Fue el destino

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Sentía como su cuerpo pesaba tras cada suspiro que daba por lo que, conciliar el sueño era imposible, una batalla perdida. Las ojeras comenzaban a clavarse en su pálido rostro y estaba cada vez más convencido de que lo habían embrujado. Ya nada era de él: ni su respirar, ni sus pensamientos ni menos su palpitar. Los abandonó al conocerla. Sabía que no era un hechizo, porque ella era una guía espiritual como él…una muy distinta a cualquier otra que haya conocido. Y eso le gustaba.

Sin embargo, ¿Cómo podía sacarla de sus pensamientos si ella era dueña de cada uno de sus pasos al andar y de cada decisión que tomaba? Era imposible escapar de su mirada inquietante, ámbar, juiciosa y dolida. Deseaba sentirse atrapado entre aquellas suaves y frágiles manos, y más que todo, adorar su tristeza. Había tanto de esa mujer en él. Fue solo un instante, un milagro que nunca creyó que se permitiría conocer. Porque sentía que él no era digno de encontrar aquello que dicen que es la felicidad. Pero acá estaba, iluminado por la única linterna de su habitación y recostado en el frío tatami.

¿Acaso es este sentimiento amargo lo que cautiva a los humanos y los ata a lo mundano? - preguntó para sí dudoso. Lo que estaba creciendo en su interior sin duda podría causar guerras, destrucción y muerte, quería protegerlo. Deseaba protegerla.

El gran Onmyoji Asakura notó cómo, una vez más, pasaba en vela pensando en la sacerdotisa. ¿Ya habían pasado 4 noches desde aquel fugaz encuentro? El día en que vio su danza al atardecer y donde, ya le fue imposible olvidarla.

- "Tengo que volver a verla…" repitió en su mente, mientras era observado extrañado por un gato rubio que dormitaba encima de su futón.

La primera vez que sus ojos se encontraron fue gracias a una visita al Santuario Shimogamo, lugar de patrocinio imperial y uno de los principales santuarios sintoístas de Heian-Kyo. Si bien su construcción se efectuó mucho antes que su nacimiento, fue al Onmyoji Asakura, un genio en la capacidad divina, a quien le encomendaron la protección del santuario al estar persistentemente en el ojo de trifulcas y ataques de clanes terroristas.

Digamos que el Clan Fujiwara, al concentrar la mayoría del poder en el ministerio tenía más enemigos que cualquier otro, incluso más enemigos que el mismísimo emperador, quien era simplemente visto como una marioneta al solo disfrutar de los bailes y los poemas que se daban en palacio. El Onmyoji no juzgaba el odio que profesaban los demás contra el Clan, si fuera por él no los defendería ya que convivir con ellos solo creaba sentimientos de odio e ira. La traición, la ambición, la petulancia y la codicia eran las cuatro palabras que mejor caracterizan a los Fujiwara. Pero derrotarlos no era su tarea, su trabajo era proteger a la nación y lo continuaría haciendo a pesar de odiarlos, porque, aunque no quisiera admitirlo siempre deseó ser parte de la sociedad. Ya poco rastro queda de aquel niño abandonado en las calles, cubierto de demonios y ansiando lo que no puede regresar, hoy era la mano derecha del Ministerio, del Emperador y no existía nadie en este mundo más hábil que él.

Acompañado por sus fieles guías, Asakura bajó del gissha y fue cautivado por la belleza de los arces japoneses ya teñidos de otoño, cada uno iluminado por las gotas de atardecer que quedaba. Con una sonrisa, guiaba sus pasos por un sendero sombreado a través de un viejo bosque escénico. El sonido de varios pequeños arroyos que fluyen a través de los jardines, lograban refrescarle el corazón. No podía creer que ante tal belleza los humanos decidieron tomar el camino del individualismo y luchar por el poder.

Se…señor Onmyoji, se está haciendo tarde y bueno, usted sabe lo difícil que es…

No juzgo que tengan miedo. En pocas horas ya no habrá sol y las linternas no serán suficientes para acompañarnos en el camino.

Tan comprensivo que es usted señor…- sonrieron ambos sujetos al notar la empatía de su jefe.

No se preocupen – sonrío con malicia- No se muevan de acá y volveré en unas cuantas… ¿horas? Quizás mañana- sin decir más mientras escuchaba las plegarias de sus acompañantes, Asakura continuó con su viaje por el santuario.

Sin hacer caso a los llamados de sus acompañantes, Hao siguió su camino por el frondoso bosque donde la luz del atardecer ya no llegaba. El silencio del lugar era abrumador, sin embargo nada lograba perturbar su andar. Algo no estaba bien, sentía una fuerte energía desde el sendero principal, lo que le llamó sin duda la atención. Cerró sus ojos para concentrar su energía espiritual y que el viento lo guiará, debía saber qué estaba ocurriendo.

"No es mi primera visita a este lugar, pero siento que algo no encaja…"- llevando su mano derecha al mentón, mientras se agacha y posa la otra mano en el suelo, escuchó unas campanillas que sonaban al son de una suave melodía. Sus pasos aceleraron el ritmo con cautela, como si fuera llamado a encontrar la respuesta. En ello divisó a una joven, quien bailaba suavemente por uno de los puentes principales del santuario.

Embelesado por el ritmo y su danzar, el Gran Onmouji se escondió para poder disfrutar de la vista: una virgen vestal vestida con el tradicional chihaya realizaba con gracia el ritual de purificación. Sus cabellos dorados al son del tintineo serían una imagen imposible de olvidar. Asakura estaba atrapado por el carisma que profesaba la muchacha, como si un mago inmortal de la montaña estuviera disfrutando y bailando junto a los dioses. Sin embargo, lo que rodeaba a la joven era lo más lejano a un Dios, puesto que a su alrededor pequeños onis la acompañaban, quietos e imperturbables al escuchar los arbolitos con cascabeles, manejados con solemnes movimientos en conjunto con la danza. Demonios que le eran familiares, sin duda alguna.

Sin dar cuenta, sus pasos se fueron acercando al lugar donde ella estaba. Deseaba conocerla. Por primera vez su corazón anhelaba con sinceridad saber más de otro ser humano y ser parte de aquel mundo. Sin embargo, la sacerdotisa al notar su presencia, detuvo el ritual en seco. Su rostro reflejaba el esfuerzo que había realizado, sin embargo eran las finas gotas que caían por su cuello que captaron la atención del castaño.

-Tu presencia no es bienvenida - habló la joven con seguridad. Se encontraba en la cima del puente macizo de color rojo intenso, mientras se agacha y acaricia a las criaturas que la acompañaban.

-¿Puedo preguntar el por qué?…- preguntó esquivando la afilada mirada de la mujer, mientras trataba de disimular la curiosidad que le provocaba.

-Me disculpara por mis palabras, pero no se requiere de la presencia del Gran Onmouji para cumplir con mi labor, por lo que le pido que se retire. - desafío la sacerdotisa, acercándose con paso seguro hasta quedar frente a él, fijando su mirada llena de resentimiento hacia el hombre.

-¿Tienes complejo de inferioridad?- quería confrontarla, sin embargo sus pies lo traicionaban y retrocedían inconscientemente, casi perdiendo el equilibrio.

- ¿perdón?- respondió aún más molesta- Nunca, en mi vida, me sentiría inferior a un ser que está preocupado de su propio bienestar y que solo disfruta de sus beneficios al engañar con sus habilidades mágicas y adivinatorias.

-¿adivinatorias?- preguntó extrañado. Riendo nervioso, Hao no podía creer que alguien se refiriera a él con esas palabras tan simplistas.

- No tienes un poder espiritual real…- refutó la sacerdotisa mientras giraba y le daba la espalda al Gran Onmyoji, seguida por una pequeña masa de onis que revoloteaban a su alrededor -...solo controlas a la nobleza y hasta al propio emperador gracias a que se creen todo lo que les dices por mera superstición.

No aguantaba escucharla más. Molesto por las palabras de la joven y por su actitud altanera, el castaño no dejaría las cosas como estaban. Debía dejarle en claro que él no era como cualquier Onmyoji, su poder era más de lo que él mismo podía controlar. Fugaz tomó de la muñeca de la joven antes que se retirara de su vista.

-Creo que deberías pensar mejor las cosas que dices…- mencionó con seguridad. Sin embargo, solo recibió como respuesta un suspiro molesto por parte de la muchacha y en pocos segundos se vió rodeado de onis que lo trataron de atacar.

-Quién debería tener cuidado, eres tú- profesó la sacerdotisa de dorados cabellos, quien continúo su camino dejándolo atrás con soberbia.

Las pequeñas criaturas saltaron y cubriendo por completo la figura de Hao, pero acto seguido con y con un solo murmuro, el gran Onmyoji los hizo desaparecer de su lado. Un grito ensordecedor y agudo salió de aquellas almas, dejando a la sacerdotisa impactada ante lo que presenciaba, sintió en lo profundo de su corazón que aquellos seres ya no estaban en este mundo. Finalmente con alevosía Hao se acercó a la muchacha, quien mantenía su vista nublada por lo que había ocurrido.

Al parecer, ahora entiendes con quien estás hablando, no eres la única que puede ver a esas criaturas…- dijo con seguridad. Sin embargo, lo único que recibió como respuesta fue una palma hirviendo en su rostro

- No tienes idea…no tienes idea lo que acaba de hacer…- respondió la muchacha sin apartar su mirada, fija y doliente, mientras trataba de controlar las lágrimas que se dejaban caer por su pálida tez.

El Asakura, sin entender en qué había fallado se cuestionó: ¿en qué se equivocó? ¿acaso no eran solo unos molestos demonios que no tenían más lugar en este mundo? Como reacción ante el golpe, solo se mantuvo en silencio y tocó su rostro adolorido.

-Qué…¿A qué te refieres?-preguntó, dudando de su propio actuar y con cierta culpa al ver que, por primera vez en su vida, hacía llorar a una mujer.

-¿Es que acaso no lo ves? ¿No sientes su dolor? - replicó la joven manteniendo la compostura.

Hao trató de inmiscuirse en el pensamiento de la grácil sacerdotisa, logrando finalmente entender cuál había sido su error. Lo que leyó solo le provocó horror ante su actuar. Como un desquiciado cayó al piso de rodillas violentamente. ¿En qué momento se olvidó de quién era? ¿En qué momento cayó en el juego de los humanos que tanto odiaba? Como pudo haber abandonado y aniquilado la única esperanza de paz para aquellas almas que fueron atormentadas por la guerra y la soledad.

- ¿Finalmente puedes verlo?- preguntó serena mientras le ofrecía una de sus manos. La casi afirmación de la muchacha se sintió dolorosa, como si cada una de sus palabras fueran afiladas dagas que penetraban su alma. Asakura no pronunció palabra alguna y sin aceptar la gentileza de la joven, llevó ambas palmas a su rostro. Quería perderse por la vergüenza que sentía ante tal horrendo acto que había cometido.

La joven bajó hasta él y, tomando su rostro entre manos, pudo notar que él, aquel hombre que estaba frente a ella no era común. No era como los demás farsantes que en cientos de ocasiones solo vivían del regocijo de ser aplaudido por los demás. Su corazón era real y sin freno, fue tocada por su genuina amabilidad.

-Me equivoqué…tú si los sientes, eres real- dijo terminando con una suave sonrisa que caló en el profundo corazón de Hao, quien en silencio fue impactado por sus amables palabras. Palabras que anhelaba escuchar hacía mucho tiempo atrás.

Sin decir nada, el joven de largos cabellos castaños tomó la mano de la mujer, quedando uno frente a otro, aceptando que desde aquel momento su corazón le pertenecería. En tan solo unos minutos, ella lo había descifrado por completo. Sin embargo, el viento rugió entre ellos dejando ver una presencia oscura y aterradora quien se acercó a tocar al Onmyoji. La misma esencia que había capturado al entrar al frondoso bosque se transformó en un cúmulo de almas gigantescas.

Asakura fijó su vista extrañado ante tal poder espiritual que provenía de la criatura y que poco a poco se aproximaba a ellos. Rápido y ágil cubrió el cuerpo de la muchacha, sentía miedo, no era una presencia conocida y sabía que algo no andaba bien. En ello, giró su cuerpo para observar el rostro de la sacerdotisa, pero para su sorpresa en su mirada miel no había pizca de temor.

-¿Qué está ocurriendo acá? -preguntó.

-Debes irte, rápido. Él viene por ti- susurró la joven a su oído.

Sin entender el por qué y sintiendo terror ante sus palabras, Hao descifró el corazón de la joven y sin decir más se separó de ella y huyó. Corrió tan rápido como sus pies podían. Sentía, paso tras paso como aquel ser lo deseaba y lo atraía hacía él. Debía huir. Dio la última mirada hacia aquel rojo puente macizo, dando cuenta que la figura de la sacerdotisa había desaparecido. Frunció su semblante al no entender que estaba ocurriendo, hasta finalmente toparse con el gissha y sus sirvientes, quienes gritaron de alegría al verlo llegar.


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Muchas gracias por llegar hasta acá! Me he demorado mucho tiempo en subir el primer capítulo, pero lo he vuelto a leer después de meses y creo que me emocionó, asi que es digno de publicarse? Abrazos!