Notas del autor: Icozaedron me dijo "A que no escribes un lucemond politicamente correcto" y yo le dije "Nmms, eso no es lucemond entonces... bueno, lo escribo, pero me voy a quejar todo el rato, y le voy a poner tonos edgys". A dormir, porque mañana hay trabajo.

Ignis

—Ya no quiero mirar películas de terror.

—¿Entonces qué quieres ver?

—No lo sé, pero… por favor, Aemond.

Se cruzó de brazos y luego se encogió de hombros, inconforme. Caminó hasta el sofá y se dejó caer a su lado.

—Marica.

—Eso es ofensivo, no digas esa palabra.

—¿Entonces por qué no quieres mirar Masacre en Aguasnegras 2?

Lucerys quería contarle sobre las pesadillas en las que se veía a si mismo sosteniendo su ojo y apretándolo en su puño, esparciendo con totalidad la masa viscosa del violeta y enredando el largo nervio entre los dedos, en medio de una jugarreta roja. Tenía miedo. Aemond lo dejaba dormir con él, no parecía importarle en gran medida el asunto, lo cual era un alivio cuando despertaba en medio de la noche, sofocado y en medio de un ataque, deseando no haber participado en haberlo dejarlo tuerto de por vida. Luego se encontraba con el rostro durmiente de su tío, y se daba cuenta de que había despertado para seguir en la misma pesadilla.

—Porque durante todas las vacaciones hemos visto todo tu repertorio de películas, sencillamente. Creo que es pertinente que yo elija alguna, por lo menos— le dijo con afán de persuadirlo lo suficiente como para evitar decir lo que en verdad pensaba.

—Tú no tienes derecho a nada aquí, ¿ no es obvio? Yo elijo las películas y tu cierras la boca. Si no, ve a cualquier otro lado, no necesito que estes conmigo todo el tiempo— y era verdad. Aemond se había vuelto a acostumbrar a Lucerys, con la misma astucia con la que el mocoso lo perseguía hasta las acequias alrededor de la casa de campo de su padre, cuando ambos eran niños.

Se acordaba de cuando la pequeña alimaña tenía 5, de redondas mejillas y cuerpo desproporcionado, incapaz de controlarse a sí mismo. Ahora, Lucerys era un adolescente, tenía 14 años, casi 15, y Aemond concordó por primera vez con los verdaderos adultos en lo insoportables que podían ser los pre-adolescentes, ahora que debía pasar el invierno cuidando de los hijos de Rhaenyra por encomienda de su padre, mientras ella no estaba

A sus 19 años, se consideraba un joven adulto bastante maduro, lo era en definitiva, o lo intentaba. Pagaba sus facturas y trabajaba medio tiempo en la biblioteca de la universidad porque odiaba pedir dinero extra a su padre. Dinero no le faltaba, pero estaba molesto con el viejo por su inhóspito descuido para con todos sus hijos, menos para con la perfecta Rhaenyra.

—Si me voy, no podré pasar tiempo contigo—parecía que Lucerys no tenía problema en sincerarse, algo que a Aemond, aun le choqueaba—. Y nunca obtendré tu perdón de esa manera.

Alzó la ceja, encima de ese ojo lila destellante suyo. Perdonar a Lucerys era una injuria a sus principios. Aemond se mantenía renuente a ello, aunque sus acciones fueran todo lo contrario.

—Madura. La única manera en la que podría perdonarte sería si perdieras algo valioso para ti, y fuera puesto en mis manos.

Lucerys frunció los labios y parpadeo sin mesura. Sus ojos se posaron en el rostro severo de su tío, concentrado en la biblioteca de películas en la pantalla de la televisión, y solo por un segundo, se sintió triste, hasta que el gatito gris, peludo y ronroneante, encajó sus garritas en su pantalón del pijama y lo escaló hasta llegarle al regazo.

El muchacho no se esforzó en contener una sonrisa cuando frotó su rostro contra el minino. Arrax, lo había llamado.

—Gracias por esto, sabía que no podías ser tan malo.

Aemond se volvió hacia él y lo observó jugueteando con la bola de pelos inmunda. Su vieja gata, Vhagar, no le toleraba. Lucerys se veía tierno así, frotándose contra el pequeño gatito, como si ronronearan a la par. Suspiró con pesadez.

—El único motivo por el que te regalé esa pequeña bestia rasguñona, es porque odio que la gente tire animales por ahí.

—¿Seguro que no fue por que te portaste como un imbécil? — el gatito, atento a los parpadeos de Lucerys, extendía sus garritas hacia sus ojos, propenso y llamado de atención por los movimientos de pestañas de su nuevo compañero humano.

—No me porté como un imbécil. Obtienes lo que mereces, Strong— ambos habían peleado, le había llamado Bastardo imperdonable, y que lo prefería muerto. Lucerys no le habló en días. Había llorado, sin darle la satisfacción de que lo descubriese de esa manera, o si quiera, lo escuchase. Se apareció afuera de su habitación un día después, con un gato bebé, completamente rasguñado, pensando que ya después se las vería con Rhaenyra, por tomarse la libertad regalarle un gato a Lucerys, mientras ella no estaba.

—¿Qué estas haciendo? — Lucerys se molestó ineludiblemente cuando su tío colocó la película de terror en la pantalla, ignorando su pedimento

—¿No es obvio? Busco deshacerme de ti a toda costa.

Lucerys dejó al gatito en el suelo y permitió que éste fuese a molestar a la gata de Aemond, que se relamía los bigotes en una esquina. Gateó hasta él en el sofá y se acurrucó a su lado.

—No quiero ver esto.

—Lucerys, eres un mal criado. No voy a consentirte, ¿por quién mierda me tomas? No soy tu madre o cualquiera de tus padres— Aemond lo miró mal, alejándose un poco, alzando el hombro al que Lucerys se afanaba .

Por su parte, el muchacho se sintió incomodo por el echo de que Aemond mencionase a sus padres. Le gustaba Aemond, sin lugar a duda, y que le dijera eso, le hacia sentir como si sus posibilidades con él fuesen lejanas. Sabía que lo eran, pensaba en la diferencia de edad y en que ambos eran chicos. El incesto le mantenía sin cuidado, dentro de la cosa rara que era toda su familia. Aquello era lo menos extraño en ellos. Y a juzgar por las extrañas señales que daba su tío de sentir agrado por él, Lucerys había alcanzado a vislumbrar una pequeña posibilidad de gustarle…

—Se supone que eras mi amigo de nuevo.

—Nunca dije tal cosa. Te odio y lo sabes. Ahora, aléjate, o voy a asesinarte.

Tuvo que aguantarse, miró la película y evito estar cerca de Aemond. Cuando durmiera a su lado, durante la noche, fingiría que estaba en medio de un profundo sueño y lo abrazaría. Era la única manera en la que su tío permitía su tacto. Lucerys sentía que pronto colapsaría cuando sentía ese rico consquilleo en la garganta y en el pecho, o cuando imaginaba cosas que le hacían ponerle duro sin razón aparente. Se había enamorado de Aemond. Y cuando hacía cosas para estar cerca de él, tan solo pensaba Mierda, no puedo más. Te quiero tanto, no me alejes, porfavor, te quiero, te quiero, te quiero. Perdoname por hacerte tanto daño.

Esa noche, cuando terminó la película, se sintió completamente asqueado, había mucha sangre y conceptos gráficos fuertes, y su pobre estomago no se sentía amoldado a ello, al contrario de Aemond, quien solo se estiró en su lugar, apagó la televisión y bostezó con aburrimiento.

—¿En serio, Lucerys? — le inquirió, harto de la situación, mirando cómo extendía un montón de cartas de un juego estratégico en la superficie de la cama, en las sábanas—.No jugaré, son las dos de la mañana y quiero dormir. Si vas a dormir aquí, toma tu lado de la cama, y quiero que sepas que voy a hundir la almohada en tu rostro si vuelves a llorar dormido.

Lucerys había esperado el almohadazo en el rostro cuando despertó llorando de nuevo, saturado por el mismo sueño rojo; en vez de eso, sintió las manos de su tío rodearle mientras lloraba, en medio de un ataque de pánico, sumergido por el deseo de no haberle hecho daño. Calmate, esta bien, no voy a dejarte solo.

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Y entonces, ocurrió. Explotó.

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—Aemond…— Lucerys pronunció su nombre en un susurro, con los labios entreabiertos. Había una emoción enterrada en el pecho de Aemond, además de un fehaciente cosquilleo que le llenaba de calor los pulmones. Lucerys estaba encima de él, con las piernas aprisionando su cadera. Entonces, lo dijo. Su ojo lila iba a salírsele de un cuajo.

—Me gustas… me gustas mucho — el muchacho le hizo saber, constipado.

Sus emociones eran un lio entero, acababa de pasar de un ataque de pánico, a sentirse emocionado porque su tío lo abrasara de esa manera tan…Lucerys no lo entendía, nada de lo que sentía.

Por su expresión, Aemond dilucidó lo nervioso que estaba; el sonido del corazón de Lucerys era tan fuerte que se estampaba en sus oídos, como si estuviese ronroneando, y las piernas le estaban temblando ahí donde tocaban su cadera.

No supo si había escuchado bien, hasta que reparó en el rostro de su sobrino, cuyos ojos y labios le vibraban a la par. No pudo evitar el sentirse bien al escucharlo confesarle sus emociones. Él también le quería. Durante todas las vacaciones de invierno, desde que comenzaron a pasar tiempo juntos, Aemond había retomado el cariño que tenía por Lucerys. La misma sensación de querer cuidarle como cuando eran niños retozaba su ser y tampoco lo entendía, pero...

Le quería.

De pronto, había comenzado a amar las noches de películas de terror a su lado, probar alimentos chatarra que terminarían intercambiando porque Lucerys prefería comer lo que él había ordenado, salir de campamento y mirar las estrellas en el techo, hasta cuando Lucerys entraba en la habitación que Rhaenyra le había proporcionado con un juego de mesa a medianoche, diciéndole que lo retaba a jugar ajedrez o lo que fuese, y él accediendo a regañadientes, para taparlo cuando se quedaba dormido a su lado.

Tan solo se giraba y le daba la espalda, sintiendo algo dentro suyo muy tibio, sintiéndose acompañado y querido. Cuando amanecían y lo descubría aferrado a su torso, lo apartaba suavemente. Después de todo, Lucerys tan solo tenía 14 años, era un niño. Pensaba que quizá por las noches buscaba algo a lo que aferrarse en medio de sus sueños, o pesadillas. Más parecían ser eso ultimo.

Si, Aemond se había sentido irremediablemente querido cuando escucho sus labios proclamar tal cosa. Pero no hizo nada, se quedó ahí, mirándole, en primera, porque la confesión lo había sorprendido. Cómo era posible que alguien tan inocente como Lucerys lo quisiera. En segunda, porque antes de seguir cualquier instinto feral en su interior, desembocaba otro pensamiento más sensato para Aemond: Aléjate de él, es sólo un crio.

—¿Puedo…puedo besarte? — le preguntó Lucerys, esperando por su respuesta tan solo unos segundos. Aemond tragó duro. No respondió tampoco. Lucerys pareció apagarse apenas un momento por la decepción de no haber obtenido respuesta, cuando decidió inclinarse en busca de los labios de Aemond.

La escena fue apenas duradera. Lo que Aemond pensó, pareció durar una eternidad. Aceptar los labios de Lucerys era una gran oferta, parecía ser que se gustaban mutuamente. No había nada de malo en ello, ¿o sí? Aceptar lo que Lucerys ofrecía sería una buena manera de cobrarse su deuda.

Podría tomarlo justo ahí si él quería, hacerlo suyo, carnal y psicológicamente hablando. Hacerle ese daño a un niño. Un ojo por todo lo que significaba la integridad de Lucerys Velaryon. Tomarlo y hacerlo suyo desde ahora y por siempre.

La respiración entrecortada de Lucerys chocó con sus labios y la dermis se le erizó. Tomarlo, porque lo quería de manera posesiva, y quería hacerle daño, como un depredador. Aemond pensó que de ser así, ya lo tenía comiendo de la palma de su mano, sin haberlo planeado, sin haberlo siquiera pensado. Había sido ¿fácil?

Entonces, ¿por qué desvió el rostro cuando Lucerys estuvo a punto de besarlo, momentos antes de chocar sus labios con los suyos?

—No—le contestó automáticamente, mirando el techo de la habitación. El calor y el cosquilleo en su pecho se avivaron. Lo quería, mucho. En verdad quería a Lucerys. Su corazón lo admitía y su cabeza parecía estarlo aceptando mientras perdía su vista en el blanco del tapiz oscurecido por la poca luz que entraba por la ventana. No pudo ver el rostro de Lucerys, pero supo que la voz le estaba temblando cuando habló después de unos momentos.

—¿No…no me quieres? — había lagrimas tibias en su hombro desnudo por el pijama mal trecho. Entabló que Lucerys estaba llorando cuando le habló con una voz quebrada—. Pensé…yo…

Por su puesto que lo quería, pero no como un depredador busca a su presa. Sino con cariño, con soltura, con amor.

—Luke…—Aemond lo apartó suavemente de encima suyo y esta vez, efectivamente, comprobó que Lucerys estaba llorando. Se le hizo un nudo en la garganta, retomando rápidamente la compostura. Se conmovió cuando miró los ojitos verdes acuosos de Lucerys mirarle, posándose sobre su ojo violaceo—. Yo… no está bien esto, Luke—quería decirle que si lo quería, pero no quería confundirle más, en verdad quería a Luke.

No quería hacerle ese daño.

—¿Qué? Aemond…—Lucerys parpadeó un par de veces, haciéndole ver su confusión—. ¿No esta bien que te quiera?— apretó el labio inferior y las lágrimas le cayeron como cascadas. Lucerys probó sus propias lágrimas. Agua de sal, pensó Aemond.

—No está bien…estas…confundido—Aemond quería decirle lo mucho que quería besarlo. Pero no lo hizo—. Eres muy joven aún, solo tienes 14 años y yo 19.

Y ambos somos chicos, pensó. ¿Qué diría su madre de ello? ¿y los Dioses? Pero hubo un motivo por el cual no lo mencionó. Porque todo eso no importaba cuando estar con Lucerys garantizaba ir al cielo.

Lucerys abrió los ojos más de lo que podía. Aemond notó su frustración.

—No estoy confundido, y no me importa si tienes 19 y yo 14. Te digo que te quiero y que me gustas mucho y tú… pensé que sentías algo similar al menos— Lucerys frunció el entrecejo y respiró con pesadez, parecía harto de no ser tomado en serio.

—Me lo vas a agradecer en unos años, creeme, no quieres salir con alguien así de mayor, al menos no en este punto de tu vida. Eres un niño.

—No soy un niño, Aemond— Lucerys comenzaba a exasperarse.

—Eres solo un crio, Strong— Aemond quería abrazarlo y decirle cuanto deseaba no hacerlo llorar. Quería acoplarlo en su pecho y consolarlo. Ansiaba decirle que sí que gustaba de él. Pero no lo hizo—. Ve y enamórate de alguien de tu edad. Por los Siete.

Lucerys no dijo nada. Lloró en silencio por un momento y luego se abrazó a si mismo cuando reparó en que Aemond no lo tocaría.

—No quiero enamorarme de nadie más, solo…yo…Aemond…

Aemond no quería hacerle daño. Sabía lo que pasaría si se dejaba llevar como una bestia. Pondría a Luke en una situación de poder. No sería nada bueno para él el estar con alguien tan mayor como Aemond a sus cortos 14 años. Aemond quería solo una cosa, y era que si Lucerys decidía estar con él, fuera mayor y con el suficiente criterio para ello. Una revolución comenzaba en su interior. Admitir esto en su cabeza le hacía entender algo:

Que en verdad no quería hacerle daño a Luke, porque lo quería muchísimo.

—Luke…no te quiero. No gusto de ti. Y tengo novia— Alys no era su pareja sentimental, pero quizá decirle todo aquello terminaría por romper el corazón de Lucerys finalmente.

—Pero…al menos…abrázame—rogó, su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos.

Aemond no pudo contenerse más, lo hizo, lo acopló en sus brazos y le acarició el cabello con ternura.

—Lucerys…pasará, esto que sientes por mí, pasará. Te lo prometo—Lucerys se escondió en el hueco de su hombro, permitiéndose sentir el calor de Aemond, pensando que era lo único que recibiría de él con relación a sus sentimientos por él. Asintió y se sorbio la nariz. Aemond sintió sus mocos en su hombro y escucho un sonido de afirmación por su parte, torcido por el llanto.

—Me duele, Aemond—Lucerys se abrazó a él, buscando consuelo. Agradecía tenerlo—. Me duele mucho y siento que algo se esta rompiendo en mi pecho.

—Pasará, te lo prometo.

—Ya no… ya no me querrás, ¿cierto? Quiero decir, como tu amigo

—Eres mi amigo, Luke…