Naruto no es mio sino de Masashi Kishimoto.
Advertencias de esta historia:
-Pareja Crack
-Lemon
-Au
Pareja principal: Gaara/Hinata
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El crepúsculo hacía poco que había teñido el cielo de su preciosa gama de colores, un paisaje que otras veces apreciaría con sumo agrado, pero que el día de hoy no lograba captar su atención. Todo su interés estaba centrado por completo en los gritos y chillidos, felices, que se escuchaban por las calles.
Veía y escuchaba con plenitud a través de la ventana de la habitación, sentado en la cama, a los niños de la aldea jugar a las pilladas o a los guerreros con palos de madera en el exterior. Sus ojitos tristes apreciaban como la gente, animados y con contagiosa alegría, se preparaban para festejar el comienzo de la primavera con abundantes platos de comida y bailes durante toda la noche.
Sentado con su cálido pijama blanco puesto y las cobijas a su alrededor, abrazaba casi con cierta desesperación el oso de peluche con el que dormía con envidia. Era doloroso ver cómo todos se divertían afuera y él no podía, ¿Porqué siempre tenía que estar encerrado en casa? También quería salir y jugar, mancharse de tierra y césped, sudar y cansarse por divertirse tanto, quería tener amigos como sus hermanos, a los que veía divertirse en la calle ahora mismo.
Esa sensación de humedad en los ojos comenzaba. Se frotó los ojos acallando un lloro que no quería exponer. Su padre decía que los hombres no lloran, y él como uno no pensaba hacerlo.
Ignoró los pasos que se escuchaban acercarse a la puerta de la habitación y como ésta, apenas sin hacer ruido, se abría y entraba a la habitación el olor inconfundible de la leche caliente. Al final dirigió la mirada hacía la entrada tras escuchar un jadeo de sorpresa y pavor.
-Gaara, vida mía, ¿Qué haces levantado de tu cama? -Su madre dejó la bandeja que portaba en una mesita junto a la cama y se acercó preocupada y veloz hacía él – Tienes que reposar, estás enfermo y no te puedes esforzar.
Lo tomó en brazos para recostarlo en el colchón y volver a taparlo con las mantas mullidas de la cama. Las mejillas rojas en la tierna cara de su hijo no le auguraba nada bueno, por eso la tristeza se hizo presente al comprobar lo pensado al besar su frente para comprobar la temperatura, volvía a tener fiebre.
Sonrió enseguida para que su pequeño no viera la pena en sus facciones y se alarmara por ello. Era inaceptable como la vida no le daba tregua alguna a su niño, era tan triste verlo pasar su vida postrado en la cama. Alguien tan pequeño e inocente no se merecía eso.
-Te traje leche caliente con miel, y un trocito de pan con nueces y arándanos recién hecho, como a ti te gusta.
-¿Mami?
Se sentó a su lado con la merienda en el regazo, removiendo bien la leche para que no notara el medicamento que había puesto en el.
-Dime -Acarició su sonrojada mejilla con cariño, sonriendo al verlo tomar un sorbo pero tornándose seria al ver la tristeza en los bonitos ojos de su hijo -¿Qué te pasa mi vida? ¿Te duele algo? ¿La garganta, cabeza, oídos?
Había dejado de toser un par de días atrás, cosa por la que pudo respirar más tranquila al ver algo de mejora en su salud. Más no quería decir que no padeciera otras dolencias diferentes, no sería la primera vez que se le pasaba una cosa y le empeoraba otra. La delicada vitalidad de su pequeño era tan frágil como el más fino cristal.
-No me duelen esas cosas -Apretó la tela sobre el corazón, con mirada llorosa y voz afligida -Pero si me duele aquí...
-Dios mío, ¿te duele el pecho? -Se esperaba todo menos eso, que le doliera el corazón era algo nuevo y que la alarmaba a niveles nunca antes vividos -Iré a buscar al médico enseguida, le diré a tus hermanos que se queden contigo.
La cara extrañada de su hijo, y como le tomó de la falda del vestido, la detuvieron de salir corriendo de la habitación y de la casa para buscar cuanto antes al médico del pueblo. No muy segura del todo, se quedó junto a la cama, a la espera de que terminara de hablar al comprobar que le quedaba algo por decir.
Peinó el lacio cabello rojo intentando calmarse, buscando serenarse para no preocupar sin motivo a su retoño porque bastante estaba pasando por si solo para darle un motivo más. A esa corta edad ya mostraba lo grande que tenía el corazón, los niños no solían afligirse como lo hacía él cuando algún miembro de la familia pasaba por un mal momento. Pero claro, ¿Qué madre no reaccionaría de esa forma?
-No me duele como cuando me enfermo, mami.
-¿Cómo te molesta entonces? -Le hizo tomar más leche caliente antes de que pudiera continuar -Explicámelo.
-El pecho se siente pesado cuando veo a los niños jugar y yo no puedo -La voz se fue apagando conforme seguí hablando, mirando por la ventana – Se que estoy malito, pero yo también quiero salir fuera y jugar con mis hermanos, quiero hacer amigos.
Ver los puños apretados de su hijo sobre las mantas y un par de lágrimas correr por sus mejillas le destrozaba a cada segundo el interior de su pecho. La frustración de entender que era un niño pequeño, que solo quería ser como los demás y no podía hacer nada para solucionarlo, le generaban serias ganas de regurgitar.
Si pudiera, se intercambiaría de roles con su pequeño, se pasaría la vida en la cama siendo feliz por ver a su retoño crecer libre y sano, teniendo la infancia feliz y plena que se merecía. Era demasiado bueno para esta vida tan gris que le había tocado.
-Mi niño -Lo abrazó meciéndose despacio mientras peinaba su pelo con una mano. Reteniendo el llanto que quería salir para acompañar el de Gaara -Tengo fe, estoy segura que las cosas cambiarán para ti. Algún día podrás salir y jugar sin temor a enfermar.
-¿De verdad?
-Sí, sin duda alguna, pero no será posible si no comes bien -Le hizo sonreír a pesar de las lágrimas derramadas al hacerle cosquillas en las axilas -Vamos bébelo y cómelo todo
Quería que ese triste diagnóstico que les dijo el médico, jamás, nunca, se hiciera realidad. No podría seguir viviendo con esa pena.
Por lo pronto esos angustiantes pensamientos se disiparon en un momento, nada más al verle bostezar y frotarse los párpados con somnolencia. Apartó el vaso y el plato de las piernas de su hijo, dejándolos en la bandeja y le hizo tumbarse debidamente en el colchón. Le acercó el oso, que recibió con los brazos extendidos y abrazó a su pecho, dejándose arropar y recibiendo un nuevo beso en su frente.
-Te quiero, mami.
-Yo te quiero más -Encendió una vela para que se iluminara la habitación un poco -Buenas noches.
Los ojos cían se fueron cerrando poco a poco, apenas ganado la batalla que mantenía para mantenerse despierto un rato más. Lo último que se quedó en su memoria, antes de caer rendido al sueño, fue el tenue brillo de la Luna y las voces de la gente en las calles ir desapareciendo con la incipiente niebla.
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Aturdido, abrió los ojos encontrando la habitación en penumbras, apenas iluminada por la vela que su madre dejó encendida para él. Al observar el cielo a través del cristal vio un cielo oscuro cubierto de neblina, no sabía qué hora era, pero sabía que era tarde por la poca luz reinante en la habitación y la medio consumida vela.
Mirando alrededor de la habitación, encontró las camas de sus hermanos vacías. Clara señal de que estarían aún jugando en la plaza del pueblo con el resto de la población de la aldea. Se bajó de la cama abrazando su osito de tela, acercándose a la ventana de nuevo y poniéndose de puntillas para mirar afuera al encontrar que el ruido que sonaba fuera no parecía ser del todo feliz y alegre como se esperaría de una fiesta.
Pensaba volver a la cama al no encontrar nada en la calle a esas horas que llamara su atención, y puesto que no podía ir con los demás a la plaza para gozar de la celebración, estar despierto no tenía mucho sentido. Una sombra cruzando frente a la casa en la que vivían le hizo captar la atención, esa silueta se dirigió corriendo al cobertizo donde su padre guardaba las herramientas para el arado y los animales que poseían para ello.
Curioso, como siempre le decían sus padres que era, se fue del dormitorio para descubrir lo que ocurría. Fue una suerte que la puerta estuviera abierta y pudo salir del primer piso sin hacer ruido, porque al mirar a la habitación de sus padres, su madre yacía dormida en la habitación. Había decidido no ir a la celebración del pueblo para quedarse con él.
Despacio, bajó los escalones con cuidado y se acercó a la mesa y sillas de la cocina, arrastrando despacio y con cierto esfuerzo una de las sillas para subirse a ella y quitar el cerrojo de la puerta de atrás. Afianzando el oso, se adentró al exterior oscuro de la noche hacía el establo, apreciando en el suelo, junto al entreabierto portón, lo que parecía ser un poco de sangre.
¿Podría ser algún animal herido? Por los comienzos del bosque los cazadores ponían trampas antes del anochecer para recolectar con el amanecer las presas que cayeron y vender su carne.
-Pobrecito – Terminó de abrir del todo para entrar, siendo recibido por el mugido de una de las vacas de su madre - Hola animalito.
No le respondió nadie, pero sabía que no estaba solo acompañado de los animales de su familia. A través de la poca claridad del lugar, vio algo moverse tras la paja, asomándose y sorprendiéndole en el proceso. No era un animal herido, era una chica por lo que pudo comprobar al ver la larga cabellera oscura asomar, una dama con una fea lesión en uno de los tobillos que era capaz de entrever la sangre en los bajos de su vestido.
-Eres un niño -La mujer se expuso un poco a la luz al verlo entrar y escuchar la voz infantil -Un niño pequeño.
-Me llamo Gaara, señorita -Hizo una cortés reverencia -Soy el tercer hijo de la familia Sabaku.
-Que joven tan educado -Hablaba afable, sonriendo con dulzura al verle acercarse a ella–Puedes llamarme Hinata -Vio los ojos claros verla con infantil curiosidad a su regazo -¿Ocurre algo?
-Tiene una herida en la pierna, ¿por eso vino al cobertizo? ¿A curar la herida?
Estaba paseando por el comienzo del bosque aprovechando la niebla, cuando vio el centro del pueblo en la lejanía iluminado por una gran fogata. Suponía que era una especie de festividad, y quiso acercarse un poco más para ver y escuchar la música tal vez incluso bailar alguna canción mezclada entre la gente. Pero no pudo convertir sus planes en realidad porque al acercarse al comienzo del bosque, un cepo escondido atrapó su pie.
Pudo librarse de él, era fuerte, pero el hierro seguía siendo dañino para ella y la herida fue peor e lo que hubiera sido con cualquier otra cosa. Por eso se acercó a la primera casa que encontró para resguardarse y poder encontrar algo con lo que cubrir la lesión.
Tuvo la mala suerte de ser descubierta, pero la buena fue que quien la vio fue un niño pequeño. Tranquila por ser un chiquillo, asintió a sus dos preguntas.
-Aquí no hay nada que te sirva, pero en casa sí tenemos medicinas que te pueden ayudar -Le puso en su regazo el oso de peluche que había estado abrazando todo el tiempo -Te cuidará mientras yo regreso, no te muevas… ¿Prometes que te quedaras aquí?
Le pareció un niño tan lindo y amable.
-Lo prometo.
Se puso de pie y salió corriendo rumbo al interior de su casa nuevamente, ignorando el creciente mareo y frío que comenzaba sentir. En la cocina mojó un paño en agua limpia, y subiéndose en otra silla, tomó tela y bálsamo para heridas. Recordaba a su madre ponerle eso a su hermano Kankuro cuando este llegaba a casa con alguna herida pequeña tras jugar en la calle.
Emocionado por ser de ayuda para alguien: estaba cansado de estar siempre postrado en la cama dependiendo siempre de los demás, emprendió una nueva carrera hacía donde estaba la joven. Con las mejillas rojas, la encontró sentada en el mismo lugar, tocando las orejas del peluche hasta que él llegó de nuevo para sonreír alegre y afable.
Notó el calor en las mejillas aumentar, no sabría decir si era a causa de la fiebre que volvía a subir o por la hermosa imagen de ella. Era un niño pequeño, más que tuviera una edad tan joven y solo pensara en jugar no significaba que no encontraría a las niñas bonitas. Y la muchacha herida en el cobertizo de su padre era la mujer más bonita que había visto, a pesar de que le doblaba la edad.
Avergonzado y un tanto indispuesto a causa de la enfermedad, tomó asiento frente a su pierna herida. Levantó un poco la tela del vestido para ver mejor la lesión, frunciendo el ceño con disgusto y pensando en lo mucho que le debería de doler.
-Puede que te duela un poco, avísame y pararé.
-Adelante, confío en usted mi joven señor.
Con sumo cuidado, no queriendo infligir más daño del que era necesario, daba suaves toques con el trapo mojado para limpiar la sangre y eliminar la suciedad de la piel en la zona a tratar. Dejó el trapo sobre un fardo de paja para tomar un pequeño recipiente con un espeso ungüento verdoso, ignorando la sensación de malestar creciente en su cuerpo, tomó una ostentosa bocanada de aire para continuar. Odiaba cuando la enfermedad
Dejó sobre la herida una buena cantidad de esa sustancia, cubriendo por completo toda la piel y carne dañada para pasar a intentar vendar el pie. Nunca lo había hecho sin la supervisión de sus padres o su hermana mayor, no obstante, estaba seguro de que lo haría bien aunque no tuviera ayuda.
Concentrado en la tarea de sanar, no se fijó en la atenta mirada femenina clavada en él, observadora a todo movimiento y expresión que Gaara hacía sin ser consciente. Era un niño muy valiente y noble, mucho, porque lo había visto mirarle la cola unas cuantas veces desde que le levantó el vestido y no dijo palabra al respecto. Cualquier otro muchacho de su edad, inclusive algún adulto, habría comentado algo o actuado inapropiadamente.
En sus años de vida no había sido la primera, ni sería la última vez, que le faltaban el respeto o intentaban atacarla al no ser humana porque su cola se descubría en un descuido. Más ese niño humano, aunque débil y frágil como podía apreciar, había sido una grata sorpresa por sus educados modales y desinteresado actuar.
Se quedó mirándola a los ojos, y en apenas unos segundos, bajó avergonzado la cabeza con las mejillas teñidas de rojo. Cerrando los ojos, besó sobre la venda donde estaba la lesión, dejándola anonadada por un acto tan tierno.
-Mi mamá nos besa las heridas cuando nos hacemos daño, para que nos sintamos mejor porque dice que los besos curan, ¿Te duele menos ahora?
-Si, apenas me duele -Devolvió el oso a su dueño, peinando con suavidad el pelo cobrizo -Gracias.
Tímido e inseguro de qué otra cosa hacer, abrazó con fuerza el oso a su pecho cuando ella lo tomó en brazos y lo sentó sobre sus rodillas. Envolviendo los brazos a su alrededor y recostándolo en su amplio pecho, sintiendo el calor reconfortante que desprendía a esas horas frescas de la madrugada en su pequeño cuerpo.
-Te concederé un premio por tu ayuda y encantadora cortesía -Mecía el endeble cuerpo acompasada, al tiempo que peinaba las cortas hebras -¿Qué te gustaría?
-Quiero jugar en la calle, aunque sea solo una vez.
Eso fue una petición extraña y dicha con una desdicha palpable y pesada, demasiado triste para provenir de un infante. Al mirar el rostro infantil, lo encontró afligido, mirando la paja del suelo con desconsuelo.
-¿Por qué decís eso? ¿No podéis?
-No -Negó – Tengo un cuerpo enfermo, algo anormal según dice la médica de la aldea, por eso no puedo salir a jugar como los demás niños porque siempre estoy malito en la cama.
Por eso desprendía tanto calor, tendría eso que los humanos llaman fiebre, de ahí las mejillas rojas y los escalofríos que lo recorrían de vez en cuando. Tenía sentido que la hubiera escuchado, si estaba reposando en la cama y no en la fiesta con el resto de la gente de la aldea, era algo normal pero muy triste a la vez.
-Una vez escuché a escondidas decirle la médica a mi mamá que yo no viviría mucho tiempo. Por eso no me dejan salir nunca a la calle a pesar de que es lo que yo más quiero. No es justo ser el único que no puede jugar ni tener amigos… Quiero ser normal.
No, no era justo en lo más mínimo. Se le hizo un nudo en el corazón por la pena, ¿Cómo era posible que una criatura tan inocente tuviera que vivir así? ¿Cómo estaba tan tranquilo hablando de eso sabiendo que no llegaría a ser un adulto porque la muerte se lo llevaría antes? Era horrible y trágico que a esa edad ya estuviera resignado a ese fatal destino.
Ningún niño merecía una vida así, no entendía cómo el azar del destino era capaz de castigar de esa manera a un alma tan pura. Ese niño, Gaara, era todo candor y bondad encerrado en un cuerpo delicado.
Abrazó con algo más de fuerza el delicado cuerpo mientras una lágrima de lástima bajaba por su tez. Sabía que don concedería a cambio de la desinteresada ayuda que había recibido en forma de una adorable criatura humana.
-Cumpliré tu deseo, pero no jugarás solo una vez. Podrás jugar cuantas veces quieras.
-¿De verdad? -Los ojos le brillaron emocionados.
-Sí, te concedo el don del vigor. Creerás fuerte y sano, vivirás una larga vida con fortaleza y salud, ya nunca más tendrás que preocuparte por enfermar. Serás el hombre con más salubridad que este pueblo haya podido ver. Tendrás la vida normal que deseas.
Tomó ambas mejillas, rojas y calientes a causa de la fiebre, para darles una tierna caricia que hizo al chiquillo reír cosquilloso al pasar a su cuello. Sonriendo, bajó la cabeza y posó los labios castamente sobre los tiernos infantiles, sellando el pacto y dejando al joven niño sorprendido y abochornado ante ese inesperado beso.
Sintió un calor fuerte recorrerlo, más no era doloroso como cuando la enfermedad empeoraba, sino reconfortante de alguna manera inexplicable de describir, como cuando su madre lo cargaba en brazos y lo sentaba en sus rodillas frente a la chimenea cuando toda la familia se reunía tras cenar. Era la primera vez que una mujer tan bonita le besaba, porque al nunca tener la oportunidad de salir, no podía relacionarse con nadie más que no viviera con él en casa. Sintiendo que le ardía la cara y le temblaban las manos; era su primer beso después de todo, cerró los ojos con fuerza apretando el agarre entorno a su juguete. Se sentía tan avergonzado pero tan contento al mismo tiempo, que no sabía qué otra cosa hacer salvo mantenerse inmóvil y aguardar.
Estaba deseando llegar a casa y contárselo a Kankuro, él no paraba de alardear de que una niña le había dado un beso en la mejilla la semana pasada mientras que a él ninguna niña le había dado nada. Él le había ganado al fin en una cosa, una chica hermosa le había dado un beso de verdad. Se moriría de envidia cuando se lo restregara por la cara cuando llegara de jugar en la plaza.
Con la misma suavidad que inició el tierno contacto, lo terminó, apreciando el rostro arrebolado de Gaara conforme se alejaba tornarse inquieto. Arrullando el rostro de él, que le mantenía la mirada de forma humilde, pudo comprobar que el calor febril desaparecía poco a poco y solo quedaba el rubor de la timidez en su pálida piel. Una sonrisa, bondadosa y dichosa, hizo embellecer aún más su de por sí divina tez para los ojos tiernos y embelesados del pequeño sentado en sus piernas.
-¿Ocurre algo? -El cálido aliento femenino rozó los húmedos labios infantiles al hablarle con el rostro cercano al suyo, acelerando el pequeño corazón de forma sorpresiva del joven en su regazo– Os veis nervioso.
-Es que fue mi primer beso… -Aunque muy avergonzado, se negó a desviar la mirada a otro lado que no fueran esas grandes piscinas de plata que le miraban con ternura – y sois una mujer tan bonita y tan amable conmigo que me hacéis sentir raro -Se tocó la zona del pecho con una mano y el estómago con la otra -aquí.
Rió divertida por esa espontánea declaración, tan inocente y sincera, tan adorable dicha con una confianza sorprendente cuando era capaz de ver el pudor que sentía e intentaba ocultar. Gaara era un niño increíble para ser humano, se convertiría en un buen hombre adulto cuando los años maduraran aún más su carácter. Esperaba tener la suerte de poder verlo alguna vez en ese futuro que ahora se mostraba positivo para él.
-También sois un niño muy lindo y amable, y estoy segura de que serás un hombre muy apuesto cuando crezcas.
-¿De verdad lo crees? Porque mi hermano se burla de mi llamándome feo.
Decía que su falta de cejas y las ojeras lo hacían ver muy raro, a pesar de que su madre siempre que lo escuchaba decirle aquello lo reñía.
-Tan guapo y educado que seguro tendrás a la chica más hermosa como tu mujer.
Encontró muy divertido verlo tan emocionado repentinamente, tanto que respingó sobre sus piernas y los ojos se le iluminaron como la primera luz del alba en el cielo. Fue refrescante verlo a los pocos segundos balancear los pies mientras miraba ilusionado sus ojos perlados.
Fue una sorpresa que el pelirrojo se recostara entre sus brazos con una sonrisa feliz. El asombro fue mayor al verse rodeada en un abrazo. Iba a decirle algo al verlo abrir la boca, pero un grito femenino se escuchó desde la casa.
-¡Gaara! -La voz sonaba desesperada y cargada de pánico -¿Dónde estas mi vida? ¡Gaara!
La voz se escuchaba lejana, como si estuviera alejándose, estaría buscando al otro lado de la casa al pequeño en sus brazos. Tenía que marcharse ahora antes de que la descubrieran y las cosas se tornaran complicadas y peligrosas para ambos. Porque si descubren que no era humana y tenía a un niño con ella era posible que intentando "salvarle de ella" le hicieran daño. No deseaba eso.
-Mamá me está llamando -Miró hacía la entreabierta entrada del cobertizo con preocupación -y suena asustada.
-Deberías ir a casa para que se tranquilice -Lo dejó en el suelo para ponerse ella misma en cuclillas a su altura – Y es muy tarde ya, necesitas descansar.
-Pero te quedaras sola y tienes una herida. No quiero dejarte.
Desenvolvió los frágiles brazos de alrededor de su cuello para mirarlo a los ojos, viéndolos enrojecidos por el llanto que estaba batallando por no dejar salir. No pudo evitar besar cada párpado para tranquilizarlo, era demasiado tierno.
-Estaré bien porque me has curado, me has dado un besito que cura, ¿recuerdas? -Eliminó las arrugas de su pijama y algún resto de paja en la tela -Ve a casa.
No muy conforme y comprendiendo que no podría hacerla cambiar de opción, no tuvo más que asentir y comenzar su camino de regreso a casa al escuchar el miedo en la voz de su madre al llamarle. Se detuvo un instante en la entrada del granero, tomó una gran bocanada de aire y se viró a verla todavía de rodillas en el suelo.
Se acercó corriendo a ella que no comprendía su pausa, con una expresión tenaz y temerosa en la cara para besarla toscamente al salir huyendo del lugar antes de que ésta pudiera reaccionar a decir o hacer algo ante su inesperado arrebato. No esperaba eso.
-Adiós, Hinata.
El pecho le latía otra vez en los oídos conforme las piernas corrían hacia el exterior, pletórico por haber podido darle un último beso como despedida; tal como hacía su padre con su madre cuando se despedían para trabajar cada mañana. Sonriendo de oreja a oreja, sintiendo las mejillas arder por la euforia, ingresaba a la cocina de la casa por la puerta que dejó abierta con la silla con la que la abrió.
-¡Mami, mami!
-Gaara...
Escuchando la voz alterada de su hijo llamándola, fue veloz a su encuentro desde la calle, encontrándolo en mitad de la cocina con los pies llenos de tierra y la respiración acelerada. Se asustó tanto al despertar e ir a comprobar cómo estaba la temperatura y no verlo durmiendo en la cama, al no encontrarlo en ninguna otra habitación de la casa. Fue la peor pesadilla para una madre.
Se abalanzó sobre su cuerpecito para abrazarle con fuerza, lagrimas rodando por las mejillas sin pudor e ignorando como su hijo la llamaba emocionado y ajeno al temblor que portaba. Preocupada, revisaba cada parte del cuerpo de su hijo buscando alguna herida, comprobando si la fiebre había regresado al ver lo rojos que estaban sus mofletes y lo entrecortada que era la respiración.
No tenía fiebre, es más, su piel que por lo general estaba ardiendo por la alta temperatura estaba tibia. Incluso se le veía tan vivaz y no decaído como siempre, se veía como debería de verse un niño de su edad.
-Dios mío, menos mal que estás bien -Pensaba que se moriría del susto -Pensé que te había perdido.
-Mami, no te vas a creer lo que me ha…
-¡¿Dónde estabas?! -Lo asustó al ver que le gritaba. Ella nunca le gritó -¿Sabes lo preocupada que estaba? ¿Cómo diablos se te ocurre salir afuera?
Un par de lágrimas escaparon de sus ojos al ser gritado de esa forma y zarandeado.
-Pe-pero mami…
-Nada de peros, ¿Es que no entiendes que estás enfermo? Podría haberte pasado algo ahí afuera y no habría nadie para ayudarte.
La puerta principal se abrió y el resto de integrantes de la familia, riendo contentos tras la noche de diversión en la plaza con el resto de gente del pueblo, entraron al que esperaban fuera su tranquilo hogar de siempre. Cuan fue la sorpresa cuando encontraron la anodina escena de su siempre serena y dulce madre gritándole al más joven de los hermanos, que lloraba desconsolado. Era algo que en la vida había sucedido, hasta esa noche.
-Ya es tarde, idos a la cama vosotros dos -Le señaló a sus dos hijos las escaleras del piso de arriba -Karura, ¿Qué ha ocurrido para que le grites a Gaara?
Era de los tres hijos que habían tenido el que se portaba mejor, no hacía trastadas como Kankuro, ni se metía en peleas como Temari. Tenía un carácter más tranquilo y maduro que el de sus hermanos mayores. Es más, podía ver las cabezas de los susodichos asomadas desde el final de las escaleras atentos a todo en lugar de en la cama como bien les ordenó.
-Tú hijo se ha escapado en plena noche de casa.
-¿Qué? ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Sabes que la noche es peligrosa, hijo, más si estás enfermo.
Sollozando al ser la primera vez que le regañaban de esa manera sus padres, soltó el oso de peluche para tallarse los ojos. Hipando.
-Pero no me fui lejos, estuve en el cobertizo todo el tiempo ayudando a Hinata.
Rasa, su padre, fue veloz al sitio mencionado esperando encontrar aún allí a la susodicha Hinata. Queriendo saber quien había estado por quién sabrá por cuanto tiempo con su hijo a solas en la noche. No quería ni pensar en ello por lo que pudiera haber pasado.
En su cabeza no había hecho nada malo, su madre siempre le decía que era de buen corazón ayudar a la gente que necesitaba auxilio. Su padre por otro lado le decía que a las mujeres se les debía apoyar siempre cuando necesitaban socorro. Y así actuó, dentro de sus posibilidades, ofreció ayuda como le enseñaron.
-¿Ayudando a quien?
-Hinata, una mujer muy bonita que tenía una herida en la pierna. Tenía una cola de vaca muy graciosa escondida bajo el vestido.
Ambos padres se miraron el uno al otro en silencio, una mirada inquieta en sus facciones tras escucharle hablar. En completo mutismo su padre tomó de la cocina unas cuantas ramas que se ató a los tobillos y una bolsa con sal en la mano y una daga en el cinturón para salir por la puerta rumbo al cobertizo.
Lo que su hijo estaba definiendo no era un ser humano normal, sabían qué clase de ser había hecho contacto con su hijo en medio de la noche y el miedo los invadía pensando en lo que hubiera podido suceder. Su pequeño retoño había estado quien sabrá por cuanto tiempo con una huldra del bosque.
No eran peligrosas si no se les atacaba, ni si tampoco se les faltaba el respeto, y teniendo en cuenta que su hijo estaba ileso y se veía contento al principio fue señal de que la trató con el respeto que se debía. No obstante, se debía ir con pies de plomo con seres como ellas por lo que pudiera pasar.
-Ya, mi niño, lo siento, no llores -Intentaba calmarlo para que le diera más detalles - Shh, tranquilo.
-¿No me vas a gritar más?
-No, mi vida, ya no estoy enfada, solo preocupada de que esa mujer te haya hecho daño.
Parecía confuso a pesar de tener el rostro bañado de lágrimas. Se limpió la cara con las mangas del pijama y negó con vehemencia.
-Fue muy buena conmigo, me dejó ayudarla a pesar de que soy un niño pequeño -Sonrió tontamente bajando la cabeza -Me dió las gracias abrazándome a su pecho y dándome un beso cuando la curé.
No sabía cómo debía tomarse esa información cuando lo vió tocarse los labios con un fuerte rubor, por un lado estaba aliviada de que las cosas no habían sido al parecer peligrosas para Gaara al ser tan gentil y educado. Por otro lado estaba el hecho de que seguía siendo un niño, un inocente infante, para recibir ese tipo de atenciones tan adultas.
Tendría por la mañana una conversación seria con él, no pararía de explicarle las cosas hasta que se las repitiera de memoria. No debía aceptar ese tipo de trato tan íntimo de nadie. Por lo pronto, la risita feliz de él la distrajo de sus pensamientos y le hizo observar la dicha en su mirada.
-¿Por qué estás tan feliz hijo?
Rasa entró de nuevo en el hogar, negando con la cabeza en una silenciosa conversación que le decía que no halló a nadie gracias al cielo. Más calmada se dispuso a limpiarle los pies a su hijo para poder meterle de nuevo a la cama y descansar. Que no pareciera tener fiebre ahora no quería decir que no le diera luego.
No podía bajar la guardía.
-Ella será mi esposa cuando sea mayor.
-¿Por qué? -Su padre se agachó a su lado -¿Cómo sabes que esa tal Hinata será tu mujer?
-Me dijo que creceré tan apuesto que podré tener de esposa a la mujer más bella, y ella es la mujer más bonita que he visto -Mostró una sonrisa grande, enseñando los dientes con emoción y revolviéndose sentado en una silla mientras le intentaban lavar los pies - Será mi futura esposa, por eso quiero ir con papá a trabajar como hace Kankuro, también quiero ser un buen hombre de provecho.
De nuevo se quedaron sin palabras ante la dichosa declaración de su hijo, siendo tan inesperado que un niño de tal edad tuviera ese entusiasmo ante la idea de casarse. Dulce y preocupante sin duda.
-Eres demasiado joven para estar pensando en esas cosas, tienes muchos años por delante para interesarte en las chicas. Lo mejor es que vayas a dormir por ahora, ¿De acuerdo?
-¿Pero me llevarás contigo?
-Sí, pero más adelante, ahora a dormir. Todos necesitamos descansar.
Antes de que su madre lo cargara entre los brazos para llevarlo arriba, miró por la ventana de la cocina. Viendo el cobertizo donde estuvo parte de la que sería una inolvidable noche. Sonrió feliz apretando el oso entre el cuerpo de su progenitora y el suyo.
Deseaba poder verla de nuevo. Poder estar otra vez con la hermosa y amable Hinata.
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Huldra: Ser fantástico de la mitología escandinava conocida por ser una hermosa mujer que seducía hombres en el bosque para acostarse con ellos. Ocultando con sus ropas y su largo cabello la cola de vaca o zorro que tenían y una espalda hueca, como el tronco de un árbol.
Hola a todos tras un tiempo, no pude acabarlo a tiempo para San Valentín, pero bueno más vale tarde que nunca. Por lo menos pude acabarlo no muy lejos del día de los enamorados.
Me leí un libro hace relativamente poco sobre la mitología escandinava, y este personaje en concreto me llamó mucho la atención, a pesar de ser un personaje que sobre todo se vasa en el deseo sexual, también tiene su toque romántico. Me pareció un concepto interesante y quería compartirlo con los fans de esta pareja porque me pareció que van bien con sus personalidades cuando tienen las edades de "The Last".
Lo iréis viendo a lo largo de los dos capítulos restantes que quedan, espero que los disfrutéis. Hasta pronto.
