina".

"Esperaba el momento perfecto para hacerlo. Ahora ya lo sabe. También que estamos destinados a estar juntos…"

Georges entonces entendió y siguió por el camino hacia el futuro. Y con esta charla, la felicidad de todos comenzó en ese momento…

…..

La colina de Pony en primavera…

Cegadora luz blanca, los ojos pueden mirar, pero aún así, no ven lo suficiente. Una sombra se acerca. Es él, es el príncipe...

"Ya llevo tiempo aquí, pero no sé quién está conmigo", dijo Georges. "He esperado no sé por cuánto tiempo…"

De pronto el paisaje cambia. Georges vio al príncipe más arriba de la colina, con una niña pequeña. A la niña de pronto se le voló lo que parecía ser una carta de sus manos, y ella salir tras de ella. El joven observa cuando la niña sale de su campo de visión, a Georges ladera abajo, tratando de subir por la colina. La mente se le fue detrás a ella, pero el joven sale huyendo y deja caer, sin querer, algo igual de brillante que el sol. Y entonces la vio, la vio regresar y recoger el supuesto objeto caído. Ella mira a todas partes, probablemente buscándolo a él. Georges la vio, pero ella no vio a Georges.

El joven salió corriendo hacia el lado opuesto de su marco de visión, pero parecía moverse en cámara lenta. Georges lo sigue y le da alcance. Con lágrimas en los ojos, al percatarse, entonces se detien. Se deja alcanzar por él y le dice:

"William, William… No huyas, no te vayas, no me hagas sufrir así, por favor. Ya es suficiente dolor…"

Él se detiene antes de Georges alcanzarlo, se gira de pronto y mirándolo con una sonrisa, le pregunta:

"Dime, Georges, ¿qué fue lo que viste en la colina?"

Y el joven William, con su kilt moviéndose rítmicamente con el viento, se va de nuevo, mientras Georges se detiene donde el joven había estado antes, a la vez que una luz cegadora los cubre a ambos en ese momento. Todo vuelve a ser como antes; el paisaje de la colina era el mismo. Georges permitió que se fuera, que huyera, y lo vio reunirse colina arriba, esta vez con una hermosa jovencita rubia que le entregó de vuelta su broche. Siguió con ella caminando, las manos entrelazadas, hacia el infinito, hacia la luz.

"Si, eso fue lo que vi en la colina, lo que vi…", terminó Georges, mientras los veía retirarse poco a poco de su campo de visión poco a poco, hacia el cielo de luz.

FIN