Avatar:La Leyenda de Aang NO me pertenece.
Bumi bajó con cuidado las escaleras, y recorrió los pasillos del Templo, en busca de su mamá.
Despertó en medio de la noche, con la inminente necesidad de ser consolado por uno de esos abrazos cálidos y apretujados que le daba ella, después de quedarse dormido tras un día agotador.
Esa mañana fue todo un alboroto. Su madre se había hecho pis en la cocina, y de pronto todo el mundo comenzó a correr de un lado a otro para recibir al nuevo miembro de la familia.
Su padre lo dejó a cargo del tío Sokka, a pesar de sus quejas. Pero la tía Suki tuvo la última palabra al recordarle a su tío algo sobre que la última vez se desmayó.
Sin embargo, Sokka estaba hecho un completo manojo de nervios. Le pidió un té de hierbas a una de las Acólitas para relajarse, pero sintió que no fue suficiente y terminó bebiendo casi un litro, taza tras taza. Finalmente, cuando llevó a su pequeño sobrino a la cama para hacerlo dormir, fue él quién terminó cayendo rendido.
Pero los horarios que Katara había inculcado fielmente a su hijo surgieron efecto, y el dulce Bumi también cedió ante el sueño.
Horas más tarde, allí se encontraba, en su adorable pijama, sosteniendo a su peluche de bisonte volador favorito, el cual era casi la mitad de su tamaño, y arrastrándolo por el piso.
Cuando estaba a punto de llegar a la galería, se encontró con algo que no esperaba. Su padre estaba allí, mirando a la luna.
Aang permanecía sentado sobre uno de los escalones de piedra que daban al patio, pero lo que observaba no era la luna, blanca y reluciente, sino a una de las tantas lucesitas que tintineaba en aquel cielo infinito moteado.
Con una gran sonrisa en el rostro, y los ojos humedecidos, miraba con anhelo la estrella que resplandecía mientras hablaba con sus pensamientos.
¡Es una niña, Gyatso! ¡Una niña!
Solo obtuvo silencio.
Hace tanto que no hablo contigo. Lo siento. La última vez fue cuando Bumi tenía tres años.
¿Te acuerdas de Bumi? No, no el rey de Omashu.
Le dedicó una expresión divertida a la estrella.
Mi hijo, Bumi. ¿Recuerdas cuando nació? Ahora tiene cinco, y pronto cumplirá los seis, ¿puedes creerlo?
Es un niño asombroso. Es inteligente, amable y sensible. Es muy divertido, le encanta hacer bromas, es juguetón y atrevido. Le gusta la aventura y es muy inquieto. Es un torbellino de energía.
Rió entre dientes.
Tiene ideas que jamás pensarías que fueran posible de siquiera imaginar, y las lleva a cabo de una manera tan sencilla, mucho más fácil de lo que creerías. Ve las cosas desde otra forma, y siempre me sorprende. Es mi pequeño gran genio loco.
Estoy muy orgulloso de él.
Y ahora, nació Kya.
Kya tiene los ojos de Katara, es muy linda y tierna. Y fuerte, demasiado fuerte. Cuando la tomé de la mano, atrapó mi dedo y casi me lo arranca. Nunca subestimes la fuerza que tienen los recién nacidos.
Soltó una risita. Calló unos momentos y un par de lágrimas cayeron por sus mejillas.
¡Por todos los Espíritus, tengo dos hijos, Gyatso! Dos hermosos y maravillosos hijos, fruto del inmeso amor que nos tenemos Katara y yo.
Me hubiera encantado que la conocieras en persona. Katara es increíble, y estoy seguro de que la adorarías.
Hay veces en que me le quedo mirando, y siento tu presencia a mi lado. Te imagino asintiendo con aprobación, codeándome, y susurrándome "Bien hecho, mi querido pupilo".
Una sonrisa melancolica tensó sus labios.
Todavía no puedo creerlo. Aún siento que no me merezco todo esto.
Pero después veo a Katara, y a nuestros dos bebés, y no puedo evitar sentirme pleno.
Soy muy feliz, Gyatso. De verdad.
Me gustaría poder mostrarte mi familia.
Si tan solo estuvieras aquí, yo...
—¿Papi?
Aang se giró sorprendido al escuchar la aguda voz infantil. Al darse cuenta que era su hijo, se limpió rápidamente las lágrimas y le dedicó una sonrisa.
—Hey...—dijo, extendiendo una mano—. Ven aquí.
Bumi se apresuró a él y Aang lo sentó en su regazo, rodeandolo con sus brazos. El pequeño pegó a su pecho el peluche afelpado.
—¿Qué haces despierto a esta hora?— le susurró su padre, acariciandole el rostro con cariño y pasando sus dedos entre las hebras suaves pero salvajes de su hijo—. ¿No puedes dormir?
—El tío Sokka me despertó con sus ronquidos— dijo simplemente—. ¿Por qué llorabas, papi?— preguntó con inocencia, poniendo una manita en la mejilla de su papá, como tantas veces vió a su madre hacer—. ¿Es porque el bebé salió muy feo?
Aang rió. Tomó la diminuta mano entre la suya, y depositó un beso en sus deditos.
—Es una niña, Bumi— declaró—. Y no, no es fea. ¿De dónde sacaste eso?
—Kenzo— Kenzo era el mejor amigo de Bumi en la escuela—. Él me dijo que todos los bebés son así. Me contó que cuando nació su hermanito, y lo vio por primera vez, estaba todo rojo y morado, arrugado y mojado, como una pasa de uva, una cosa muy fea.
El Maestro Aire ahogó una carcajada. Seguramente a Kenzo le habían mostrado su hermanito recién parido, cuando salían todos ensangrentados y los entregaban a la madre para establecer el primer contacto. De ahí el malentendido.
—¿Así que es una niña?— el niño pidió confirmar. Aang asintió—. ¿Ahora tengo una hermanita?
—Sí, su nombre es Kya.
—¿Kya?— repitió confundido—. Es mejor Coco— Coco era el nombre de la niña de la cual Bumi había estado flechado por el breve tiempo de dos meses, antes de que ella se mudara fuera de la ciudad. Y, también, era el nombre de aquella niña fanática de "Aangie" en la Isla Kyoshi. Ella creció para convertirse en una bella mujer, y todavía seguía viviendo en la Isla. Sin embargo, aún permanecía enamorada del joven Avatar, esperando el momento en que él le confesara su amor, dejara a Katara, y la convirtiera en su esposa, lo cuál, era obvio, nunca pasaría. Dispuesta siempre a abandonar todo si el Maestro Aire se lo pedía, a pesar de que estaba comprometida y pronto se casaría. Katara no podía verla ni en pintura, y mucho menos le pondría ese asqueroso nombre a su preciosa hija. Pero para no dañar los sentimientos de Bumi, cuando su hijo lo propuso en la lista, dijo que lo pensaría—, pero Kya está bien. Es lindo.
—¿Quieres conocerla?— le ofreció Aang.
La bebé había nacido hace ya varias horas, y ya no estaba tan congestionada como para que Bumi pensara mal de ella al verla.
—Está bien.
Aang cargó a su hijo en brazos. El menor se colgó de su cuello, le fascinaba cuando su padre lo alzaba, y más mientras caminaba. Parecía que con cada paso flotaba, sentía que volaba. No entendía cómo eso era posible, a él no le pasaba lo mismo cuando caminaba por cuenta propia ni cuando su mamá lo cargaba.
¿Será por esto que la tía Toph le decía Pies Ligeros?
El monje llevó al niño por los pasillos y las galerias hasta la Enfermería de la Isla del Templo del Aire, donde yacía su esposa descansando y recuperando fuerzas.
Antes de abrir la puerta, miró a Bumi y le hizo la señal de que guardara silencio, con un dedo sobre su boca. El niño lo imitó, colocando el dedito finito sobre los pequeños labios, en una imagen que a Aang le derritó el corazón de ternura.
Entraron despacio, cerrando la puerta tras de sí. La luz de luna se colaba por la ventana de la habitacion, iluminando la cuna. Katara se encontraba dormida, completamente agotada de todo el esfuerzo que hizo durante el día.
Aang llegó hasta la cuna, e inclinó a su hijo para que pudiera ver a la bebé, sosteniendolo del torso para que no le cayera encima.
—Dile hola a tu hermanita, cariño— le susurró su padre.
Bumi observó con curiosidad el enredo de mantas. Kya era una cosita pequeñita, toda gordita y morena. Sus manitas rechonchas hechas unos puños fuertemente cerrados al lado de su cara.
Su piel era diferente a la suya, Bumi era una mezcla perfecta de ambos padres, pero aquella bolita de grasa era más oscura, como su madre. De su cabeza se asomaban una maraña de mechones finitos y ondulados, negros como la noche y brillantes como las estrellas.
No está tan mal.
Bumi pensó que al verla se encontraría con un monstruo horroroso como le había descrito su mejor amigo, pero se dio con que esa cosita que hacía llamarse su hermana, era realmente bonita.
Un instinto le salio del alma, y un sentimiento extraño le puso la piel de gallina. Supo entonces, que a partir de ese instante, la amaría y protegería toda la vida.
—Hola, Kya—la saludó en voz baja, para no despertarla, ni a ella ni a su mamá—. Yo soy Bumi, tu hermano mayor, y seremos grandes amigos— declaró sonriendo—. Te prometo que te voy a cuidar siempre y nos divertiremos mucho.
Aang esbozó una enorme sonrisa, con el pecho lleno de orgullo, totalmente conmovido con las palabras de su hijo primogénito.
Finalmente lo alejó, y lo guió hasta su habitación, pero al ingresar se encontró con nada más ni nada menos que con Sokka desparramado sobre el colchón de su hijo, roncando y babeando, y con las sábanas tiradas por todo el piso.
Negó con la cabeza, dejando salir un suspiro.
—Creo que hoy tendras que dormir en el cuarto de huéspedes.
Los ojitos se le iluminaron de emoción.
—¿La que tiene la cama grande?
Aang asintió.
—¡Sí!— festejó Bumi.
Lo acostó en el mullido colchón, y lo arropó con amor.
—¿Te gustaría que te cuente un cuento?— preguntó el Avatar—. ¿O prefieres que te cante una canción?
—No, estoy bien.
—¿Seguro?— insistió—. ¿No quieres que me quede a dormir contigo?
—Papá, ya soy un niño grande— declaró con adorable determinación.
Aquello le acuchillo el corazón. Aang no podía creer que Bumi hubiera dicho eso. Todavía recordaba cuando lo mecía en sus brazos. ¿En qué momento pasaron seis años?
Era increíble. En el mismo día nacía su segundo hijo, y el primero ya proclamaba que era demasiado maduro como para aceptar sus gestos de cariño.
—Sí...— disimuló su dolor—. Hoy te comportaste de maravilla. No entraste en pánico ni te asustaste.
—¿Por qué debería asustarme de que mamá se hiciera pis?
—Bumi, eso no era pis.
—¿Entonces?— cuestionó—. ¿Qué era?
Aang sacudió la cabeza.
—Mañana te lo explico— decidió—. ¿Estás listo para ser un hermano mayor?
Bumi sonrió de oreja a oreja.
—Voy a ser el mejor de todos.
—Estoy seguro de eso— concordó Aang. Le dio beso en la frente y se dispuso a apagar la luz y dejar la habitación—. Buenas noches, Bumi.
Estaba a punto de irse cuando escuchó que lo llamaba.
—¿Papi?
—¿Sí?
—Kya no es tan fea para ser un bebé.
Esta vez el Avatar dejó que escapar una carcajada.
—No, no lo es. Se parece a tu madre— dijo—. Descansa, te quiero.
—Yo también te quiero, papi.
¡Hola! Bienvenidos a mi colección de One-Shots Kataang
¿Qué opinan del primero? Yo creo que es muy tierno.
Aclaración; cuando Bumi dice que Katara se hizo pis se refiere a que rompió aguas, se le rompió la fuente, pero está chiquito y no sabe la diferencia.
¡Gracias por leer!
