Disclaimer: Los personajes de Naruto y Boruto no me pertenecen. Hago uso de sus personajes con el fin de entretener.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Mención de armas. Asesinos. Espías. Negocios no legales.

Notas: Este trabajo fue inspirada por muchos proyectos, tales como: Buddy Daddies, el dorama coreano La Leyenda del Mar Azul y Entrenando a papá, así como otros más. Fuera de eso, la idea y situaciones sí son míos.

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Capítulo 1

Niña


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Todo era enorme. Los edificios y la gente pasar. Tuvo que cuidar de no ser pisoteada pues nadie le ponía atención. Himawari observó al cielo, sorprendida de que los gigantescos edificios pudieran opacar hasta el Sol. Tokio era más grande de lo que se imaginó.

—¿Cómo voy a encontrar a mi papá? —se preguntó con inquietud la pequeña niña de orbes celestes y cabello corto de tonalidad cielo nocturno.

Decidió hacerse a un lado, mantenerse segura cerca de las puertas principales de un Eleven cercano. Adelante el mar de gente continuaba pasando e Himawari temía que nadie se diera cuenta de su presencia y la pisara. Lo que menos quería en esos momentos era llamar la atención o tener algún accidente.

Sacó su celular y abrió el mapa, según éste el punto marcado de interés aún se hallaba al otro lado de la ciudad. Para llegar ahí debía tomar varios transportes. Hizo una mueca. Era mucho por recorrer. Sabía cuidarse por sí sola, pero se volvía problemático preguntarle a desconocidos la dirección y tener que inventar que sus padres la esperaban cerca o que era acompañada de una persona adulta.

Himawari pensó que al ser bastante común que niños de su edad caminaran por las calles de Tokio nadie se atrevería a cuestionarle, no obstante eso no pareció funcionar con ella. Podía cuidarse, no era ningún bebé.

Logró escabullirse de la tutela de sus dos tíos favoritos —tío Kiba y tío Shino— en la estación central de trenes de su pueblo natal cuando los dos se mostraron dudosos de llevarla a la capital a cumplirle su deseo de cumpleaños.

Conocer a su papá.

No negaría que se sentía mal por mentirles a sus dos tíos de ir al baño para después correr hacia el vagón a punto de marcharse con dirección a Tokio, pero todo estaba hecho y ella no podía retroceder en el tiempo. Cuando encontrara a su padre, Himawari se aseguraría de llamarles y asegurarles que todo estaba bien.

—Veamos el mapa otra vez —susurró al verse de nuevo confundida con el nombre de las calles.

La aplicación indicaba el lugar en el cual se encontraba, así como el punto a donde quería llegar. Estaba lejos, demasiado. La opción más viable sería tomar un taxi, pero Himawari debía ser cuidadosa con sus ahorros.

Aun cuando su mami le diera aquella tarjeta mágica, sabía muy bien que usarla podría revelar su ubicación y no le gustaría preocupar a su madre. Sería un viaje rápido para conocer a su padre, decirle un "Hola, soy tu hija" y ponerse al corriente. No iba a pedirle explicaciones porque era demasiado joven para entender las verdaderas razones por las cuales sus progenitores no terminaron juntos, pero quería conocer el rostro de su padre, del verdadero.

El taxi era la mejor opción para moverse. De todo corazón esperaba que no le cobrara demasiado porque el efectivo era muy limitado en su pequeño monedero de conejo que su madre le compró en el último festival cuando ambas fueron acompañadas del pretendiente de su madre: Toneri-san.

Se acercó a la orilla de la banqueta, cuidando de no ser empujada por nadie ni acercarse demasiado a la calle pues los automóviles pasar a gran velocidad le dieron miedo. Alzó su pequeño brazo para llamar la atención de los autos de tonalidad amarilla pero ninguno la tomó en cuenta. Himawari volvió a intentar un par de veces más sin obtener ningún resultado. Y cuando pensó que por fin consiguió un taxi, alguien mayor que ella se lo ganó.

—Ese era mi taxi —infló sus mejillas con cierto enojo al observar al hombre en traje de negocios entrar al vehículo.

Pero sus palabras no tuvieron el efecto mágico de que el adulto se bajara para disculparse y ofrecerle su lugar. Así no funcionaban las cosas, Himawari comenzaba a entenderlo.

—Debo lucir más alta —se dijo a sí misma al observar cómo las demás personas, adultos en su mayoría, lograban con facilidad treparse a los taxis.

Buscó algo que pudiera ayudarla verse más alta y de esa manera conseguir un taxi. Pero no había nada, las aceras estaban vacías y aun cuando quisiera pedirle a alguien el favor de detener a un taxi por ella, todos parecían tan ocupados en sí mismos cómo para verla. Eso a Himawari le hizo sentir mal pues nunca tenía problemas para ser escuchada. Su madre y tíos siempre estaban al pendiente de ella, nunca tenía en problemas en dar a conocer sus deseos o necesidades.

La sensación de ser ignorada no le gustaba. Para nada.

—¿Tienes problemas, pequeña?

Himawari alzó sus ojos hacia la figura parada a su lado. Ni siquiera sintió el momento en que el hombre se posó en ese lugar. Le miró con recelo, no confiando con facilidad. Podía ser apenas una niña y venir de un pueblo pequeño, más pequeño de lo que Tokio era, pero estaba al tanto de la existencia de personas malas y extraños con un gusto por los niños. No iba a caer tan fácilmente.

—No —negó con las cejas fruncidas, dando pasos hacia atrás—. Todo está bien. Con permiso —se giró dispuesta a marcharse, pero otra figura, mucho más alta y grande que el otro obstaculizó su camino.

Himawari tragó disimuladamente al observar la torre humana en frente. Era altísimo.

—Perdona a mi amigo —a comparación del otro señor con dientes colmilludos, éste era más amable y Himawari no sentía peligro provenir de él, sino una aura pacífica—. Es muy mal educado con las señoritas —explicó con una sonrisa amistosa. No le importó agacharse para llegar a su altura, aun sonriendo—. Parece que tienes problemas. ¿Te importaría contarme por qué una niña como tú está sola en las calles de Tokio? Todos los niños de tu edad en estos momentos están en la escuela.

—Lo siento —Himawari negó con suavidad—, mi mamá me dijo que no debía responder a las preguntas de un extraño —musitó con timidez.

El hombre de cabello naranja y ojos dulces como la miel mantuvo la sonrisa, acompañó al gesto con asentimiento de cabeza, dándole la razón.

—Tu madre te ha dicho bien —aseguró—. No es bueno confiar en la gente tan fácil —después señaló al otro hombre de cabello albino—, especialmente tipos como él.

—Oi, Jugo, ¿qué estás insinuando…?

—Me presento entonces —el susodicho ignoró a su amigo para observar con mejor atención a la niña—: Me llamo Jugo. Un gusto.

—Un gusto —repitió Himawari. Todavía no confiaba en él cómo para decirle su nombre verdadero—. Pero no confío en usted, señor, para darle mi nombre.

—Eso es una lástima —rio con cierta gracia Jugo, las respuestas de la niña eran adorable pero lógicas. Hasta un adulto se mostraría reacio de brindarle información personal a un completo extraño—. Mi amigo y yo no pudimos dejar de ver que tenías problemas en conseguir transporte. ¿Quieres que te ayude?

—Uh —ella miró a todos lados, nerviosa. Aceptar la ayuda de un completo desconocido que solamente se había presentado con su primer nombre no era una buena idea, pero si algo sucedía siempre podía gritar o llamar la atención. O usar el gas pimienta que echó a último minuto en su pequeña mochila—. ¿Usted no es malo, verdad?

Jugo negó con suavidad, comprensivo de la desconfianza de la pequeña. Sin embargo, no negaba que estaba preocupado de ver a una niña de esa edad sola en las calles cercanas al pase famoso de Shibuya. Podía calcularle que tenía a lo mucho unos ocho años, pero el cómo vestía y esa mochila infantil de oso panda le daban un aspecto más infantil del que ya poseía. Lo más lógico sería llevarla a una estación de policía porque no podía creer que alguien dejara sin supervisión a una niña de esa edad, sobre todo con los peligros que venían acechando las calles de Tokio en los últimos años, pero pensaba que si sacaba el tema era probable que la niña quisiera escapar.

—No, no lo soy, eso te lo puedo asegurar —contestó al temor de la pequeña.

Himawari miró por un largo minuto el rostro de Jugo-san en busca de señales de mentiras, mas no halló nada. Él mantenía la sonrisa intacta, como si las sospechas e insinuaciones que le dijo en plena cara no le afectaran en lo más mínimo. Eso la tranquilizo y la hizo confiar, un poquito, en la palabra del sujeto.

Le daban la misma sensación de seguridad que sus tíos.

—Confiaré a en usted, Jugo-san —al final decidió guiarse por su instinto que le decía que recibir ayuda de ese hombre podría ayudarla más de lo que podía imaginar. Enseñó la pantalla del celular frente al rostro del mayor, llevando uno de sus dedos hasta el punto azul que parpadeaba dentro del aparato—. Necesito llegar a este lugar. ¿Podría detener un taxi para mí y así poder llegar hasta ahí?

—¿Ahí vive tu familia?

Himawari desvió un rato la mirada sin saber cómo responder a ello porque era complicado de responder en una sencilla oración. Su padre biológico vivía ahí, a quien su madre no quería que conociera y por el cual se hallaba en esa situación.

—Sí —respondió, balaceándose de adelante hacia atrás para ganarse puntos extra por lo tierna que debía lucir—. Mi papi vive ahí.

—¿Tu padre…?

—Mi mami y él no viven juntos pero le prometí que pasaría las vacaciones en su casa —sonrió de manera deslumbrante para convencer al adulto en frente de ella. Era una niña, era fácil confiar en las cosas que los niños decían.

Además lo dicho por Himawari no era del todo mentira.

—Entiendo —Jugo no insistió más al entender el punto. Solo podía opinar que la niña lucía muy madura para andar así de tranquila respecto a algo tan serio como la separación de sus padres—. Es posible que pueda ayudarte.

—¿De verdad? —los ojos azules de Himawari brillaron como miles de estrellas.

—Sí —respondió Jugo con otra sonrisa para observar detrás de la figura de la pequeña y darle una mirada significativa a Suigetsu quien lucía confundido—. ¿Podrías mostrarme de nuevo la dirección?

—Hai.

La pequeña le pasó el celular y Jugo observó con más detalle la dirección marcada. Por un momento pensó que sus ojos le estaban jugando una mala broma porque no era posible que la niña quisiera ir al lugar de donde precisamente ellos regresaban.

—¿Pasa algo, Jugo-san? —preguntó la pequeña sin entender el rostro serio del hombre.

—Parece que viste un fantasma, viejo —masculló Suigetsu, hablando por primera vez después de ver toda esa enternecedora escena de su amigo ayudar a una pequeña niña.

—¿Dices que tu papi vive aquí, verdad? —Jugo ignoró el comentario de Suigetsu y se enfocó en el rostro de la nena, estudiante sus facciones, dándose cuenta del enorme parecido que tenía con cierta persona que él conocía muy bien.

Himawari asintió, segura de sus palabras. Para dar con aquella dirección tuvo que rebuscar en muchas cosas que su madre mantenía ocultas y bajo llave. Afortunadamente, su madre siempre tenía la misma contraseña para todos sus aparatos y no fue complicado de hallar la información que necesitaba, así como un par de fotos de quien se presumía era su padre.

—Sí.

—Ya veo —asintió Jugo, comprensivo, cerrando los ojos por un momento. Pareció pensativo.

—Jugo —Suigetsu alzó una ceja sin comprender el comportamiento de su amigo. De por sí éste era complicado de entender, cuando actuaba de ese modo era mucho peor.

El silencio entre ellos se interrumpió cuando de la figurilla de Himawari el gruñido de su estómago hambriento fue detectado por los atentos oídos de Jugo que soltó una pequeña risa al observar el rostro sonrojado de la pequeña. Se veía adorable con ese toque rosado en sus blancos e infantiles pómulos, esas dos marcas en ambos costados le daban el aspecto de un pequeño gatito.

—Lo siento —se disculpó rápidamente Himawari, avergonzada de dar a conocer aquellas necesidades de su cuerpo a personas desconocidas y en mitad de la calle. Pero recordó que solo comió un emparedado y jugo de manzana en el viaje, no había probado bocado alguno desde que arribó a Tokio.

—Tienes hambre —no era pregunta sino afirmación, eso sonrojó más a la niña y Jugo se sintió mal por señalar aquello—. Tranquila, no es malo tener hambre.

—Yo no tengo hambre —sí, tenía mucha hambre pero de eso no quería preocuparse ahora. Himawari miró con sus pequeñas cejas fruncidas el rostro de Jugo.

Éste inevitablemente pensó en alguien que lucía similar a la niña cuando fruncía el ceño de esa manera. Si Suigetsu viera lo mismo que él, aseguraba que daría un brinco y diría algo como: "¡Esa niña se parece a ese bastardo….!".

—Por favor, si no a va a ayudarme, ¿podría devolverme mi celular, por favor?

—Voy a ayudarte, no te precipites, pequeña señorita. Pero primero debes comer algo. Sería una mala idea presentarte así delante de tu padre por primera vez, ¿no te parece?

El hombre tenía un punto. La primera impresión lo era todo e Himawari no quería dar una mala imagen a su padre. Era verdad que tenía hambre, pero no se preocupó del todo porque siempre estuvo con los nervios mezclados con emoción de estar tan cerca de conocer a su padre. Tocar la puerta del departamento de su progenitor, con el estómago gruñéndola de hambre no era una linda estampa para formar parte del álbum de los recuerdos.

—Cerca de donde vive tu papi hay una linda cafetería. ¿Te parece bien si nos detenemos ahí y compramos algo para que comas?

—Pero… —la niña le seguía observando con desconfianza.

Jugo volvió a sonreír.

—Te prometo que te llevaré con tu papi.

—¿Por qué está tan seguro…? —cuestionó la niña, con una ceja en lo alto, sospechando del hombre. Una idea se iluminó en su pequeña mente. ¿Sería posible…?—. ¿U-Usted conoce a mi papá?

—¿Hah?

Suigetsu fue el primero en reaccionar, dejando a un lado sacarse la mugre de las uñas para fijarse en la figura del gigantesco de su amigo, mirándolo confundido. ¿Cómo que Jugo conocía al padre de esa niña? No era posible. Apenas se conocían.

Y la niña no era tonta, no parecía confiar plenamente en las palabras de Jugo, algo que le aplaudía pues nadie en su sano juicio se iría a desayunar con el grandulón debido al aspecto de golpeador violento extremista que se pintaba, pero la personalidad de su amigo era más parecido a un sacerdote budista.

Jugo los estaba exponiendo a que la gente las mirara raro; definitivamente dos hombres adultos intentando razonar con una pequeña niña de ir a comer a algún lado no era un escenario digno de confianza, pero Jugo y su comportamiento de buen samaritano. Juraba que si un policía llegaba para preguntar sobre la situación dejaría que Jugo se encargara de explicar todo mientras él huía. No quería más problemas de los que ya tenía, su vida era lo suficientemente estresada como para añadir más a su estilo de vida nada saludable.

—Lo conozco —respondió.

—A ver, a ver —de la impresión que la respuesta le causó, Suigetsu llegó en seguido al lado de Jugo para verlo como si hubiera perdido toda la razón—. Creo que te saltaste muchos puntos de introducción, Jugo. ¿Cómo que conoces al padre de esta mocosa…? —se giró para darle un vistazo a la niña y lo comprendió todo.

En el momento en que Suigetsu miró a detalle a la nena pudo asegurar que el albino había comprendido todo.

Himawari parpadeó sin entender por qué ese señor de dientes afilados le miraba con una expresión pálida, como si viera un fantasma. La cara que ponía era igualita a la de todas sus compañeras de clase cuando sacó sin miedo una tarántula que se había escapado de su jaula en la sección de arácnidos del zoológico local en donde su tío Shino trabajaba.

—¿Ocurre algo, señor…?

—¡Es igualita a…! —antes de siquiera terminar la oración, Jugo se levantó rápidamente y tapó la boca del albino que, aun siendo silenciado, no dejaba de señalarla con los ojos abiertos de par en par.

—No le prestes atención —Jugo calmó la situación de una manera convincente—. Suele reaccionar así cuando está sorprendido.

—Oh —asintió Himawari como si eso explicara el singular comportamiento del albino que no dejaba de moverse entre los fuertes brazos del hombre de cabellera corta, quien lucía impasible por los intentos del amigo en zafarse.

—Bien —sin soltar todavía a Suigetsu, Jugo se dirigió a Himawari, mostrando una sonrisa—. ¿Confías lo suficientemente en mí para llevarte a comer y luego dejarte en casa de tu papi? Si aún no te sientes cómoda conmigo, te puedo llevar a una estación de policía, estoy seguro que ellos te ayudarán…

—¡N-No! —ir con los policías era mala idea porque le empezaría a hacer preguntas de por qué estaba sola sin la compañía de ningún adulto y seguramente querrían contactar a su madre, quien se hallaba ocupada en su viaje de negocios en el extranjero y de quien no dudaba que regresaría en cuanto fuera informada que no se hallaba en el pueblo como presuntamente confiaba, sino en la capital del país buscando a su padre—. No será necesario —puso una sonrisa tímida—. Confió en usted, Jugo-san.

Si sentía que la situación iba para mal, Himawari no dudaría en escapar o gritar. Sin duda eso llamaría la atención de los transeúntes.

—Perfecto —él no tardó en asentir y comenzar a caminar.

Dejaron el auto atrás cuando a Suigetsu se le antojó comprar algo tan íntimo como condones en pleno día y a mitad de un trabajo especial, fue ahí cuando Jugo logró distinguir a la pequeña de entre todo el mar de gente, con su expresión confundida que detonaba lo desorientada que se hallaba. No negaba que sería mal visto para muchos llevar a una niña siendo unos completos desconocidos pero Jugo tenía sus razones.

Si ellos lograron identificar las facciones de la pequeña, no dudaba que en la ciudad existieran ciertas personas que igualmente lo hicieran. Y Jugo podía asegurar que no tendrían buenas intenciones. Podría lidiar con las consecuencias de sus actos, pero no tomaría riesgos. Pudiera tratarse de solo una corazonada, una mera coincidencia, no obstante el parecido de la niña le daba razones suficientes para dejarse guiar por el instinto.

—Puedes tomarme de la mano —a Jugo no le daba ningún problema lidiar con Suigetsu con la otra, por lo que le ofreció con bastante tranquilidad su mano a la pequeña que le miró por unos breves segundos antes de aceptar completamente la invitación.

Sonrió al ver que no fue rechazado como se imaginó. La niña parecía confiar en él, un poco más a comparación del principio.

—Entonces no perdamos más tiempo.

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Kawaki podía sentir la cabeza a punto de reventarle por todo el coraje que ese viejo le producía. Pateó las latas de cerveza y bebidas energizantes que inundaban todo el piso. No quería imaginar lo que Menma diría cuando regresara de su viaje de negocios, iba a matar al viejo. Bien, eso se lo merecía por andar de desobligado y olvidar las responsabilidades que cada uno de ellos mantenía dentro del apartamento.

Metió cualquier cosa que pareciera basura al interior de la bolsa, mascullando maldiciones y un grito cuando tocó —por puro accidente— lo que parecía ser ropa interior sucia. Después de desinfectarse la mano y jurarse que el viejo le pagaría todo el asunto con creces, Kawaki se fue a lavar la mano con bastante jabón antes de pasar al cuarto de donde se escuchaban los ronquidos de oso.

Sin miramientos ni la importancia de ser delicado, el adolescente abrió bruscamente la puerta, haciendo a ésta chocar fuertemente contra la pared que emitió un ruido lo suficientemente alto como para despertar al más flojo perezoso.

—¡La respuesta es 12, Kurenai-sensei…!

Del montón de sábanas enredadas que daban el aspecto de enormes boas echas bola brotó la figura de un rubio con saliva seca en la comisura del labio, cabello despeinado y con el pecho desnudo, alzando la mano como si estuviera en plena clase. Kawaki al ver dicha escena se limitó a bufar en silencio para luego tomar una lata vacía de cerveza que se hallaba en el escritorio cercano a la puerta —lleno de envases vacíos de ramen instantáneo— para lanzarle a la cabeza hueca del adulto que se suponía debía ser responsable de sus acciones.

—No estás en la escuela, Naruto —gruñó con el ceño fruncido, pensando que ese rubio era un idiota—. Estás en casa, hecho mierda y a punto de ser aniquilado si no limpias todo este cuchitril.

Los quejidos que soltó el rubio no ablandaron el corazón del más joven que se limitó a girarse sobre sus tobillos, cerrando la puerta detrás de sí, dejando muy en claro al rubio que regresaría de no verlo despierto y esta vez con un balde lleno con agua fría. La amenaza surtió efecto pues escuchó a Naruto levantarse rápidamente de la cama. Él regresó de nuevo a la sala para suspirar de ver todo el caos y desorden. Bien podría fingir que ese no era asunto suyo, salir del departamento y esconderse hasta que llegara Menma para solucionar el problema —después de brindarle una paliza de Naruto, obvio— pero ese desgraciado no se sentiría satisfecho con eso ni mucho menos iba a dejarlo escapar con tanta sencillez, pues a los ojos de ese bastardo él también era parte del problema no solo por ser el mocoso del cual Naruto era responsable, sino también por haber estado con el rubio durante esas semanas sin hacer nada por mantener limpio el lugar.

Menma era un adicto a la limpieza y el orden, a Kawaki más de una vez le había desesperado las actitudes extremistas del azabache con respecto a la higiene, pero después de conocer a Naruto y los malos hábitos de éste pudo entender el porqué del comportamiento de Menma. Era natural para cualquiera ser así si se vivía con una persona como lo era Naruto.

Los años que vivió en orfanatos de pésimos servicios le ofrecieron un panorama extenso sobre la pobreza y lo feo que es el mundo cuando se está solo. Existieron días en los cuales tuvo la necesidad de hurgar en los depósitos de basura detrás de restaurantes finos para encontrar algo de comida e ir huyendo antes de ser atrapado por otros hambrientos o indigentes fueras de sí que eran capaces de matar a una persona por un pedazo de pan podrido. Corrió muchos riesgos estando en la calle, no dejándole otra salida que sobrevivir como podía cuando escapó del orfanato que no hacía nada por ayudarlos, salvo maltratarlos y abusarlos. Pero su suerte cambió cuando pensó que robarle la billetera a aquel rubio con cara de idiota resultaría sencillo.

Podría decirse que desde ahí comenzaron los problemas de Kawaki.

—Estamos muertos —se dijo al dejarse caer en lo mullido del sofá, prendiendo la gigantesca pantalla plana que ocupaba la mayoría de la pared. Solo no podría limpiar todo el lugar, a fuerza necesitaba el apoyo de Naruto; le obligaría a mover el trasero para sacar toda esa mierda de allí antes de la llegada de Menma.

Le gustaba la vida que ahora disfrutaba y no estaba dispuesto a perderla por los descuidos de Naruto.

—¡Oi, viejo, ¿aún no te despiertas?! —gritó cuando no escuchó más el sonido de los pasos de marmota de Naruto sobre el piso en los pasillos más profundos del lugar.

El apartamento tenía aquel aspecto vacío por el gusto personal de Menma en mantener un espacio lleno con lo necesario, a comparación de la habitación de Naruto que gustaba de recolectar cualquier cosa estúpida que se le hiciera interesante o digna de gastar una enorme cantidad de dinero. Como aquel estúpido cuadro de un envase cualquiera de tallarines. Por eso resultaba más fácil escuchar los ruidos.

—¡Si no te levantas, te juro por los dioses de los videojuegos que te…!

Kawaki no pudo terminar su amenaza cuando el timbre del lugar sonó. Frunció el ceño, no solo por ser interrumpido sino porque no era común recibir visitas. Hacía poco Jugo en compañía de Suigetsu se habían marchado al recibir una orden especial dada por Menma, solamente habían pasado para revisar cómo estaban las cosas, produciendo una migraba en Kawaki al saber lo boca suelta que Suigetsu llegaba a ser, especialmente con Menma, quien presumía era su compadre de compadres.

Llegó hasta la puerta, vigilante. Menma ni Naruto le permitían usar armas, aduciendo que aún era demasiado joven cómo para levantar siquiera una, pero sabía pelear bien. Los suburbios y barrios bajos de toda la ciudad le enseñaron esos trucos de valerse por sí mismo y saber romper mandíbulas. Sin dudas tomó el bate que guardaba cerca de la puerta principal, en caso de emergencias o visitas inesperadas y no queridas.

—¿Quién? —cuestionó con voz fría, viendo por el monitor de vigilancia donde varias figuras se dibujaban afuera.

Kawaki frunció el ceño con molesta al reconocer a varias caras. Una en especial le causó molestia, era ese estúpido de Shinki, aprendiz e hijo adoptivo de uno de los socios secretos de Naruto. A los otros dos los conocía, eran Jugo y Suigetsu, no sabía por qué estaban los dos ahí si no tenían mucho de haberse marchado. Parecían estar conversando. Sin embargo, una figura que no logró detectar al principio captó la atención del joven.

Era más pequeña que el resto, demasiado. Kawaki se acercó más al monitor para lograr darle apariencia pero la cámara no podía enfocar más allá de lo común. El timbre volvió a sonar y Kawaki bufó.

—Ya voy —masculló sin prestarle atención a la figura desconocida, suponiendo que si estaba acompañando a Jugo y a Suigetsu era por algo.

Ese par no se atrevería a llevar a nadie extraño a la casa de los gemelos Uzumaki.

Abrió la puerta, después de ingresar el código de seguridad que Menma se encargó de obligarlo a recordar —a base zapes en la cabeza cada vez que cometiera un error — esa semana. Las figuras aparecieron. De inmediato le hizo una mueca al niño que estaba situado al lado del sujeto de cabello pelirrojo, igualmente éste le devolvió el gesto, malhumorado.

—Buenos días —saludo el hombre de cabellera rojiza, Gaara no Sabaku, socio y amigo personal de Naruto. Era un cliente frecuente e importante hacker dentro del mundo en el que se movían.

Kawaki saludó en silencio, haciéndose a un lado para dejarlos pasar cuando una figura veloz se adelantó a todos, quitándose sus zapatos ¿rosas? —sí, rosas — y adentrándose al lugar como si le perteneciera.

—¡Oi! ¡No toques nada! ¡Es más, no mires nada! —la siguiente figura que ingresó fue Suigetsu. Kawaki nunca le había visto así de pálido, pero se hallaba realmente nervioso persiguiendo la figura de esa niña que parecía recorrer todo el lugar, preguntando qué era eso o aquello.

Kawaki no entendió por qué había una mocosa en el departamento. ¿Acaso formaba parte de aquella misión a la que Menma les encomendó a ese par de idiotas?

—¿Desde cuándo nos dedicamos a secuestrar niñas? —cuestionó al cerrar la puerta cuando todos se metieron al interior del departamento. Se encargó de poner nuevamente la contraseña y miró a Jugo, sin entender.

—No secuestramos a nadie, no inocente, al menos —explicó Jugo sin alarmarse por la mirada acusadora del adolescente con peinado al estilo mohicano.

Era Kawaki, el protegido de Naruto. Llevaba años viviendo con los gemelos, era costumbre verlo ahí. No le sorprendía el interrogatorio, entendía por parte del niño la confusión, pero no creía que dar tamaña explicación en la puerta fuera lo adecuado.

—¿Y Naruto? —preguntó al ver los alrededores—. ¿Sigue dormido?

—Espero que no —masculló Kawaki sin dejar de escuchar a Suigetsu gritarle a la mocosa de no tocar absolutamente nada desde los interiores del lugar.

Un cosquilleo nervioso se implantó debajo de su piel. Esperaba que esa mocosa no estuviera cerca de la habitación de Menma o la oficina de éste. No solo tenía cosas importantes ahí que cualquier policía estaría gustoso de tener en sus manos para poder atraparlos, sino también tenía armas bajo clave de seguridad.

—¿Quién es la mocosa? —preguntó al hombre de máxima altura.

—Oh —Gaara por primera vez participó en la conversación, fijándose en Kawaki—. ¿Tú tampoco la conoces?

—¿Debería? —enarcó una ceja.

—Supuse que así sería —respondió con tranquilidad Gaara para mirar a Jugo. Los orbes aguamarina del hombre se tornaron serios—. ¿Quién es la niña, Jugo-san? A no ser que forme parte fundamental de alguna misión, no encuentro sentido de por qué traerías a una infante a este lugar —el ceño de Gaara se frunció levemente, incluso con la ausencia de éstas era notorio cuando el humor del pelirrojo cambiaba, como en esos momentos.

Era particularmente sensible en todo lo relacionado a Naruto, uno de sus mejores y pocos amigos.

—Con gusto daré una explicación detallada sobre el asunto, Gaara-san —Jugo no pareció afectado por el tono bajo de Gaara, al contrario, lucía bastante relajado—. Pero primero debo hablar con Naruto antes…

—¿El viejo que asunto tiene con esa mocosa…?

Un grito alarmó a todos. Jugo se deslizó con rapidez hacia la fuente del ruido seguido de Gaara que se llevó una mano al interior de su abrigo donde resguardaba un arma pequeña. Shinki se mantuvo cerca de su padre y Kawaki no soltó por ningún momento el bate.

Sigilosamente se acercaron hasta el pasillo más profundo del lugar, donde las habitaciones personales de Naruto y Menma se encontraban.

Kawaki dormía en el segundo piso en una especie de sótano que venía incluido con la propiedad; tenía estrictamente prohibido adentrarse a las demás habitaciones donde presuntamente los gemelos Uzumaki guardaban sus botines después de un trabajo o misión. Lo máximo que había llegado a ver era el cuarto de Naruto cuando éste no podía despertarse por su cuenta y se veía en la obligación de hacerlo.

Sin embargo, en cuanto a las pertenencias de Menma, Kawaki se mantenía alejado. No era bueno hacer enojar al azabache. A comparación de Naruto, el gemelo menor no le tenía mucho aprecio y la razón por la cual le permitía vivir ahí era por su posible desempeño, así como la garantía de pagar los gastos cuando mostrara las habilidades necesarias para formar parte del equipo.

Esperaba encontrarse con cualquier escena desagradable, pero no con esa escena.

Naruto tenía apretada la figurilla de la niña que no dejaba de abrazarlo fuertemente. Para ser alguien tan pequeña poseía una increíble fuerza en sus diminutos brazos. Estaba sorprendido por muchas cosas, entre ellas el cómo llegó esa niña hasta ahí, el departamento que compartía con Menma no era un lugar para niños. Y aunque Kawaki viviera con ellos, podía asegurar que el ambiente era el adecuado para el adolescente, pero no para esa niña.

—Oi —susurró a la infante que no despegaba su cabeza de su pecho aún húmedo, no tenía rato de haber salido de la ducha y lo primero que se topó al salir del baño fue esa niña mirarle con esos enormes ojos celestes, llenos de brillos, para después lanzarse hacia su persona como si fuera una persona que conocía y a la vez no.

Todo era confuso.

—T-Trata de ser cuidadosa, te puedes caer —no la conocía pero se movía demasiado. Tenía miedo de que pudiera caerse, lo que menos necesitaba era llevar a una niña desconocida al hospital.

Observó a los presentes, quienes le miraban igualmente confundidos. Él devolvió el mismo gesto.

—¿Contexto, por favor? —suplicó en una diminuta voz.

—A mí no me mires —respondió Kawaki, con brazos cruzados—. No tengo idea de quién es esa. Solo entró y comenzó a caminar por todos lados, como si fuera su casa —señaló a Suigetsu que parecía descansar de un maratón en la pared continúa—. Pregúntale a Buda y a la Sardina. Ellos la trajeron.

Omitiendo el detalle que Kawaki tenía la misma costumbre de Menma en ponerles apodos a las personas, Naruto observó a los susodichos. Suigetsu gruñó y como respuesta apunto la figura alta de Jugo que sobresalía de entre los demás, con su cabeza casi llegando al techo.

—¿Jugo? —ladeó el rostro, cuidando de que la toalla que cubría su intimidad no cayera, sería vergonzoso y nada propio teniendo a esa niña en sus brazos. Qué situaciones tan disparejas Kami-sama le creaba—. ¿Te importaría…?

—Yo me encargo de eso —la vocecita de la niña atrajo la atención de Naruto que volvió a fijarse en los ojos celestes de la niña. Estos resplandecían.

Él parpadeó sin entender por qué se mostraba así de emocionada, era desconocidos que se veían por primera vez. Pero basto que mirara con mejor detalle las facciones de la pequeña. Algo estrujarse en su interior le hizo casi soltar el agarre, mas recuperó las fuerzas para no soltar a la niña y hacerla caer. No quería llevar a nadie al hospital ese día.

—¿Quién eres…? —le dio miedo preguntar, era lento de pensamiento, pero hasta un idiota como Naruto reconocía esas particulares marcas en las mejillas de la niña.

Eran igualitas a las que Menma y él tenían.

—Me llamo Himawari Hyuga —contestó la niña con una sonrisa hecha de perlas, pudo ver que un diente se le había caído pero eso en lugar de hacerla ver mal daba el efecto contrario.

Era tan tierna y adorable.

Y se apellidaba Hyuga.

«¡Espera, ¿qué?! ¡¿Hyuga?! ¡No ese apellido maldito de nuevo!».

—¿C-Cómo dijiste que te llamas…?

—Himawari —dijo con lentitud la niña, parecía comprensiva que el rubio se mostrara así de absorto y sorprendido. Las primeras impresiones eran así de fuertes en ocasiones— Hyuga —dijo por último con una sonrisa.

—¿Hyuga? ¿Y esos quiénes son? —la voz de Kawaki preguntar ni siquiera pudo hacerlo desviar la atención del rostro de la que probablemente sería el inicio de sus pesadillas.

—Así se llama mi mami.

Naruto tragó en seco.

—¿T-Tu mami…?

—Sí —Himawari sonrió—. Hinata Hyuga.

Oh, no. Si esa niña era hija de esa mujer, eso significaba que…

—Imposible —Naruto comenzó a reír de manera histérica, bajando a la niña rápidamente hasta el suelo, ajustándose la toalla y mirando a los demás, rascando su nuca—. Imposible, nope —negó.

—Pues acepta la realidad —comentó Suigetsu, testigo más cercano de cómo la desesperación devoraba completito a Naruto Uzumaki—. Esta mocosa es…

—¡Shhh! —Naruto llegó a la velocidad de la luz con Suigetsu, callando su boca. Esa era la segunda vez en el día que era callado—. No lo digas. Si no lo dices, no es verdad.

—Dudo que eso cambie —comentó Jugo con un suspiro fatigado.

Naruto de inmediato observó al sujeto, señalándolo de manera acusadora como si él fuera la causa de todos los males que llenarían su pacífico hogar a partir de ese momento.

—¡Tú…! —hasta las palabras ni le salían bien—. ¡¿Cómo se te ocurrió recogerla?! Mejor dicho, ¡¿cómo la encontraste?!

—Jugo-san no me encontró, no a propósito —Himawari contestó a las preguntas del rubio mayor, observándole desde su posición. Naruto retrocedió de ella como si tuviera la peste—. Fue una casualidad, casi el destino —soltó con una risa infantil que hubiera tenido el poder de derretir a todo el mundo, más a Naruto eso le resultaba un sonido aterrador lleno de recuerdos fantasmales que se juró enterrar y fingir que estos nunca existieron—. Yo te buscaba y Kami-sama envió a dos personas amables para encontrarte y así cumplir mi sueño.

—¿Cuánto quieres? —preparado para firmar un cheque con cualquier cantidad deseada, Naruto observó a la niña. No creía nada en esa inocencia, que se hallara ahí no era precisamente obra del destino; castigo divino y karma, sí, pero destino no.

—¿Cuánto quiero? —Himawari parpadeó, más confundida que al principio—. Uh, yo no quiero nada. Solo conocerte —hizo el ademan de acercarse pero Naruto usó a Suigetsu como escudo.

—Oye, idiota, ¿estás consciente que eso no servirá de nada? —se quejó el Hozuki con voz aburrida y tentado a rodar los ojos.

La situación era digna para reírse, de no estar mezclado en todo ese asunto seguramente se reiría con ganas. Pero no si estaba hasta al fondo y con la posibilidad de que las circunstancias empeoraran, así como el riesgo de que su cabeza fuera cortada por Menma si se enteraba de todo eso.

Más le valía a Naruto arreglar todo el asunto, por el bien de todos.

—Tú ni hables —gruñó Naruto, tentado a ahorcar a Suigetsu ahí mismo, más se contuvo pues no quería causarle un trauma a la niña—. Gracias a ti estoy metido en todo esto…

—¿Qué yo fui quién te metió en esto? Qué gracioso, idiota —contestó de mala manera Suigetsu—. El que debió de cuidar dónde metía su…

—Lenguaje —exclamaron al unísono Gaara y Jugo al señalar a la pequeña que aún les observaba confundida.

—C-Cómo sea —recuperó el sentido Naruto, poniéndose de pie, haciendo otro nudo a la toalla—. Esta niña debe irse.

—Pero ¿por qué? —Himawari frunció el ceño. Sabía que no sería bien recibida, pero no esperaba esa reacción por parte de él—. Ni siquiera he hablado contigo…

—N-No tengo nada que hablar contigo. ¿Qué puede decirme una niña de tu edad?

—Qué soy tu hija.

Todos los presentes, a excepción de Jugo y Suigetsu —quiénes ya sabían la verdad antes de llegar al lugar—, retuvieron el aire atrapado aún en sus pulmones por el impacto de la revelación. Kawaki observó a Naruto como si lo dicho por la niña fuera una idiotez pero el rubio lucía perdido en las facciones de la menor que no despegaba los ojos azules del iris de similar color que el mayor. Se veían con tanta profundidad.

—¿Naruto-san tuvo una hija? —la voz tranquila de Shinki rompió el ambiente, despertando al susodicho de la impresión ocasionada por las palabras de esa niña.

—No lo sé —se encargó de contestar Gaara a la pregunta de su hijo con verdad pues no sabía mucho sobre las relaciones íntimas de su amigo como para declarar falso o verdadero la confesión de la menor—. ¿Es tu hija, Naruto? —preguntó directamente al rubio que de inmediato negó.

—¡Claro que no! —negó con vehemencia—. ¡Siempre me protegí! —o eso creía.

No, ni siquiera recordaba, todo había pasado hace mucho tiempo. Observó a Himawari que ahora inflaba las mejillas —adorable— para luego fruncir sus cejitas azuladas. Una cara se quiso dibujar en el interior de su mente pero se negó a dejarse prestar por esos juegos.

—Yo no puedo tener hijos porque… —miró a todos lados, como si alguien divino fuera ayudarlo a salir de ese caos—… porque… ¡Porque soy estéril! ¡Sí, por eso!

—Claro, claro. ¿Y los puercos vuelan, no? —expresó con sarcasmo Suigetsu con los ojos entornados, observando al rubio y tachando su habilidad para mentir tan mala como sus dotes de cocinero.

—¡D-Digo la verdad! —intentó convencerlos aunque parecía que Naruto quería convencerse más a sí mismo.

—Creo que debemos discutir esto más tranquilos —sugirió Gaara—. Es un tema delicado y no creo que deba hablarse aquí —observó a Naruto—. En especial contigo casi desnudo, Naruto. No es apropiado que luzcas así en frente de una señorita —señaló a Himawari.

Ella se giró para ver al pelirrojo de linda y ronca voz. A pesar del aspecto poco amistoso, sintió confort en su mirada y una calidez brotar de ésta, el color de sus ojos eran preciosos e inusuales, como los de su madre. Le envió una sonrisa, agradecida por su preocupación.

—No se preocupe, señor —no le daba mucha importancia a cómo estaba su padre—, he visto muchos hombres así en casa. Estoy acostumbrada —contestó con inocencia.

Naruto estuvo a punto de desmayarse por tamaña confesión. Primero le decía que era su hija y ahora le informaba a todos que era común para una niña de…

Okay, desconocía la edad de la niña.

Obviamente era una menor de edad y no era nada educado ni correcto que hombres con el pecho desnudo se anduvieran paseando en frente de la pequeña.

«¿Qué clase de vida llevas, Hinata Hyuga, para que tu hija diga estas cosas…?» pensó con cierta molestia.

Pero no pudo dejarse invadir por ese sentimiento cuando la voz —diseñada exclusivamente para recibir al dueño del lugar— anunció la llegada de Menma. Kawaki y él se miraron de inmediato, con el miedo pintarse en los ojos de ambos. No solo era el estado deplorable de la casa lo que les preocupaba, sino también esa situación y la mocosa.

Demonios de los mismísimos infiernos, ¿qué iban a hacer?

—¡Escóndela!

Naruto no le dio tiempo a Himawari de reaccionar ni a Kawaki de objetar cuando alzó a la pequeña en brazos y se la pasó al adolescente que como pudo se escondió en el interior de la habitación del rubio, cerrando la puerta. Los demás se observaron entre ellos sin atreverse a intervenir en los planes apresurados de Naruto, entendían el miedo que el rubio seguramente estaría sintiendo en aquellos momentos. Era normal sentirse así cuando Menma arribaba.

Kawaki no tardó en salir, agitado, pero sin la niña. Alzó el pulgar en señal de que el asunto con la niña estaba solucionado. Naruto agradeció y observó a todos, poniendo sus manos en forma de plegaria.

—Por favor, no digan nada.

Suigetsu resopló.

—Viejo, tarde o temprano, él se va a enterar y será mucho, mucho peor —aconsejó, pues a comparación de Naruto que sí compartía un lazo de sangre con Menma, porque sabía de todas las atrocidades que el azabache era capaz cuando se le buscaba enfadarlo.

—Prefiero que sea tarde, muy, muy tarde…

—Sabes que esto no es la mejor opción, Naruto —concordaba Gaara con Suigetsu.

Esconderle secretos a Menma era una tarea imposible, sobre todo si era Naruto quién los mantenía ocultos.

—Lo sé, lo sé, pero en primer lugar yo no traje a esa niña —recalcó el detalle, mirando furioso a Jugo que se limitó a ajustas rus ropas como si no le importara el comportamiento del rubio.

—Estaba perdida y sin rumbo —dio como justificación—. No iba a abandonar a alguien que necesita ayuda.

—Claro, claro —Naruto no creía en las palabras de Jugo. Podía verse como un tipo tranquilo, pero bien que conocía el verdadero comportamiento del sujeto. Era violento y amaba la violencia—. Como si me fuera a creer esa mierda…

—Deberías ir a recibir a Menma, Naruto —recomendó Jugo sin tomar en serio la treta del rubio—. Aparte de la niña, hay más explicaciones que debes darle —apuntó los montones de basura en todos los pasillos.

Kawaki pudo asegurar que el alma de Naruto se había escapado del cuerpo de éste al ser consciente de aquel detalle.

Él también tragó en seco al sentir aquel silencio asfixiante en todo el departamento con el sonido del reloj en una de las paredes cercanas escucharse como la canción fúnebre de sus prontas ejecuciones.

—Esto no se queda aquí —amenazó Naruto al pasar cerca de Jugo, caminando con pasos lentos y ligeros hacia el final del largo corredor.

Aspiró aire hasta lo más profundo de su ser y se encomendó a las divinidades en turno para salvaguardarlo de cualquier mal que lo esperara. Si el alma de sus padres lo cuidaba como esas mujeres en el orfanato le aseguraron, pedía que le prestaran una mano y calmaran la furia que Menma debería estar emitiendo en esos momentos.

—Bienvenido, herma… —al momento de sacar la cabeza, sonreír de manera idiota y dar por extendido una muestra de paz para no hacer hervir la furia interminable de Menma, una flecha pasó a escasos milímetros de su mejilla, dibujando una ligera cortada que lo hizo helar— nito…

Menma no se quitó las botas de combate que traía puestas y la oscuridad de esa zona precisamente dibujaba más siniestra la figura de asesino silencioso que el gemelo menor siempre representaba. Y con esa ballesta sacada por arte de magia de su mágico sombrero de armas peligrosas en ese tipo de situaciones, los ojos de zafiro umbrío relampagueaban con ira, irritación y fatiga.

Oh, no,

Podía adivinarlo, la misión no había salido exitosa como pensó y ahora Menma era recibido en su hogar con basura por doquier, llenando el aire de aquella horrorosa esencia de ramen y comida frita que tanto le disgustaba.

«Estoy muerto».

—¿Qué es esto? —habló después de un rato al señalar con la ballesta los montones de bolsas de basura que Kawaki intentó reunir.

Naruto sudó frío. Menma podía ser su hermano, pero mierda, le daba miedo cuando estaba furioso. Y la limpieza era uno de los factores que ponía de mal o buen humor a su hermano menor.

—¿B-Basura?

—¿Y por qué está acumulada? —preguntó con voz de ultratumba.

—S-Se me olvidó sacarla —rio como si lo que dijo fuera un chiste demasiado gracioso para aligerar la tensión en el ambiente.

Naruto se atrevió a salir de la seguridad de las paredes de los corredores para plantarse en frente de Menma —y muy, muy lejos de él— para suplicar piedad de ser necesario.

—Diez.

—¿Eh? ¿Diez qué…? —preguntó el rubio al observar a su hermano que preparaba otra flecha en su arma medieval—. ¿M-Menma?

—Tienes diez segundos para correr —amenazó cuando el arma hizo un clic, preparada para usarse.

—Vamos, no seas así —intentó razonar con Menma—. Soy tu hermano mayor y eres mi precioso hermanito. Pelear entre nosotros no es bueno. ¿Acaso se te olvidó la promesa que le hicimos a mamá…?

—Mamá está muerta y enterrada bajo un montón de piedras —susurró amenazante al empezar a encaminarse hacia la figura de su estúpido gemelo—. Y no prometí tal cosa, tú asumiste eso. Ahora corre.

—¡Menma, baja eso! ¡Hablemos como la gente decente…!

—Papi.

Detuvo abruptamente sus pasos cuando observó una figura pequeña asomarse detrás de Naruto, casi con miedo, mirándolo directamente a los ojos y con sus manos apretadas en la toalla atada a la cintura del rubio. Por instinto frunció el ceño al no entender por qué una mocosa estaba en su departamento y llamaba a Naruto "Papi".

La idea de que ese rubio hubiera metido la pata con una mujer hirvió más su sangre. Bastardos era lo menos que necesitaba en esos momentos. Debió haberse comido a Naruto desde el vientre materno.

—Oi, oi —Naruto era un manojo de nervios intentando cubrir la figura de Himawari frente a Menma, pero era demasiado tarde. Sintió terror. Toda oportunidad de salir con vida estaba arruinaba gracias a la mocosa—. ¡Kawaki, se suponía que debías mantenerla escondida…!

—¡La maldita es escurridiza! —gritó el adolescente a modo de respuesta, sin atreverse a aparecer, dejando a Naruto lidiar solo con la situación.

La pequeña Himawari frunció el ceño por cómo su padre se expresaba.

—Papi —jaló la toalla para que le prestara atención, la figura aún oculta del otro hombre en la oscuridad parecía no darle miedo—, no me gusta donde me escondiste. Huele feo —opinó al ponerse una mano en su nariz para resaltar aquel hecho.

—Naruto —Menma aspiraba con profundidad por la nariz, se estaba calmando—. Habla.

—¡E-Estoy igualmente confundido como tú! —se hizo a un lado, alejándose del tacto de la niña —. ¡No sé quién rayos es!

—Ya te dije —Himawari infló las mejillas y plantó su pie con fuerza sobre el piso, dando a conocer su enojo —. Soy Himawari Hyuga, tu hija.

—¿Hyuga…?

—¡No le creas nada! ¡Nadita! —el rubio acudió a Himawari de inmediato, cargándola y poniendo una mano sobre la boca de ésta para impedirle decirle más cosas que pudieran enfurecer aún más a Menma—. E-Está loca, no sabe lo que dice. Es una broma hecha por Suigetsu, ah. Ese tipo nunca logra contenerse, le encanta… ¡Auch! —sin embargo, Himawari le mordió la mano, dejándola libre y a él con una mano adolorida—. ¡Eso dolió…!

Himawari le miró con sus zafiros brillantes, pero esta vez sin las estrellas decorar el interior de su iris sino las lágrimas acumularse en las orillas de sus ojos.

—Ahora entiendo —la niña hacía el intento por no hipar, se estaba conteniendo para no llorar en frente de nadie—. Ahora entiendo por qué mami no está contigo —el ceño de la niña se frunció de una manera que Naruto se sintió dolido—. Papi es un idiota —dijo al ajustar su mochila con más fuerza y girarse, dispuesta a irse.

Regresaría a su pueblo, con tío Shino y Kiba, personas que la amaban y que querían tenerla cerca; seres queridos que nunca la esconderían. Fue un error haber viajado a Tokio, no solo había derrochado los ahorros de casi toda una vida sino también se expuso a peligro. Había sido afortunada de toparse con personas amables como Jugo-san y Suigetsu-san, pero no tendría tanta suerte en la próxima vez. Debía rápido buscar una manera de dirigirse a la centra de trenes de la ciudad y volver a casa.

Iba a disculparse con sus tíos en cuanto llegara, profundamente. Dejarlos en medio de la central preocupados era un gesto horrible que ella ocasionó. Se encargaría de arreglar todo eso, decirles que a partir de ese momento Himawari se compartiría mejor y nunca sacaría el tema de su padre porque había comprobado que éste resultó ser un mal hombre. Aceptaría a Toneri-san como su nuevo papi y dejaría que su madre se casara con él, así los tres formarían una bonita familia y ella no volvería a sentirse mal cuando la maestra pidiera la presencia de su padre para ciertos eventos en la escuela o envidiaría la suerte de sus compañeras de tener a sus padres juntos.

Sí, eso haría.

O eso Himawari se disponía hacer cuando unos brazos que no temblaban como los del rubio, la alzaron nuevamente. Ella intentó patalear para soltarse, pero no logró. Emitió un quejido por cómo esos dedos se enterraban en la carne de su piel debajo de la blusa con diseños de girasoles. Abrió los ojos y se topó con un par de azules más intensos que su padre.

Himawari calló cualquier ruido y se quedó quieta, temblando de miedo. Era el mismo hombre que hizo temblar a su padre momentos antes y quien ahora la hacía estremecer a ella.

—Menma —Naruto rápidamente intervino; matar niños no era parte de su trabajo y no creía correcto que su hermano se desquitara con una niña inocente. Bien podía culparla de empeorar la situación, pero no era un canalla cómo para dejarla en los brazos de Menma, siendo ella quien sufriera las consecuencias—. Bájala. Al que debes castigar y golpear es a mí, no a…

—¿Quién es tu madre?

Lo que Naruto decía le daba igual, solo podía enfocarse en el rostro de la pequeña y el cómo su corazón latía acelerado. De no ser por la fuerza con la cual sostenía el cuerpo de la niña no dudaba que estuviera temblando por todas las sensaciones que se movían inquietas en su interior al escuchar la confesión de la niña y observar, por sí mismos, aquellas facciones tan familiares que le resultaba doloroso. No solo eran los ojos azules de tonalidad cielo —tan malditamente parecidos a los suyos y a los del idiota de Naruto—, era ese cabello del tono del manto nocturno, el rostro inocente, la manera en que sus cejas se fruncían cuando estaba asustada…

Menma tragó seco para que no se le quebrara la voz.

—Habla —apuró a la niña cuando ésta no quería contestar.

—Menma… —Naruto iba a intervenir, aun si eso le hacía ganarse una paliza por parte de su hermano. Ver a una niña ser lastimada no era agradable—. La estás lastimando, suéltala…

—Hinata —más la voz de la niña interrumpió la frase del idiota de su hermano—. Hinata Hyuga —susurró con miedo, bajando la mirada, sintiendo sus pies se balancearse. Se hallaba muy lejos del piso—. A-Así se llama mi mami…

—Menma, tranquilo —Naruto estaba nervioso, sabía lo que ese nombre ocasionaba no solamente en él, sino en Menma, especialmente en Menma. Era peligroso que la niña estuviera ahí, en brazos de su hermano.

Debía moverse con cautela y quitársela, le diría a Jugo que se encargara de ella, pero para su sorpresa Menma bajó con cuidado a Himawari.

—Un día.

Guardó por un rato silencio, tratando de procesar toda la información y hacerla suya, pero el impacto era tanto que apenas podía mantenerse de pie. Debía salir de ahí, se sentía el lugar asfixiante y sus manos las podía sentir inquietas. No era bueno que siguiera en ese lugar o haría algo imperdonable.

No quería que la niña lo viera así.

—¿Dijiste algo, Menma…?

—Tienes un día para arreglar todo esto —señaló con los ojos ocultos tras una de sus manos, parecía notablemente desconcertado y adolorido. Naruto pocas veces le había visto así—. Limpia todo, deshazte de la basura… Regresa a cómo lucía mi departamento cuando me fui.

—E-Entiendo —no cantó Aleluya porque con Menma no se sabía—. Así lo haré —la sonrisa marca Uzumaki se mostró otra vez en el rostro de Naruto—. No te preocupes, me encargaré de todo —eso incluía también a la niña— esto…

—Respecto a la niña…

Si el infierno se abriera en esos momentos, Naruto podía asegurar que el lugar de invocación era debajo de sus pies. Suerte que Menma no desarrollaba un poder oculto que le permitiera matar a gente con los ojos.

—¿Sí…?

—Déjala quedarse.

—¿Eh…?

—Que la dejes quedarse —gruñó como si escucharlo le exasperara—. Dale algo de comer y una habitación…

—¡N-No! —Himawari que había dejado de temblar por la presencia de aquel segundo hombre que se parecía muchísimo a su papá, hizo escuchar su opinión. Ella se iba a ir y regresar a casa, punto—. Y-Yo me regresaré con mi mami y…

—No creo que tu mami te haya dejado venir sola a Tokio —contestó a la chiquilla con un fruncimiento de cejas que tuvo el efecto de volver a callar a Himawari y apretar las correas de la mochila en forma de oso panda que era su favorita—, no es algo propio de ella —dijo con algo de pesadez, desviando la mirada—. Nunca dejaría que alguien amado se fuera así ni se metiera en la boca del lobo —dijo más para sí mismo que para el resto.

—¿Conoce a mi mamá…? —cuestionó confundida, pero Menma la ignoró y se enfocó en Naruto.

Lo señaló amenazadoramente. —Estaré en un hotel, tienes un día para limpiar todo esa mierda. Si regreso y encuentro lo mismo que hoy, tú y tu mocoso… —ladeó el rostro, dando entender el resto del mensaje.

Naruto lo entendió perfectamente.

—Hai. Capichi —ya tenía toda la garganta seca de tanto tragar grueso—. Uh, ¿l-la niña…?

—Ya te dije: se queda —ordenó, tomando de nuevo las cosas que dejó en la entrada de la puerta, observando por un momento los zapatos rosados en la entrada, tan pequeños para pertenecer a alguien de ahí—. Procura que no escape o será peor lo que tengo preparado para ti si no cumples mis órdenes —mencionó antes de darle una mirada profunda a Menma por encima del hombro que hizo a éste asentir a todo lo que su cuello le permitía.

—Okay —levantó sus dos pulgares, evitando temblar como gelatina.

La puerta volvió a cerrarse, dejando a Naruto y a Himawari a solas. Ambos se miraron, compartiendo una mirada. Sin que se dieran cuenta, suspiraron aliviados.

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Notas: Sé que no debo publicar más historias, tengo muchas, pero la tentanción es más fuerte. Y cuando son cosas relacionadas con Menma siendo papá o figura paternal, pues me derrito, simplemente no puedo y mis dedos escriben por sí solos.

Espero que les guste esta idea, la cual tengo la intención de escribir de manera sencilla, sin meter tanto drama —pero ya ni me crean porque puedo cambiar de opinión—. A mi mente llego una imagen de los papis Uzumaki tener una batalla visual y campal con Toneri, el futuro papi oficial de Himawari.

Y antes de preguntar: ¿Por qué no pusiste a Boruto? ¿O qué onda con Boruto? Amo a Boruto, lo adoro, es tierno y lindo —aunque algo egoísta—, pero me dije que para guardar el misterio —del cual creo que ya no es tan misterioso— de quién es el verdadero padre de Himawari, ella era la mejor opción por su parentesco —en el cabello — de Hinata. Además si ponía a Boruto iban a ser más cambios —aunque probablemente más giros de drama y situaciones divertidas—, pero opté por ella.

Espero comprendan y disfruten de la historia. Prometo que en las próximas historias meteré a Boruto y a Hima-chan juntos.

Muchas gracias por leer. Como siempre agradezco sus comentarios, favs y follows. Hasta la próxima actualización o historia. Bye.