EL CAMPEON DE KANTO


EN CASA


La sensación de despertarse con el cuerpo rogando vomitar lo golpeó nada más abrir los ojos. El muchacho palpó el colchón y al percatarse de la orilla rodó todo el cuerpo hacia afuera para expulsar el vómito agrio y espeso. Gracias a la oscuridad no veía la inmundicia, pero el olor vinagroso penetró en sus fosas nasales, combinado con la textura grumosa saliendo de su garganta y pasando sobre su lengua le llamaron otra vez a dar fuertes arcadas para terminar de vaciar el estómago.

Dejó la cabeza colgando, en estado de seminconsciencia, hasta que el chirrido de una puerta abriéndose con lentitud le obligó a afinar sus embotados sentidos por mero instinto de protección.

—¿Ash?

No reconocía aquella voz masculina.

—¿Vomitaste otra vez? Espera, voy a traerte más agua.

Amable, suave y agradable, esa voz no le transmitía nada malo, pero seguía tratándose de una persona desconocida. Se secó las lágrimas producto del esfuerzo al vomitar y con cuidado se fue apoyando en sus brazos temblorosos. Cayó de nuevo sobre el colchón cuando la luz del cuarto fue encendida y ésta golpeó como un latigazo sus ojos sensibles.

—¿Te manchaste el pijama? Trata de tomarte toda el agua para que no te deshidrates.

De cabellos oscuros y piel tostadas, no pudo apartar sus ojos de él. Mientras trapeaba el vómito, le sonreía como para tranquilizarlo y aquella sonrisa le iluminaba la cara. Por alguna razón hizo que se sintiese un poco mejor, parecía una buena persona, verdaderamente preocupado por él.

—Te ves terrible. Te dije que no debías cenar demasiado. Bueno, ya qué importa, debí imaginarlo con lo que te gusta comer. ¿Qué más da? —habló animadamente—. Cepíllate y a la cama, es muy temprano.

Viendo el hombre que no recibía respuesta, dejó el trapeador a medio camino y clavó sus claros ojos castaños en él.

—¿Por qué me miras así? ¿Todavía tienes náuseas?

Si fue su silencio o no, el hombre pareció percatarse de algo y soltó el trapeador para lanzarse al pie de la cama, aferrándose a la orilla con los brazos extendidos, brazos grandes y fuertes que evitaban su huida. Ash se agazapó contra la pared, temía que lo tocara.

—No me digas que… ¿Sabes quién soy, verdad?

No y no. Su gesto perturbado respondió a todas las preguntas dichas y mudas. La expresión en ese desconocido fue de severa reflexión, la que reemplazó por una sonrisa comprensiva.

—Todo estará bien. Esto es… esto es normal.

¿Normal? ¿Cómo podía ser normal? El ritmo cardíaco se le disparó al instante, inundado de la preocupación por no recordar nada. Miró frenético a todas las direcciones de la habitación que no reconocía, a la puerta abierta que solo mostraba oscuridad al otro lado. Aprovechó la abstracción del hombre para brincar de la cama y ponerse de pie, pero entendió que fue un error al sentir cómo le palpitaba en el interior cráneo antes de perder las fuerzas por el mareo que le siguió. Se llevó las manos a la cabeza y cayó sobre la alfombra, retorciendo el cuerpo.

—¡No debes hacer eso! —el desconocido se arrodilló a su lado, lo trataba como si él fuese un pequeño pokémon salvaje intentando defenderse—. Sé que te asusta, pero te dolerá más la cabeza si te alteras.

Ash apretó la mandíbula ante sus palabras. Al parecer, aquello era algo que ocurría con regularidad, tanta que esa persona parecía saber sus síntomas con solo verlo. Entonces pudo percatarse del contenido de la mesita de noche al lado de su cama: cajitas con aspecto de contener medicina, botellas de contenido desconocido, paquetes de desinfectantes y un poco más arriba un gancho donde colgaba una bolsa de fluido intravenoso. Llevó casi con desesperación ambas manos a los brazos para descubrirlos, notando el color violáceo en su vena izquierda.

Jadeó, ese hombre debía saber qué estaba pasando. Por más que se esforzaba en recordar algo, no lo lograba, era imposible. Reprimió un grito y le miró con desconsuelo, ni siquiera recordaba su propio nombre.

—Estas aturdido, pero lo estas haciendo bien —levantó ambas manos para intentar apaciguarlo—. ¿Te duele mucho? Te daré algo para el dolor y a dormir.

—Quiero saber…

Tuvo que esforzarse de forma increíble para hablar.

—¿Quién eres tú?

Él suspiró un poco, parecía agotado.

—Te llamas Ash, eres mi hijo y vivimos solos en esta casa desde que naciste. Me encargo de cuidar tu salud desde que… Bueno, es difícil para ambos, pero creo que lo estamos logrando. Estás mucho mejor que antes.

¿Antes? ¿Acaso era un problema que arrastraba desde hace tiempo?

—A veces te levantas sin recordar nada, ni tu nombre, ni quién soy yo, ni en dónde estamos.

Sus palabras le llenaban de culpabilidad.

Los brazos de aquel hombre lo ayudaron a ponerse de pie y lo condujeron a la cama, agarró la sábana y se la colocó encima hasta la altura del pecho. Hacía calor, pero el miedo frenético en el que se encontraba le provocó un bajón de temperatura corporal.

—Mañana estarás bien. Buenas… madrugadas, eh.

Una sonrisa torpe fue todo lo que vio en aquel rostro antes de cerrar la puerta.

Con el pasar de las horas, poco a poco empezó a recobrar el control de sus sentidos, su mente se empezaba a despejar, su cuerpo le volvía a pertenecer. El sueño resultó reparador y con pereza se cubrió toda la cara con la sábana. Era casi placentero sentir sus músculos al estirarse, ayer estaba entumecido.

—¡Ash! ¡Son casi las tres!, ¿hasta cuándo vas a dormir?

Abrió los ojos de golpe. ¿Tan tarde? Miró hacia todos lados, no había manera de saberlo, en su habitación no tenía reloj y la ventana encima de su cama la tapaba una gruesa toalla y una persiana, apenas podía ver un poco de luz.

—¡Ven rápido, no almorcé por esperarte!

Se quedó estático, trataba se analizar su situación. No sentía nada, ni dolor ni náuseas, solo hambre. A diferencia de la noche anterior, su cerebro se sentía menos… ¿confuso? Al menos no estaba alterado. Se aseó con rapidez para salir al encuentro de esa persona, notando lo alto que era aquel hombre; tenía la sensación de haberlo conocido desde siempre. Le quitó la vista para fijarla en el recién llegado: un pikachu que se quedó en el marco de la puerta, agitando las orejas. Ash olvidó por completo su situación y se arrodilló para estirarle los brazos y atraerlo.

—Ya llegó tu amigo —el hombre abrió una olla para comenzar a llenar dos platos—, dale de comer antes de sentarte a la mesa.

—¿Es mío?

—Depende de cómo lo cuides. Los pokémon no son juguetes, tienes que cuidarlos.

El pikachu se acercó olfateando el ambiente, como si estuviera inseguro de su presencia, pero Ash se encargó de transmitirle confianza con su sonrisa y pronto lo tuvo en sus brazos. Su pelaje era sedoso y brillaba, era bastante adorable.

—¿Tienes hambre, pikachu? Lo siento, ayer no me sentí muy bien y por eso desperté tarde. ¿Qué te gusta comer?

Ash siguió al pokémon hasta la alacena y con su ayuda encontró una lata de comida especial para él. Aprovechó la tercera silla de la mesa para sentarlo en ese espacio y servirle en un tazón. Él también tomó asiento junto a su papá y comenzaron almorzar en silencio. Quería hablarle, pero no tenía nada en mente excepto preguntas.

—Estás muy callado hoy. ¿De verdad te sientes bien?

Su oportunidad.

—Me siento bien, pero, no sé…

—¿Dolor?

—No, es que todavía siento que no sé dónde estoy aunque me lo dijiste

—No te atormentes, pronto te sentirás menos confundido.

—¿Es como si estuviera loco?

—No estás loco, hijo, necesitas descansar. El doctor dijo que tu recuperación sería rápida y perfecta si te cuidábamos.

—¿Qué es lo que tengo?

—Es mejor si no lo sabes, aunque no es nada de lo que tengas que preocuparte. Deberías relajarte, por eso estás en casa.

Ash se quedó en silencio, un nuevo esfuerzo y siguió creyendo que era imposible no preocuparse con esa amnesia. Pensaba que todo era extraño, que había algo extraño en él.

—¿Dónde estamos?

—Kanto. Y como siempre te digo, en el mejor lugar de todos. Desde que eres un bebé vivimos en Pueblo Paleta. Naciste en Ciudad Azafrán, pero tú mamá y yo queríamos vivir en un lugar cómodo y seguro para ti, así que nos mudamos. Nuestra casa está rodeada de bosques por todas partes, casi nos esconden, y hay un río en la parte trasera de la casa. En tu cuarto se escucha bien. Los vecinos están algo lejos, eso tiene sus ventajas y desventajas.

Otro esfuerzo y parecía que era incapaz de recordar nada relacionado con los primeros años de su niñez. No podía recordar nada del pasado, de lo que hizo la semana anterior, ni siquiera ayer antes del malestar nocturno.

—¿Cuánto tiempo me dura esto de olvidarme todo?

—Bueno, tiempo al tiempo. No es la primera vez, ya te pasará.

—¿Pero cuánto...?

—Apúrate, no quiero que comencemos tarde.

—¿A qué?

—Puedes terminarte las frituras y comer lo que falta una vez que acabemos.

—¿Acabemos qué?

El hombre tomó su vaso y lo soltó fuera de la mesa, destrozándose. Su sonrisa simpática no concordaba en nada con su arrebato, ni siquiera pikachu había reaccionado, seguía concentrado en su tazón.

—Ya se ensució el piso. Bueno, todo se resolverá pronto, hijo, te lo prometo. Come.

De repente se le perdió el apetito. Pikachu continuó comiendo, pero él comenzó a sentir una sensación terrible en la boca del estómago. El pokémon se sentó sobre sus patas traseras y mordisqueó una baya mientras lo miraba, contento y sin preocupaciones. Eso le calmó un poco.

No había más remedio que obedecerle y terminar de comer. Si era su padre, estaba en un lugar seguro; si el pokémon lucía tan tranquilo, entonces todo estaba bien —exceptuando lo otro—. Solo había algo que seguía incomodándolo, el hecho de que todo pareciera tan oscuro. Si eran las tres, ¿dónde estaba la luz de la tarde? ¿A dónde había ido el sol tan temprano?

—Ash, la última vez no salió bien y si hoy vuelve a suceder lo mismo, te dejaré dentro más horas. Tú no quieres eso, ¿no?

Sus palabras extrañas le calaban hondo. ¿Por qué se sentía tan ansioso? Fue conducido hacia interior de la casa cada vez más oscura y con cada paso empezó a respirar con dificultad. Otra vez sentía miedo, pero no sabía por qué, ni a qué. Elevó la cabeza para ver a su padre, quería que se vaya, quería irse de ahí, las náuseas regresaron a su cuerpo mientras le sudaban las manos. En un intento de calmarse respiró hondo y aguantó el aire. Cuando llegaron a una puerta azul, tuvo la sensación de que su cuerpo se resignaba a lo que venía. Sentir la mano de su padre en su hombro aumentó la sensación de alarma.

—Buena suerte.

—¡Espera!

Abrió la puerta con rapidez y con un empujón le hizo entrar. Ash escucho cómo hacía girar una llave tres veces y los pasos alejarse hasta dejarlo en silencio.

Aquella habitación era azul por completo, diferentes tonalidades pintaban las paredes, la alfombra del suelo, el marco de las ventanas —aunque cubiertas para evitar la luz y el ruido—. No recordaba ese lugar, pero le atemorizaba. Para ser pequeño, existían sombras en los rincones a donde la luz no llegaba, porque el único foco parecía alumbrar una zona de la pared cubierta de fotografías. Ash se acercó a ellas, logrando ver en todas a la misma persona: un chico de cabellos negros y tez morena, enorme sonrisa llena de vida, y a su lado un bonito pikachu. Todas mostraban al muchacho en diferentes etapas de su vida, acompañado de diferentes personas y diferentes equipos. No entendía nada, ¿por qué estaban ahí esas fotos?, ¿acaso eran amigos o se conocían?, ¿quién se supone que era y cómo se llamaba? Al lado de las fotografías se acomodaron recortes de periódicos, todos mostrándolo a él, siempre alegre.

Tomó asiento en un sofá frente al televisor, los dos únicos objetos que allí habían.

—¡No entiendo qué tengo que hacer! —gritó ya fastidiado. Los pasos de su padre se acercaron con rapidez para hablarle a través de la puerta.

—¿Tampoco recuerdas esto? No puedes salir hasta haber aprendido algo.

—¿Qué tengo que aprender?

—Mira esas grabaciones de sus batallas a lo largo de su vida, también varios vídeos que grabó de forma personal y otro donde lo grabaron a él. Noticias, documentales y todo lo que te puedas imaginar, todo sobre él. ¿Sabes qué es lo positivo de tu condición? Que todo esto te hará entenderlo y te dará nuevos recuerdos para tu memoria hueca, serás todo lo que fue él, tienes todo lo que tuvo alguna vez, porque él ya no los necesita más.

—¿Me estás hablando del chico de las fotos?

—Sí. ¿Tienes más preguntas?

—Estoy confundido. ¿En qué me ayuda esto si lo que quiero es saber mí?

—¡No te hagas el inteligente ahora! ¿No acabas de ver que estás desorientado y apenas recuerdas nada? Deberías estar contento de al menos tener una oportunidad de sacar provecho de la situación y convertirte en alguien increíble. Es por tu bien, ¡ya lo hemos discutido cien veces!

¿Cómo era posible que lo discutieran tanto? ¿Acaso él no estaba de acuerdo y siempre buscaba peros? Por su tono de voz enojado es que prefirió no hacer más preguntas, no quería empeorar su humor.

Le sorprendió ver un viejo reproductor de VHS sobre el televisor, no lo había notado. Debajo del sofá encontró una caja llena de esas cintas de vídeo, todas con un título distinto. No necesitaba memoria para saber que esa tecnología ya no la usaba nadie. Tomó una que se titulaba «Sinnoh, parte 6» y la introdujo en el reproductor.

En realidad, le gustó lo que vio.

El chico de las fotos cobró vida y escucharlo hablar, verlo viajar y estar con sus amigos le hizo sonreír. Se veía como el tipo de persona agradable, simpática, algo gruñona y atrevida, pero eso era insignificante comparado con su forma de ser tan desinteresada hacia los demás. Eran grabaciones que ellos mismos hacían, a veces la chica de nombre Dawn, a veces el joven llamado Brock. Adelantó un poco las partes que se trataban de ella, estaba más interesado en él.

La cinta acabó, continuó la siguiente y la siguiente. La emoción ya era parte de él al verlo llegar a la liga, estaba seguro de que ganaría ese trofeo. Decepcionado por su derrota quitó la cinta y buscó la primera de todas, la llamada «Kanto, parte 1».

Las horas siguieron y solo quería verlo a él. Una especie de adicción extraña lo embargó al verlo crecer, experimentar la vida, aprender de ella, sobre todo, le sorprendía su manera de entrenar a sus pokémon, algo que describía como bizarro. Nunca temía hacer lo que planeaba, aunque tuviera sus fallas, porque confiaba plenamente en cada uno de sus compañeros. Era interesante verlo ser diferente en cada región que pisaba, muestra de su aprendizaje por las experiencias. Era increíble verlo ganar poco a poco el reconocimiento que merecía, casi sentía como si sus logros fuesen suyos.

Ya con el cansancio y el hambre agotándolo es que se adelantó a la última cinta cuyo título era imposible de leer por el enorme rayón que alguien hizo en la etiqueta. Era un reportaje a modo de resumen sobre su trayectoria. La última foto lo dejó helado.

«Falleció a la edad de diecisiete años».

La grabación se cortó de golpe, dejando estática en la pantalla.

¿Ese había sido el destino para tan interesante personaje? Se le encogió el corazón, ahora tenía sentido tantas fotos y recortes de periódicos, todos formando una especie de altar en nombre de él. ¿Papá lo admiraba tanto, así de mucho? Por más que intentó escarbar en su memoria, no lograba recordar si él también tenía una figura a la que admiraba, o si también lo admiraba a él y no lo recordaba.

La fuerte sensación de empatía le embargó, tenerlo todo y luego no llevarte nada... Pero aquella vida había valido la pena por la manera en la que fue vivida. De alguna forma, sintió el deseo de continuar sus aventuras, también cumplir sus metas y sueños, igual que él. ¿Eso era lo que su papá quería que aprendiera, nunca rendirse a pesar de todo, de su salud? Se sintió mejor, con ánimos nuevos y ganas de compartir con su papá lo que acababa de tomar como suyo. El ardor en sus ojos se hizo presente, como si llevara viendo videos una eternidad. ¿Ya habría pasado una hora o más? Se preguntó por qué tampoco había un reloj ahí.

Como si su papá le leyera sus pensamientos, le abrió la puerta. El humor de Ash se disparó cuando fue recibido por pikachu y una mesa llena de comida caliente y aspecto delicioso, estaba muriéndose de hambre. El hombre lo vio comer con prisas y dejó escapar una risa pequeña. La alegría de Ash fue en aumento, no había querido causarle disgustos horas antes y le contentaba verlo alegre.

—¿Qué tal te fue? —su papá lo miraba con sonriente interés.

—¡Me gustaron todos los vídeos!

—¿Verdad que sí? Es para no aburrirse.

—Al inicio de su viaje pensé que era algo tonto, pero después me di cuenta de que tenía bastante razón a su modo en muchas cosas.

—Claro que sí, hasta siente uno envidia de él.

—Ahora siento como si ya lo conociera. ¿Por qué murió?

Era la primera vez que veía un gesto triste en su padre. Ash guardó silencio para darle espacio, entendiendo que no era un tema muy agradable de contar.

—Cosas así pasan. No hay nada más que decir. Pero me imagino que tú sí, ¿verdad? ¿Hay algo que me quieras compartir?

Una pregunta que estaba esperando. Si estaba con la salud delicada, ¿eso significaba que no había salido de viaje? ¿O, acaso lo había tenido de posponer o abandonar?

—Sí —Ash dejó de comer—. No recuerdo de qué estoy enfermo, si salí de viaje y lo abandoné o no, pero no quiero pensar en las cosas malas. Quiero afrontar todo igual que él, salir y vivir de la misma manera.

—Serías un maldito imbécil si lo haces —farfulló, mirando su propio plato y no el gesto atónito del muchacho—. Vete de este pueblo, vete de la región si quieres, no vas a durar un día sin mí —le advirtió—. Ni siquiera eres capaz de recordar lo que aprendiste ayer. Ya te quiero ver intentando ganar una liga con la cabeza llena de huecos, harías el ridículo.

El hombre hincó un trozo de verdura con fuerza, adquiriendo una fea expresión.

—Pero eso a ti no te importa al parecer. ¿Por lo menos sabes cuáles son los movimientos de un pikachu?

—¡Sí! —respondió rápidamente—. Son… impactrueno.

—¡Impactrueno! ¿Lo has oído, pikachu? Este chico listo sabe que puedes usar el impactrueno. Bueno, algo es algo. ¿Qué otras cosas inteligentes sabes?

¿Cómo contestar a una pregunta formulada en un tono tan burlón, tan sarcástico? Ash se echó hacia atrás al mirarle el rostro amargado. ¿Por qué de repente le hablaba tan mal, si hace unos instantes se estaban sonriendo? Perdió el apetito, pero se esforzó en llevarse otro bocado hacia la boca para fingir que todo estaba bien. El hombre suspiró largo y tendido, dejando su plato a medio terminar.

—Me preocupas, es todo. Me gustaría que no estuvieras enfermo.

Regresó su sonrisa tranquilizadora, como si no lo hubiese insultado minutos atrás. De nuevo usaba ese tono agradable al hablar, el que le hacía sentir en un lugar seguro.

—Termina y vete a tu cuarto. No te olvides las pastillas. Que hayas dormido todo el día no significa que tengas que alterar tu ciclo de sueño.

La cuestión era que no sabía cuáles debía tomar y comenzaba a dudar si preguntarle, temiendo enojarle otra vez. Tuvo la mente en blanco cuando su padre recogió los platos y lo despeinó de forma juguetona, al parecer estaba de buen humor otra vez. Tenía que intentarlo.

—¿Son dos? —tanteó.

—Sí, las azules y las blancas. Siempre lleno de agua el vaso de tu mesa, no te preocupes por eso.

—¿Por qué hay una bolsa de hospital en mi cuarto?

En lugar de recibir respuesta, su padre le acercó al pokémon amarillo.

—Pikachu, puedes dormir con él. Si lo ves agitarse, avísame. Ahí es cuando uso la intravenosa, Ash. Si sigues preguntando te pondrás nervioso, confía en mí, es nuestra rutina y la hago muy bien.

El pokémon obedeció contento, saltando hacia los brazos de su amigo. Ash olvidó por unos instantes el arranque de su papá por los mimos de pikachu, le hacía cosquillas el pelaje tibio y la naricita húmeda sobre su cuello. Sin pensarlo mucho se fue a su habitación, preparándose para dormir. El baño de agua tibia y el pijama cómodo le hicieron sentir muy bien, tomó la medicina y se lanzó a la cama.

—¿A veces duermes conmigo?

El pokémon asintió, girando sobre sí mismo para acomodarse al lado del muchachito.

—Deberías quedarte siempre. ¿Hacemos algo antes de dormir? No tengo nada de sueño.

Ash revisó sin éxito el único ropero y cómoda de la habitación, solo contenían ropa y artículos de cuidado personal. Nada de cuadernos, ni juegos de mesa o algo para entretenerse. Apagó la luz antes de regresar a la cama, era mejor no darle vueltas al asunto.

Cerró los ojos, su papá tenía razón al decirle que el río se escuchaba muy bien hasta su habitación. Con el suave sonido del agua fue repasando lo que había vivido ese día, mirando en su mente el rostro de aquel muchacho:

Su nombre fue Ash, Ash Ketchum, y aunque hacía mucho tiempo que falleciera, seguía rondando en la vida de muchas personas. Por la forma en la que hablaba su papá sobre él, tampoco había olvidado a aquel Ash, el campeón del mundo y el mejor entrenador de Kanto, y seguía abrigando la esperanza de que algún día su hijo acabara por ser tan especial como él lo fue.

Exactamente igual.


DISCLAIMER: Los personajes le pertenecen a la franquicia de Pokémon, GameFreak.


Mi primera historia corta del 2023.