Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada, Chimaki Kuori y Toei Animation


Miho respiró una y otra vez. Una y otra vez. Los nervios estaban a flor de piel, el latente temor del rechazo la mantenía alerta. Siempre supo que eso sucedería, siempre sospechó que la rechazarían directamente, pero no podía dejar de soñar que tal vez algún día, él se diera cuenta de lo que sentía, de todas las emociones que ella experimentaba cada vez que hablaban.

Era un sinsentido. Lo sabía, pero también sabía que si no lo hacía, nunca podría avanzar.

Después de pasar la tarde divirtiéndose con sus amigos, los chicos del orfanato regresaron a su hogar, comiendo chocolates, discutiendo sobre los momentos más relevantes de su tarde, sobre cómo, tristemente para ellos, la semana apenas estaba iniciando y Marín no los había dejado faltar a clases.

Todos estaban alegres, a excepción de uno. Seiya se encontraba contrariado, porque en lugar de recibir su bolsa de chocolates como todos, Miho le había pedido que se vieran en su vieja sección de juegos dentro del orfanato. Fuera de lo que todos pensaran, Seiya no era tan torpe cuando de amor se trataba; él sabía y sentía cosas, y tenía la vaga, muy vaga, idea de que Miho sentía algo por él, algo especial y único.

Los jóvenes se encontraron lejos de las miradas indiscretas de sus amigos y extraños, Miho escondía su pequeña cajita de corazón, con chocolates en forma de corazón, a sus espaldas, mientras Seiya se encontraba en el columpio, balanceándose de un lado al otro. Sin detenerse, Miho caminó hasta que estuvo al lado de él, mirándolo en silencio.

—Hice estos solo para ti —explicó ella, extendiendo la caja.

Seiya detuvo su balanceo lentamente, hasta que pudo poner los pies en la tierra. Al soltarse de las cadenas para tomar la caja, Seiya notó que de sus manos se desprendía un fuerte olor a metal, puesto que estas había estado sudando.

—Solo para mí —repitió, como si estuviera analizando cada sílaba de la frase.

Miho asintió. Pensó en dar un paso al frente y acercarse más a Seiya, para declararse, para dejar todo al descubierto, pero no se movió.

—Seiya… —lo nombró por lo bajo, casi un susurro que el chico escuchó gracias a la quietud de la noche— Eres muy importante para mí.

—Tú también eres importante para mí…

—Pero no de la misma forma.

Seiya bajó la cabeza ante la interrupción de Miho. No necesitaba decir nada, y ella no le estaba pidiendo más.

Para algunos, San Valentín era día del amor, de declaraciones, de regocijarse en las emociones que salían a la superficie. Para otros, ese día era de rompimiento, cuando tu corazón se fragmenta en cientos de pedazos que no sabes cómo armar de nuevo, era el dolor del rechazo, frío y puro.

—Aun así —continuó ella, resistiendo las ganas de destrozarte frente a él, de mostrarle la profundidad de sus emociones, del dolor—, los chocolates son para ti, no vayas a desperdiciarlos.

Seiya miró a Miho sonreírle, como si nada hubiera pasado, como si él no hubiera rechazado su pequeña propuesta. Ella era fuerte, él lo sabía, pero no dejaba de sentir. En un gesto amable que pocas veces tenía (porque Seiya no era sólo un chico tosco), la tomó de la mano y le dió un leve apretón, sin entrelazar los dedos, ni siquiera palma con palma.

—¿Recuerdas cuando éramos niños y creíamos que era posible dar una vuelta completa con el columpio? —le preguntó Seiya al soltarle la mano, después de varios minutos en silencio.

—Jabu no jugaba porque decía que se lastimaría las manos —dijo entre risas Miho, recordando los años en lo que todo era más sencillo.

—Te apuesto que ahora que tenemos clases de física soy capaz de hacerlo, o al menos llegar más lejos que tú.

Miho bufó ante las palabras de Seiya. Era un reto. Mientras se sentaba en el columpio al lado de Seiya y comenzaba a mecerse, Miho notó la suavidad con la que Seiya dejaba su caja sobre el césped, después de buscar un lugar en donde hubiera algo de césped. Seiya siempre había sido muy amable, incluso cuando no era consciente de que lo era.

Lo que Miho nunca supo que Seiya siempre guardó su caja, junto con el resto de sus tesoros de la juventud.

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Freya mantuvo toda su atención en la clase de literatura, de vez en cuando anotaba algunas cosas que por el tono de voz de Camus sonaban importantes, y algunas otras veces desviaba la mirada para no ser tan obvia.

¿Cómo no quererlo?

En un mundo donde pudiera ser posible, él sería sin duda el chico con el que ella saldría sin problemas; irían de paseo a las grandes bibliotecas de la ciudad, Camus le recitaría poesía del periodo romántico francés, compartirían libros y él la llevaría a París, dónde vivirían justo frente a la Torre Eiffel, comerían Ratatouille y beberían vino, y serían felices por el resto de su vida, tal vez con uno o dos pequeños Camucitos igual de serios que su padre.

—Freya, la clase ya terminó.

Freya despertó de su fantasía al sentir que Miho la golpeaba levemente del brazo para que despabilara. Algunos de los chicos ya estaban caminando hacia la salida de la bodega, apresurados porque ese era día de carne y esta siempre se terminaba rápido. Apurada, Freya metió sus cosas en su mochila y no dejó de observar cómo Camus borraba sus notas del pizarrón y se despedía de algunos chicos, mientras otros más se acercaban.

—Adelántense —le dijo a sus amigas cuando notó que las chicas la esperaban—. Voy a hacerlo.

—¿Estás segura? —preguntó Shunrei, sorprendida por la resolución de su amiga.

—Sí, sólo esperaré a que Shun y Nachi terminen de entretenerlo.

—Yo me encargo de ellos, suerte, Freya.

June le asintió a su amiga y cargando su fiambrera, se acercó a los chicos que estaban preguntándole a Camus algunos detalles poco importantes sobre sus lecturas; tal y como había afirmado, con un movimiento de brazos, June se llevó a ambos, convenciendo a Nachi con el almuerzo carnívoro y a Shun con sus chocolates en forma de murciélagos, para que combinan con su nuevo lado oscuro.

Después de ellos, Shunrei y Miho los siguieron, deseándole suerte a Freya con un par de pulgares levantados.

No era que la necesitara. Freya no haría nada especial, sólo le diría indirectamente a su adulto amor platónico que si él no fuera diez años mayor o ella tan joven, entonces tal vez podrían salir, alguna vez de algún día.

Muchas chicas lo habían hecho antes, no lo dudaba; era imposible que alguien no se hubiera enamorado alguna vez de un imposible.

—¿Maestro Camus? —dijo cuando se acercó, notando que él le había dado la espalda, de nuevo, para recoger sus gises y borrador.

—Freya —dijo Camus cuando volteó, aún guardando sus cosas—. Creí que ya todos habían salido, no queriendo perderse el día de carne.

—Una vez cada semana lo hace un día especial, sin duda —coincidió Freya, sonriendo—. Pero yo quería decirle algo, darle algo en realidad…

Sin titubear, Freya puso su pequeña bolsa con corazones rojos sobre la mesa, ante la mirada primero confusa y después sorprendida de Camus. Ella sabía que él era inteligente, él sabría conectar los puntos.

Y lo hizo, Camus miró la caja en silencio y después de un par de segundos un ligero rubor apareció en sus pálidas mejillas, uno apenas perceptible, pero que fue evidente gracias a su pálida piel.

—Freya…

—Maestro Camus, no es necesario que diga algo, yo hice esto porque quería y porque me gusta… me gustan sus clases —con cada palabra que salía de su boca, Freya sentía que estaba a punto de terminar declarando algo que no debía decir—. Y bueno… eso es todo, gracias profesor Camus.

Y así, dando varios pasos hacia atrás, Freya salió corriendo del salón, sintiendo que había cumplido con su misión.

Después de eso, todo lo demás fue sencillo, darle a sus amigos sus chocolates, verlos degustarlos y anunciarles sus planes. Todavía faltaban Isaac, Saori y Mii.

Isaac fue el primero que vió después de la escuela. Ella había ido a su casa para dejar sus útiles escolares y para recoger el resto de sus chocolates. Para cuando llegó al lugar acordado, su amigo ya estaba ahí, seguramente porque el resto de los chicos habían decidido tomar el camino largo, así que sin perder el tiempo, Freya se acercó a Isaac y lo saludó con una gran sonrisa.

—¿Por qué tan radiante?

Isaac le agradaba por una poderosa razón: en primer lugar, no la trataba como otro chico más (como Hyoga o Hagen en ocasiones), era amable, siempre la escuchaba y compartían varias cosas en común fuera de su íntimo círculo de amigos, cosas de las que sólo entre ellos podían hablar.

—Tengo algo especial para tí, cierra los ojos y extiende las manos.

—La última vez que me dijiste eso me diste una cajita con arroz crudo —le señaló Isaac, picando la mejilla de Freya—. Y te reíste en mi cara.

—Los chicos fueron quienes iniciaron con eso —contestó Freya, intentando apartar la mano de Isaac de su rostro y no reír al recordar la broma—. Y esta vez es en serio, que repruebe mi examen con Camus si es mentira.

—Eso no es válido, reprobarás ese examen porque pasas más tiempo viéndolo que escuchándolo.

—Soy una estudiante visual, yo aprendo observando…

Isaac rodó los ojos con una sonrisa, fingiendo fastidio ante las palabras de Freya. Ella, aún sonriendo se acercó a él y lo rodeó con los brazos; estaba feliz por haberse atrevido a entregarle sus chocolates a Camus, por cumplir con su objetivo del día, y necesitaba que alguien la felicitara, que le dijera que aunque fuera algo alocado, había hecho bien al externar sus emociones. Aún abrazando a su amigo, Freya levantó la mirada:

—Hice chocolates y le dí algunos a Camus —explicó, con una pequeña sonrisa que completaba el sonrojo que sus mejillas poco a poco tomaban.

—¿A Camus? ¿Qué te dijo? —preguntó Isaac con sorpresa.

—No lo sé, no me detuve a preguntarle… Estoy tan feliz, Isaac, quería que él supiera, aunque no pasara nada después… ¿Crees que lo hice demasiado pronto? ¿Debí esperar a que las clases terminaran? ¿Esto hará que las clases se vuelvan incómodas?...

—Freya, tranquila, no hables tan rápido —Isaac dió un paso atrás y sostuvo a su amiga de los hombros—. Honestamente, no fuiste la única, y no eres la única alumna que le da algo a un profesor, tómalo con calma y dime que no sólo le hiciste dulces a él.

—Cierra los ojos y extiende las manos.

Freya le sacó la lengua a Isaac, en un gesto juguetón que sólo tenía con sus amigos más cercanos. El chico no tuvo más opción que obedecerla y ella, emocionada, le dió su respectiva bolsa. Ese era un día para celebrar, Freya se mantuvo en esa línea cuando el resto de sus amigos llegaron, todos listos para pasar un día entre amigos.

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Mii mantuvo la mirada baja; debido a que estaba parada justo a un lado de la fuente de la plaza, rodeada de varios lugareños y aún más turistas, no era sencillo ubicarla con facilidad, en especial considerando que muchas parejas estaban paseando por el lugar; pero que no fuera vista no significaba que ella no pudiera ver y ubicar a sus amigos.

Había llegado justo en el momento en el que Isaac y Freya se abrazaban y hablaban entre ellos, tan cerca que sus rostros parecían a punto de fundirse en uno solo bajo la magia de ese día tan especial. Y verlos así, tan juntos, le dolió.

Ella sabía que Freya estaba enamorada de Camus, pero también sabía que Freya era muy consciente de que eso era un amor imposible, algo inimaginable. ¿Qué tan difícil sería para ella cambiar de opinión ante la posibilidad de tener algo real?

Como todas las demás, Mii había preparado chocolates para sus amigas y nuevos amigos, porque le emocionaba la idea de socializar con más personas, en especial ese grupo particular de chicos que parecían no conocer la palabra "límite". Se había esforzado en hacerlos, había anotado y había corregido sus problemas como la señora Galanis le había indicado, y cuando supo que había logrado la mezcla perfecta, apartó esa para hacer los chocolates de Isaac.

Ah, el amor.

Viene de la nada, te golpea tan fuerte que ni siquiera puedes defenderte, y si a eso se suma la inexperiencia de una vida corta, todo se vuelve complejo, con las emociones a flor de piel.

A la menor de la familia Benethol le había costado darse cuenta de que en algún momento de esos años, en medio de clases, charlas sobre Saori y Julián Solo, elección de nombres clave y muchos ositos de goma compartidos, había dejado que Isaac se convirtiera en alguien importante, demasiado importante.

De un momento a otro, el chico se había transformado en alguien capaz de arrancarle suspiros con un simple gesto o clavarle una estaca en el pecho al dedicarle sus sonrisas y atenciones a otra chica.

A Freya en realidad.

Mii había pasado todo el dia intentando saber si debía o no darle importancia al hecho de que le daría a Isaac una pequeña, e inexpresiva, caja de chocolates. Le daría chocolates a todos, después de todo, no tendría por qué ser algo más que un símbolo de amistad, a pesar de que en su corazón sabía que había algo más, al menos para ella.

Por eso había intentando quedarse a solas con él, no quería que nadie los viera, en caso de que a ella se le saliera algo, de que terminara hablando de más sobre lo que sentía por él, lo que comenzaba a sentir. Esa calidez que le llenaba todo el cuerpo, ese revoloteo que hacía que le temblaran las piernas, ese momento dónde dejaba de hacer sinapsis, justo cuando él le sonreía, tan cálidamente como siempre.

—¡Mii! Aquí estás, te estuve buscando —Saori sostuvo a Mii del brazo y comenzó a jalarla hacia dónde estaba el resto de sus amigos—. Los chicos nos están esperando, quiero darle a Seiya sus chocolates.

Mii no se había percatado de todo el tiempo que estuvo parada en ese lugar, viendo a Isaac compartiendo un momento especial con Freya, mientras su corazón se caía a pedazos a sus pies. Saori la llevó con el resto de sus amigos, feliz de ver a todos, mientras que Mii intentó no mirar a Isaac, que aún continuaba a un lado de Freya.

El resto de la tarde fue un momento borroso para ella, sin poder evitar reírse con cada cosa que hacían o decían Seiya y Jabu, o involucrarse en la charla de June con respecto a cómo los genes dominantes y recesivos funcionaban completamente diferente en su familia que en el resto del mundo.

Mii se entretuvo con todos hasta que poco a poco los chicos se fueron yendo; Saori a sus clases de piano, June a ver a sus sobrinos, Freya a entregar sus chocolates a sus amigos mayores, los chicos al orfanato…

Uno a uno, todos se fueron, hasta que Mii notó que a su lado sólo quedaba Isaac, en silencio. Ella no le había dicho nada en toda la tarde, y no había podido darle sus chocolates, a pesar de darle a todos los demás frente a él.

—¿A qué hora van a venir por tí? —le preguntó Isaac, volteando a verla.

—En un par de minutos, si mis padres no olvidaron decirle al chofer.

—Puedo llevarte, si quieres…

—¿Te gusta Freya?

Mii volteó a ver a Isaac, dispuesta a llegar al fondo. Tal vez Freya estaba deslumbrada por Camus, pero no sabía lo que él sentía hacia su amiga.

—No —respondió Isaac rápidamente—. Creo que es como mi hermana, no preguntes esas cosas.

Mii lo miró con sorpresa.

—¿De verdad?

—Sí, no seas torpe, Delfin, Freya es especial para Hagen, un amigo jamás le haría eso a otro amigo.

Isaac asintió ante sus propias palabras, eso lo había dicho con tanta seguridad porque lo creía de verdad. Tal vez, en algún momento en el pasado lo había sentido, pero ahora sabía que Freya no era precisamente la rubia que le gustaba. Después de un par de segundos Isaac se acercó a Mii, sintiendo que las manos le hormigueaban.

—Mii…

—Isaac…

Mii se alejó un poco de él, de repente nerviosa. Toda su tarde nublada de pronto tomaba un poco más de color; los nervios regresaban y volvía a sentir que su corazón roto, por sus propias inseguridades, se había reparado de nuevo y latía acelerado.

—Yo tengo algo para tí —dijo ella de pronto, intentando parecer tranquila—. No preguntes nada, y creo que es obvio lo que te daré.

Dicho eso, Mii sacó su caja de chocolates y se la entregó a Isaac rápidamente. Dejando al adolescente sorprendido; una caja de chocolates, como a todos.

—Gracias, Mii —murmuró. Isaac estuvo a punto de sugerir regresar a casa, desanimado por recibir lo mismo que los demás; sin embargo, no tardó en cambiar de idea y voltear a verla, en un arranque de valentía, pensando en lo complicado y desastrozo que había sido para Julián y Thetis estar juntos, no queriendo pasar por lo mismo—. Yo también tengo algo para ti.

Mii lo miró expectante, no esperaba que Isaac le dijera eso. Tal vez esa fue la razón por la que se quedó sin palabras cuando él la sostuvo de la mejilla y cortó la distancia entre ambos, besándola en la boca. Fue superficial, tímido, apenas la dejó degustarlo antes de separarse.

—Me gustas mucho, Alicia.

Mii entreabrió los labios, sin palabras. Tal vez se había quedado dormida y estaba soñando, no había otra explicación. Creyendo en esa propuesta, no dudó en pellizcar su pierna, intentando averiguar la verdad y sorprendiendo a Isaac.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Isaac, sosteniendo sus manos para que ella dejara de pellizcarse.

—Estoy soñando… —se explicó, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas, asustando al joven a su lado.

—Mii, yo… no quería molestarte…

Ante las pretendidas explicaciones y disculpas de Isaac, Mii negó rápidamente con la cabeza, no queriendo que él la malentendiera, y lo sostuvo del rostro para volver a besarlo, para decirle sin palabras todo lo que sentía.

—Tú también me gustas, Kraken.

Le dijo al separarse, mirándolo a los ojos.

Ambos se sonrieron, nerviosos y ansiosos ante el nuevo panorama. El día no pudo terminar de mejor manera.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Feliz San Valentín para todos, ya un poco tarde, pero no olvidemos que la noche es para los amantes ;)

Un corazón roto, un corazón soñador y dos corazones que se unen después de una agria tarde. El amor nos golpea de diferentes formas, a veces podemos tenerlo, a veces sólo nos da una probadita y a veces nos deja experimentarlo por completo. Nuestros chicos lo saben muy bien.

Mañana, si tengo suerte, el extra, sobre las personas que ayudaron a hacer los chocolates.