—Haa…haa…haa…—jadea.
Ya no puedo solo inhalar por la nariz. Me falta el aliento. Ingesto bocanadas de aire caliente, para que mis pulmones no se resientan; aunque me tiemblen las piernas en el proceso. No recordaba cuando fue la última vez que tuve una pelea de esta calaña. Me trae nostalgias de cuando era solo un crio y me enfrenté solo a la banda bully de mi escuela. Estoy exhausto. Pero también en un glorioso cumpleaños. Me la he pasado bien. Y supongo que el tipo con la camiseta blanca y puñal en mano lo percibe en mi expresión facial. Mi sonrisa le irrita hasta el culo. Se abalanza hacia mí, con toda la hermosa intención de enterrármela en la cara. Que novato. Ni si quiera sabe cómo moverse. ¿No le han enseñado que nunca ataque de frente y solo en diagonal? Bloqueo el ataque con el antebrazo derecho. Lo atrapo desde la muñeca y se la quiebro. Un grito de perro atropellado. El cuchillo cae al suelo. Me giro con la mitad del cuerpo y le inyecto un derechazo en la mejilla, rompiéndole la quijada y con él, un diente vuela. La sangre salpica en mi camisa hawaiana de veraneo. Que desperdicio.
—Arg…—protesta— Maldito estúpido. Esta mancha no saldrá con nada.
Diviso a lo menos, diez o doce sujetos tirados en el suelo. Algunos muertos. Otros simplemente inconscientes. Pero todos, esparcidos por la alfombra, la cama y el comedor del apartamento de hotel en el que me encuentro. Tomo una Katana desenvainada del suelo y la examino con el filo que esta posee. Me invita a querer seguir divirtiéndome un poco más.
—¡Ríndete, Fathom! —brama uno de los maleantes— ¡Tenemos a tu mujer!
El sujeto amenaza de muerte a mi compañera, presionándola contra su cuerpo con el brazo, justo a la altura del cuello. Carga otra cuchilla corta, apuntando directo hacia su pecho. Es una escena realmente conmovedora. Realmente tiene huevos este tipo.
—¿Tú la tienes a ella? —escupe en respuesta, bosquejando una mueca lasciva— ¿O ella te tiene a ti?
—¿Qué esta-…?
—¡Ups! ¡Se me resbaló!
Le lanzo la espada a mi chica, quien, con una destreza sublime y exquisita, la blande contra el matón casi como una hoja danzando en plena brisa otoñal. El brazo derecho que sujetaba el cuchillo se desprende de su hombro y cae al suelo, dejando salir una lluvia torrencial de sangre y un alarido
—¡KYAGH! ¡MALDITA PERRA! ¡¿ME CORTASTE EL BRAZO?!
—A dormir.
Solo un movimiento línea de derecha a izquierda. Lo suficientemente fino y elegante, como para separar su cabeza de la anatomía del varón. Esta cae al suelo, rodando a los pies de la fémina. La sustancia escarlata baña su espada, de la misma forma que lo hace en su mejilla.
—Eres una cosa, pero bárbara cuando te enojas…—se mofa el muchacho, impresionado— "Tsurugi-san"
—No estoy de humor, Félix —chista Kagami con sarcasmo, limpiando la hoja de la Katana con la ropa del mismo sujeto que yace decapitado en el suelo— Eran japoneses todos. Reconozco la marca del tatuaje en el cuello. Creo saber quién los mandó —examina.
A lo lejos, escucho voces y aullidos de más varones intentando alcanzar el cuarto. Esta vez, hablan en un inglés británico fluido. Entran en habitación por habitación y a diferencia de los otros, estos portan armas de fuego. Que fastidio…
—No es tiempo de jugar a la detective —Félix se apodera de una de la manopla de un sujeto tirado en el piso y la toma de la mano— Tenemos que salir de aquí.
Pero en el instante en que dejamos el cuarto, cuatro sujetos nos agarran a balazos desde la salida del ascensor. El pasillo es largo y su puntería tan mala como su aliento. No logran darnos. Me permiten deslizarme sagaz como un lince por la salida de emergencia en dirección hacia las escaleras. Dando trancos extensos de escalón en escalón, llegamos a la salida del hotel. Solo para toparnos de lleno con otro bribón apuntándome con un arma. Kagami no me dio ni chance de desarmarlo. En un abrir y cerrar de ojos, le rebanó la mano. De una patada certera, lo regresó al kínder.
—¡Carajo! ¡¿Podrías dejar de desmembrar personas en mi presencia?! —Fathom pasa por sobre el tipo que se retuerce en el suelo, como si esquivara pisar mierda— ¡Se me está poniendo dura!
—¡Ahí están! —otros sujetos los divisan en el vestíbulo del casino.
—¡Los fetiches para después! —le advierte la peliazul, jalándole del brazo.
Corremos hacia el estacionamiento del recinto, esquivando la lluvia de disparos que nos llegan desde la otra esquina. Escucho como las alarmas de los autos se activan una y otra vez sin cesar. Las balas se incrustan en árboles, señaléticas y una serie de vehículos. Algunos civiles corren despavoridos, aunque el ataque no sea directamente hacia ellos. Me monto sobre la moto y le paso el casco a mi compañera.
—Al menos podrías darme un beso en agradecimiento —se pone el casco— ¿No? —enciende el motor y arranca.
—Cierto —Tsurugi se acomoda el suyo también y le da un cabezazo contra este— Beso concedido. Ya sácame de aquí ¿Quieres? —se aferra a su cintura con ambos brazos.
—Uff, unas ganas de que esas manos estén alrededor de mi cuello —carcajea el rubio, en medio de una balacera como si un juego de niños se tratarse.
Tomo la avenida principal de Las Vegas Boulevard, en dirección noroeste de Blue Diamond. La presión de ser hostigados por los mismos tipos que increíblemente, no se cansan de hinchas las pelotas; me hacen sudar helado. ¿Se habrán jalado una buena tanda? Dos vehículos polarizados nos siguen por el túnel. Uno de los sujetos saca la mitad del torso por el ventanal y nos dispara sin importarle una mierda los transeúntes. Agachamos la cabeza y alcanzo a desacelerar violentamente, zigzagueando entre los autos con instinto turbulento. Tengo experiencia suficiente al volante de esta bebé. Mi compañera confía en ello. Por lo que aprovecha la oportunidad para girarse hacia un costado y atinarle un Tanto a uno de los sujetos que nos mordía los talones. La cuchilla se incrusta de lleno en su frente y el tipejo cae como un muñeco por el ventanal. Me fascina cuando se pone irascible. Me toca el hombro y apunta hacia la salida de la carretera.
Cambio de dirección en la rotonda, hacia la NV 60 de Pahrump Vly. Es un paisaje desértico y muy poco iluminado, pero es la única forma de poder perderlos. Mis latidos comienzan a relajarse conforme noto por el espejo retrovisor que ya no nos siguen. Pero mi victoria no dura mucho. Es arrebatada por el contingente de matones que importunándonos nos acosan de nuevo. Esto tiene mala pinta. A escasos metros diviso las primeras luces de Riverside, en Los Ángeles. Reconozco el edificio de Wells Farco y el White Park. Estamos cerca de nuestro destino. Solo un poco más.
Me he saltado por lo menos diez luces rojas y cuatro cruces peatonales. Algunos automóviles se detienen bruscamente, chocando entre sí. Ya estoy por llegar. El reloj de mi muñeca marca las 02:10 de la madrugada. Escucho el sonido del tren, avisando con avidez que se aproxima a un cruce. La barra de contención comienza a bajar lentamente y las campanas se tambalean de un lado a otro con más insistencia. Es mi chance. Si logro cruzar las vías antes que ellos, no podrán seguirme. Acelero a tope. Siento como Kagami me aprieta el estómago con nervio; por el susto.
La rampa se quiebra delante de mí y consigo saltar la baya hasta finalmente acabar en la acera de enfrente. Me detengo para observar triunfante mi gran logro.
—¡Ja! ¡Tomen esa, putos! —les muestra el dedo de al medio.
Nop…creo que canté victoria demasiado rápido. El primer vehículo alcanza cruzar. Pero el segundo, se impacta de lleno contra el tren y explota delante de mis ojos. Otro balazo. Me rozó el puto casco.
—¡Maldito perro asqueroso mugriento! —acelera de nuevo— ¡Arg!
—Félix, nos está alcanzando —exclama Tsurugi, girándose hacia la derecha.
¡Mierda! El marcador de la motocicleta comienza a parpadear por falta de gasolina. Debí haberle hecho caso a Kagami cuando me dijo que llenara el estanque. El vehículo de los matones ha logrado posicionarse en paralelo a nosotros. La adrenalina aumenta en mi pecho, tras ver como la calle se acaba a solo metros mas adelante. Debo tomar la derecha, subiéndome a la acera. Los transeúntes saltan de un lado a otro escapando despavoridos.
—¡A un lado, gringos! —chilla Félix.
—¡Félix! —advierte la japonesa, sujetándole los hombros— ¡El auto-…!
Fue lo último que logré escuchar, antes del impacto. El parachoques derecho y la puerta del vehículo nos impacta, tentado a hacernos perder el control. El primer golpe me da de lleno en la pierna. A duras penas logro estabilizar la rueda delantera. La segunda colisión, me desestabiliza por completo. Ya no puedo mantener el equilibrio por mas tiempo. Kagami extrae una cuchilla corta (un Tanto) y alcanza a apuñalar en el hombro al maleante que había sacado el cuerpo por la ventana, pero ya es demasiado tarde. Un camión de dos pisos se estrella contra el auto, interceptándonos a nosotros en el intento de asesinarnos. Pierdo total intervención de la moto y salgo eyectado desde el asiento hacia el malecón junto a mi compañera, en una explosión violenta que nos revienta incinerando el céfiro ardiente a mi espalda. Todo se va a negro.
[…]
Parpadeo un par de veces antes de recobrar el conocimiento. Me veo asaltado en el olfato, olisqueando en el aire el aroma nauseabundo del neumático quemado de llantas abrasadas y parte de la carrocería del auto que nos perseguía. Me arrastro por el pavimento, con la mitad de la visual nublada por un charco de sangre. ¿Me dejaron ciego? No…un corte certero en la frente se derrama por mi orbe derecho. Apenas logro vislumbrar la escena. Fuego, un automóvil volcado, la motocicleta atorada contra una palmera, Kagami en el suelo con el casco puesto inmóvil, un pendejo en la tierra que a duras penas se mueve y emite un quejido adolorido. Saco fuerzas de donde sea y apesadumbrado, me levanto. Me horroriza la escena. Pero antes de poder asistirla, el odio dentro de mi explota como un volcán ardiente. Me deshago del yelmo y camino cojeando hacia el sujeto. Intenta alcanzar una pistola que se vio expulsada del carro. Le doy un pisotón al arma y la desplazo hacia un lado.
El pendejo me mira con ira, completamente ensangrentado. Lo fulmino con la mirada.
—Fathom —tose exhausto el varón, conectando la visual con atisbo de odio— Ya te ha encontrado. Ríndete…bastardo traidor.
—Maldito infeliz —profiere Félix, en su chaqueta de cuero— Muere…—lo patea en el mentón, quebrándole la mandíbula— ¡Maldito perro, mugroso, gonorreico, hijo de la traga sable! —le pisotea la cara contra el suelo una y otra ve contra la suela, hasta desfigurarle el rostro— ¡PUTO BASTARDO ENGENDRO MAL COLONIZADO PEDAZO DE MIERDA! ¡MUERE!
La sangre diluida con la materia gris de su cráneo se esparce por el asfalto. Lo ha reventado en el suelo. Acto seguido, socorre a su compañera, tomándola de la nuca.
—¡Kagami! —Félix remueve a la muchacha, con desesperación— ¡Amor! —le quita el casco. Ella continua inconsciente, con una débil línea de sangre brotando por la comisura de sus labios— Mierda…tranquila —añade, aturdido. La carga entre sus brazos— ¡Resiste! Te llevaré a un hospital.
Un vehículo particular menor; inocente se detiene en medio del caos y divisa el accidente. El conductor se baja para intentar ayudar. Estúpido. Lo amenazo de muerte, apuntándole con un arma en la sien. El hombre sale corriendo y me apropio de su auto, conduciendo en dirección al hospital más cercano. Entre tanto, Kagami no reacciona. Ambiciono despertarla, pero sigue inerte y lo que es peor, una extensa mancha de sangre se expande por el costado de su estómago. El pánico se apodera de mí.
Tras llegar al recinto asistencial, la cargo entre mis brazos; exigiendo el refuerzo de un médico; por la entrada de emergencias. Dos paramédicos salen a mi auxilio y la recuestan en una camilla. Una enfermera de cabellos cobrizos me detiene en la puerta, impidiéndome el paso. Ya no puedo ingresar a la sala de urgencias. Solo me resta esperar. Pero la ira, diluida con el sentimiento de frustración ante el resultado se apodera de mí. Enloquezco como un perro salvaje tirando espuma por la boca. Pateo un basurero y luego golpeo la pared. La sangre brota de mis nudillos. Estoy hasta la mierda de esto. La inútil de la enfermera está paralizada mirándome.
—¿Qué miras? —esboza en un graznido, mirándola por sobre el antebrazo.
—Está…herido, señor —murmura la muchacha, preocupada. Le acerca un trozo de gaza a la frente— Tome.
—Tsk —Graham de Vanily acepta de mala gana el producto y se limpia desprolijamente el rostro. Acto que solo ha esparcido parte del hematoma por la frente, el mentón y la mejilla. Ella sigue sin moverse— ¿Qué te pasa? ¿Tengo algo en la cara o algo así?
—En realidad, sí. Muchas cosas —le muestra un botiquín y sonríe— Permítame curarlo. Acompáñeme a la sa-…
—¡No! —protesta— Yo de aquí no me muevo ¿Me oyes? No hasta que Kagami salga de ahí.
—¿Pretende que lo cure en el pasillo? —consulta inquieta.
—Pretendo que te calles y me dejes en paz —Fathom se deja caer sobre la silla de vinil— No he pedido tu ayuda, gracias.
—Vale…estuvo en un accidente de transito —añade la fémina, sentándose de igual forma a su lado para aplicarle alcohol y otras vendas— Es natural que esté confundido. Sufrió una contusión en la frente —le levanta el flequillo— Si no tratamos de-…
—¿Qué acaso estás sorda, mujer? —gruñe el ojiverde, fulminándola con la mirada. Le ataja la muñeca— ¡Te digo que no me to-…!
—¿Algún familiar de la paciente asiática, que acaba de llegar a urgencias? —interrumpe el doctor, con una Tablet en la mano.
—¡Si! —el británico se levanta abruptamente y asiente pasmado— ¡Si soy! ¡Yo!
—¿Y usted es? —arquea una ceja.
—Su marido.
—¿Nombre?
—Eh…—Félix hace una pausa considerable, como quien rehúye de una pregunta obvia— Adrien. Adrien Agreste —el varón lo observa, no muy convencido del dato que le ha dado. Recobra el aliento— Por favor, dígame como está. ¿Se recuperará? ¿Está a salvo? ¿Le pasó algo grave? ¡Por favor! —lo zarandea de los hombros.
—Descuide, señor Agreste —emite templado el especialista— Solo sufrió una lesión al nivel del hígado que ya suturamos y se quebró dos costillas producto de un impacto de fuerza. Pero está estable. Se recuperará en un par de días. Afortunadamente llevaba el caso puesto al momento del choque.
—Dios…—exhala aliviado el rubio. Siente como el alma le regresa al cuerpo— Demonios…que susto me he llevado. Gracias…—junta las manos, simulando rezar.
—Ahora que su esposa y su bebé están fuera de riesgo vital —añade el mayor— quisiera que me ayudara a rellenar este formulario de pregun-…
—¿Bebé? —el joven de mirada esmeralda se paraliza ante tal declaración, boquiabierto— ¿Q-que bebé? ¿D-de qué me está hablando…?
—¿Qué acaso no lo sabía? —inquiere el médico, con atisbo de desconfianza— Su señora lleva en su vientre a un bebé de 16 semanas de gestación.
—¿Ka-Kagami está…? —da un paso hacia atrás, anonadado con la noticia. Trémulo, pregunta— ¿Está embarazada?
—¿Ella no se lo dijo? —examina suspicaz el interno— Que extraño. Supongo que ya tendrá tiempo de hablarlo con su esposa. Favor, rellene esto —le entrega la tablet— Se la pasa cuando acabe a la enfermera Raincomprix.
No. No puede ser cierto. Tiene que ser una broma. ¿Cómo es posible? Comienzo a sudar frio por la espalda. Una parte de mi lo niega tajantemente, en una batalla campal con la otra, que lo asume con hidalguía. Camino temblón hacia la sala donde se encuentra internada y la observo a través del vidrio. Mi cabeza es una tormenta y yo soy un barco a la deriva. La noticia me ha dejado a merced del miedo más vívido que se pueda llegar a profesar. Esto…cambia todas las cosas como las conocía. Mi mundo se derrumba como un castillo de naipes sobre mi cabeza, pues significa tener que renunciar a la volatilidad de mis decisiones. Encarna la inseguridad misma, de no poder seguir en este azaroso camino de violencia excesiva e irascible. Inclino la cabeza y poso mis ojos en su vientre, en un pequeño zoom a la zona. ¿Podría ser que…?
—Este…señor Agreste —la enfermera toca su hombro, raptándolo de sus pensamientos— Lamento si sueno entrometida, pero he escuchado la conversación con el doctor. ¿No cree que sería bueno hablar con su mujer?
—¿Para qué? —infiere Félix, con expresión agria y conjetura perdida— Ella no tenía planeado contármelo. Posiblemente nunca me hubiese enterado, si no pasaba esto —Lo ha ocultado demasiado bien. Ni se le nota…
—¿Por qué cree que le ocultaría algo así? —consulta angustiada la menor— Tener un hijo es muy bonito —sonríe— Una bendición.
—¿Te parece que tenga cara de llevar una vida tranquila y familiar? —Fathom la asesina con los ojos— Me sorprende que no haya abortado. Si fuera hijo del cretino de-… —una pausa. Acto seguido, se retracta, leyendo el pin que yace en su delantal y cita: "Sabrina" — Sabrina…—aprieta la gaza entre sus dedos y se la entrega— Está bien. Dejaré que me cures. Pero necesito que me hagas un favor.
—Creo entender lo que quiere —murmura la pelirroja, observando la sangre en la tela.
—No soy un hombre que suela pedir cosas. Por lo regular las tomo por la fuerza —Félix sostiene la mirada de la muchacha de anteojos y gesticula con morriña— Pero te pido por favor…que hagas esto. O no dormiré en paz.
—Es-está bien señor Agreste —asiente decidida la muchacha. Regresa la vista al trozo que contiene parte del material genético del rubio— Pero primero cuidaré de sus heridas. Luego iré al laboratorio.
—Hey…—la contiene, inmovilizando su muñeca— Kagami no tiene que enterarse.
—Bien…
Un poco más allá.
—Lo tenemos —comenta al teléfono, escondido detrás de una máquina de bebidas— Están en el hospital Health Downey al norte de Long Beach. Se registró con el nombre de su primo. Al parecer sufrieron un accidente. ¿Instrucciones para proceder?
—Nada —expresa el varón al otro lado de la línea, con soberbia— Si sobrevivieron a algo como eso, está claro que ya no hay nada que ustedes puedan hacer. Déjenmelo a mí.
—Entendido, señor.
[…]
Kagami aun no despierta y no logro hacer tiempo muerto de manera sana. Son las 4:20 de la madrugada y me carcomen las ganas por dentro de cobrar venganza sobre los responsables de todo este desmadre. No es de conocimiento ajeno que tengo problemas de control de ira. Frustrado, cobro mi primera victima en el hospital. La puta maquina de cafés que me acaba de tragar las monedas y no me da mi Redbull de mango. Miro hacia la derecha. Miro hacia la izquierda, cerciorándome que nadie me ve y la pateo con crimen hasta que la bastarda me tira dos latas. Genial, premio doble.
Guardo una de ellas en el bolsillo de mi chaqueta de cuero negra y abro una para beberla. Regreso a la sala de espera y prendo un cigarrillo. Automáticamente una enfermera me asesina con los ojos.
—Oiga —berrea— Aquí no se puede fumar. Apague eso.
—¿Y a mí qué? —gruñe Félix, hastiado.
—Llamaré a seguridad —advierte la mujer, levantando el teléfono de recepción.
—Vale, vale ya lo apagué —lo tira dentro de la lata vacía— Tsk…joder. Este país está lleno de idiotas.
No puedo. Lo intento. De verdad que lo hago. Pero no puedo. Me está dando una crisis de ansiedad de la mierda. Me muerdo el dedo pulgar con insistencia, moviendo de arriba hacia abajo mi pie derecho con el típico tic nervioso que me agobia. De un momento a otro, la paranoia se apodera de mí. ¿Y si los matones que intentaron matarnos están aquí? ¿Y si le hacen algo a Kagami? Joder. Corro hacia el cuarto y hago ingreso deliberadamente en el solo para atestiguar de que sus signos vitales estén intactos. Para mi consuelo, está respirando. ¿Qué es este…sentimiento infame que ahora me invade? Me siento indefenso por unos instantes. Débil, pequeño, inútil. ¿Será porque ahora, la mujer que amo lleva un crío en su vientre? Tengo… ¿Miedo? No. Eso es imposible. El gran Félix Fathom no le teme a nada ni a nadie. ¿Qué demonios me está pasando?
—¿Señor Agreste? —interrumpe Sabrina de sopetón.
—¡Mierda! —chilla Félix, dando un salto en su lugar en posición defensiva— Joder, niña. No me asustes así ¿Quieres?
—Dis-Disculpeme…es que ya le traje los resultados del laboratorio y-…
—¡Dame eso! —Graham de Vanily le arrebata el informe y lo lee. Sus cuencas oculares se expanden con horror— 99,99% de…compatibilidad…
—Es su bebé…
Me giro hacia mi compañera y sigo sin poder digerir la noticia. Me cubro la boca con espanto. Los labios me tiemblan y los dedos me sudan. Por la mierda, Kagami. ¿Qué hemos hecho…? La asistente medica me toma el antebrazo y me intenta tranquilizar. Se ha percatado de que estoy en estado de shock; con dos venas dominantes sobre la sien y los ojos saltones teñidos de rojo.
—Joven —murmura Raincomprix— ¿Acaso usted y su esposa corren peligro? —se aventura, un poco más— ¿Alguien los está amenazando? Si es así, podemos pedir ayuda a la policía. Hay una comisaría a una cuadra de acá.
—No seas ridícula —refuta el rubio, soltándose de su agarre— La policía es lo mas corrupta que hay. Son la ultima entidad a la cual recurriría.
—Pero debería pedir ayuda —agrega la pelirroja de anteojos, observando a la Tsurugi— Si su mujer está embarazada…imagine el estrés por el cual esté pasando. Eso podría hacerle daño a su hijo.
—Ya cállate —la intercepta, alzando la mano— ¿Tu que sabes por lo que hemos pasado? No tienes idea.
—¿Cómo puedo ayudarle?
—Ahora mismo, necesito pensar en un nuevo plan —Félix le entrega una lista corrugada en las manos— Quiero que me traigas estas pastillas.
—Eh…claro —Sabrina lee la lista. Pero se acobarda al leer el contenido químico de la mayoría— Este… ¿Tiene la receta médica?
—¿Es una broma, verdad?
—No puedo entregarle estos medicamentos sin una receta médica. Es ilegal —explica la enfermera, atemorizada— El Valium…entre otros, son corticoides narcóticos muy poderosos. Si no se suministran con cautela podrían causar adicción.
—Escúchame —mosqueado, la jala del pecho y la empuja hacia la puerta con actitud subversiva— Será mejor que hagas lo que te estoy pidiendo, si no quieres tener problemas. Soy un hombre muy peligroso, si no consumo ciertas cosas. ¿Comprendes?
—Y-yo…—tartamudea, frunciendo el ceño; resistiendo— No veo que sea una mala persona. ¿Sabe?
—¡¿Y tu que mierda sabes?! ¡¿AH?! —vocifera— ¡No me conoces!
—Lo veo en sus ojos…—musita endeble. Instintivamente, Félix la suelta. Lo ha descolocado un poco— Vale…entonces ya ha caído en la adicción.
—Tengo problemas para dormir, es todo —chasquea la lengua, chistando molesto— Solo has tu puto trabajo como enfermera y dale a tu paciente lo que necesita ¿Si? ¡Joder! —sale del cuarto.
Una vez a solas, la ojiverde arquea ambas cejas acongojadas. Se ha quedado con el sabor amargo de una trágica historia no contada a portas de dos jóvenes, que mas que ser victimarios son más bien víctimas.
Por otro lado, Fathom ya no da más. Su sistema circulatorio y respiratorio pide a gritos sus pastillas. Inhala y exhala abochornado, paseándose de un lado a otro como león enjaulado. Las manos le tiritan. Su garganta simular ser un desierto y sus labios grietas en asfalto. Paulatinamente se desliza hacia la locura de la abstinencia. Abre la segunda lata de energética y la bebe casi de golpe, sediento. Ahogado y falto de aire, sale hacia el exterior del hospital y observa el cielo nocturno de L.A.
—Tranquilizate…—musita para si mismo— Recuerda lo que dijo la terapeuta. Eres un patito pequeño, amarillo y de hule en una bañera tibia de bebé. Respira y cuenta hasta 100. Uff…—gimotea— Uno…dos…tre-…
Su teléfono comienza a vibra trépido dentro de su pantalón. Es el ringtone más hilarante y risible que lleva desde el instituto. Pero que le fascina. El coro de Caramella Girls – Caramelldansen resuena en el aire. La pantalla cita: Desconocido. Félix traga saliva con dificultad. Duda si tomar la llamada o no. Podría ser cualquier mierda. Desde cobranzas hasta una pitanza. Pero no le queda otra opción. Desliza el dedo pulgar sobre el signo verde hacia la derecha y se abre el canal de voz. Se lo lleva a la oreja.
—¿Quien es?
—Félix…—una voz femenina desde el otro lado. Se oye un suspiro aliviado y afligido al mismo tiempo— Dios…sigues con vida. Que bien…ellos te están buscando.
—Ya me encontraron —Félix reconoce a la muchacha del otro lado y exhala derrotado— Llegas un poco tarde como siempre, Lila.
—¿En dónde estás? —pregunta Rossi.
—En el infierno —ironiza iracundo— ¿A ti que mierda te importa? ¿Me quieres acompañar acaso?
—No actúes así. Sabes que siempre me has importado.
—¿Ahora eres comediante? —se mofa el rubio, juntando el entrecejo— No me toques las pelotas por favor. Lo único que te gusta de mi es mi dinero.
—Félix —añade la fémina, con voz hosca— Deja esto. Es absurdo lo que estás haciendo. No puedes vivir toda la vida huyendo. Piensa en tu familia.
—La falsa modestia déjasela a tu sequito de imbéciles que te creen tus manipulaciones —gruñe Fathom, encendiendo un cigarrillo— Me encanta mi vida. Y mientras mas lejos de ti y de todos estemos, mejor.
—¿Estemos? —Lila rezonga, apretando el móvil entre sus dedos con colera— Así que estás con esa.
—Ten cuidado —la amenaza, soltando humo por la nariz— Ni te atrevas a hablar mal de mi mujer.
—Tu amante, querrás decir —corrige, asqueada— Porque tu mujer soy yo.
—Ni en un millón de años —carcajea de manera burlesca— Tu y yo no tenemos futuro. Estamos destinados vivir por siempre en la mierda misma.
—No me interesa que sigas negándolo —la ojiverde hace una pausa, observando la argolla de oro que carga en su dedo anular— No nos hemos divorciado. Y mientras eso no pase, sigues siendo mi esposo.
—Adiós, Lila —finaliza Félix, tentado a cortarle el teléfono.
—El ya sabe que estás en el hospital Health Downey al norte de Long Beach.
—¿Cómo…dices…? —se paraliza de golpe. Acto seguido, cambia drásticamente de actitud a una mucho mas enajenada y farfulle, iracundo— ¿Está contigo ahí, verdad? —no contesta. Le ha dado la razón— Pásamelo.
—Félix, por ultima vez. No-…
—¡Ponlo al puto teléfono, Lila! —demanda, furioso el inglés. Silencio sepulcral del otro lado. Se escucha con claridad como el teléfono se remueve hacia otra dirección y es cogido por otra persona. Frunce el ceño— Bastardo.
—No hagas las cosas mas difíciles, niño —una voz masculina lo increpa del otro lado de la línea— Entrégate y acaba con esto. Ya has causado demasiados problemas en nuestras vidas. Eres la deshonra de todos. Has insultado y vejado a muchas personas, por tu afán absurdo de querer buscar la mal llamada "la libertad" —sentencia el hombre— No tienes escapatoria.
—Eres un cobarde —Félix pisotea el cigarro contra el tacón de sus botas y dicta al teléfono— No puedo creer que hagas todo esto, solo para salvar tu jodido trasero.
—¿Crees que soy tan egoísta como para estar actuando solo por mí? No te proyectes, mocoso —masculle entre dientes el mayor— No sabes a que estás jugando. Has formado una guerra de la que no dimensionas. Y todo por una obsesión hacia la hija de los Tsurugi.
—¿Obsesión le llamas? —repara Félix— Yo estoy enamorado de esa chica. Creí habértelo dejado en claro en Japón.
—Estás en problemas, Félix —señala— Tomoe Tsurugi está furiosa. Devuélvele a su hija. Y a mí, regrésame la unidad USB que me robaste.
—¿Qué insinúas, viejo? —reniega Fathom— Sabes muy bien que Kagami no está secuestrada. Y ese pendrive no es tuyo. Es mío. Solo tomé lo que era de mi propiedad.
—Esta es la ultima vez que sabrás de mi de buena forma, Fathom —veredicta el varón del otro lado, estrujando el móvil entre los dedos— Entrégate y pide perdón. Tsurugi-san prometió ser "compasiva" contigo. Te perdonará la vida. Hazlo…y nadie mas saldrá lastimado. De lo contrario si te sigues negando, mataré con tu amante.
—Ja…—Félix suelta una risita sarcástica, tocándose la sien con ingenio— ¿Serías capaz de matar a la hija de tu propia socia? No…espera…no me respondas —agrega, apretando los labios en el proceso. En el fondo, le duele lo que dirá a continuación, pero es la verdad absoluta— Tu eres capaz de todo. Incluso de matar a tu propio hijo. ¿No? Mandaste a tus matones a asesinarme.
—Las cosas no son como crees —murmura, casi inaudible.
—¿Daño colateral? —satiriza, devastado el menor. Luchando por no soltar ni una lagrima que delate o revele lo que siente, escupe al suelo con rudeza— Tantos años que te jactabas falsamente de mí, diciéndome que era tu orgullo y al mismo tiempo, normalicé el hecho de que yo era solo un perro tuyo. Una marioneta que obedecía sin cuestionarme nada. Se acabó.
—Fél-…
—Cállate —censura Félix, dosificado de ira y daño— Maldito infeliz. ¿Quieres solucionar esto? Lo haremos entonces como hombres que somos. Ya no soy el perro faldero que te respetaba. Me das asco. Resolveremos esto. Pero dejarás a Kagami fuera. ¿Me oíste?
—Vale —acepta el mayor— Dame tus términos.
—9 en punto. En el bar de Bistro —sentencia Graham de Vanily— ¿Lo recuerdas? Donde siempre.
—Bien —consiente— Tu mad-…
—Adiós, Colt —cuelga.
Es curioso. Es verano. Pero juraría que una brisa gélida de invierno me removió los cabellos al mismo instante en que corté la comunicación. Creo que ya es hora de tomar cartas en el asunto. Extraigo del interior de mi pantalón un pendrive y lo aprieto en mis dedos. No estoy haciendo esto por mi o por mi familia o por los demás. Ni si quiera sé si lo hago realmente por Kagami. En realidad…temo…por…la vida de…
Sala de cuidados intensivos, 5:20 de la madrugada.
Kagami abre los ojos finalmente, profesándose extraviada en el tiempo. Nota una intravenosa en el antebrazo derecho y dos cables pegados a su cabeza y pecho. El instinto primitivo de madre se apodera de ella, trasladando ambas manos a su vientre. Palpa la zona, borrando cualquier atisbo de temor de su rostro. Atestigua que su "ocultado" abdomen sigue intacto. Su bebé sigue vivo. El alma le regresa al cuerpo. Pero está sola en el cuarto. No ve rastros de Félix ni mucho menos de un medico capaz. Solo se topa con una pelirroja de anteojos desalineada, sentada en una silla. En cuanto cruzan miradas, ella la socorre.
—Tranquila…—balbucea Sabrina.
—¿Quién eres? —espeta Tsurugi, con desazón y desconfianza— ¿Qué hago aquí?
—Sufrió un accidente. Su esposo la trajo aquí —explica sonriente la chica— Está en el hospital de Health Downey, en Los Ángeles, California.
—¿Mi espo-…? —se retracta, despabilando— Ah…sí. Es verdad. Nos chocó un camión —miente.
—Tranquila, ya no hace falta que finja —manifiesta Raincomprix— Ya me he enterado de todo. Se que los están acosando y persiguiendo. He llamado a la policía.
—¿Qué hiciste, que? —Kagami se exaspera ante su afirmación. Se quita el suero del brazo vigorosamente, junto a los demás cables— Gracias, pero ya estoy mejor. ¿Dónde está Félix?
—¿Félix? —cuestiona aturdida la enfermera— ¿Quién es Félix?
—Félix Fathom —declara sin tapujos— El rubio que estaba acá. ¿A dónde se fue?
—N-No sabía que se llamaba así —parpadea, confundida— Dijo que se llamaba Adrien Agreste —Sabrina carga en su regazo una bolsa de medicamentos. Algo, que no pasa por alto Kagami. Ella se retrae— ¿Qué pasa?
—Dame eso.
—Es-espera…—rechazada— dios…eres igual de profana que el otro muchacho.
—Escucha —la nipona lee señala, quitándole la bolsa de papel con cabal intención de pesimismo— No tienes la menor idea de las cosas por las cuales hemos pasado. Te pido, que, si no vas a ayudarnos, no interfieras —lo siguiente que hace es bajarse de la camilla y coge sus ropas— Me tengo que ir. Dime donde está el británico.
—No lo sé —niega Sabrina cabizbaja— Lo vi salir hace un rato y me pidió que te cuidara hasta que despertaras.
—Mierda…—Tsurugi se pone la chaqueta y sale del cuarto. La enfermera la sigue preocupada detrás— ¿En verdad no te dijo hacia donde iría?
—Lo escuché hablando por teléfono desde la recepción y lo último que mencionó fue a un tal "Colt".
—¿Colt? —la peliazul se suspende al instante, con el pavor apoderándose de su rostro y parte de su anatomía— Demonios…Félix…¿Qué hiciste? No me digas que tu…
Kagami se profesa desvalida. Se observa las manos y se deja caer sobre sus rodillas hacia el pasto del jardín de entrada. Cubre su rostro e inevitablemente comienza a llorar. Sabe perfectamente que significa eso. Y ya no hay nada…que pueda hacer para evitar el fatídico final de esta trágica historia de amor.
[…]
Esta es la parte en donde doy inicio a mi historia. Veamos. ¿Por donde empiezo? Son demasiados los acontecimientos que envuelven mi relato. ¿Debería comenzar por la vez en la que Colt me pilló jalándome la manguera en el garaje? ¿O de la vez que choqué su estúpido Bentley? No. Vámonos un poco más adelante. El día en que recibí la noticia de que nos mudaríamos a Japón. Recuerdo vívidamente ese momento. ¿Cómo olvidarlo? Si fue el día en que me expulsaron del club de hípica por adulterar el alimento de uno de los caballos rivales. Gané esa carrera, pero uno de los veterinarios descubrió que el animal estaba intoxicado con una droga sedante y fui desterrado del círculo VIP, por "tramposo".
Bah. Llámenlo como quieran. Yo solo usé una estrategia de marketing bastante audaz.
Papá estaba furioso. Pero no era algo que me incomodara. El siempre lo está. Lo que realmente me inquietaba era la reacción de mi madre. No hubiese anhelado como hijo único el jamás defraudarla. Y por primera vez en mis cortos 16 años, la vi molesta. No. Mas bien, decepcionada. Ambicionaba pedirle disculpas, pero no me dio chance. Colt era un cabronazo la mayor parte del día. Yo no era la excepción como parte de su terapia para el control de ira que claramente no tenía. ¿Y saben que? Me importaba una reverenda mierda. Es más. Siempre supe que le caía mal. Ojalá caerle peor. Vamos. ¿Cómo explicar la relación toxica que tenía con él? Mhm…
Londres. 15 de mayo del 2021. Penthouse de los Graham de Vanily.
—¡Expulsado! —berrea Colt, con un cigarrillo entre los dedos mientras zapatea el suelo— ¡Y encima del Royal Club! ¡¿Te das cuenta de la estupidez que hiciste, mocoso?!
—El sábado quiero ir al concierto de los Madness —expresa Félix, con ambas manos detrás de la espalda. Claramente no le ha prestado atención y esta es una actitud que a diario toma con el único propósito coherente: provocarlo— Es a las 16:30 en el Port East. Pretendo ir con unos compañeros del instituto.
—¿Qué te hace pensar que te daría permiso para algo como eso? —farfulla colérico el mayor— Eres una maldita deshonra para esta familia. No te mereces ni un premio.
—Sabes que de igual forma iré ¿No? —lo desafía el rubio menor, bosquejando una mueca soberbia en los labios— No te estoy pidiendo permiso. Te estoy avisando.
—¡Ghrn! —su progenitor alza la mano, tentado a abofetearlo por semejante insolencia. Pero es interrumpido por Amelie; lo cual le hace retractarse. Si va a golpearlo, no será delante de su mujer— Tu hijo es un insolente.
—Lo sé —admite la rubia, exhalando rendida ante sus conductas tan erráticas— Pero no es su culpa del todo. Tu eres demasiado juicioso y estricto con él.
—¿Lo estás defendiendo, mujer? —protesta el varón.
—Por el contrario —Graham de Vanily mira penetrante a su hijo y lo reprende con voz severa— Félix, estás castigado. Lo que hiciste en el hipódromo fue imperdonable. No puedes drogar a un inocente animal para fines tan egoístas como esos.
—Lo siento, mamá —admite el ojiverde con desazón y falsa culpa— Pero te juro que no lo hubiera hecho, si no fuera porque mi papá me exigió ganar esa carrera —le endosa— Es más, me dijo que había apostado dinero y que si o si, debía ganar la competencia o estaría en graves apuros —miente.
—¿Cómo dices? —Amelie se gira hacia Colt y lo fulmina con la mirada— ¡¿Colt?!
—¡¿Qué estás diciendo, niño?! —el señor Fathom se desfigura por completo ante tal acusación. Pero para su mala suerte, no puede defenderse. No hay argumento o base valida para ello. Ya que es de conocimiento público que él, es adicto a las apuestas. Chasquea la lengua y asesina a Félix con los ojos— Pequeño monstruo…no creas que te vas a seguir saliendo con al tuya.
—Jm —Félix sonríe victorioso, simulando sentirse acongojado por el regaño de su progenitora. Baja la cabeza y se aproxima a ella, abrazándola cariñosamente— Aprecio tu castigo, madre. Me merezco esa reprimenda. No puedo seguir encubriendo solapadamente la adicción de mi padre. No es honrado. Y créeme, lo cumpliré a cabalidad.
—Bien —asiente complacida la rubia, acariciando su nuca— Así me gusta. Ahora te irás a duchar y cenarás, sin postre. Te iras directo a tu cuarto.
—Si, mami —esboza jovial. Pero no sin antes, sacarle la lengua a un furibundo Colt que se lo come con la vista— Con permiso. Iré a bañarme ahora.
Sé lo que deben de estar pensando. "Ay, este niño es un malcriado y manipulador de primera". Pero no es así. En realidad, solo estoy llevando a cabo una misión para darle justicia a mis sentimientos. Y es que la relación que llevo con padre es pésima. Tan solo ven la punta del iceberg. Solo para cuando comencé a tener consciencia de mi propia existencia, entendí que, si debía vengarme de el de alguna manera, lo haría cada vez que se presentara la oportunidad. Y hasta el día de hoy, esa es mi posición.
Subo al segundo piso y me interno en mi cuarto, satisfecho. Colt me ha prohibido cerrar la puerta con llave. Pero lo hago de igual forma, cada que puedo. Ya no soy un crio. Tengo mis propios métodos para sobrellevar la vida que me han impuesto por la fuerza. Una vida que sin duda no es mía. Fuera de mi habitación, finjo ser un chico de bien, ordenado, bien peinado y con una pulcridad puritana en mi vestir. Pero a solas…lo único que busco es huir de todo eso y dar riendas sueltas a mi verdadera personalidad. Un temperamento salvaje y desmesurado que desea comerse al mundo, llevando al límite sus emociones. Al diablo las reglas y la vida educada de los británicos. Me quito los zapatos y los lanzo a la mierda, dejándolos caer a su suerte. Me deshago de los pantalones, el cinturón, la chaqueta, la camisa, la musculosa debajo y los calzoncillos; regándolos por todos lados. Camino hasta mi computadora y la prendo. Clickleo mi playlist favorita de Spotify. Una mescolanza entre rock, jazz y música electrónica y clásica que solo mi inner comprende. Hora del baño.
Me gusta bailar desnudo. Por lo regular, lo hago en las noches. Y me encanta mirarme al espejo mientras desempeño mis pasos más artísticos. Pero hay otra cosa que me fascina mas que danzar al espejo. Y es tocarme ante él. O frente a una cámara. No lo sé. Le he agarrado una adicción morbosa al hecho de deleitarme a mi mismo con la belleza masculina que me acontece. No soy ninguna clase de físico culturista altruista con el ego por los huevos. Pero si he de admitir que me gusta lo que veo, cuando me veo. He leído un par de veces sobre lo que es el "amor propio". No se confundan, no es nada parecido a ello. Nunca me he amado realmente. Esa palabra, se me hace ajena en un campo inexplorado. Y si hay un mapa para llegar a ello, no lo sé leer. Nunca me he enamorado. No creo en el amor. De lo que sí creo fehacientemente, es que me hipnotiza a nivel celular el contemplarme disfrutando del placer.
Podrán decir que mis complacencias son banales. Pero se equivocan. Mi compleja percepción de la belleza me ha empujado al acantilado del detalle mas sutil; imperceptible a los ojos ordinarios del ser humano. A mi no me hables de pechos femeninos o de miembros masculinos. No. A mi muéstrame lo que hay en tu alma. Cautívame con la idea más revolucionaria que tengas del ser humano. Sedúceme con la hermosura de tu perfecto acabado mentón, tus labios, tus manos, tu cuello, la forma de tus cejas, el contorno de tus nudillos, tu cintura, las venas realzadas en los brazos, una clavícula o una columna remarcada en tu espalda. Enséñame, como tus cuerdas bucales me deleita con tu voz. Gozo de ello en mí mismo, practicándolo en mi ser.
Abro el paso de la llave de agua caliente y me meto a la tina. He ideado una propia repisa personal de artículos de aseo y cuidado personal con lujo y detalle. Lociones para el cuerpo, gel de ducha, crema humectante, skin cares y bálsamo vegano. No me limito solo a exaltar mi belleza física. También lo hago a nivel contextual del mundo que me rodea. Mis duchas son sagradas. Me permiten interiorizar dentro de mi y cuestionarme muchas cosas. La mayor parte del día me muestro extraviado y ajeno del murmullo ajeno. Pero en el fondo, examino el pormenor; de los movimientos de la sociedad. Y eso…es algo que me excita demasiado. Exaltar mi entusiasmo y fogosidad, no es fácil. No es superioridad lo que me invade. Por el contrario, es humildad. Una humildad incomprensible, propensa a caer a la más mínima menudencia de provocación que me des. Una mirada, un gesto, un movimiento.
Finalizo mi baño y empapado en agua tibia, me observo. Detrás de este rostro caucásico de hijo único malcriado, se esconde lo que realmente soy. Y lo que soy es…
—Una basura perversa —balbucea para sí mismo, con voz agria. Apaga la luz.
Mientras camino hacia el armario, secándome el cabello con una toalla me asaltan las notificaciones en mi ordenador. Una tras otra en un símbolo rojo. Me aproximo a la pantalla y deslizo el dedo índice derecho por el mousepad. Un click. Leo los comentarios y "me gusta".
"Me encantas. Por favor, hazme tuya"
"Este hombre me tiene mal"
"Jamás vi nada igual. Baila increíble"
"Me acabo de suscribir y no me arrepiento"
"Que buen material"
"¿Alguien lo conoce? Necesito saber quién es"
Una sonrisa morbosa se dibuja en mi semblante. Otro aviso, me notifica que la cartera de la cuenta ha recibido pagos de todas partes del mundo. Reviso la estadística de entrada con el nombre de usuario. Hay dinero suficiente como para largarme de Inglaterra si quisiera. Algunas redes sociales, son realmente muy rentables ¿No creen? Bajo la tapa del notebook y suspiro vanidoso. Pero hay un sentimiento que me acomete a cabalidad, con el ultimo comentario.
—¿Y para qué me quieres conocer? —murmura para si mismo, con mirada fría— No seas ridículo. Te decepcionarías.
21:15PM. Comedor.
—Atención, familia. Tengo un anuncio que comunicarles —interrumpe Colt Fathom, a la cabeza de la gran mesa de centro. Levanta su copa de vino— Hoy he firmado un importante contrato con una industria japonesa. Al parecer, se han interesado en mi nuevo prototipo de Software. Es un trato millonario.
—¿En serio, cariño? —Amelie se entusiasma. Mas que nada, porque es dinero— ¡No puedo creerlo!
—Que bien por ti, papá —ironiza Félix, cortando un trozo de carne restándole importancia— Hurra.
—No seas tan soberbio, Félix —determina el canoso, alzando su vaso para brindar con el— Esto es parte de tu progreso también.
—¿Cómo dices? —el menor del matrimonio hace un pausa, dejando de lado sus cubiertos. Lo mira estupefacto— ¿Yo que tengo que ver?
—¿Recuerdas el programa que desarrollaste el año pasado para el instituto? ¿Ese para la clase de ciencia, que me diste sobre el dispositivo de rastreo de chip? —insinúa el señor Fathom— Se han interesado en tu propuesta.
—¿Eh? Pero…—parpadea, atónito— Solo es eso, papá. Un "prototipo". Realmente solo lo presenté para ganarme la beca a la universidad de Oxford como querías.
—Vale —se encoge de hombros el progenitor— Los japoneses ven potencial en él. No es solo un modelo. Lo dieron por hecho, ya que hay una industria importante en esa nación que se dedica a esas innovaciones.
—Bueno…genial por ti ¿No? —reniega receloso el rubio, frunciendo el ceño— Puedes tomar mi idea y robártela si quieres. Me vale.
—No me estás entendiendo, Félix —Colt se somanta el bigote con altivez, sonriente— Ya he firmado. Está hecho. La presidenta de la compañía me ha hecho una oferta que no podía rechazar —sentencia— Y la acepté. Nos vamos.
—¿Nos vamos? —pestañea Amelie, confundida— ¿A dónde nos vamos?
—¿Cómo que a dónde? —carcajea Colt— ¡Nos vamos a Japón!
—¡¿Qué mierda?! —el pequeño Graham de Vanily brinca en su silla con violencia, tirándola hacia atrás. Lo reprende— ¡¿Cómo que nos vamos a japón?!
—¡Félix! —su madre lo amonesta— ¡Cuida tu lenguaje en la mesa!
—¡Madre! —brama el ojiverde, furibundo— ¡No puede solo decidir que hacer con la vida de todos! ¡No me iré a ningún lado!
—¡Félix! —redunda Amelie, como última advertencia— No me obligues a tomar medidas. Te sientas ahora y escuchas a tu padre.
—¡Pero, mamá! —protesta Félix, enardecido— ¡¿Qué voy a hacer en japón?! ¡Todos mis amigos, mi vida, mi universidad, mi mundo! —aprieta los labios, derrotado. Su madre ha hablado. Nada puede hacer para contradecirla— Están aquí…
—Ya he hecho los preparativos con ello. No te preocupes. Tendrás nueva vida y amigos allá —añade Colt— De hecho, Gabriel y su familia también van. Firmó un contrato importante. Así que no estarás solo ¿Verdad? Te irás con tu primo hermano.
—No me-…—Félix es interrumpido abruptamente por una noticia ajena a él.
—¿Emilie también va? —comenta inocente Amelie, tras escuchar a su hermana gemela en el entuerto— ¡Me alegra tanto! No podría irme sin ella, tu sabes —brinda acompañando a su esposo moralmente hablando— ¡Salud por eso entonces! ¡Nos vamos a japón! Eh… ¿A qué ciudad? —inquiere preocupada.
—Tokio —sentencia Colt— La capital.
—¿Qué mierda pretendes que haga con mi vida en Tokio? —protesta Félix, hastiado de su falsa modestia— Ni conozco japón, su cultura o su educación.
—Te adaptarás, Félix —sentencia Colt Fathom, esbozando una sonrisa sagaz— Ya que tu eres un chico muy sociable y extrovertido. Lo solucionarás.
—Todo lo que dijo, fue una puta jodida burla —Graham de Vanily avienta la servilleta contra el plato— Se me quitó el apetito. Con permiso —y se retira a su cuarto.
Quería matar a Colt con mis propias manos. Incluso a mi precaria edad comprendía que el parricidio era un delito bastante grave. Pero demonios que lo anhelaba de vez en cuando. Estaba tentando a dar un portazo. Mas me retuve en la puerta, para no asustar a mi madre. Lo primero que hice fue tirarme boca abajo a la cama y ahogar un grito violento contra la almohada. Solo para cuando los niveles de testosterona en mi cuerpo se vieron mermados, pude levantarme buscando mi único consuelo en momentos de locura y demencia.
Mis gadgets. Algunos esparcidos por sobre el escritorio y otros, sobre un mueble de madera gris; donde también descansaban mis herramientas. Me giré en la silla, acomodé un monóculo de zoom y extraje pinzas entre otros artefactos. Levanté la tapa del ordenador y llamé a mi terapeuta de pro-bono personal.
—Imagino que ya te enteraste de la noticia —silencio— ¿Estás molesto, primo? —consulta Adrien Agreste desde el otro lado de la videollamada.
—Wow…eres tan perceptivo como siempre, Adrien —se queja el británico, ensamblando algunos circuitos.
—Dios… —el francés suspira agobiado— ¿Me has llamado solo para desahogarte verdad?
—¿Y a quien más iba a buscar? —lo increpa su familiar, mirando directamente hacia la cámara— ¿No fuiste tu quien me dijo que lo llamara primero, si me sentía mal o solo antes de hacer alguna tontería?
—Es verdad. Lo dije —sonríe ladino el ojiverde— Discúlpame. Es que realmente te noto pesaroso.
—¿Cómo quieres que esté? —Félix se quita el anteojo derecho y lo deja en el mesón. Recargando la espalda hacia atrás, desvía la mirada, melancólico— A diferencia de ti, que no sabes ni dónde estás parando. Yo ya tenía planes aquí. De corto y largo plazo.
—¿Planes dices? —ríe Adrien con ternura— ¿Cómo los de robar tarjetas de crédito por internet?
—Tsk...ya dejé eso atrás —gruñe Fathom, sutilmente divertido por su comentario— Aunque no debiste contarle a mi tía Emilie lo que hacía. Me regañó feo.
—Normal, Félix —se encoge de hombros— intentaste hackear la cuenta de mi papá.
—Se lo merecía —el inglés hace amago de obviedad y audacia— En primer lugar, no debió negarte comprar ese videojuego. Era tu favorito y, además, eres un buen chico, Adrien. Tienes buenas calificaciones, eres obediente y bien virgen.
—Omitiré lo último —se ruboriza.
—Como sea —bufa Félix, apoyando ambos codos sobre el escritorio con los dedos cruzados. Lo examina a través de la pantalla— Papá dijo que irás también. ¿No te da miedo dejar tu vida en parís?
—La verdad es que no —admite jovial el menor de los Agreste— Toda mi vida he crecido estudiando en casa. Prácticamente mi circulo de apoyo son papá, mamá y Nathalie. Tu…mis tíos en Londres —se soba el cuello con inocencia— Si estoy con ustedes en el país que sea, me sentiré muy seguro. De hecho, estoy emocionado
—¿Emocionado? —arquea una ceja, receloso— ¿Por qué?
—Como es mi último año académico, mamá dijo que me va a permitir asistir a un instituto escolar —expone templado— ¿Puedes creerlo? Por fin iré a la escuela. Y todo indica, de que tu irás al mismo establecimiento que yo.
—¿Es joda? Mierda —Félix se cubre el rostro, disgustado— Genial. Ahora tendré que hacerme cargo de ti todos los días.
—¡Jajaja! ¡No seas tan amargado! Vele el lado positivo —Adrien gesticula una expresión cariñosa, dotada de mucha seguridad— Podré ayudarte con tu tarea.
—¿Tu? ¿Ayudarme a mi con la tarea? ¡Ja! —carcajea en modo infantil— Yo creo que será al revés. No te proyectes en mí, primo.
—Tengo que colgar —se despide su camarada, alzando la manito— Debo ir a cenar. ¿Tu ya cenaste? Te ves pálido.
—Ando con diarrea.
—Come algo, bobo —lo despacha— ¡Nos vemos en Tokio!
Quise con toda mi alma pedirle que no me colgara aún. Que no se fuera y que pudiésemos hablar un poco más. Pero eso sería sobrepasar los propios límites de mi orgullo. Y eso es un acto de debilidad que no demostraré con él. Aun así, me quedé un buen rato viendo la imagen de su fotografía sobre el fondo de pantalla con el símbolo teléfono colgado.
La videollamada ha finalizado. ¿Cómo calificas tu experiencia de conexión? Marque con una estrella.
Leo una y otra vez la misiva y profeso una sincera tristeza. ¿Japón? Ni si quiera se algo de ese idioma. Estoy preocupado. Me aqueja la duda sobre su población. ¿Qué clase de personas serán los japoneses? Abro una nueva pestaña y busco en Google la palabra "Tokio". Las imágenes me parecen surreales. Aparte del anime, los mangas, el pescado crudo y la obsesión de ponerle arroz o fideos a la sopa no sé nada más. Esa noche, no pegué un ojo. Tozudo y encaprichado por dotarme de conocimientos útiles, pasé la noche en vela estudiando sobre el tema. Una imagen me llevaba a otra. Y luego esa, a otra página. Hoteles, videojuegos, bares, música, colores, gastronomía, ciencia, tecnología.
Esa ultima palabra, me removió las entrañas con una morbosa estimulación. ¿Tren de levitación magnética? ¿Hologramas? ¿Robótica? ¿Viajes al espacio? ¿Simuladores de IA? Oigan… ¿Pero esto que es? ¿Otro planeta?
—Hombres…vestidos…de…mujeres…
Leí, leí y re contra leí. En algún punto me dormí sobre el teclado del computador. Y solo para cuando desperté, me percaté que los pájaros ya cantaban y los primeros rayos del astro rey entraban por mi cuarto. Curiosamente, una manta me cubría la espalda. Reconocí el aroma de inmediato. Era el chal de mamá; inconfundible su perfume. Seguramente entró en algún momento al cuarto y para no despertarme me dejó ahí. Para mi fortuna, me había cuajado en medio de una curiosa página de cafetería para gatos. Mi incursión noctívaga de alguna forma despertó en mi un profundo interés por esta cultura. Mi yo de hace unas horas, ya no era el mismo. Esa versatilidad que me gusta de mí, me permite concebir ideas y cambiar de opinión si se me place. ¿Y si Adrien tenía razón? ¿Y si esto es realmente bueno?
—Vale…—asiente Félix, con una sonrisa ladina dibujada en la comisura de sus labios— Tokio…vamos a darle una oportunidad.
[…]
Para el 23 de junio, yo y mis padres nos habíamos mudado a tierras niponas. Aunque nunca me interesé en el estúpido trabajo que tenía Colt ni mucho menos inmiscuirme en sus negocios, de lo único que estaba seguro es que era rentable. Sé que tenia una fabrica de innovación bélica. Como armas y eso. Pero no dimensioné que clase de persona podría estar interesada en su empresa. Japón al parecer eran una civilización pacifica a primera vista. Tras la segunda guerra mundial y con la caída de dos bombas atómicas en su nación, se llenaron de discursos sosegados y de armonía mundial; en vías de un desarrollo global bien equilibrado. Pero no cien por ciento integrado en la economía mundial. En realidad, son una sociedad recelosa y resentida. Sobre todo, con los norteamericanos o cualquier raza imperialista europea.
Fue algo que amargamente descubrí el primer día de clases. Estos pendejos son unos racistas. Adrien y yo, éramos vistos como dos garrapatas amarillas en medio de un aula de pelos de clavo y ojos rasgados. El profesor al cual llaman "sensei" nos sentó juntos, casi al final de la fila. No sé si lo hizo para incluirnos realmente o solo para aislarnos. Pero me cayó mal. Nadie nos dijo nada malo la verdad. Pero no hace falta decir algo para mirarme con asco. Son una colectividad hipócrita, de esas que te sonríen cordiales y por detrás de descueran a chismes. Bueno, no me quejo. Los ingleses son iguales. El único que parece resentirlo es mi primo hermano, porque el nació en Francia. Y los franceses son lo mas libertinos que hay. El Adrien que decía protegerme y ayudarme se incineró detrás de una expresión triste la mayor parte del día. Pude notar como insistentemente trataba de ser cordial con estos chinos de mierda. Pero siempre era solapadamente rechazado tras una sonrisa sínica. Es tal y como le dije. Soy yo, quien tendría que cuidarlo como de costumbre. Aquí vamos de nuevo…
—Tienes que mejorar tu japonés si quieres que te dejen de ver como una lacra —advierte Félix, en el comedor del instituto— Pareces neandertal.
—Lo sé, primo. Pero como te explico que solo me dieron clases de chino —se excusa Adrien, atormentado por su falta de lingüística— Aunque ya se lo básico y estoy aprendiendo rápido.
—A mi me dieron clases de coreano —chista Fathom, con sarcasmo— Y mira donde acabamos los dos. ¿Acaso esto es corea o china? No. Nuestros padres son unos tarados.
—Papá me dijo que esta era una prestigiosa escuela "abierta" al mundo y que tenía muchos alumnos extranjeros —el Agreste examina el recinto. Pero no topa a ninguno— No he visto ni uno solo desde que llegué.
—Eso es porque estás ciego —Graham de Vanily le apunta con dos palillos y mastica algo de arroz— Yo ya vi un par, por el club de esgrima y ajedrez.
—¿De verdad? —el francés se entusiasma con su declaración— ¿Alguna chica linda de casualidad?
—¿Te estás escuchando? —lo increpa su compañero, frunciendo el ceño con asco— ¿Cómo puedes estar pensando en mujeres? Dinero, Adrien. Solo debes pensar en dinero.
—¿Para que quiero dinero, si no tengo una compañera con quien compartirlo? —balbucea mustio el galo, jugueteando con dos zanahorias en su plato— No entiendo como podrías vivir sin amor en tu vida.
—Me están dando ganas de regurgitar mi comida ahora mismo —le advierte Fathom, haciendo una pausa— No sigas o te vomito encima.
—Tu problema es que sigues traumado por esa chica que te rechazó a los 14 —se mofa Adrien, mostrándole la comida en la boca— ¿Cómo olvidarlo? Si hasta un poema le escribiste. ¡Jaja! ¡Estabas enculado!
—Te voy a matar —insinúa con un bochorno en las mejillas— Ni una palabra de eso a nadie. ¿Me oyes?
—Félix —el rubio cambia drásticamente de tema— Por favor dime que cerraste esa página horrible que tenías.
—No es de tu incumbencia.
—¡Primo! —arremete, preocupado— Eso es…ilegal en japón. ¿Sabias? Te puedes ir preso —añade con conocimiento del asunto— Acá he visto que le ponen censura o pixelan cosas así.
—Escúchame, estúpido idio-…
—¡Salut! —los interrumpe una muchacha de tes morena, de manera cariñosa— Oh…no sé si lo dije bien. ¿Hello? ¡Hi! ¡Ciao! —ríe jovial— Mucho gusto, chicos —habla en francés. Idioma que ambos conocen— ¿Qué tal están? Con mi amiga y yo hemos notado que son extranjeros. No se ofendan, pero tengo entendido que son franceses —señala mas atrás. Una tímida muchacha de ojos azules, los saluda.
—¡Salut! —saluda Adrien, parándose instantáneamente al verla. Sus ojitos brillan— ¡Santo dios! ¡¿Eres francesa?! La primera que conozco. ¡Que emoción! —saluda a la muchacha escondida en su espalda— ¿Hola?
—Jejeje…—saluda de vuelta la peliazul— Hola…
—Yo soy francés. El es mi primo hermano, Félix. Es británico —lo presenta— Saluda, Félix.
—Hola, supongo —Fathom rueda los ojos.
—Un placer conocerlos. Me llamo Alya Césaire. Ella es mi amiga Marinette —la presenta, jalándola hacia adelante para que tome protagonismo de la conversación— ¿Van al salón B? Estamos en el aula A. Los vimos en la biblioteca y se me ocurrió que podríamos hablar.
—Se te ocurren muchas cosas, eh —susurra Graham de Vanily, desconfiado.
—¡Ignórenlo! No es mal chico. Es tímido solamente y le cuesta socializar —expone Adrien, ligeramente interesado en la temerosa Marinette— Hola, Marinette. Me llamo Adrien Agreste. Un placer —le estira la mano.
—U-un placer…Adrien…—corresponde el gesto, trémula— Marinette Dupain-Cheng.
—Lindo nombre —halaga el rubio, sonrojado.
—Lindo nombre el tuyo también, Adrien —ríe nerviosa la ojiazul; al igual que el se ha ruborizado hasta las orejas— Lamentamos interrumpirlos. Le dije a Alya que no lo hiciera. Pero insistió —la pellizca del brazo.
—¡Ouch! Jeje…—se queja Césaire, disimuladamente. Le da un puntapié en respuesta— Bueno, mi amiga es como tu primo hermano. También es tímida y le cuesta socializar. Supongo que tenemos algo en común.
—¿Quieren ser mis amigas? —pregunta Adrien, sin ningún tapujo o premura en ello— La verdad es que no tengo amigos desde que llegué a la escuela.
—¿Y yo que, taradito? —Félix lo fulmina con la mirada— Pero que patán.
—¡Claro! Es lo mismo que estaba pensando yo —esboza Alya, con ternura— ¿Qué te parece si nos mantenemos en contacto? Te daré mi número.
—¿No pretendes darle tu número a una desconocida, así como así, o sí? —cuestiona Graham de Vanily, estupefacto.
—¡Toma mi número! —ignorando totalmente a su familiar, saca su teléfono e intercambian números— Termina en 9.
—¡¿Pero que mierda?! —Félix se levanta de golpe de la mesa— ¡¿Qué estás-…?!
Un golpe certero cayendo al suelo los alerta a los cuatro. Es una chica japonesa quien le ha quitado el asiento a otra alumna. Se jacta de su hazaña y carcajea abiertamente, siendo acompañada de otras dos. Abiertamente mostrándose como una bully de primera. Discuten en japones. Un idioma que Félix entiende a la perfección, pues ha estudiado de el con maestría.
—¡Este lugar está reservado! —brama la muchacha— ¡Largo de aquí, Akane!
—¡No es cierto! ¡Yo llegué primero! —protesta la fémina.
—¡Jamás podrías llegar primero que ella! —chilla la nipona, pateándole la manzana por el suelo. Esta rueda hacia los pies de Félix— Esta es la silla de la presidenta. Si no te quitas yo-…
Silencio sepulcral. De un momento a otro, todos en el comedor se han enmudecido. Los primos no entienden un carajo. Aunque Alya y Marinette si, por lo que se apartan para no emitir sonido alguno. Desde la puerta principal de la sala, hace ingreso una muchacha de mirada marrona y cabello azulado azabache. La acompañan dos hombres más, con el uniforme de la escuela. Bien peinados, pulcros, estoicos, altos y robustos. La estudiante de mediana estatura camina hacia el conflicto, pasando por los rubios; pero no sin antes cruzar mirada discreta con uno de ellos en particular: Félix Fathom. El ha captado a la perfección ese gesto, paralizándose de golpe. Un sudor frio le recorre desde la nuca hasta el pie. En cámara lenta, nota como ella lo liquida con la visual afilada cual lince.
—¿Y ella quien es…? —piensa Félix, tragando saliva.
—Tsurugi-san —manifiesta con engreimiento la alumna— Akane nuevamente intentando empañarla. Pero ha le he quitado del lado. Está claro que no está a la altura.
—Tsk…puta mierda —Félix frunce el ceño, cabreado— Así que tendré que enfrentarme a esta clase de mocosas engreídas incluso aquí en japón. Me-…—se detiene, siendo abruptamente interrumpido de sus pensamientos mas nocivos, por una notoria y sonora bofetada— ¿Pero que…?
Los alumnos se retraen en sus asientos, apretando el culo con miedo. La "presidenta" acaba de cachetear a la muchacha que supuestamente la estaba ayudando. Nadie entiende nada. Confundidos, en pánico, algunos se retiran de la escena tomando sus bandejas. Otros, se alejan, pero solo para darle su apoyo a la muchacha.
—Takazuki.
—¿Si, Kagami-san? —contesta el varón.
—¿Yo he dado la orden de sacar a Akane de aquí?
—No, Kagami-san —niega imperturbable— De hecho, ha ordenado que la incluyan en el club de Esgrima.
—¡Pe-pero! —se defiende la golpeada, en el suelo.
—Ya escuchaste, Hana —dictamina Kagami con altura de mira y potestad— Deja de hacerme ver como si fuese una estúpida y quítate —acto seguido, recoge a Akane y la sienta en la silla— Tranquila. Puedes sentarte donde quieras.
—A-arigatou…Kagami-sama —agradece la afectada.
¿Pero que ha sido todo esto? Jamás vi a una chica como esta. Es tan…
—¿Qué pasó, primo? —se mofa Adrien, subiéndole el mentón para cerrarle la boca— Se te soltó la mandíbula de abajo.
—¿Qué insinúas, infeliz? —Félix blasfema sentirse atraído instantáneamente por la chica japonesa y toma su bandeja, para depositarla en el basurero— Nos vamos.
—Aun no he acabado de comer —informa Adrien, desalentado.
—Pero yo si —determina con voz agria el británico. Aunque no sin antes, regresar a observar a la chica que hace un rato, cautivó su interés— ¿Esa quien es?
—Es Kagami Tsurugi —le responde Alya, quien inquisitivamente los ha seguido, aunque no se lo pidan. Por todos lados, intenta ser su amiga— Es la hija de la directora y la presidenta del centro de alumnos. ¿Por qué la pregunta? —seduce— ¿Quieres hablarle? Te advierto que-
—Hasta luego —se despide Félix, cortando la comunicación con las chicas.
—Gracias por todo, chicas —se despide Adrien, sobre conmocionado por la presencia de Marinette en particular— Tienen mi número —y sigue a su primo por las escaleras— ¡Espera, Félix!
—Se llama Adrien Agreste…—musita conmovida Dupain-Cheng— Y me dio la mano…—no se la cree— Dios…es tan gentil y tierno.
—Se ve un hueso duro de roer —exhala Alya, con ambas manos en la cadera y negando con la cabeza— Al parecer, su primo lo influencia mucho y es bastante antisocial.
—Tu lo viste —exclama Marinette, esperanzada— Parece que le atrae Kagami.
—Que suerte la tuya ¿No crees? —se mofa Césaire— Nadie en la escuela sabe que tú y ella son intimas amigas —suspira derrotada— Ay, chica. Cuando el amor llama a la puerta, no puedes cerrarla con llave —deposita su bandeja en el basurero.
—¡¿Qué dices?! —se queja Marinette, siguiéndola por el pasillo.
Ambas voces se desvanecen en el aire.
[…]
Desde que llegué a Tokio, lo único que me interesaba era su cultura. Lo admito. Pero cuando vi a esa chica en el comedor, algo en mi se encendió como un farol en medio del mar atlántico; buscando navegantes perdidos en el océano. Lo mismo que yo profesaría ser. Lo primero que hago al llegar a la mansión que mis padres compraron, es escribir en un bloc de notas que he abierto sobre mis vivencias en estos lares. Su nombre, realza la portada y el encabezado. Se llama Kagami Tsurugi. Y hasta donde tengo conocimiento precariamente es la hija de la directora. ¿Por qué no la vi antes? Natural…no me veo involucrado en una serie de eventos paralelos a ella. Mi misión en Japón era hacerme rico. ¿Ella que rol cumple aquí? Me inquieta. La manera en la que me miró hoy, no sale de mi cabeza. Me da vueltas y vueltas. Hubieran visto como se fijó en mí. Es una sensación embriagadora. ¿Quién es esta chica misteriosa que me asalta? Necesito…investigar y saber mas de su existencia. Vamos, por un tema a la ciencia ¿Ok? No es que esté obsesionado. Solo quiero…averiguar más.
Salón de arte contemporáneo, 16:10PM. Es la última clase del día.
—Félix, con las chicas iremos a por un helado a Shibuya. Quieren mostrarme algunos lugares y presentarme más amigos extranjeros —comenta jovial su primo Adrien, en lo que guarda sus libros en el morral— ¿Vienes?
Adrien es bien traidor, les diré. Ha pasado solo una semana desde que hizo "nuevos amigos" y ahora siempre me deja de lado cada vez que puede. Ni si quiera muestra un toque de decencia por saber que haré con mi vida. Me deja la mayor parte del día solo. ¡Hasta almuerza con las tipas esas!
—No, gracias —niega Fathom con actitud arisca— Ve y diviértete con tus nuevos amigos y déjame tirado como siempre.
—Dios mío, eres un melodramático —el Agreste se golpea la frente— Sabes que jamás te he dejado tirado como dices. Te he invitado a los mismos lados que voy yo. Incluso almorzamos juntos los cuatro. Trato de incluirte para que seas mas sociable. Pero no pones de tu parte.
—Por supuesto que no —refunfuña como un crio el británico— No me apetece socializar con esa clase de personas.
—Vale —su compañero se cruza de brazos— ¿Entonces con quien quieres socializar? ¿Mh? Tal vez pueda ayudarte.
—Tsk...ni si quiera te desgastes —manifiesta derrotado— Algunas personas simplemente no están al alcance de todos.
—Te quieres bien poco, la verdad —suspira finalmente, dándole un toque sincero en el hombro antes de irse— Tal vez si dejaras ese pesimismo de lado y te concentraras en realmente hablar con las personas, todo sería distinto. Me voy. Nos vemos mañana, primo.
¿Hablar con las personas? ¿Cómo? ¿Así, directamente? ¿Cara a cara? Es una puta broma. No hay manera de que pueda hablarle de frente a Kagami Tsurugi. No, a gente como ella no se le habla. Se le estudia primero. Y es lo que he venido haciendo desde hace ya una semana completa. He instalado mini cámaras en cada ángulo del instituto, con un circuito de monitoreo cerrado conectado a mi tablet. Desde aquí, puedo ver su salón de clases y los lugares que visita, a excepción del baño de mujeres. Y no solo eso. También pegué un rastreador en su mochila que me da su geolocalización cuando sale de clases y hackie la nube de su celular. Así que tengo acceso a su galería de fotos y a algunas aplicaciones. Se que hace durante los almuerzos, en los recesos, incluso cuando nadie mas la ve…yo la estoy viendo. Esa tarde no fue distinta a las demás. Me dispuse como un lince en cacería a perseguirla como era habitual. He descubierto un par de cosas sobre su personalidad que me atraen muchísimo. La primera, es que le gusta la música electrónica. Lo sé porque tengo acceso a su playlist de Spotify. Posiblemente un variante o tipo de pop sintético japones. La verdad es que yo soy de cosas mas bien clásicas, pero indagando un poco en su estilo, no me ha desagradado para nada. Es más, me evoca sensaciones de adrenalina y me hace sentir eufórico. Me gusta…
Suele comer con sus propios palillos, los cuales son peculiarmente llamativos por la extravagante forma de la madera y su acabado en barniz rojo. Hace querer meterme los míos por el culo; que son a lo menos vulgares y corrientes. La diviso un poco más allá, escondido de todos. Veo que le gusta medir las porciones de arroz que se lleva a la boca. Interesante. Lo anoto en mi libreta. Es muy buena en esgrima y en cualquier otra clase de arte noble. Le saqué un par de fotos. Se ve increíble cuando suda.
Los lunes visita una tienda de Mangas y videojuegos en el centro comercial de Akihabara. El lugar se llama Akiba y tiene un gato de la suerte enorme en la entrada, que mueve la patita. El muchacho que la atiende es un moribundo emo drogadicto corte pajero futre pelafustán de quinta llamado Kintaro. Lo odio. Sé que le gusta Kagami, porque le hace descuentos estúpidos y además le mira las piernas con insistencia. Imagino que ella tendrá gustos mas refinados que esos, por lo que la veo pasar de él. Pero aun así me enfurece este wacho.
Entré solo para comprar lo mismo que ella y de paso, asesinar al pendejo este con la mirada. Que se espante. Me vale.
Luego, se retira a una especie de ciber café llamado Arcade Tokio y se pide el mismo Smoothie de siempre, en la misma máquina de juegos de siempre. Granizado Sakura con espuma de queso, en lo que juega Ninja Ultimate. El personaje siempre el semejante, un chico samurái de nombre Akira. Yo hago lo mismo. Solo que me adueño indiscriminadamente de una de las máquinas de carrera y finjo competir, pasando la tarjeta de miembro por el lector una y otra vez. Bebo algo similar a lo suyo. Kagami es muy diestra con los juegos. Aunque se ha dado vuelta el mismo unas doscientas veces. Permanece en el recinto como hasta las 20:30 y luego se marcha en dirección norte hacia el metrotrén. No se sube a ningún vagón en particular. Solo espera ahí hasta que un automóvil de color rojo y puertas automatizadas la recogen y se marcha hacia casa.
Yo la sigo, pidiendo un taxi.
Vive en una mansión estilo colonial de la época Edo, a las afueras de Kashiwa en la prefectura de Chiba. Arquitectónicamente clásica pero muy moderna por dentro. Un par de robots del tipo androides la reciben. Solo hasta ahí puedo concluir mi viaje. El portón es eléctrico. Es un lugar enorme. Jamás he logrado entrar, ya que la propia casona está amurallada. Pero, para mi fortuna, su habitación está en el primer piso. Y curiosamente hay un enorme cedro que da a la calle. Así que no me es mucho problema escalar su tronco y sentarme sobre una de las ramas mas gruesas. Desde este ángulo, puedo deleitarme con su semblante templado y sereno; desempeñando cualquier cosa que haga. Esta noche, está pintando un cuadro. Se ve que le gusta mucho dibujar. Tiene muchísimo talento. No hay nada que esta chica no haga bien.
He notado algo que me preocupa. O más bien…me intriga. Y es el hecho de que Kagami pasa la mayor parte del día, completamente sola. No importa que sea que está haciendo o a donde vaya, la fecha, el día o la hora. Siempre está sola. Incluso ahora que esta en su propia casa, ella…sigue en completo abandono. Me pregunto si tendrá hermanos. ¿Dónde estarán su padre o su padre? ¿Algún primo? Kagami no tiene amigos. La he visto platicar con personas en la escuela, pero escuetamente y solo por cosas académicas.
Kagami es como yo. Tenemos bastantes cosas en común y posiblemente estemos sintiendo parecido. Pero no somos iguales. Ella es mucho más honorable que yo. De eso no tengo duda alguna.
—¡Miau!
—¡Owah! —Félix se espanta, apunto de perder el equilibrio. Logra afirmarse de una rama, pero los binoculares con los cuales espiaba se han ido dentro de unos arbustos— Tsk…maldita sea, me asustaste gato tonto —es un gato de pelaje blanco y ojos verdes.
—Meow —maúlla el felino, sentándose frente a el para lamerse la patita.
—¿Quién eres? Veo que tienes dueño —murmura el inglés, leyendo la placa debajo de su cascabel— "Kyoko". Ya veo, eres niña.
—¿Kyoko? —consulta Kagami, brotando desde la terraza de su cuarto— ¡¿Kyoko?! ¡¿En donde estás?! ¡Es hora de tu cena!
A pesar de que la están llamando, la muy infeliz lo sabe, pero no responde. Haciendo caso omiso, se recuesta sobre sus patas como si nada pasara. Es una michi mala.
—Que mala leche eres, Kyoko —chista Fathom— Tu dueña te busca y tu aquí haciéndote la dormida. La vas a preocupar de más —una idea— ¡Eso es! Si te llevo donde Kagami…quedaré como un héroe. Le diré que te encontré atrapada en un árbol. Dios, pero que brillante soy jeje —ríe con orgullo— Ven aquí.
—¿Mew? —el felino despabila, saltando instintivamente antes de ser tocado— ¡Jiiii! —le muestra los dientes, engrifada— ¡MEOW!
—a
—¡GRAAW! —se le lanza encima.
—¡Es-Espera! —chilla Graham de Vanily, a duras penas batallando contra el furioso animal, que le ha arañado por completo— ¡En la cara no, joder! ¡En la cara no!
—¿Pero que demonios? —Tsurugi es alertada por el movimiento errático de algunas ramas, el pelo de gato que salta y unos que otros mechones rubios.
Corre por su Bokken y sale disparada hacia la calle. El sonido hueco de un cuerpo siendo impactado contra los arbustos la espanta y rápidamente, se desplaza hacia la escena. Juraría que fue una persona la que cayó. Pero el espacio no es muy grande. ¿Fue un ave quizás? Para su mala suerte, no se halla con nadie mas que con Kyoko que salta desde la copa del árbol para encontrarse con su dueña. Melosamente se frota los bigotes contra los dedos de la japonesa, emitiendo un sonoro ronroneo.
—¿Que estabas haciendo, Kyoko? ¿Acaso cazaste un pájaro o algún ratón?
—Meow —responde la gatita, arqueando el lomo— Un intruso, mas bien.
—¿Reporteros acaso? —cuestiona al aire. Suena bastante ridículo hablarle a un gato como si realmente te entendiera, pero Kagami está convencida del contenido de su dialogo. Su peluda compañera se estira sobre el pasto y se remueve boca arriba, justo al lado de lo que parece ser una libreta de tapa negra— ¿Y esto? —lo recoge del suelo y abre la primera página. Son fotos de ella solamente— Ah. Un voyerista como de costumbre —pasa la siguiente página. Pero lo que ve a continuación, la deja sin aliento. Del impacto, traga saliva con fuerza— ¿Pero esto que es…?
No solo son fotografías de ella. Son un sin número de datos, bocetos, horarios, fechas, lugares; todos ellos relatados con lujo y detalle y su nombre en repetidas ocasiones de forma obsesa. Lo que ha hallado ahí no es una simple libreta de notas. Es mas bien un diario de vida. El diario de alguien que la ha estado espiando o siguiendo a lo menos por una semana, sin descanso. A los ojos de una persona común y corriente, la primera reacción natural es asustarse. El miedo como respuesta inmediata es un patrón de conducta heredado casi primitivo el ser humano. Vamos, alguien te está acosando. Tomar la iniciativa sería básicamente llamar a la policía o al menos denunciar el hecho con algún adulto competente.
Pero Kagami Tsurugi, es Kagami Tsurugi. Y por alguna idea irracional que solo en su cabeza habita, no hará nada al respecto. Cierra la libreta y escondiendo la mirada bajo la penumbra de su flequillo, regresa a la casa.
—Vamos, Kyoko.
¿Qué ha pasado realmente? Yace sentada sobre sus rodillas, encima de la cama. En frente, el pequeño cuadernillo que aun la mantiene en vela. ¿Quién podría ser tan enfermo como para haber dedicado 60 paginas de ella y solo de ella? Se mantiene serena, pero al mismo tiempo cierto dejo de morbosidad brilla en sus ojos. Se muere por volver a leerlo, pero esta vez, le prestará más atención y meticulosamente no omitirá detalles. Toma el objeto entre sus dedos y se recuesta hacia atrás, afirmando la espalda sobre el reverso de madera. Relee una pagina tras otra. Las frases salpican sobre su cabeza como una lluvia de deseos acumulados, intensos, lacerando su respiración. Ni un maldito manga se asemeja a tremendo libro como este.
"12:34. La forma en la que peina su cabello es dócil y grácil"
"Huele a malteada de chocolate con fresas"
"18:20. Esa canción que está escuchando me gusta. The Weeknd – Take my Breath. Resuena en mi cabeza así…"
"Cuando el sudor cae por su cuello, siento como si quisiera ir a secárselo con la lengua"
Kagami se muerde el dedo índice, introduciéndolo paulatinamente en el interior de su boca para acabar mojándose los labios con la punta de este.
"Me gusta la forma contorneada de sus senos"
Kagami desliza la mano hasta uno de sus pechos y lo aprieta sutilmente sobre la ropa.
"Quiero tocarla. La canción no sale de mi cabeza"
Kagami introduce la mano debajo de su falsa.
"Ahórcame. Así, ahorcarme. Mátame"
—Haa…—dos dedos.
"Kagami"
—Mhnn...—más rápido.
"Kagami Tsurugi"
—¡Ngn! —más rápido.
"Tsurugi"
—¡Haa! Ihh...
Ella arquea su espalda con elegancia, ahogando un febril gimoteo; solo en la recta final del violento orgasmo que la desarma. Los dedos de los pies se recogen y cada musculo de su anatomía se contrae, haciéndola retorcerse hacia un costado hasta acabar en posición fetal. Le sensación es duradera y prolongada, lo que le obliga a abrir los ojos solo para contemplar el resultado de su incursión nocturna. Sus dedos están empapados de su esencia.
—No puede ser...—musita avergonzada de si misma. Divisa el pequeño libro y lo aprieta contra su pecho, como si hubiese encontrado un cofre del tesoro en medio del océano— Tengo que averiguar de quien es esta libreta a como de lugar.
Mansión Graham de Vanily. 23:50PM.
Basura humana. Si. Eso soy. Una basura, escoria, humana de la peor. ¡MALDITO BASTARDO DE FLACUCHENTO DESVALADO BUENO PARA NADA!
Tiré todo a la. Di vueltas desde las colchas de mi cama hasta las almohadas desplumadas. Abrí el closet, saqué toda la ropa a la, lancé mis pelotas de baloncesto por la ventana, tiré los cuadros, azoté mi cabeza contra la pared y boté todos mis gadgets a la basura. Estaba furioso. En medio del volátil ataque de ira que estaba sufriendo, mi mamá entró para arruinar todo.
—¡Félix Fathom Graham de Vanily! —brama ofuscada Amelie— Pero ¡¿Qué significa este escándalo?! ¡¿Qué has hecho con tu cuarto?!
—Argg...—gruñe frustrado el rubio, dejándose caer sentado sobre la silla gamer de su escritorio— Lo siento... madre. Es que soy un estúpido.
—¿Se puede saber que ha pasado? —le increpa, con ambas manos en la cintura.
—Perdí algo...—desvía la mirada, acongojado a punto de llorar— Es todo...
—¿Qué fue?
—Una libreta...
—Que el rey nos ampare —su progenitora se da por vencida, al instante que escucha su relato. Recoge un par de calcetines del suelo y los acomoda sobre el closet abierto— No puedo creer que hayas hecho semejante alboroto por una libreta.
—No era una simple libreta —explica Félix, con la mirada humedecida— ¡Era mi libreta favorita!
—Pues te compraremos otra, hijo —exhala derrotada la mayor— Para ti, todas las cosas que tienes son tus favoritas —camina hasta el y le toma del rostro— Válgame dios ¿Y esos rasguños? ¿Con quién te peleaste ahora?
—Con el gato con botas, mamá —ironiza Fathom, rehuyendo de la mirada inquisitiva de su madre— No es nada, sanará.
—Jm... si claro —bufa con sarcasmo, depositando un beso en su frente de manera cariñosa— Mas te vale que ordenes todo antes de irte a dormir y por favor, límpiate esas magulladuras. No puedes presentarte así a clases mañana.
—Está bien, mamá...—le besa la mejilla de vuelta— Buenas noches, descansa.
. Obvio que no estoy mas tranquilo solo porque mi mamá me lo diga. Pero de alguna forma, es mi único contenedor cuando sufro estas crisis de cólera. No puedo creer que haya perdido la libreta. De seguro se me cayó del uniforme cuando me desplomé en esos arbustos. Y todo por culpa de la gata karateka esa. . Me miro al espejo y definitivamente tengo cara de haber ido al infierno. No me puedo quedar de brazos cruzados. Tengo que recuperarla. Posiblemente si voy mañana la pille por ahí. Vale, es lo que haré. No puedo vivir sin esa.
—Y ahora...—examina su cuarto, hecho un desmadre. Exhala abatido— tampoco puedo dormir con esta. Creo que retomaré las clases de Kung Fu, porque no estoy logrando canalizar mi energía masculina de manera sana.
[...]
Salí de clases a eso de las 16:05 aproximadamente y rajé como me llevaba el diablo hacia la casa de Kagami, montado en mi bicicleta. Por mi estupidez, hoy me perderé un día de seguirla. Me dan ganas de cortarme los huevos, sinceramente. Cuando llegué al lugar, recé de que no estuviera la gata cinturón negro. Estacioné la bici a un costado del contenedor de la vereda y disimuladamente, caminé como si un transeúnte más fuese pasando re normal por afuera. Obviamente fui disfrazado. Me puse unos anteojos de sol ahumados, un mostacho y una gorra negra. Solo necesitaba encontrar la libreta.
Cuando llegué al árbol, me cercioré primero de que nadie estuviera observándome. Solo para cuando me hallé seguro, logré meterme de lleno en los arbustos como un perro sabueso olfateando un rastro. Con la cabeza clavada en las ramas y el para afuera.
—Mar de Maldita. Aquí no hay mas que caca de perro, orina de gato y bichos —tose Fathom, asqueado— Mierda... ¿En dónde pudo haber caído entonces?
Estuve a lo menos 10 minutos. Pero nada. Era como si se la hubiese tragado la tierra. ¿Se la habría robado Kyoko? Encima de peleona era delincuente. Iba a levantarme, pues ya estaba rendido a la idea de que al parecer no la recuperaría.
—¿Qué buscas?
Esa voz...
Se me ... apretó el a mas no poder. Reconocí al instante la voz de la muchacha en mi espalda. Su presencia había hecho sombra contra el sol de verano. Pálido, atónito y sudado hasta el ojete, salí de los arbustos para levantarme muy lentamente. Aunque no llegué a mirarla a los ojos, lo hice de espaldas hacia ella. El corazón me latía a mil por horas. Por unos momentos sentí que saldría expulsado de mi cuerpo. No puede reconocerme ¿O sí? Llevo disfraz. ,, ¡! Piensa rápido. Me tiemblan las piernas.
—¿Se te perdió algo de casualidad?
—N-no... yo solo —carraspea Félix, utilizando un tono de voz grave y muy muy adulto— Estaba buscando a mi gato. Pero no lo encontré. Ya me voy. Con permiso, señorita —da un paso hacia la izquierda.
—Llevas el uniforme de mi escuela —sentencia Kagami, con voz penetrante.
—Debe de estar confundida. Este es el uniforme de los astronautas —miente descabelladamente.
—Oye.
—¡Mi gato! —Graham de Vanily simula haberlo encontrado y sale disparado por la calle— ¡MICHI! ¡AQUÍ ESTÁS!
—¡Regresa aquí, infeliz! —vocifera Tsurugi, echando carrera para alcanzarlo.
—¡¿Cómo me llamó?! —no se la puede creer. Salta el contenedor de basura con destreza y se monta sobre la bicicleta, pedaleando a máxima velocidad— ¡Ya voy por ti Michi!
Hubiese sido una escapada perfecta y triunfal, de no ser porque producto de la prestanza con la cual huyó de la escena, la gorra salió volando. Revelando así, el detalle mas delatador que puedes dar, de una naturaleza caucásica.
—Tsk... el bastardo es rápido. Pero al menos sé que es varón, asiste a mi escuela —Kagami no ha logrado alcanzarlo. Pero recoge el jokey del suelo y sonríe triunfante— Y es rubio... .tmp Esto será más fácil de lo que pensé.
