Diciembre

Desde su salón, le llegaron los sonidos de los fuegos artificiales, lo cual indicaba que el año nuevo había llegado.

La chimenea encendida proporcionaba calor a toda la estancia, y a pesar de eso, estaba acurrucada en el sofá con una manta.

La tristeza, que la había acompañado durante todo el día, le impedía pensar en qué le depararía el nuevo año. Al fin y al cabo, había pasado sola prácticamente todas las fiestas, así que ¿por qué pensar en que algo bueno le esperaba?. Empezaba a creer que no lo merecía.

Varios pitidos en el móvil le alertaron que le habían llegado mensajes. Estiró el brazo y lo cogió de la mesita de café. Sonrió levemente al leer los mensajes de felicitación de sus hijos, que habían preferido irse a esquiar con su padre y su nueva mujer. Apenas los había visto en esos días, pero supuso que no podía culparlos. Hacía tiempo que no se consideraba una buena madre.

Estaba a punto de dejar el móvil de nuevo en la mesa cuando volvió a emitir un pitido. Se sorprendió al leer el mensaje. Era de Aaron Hotchner, la última persona que esperaba que le escribiera. Le felicitaba el año y le deseaba lo mejor.

En el pasado, no se había portado demasiado bien con él, y había creído que él la había llegado a odiar por lo que había intentado hacer, pero conociendo a Aaron, tal vez no era probable. Tenía un buen corazón.

Le respondió rápidamente y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.

El año nuevo sólo tenía unos minutos y ya le estaba sorprendiendo. ¿Qué le depararían los próximos 365 días?

Enero

Aunque el frío no había pillado a nadie por sorpresa, la nieve sí. Había nevado prácticamente todo el mes de Diciembre, pero había llegado Enero y parecía que había dado una tregua.

Sin embargo, estaban casi a finales de Enero y la nieve había vuelto.

Erin maldijo en voz baja cuando se levantó esa mañana y vio todo nevado. No le gustaba demasiado la nieve, y mucho menos, si tenía que conducir.

Se puso la bufanda y unos guantes gruesos junto con el abrigo, dejó el bolso en el asiento del copiloto y encendió el motor. Necesitaba que el coche se fuera descongelando poco a poco mientras ella limpia la luna trasera y la delantera. Se culpó por no haber guardado la noche anterior el coche en el garaje.

Después de veinte minutos, estaba lo suficientemente limpio para poder conducir. Debía conducir con cuidado, porque a parte de la nieve, la carretera estaba helada.

Cuando llegó a Quantico, bufó cuando se dio cuenta que no podría guardar el coche en el aparcamiento subterráneo. La rampa de bajada estaba helada y habían cortado el paso. Debía dejarlo en la superficie, y si seguía nevando, el coche volvería a estar cubierto de nieve al marcharse.

Bajó del coche con cuidado, y se abrigó bien. Pero al separarse del coche, pisó una placa de hielo y se cayó de culo. Soltó un exabrupto mientras se levantaba y la nieve seguía cayendo sobre ella. Tuvo ganas de llorar, pero cerró los ojos con fuerza para alejar esa sensación.

Afortunadamente, nadie la había visto, aunque eso era lo que menos le importaba ahora. Al pulsar el botón del ascensor, se dio cuenta del dolor de la muñeca. Genial, lo que me faltaba, pensó mientras se frotaba la muñeca dolorida.

Al salir, se encontró de frente con Hotchner.

-Erin, ¿te encuentras bien? -preguntó preocupado.

¿Tan mal se veía? Aunque si se veía igual de mal que se sentía (y todavía no había comenzado el día), no le extrañaba que se hubiera dado cuenta.

-Sí…es que no me gusta la nieve -murmuró-. Me he caído al salir del coche.

No supo bien porqué dijo eso, porque lo que menos quería es que alguien lo supiera y se rieran de ella (aunque no sería ni a la primera ni a la última a la que le pasara).

Hotch le sacudió unos copos que tenía en el pelo, y esbozó una ligera sonrisa.

-Vete a tu oficina, te llevaré un chocolate caliente. Te sentará bien.

Se sintió cómo una niña pequeña a la que le dan órdenes y debe obedecer sin rechistar, pero asintió levemente y se dirigió hacia allí.

Se sacudió la nieve antes de quitarse el abrigo. La muñeca derecha le dolía cada vez más, pero tenía mucho trabajo como para preocuparse por eso.

Se sentó en el sofá, se recostó y cerró los ojos. Unos instantes después, sintió la presencia de Hotch a su lado.

-Alguien ha traído para hacer chocolate caliente, que con este tiempo, viene muy bien -se sentó a su lado mientras le tendía la taza.

La cogió con la mano izquierda y le dio un pequeño sorbo. Enseguida notó cómo su cuerpo empezaba poco a poco a entrar en calor. Hotch cogió con suavidad su muñeca derecha.

-Me he dado cuenta antes que te duele la muñeca. Supongo que habrá sido de la caída -asintió levemente. Movió muy despacio su muñeca, para comprobar si estaba rota-. Esto te aliviará, pero si te sigue doliendo mucho, deberías ir al médico.

Le extendió una pomada antiinflamatoria y luego le vendó la muñeca. Lo hizo con tanta delicadeza que Erin volvió a sentir ganas de llorar.

-Gracias, Aaron -murmuró un tanto nerviosa, evitando su mirada.

Él recogió la pomada y las vendas, sonrió de medio lado y se fue.

Ella suspiró profundamente y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá de nuevo. Hacía tanto tiempo que nadie cuidaba de ella, que se había sentido extraña.

Febrero

Erin odiaba el mes de Febrero. No todo el mes, por supuesto, pero sí el día 14. El día del amor, cuando flotaba en el aire la felicidad y amor que desprendían los enamorados.

La mitad de su vida había estado con pareja ese día, pero no recordaba que todos hubieran sido buenos días. Es más, en alguna ocasión, hasta le habían roto el corazón, sin esperar siquiera unas horas más.

Esa mañana, le habían regalado una pequeña galleta en forma de corazón con su café en su cafetería favorita. La miró durante un rato y luego se la comió de un bocado, sin ningún remordimiento.

En ese momento, estaba junto a las puertas de cristal del bullpen viendo cómo a una de las agentes auxiliares su novio le pedía matrimonio. Ella estaba visiblemente emocionada, el chico arrodillado con un anillo y todo el bullpen expectante esperando la respuesta de la chica.

Sintió a alguien a su lado, y miró brevemente de reojo para ver a Hotch a su lado. El agente lucía una divertida sonrisa en la cara.

-Estaría bien si ahora dijera que no ¿eh? -comentó en voz baja.

-Sólo tenemos que esperar unos segundos más para salir de dudas -respondió ella.

No escucharon la respuesta, pero los gritos y aplausos del resto de agentes les indicó que había sido afirmativa. Intercambiaron una mirada divertida, aunque él se fijó en la mueca que hizo ella segundos después.

-¿No estás a favor del amor, Erin? No pareces feliz -se burló él.

-El amor está sobrevalorado, sobre todo el día de San Valentín.

-Noto cierto rencor en tus palabras -debía reconocer que se estaba divirtiendo-. ¡No me digas que nunca has estado enamorada!

-Por supuesto que sí. ¿Pero por qué se debe demostrar sólo un día lo enamorado que estás? ¿Acaso dejas de estarlo al día siguiente hasta un año después? El amor se demuestra con hechos y palabras, pero todos los días.

Él la miró con una sonrisa burlona en la cara, tan fijamente que se puso nerviosa y apartó la mirada.

-Siento que te hayan roto el corazón, cada hombre que lo haya hecho merece un castigo. Sin embargo, alguien habrá que sepa conquistarlo y cuidarlo como se merece.

-¡Qué poético!...

-¿Has visto? Tengo mi vena romántica…-reconoció Hotch divertido-. Pero no se lo digas a nadie, que tengo una reputación.

Erin esbozó una sonrisa mientras se daba la vuelta, camino a su despacho.

-Me parece bien, pero no olvides que ahora mismo, estás tan solo cómo yo.

Siguió caminando mientras escuchaba reír a Hotch a sus espaldas.

Marzo

Aunque hacía años que todo estaba informatizado, los archivos en papel seguían guardados en el sótano. Y cuando la informática falla, no queda más remedio que volver al papel.

Erin no pudo evitar estar de mal humor al ver que eran casi las tres de la tarde y nada funcionaba. Necesitaba un archivo con urgencia, consultar un dato para terminar un informe, así que decidió, muy a su pesar, bajar al sótano.

Saludó al agente a cargo y firmó la tablilla de visita. Esperaba terminar cuanto antes. Entró en la enorme habitación y suspiró.

Todo estaba ordenado y en cajas, lo cual esperaba que le facilitara bastante el trabajo. Fue hasta el pasillo donde podría estar lo que buscaba, y buscó la caja en la estantería. En ese momento, escuchó un ruido. Se quedó quieta un instante, pero no escuchó nada más. Siguió con lo que estaba haciendo.

Estaba bajando la caja, cuando volvió a oír el ruido. Dejó la caja en el suelo y se paseó entre las estanterías, sin ver nada.

Volvió por la caja, sacudiendo la cabeza pensando que se lo había imaginado todo. Recogió la caja y se fue al fondo de la habitación, donde había unas mesas y sillas para sentarse y estar más cómodo.

-¡Ahhhh! -gritaron los dos a la vez.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Hotch.

-Iba a preguntarte lo mismo. ¿Eras tú el que estabas haciendo ruido hace un momento? -preguntó ella dejando la caja encima de la mesa.

-No hacía ruido, estaba buscando un archivo. Lo mismo que tú, por lo que veo.

Erin se encogió de hombros mientras abría la caja y buscaba su informe. Se sentó a su lado y comenzó a trabajar. Él la imitó.

Un rato después, ambos habían terminado. Después de dejar todo en su sitio, se dirigieron a la puerta. Antes de salir, Hotch echó un vistazo a la habitación.

-¿Sabes? Este es un buen sitio para perderse. Si uno necesita estar un rato a solas…-dejó la frase sin terminar, sabiendo que lo entendía.

-A mí se me está ocurriendo otra cosa. Un buen castigo para la UAC cuando haga algo malo, sería ordenar todo el archivo -comentó tranquilamente.

-¡No serás capaz!

-¡Ponme a prueba! -respondió mientras ambos comenzaban a caminar.

Hotch la miró de reojo con una ligera sonrisa, sabiendo que sería de eso y más. Lo que no quería, era comprobarlo en su propia piel.

Abril

Los Sábados por la mañana, Erin aprovechaba para hacer la compra semanal. Iba a un supermercado grande cerca de su casa, y luego solía cocinar para toda la semana.

Después de meter en el carro un paquete de cereales para los niños (que aunque no irían de visita ese fin de semana, le gustaba tener en casa todo lo que les gustaba), siguió su camino por el supermercado. Iba mirando su lista, y al dar la vuelta al pasillo, chocó el carro con el de la persona que venía hacia ella.

-¿Aaron? -preguntó sorprendida al darse cuenta de con quién había chocado.

-Hey, vaya coincidencia. No sabía que compraras aquí -contestó con una sonrisa.

-Sí, es bastante grande y me queda cerca de casa. Pero ¿y tú? No te había visto nunca por aquí.

-Es que es el único que tiene esta marca de gofres que le gusta a Jack -cogió la caja del carro para demostrar su punto.

-Siempre mimando a los hijos ¡eh!

-Pues si -señaló con la cabeza la caja de cereales del carro de Erin, que soltó una risita.

-Me alegro haberte visto. Pero voy a seguir comprando.

-Claro -apartó un poco el carro para dejarla pasar.

Unos minutos después, en el pasillo de la droguería, sintió a alguien justo detrás de ella.

-¿Me estás siguiendo, Aaron? -preguntó bromeando.

-¿Yo? Pero si estoy comprando. Necesito un detergente para la ropa, pero no me decido. Normalmente Jessica se ocupa de eso.

Se acercó a él, y durante unos minutos, estuvieron mirando los diferentes detergentes. Le aconsejó cual era el mejor según su criterio, y cual era el que usaba. Finalmente, siguió su consejo y se decantó por el mismo que ella usaba.

-Gracias por la ayuda, Erin. No tengo mucha idea de esto. Jessica me ayuda, pero hay cosas que debo hacer yo.

-¿Y comprar el detergente para la ropa es una de ellas? -comentó sonriendo.

-Cuando se ha acabado, sí.

Ambos rieron mientras se dirigían a las cajas. Pagaron sus compras y salieron al aparcamiento.

-Tenía pensado ir a tomar un café ahora, hay una buena cafetería a dos manzanas de aquí. ¿Te apetecería acompañarme? -preguntó Erin mientras él la acompañaba hasta su coche.

-Sí, por supuesto. Voy a dejar las bolsas en el coche.

Un momento después, iban caminando a la cafetería, con una conversación relajada. Erin pensó brevemente, que unos meses antes, sería imposible algo así entre los dos.

Mayo

Lo malo de cuidar de dos de tres de sus hijos que habían estado enfermos durante el fin de semana anterior, era que ella también había caído enferma.

El sistema inmunológico se va debilitando según se va creciendo, y aunque para ella era raro resfriarse, esa vez no se había librado.

Había empezado con una pequeña sensación de malestar el Domingo al acostarse, un pequeño dolor de cabeza y leve irritación de garganta al levantarse. Se tomó un analgésico y fue a trabajar.

Al volver a casa por la noche, la irritación de garganta se había convertido en un fuerte dolor, el de cabeza persistía como un martilleo y tenía que disimular los escalofríos para evitar que alguien se diera cuenta. El goteo de nariz había comenzado al principio de la tarde, y antes de salir de la oficina, notó que tenía fiebre.

Se tomó libre los siguientes tres días, hasta que se encontró mejor. Y aunque el Viernes todavía estaba congestionada, decidió ir a trabajar. No estaba acostumbrada a estar en casa sin hacer nada, aunque estar con fiebre y malestar no invitaba a hacer gran cosa.

Entró en su oficina y al acercarse a la mesa, se dio cuenta. Una orquídea preciosa adornaba su mesa. Lisa todavía no había llegado, así que no se imaginaba quién podría haberla dejado.

Estaba dejando sus cosas cuando escuchó una voz detrás de ella.

-Bienvenida -en su voz se notaba la sonrisa-. ¿Te gusta?

-¿Has sido tú? -Hotch asintió-. Me gusta mucho, gracias. La orquídea es mi flor favorita. Pero ¿por qué?

-Bueno, has estado enferma, y aunque sólo fuera un resfriado, quería tener un detalle contigo -hizo una pausa mientras terminaba de acercarse y se sentaba frente a ella-. Y quería ver si puedo minimizar un poco lo que tengo que pedirte. No estoy seguro que vaya a gustarte.

Erin gimió mientras apoyaba los brazos en la mesa y juntaba las manos frente a ella. Sin embargo, tenía una sonrisa en la cara.

-Ya sabía yo que no todo podía ser tan bonito.

Hotch esbozó una ligera sonrisa y comenzó a hablar.

Junio

Erin sabía que lo que peor llevaban los agentes de campo era rellenar todo el papeleo que implicaba su trabajo, antes y después de un caso.

Sobre todo, los jefes de unidad. Ellos solían ocuparse de mucho más papeleo que el resto de sus agentes, y ni que decir tiene cuando se hablaba de presupuestos o de alguna petición oficial.

Por eso, sabía que Hotch estaba hasta arriba de papeleo esa tarde, después de llegar de Arizona, de un caso que les había llevado casi una semana resolver.

Ella necesitaba con urgencia la evaluación semestral del equipo (que había pedido hacía un par de semanas pero que por razones obvias el agente Hotchner no había podido terminar), así que no le quedaba más remedio que quedarse hasta tarde para poder acabar.

El bullpen estaba medio vacío cuando pasó por allí antes de irse a casa. A través de la ventana de su oficina, vio a Hotch trabajar. Estaba inclinado sobre la mesa, concentrado, pero incluso a cierta distancia, Erin pudo notar el cansancio en su cara.

Lo miró un instante y luego se fue. Un rato después, cuando volvió, ya no quedaba nadie a la vista. Subió los escalones que la llevaban a la oficina de Hotch y llamó a la puerta como pudo.

Hotch levantó la cabeza y la miró sorprendido. Llevaba dos tazas de café y un par de sándwich de la máquina.

-Sé que te vas a quedar hasta tarde, y probablemente no hayas comido en condiciones, así que te he traído esto. No es gran cosa, pero servirá. Voy a hacerte compañía y a ayudarte, si quieres.

Siguió sin decir nada durante unos segundos, luego asintió sonriendo.

-Te lo agradezco, Erin, muchas gracias.

Comieron en silencio cada uno con un archivo, hasta que ella levantó la cabeza y lo miró muy seria.

-No digas ni una palabra de esto.

-No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. No le diré a nadie que tienes corazón -respondió soltando una pequeña risa.

-¡Idiota! -fue su respuesta mientras sonreía y sin poder evitarlo, se sonrojaba ante la intensa mirada de su subordinado.

Julio

Era un verano caluroso, de esos que no invitaban a salir cuando el sol más calentaba; al menos si no tenías algo refrescante al lado.

Ese año, el FBI había decidido hacer una fiesta por todo lo alto para los agentes y sus familias para el fin de semana del 4 de Julio (que había caído en Miércoles), así que habían organizado una gran barbacoa, con juegos para grandes y pequeños.

Erin llegó con sus hijos, que enseguida se dispersaron, dejándola sola. Suspiró profundamente mirando alrededor. La gente con la que trabajaba todos los días interactuaba unos con otros, más libremente esta vez sin las cuatro paredes de la oficina. Sin embargo, ella no se sentía cómoda con nadie fuera de allí, y no supo muy bien qué hacer.

Un leve toque en el hombro la sobresaltó.

-Pareces un poco perdida -se burló Hotch con una media sonrisa.

-Esa es tu impresión. Estoy pensando donde colocarme para no perder de vista a mis hijos -contestó apartando la mirada.

-Ya…¿y dónde están ahora?

No contestó y Hotch soltó una carcajada. La cogió de la mano y tiró suavemente de ella.

-Ven conmigo. Hemos cogido un buen sitio.

-¿Con el equipo? Mejor no, no quiero estropearos la fiesta…-murmuró, intentando ignorar el cosquilleo que le producía el roce de los dedos de Aaron sobre sus nudillos.

-Ahora sólo estamos Rossi, Reid y yo. Y cuando vuelvan los demás no pasará nada Erin. Intenta relajarte y disfrutar.

Cuando llegaron, Rossi y Reid los saludaron y siguieron con su conversación. Hotch le sonrió y se sintió más tranquila. Al rato se les unieron el resto, que habían estado jugando o simplemente paseando, y aunque al principio Erin volvió a tensarse, se relajó cuando Aaron la distrajo con conversación.

Sus hijos la encontraron y junto a Jack, que había estado jugando con Henry, Will y Morgan, fueron a buscar la comida. Y a pesar de estar con el equipo, los seis formaron un pequeño grupo, riendo y disfrutando del día como si estuvieran en su pequeña burbuja.

Agosto

Lo primero que hizo Erin cuando llegó esa mañana al trabajo, fue irse directa a la cocina a por una taza de café. Sería la segunda del día, contando con la que se había tomado en casa, pero lo necesitaba.

Era la última semana del mes, y las dos anteriores, había estado de vacaciones con sus hijos. Y aunque adoraba su trabajo, le había costado levantarse para ir a trabajar. Cuando pasaba tiempo con los niños (que no solía ser mucho), se olvidaba de todo y sólo disfrutaba.

Se sorprendió sonriendo cuando escuchó a Hotch hablar con alguien justo afuera, y su sonrisa se hizo más amplia cuando él entró y la vio.

-¡Erin! ¿Cómo has pasado las vacaciones?

-Bien, muy bien. Si te soy sincera, no estoy muy emocionada de volver esta vez. No me importaría seguir otro par de semanas más. Temo lo que me vaya a encontrar -contestó mientras apretaba la taza entre sus manos.

-Es un riesgo que hay que correr siempre -sonrió y Erin pensó en lo que le gustaba su sonrisa. Carraspeó nerviosa para alejar ese pensamiento.

-¿Y tus vacaciones? ¿Habéis disfrutado Jack y tú de vuestro tiempo juntos?

Hotch había cogido sus vacaciones al principio de mes, y cuando había vuelto, Erin se había ido. Llevaban todo el mes sin verse.

-Mucho. Se enfadó conmigo porque quería quedarse a vivir en la playa -contó con diversión.

-Ay pobrecito…

-Por cierto, eso me recuerda…vuelto enseguida, espera aquí -y antes de que pudiera protestar, había salido.

Erin aprovechó para lavar su taza y dejarla en su sitio. Un instante después, Hotch había vuelto a entrar.

-Te he traído un regalo. Es un pequeño detalle, no es gran cosa -le extendió un pequeño paquete.

Ella lo miró con sorpresa mientras cogía el paquete. Lo abrió y una sonrisa iluminó su rostro. Dentro había una pulsera de cuero, con pequeños abalorios de plata en forma de estrella.

-Aaron es…preciosa. Me gusta mucho. Pero no tenías porqué regalarme nada -dijo en voz baja mientras se ponía la pulsera.

-En el paseo marítimo había siempre puestos de artesanía, y Jack escogió algo para Jessica. A mí me gustó esta, me acordé de ti. Me alegro que te guste -respondió sonrojándose un poco y rascándose nervioso la nuca.

Erin se fijó en lo adorable que estaba, e intentó no pensar en cómo se había acelerado su corazón desde que lo había visto.

Iba a decir algo más cuando Morgan y JJ entraron en la cocina, absortos en su conversación. Erin aprovechó para marcharse. Se despidió de Hotch con la mano, mientras de reojo, miraba su pulsera.

Septiembre

Erin salió del ascensor, seguida por Olivia. La niña iba resoplando, sin comprender bien del todo el enfado de su madre. Saludó con la cabeza a Lisa y cerró la puerta después de entrar.

-Mamá, lo siento ¿vale? Ya te he pedido perdón mil veces -comentó mientras se sentaba en el sofá de golpe.

Erin miró a la niña desde su silla, luego suspiró profundamente y se levantó. Se sentó a su lado y le levantó la barbilla con cariño.

-Olivia, tienes casi trece años, y sé que tienes que vivir experiencias, pero no está bien escaparse del colegio. Todos tenemos responsabilidades y la tuya es estudiar.

-No volverá a pasar, lo siento mamá -murmuró la niña. Ella sonrió y la besó en la frente-. ¿Se lo vas a contar a papá?

-Vives con él Olivia, no puedo ocultarle algo así. Pero hablaré con él para que el castigo no sea muy duro.

Olivia sonrió y abrazó con fuerza a su madre.

-Ponte a hacer los deberes. Vuelvo enseguida.

Diez minutos después, cuando entró de nuevo en su despacho, se encontró a Olivia sentada a la mesa de reuniones, rodeada de libros y escuchando atentamente las explicaciones de Hotch.

-¿Qué estáis haciendo? -preguntó con el ceño fruncido.

-Aaron me está explicando una duda que tenía sobre historia americana -respondió su hija.

-Te he dejado encima de la mesa el informe sobre el caso Mcgregor -dijo Hotch señalando su mesa-. Vamos Olivia, ¿qué te parece lo que te he contado?

Erin los escuchó mientras hablaban y se dirigió a su mesa. No pudo evitar mirarlos de reojo de vez en cuando, y se fijó en la sonrisa de su hija, la que nunca le había visto con su padre las pocas veces que la había ayudado a estudiar.

Pensó fugazmente que Aaron no la hacía sonreír sólo a ella, también a su hija, y eso ya era todo un logro.

Octubre

El tiempo en Octubre no había sido demasiado malo, pero faltaban dos días para terminar el mes y el cielo no dejaba de descargar agua con furia.

Erin miró por la ventana después de encender la lámpara de su mesa. Eran apenas las tres de la tarde y el cielo estaba tan oscuro que apenas se veía. A la lluvia, se había sumido una fuerte tormenta, que hacía que Erin se estremeciera cada vez que un trueno resonaba en el cielo.

Siguió trabajando intentando olvidar el tiempo, hasta que las luces temblaron y finalmente se apagaron. El generador debía encenderse al cabo de unos segundos, pero debido al tiempo, no funcionó. El edificio entero se sumió en la oscuridad.

Erin maldijo mientras se levantaba. Salió al pasillo y vio a varios agentes, que se preguntaban qué hacer. Faltaban horas para terminar la jornada pero no tenían luz. Aaron se acercó a ella.

-Vamos a quedarnos en la sala de conferencias hasta que llegue la luz. Ven conmigo.

-¡Vamos a contar historias de miedo! -dijo García con emoción cuando entró-. Prepararos que empiezo yo.

Erin se sentó al lado de Aaron en el sofá, con Reid y JJ al otro lado del agente. García comenzó su historia, que aunque no daba exactamente miedo, con la sala a oscuras, la lluvia golpeando el cristal y el escándalo de los truenos, comenzó a moverse inquieta.

Aaron le cogió la mano, que tenía sobre su regazo, y entrelazó sus dedos, dándole un suave apretón. Enseguida se sintió mejor, pero sintió cómo se ponía colorada. Dio las gracias por estar a oscuras.

Su corazón latía fuertemente, y ahora no precisamente por la historia o la tormenta.

No quiso ponerse a analizar en ese momento lo que sentía al tener a Aaron tan cerca, o cuando escuchaba su voz, pero sabía que en los últimos meses algo había cambiado entre los dos.

Noviembre

Olió su perfume antes de verlo, y su corazón comenzó a latir fuertemente. Respiró hondo para controlarse cuando entró por fin en su oficina. No pudo evitar esbozar una sonrisa, que él devolvió.

Se sentó directamente, sin esperar invitación.

-¿Tienes algo que hacer el Sábado? -preguntó con suavidad.

-Ehh no. ¿Por qué lo preguntas?

-Tengo dos entradas para la ópera. Se las había comprado para regalárselas a Jessica para su cumpleaños, pero Tony, su novio, le ha preparado un viaje para este fin de semana, y bueno, no me gustaría que se perdieran porque no puedo cambiarlas. Te gusta la ópera ¿verdad?

-A mi sí, ¿pero a ti? -preguntó con diversión.

-No he ido nunca, pero siempre está bien hacer cosas nuevas ¿no crees? -contestó con una media sonrisa.

Erin se mordió el labio nerviosa y asintió.

-Está bien, entonces. Vamos a la ópera.

Cuando salieron del teatro, llovía a cántaros. Antes de darse cuenta, estaban empapados, afortunadamente un taxi paró justo delante de ellos.

Entraron deprisa y Hotch notó que Erin estaba tiritando. Pasó un brazo por sus hombros y la abrazó. Ella se relajó en sus brazos. Intentó no pensar en qué significaba que él estuviera acariciando su brazo y dándole pequeños besos en la cabeza.

Cuando el taxi se detuvo frente a la casa de Erin, se separaron, y cruzaron sus miradas. Ninguno dijo nada con palabras, pero se lo dijeron todo con los ojos.

Diciembre

Faltaban pocos minutos para la medianoche, y Erin sintió una suave caricia en la mejilla. Abrió lentamente los ojos y sonrió.

-Despierta, Bella Durmiente, que te pierdes el cambio de año -dijo Aaron acariciando su pelo.

Ella sonrió mientras se levantaba del sofá. Llevaba dos días con gripe y fiebre, así que no era el mejor fin de año para ella. Después de cenar, se había acostado a descansar, y le había dicho a Aaron que la despertara antes de las doce.

La Navidad la habían pasado cada uno con sus hijos, pero el fin de año lo pasaban juntos. Llevaban un mes saliendo como pareja, conociéndose mejor, y aunque iban poco a poco, todo parecía ir bien.

Aaron cogió la manta gruesa con la que Erin se había tapado en el sofá y la colocó sobre sus hombros, luego la llevó a la terraza. Se colocó detrás de ella y la abrazó con fuerza. Un par de minutos después, comenzaron los fuegos artificiales.

-Feliz Año Nuevo, Erin -susurró en su oído.

-Feliz Año, Aaron.

Mientras veía cómo el cielo se iluminaba de colores, Erin pensó que el año al final no había sido tan malo, puesto que le había traído el amor. Y en ese momento, envuelta en los brazos de Aaron, pensó que ojalá pasara muchos años más así, abrazada por

Fin