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- Felinette Week 2022 -

Dia 2: Fortune & Failure


Match!


Marinette tiene Tinder. Y Félix también. Y el destino es cruel y retorcido, especialmente cuando por error, deslizas hacia la derecha la pantalla de la aplicación y.. él también.. y ella también. Y ambos hacen... Match!


Advertencias:

- May 18 -

- Sexo explícito -

- Angst -

- Primera persona -

- Clasificación M de Fanfiction -


***FORTUNE***

Su rostro se me hace conocido.

Es rubio, y tiene el color de los ojos de Adrien. Aunque un poco más oscuros. O profundos. Y su cabello no es tan dorado. Es más del color de la miel. Supongo que será por la estación del año. Otoño. Casi invierno. Bueno, es noviembre. En noviembre, los rubios se vuelven castaños. O al menos, no son tan rubios.

Suspiro, mientras me pregunto qué diablos estoy haciendo.

Fue un error.

Es un error.

Deslicé la pantalla hacia la derecha, porque el teléfono se iba a caer de mis manos y apreté la pantalla accidentalmente, y así, sin darme cuenta, ya había hecho match con un hombre rubio, aparentemente inteligente, y muy similar en lo físico a mi ex novio traidor - Adrien Agreste, el infiel. -

Alya me obligó a venir.

Yo me negué, alegando que todavía no estaba lista.

Pero ella insistió.

- Un clavo saca a otro clavo. - me dijo mi amiga, aquella mañana. - Él me parece un buen clavo. -

Sí.

Podría ser un clavo de oro o titanio.

O eso creo. Es alto y ancho de hombros. Con el cabello rubio muy corto a los lados, y un buen matojo de pelo algo largo peinado hacia un lado. Es un corte a la moda. Le sienta fenomenal. Y tiene una nariz perfecta. Está pulcramente afeitado. Viste con pantalón y camisa, muy similar a un traje de ejecutivo. Reconozco que sus zapatos son italianos y caros y que su reloj de pulsera es de alta gama. No lleva corbata, y tiene abierto los primeros botones de su fina camisa, tiene los dedos largos y gruesos, y las uñas están recortadas y limpias. Huele bien. Lo sé porque nos saludamos con un beso en cada mejilla. Por supuesto que me sonrojé, porque la verdad hace mucho no me besaba con un hombre desconocido.

Y estamos sentados en una cafetería de moda, en la que el café es vegano y las galletitas no tienen gluten.

La mesita es estrecha y pequeña. Circular. Apenas si entran nuestras dos tazas de café. Por debajo del tablero, él tiene las piernas recogidas, dándome mi espacio. Yo, sin embargo, las tengo un poco estiradas. Intentamos no rozarnos. Tal vez intentamos respetar el contacto físico, al menos por ahora.

El "clavo de oro" está hablando mientras me mira fijamente a los ojos. Al menos tiene la decencia de no repasarme con la mirada. No voy muy coqueta. Tan solo llevo unas botas amarillas de piel, unas medias negras y un vestido de punto fino algo ceñido al cuerpo. El cuello del vestido es alto tipo tortuga. Con mangas largas. Y tiene un color un poco tornasol. Lo tejí yo misma, por cierto. Me enamoré de un rollo de lana bastante peculiar en un bazar chino y decidí que debía hacer algo con eso. - Soy diseñadora de modas. Y tengo un pequeño estudio donde vendo mis trabajos. - Y ese algo fue este vestido.

Calientito, confortable.

- Mata pasiones. - musitó Alya cuando me vio vestida así. Rodó los ojos hacia arriba y me echó fuera de mi piso, rumbo a la aventura tinderiana. - Con un vestido parecido enterramos a mi abuela. - concluyó antes de cerrarme la puerta en mi espalda.

Me reí. Cogí mi bolso. Y rogué que esta tortura acabara pronto.

Bendita fortuna.

Bendito Tinder.

En el perfil de la aplicación, no aparecieron nuestros verdaderos nombres. Yo tenía un nombre falso, - Bridgette Cheng -. Y él, probablemente, llevara otro - Félix Culpa -. Era una medida de seguridad en la que ambos habíamos pensado, creo yo. Porque lo busqué en Google y ese nombre no apareció por ningún lado, salvo en un cómic francés antiguo y poco conocido, sin mucho éxito. Tampoco en esa aplicación descubrirías ni en lo que trabajamos ni en lo que hacemos en el día a día. A menos que queramos decirlo. Sé que otros tienen fotos llamativas, posando con poca ropa o en poses sugerentes. Alya había puesto una foto mía, en formato carnet. Él tenía una foto muy tranquila y normal. Leyendo un libro, en una biblioteca.

Como si fuera un intelectual.

Claramente este rubio no lo es.

O no lo es tanto.

Él empezó la conversación y él es quien la dirige. Yo sólo estoy sentada oyéndole - o divagando -.

Supongo que algún defecto debe tener este hombre bien hecho. Sólo que aún no lo detecto.

Porque es guapo.

Y su belleza me hace ruborizar una y otra vez. Me enfado varias veces conmigo misma, porque creo que Adrien no era más feo que "el clavo". Mi ex-novio parecía un niño bueno. Y lo era. Ojalá él no me hubiera engañado tanto. Ojalá yo dejase de pensar en él, al menos por un minuto.

Ahí, sentada en esa cafetería de moda, me siento como una flor marchita y seca, puesta sobre un florero. Viendo como la gente pasa, oyendo cómo un hombre hermoso se fija en mí.

Aquel día lancé un grito, cuando me di cuenta que había hecho match. Alya se abalanzó hacia mi y me quitó el teléfono de las manos, viendo su foto. Me dijo que le pareció tranquilo y correcto, porque no había puesto ninguna foto enseñando carne ni músculo. Yo le dije que las apariencias engañan. Y vaya que sí. Lo sé por experiencia propia...

...Adrien Agreste me dijo durante años que yo era su novia. Me presentaba con sus amigos, así: "Mi novia Marinette". Pero jamás me presentó a su familia. En todo este tiempo, no pude ir a sus fiestas familiares, ni siquiera a su mansión moderna en París. En vacaciones, la pasábamos con mis padres y no con los suyos. Él me decía que viajaban mucho y casi nunca estaban en la ciudad, y era cierto, de seguro. Unos meses antes de nuestra ruptura, conocí a una clienta en mi pequeño estudio de modas. Una chica japonesa. Parecía refinada y millonaria.

Nos hicimos amigas de inmediato.

Tiempo después supe que el encuentro no había sido casual ni fortuito. Y que definitivamente el azar no había tenido nada que ver.

- Él es mi novio. - me dijo un día, mi amiga japonesa, impasible.

En realidad nos lo dijo a ambos. Porque esa misma tarde, hace ya un par de meses, Adrien fue a recogerme a mi estudio.

Y ella estaba ahí.

Su novia. Su verdadera novia. La chica más lista y estratégica que he conocido en mi vida. Yo nunca hubiera planeado con tanta sangre fría tremenda emboscada que me clavó.

Ella sabía lo que estaba pasando. Sabía todo. Mi nombre, mi dirección. Dónde vivía y quienes eran mis padres. Y yo, no sabía nada de ella. Tan solo que se llevaba genial conmigo. Habíamos hablado tanto. Planeábamos viajes en el verano. Surcando las islas del Mediterráneo en un crucero. Le propuse ir con mi novio, Adrien. Le dije su nombre. Dios, le conté todo. Pero ella ya lo sabía. Sólo se estaba asegurando.

Confirmaba, que a ella también le engañaban.

- Él es mi novio: Adrien Agreste. - ella continuó diciendo. - Y estamos comprometidos, Marinette. No te quiero volver a ver. Lo perdono, está bien, a tí y a él... Porque sé que no lo sabías. Sé que no lo hiciste de propósito. Pero este es el final. Así que déjalo en paz. -

Todavía no era invierno.

Pero me congelé ahí mismo.

Mis recuerdos a su lado se esfumaron, porque todos habían sido falsos. Ambiguos. Una mentira o varias. Visto en retrospectiva, me mentía todos los días, a todas horas. ¿Cómo no me dí cuenta? ¿Por qué jamás sospeché? Eso quizá era lo que más me dolía. Haber sido una tonta, todo este tiempo. Ingenua. Débil. Frágil. Pero...¡Cuánto lo quería! ¡Cuánto tiempo soñé con él! Y cómo me dolía el pecho, porque el amor se trasformó en dolor...y lágrimas.

Ese día no le contesté nada a Kagami Tsurugi - Ése era el nombre de la verdadera novia de Adrien. - y no pude reclamarle nada al rubio ex-novio mío. ¿Qué le iba a decir? ¿Por qué me hacía eso? Era obvio el porqué:

Él, simplemente, no me quería tanto como me hizo creer. Nunca me amó.

Me quedé en silencio, atónita, escuchando cómo "su novia" me ponía en mi lugar. Cuando me dijo todo lo que tenía guardado, cogió a Adrien de la mano y a paso fuerte y a la vez ligero, ambos se fueron. Me quedé tiesa y estupefacta, como si todo fuese una película. Rogaba para que alguien apareciese y me dijese: "¡Corten! Esa toma queda. ¡Estuviste genial, Marinette!". Los segundos pasaban y nada de eso sucedió. Comprendí entonces, mi desgracia. Mi horror. Una suciedad y un rencor - Ira, dolor, quería matarlo y a la vez, perdonarlo. - nacieron dentro mío. Apenas pude volver a respirar y a pensar, cogí el teléfono, y en modo piloto automático, escribí, categóricamente: "Adrien, hemos terminado".

Oh, que digna fui.

Me imaginaba que él regresaría arrepentido. Que me pediría perdón y que suplicaría por una nueva oportunidad. Yo me haría de rogar. En realidad, lo torturaría por hacerme esto y al final, lo echaría a la calle, como un perro pulgoso. Esa sería mi venganza.

- Lo sé. - me contestó él.

Y eso fue todo.

Tres años.

Tres.

Todo ese tiempo duró mi fortuna. Adrien Agreste resumió nuestra relación en dos palabras. Y me condenó a un estado de parálisis emocional que ni una buena ducha, ni el champan, ni el chocolate y ni el nuevo rubio delante mío podían cambiar.

Adrien, en un mensaje de voz muy posterior a ese día, me explicó que por un largo tiempo, él pensó que lo suyo con Kagami Tsurugi había terminado. Pero no era así. Resultaba que su novia sólo se fue de viaje. A su país, Japón. Y se despidieron peleados porque él no quería que ella se fuera, pero ella sí quería irse. Lo que sucedió es que un buen tiempo después, Kagami volvió a París. Y al volver, ella también volvió a él. Y él, la aceptó gustoso de nuevo. Lo que Adrien se olvidaba, es que él ya estaba conmigo.

Adrien me dijo que no quería perdernos a las dos.

Sabía que debía elegir pero que nunca tuvo valor para tomar esa decisión.

Eso me pone triste.

Porque si yo hubiese sido su prioridad, o al menos, una persona importante para él, Adrien no me hubiera roto el corazón como lo hizo. Designándome como "una opción". Compartiendo su amor entre ambas. Y mintiéndome. Engañándome. Con mentiras y más mentiras. E infidelidad.

- ¿Te aburro? - escucho que el hombre guapo, Félix Culpa, me pregunta.

Ni siquiera lo estaba oyendo. Niego con la cabeza, más por complacencia que por el gusto de mentirle. No quiero que se moleste conmigo, ni piense que he jugado con él. Acabo de convencerme que esto ha sido una mala idea. - Tinder, es una mala idea.- Así que decido cortar este desvarío, de una vez por todas.

- No, no me aburres, Félix, pero ... creo que esto no va a funcionar... -

Listo.

Un fin rápido y un adiós letal. No ha pasado nada.

Deberías aprender de mí, Adrien Agreste.

Paz y amor.

- Sí, por favor.-

Me despediré de él y seguiré con mi horrible y melancólica vida. Zurciendo ropa vintage, remodelando sillones y forrando cojines con diseños vanguardistas. Continuaré con mi estudio de modas, pequeño pero singular, y con mi tristeza inherente a una ruptura decepcionante.

Seguiré.

Aunque mi corazón esté roto a trocitos y lo haya estado reparando desde hace semanas.

Aunque llore por las noches, hasta dormir hipando.

Aunque vomite casi todo lo que como y tenga asco hasta de beber.

Seguiré.

Sólo que no lo haré hoy.

Y no con él.

- Quince minutos. - me replica de inmediato. El hombre rubio enfrente mío se estira en su silla, rompiendo su pose contenida. Me mira aún más fijamente y sonríe. Tiene una sonrisa pícara y confiada. Su rostro resplandece, y su cabello se bambolea por el movimiento, como una pluma cayendo del cielo. Coloca ambos manos sobre la mesa y golpetea con los dedos, cavilando. Tiene las manos inmensas. Parece fuerte. Bien hecho. - No tengo claro si estoy salivando, ¡contrólate Marinette, eres una mujer en duelo!. - Se inclina hacia delante, acercando mucho su cara a la mía.

Sus ojos son verdísimos.

Sus pestañas son doradas.

Estoy a un paso de regalarle mis bragas. - ¡Marinette! -

Parpadeo con rapidez y respiro profundamente. Rompo el hechizo en el que me ha metido y logro discernir, que Tinder es una verdadera locura.

Y más allá de eso, yo frunzo el ceño, porque no entiendo nada de lo que esta haciendo o diciendo. -¿Quince qué?- Decido beber un poco del horrible café, para esconder mi rostro detrás de la taza.

- Quince minutos - repite. - Dame quince minutos de tu tiempo, y prometo darte un buen momento. -

Me atraganto con un sorbo del insípido café vegano en mi boca. Y me vuelvo a sonrojar, ahora sí furiosamente. No esperaba oír una propuesta tan atrevida: sexo, rápido y placentero ¿a cambio de qué? No lo sé. O no entiendo qué quiere.

- ¿Qué? -

Pero él sonríe más y más, ladea la cabeza y así observo su mejor perfil. Es guapísimo. Es ardiente. Pareciera que me fuera a lanzar sobre la mesa para luego comerme a mordiscos.

- Y por supuesto: puedes elegir el lugar. No pienses que soy un psicópata o un asesino. No te preocupes por tu amiga. Ya sé que ella nos está observando desde esa columna que tienes detrás. Dile que estarás bien, lo pasarás bien. -

Luego se queda pensando por unos segundos, en los que yo aún no salgo de mi sorpresa.

- Aunque pensándolo mejor, también tu amiga puede venir, ¿Tú crees que ella quiera hacer un trío, con nosotros? -

- ¡No!- grito aturdida. - Enfermo, enfermo, enfermo y... guapo. -

La gente alrededor nuestro, se nos queda mirando por unos instantes. Yo finjo una sonrisa y él mantiene la suya, intentando aligerar esa situación. Intenta reir. Y ahora no sé si lo ha dicho de broma o en serio. Rápidamente, él retoma la negociación.

- Está bien, sin tu amiga, donde tú quieras, quince minutos. -

No estoy segura. ¿Y si él obtiene lo que quiere antes, y yo no?. Sería egoísta. ¿Y si es violento? Eso me da miedo. ¿Si me pongo a llorar en medio del sexo, porque no es Adrien Agreste? Espeluznante. Empiezo a mover rítmicamente ambos pies. Soy pura nervios. Todo huele a mala idea.

Ésta no soy yo.

Nunca he buscado un polvo fácil.

Siempre he soñado con un boda un sábado por la mañana, con un amplio vestido blanco, y un ramillete de rosas. Con unas campanas repiqueteando en la Iglesia, anunciando que los señores Agreste se han dado el "sí, quiero".

Recuerdo, con la última neurona funcionante, que ésa señora Agreste nunca seré yo.

Tinder ha sido una mala idea.

- Entiendo tu duda, Bridgette. Pero eres hermosa. Y tienes unos ojos preciosos. Me encanta tu pelo negro. Presiento que tienes las piernas largas, aunque tu vestido te cubra entera. - El hombre rubio me halaga demasiado. No dudo que sus palabras fuesen sinceras. Tiene una voz grave y pausada. De esas que te hacen mojarte si te las dicen al oído. Me muerdo los labios dudando.

Sigo creyendo que es una mala idea.

Pero una mala idea también fue tener dos novias al mismo tiempo, me digo de repente.

Y entiendo que pase lo que pase, si equivocarme es esto, espero disfrutarlo muchísimo. Porque Adrien Agreste también disfrutó mucho el tener una novia real y otra novia suplente, ¿no?. - ¿No? -

- Prometo que quedarás satisfecha. Y yo también lo estaré. -

Todas sus palabras se me aglutinan en la cabeza. Tengo las manos sudadas y mis pies están incontrolables. Vuelvo a escuchar sus frases, sus promesas: Placer, seguridad, retribución.

- Es sólo sexo, Marinette Dupain-Cheng. - O eso creo. O espero.

¿Qué podría salir mal?

Mucho

Muchísimo.

Aún así, decido que quiero intentarlo. Me lo merezco. He sido una chica buena. Una novia buena. Y me trataron tan mal.

Sus palabras sensuales se mezclan con mis memorias amargas. Guiada por el dolor, y por la expectativa, le miro a los ojos y ya no dudo al decir: - Sí, quiero. -

Si el fin del mundo es mañana, al menos me llevaré este recuerdo.

- Sí, quiero. -

Unas campanas imaginarias acaban de sonar en mi cabeza. Miro mi vestido multicolor de punto fino. No es un vestido de novia y no tengo ramillete de rosas. No hay velo. No hay novio. No hay amor. Sólo un café sin sabor sobre la mesa, y las migas de unas galletas horrorosas sobre el plato.

Ojalá algún día me casara de blanco.

Ojalá algún día alguien me quiera de verdad.

Pero ese día no será hoy.

- Perfecto. - murmura él, ganador.

Ojalá ese día llegase mañana.

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***FAILURE***

Es hermosa.

Lo había presentido por la foto carnet de su perfil, pero lo he comprobado al conocerla.

Me encantan sus ojos, algo rasgados. Como si fuera una mezcla de oriental y occidental. Exótica y tierna. Y silenciosa. O es tímida o ésta es su primera vez en una página de citas.

No puedo quitarle la vista de encima, esos ojos son muy raros de ver.

Ya sabía que eran azules.

Lo había visto yo en su foto del Tinder, pero al tenerla enfrente mío me gusta aún más.

Es del color azul que me encanta. Del azul del mar. Del Mar Mediterráneo, por ejemplo. Mi mente se detuvo un instante, pensando que en el Mar Mediterráneo hay tonalidades de azules. Un azul brillante y nítido como el faldón de La Lechera que pintó Vermeer. O azul oscuro, cobalto, como el que pintaba Van Gogh en sus autorretratos. Tal vez azul turquesa, como Sorolla cuando retrataba al mar muriendo en la orilla.

Y su piel es blanca del color de la porcelana. Pareciera enferma, a pesar que el maquillaje le da un tono natural.

Y ese contraste me gusta.

Me la imagino tumbada, rodeada de su pelo negro, mirándome con esos ojazos mientras me corro en su cara. Sus labios finos y sucios después del sexo.

También me imagino sus pezones rosaditos, tal vez imperceptibles y mimetizados con el color de su piel. Los pienso erectos y pequeñitos bajo el tacto de mis dedos. Tengo unas ganas tremendas de lamerla entera, como si fuera una piruleta de fresa. - Me encantan las piruletas de fresa -

Esa imagen de ella desnuda, me hace arder por dentro.

Bridgette no me oye, a pesar que acabo de decirle que me encanta su vestido de monja de clausura. Tiene un gusto peculiar de vestir, como si fuera a marcar tendencia. No sé a qué se dedica, ni me importa. Sus botas amarillas me encantan, no había visto nunca algo así. Todo ella es distinta, diferente, única. Y supongo que irrepetible. No puedo seguir sin haberla probado. No puedo.

- Bridgette Cheng.-

Tampoco puedo creer que ése sea su verdadero nombre.

No puede haber tanta coincidencia.

No existe.

La busqué por Google. No existe viva ninguna Bridgette Cheng, a excepción de un personaje de una antigua animación francesa, del cual también yo extraje mi nombre falso, Félix Culpa.

Quizá sea una coincidencia.

Me abofeteo mentalmente. Las coincidencias no existen, me repito, tan sólo lo inevitable.

Su primera negativa a nuestro encuentro me desespera un poco. Probablemente sea novel en lo de las citas a ciegas, lo cual me alegra de sobremanera. Pero a la vez intuyo que no saldré tan beneficiado como quisiera. Así que bajaré el listón y trataré sólo de pasar un buen rato en vez de pasar un rato excepcional.

- Quince minutos - respondo a su discurso sobre la mala idea que es esto.

En quince minutos puedo hacer magia. Puedo llevarla al espacio sideral y dejarla viendo estrellas, mientras se retuerce bajo mío.

Pero debe estar dispuesta y entregada para ello.

Si hay un leve atisbo de reticencia no podré continuar y esto se volverá una experiencia desagradable. Insisto una vez más, luego de asegurarle a ella que no habrá peligro. - No soy un pervertido. Ni estoy mal de la cabeza, tan sólo tengo alterado a un amigo mío en la entrepierna. - Además estoy limpio y sano. Y guapo, o eso me dice mi madre. Y las madres no mienten.

Me gusta que su amiga nos esté mirando, oculta en esa columna. Esta Bridgette, es una chica precavida. Y su amiga, o es una entremetida, o es fiel, o es tonta. O las tres cosas. Por mí, está bien traer chaperona a estos encuentros delicados, porque eso significa que Bridgette es una persona correcta y confiable y no una asesina en serie, o una loca venida a menos.

Porque yo también me expongo a cualquier cosa al hacer esto. Como la última vez, en la que tuve que escapar corriendo tan solo porque la milf en cuestión se olvidó que estaba casada.

Continúo mi discurso y halago sus virtudes. Ya es mi última línea. No insistiré más. Depende de ella el futuro. Yo tan sólo, le muestro el camino.

Sorprendentemente, acepta. Tal como prometí, ella elegirá el lugar adonde iré a comerme sus pezoncitos y sus labios.

- Iremos a mi piso -

Asiento. Eufórico. Pero no me da la dirección. Con rapidez, me pongo de pie, la cojo a ella de la mano y dejo varios billetes sobre la mesa de la cafetería. La arrastro impetuosamente hasta fuera. Ella me detiene poniéndome una mano en el pecho, evitando que pida el primer taxi que vea. Me hace una seña con su cabeza y me dirige a un parking cercano. Me sube de copiloto en un coche antiguo, que pareciera que va a pedales, pero que ella lo hace funcionar sin problema. Voy casi doblado de lo pequeño que es.

Conduce con lentitud. - Velocidad al volante, peligro constante. -. Su amiga nos sigue en un taxi detrás. La veo a través del retrovisor y porque en la pantalla del teléfono de Bridgette salió un mensaje de una tal Alya diciendo: "Estoy detrás tuyo, en el taxi".

- ¿En serio tu amiga no quiere unirse? Porque nos lleva siguiendo un buen rato. -

No contesta.

Está concentrada conduciendo. Atardece en París, y los rayos del sol penetran en el coche y le dan de lleno en la cara. Sus ojos brillan más. Iluminan sus mejillas, y a pesar del maquillaje reconozco que ella está sonrojada. Los dedos afirmados al volante, tiemblan ligeramente cuando los usa para cambiar de velocidad.

Me quedo idiotizado observándola así.

Es muy bonita. Tierna, tímida y bonita.

Las botas amarillas van y vienen al compás de los pedales del coche. Y de pronto, las medias negras se me hacen un estorbo. Odio que sea noviembre. Quisiera que fuera Julio o Agosto y así habría podido mirarle las piernas al natural. Pero respiro profundamente, intentando calmarme. Dentro de unos minutos, me comeré lo que tiene entre las piernas, sea invierno o verano.

Ella por fin se entera que me la estoy devorando con la mirada.

- ¿Qué piensas? - me pregunta en un susurro.

Suspiro y sostengo mis ojos en los suyos, aunque ella mire al frente atenta al camino. Le contesto, sabiendo que responderé algo que no espera:

- Pienso en lo delicioso que me va a saber tu clítoris en mi lengua. -

El frenazo que pega nos lanza bastante hacia delante. Los cinturones nos retienen en nuestros sitios. El coche se le ha calado.

Bridgette lo hacer arrancar de nuevo, en tanto suelta una risita nerviosa.

- Lo siento. - masculla.

- Yo no- murmuro.

Ahora sí tiene las mejillas abrasadas. Rojo violencia. Y le tiemblan aún más los dedos. Por mi seguridad, decido contenerme un poco, para no chocar contra ningún otro coche, principalmente. Cuando aparcamos, ella no me mira, sino que baja rápidamente y se alisa el vestido de punto. Es más baja que yo, de una estatura promedio.

Es pequeña en realidad.

Pequeña para mí.

Me encantan las piruletas de fresa y las mujeres pequeñas.

Y los ojos azules. Y su timidez.

Y los rosadas de sus mejillas cuando se ruboriza.

Y sus botas amarillas, y sus medias negras. Y ese vestido peculiar, que no muestra nada, pero que le marca la curvatura de sus pechos y sus caderas, y sus glúteos. Las medias le marcan las piernas. Es lo más sensual que he visto en un buen tiempo.

La sigo como un perrito a una salchicha.

Creo que voy salivando por detrás.

Me hace entrar a un edificio clásico y antiguo, sin ascensor. Y subo obediente, sin hacer un sólo comentario, a través de esa escalera semicircular hasta una tercera planta. Ella abre con sus llaves y siento que me traslado a otra época.

Una época muy antigua y victoriana.

Y muy dulce.

Todo es antiguo, pero delicado. Las lámparas en el salón tienen pantallas de tonalidades rosas y amarillas. Un sofá pequeño y cubierto por un protector de hilo. Otro par de sillones. Una mesilla de caoba en el centro del salón, con un pequeño florero pintado de azul. Una alfombra moderna un poco ecléctica tapiza el suelo entre los muebles, desentonando. Pareciera que alguien le hubiese regalado la alfombra. Sobre la chimenea, la cual parece que no lo hubiesen usado en siglos, veo diversos adornos todos con temática marina: delfines saltando, relojes de arena, conchas de mar. Al fondo del salón, veo un ventanal y un pequeño balcón, repleto de flores.

Todo es dulce y hogareño.

Ella deja su bolso colgado en la percha y deja las llaves en el recibidor de la entrada.

Sobre el recibidor, hay fotos.

Sé que no debería ver pero en un vistazo, logro reconocer a sus padres - la señora de la foto es idéntica a ella, y su padre es un gigante con mostachón. - quienes salen abrazándola cuando ella era pequeña. Otra foto con su amiga -Alya según recuerdo - junto a otros amigos más. Y olvidado en un rincón del marco de la foto, una tarjeta de presentación que dice: "Marinette Dupain-Cheng, estudio de modas".

Marinette, pienso rápidamente, se llama Marinette.

Incluso su nombre es bonito.

Hay una última foto, pero de ésta no alcanzo ver nada, porque Bridgette, perdón Marinette, la ha tumbado con estrépito al ver que yo estaba fisgoneando sus cosas.

Sonrío.

- Es un lugar hermoso, Bridgette. - digo refiriéndome a su hogar.

Ella frunce el ceño, un poco enfadada de mi inspección.

- ¿Sabes? - rumia ella. - En serio, no sé si esto es...-

Eso fue lo último que dijo en varios minutos. Me abalancé directo a comerle la boca, mientras mis manos se apoyaban en su cintura y la atraían hacia mí.

Ella demoró unos segundos en despertar de su trance, y respondió al beso con premura y violencia. Presumo que estaba dudando, pero que se convenció de alguna manera. En agradecimiento y satisfacción, bajé por su mentón, lamiéndole y besando su piel. Me encontré con el cuello alto del vestido y desesperado, empecé a tironear de él para ganar más espacio.

- No, no, lo estropearás. -

Me detengo pero de inmediato, Marinette - perdón Bridgette - me toma de la mano y me arrastra por el pasillo hasta su dormitorio. Ni bien entramos, lo primero que hago es ir a por el bajo del vestido y quitárselo pasandolo por la cabeza. Es entonces cuando confirmo lo perfecta que es su piel.

Blanca, algo rosada, pero muy similar a la porcelana.

El sujetador es de encaje negro.

Y la carne de sus pechos sobresale un poco.

Ella me mira a los ojos, pero yo, la miro del cuello hacia abajo.

Intenta cubrirse pero la detengo a tiempo. Quiero observarla un poco más. Es tierna y preciosa. Le acaricio el abdomen lentamente con la palma de la mano abierta, como si fuera a esculpirla o a amasarla.

Es cálida.

Debe ser por la lana.

Introduzco un dedo en la cintura de las medias y poco a poco se las voy retirando. La obligo a quitarse las botas, y ella desciende un par de pulgadas más. Marinette es realmente pequeña. O la estatura normal, quizá. No lo tengo claro, porque yo soy alto y casi siempre todas las chicas son mas bajas que yo. Aprovecho que se descalza para yo agacharme y terminar de quitarle las medias.

Y ahí me quedo.

Las braguitas hacen juego con el sujetador.

Su piel es igual de blanca abajo que arriba.

Y su pelo es igual de negro abajo que arriba.

Lo sé porque el encaje me permite ver debajo.

Ella me mira, ansiosa y también dubitativa.

Yo le vuelvo a sonreír. Desde mi posición, logro ver su cuerpo entero. Sus muslos, sus piernas, sus caderas, su pubis, su ombligo, sus pechos y sus ojos, su frondosa cabellera azabache.

Es mi cielo. Estoy en el cielo.

- Félix. - escucho que ella susurra.

Parece una súplica.

Con violencia y alevosía, le bajo de un tirón sus bragas de encaje y queda realmente desnuda de la cintura para abajo. Ella gime o grita, dando un leve respingo. Pero no me impide nada. En ningún momento, me dice "no" o "detente". Me convenzo que este es mi día de suerte. Animado. Goloso. Hambriento. Desesperado. A velocidad crucero, la cojo de la cintura y la dejo caer sobre su cama mullida. El nórdico que la recubre es de gatitos. - Me encantan los gatitos. Y me encanta ella.- Yo aun estoy de pie y no dudo en cogerla de los tobillos, estirarle las piernas y separárselas, así, sin perder el tiempo.

Marinette/Bridgette se cubre la desnudez con ambas manos.

- No. - le pido con una voz rasposa y grave, que yo ya reconozco como mi voz coital, la que pongo cuando estoy a punto de desquiciarme en el sexo. - Déjame verte, por favor. -

Lentamente, retira sus manos y empieza a respirar de forma pausada y ligera. Me permite ver su interior. Ardo entero al verlo. Lo contemplo... es preciosa también ahí.

- Quince minutos. - musita Marinette. - Dijiste quince minutos. -

Hay un reloj de manecillas con forma de mariquita sobre una cajonera que ella tiene. Son las siete menos cuarto. Yo asiento, sabiendo el tiempo que poseo.

Decido no perder ni un segundo más.

Me lanzo entre sus piernas, metiendo la lengua entre su vulva. Sus pelillos negros me pican en la cara, pero no me importa. El sabor de su interior es tremendamente adictivo y delicioso, casi dulzón. Y está mojada. Seguro empezó a mojarse desde la cafetería o incluso desde el coche. Vaya a saberse. Trato de ser delicado, aunque soy consciente que le estoy dando lametones como si yo fuera un sabueso ante un trozo de chuletón.

Marinette intenta cerrar las piernas, pero le sujeto con ahínco los muslos. Ha debido practicar gimnasia de pequeña, porque las piernas las abre en un buen ángulo sin queja alguna. De repente, en medio de mi labor, siento cómo sus pequeñas manos me acarician mi cabello. Subo la mirada, entonces, tan sólo unos segundos, para contemplar el placer en sus ojos entrecerrados. Ella se muerde los labios, ahogando los gemidos que quisiera emitir.

- Dime si te gusta, Bridgette. - le digo con voz ahogada, porque estoy sumergido en su vello púbico. - Dime si te gusta lo que te hago. -

Ella asiente, pero abre un poco la boca para gemir suave. Todo su pelo negro luce desperdigado por la cama y sus pechos tiemblan todavía apretados bajo el sujetador de encaje negro. Concluyo en que se lo debo quitar lo más pronto posible.

Muy lentamente, separo mi boca de su vagina y le introduzco un dedo. Entra fácil y se desliza adentro y profundo. Está preparadísima para la penetración. Pero ni siquiera sé donde están mis preservativos. Seguro que en mi pantalón. En mi cartera. Me doy cuenta en ese instante, que yo sigo perfectamente vestido.

Y caliente.

Quiero hacerle tantas cosas por tanto tiempo.

- Quince minutos. - Vuelve a decir, en un susurro ahogado. Su vocecita resuena en mi cabeza, mientras siento cómo mi ropa sobra en ese momento.

Pero no tengo tiempo.

Ahora sus gemidos han cogido ritmo y tono, formando una melodía exquisita. Tengo un dedo introducido en su introito y observo en primera línea, como entra y sale, cada vez más empapado. Yo también entrecierro la mirada, huelo su aroma, quiero lamer sus fluidos. Vuelvo a succionar su clítoris, en tanto mi dedo continua su labor.

Ya no le estoy sujetando los muslos, por lo que ella se retuerce libremente en la cama. Gime cada vez más alto.

Me incorporo lo más que puedo, estiro una mano y bajo un tirante del sujetador. Al retorcerse - de placer, por supuesto - el sujetador de encaje negro se desliza y puedo apreciar sus pechos. Compruebo, victorioso, que sus pezones son pequeños y casi del mismo color que su piel.

Siento que he descubierto El Dorado.

Me imagino a Moby Dick saltando sobre la borrasca en alta mar, engullendo al primer marinero que intentara cazarlo. Así de poderoso e inmortal.

Repto hacia ella de cualquier manera, todavía con mi mejor dedo en su interior. Marinette/Bridgette no lo sabe, pero ese dedo es mi mejor aliado en el amor. Años de práctica lo confirman. Impaciente, le muerdo un pecho, para luego lamerle el pezón. En paralelo, froto y acaricio su interior de mil maneras distintas. Algunas veces suave, y otras muy fuerte. Entrando y saliendo de su introito. Noto el pálpito de sus profundidades, la humedad de su cuerpo, la tensión en sus piernas.

Sus gemidos me indican que falta poco.

Su cuerpo también.

Sin percatarme, Marinette/Bridgette ha logrado juntar las piernas y me aprieta con ferocidad la mano que le está dando placer. Se retuerce y se mueve a voluntad, hacia delante y detrás, guiándose ella misma en esta aventura.

Yo sigo comiéndole los pechos.

La contemplo desde ahí y compruebo, que ahora está totalmente ruborizada, despeinada y convulsa. Abre la boca y lanza un fuerte gemido, estira las piernas y siento por un instante, que me va a romper la mano. Yo resisto, valiente, y aprieto también mi pulgar sobre su clítoris.

Su quejido es como una canción que emiten las sirenas. Un eco subsónico. Una melodía susurrante. Un llamado al Eden. Así también son los mamíferos en altamar. Las belugas, por ejemplo. Pero Marinette no es una beluga, sino una mujer plenamente satisfecha.

Y yo francamente, estoy enloqueciendo. Retiro mis dedos de su interior, mojados y cansados, casi con contracturas. Me bajo de la cama y observo mi obra. El cuerpo de Marinette, temblando, desnudo y mojado, su rostro acalorado y sus labios hinchados. Los ojos entrecerrados. Su cabello negro desparramado sobre la cama.

Sé lo que debo hacer.

Lo he soñado antes.

Los quince minutos me han bastado y sobrado.

Me pongo a la altura de su cabeza, al borde de la cama y sin saber muy bien cómo, me bajo la cremallera y sacó mi miembro, acariciándolo sobre su rostro. Ella tiene los párpados cerrados y no ve lo que hago, hasta que apoyo la punta de mi glande sobre su mejilla.

Se sobresalta, pero no se mueve ni huye.

Y ahí, bajo lo azul de su mirada, me vacío entero en su cara. Le salpica todo, sobre los labios, la nariz, el pelo. Un buen chorro le atraviesa la frente, quedándose unas gotas sobre sus pestañas. Ella parpadea, intentándosela quitar. Lo consigue a medias. No se incorpora ni escapa de mi orgasmo. Se queda ahí, silente y deliciosa, recibiendo mi descarga sin queja ninguna.

Me mira, con los ojos ahora bien abiertos.

Y sonríe.

Su pelo negro, sus labios rosados, su bello rostro atravesado con mi semen. Sus pezones subiendo y bajando con rapidez, siguiendo a su respiración. Sus piernas torneadas, gustosas y satisfechas, un poco encogidas después de su éxtasis.

Si el fin del mundo es mañana, al menos me llevaré este recuerdo.

Me pregunto si sigue creyendo que esto es un error, o una falla a la lógica moderna. Placer y sexo. Un buen rato con una persona confiable. Quiero repetir. Creo que ella también. Supongo que esto continuará porque aún ella no me ha visto desnudo y supongo que Marinette/Bridgette no quisiera perderse mi yo desnudo.

Le va a gustar.

Me encargaré de eso.

Sobre la cajonera, el reloj de mariquita empieza a sonar porque ya son las siete en punto. Mis quince minutos se han agotado.

Pero empezarán otros minutos.

U horas, o días.

O una vida entera.

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Segundo día del felinette week. Que difícil es la primera persona, más para mí que sólo sé escribir en tercera. Este minific es un sincero homenaje a mi crack ship, el felinette. ¡Espero que se haya entendido todo! en mi mente cochina, este par se ha revolcado ya unas mil veces como mínimo.

Felix Culpa y Bridgette Cheng...y el multiverso de Lordthunder.

Gracias.

Lordthunder1000.