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- Felinette Week 2022 -

Dia 3: Lackluster & Lightning


Match!


Marinette tiene Tinder. Y Félix también. Y el destino es cruel y retorcido, especialmente cuando por error, deslizas hacia la derecha la pantalla de la aplicación y.. él también.. y ella también. Y ambos hacen... Match!


Advertencias:

- May 18 -

- Sexo explícito -

- Angst, fluff, yo que sé. -

- Primera persona -

- Clasificación M de Fanfiction. -


***LACKLUSTER***

Es impresionante.

Desnudo, es millones de veces más impresionante.

No sólo lo sé por lo perfecto que es sin ropa, sino por lo caliente y seductor que es tener su piel sobre la mía. Como ahora, cuando me aplasta entero sobre mi cama. Tengo su rostro enterrado en mi cuello, ahogándose con mi cabello. Gruñe en voz baja, mientras me embiste una y otra vez.

Yo aprovecho para abrazarlo, para evitar que se aleje y así perder el placer que me está dando. Con mis piernas también le abrazo la cintura, logrando que se entierre más profundo.

Hemos repetido.

Varias veces de hecho.

Alya dice que así no funciona Tinder. Que es para ligar una vez y pasar al siguiente. Yo creo que no pasa nada si continuamos con la misma persona, al menos por un rato...

Por un buen rato.

Cuando se cansa de tenerme de espaldas contra la cama, me da la vuelta y me aplasta boca abajo. Yo me rio, en medio de mis gemidos. Su tacto, a la vez que placer, también me hace cosquillas. Y mientras rio, él me tira del pelo con suavidad, para que yo alce un poco la cabeza. Me cabalga por detrás, en tanto introduce sus dedos bajo mi cuerpo para juguetear con mis pezones. Cuando se cansa de mis pezones, se dedica a magrearme los pechos, como si fuera un panadero haciendo la masa del pan.

- Marinette. - gruñe Félix. - Mari, cielo santo. -

Descubrió mi nombre completo, casi con seguridad el primer día. Tampoco hice especial hincapié en ocultarlo. En cambio de él, sólo sigo sabiendo que su nombre es Félix, pero su apellido lo desconozco. El que me dijo -"Culpa"- no es el verdadero, lo tengo clarísimo, pero tampoco es que me importe mucho.

En compensación por haberse corrido en mi cara el primer día, él dejó que yo lo hiciera la segunda vez.

- ¿Qué? - le dije sorprendida, cuando él lo propuso.

No me dio tiempo a negarme, ni a pensar. Estábamos ya desnudos y en pleno coito cuando lo pidió. De repente, se tumbó sobre la cama, boca arriba, llevándome con él. Pensé que Félix querría que yo lo montara y así fue, sólo que no me monté sobre su pene sino sobre su rostro. Él me cogió de las caderas y me dirigió hacia ahí. Intenté rehusarme pero no tenía fuerzas para tan gustosa recompensa.

No duré mucho.

Hice dos o tres movimientos tímidos sobre su cara, para después restregarme a conciencia sobre su nariz y su boca, mientras gemía incontrolable. Fue un orgasmo larguísimo el mío, casi a punto de romper los récords Guinness. Ni siquiera sabía que podían durar tanto. Cuando volví a respirar y dejé de temblar, me quedé fláccida y lánguida sobre él. Félix me volvió a coger de las caderas, me quitó de encima y me recostó en la cama, me separó los muslos y se enterró de nuevo, en mí, varias veces, hasta correrse en mi interior. Sin protección.

Tuvimos que salir a buscar la pastilla del día después. A partir de ese encuentro, él ahora deja su caja de preservativos en mi mesilla, para futuras sesiones.

Eso me recuerda que antes, tan sólo Adrien había terminado dentro mío, sin preservativo.

Y cuando lo hacía, yo soñaba con una boda, vestida de blanco, con una casa con jardín, con tres niños y alguna mascota, un hámster quizá, al que llamaríamos...

- ... Durex, extra sensitive, por favor... -

- ... con sabor a fresa...- Añadí en voz baja.

Los sueños con Adrien murieron cuando supe de la existencia de Kagami Tsurugi. Los sueños que no pueden ser aunque lo intentes, son los que más duelen. Y yo trato de esconder ese dolor. De respirar, aunque no tenga aire. De reír, aunque este afligida por dentro. Eso Félix no lo sabe, ni quiero que lo sepa. No quiero que conozca la razón por la cual me refugio en el placer, en el calor de otro cuerpo, tan sólo para no parecer muerta, para sentirme viva y valiosa.

Porque estoy vacía y triste.

Abandonada, con el corazón roto y las lágrimas ya agotadas en mis ojos.

Soy un fantasma. Soy un cristal opacado y deslucido. Una joya oxidada y antigua. Una alegoría de un amor pasado y caduco.

No quiero que Félix sepa lo que llevo dentro.

Sin embargo, debí responsabilizarme por mi descuido con él. Por eso, ese día le acompañé a la farmacia, tanto para comprar la pastilla como para elegir el preservativo porque ...me gusta el sabor a fresa. No sé que piense de mí. Del sabor que me gusta en el preservativo. Quizá lo asocio a las piruletas que me daban en el médico, cada vez que me daban un pinchazo.

Félix, al oírme semejante petición - los preservativos con un sabor en particular -, me miró entrecerrando la mirada, gratamente sorprendido. Parecía feliz y satisfecho, como si hubiera contestado correctamente una pregunta difícil. Orgulloso. Sí, eso era. Estaba orgulloso y contento.

- Lo que pida la señorita. - dijo Félix al dependiente que estaba detrás del mostrador.

Me ruboricé muchísimo.

Con Félix, y con su sexo fabuloso y excitante, logro distraerme bastante. Es cierto que sigo triste, pero me he propuesto disfrutarlo intensamente. Algunas veces, durante el periodo refractario que hay entre orgasmo y orgasmo, lo obligo a ver una película en el ordenador, ambos sentados sobre la cama. Me gustan las películas. Tengo la necesidad perenne de ver alguna los fines de semanas. Me da igual el género. Casi siempre, elegimos la película de mutuo acuerdo. Como él es tan alto, se encorva bastante sobre la pantalla, por lo que le duele la espalda y se queja mucho. Se incomoda. Así que me deja viendo la película, en tanto que él se estira sobre mis piernas. Tan igual a un gato. Mi cama es pequeña para él. Una vez me enfurruñé conmigo misma, porque yo quería ver una película de estreno, la cual mi suscripción básica a HBO no cubría. Él me miraba desnudo y desparramado, atravesado en la cama, mientras yo hurgaba en la web, tratando de encontrar un enlace clandestino para verla gratis.

- Vamos a verla al cine y ya. - me dijo, desenfadadamente.

Me pareció una buenísima idea.

Descubrí que a Félix también le gustaba ir al cine, a ver películas de estreno. También veía películas antiguas y estaba afiliado a varios clubes de cine independiente. Emitían pequeños cortos y algunos largometrajes en determinados cinemas en París. Él trataba de asistir a todos. Para no perder mucho más tiempo entre el cine y el sexo, él insistía en que yo lo acompañara.

Nos lo montábamos en su coche, por lo tanto.

En el parking.

Éramos rápidos y precavidos y solo asistíamos a las funciones que empezaban muy de noche.

Cuando bajábamos del coche, Félix me abría la puerta y me ofrecía su mano. Yo la tomaba. Tomar su mano no me molestaba, ni dentro ni fuera de la cama. Nunca me disgustó. Jamás me sentí extraña bajo su piel, ni siquiera la primera vez que me tocó, cuando me quitó mi vestido de lana multicolor.

Y así, tomados de la mano, asistíamos al cine.

Sin embargo, al menos durante las primeras semanas, no hablábamos mucho.

Compartíamos silencio muy a gusto. Le entendía muchas veces tan sólo con verle a la cara. Lo veía asentir con la cabeza o guiñarme un ojo, y eso para mí, bastaba. Porque significaba un "quiero hacerlo ahora" o "vamos primero a la farmacia" o sencillamente un "solo quiero descansar".

Muy cerca de mi piso, había innumerables pubs y discotecas de moda, por las cuales yo siempre pasé por delante de la puerta sin preocuparme por el interior. Resulta que Félix Culpa sabía todo sobre esos sitios. No debió sorprenderme esa información. Me lo imaginaba libertino y divertido, con un amplio abanico social.

Ese era el Félix Culpa del Tinder.

A pesar de eso, algunos detalles afloraban sobre su verdadera personalidad, sobre la personalidad del Félix Culpa que no es del Tinder.

Felix tenía una pequeña obsesión con el mar. Había reconocido cada uno de las animales marinos que yo coleccionaba como si fueran figuras de acción, las cuales estaban sobre la chimenea organizadas en hilera. Supuse que a él le encantaba el mar. E inexplicablemente, Félix empezó a hablar sobre sus profundidades, sobre las islas Marianas, sobre el abismo Challenger. Su charla sobre el océano y la vida marina incluía nombre técnicos y expediciones científicas. Un buen día, reuní valor y le pregunté a qué se dedicaba realmente.

- Soy ingeniero náutico. - me contestó luego de pensarlo un rato largo. Se había quedado en silencio, probablemente sopesando el riesgo que implicaba conocernos aún más. - Tengo un doctorado en biología marina. -

- ¿Haces barcos? - pregunté con algo de miedo, temía que él se incomodara por mi interés.

Asintió. Se pasó una mano por su cuidado pelo. Me miró fijamente. Supe de inmediato que me iba a decir la verdad.

- Participo en expediciones. -

Y no dijo más.

Félix Culpa era un hombre reservado.

Ese día en el que me habló del mar y de las animales que habitaban en sus profundidades, me tomó con ímpetu y vigor. Ahí mismo en el salón, sobre mi sillón favorito. Con mis figuritas marinas observándome desde el alfeizar de la chimenea. A pesar de ser invierno, yo usaba una falda corta y botas altas. Pareciera que mi ropa le gustaba. Porque me sentó sobre él sin haberme desnudado antes, sólo hizo a un lado mis braguitas y me frotó su sexo sobre el mío, aún sin quitarse ni una prenda. Me introdujo dos dedos, casi sin preparación, mientras me mordía los pechos a pesar que yo aún tuviera la ropa puesta. Sólo me permitió levantarme un poco, cuando él decidió bajarse la cremallera y sacar su poderoso miembro clavándose, sin piedad, en mi interior.

Y sin preservativo de nuevo.

- Félix. - susurré, medio obnubilada de placer. Alguna parte todavía racional de mi cerebro me pedía a gritos protección. Pero él parecía no escucharme. Me besaba con prisa y lujuria, casi impidiéndome respirar. Abría y cerraba la mandíbula sobre mi boca, como si me masticara. Yo le introducía la lengua. Mis manos le rodearon el cuello para evitar caerme. Su perfume a vainilla y cedro penetró en mi nariz. Yo cabalgaba indómita sobre él, sin salirme y sin pensar. Sin embargo, una vocecilla en mi cabeza interrumpía el desenfreno: Preservativo, preservativo, preservativo.

Era un mantra que resonaba en mi cabeza.

- Contrólate Marinette-, me decía yo misma, - tú puedes hacerlo.-

- ¡Félix! - exclamé con voz ahogada, casi sin aire, logrando separarme un poco de él. - ¡No! -

Me observó con los ojos entreabiertos, sudoroso y con los labios hinchados. Sus ojos verdes lucían dorados. A milímetros de distancia, yo lograba ver sus mejillas, sus pestañas, los lunares que tenía en los pómulos, el color de los vellos de su nariz y su aliento, su olor a hombre.

- ¿"No"? ¿Por qué "no", cariño? - musitó él, respirando apresuradamente. Parecía sumamente preocupado.

Logré balbucear algo sobre los condones hechos de látex y que habían sido inventados para prevenir embarazos y otras enfermedades, le expliqué que era necesario y que, aún sabiendo lo delicioso que era tenerlo sin barreras dentro mío, debíamos cuidarnos un poco más.

Después de terminar mi discurso deontológico sobre las enfermedades venéreas, Félix observó atentamente mis labios y luego mis ojos, y otra vez mis labios. Me miró con deseo y pasión.

- Entonces, quiero acabar en tu boca, por favor, ¿puedo, Mari? -

Y más que el sabor de la fresa, resulta que me gustaba el sabor a carne. Potente y dura, y a la vez blanda y húmeda. Salí de su regazo y me abalancé dispuesta y complaciente, hacia su entrepierna. Me senté directamente en el suelo, con mi cabeza entre sus rodillas. No supe si fue el tono de su voz, o su belleza en medio del sexo, o tal vez la fuerza con la cual me hacía tragar su miembro. Pero empecé a arder por dentro. Deslicé una mano entre mis piernas, me froté el clítoris levemente. Félix vio mi dedicación y entrega, sujetó fuertemente mi cabeza, atenazando mi pelo, echó su cabeza hacia atrás y emitió un gruñido largo y ronco. Y tan sólo de verlo y escucharlo así, tan devastado por mi desempeño, yo también me contorsioné y estallé. Me rompí, me deshice y me volví a componer, y quise gritar o gemir, pero no pude porque la marea de su simiente derramándose en mi boca me obligó a tragar y a callar.

Muchos segundos después, él liberó su presión, y con mucha delicadeza me volvió a sentar sobre sus piernas, en su regazo y de lado. Como si fuese una buena chica. Obediente y dispuesta. Acarició mi rostro, arregló mi pelo y limpió mis labios con sus dedos. Sus dedos no eran suaves, sino que parecían endurecidos o con rugosidades. A pesar de eso, su tacto en mí era delicado y gentil. Ese día, Félix me abrazó y me dio un beso tierno y largo, muy lento. Yo aún tenía su sabor en mi lengua, pero a él no le importó.

Inesperadamente, pasó una mano hacia mi espalda, deslizó otra mano debajo de mis piernas y me alzó en volandas, llevándome a la cama.

Dormimos por horas y repetimos nuevamente, todo desde el inicio.

Y cuando estaba con él, así de intenso, no recordaba a nadie llamado Adrien Agreste ni recordaba mi pasado, ni siquiera me enteraba que yo tenía corazón.

En silencio, después de haberme exprimido entera, Félix se ponía de pie, se duchaba con celeridad e iba a la cocina tal cual estaba, con una toalla cubriéndole de la cintura para abajo.

Muy pacientemente, me ponía mi albornoz e iba hacia la cocina donde él estaba. Me lo encontraba peinándose el cabello húmedo con los dedos, en tanto esperaba a que el café se hiciera. Luego, Félix buscaba en mi nevera algo de queso y jamón. O bebía directamente leche de la botella. Algunas veces, terminaba la leche de la botella y la volvía a colocar, vacía, dentro de la nevera. Yo le sonreía y me sentaba en la mesita de la cocina.

Él me acercaba la taza de café, pan, algún fiambre. O troceaba naranjas para mí.

Él siempre se servía té. - Earl Gray, con un chorrito de leche -.

Como agotaba mi despensa, él decidió hacer la compra antes de nuestras citas. Tocaba el timbre, le abría la puerta y subía tres plantas cargando una bolsa llena de comida y víveres. Me saludaba con un beso en la boca. Me arreglaba el flequillo con los dedos de su mano libre. Algunas veces me abrazaba después de besarme. Sin importar el día, Félix siempre me decía lo mismo: "Estás bellísima, Marinette".

Y yo, sonreía. Le creía.

Me ruborizaba como si fuese una colegiala frente a su profesor de matemáticas.

Después, dejaba las llaves de su coche en mi recibidor. Colgaba su abrigo en la percha. Siempre observaba las fotos que tenía ahí.

La foto donde salíamos Adrien Agreste y yo juntos, la tiré a la basura ese primer día en que nos conocimos. Me deshice de ella con odio y pena. Sin arrepentimiento. No quería nada que me recordara lo inútil que soy, lo tonta que fui, o lo débil que parezco, llorando antes su recuerdo.

Por suerte, Félix jamás la vio.

No quería nada de Adrien, ni deseaba que Felix Culpa se enterase de mi ex-novio traidor.

- ¿Sabes Marinette?, cuando estamos en alta mar, debemos hacer todo tipo de labores dentro del barco. - Me dijo un día en el que estaba haciendo espaguettis con salsa blanca y trocitos de jamón. - Como cocinar o zurcir. - Yo había bromeado con él, al verlo poner el cazo con agua para hervir. Previamente, había buscado en YouTube un videotutorial para hacer carbonara en tres minutos. Yo insinué que sólo trataba de hacer hervir agua para el té. Pero él se rio de mi chiste y me soltó esa confesión sobre el Félix Culpa del no Tinder.

- ¿A pesar de ser ingeniero ?-

- A pesar de ser ingeniero. -

Y no dijo más.

Félix Culpa era un hombre reservado.

Me imagino a Félix en altamar, zurciendo calcetines o comiendo pan rancio, con un mondadientes atravesando sus labios. Él es correcto, pulcro y muy elegante. No deja el traje, ni la camisa, ni la corbata. Usa siempre zapatos de piel y relojes de pulsera de alta gama. Se peina estrictamente con raya al costado. Tiene una sonrisa amplia y diáfana, cálida. Hace un café maravilloso.

Aunque esos espaguetis con salsa carbonara le salieron horrorosos.

- En realidad, me gusta más el té. - me dijo un día.

- Claro, eres británico. - susurré asintiendo con la cabeza.

Félix arqueó una ceja, sonrió, continuó diciendo:

- La gente cree en los estereotipos. Por ejemplo, tú, crees que me gusta el té sólo por ser británico. -

Minutos antes de esta pequeña charla, habíamos estado haciendo cosas muy malas que resultaron ser muy buenas. Me había comido entera y me había lamido el cuerpo con vehemencia. Estábamos desnudos sobre la cama, agotados y famélicos... Le pregunté entonces, que si quería café.

- ¿Y no es así? ¿No te gusta el té porque siempre lo has bebido en casa? -

Félix rio. Cogió una mano mía y me obligó a tocarle el pecho desnudo, sus vellos sobre su piel eran también rubios, y sus músculos estaban marcados. Deslizó mi mano desde su pecho hasta su abdomen. Y ahí la hizo reposar, sobre su ombligo. Entrelazó sus dedos con los míos. Me miró a los ojos y siguió hablando.

- Bien, es cierto, me gusta porque soy británico. Y también me gustan los ...-

- ¡Fish and chips!. - interrumpí yo, apretándole un poco el abdomen. Él asintió otra vez, riendo.

- ...Harry Potter y cerveza Guiness, y la lluvia y la niebla... - añadió Félix. Lucía divertido por nuestra pequeña charla. Volvió a deslizar mi mano ahora más abajo, casi hasta su pelvis. Noté la aparición de sus vellos púbicos, dorados y rizados, pero no me asusté. Dejé que me llevara. Félix cogió mi mano y la dejó sobre su miembro aún húmedo por la anterior faena.

- Si tanto te gusta Inglaterra, entonces, ¿Qué haces en París? -

Esa pregunta no me la contestó. Quiso cambiar de tema. Bajo mi mano, su pene se puso duro de nuevo. Yo lo acaricié. Era blando y rugoso todavía. Pero estaba caliente. Ardía. Pasé uno de mis dedos por su glande, con delicadeza y con lentitud. Él gimió en voz bajita. Permitió que le tocara por unos buenos minutos más, en tanto se hinchaba como antes. Cuando estuvo erecto, se levantó, me arrastró a la cocina, me lanzó sobre la mesita donde desayunábamos y entró otra vez en mi cuerpo. Desmenuzándome entera.

Llegó a su clímax pronto, eyaculando sobre mi vientre. Se dio media vuelta, no sin antes pellizcarme un pecho. Yo lo miraba, divertida, todavía estirada sobre la mesita. Lucía despeinado y sudoroso. Ví que Félix llenó la hervidora de agua, la encendió presionando un botón y luego, volvió a mí. ¿Que iría a hacerme ahora? ¿Usaría su boca, sus manos, o su lengua? Mis preguntas tuvieron respuestas cuando usó todo a la vez.

Sólo le bastaron unos cortos minutos para que yo también flotara en el aire. Mi pecho se contrajo, ahogando un grito. Mis piernas se estiraron. Abrí la boca y él me la cubrió con la suya. Cuando volví a la realidad, el silbido de la tetera no logró distraerme de sus ojos verdes y de su frente apoyada en la mía.

- ¿Es sólo sexo, verdad? -

Aquel día, después de beberse el té, cogió las bolsas de basura y me dijo que las tiraría él. Yo no me negué. Le di un beso de despedida, también en los labios, y agité mi mano cuando él empezó a bajar las escaleras. Tirar la basura al irse, se volvió en una rutina para él.

Por fin, luego de varias semanas de caminar cogidos de la mano, una noche Félix me detuvo frente a una discoteca cercana a mi casa. Era lujosa y estaba de moda. Lo sabía porque pinchaban los mejores DJs del momento.

Había una larga cola para acceder a ella.

Yo no tenia muchas intenciones de entrar ahí, pero Félix me dedicó una de sus miradas silenciosas. Esas que significaban "tengo tantas ganas de hacerlo dentro de una discoteca". Recuerdo que resoplé, pensativa.

- No estoy tan segura, Félix-. Le dije.

Nunca estaba segura de adonde me llevaría todo esto. - Nosotros, el Tinder, el sexo. - Me solté de su mano y me crucé de brazos, bajé la mirada. Despreciaba la idea de hacer una cola kilométrica en pleno invierno, cuando tranquilamente podríamos haber follado bajo la ducha caliente en mi hogar.

- Podríamos entrar y ver. - insistió.

Podía ser una acción inofensiva. Tener un "rapidito". O hacerlo en un baño público. O en una pista de baile. Con Adrien nunca hacíamos cosas así. Todo era tranquilo, como si uno flotara boca arriba en el mar sin olas. Tan pacifico y en calma. Todo tan habitual. Con Adrien todo era sosiego, era una vida plana y sin sobresaltos.

De repente, sentí sus labios sobre mis mejillas. Me acariciaba con su aliento. Frotaba su nariz contra mi piel. Inmiscuía su olor en mis sentidos. Me hacía tiritar. Un escalofrío me atravesó la espalda de arriba a abajo.

- Dí que sí, cielo. -

La música era fuerte, y las luces potentes. No podíamos hablar producto de la música. Y el local, como se había previsto, estaba atiborrado. Nos saltamos la cola para entrar, porque Félix sacó unos buenos billetes y se los metió al gigante de seguridad que estaba en la puerta. Creo que era mucho dinero, no lo ví bien. Y...no me asombró.

En el poco tiempo que llevábamos juntos, como compañeros de sexo, descubrí que Félix Culpa era impetuoso e intenso.

Y era tan directo.

Me dio vueltas y vueltas, ahí mientras bailábamos en medio de la gente. Yo no iba vestida exactamente como se debería ir a una discoteca de moda. Iba sencilla. Un vestido, unos zapatos, un pañuelo atado al cuello. Conseguimos unas copas de ginebra y nos las terminamos casi de sopetón. Félix cogió mi mano y me volvió a introducir en medio del gentío.

Y sencillamente, perdidos en medio de una multitud, bailamos como si no importara nada.

Ni el Tinder, ni el té hirviendo en la cocina, ni las bolsas de basura que esperaban por él.

Nos conocíamos ambos, desnudos, pero no conocíamos nuestras almas.

Lo vi bailar, alegre, saltando y moviendo los brazos. Tan alto como era, Félix parecía el tallo de una flor meneado por el viento. De vez en cuando, volvía a tomarme de la mano y me llevaba con él, con sus saltos y sus movimientos. Yo reía, tratando de no romperme los tacones de las botas. Parecíamos felices, tan sólo con la música y una copa de gin. Entonces, en un giro inesperado de mi cuerpo, rocé mi rostro con su rostro, su mejilla con la mía.

Detuvo su baile. Yo también me detuve.

Pero todos seguían bailando.

Las luces intercalaban el negro y el blanco, y el azul. Veía su cara cambiar de color de acuerdo a la iluminación.

Y así, con la mirada fragmentada, lo ví acercarse todavía más.

Lucía hambriento de repente.

- Voraz.-

Me cogió la cara con ambas manos y restregó sus labios contra mi boca. Así eran sus besos, exigentes y desmedidos. Otra vez me devoraba. Un beso desesperado e intenso. Bajó sus manos y recorrió mi silueta, tocándome los pechos, las caderas. Luego me cogió de la cintura y me apretó contra él, mientras me besaba.

Millones de años después, Félix detuvo el beso para arrastrarme afuera de la pista, me condujo hasta unos pasillos a oscuras y me estampó contra una pared. En medio de la penumbra, me di cuenta que estaba bajo una escalera, al lado de una puerta cerrada sin ningún rótulo en ella.

Me sentí sin escapatoria, pero no quise detenerme, quería saber adonde me llevaba todo esto. - Si el fin del mundo es mañana, al menos me llevaré este recuerdo. - Félix me volvió a comer la boca, aún hambriento y exigente.

- Félix, ¿aquí? - susurré sobre sus labios, con la lengua de él paseándose por mi cuello.

- Sí, Mari, aquí, por favor, cielo. - musitó sobre mi oído para que lo escuchara mejor.

Era cierto, entonces. Lo íbamos a hacer. Su voz en mi oído me mojaba de inmediato.

Corrupto. Perverso. Depravado. Mi corazón iba a estallar en cualquier momento.

- Si el fin del mundo, es mañana...-

Oh, si lo hubiese sido.

La música rompiéndome los oídos. La ginebra volándome la cabeza, Sus besos reventando mi corazón. Félix arrasaba mi vida. Destrozaba mi conciencia. Me abandoné a él. Y entonces, apareció un vacío en mi vientre, un vuelco. Como si las mariposas que uno siente cuando ama, hubieran alzado vuelo. Pero esto, no era amor. No podía serlo. Decidí no pensar en ello.

Unos segundos después, sentí que él se bajó la cremallera y al igual que esa vez en el sillón, él me bajó las medias, hizo a un lado mis braguitas, levantó mi vestido y entró directo sin esperar demasiado. No quise saber si alguien nos observaba ahí. Bajé mi cabeza y la enterré en el hueco de su cuello. Quería gemir pero me obligué a callar. Lo mordí, pero mordí su ropa. De un movimiento certero, me alzó en vilo y sujetó mis piernas, una a cada lado.

Fue todo tan rápido.

Sólo le bastaron menos de diez movimientos para hacerme acabar a mí sobre él. Estiré mi espalda y elevé mi cabeza. Cerré los ojos. Lancé un grito y él bebió mi exclamación, besándome nuevamente. En mitad del beso, sentí que se contraía ahí abajo, y segundos después, un líquido caliente y espeso bajaba por mi entrepierna.

Fue soltando su agarre hasta que volví a poner los pies en la Tierra. Yo temblaba, alucinada del desenfreno. No quise que lo vieran con la cremallera abierta, por lo que me quedé pegada a él. Me bajé el vestido y me arreglé rápidamente la ropa interior. Rogaba para que no se notara lo que habíamos hecho, rogaba para que nadie nos hubiera visto.

- ¿Estás bien? - me preguntó Félix, en tanto se subía la cremallera del pantalón y se reacomodaba la camisa.

- Estoy genial. - asentí rápidamente.

- Lo estaba, de verdad.-

Me arregló el pelo con sus dedos, como era su costumbre, y bajó aún más mi vestido, tratando de arreglarme las medias. Se dio la vuelta y me cogió de la mano, tiró de mí y regresamos, en silencio, hacia la pista de baile.

En un lugar así, tan a reventar, nadie se había dado cuenta de nada.

Volvimos a bailar, pero él me tenía cogida de la cintura y me besaba, con insistencia. Probablemente, Félix necesitaba de más, pero la adrenalina ya se había esfumado y yo no quería volver a hacerlo de pie y en público. Así que fui yo quien lo cogió de la mano, y lo dirigió hasta la salida.

Y lo continué llevando cogido de mi mano hasta mi piso, un tercero sin ascensor. Con una chimenea que da mucho calor en invierno. En el recibidor, tengo varias fotos. Las fotos de Adrien las tiré hace mucho. En su lugar, he puesto un reloj. La alfombra que Adrien me regaló y que no pega con mi decoración aún sigue ahí en el salón. Porque es carísima y rara. Una joya de decoración. Desentona, eso sí. Eso lo sé. Félix me ha traído aún más figuritas. Desde el salón, al vernos entrar mis figuritas marinas formaron hilera y lo saludaron, en posición de firmes y en silencio, como en el ejército. La cafetera de la cocina se preparó para ser usada en breve. Mi alfombra se estiró preguntándose si sería testigo de otro coito fenomenal.

Esa noche, disfrutamos nuevamente.

El uno del otro.

Placer por placer.

Un orgasmo para tí. Y otro para mí. Y varios para ambos.

Toda la noche.

Y cuando estaba con él, así de intenso, no recordaba a nadie llamado Adrien Agreste ni recordaba mi pasado, ni siquiera me enteraba que yo tenía corazón.

Félix Culpa.

Ingeniero náutico, con un doctorado en biología marina. Propinas caras en restaurantes, sobornos exagerados a seguratas, un coche carísimo, un reloj de alta gama. Este Félix Culpa es una caja de sorpresas. Dinero no le falta, y chicas, supongo, tampoco. Y siempre me pregunto, ¿Por qué Tinder? ¿Por qué yo? ¿Acaso no se podría pagar alguna chica guapa y despampanante? O aún sin pagarle, ¿Qué chica no quisiera ser su novia?. Tengo miedo a preguntarle y espantarlo. Con el paso de los días y de las semanas, las dudas sobre él me embargan y aunque disfruto, me conozco y sé que necesito saber más de él.

Especialmente, porque acabo de ver que él ha dejado su pijama en mi cajonera, y su cepillo de dientes con sus lociones de afeitar en un cajoncito de mi escaparate, dentro de mi baño minúsculo.

Y ese vacío en el vientre, ese vuelco, se ha vuelto más constante e intenso.

Muy intenso.

...

***LIGHTNING***

Marinette es preciosa.

Tiene un flequillo largo que le limita la visión cuando el viento sopla. Y una larga cabellera azabache, la cual se recoge en una coleta cuando decide juguetear con mi falo. Y una boquita rosada y algo carnosa que puedo degustar cada vez que me besa. Tiene unos pechos redondeados, algo asimétricos, que bambolean gustosos cuando la embisto con fuerza. Brazos y piernas con más piel que músculo, pero que la sostienen eficientemente cuando le toca ponerse en cuatro.

Y es amable.

Es cariñosa.

Le gusta el mar.

La profundidad del océano.

El arte de diseñar y decorar.

Cocina espectacular.

Sin embargo, no es perfecta.

No le gusta improvisar. Hasta ahora no sé cómo logramos hacer match. Piensa mucho en el siguiente paso. Programa y planifica nuestras citas. Me cuesta mucho, llevarla a otro sitio no pactado. Parece que así se siente segura. Aunque yo diría que le tiene miedo a lo desconocido.

Suspiro, cada vez que pienso en ella.

Me pregunto si ella aceptaría salir en una cita normal, conmigo. Una cita como de novios, no del Tinder. Una cena, o una visita al Museo. Un beso en la mejilla, un abrazo. Y después, no sé, conversar, reír, bromear y confesar nuestros secretos. Pero no sé si tenemos ese tipo de relación ahora, por lo que no hablo mucho de mí.

Le diría, por ejemplo, que mis padres odian mi profesión, que ellos desearon que yo estudiara Económicas, porque debo encargarme de nuestra fortuna. Le diría también, que estoy en París recuperándome de una baja médica y visitando a mi amigo, Claude LeMuet, dos veces divorciado. Que tengo un primo, Adrien Agreste, hijo de un magnate de la moda. Le confesaría que mi primo se parece mucho a mí, aunque somos evidentemente opuestos en todo.

Adrien es correcto, sensato, y francés. Está a punto de casarse con su novia de toda la vida, Kagami Tsurugi.

En cambio yo... soy incorrecto, pendenciero y británico. Dios salve a la reina y a mi alma. Engañé a mi padres, haciéndoles creer que estaba en Oxford, cuando en realidad, estaba en Belfast, aprendiendo a construir barcos y diseñando sus instalaciones. Que busco sexo, y no amor, simplemente porque la primera y única novia que tuve, murió cuando estábamos en la Escuela. Dolió tanto que decidí que eso era todo para mi.

Me resulta estúpido que el nombre que usó Marinette al presentarse fuese el mismo que el de ella, Bridgette.

Pero no se llamaba Bridgette, sino Jing Mei, y su apellido era Tang.

- Bridgette Tang.-

Ella había nacido en China, en Hong Kong, pero la habían criado en Londres. Era pequeña y delgada, con un cabello negrísimo y liso. Montaba a caballo. Yo siempre iba a su lado. Yo le seguía como un perrito faldero. Yo estaba enamoradísimo de ella, aunque todavía no le había preguntado si quería ser mi novia. Y un día, ella...

- Murió cayéndose del caballo.-

Estábamos tan lejos de los establos del Club, que fui yo quien la llevó cargando en brazos, hasta que alguien apareció. Fui yo también, quien la vio reír por última vez. Y fui yo, quien la lloró más y más. Y supe que no podría hacerlo de nuevo, amar.

Amar.

- Bridgette Tang cayó del caballo y murió. Y enterró con ella mi corazón. Yo tenía catorce años. Ella no era mi novia. Nunca le dí un beso. -

Creo firmemente que el amor sólo se encuentra una vez en la vida.

Adrien Agreste lo sabe, y por eso se casará con su espléndida novia.

Y yo también lo sé, y sé que al sepultar a Brid, sepulté también al amor.

Sin embargo, ahora tengo a Marinette.

- Marinette Dupain-Cheng, diseñadora de modas. Francesa, soltera. Blanda como la mantequilla a punto de derretirse. Sabrosa como la fresa. Serena. Elegante. Maravillosa. Y viva. Viva. -

Cuando estoy con ella, hasta me olvido que soy inglés, y que trabajo montado en barcos, en expediciones que pueden durar años antes de volver a tierra. Me olvido que hace unos meses, casi al inicio del verano, mientras buceaba en Bali, tuve una descomprensión y terminé viendo lucecitas de colores con medio cuerpo paralizado, motivo por el cual me he alejado un poco de mi querido mar. Mis superiores me dijeron que descansara, que volviese a casa, pero Claude entró en depresión post-divorcio y prefiero pasar el tiempo con él, porque más que mi amigo, es casi mi hermano.

- Marinette está viva. Y se ha corrido innumerables veces gritando mi nombre. La cabeza ya no me duele, el cuerpo lo muevo bien. Muy bien. -

La escucho canturrear en la cocina, mientras espera que los croissants estén listos. Hoy ha sido un día intenso. Pero quiero más.

Y quiero olvidar.

Quiero olvidar que el tiempo ha pasado y que no recuerdo cómo se oía la voz de Bridgette, que ya no recuerdo a qué olía. Si alguien me preguntara por su fecha de cumpleaños tampoco sabría decírselo. Y que ya no duele, ya no. Quizá no la quería tanto.

Un intenso olor a té me obliga a ponerme en pie. He dejado mi bolso personal en el baño de Marinette por una cuestión práctica, pero creo que voy a dar el siguiente paso.

Voy a invitarla a salir.

Voy a contarle estas cosas.

Pero antes.

Antes quiero comérmela y chuparle los huesos.

- O la vagina -

Camino a paso firme hacia la cocina, tan solo vestido con otro pantalón de pijama que hace unos días dejé en el armario de Marinette. Hace unos minutos, después de colapsar bajo mi cuerpo, ella se levantó y se puso un albornoz. Fue a la cocina, a preparar el té.

La encuentro frente a la mesita, ya sirviendo las tazas.

- Félix, ven, sírvete un poco de ...-

De ella.

La cojo por la cintura, por detrás, le doy la vuelta y la beso brutalmente hasta acorralarla contra la pared.

El té humea, de lo caliente que está. El té es inglés. Como yo. Earl Gray. Y tiene leche. Como yo. Se enfriará, pero yo no. Mejor es un té frío que un amante frío. Y yo soy buen amante. Buen compañero. Y un buen amor.

- ¿Félix, que...?-

Sé que está sorprendida e intenta hablar. Pero no quiero escucharla, no quiero que me diga "no". No quiero que me rechace. Rápidamente le recorro el cuello y el pecho con la boca y las manos, hasta arrodillarme frente suyo. Estoy a sus pies. Creo que siempre lo estaré. Le abro el albornoz y me hundo en picada hacia el vértice. Ella cierra las piernas, mientras jadea, atónita. Yo, animado, la obligo a colgar una pierna suya sobre mi hombro.

Marinette se sujeta de mi pelo, para no perder el equilibrio.

Gime, más y más.

Sé que soy el mejor satisfyer que existe. - Deberían recomendarme en Google. Tendría cinco estrellas y reseñas comprobadas. Y no necesito cargador, llevo batería interna. - Si mis manos son mágicas, mi lengua puede serlo más.

Es alucinante. Ella. Yo. Juntos. Es alucinante el tener en la punta de la lengua un bultito localizado entre las piernas de una mujer. Apretarlo. Acariciarlo. Es más alucinante si ese bultito le pertenece a ella.

Y es mejor observar, desde abajo, como tu chica se retuerce y tiembla. Domarla a punta de placer. Seducirla con tan solo saliva y succión.

Le introduzco un dedo, para hacer más honores a mi talento.

Quiero desquiciarla, complacerla.

Y lo consigo.

Ella exclama o llora. Musita algo y se desmorona. Estira su espalda, simulando un arco, mientras tira de mi pelo con brutalidad.

Por último, sonríe.

Tiembla.

Está satisfecha. Entrecierra su mirada, mientras yo recupero mi altura. Me limpio la boca con el dorso de la mano. Y también le sonrío. No hay nada mejor que una mujer satisfecha. Cuando construyo un barco, me gusta que flote y que funcione perfecto. Cuando estoy con Marinette, quiero que ella también flote, en el aire, en una nube de placer y cariño. Dicen que así debe ser el amor. Humeante y vaporoso. - Lo escribió Shakespeare en Romeo y Julieta, me lo enseñaron en el Internado. - Con mucha suavidad, ella toma mi mano y me hacia su cuerpo, regalándome un beso en los labios, dulce y tierno.

Frota su nariz contra mi mentón y ríe.

Está contenta.

Lo sé.

- Creo que el té va a tener que esperar. - susurra mirándome de frente.

Eso también lo sé.

Tengo el corazón latiendo feroz, porque sé que ahora viene mi turno.

Cuando regresamos a la cama, ya estamos besándonos y dándonos vueltas el uno sobre el otro, desnudos e impetuosos. Bailamos, ya no como en la discoteca hace un tiempo, sino como un vals el día de tu boda. La tumbo de espaldas y le sujeto las manos, vuelvo a magrearle los pechos con la boca, haciéndole cosquillas con mi lengua. Ella se contornea, aguantando la risa. Separa sus piernas para recibirme de cualquier manera y en cualquier momento.

Me incorporo y la libero, tan sólo para introducirme en Marinette de nuevo. Su interior es caliente y húmedo. Como un sauna. La siento entero y me aprieta al inicio, para después lubricarme en exceso. Llevo un rato perdido adentro, justo cuando ella me alcanza un preservativo. Siempre lo olvido. - Lo odio de verdad-. Apenas me lo pongo, es como si apagaran las luces, ya no siento su calor ni su textura, pero está bien, lo entiendo. Si salgo con Marinette, si ella acepta, le rogaré para cambiar de método. Porque no puedo sentirla de otra manera, o puedo, pero quisiera sentirla de otra manera.

Luego recuerdo que el preservativo siempre lo usaba antes. Antes de ella.

Luego recuerdo que el preservativo es un método bastante saludable de cuidarse.

Así como se debe tomar un plato de verduras tres veces al día. Y hacer ejercicio al menos una hora para evitar infartos y muerte súbita.

- Que le den a las verduras.-

Marinette hace una cosa acrobática con sus caderas, en recompensa por ponerme el bendito látex y de repente, me olvido que lo tengo puesto, porque lo que estoy sintiendo es superlativo y animal. Ella empieza a hablar cosas muy calientes y algo intensas. Me pregunta sobre en donde prefiero correrme. O si quiero terminar en su boca. O si yo lo estoy pasando bien. O si quiero que ella se ponga boca abajo. Que si yo deseo darle más fuerte o más lento.

Parece un buffete de sexo.

Lo tomo todo, entonces.

Barra libre de posiciones. Encima de la cama de ella, el kamasutra parece un libro infantil. No hace ninguna posición nueva, pero lo hace todo tan excelso que parece nuevo. O como si lo hicieras por primera vez. No sé si encuentre a otra mujer como ella. Dulce y tierna, liberada y exigente. Cariñosa, y complaciente.

- "Ponme un dedo aquí, Félix, por favor..." -

- "Háblame al oído, lámeme los pechos, tírame del pelo..."-

- "Umm, sí..."-

Después de un rato de sexo caliente y salvaje, decido ponerla otra vez boca arriba sobre la cama, le pongo muchas almohadas bajo su cabeza y repto sobre su cuerpo, hasta que mi glande toca el borde de sus labios. Ella abre la boca y lo engulle entero. Yo estoy de rodillas encima suyo, con su cabeza entre mis piernas, luchando para no aplastarla, en tanto Marinette cierra los ojos y toma su desayuno rico en proteínas.

Agacho la mirada, y encuentro sus ojos azules. La descubro ahí, sobre las almohadas, contemplo su pelo negro, desparramado y enredado, sus ojos entrecerrados, su piel rosada y agitada, sus labios alrededor de mi pene, sus pestañas temblando a centímetros del placer.

Incluso si esto no funciona, si lo de ella conmigo no funciona, me quedaré con esto.

Con los recuerdos.

Con lo que estamos viviendo.

Apoyo una mano sobre su frente, mientras yo también llego a la cúspide. Gruño y me encorvo sobre ella. Marinette abre los ojos y la escena es más gloriosa todavía.

¿Puede ser amor? Si fuera sexo no sería así. Ni tan superlativo ni tan intenso. El sexo tiene un límite, que es el orgasmo. Pero eso ya ha pasado y aún me siento en las nubes. Salgo de su boca, y me tumbo a su lado, la sujeto por la cintura y la atraigo hacia mí.

Tengo hambre.

Pero no es hambre en sí.

Es un vacío en el vientre.

Un vuelco.

Le doy un beso en la mejilla y le limpio la boca con mis dedos.

A pesar de tenerla abrazada, la aprieto más.

Tal vez sí sea amor. Tal vez el futuro sea con ella, con su piel rosada, con su corazón ardiente. Ella sabe a casa, a familia. Un pan recién hecho. Una chimenea encendida. Una noche en la discoteca, volviendo a primera hora de la mañana cogiéndole de la mano. Bailar sin música. Tirar su basura. Ver una película los dos juntos, mientras uno se queda dormido y el otro comenta spoilers porque ya la vio antes.

¿Puede ser amor?

Todo lo del Tinder ya se quedó atrás hace mucho. Y ahora sólo hay café en la encimera, figuritas marinas sobre la chimenea. La alfombra fea y moderna en su salón. Preservativos sí o no. Los dos bajo sus mantas, desnudos, abrazados y satisfechos.

El amor se presenta ante mí, como un destello. Como una revelación. Como un relámpago de luz multicolor.

- Cuánto la quiero.-

No dudo, ni por un segundo, justo antes de quedarme dormido. Le beso la frente. Le miro a los ojos. No dudo cuando le digo. O confieso:

- Te quiero, Marinette, te quiero tanto, cielo. -

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El multiverso de Lordthunder. Felix Culpa y Bridgette Cheng son el primer ship que apareció en Mlb, el famoso feligette. (no soy muy fan porque bridgette no existio en realidad. En el fanon, el primer apellido de felix es Felix Culpa, luego cuando supimos su apellido, se llamó Felix Agreste) - Momento intelectual de lordie -

Bendito sea el felinette. Creo que nunca he escrito tanto smut o lemon en un solo cap. Y lo que falta, compañeros. Seguiremos actualizando cada 48 o 72 horas. Aunque el cap 4 demorará un pco más.

Espero que se haya dejado entender todo el lemon que he escrito. Gracias por los comentarios. Un beso

Un fuerte abrazo.

Lordthunder1000.