Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de TouchofPixieDust y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Nota de la autora: Normalmente no pongo notas al principio de la página, pero sentí que debía advertiros que esta es la secuela de «Reflejos». Empieza exactamente donde terminó la anterior. Si no la habéis leído, entonces puede que esta historia os resulte confusa al principio.
Capítulo 1: La chica del espejo
25 de marzo
—¡Ohhh, mamá! ¡No puedes dejar la historia ahí!
Kikyo le sonrió cariñosamente a su pequeña hija. Era una niña precoz de tres años y medio con un extenso vocabulario.
—Venga, Kaede, es hora de dormir.
—Pero ¿qué le pasó a Kagome?
Kikyo ensanchó la sonrisa y le dio un beso a su enfadada hija en la cabeza, luego se sentó en la cama a su lado y terminó la historia que tantas veces había contado a lo largo de los años. Su hija nunca le dejaba olvidarse de los detalles de cómo dos mujeres de mundos diferentes habían cambiado de algún modo de lugar. Tampoco dejaba que la historia quedase inacabada. Kikyo estaba totalmente convencida de que su hija era un genio.
«Kagome y Kikyo pidieron sus deseos. Pero el deseo no pudo ser concedido, el deseo falló. Ninguna pudo desear sinceramente y de todo corazón volver a donde pertenecía.
Por la mañana, Kikyo fue a buscar a su madre y le confesó que había sido incapaz de completar el deseo. Se sintió culpable y avergonzada. Pero su madre lo entendió. Sabía cuánto amaba Kikyo su nueva vida y cuánto odiaba la antigua. También sabía cuánto amaba su hija, Kagome, su nueva vida y a sus nuevos amigos. Así que dejó que Kikyo llorase, luego le dijo que todo iba a estar bien.
Kagome les contó a sus amigos lo del deseo fallido. Intentaron fingir que estaban tristes, pero no pudieron evitar celebrarlo. Shippo no cabía en sí mismo de la alegría. Sango lloró por primera vez desde que había muerto su familia, pero esta vez de alegría. Miroku la abrazó e intentó encontrar palabras de consuelo para ayudarle a superar la pérdida, pero no pudo hacerlo sin una sonrisa. E Inuyasha… permaneció apartado del grupo. Observando. Y sonriendo.
Kagome abrió los brazos para que Shippo saltase a ellos y luego cogió tímidamente la mano de Inuyasha. Miraron hacia el sol de la mañana.
—Supongo que es hora de que empecemos a buscar a Naraku —dijo.
Y el viaje comenzó».
—¿Se casaron alguna vez? —preguntó Kaede mientras se acurrucaba entre las mantas.
Kikyo se rio.
—Esa es otra historia para otra noche.
—¿Alguna vez derrotaron a Naraku?
—Vete a dormir, ángel mío.
—¿Volvió a ver a Kikyo o a su madre otra vez?
—Sí. —Kikyo sonrió con cariño—. A veces, en sueños y a veces, en el espejo. Ahora vete a dormir, pequeña. Dulces sueños. —Le dio otro beso a su hija, luego miró a su marido y sonrió. Los cuentos a la hora de dormir eran su parte favorita del día. A veces, leía la historia y a veces era Hojo quien lo hacía. Tanto si estaba contando una historia como escuchándola, siempre disfrutaba del asombro y la emoción del expresivo rostro de su hija.
—Te dejaste la mejor parte, mamá.
—¿Oh? ¿Qué parte es esa?
—La parte del por siempre jamás.
Kikyo sonrió cálidamente y terminó la historia.
—Y todos vivieron felices por siempre jamás.
Hojo se levantó y le tendió la mano. Se la besó antes de rodeársela con la suya. Salieron juntos de la habitación, dejando a su hija para que soñara con sus propias aventuras.
—Fue un buen final —susurró Hojo mientras la llevaba por el pasillo hasta su propia habitación.
Kikyo le sonrió a su marido.
—No, en realidad es solo un principio.
Él se rio entre dientes y le dio un beso.
—Me gusta la parte en la que viven felices por siempre jamás. Es mi parte favorita.
—También la mía.
Tras otro rápido beso, Hojo se fue al cuarto de baño a darse una ducha y a prepararse para irse a dormir. Kikyo se sentó y se cepilló el pelo delante del espejo del tocador. Como siempre, empezó a pensar en Kagome. Era inevitable. Cada vez que veía un espejo, pensaba en la otra chica.
Miró hacia la puerta del dormitorio, en dirección a la cocina. Pensó en la tarta situada sobre la mesa. SU tarta de cumpleaños. La tarta de cumpleaños de Kagome. La tarta favorita de Kagome, de hecho. Era una tarta de manzana y nueces con cobertura de queso crema. Era lo que su madre le hacía a Kagome todos los años por su cumpleaños, una especie de tradición. Era una de las cosas que habían decidido no cambiar. Después de todo, seguía fingiendo que era Kagome y tenían que guardar las apariencias.
Pero no era el cumpleaños de Kikyo. Era el de Kagome. La fiesta y la tarta eran solo recordatorios de que en realidad no era su cumpleaños y de que este en realidad no era el sitio en el que debía estar.
¿Dolerían así todos los cumpleaños?
¿Siempre le haría dudar de su lugar en este mundo?
¿En esta familia?
Kikyo no se dio cuenta de que había salido de su habitación hasta que se encontró apoyada contra la puerta abierta de la habitación de su hija. Miró a su pequeña y se preguntó si Kaede era otra cosa que le había robado a Kagome.
Con un pesado suspiro, volvió a su habitación tras asomarse para ver rápidamente a su marido en la ducha. En parte porque quería asegurarse de que seguía allí y de que no era un sueño, y en parte porque… bueno… simplemente le gustaba mirarlo. Negando con la cabeza, se dijo que debería concentrarse en la vida que tenía ahora. Amaba a Hojo. Amaba a Kaede. Incluso amaba a la familia de Kagome, a su madre, a su abuelo y a su hermano pequeño. Su familia, ahora.
Cogió el cepillo y se lo pasó sin compasión por el pelo. Estaba mucho más corto de lo que lo había llevado una vez, cuando era sacerdotisa. Ya no caía en una cortina hasta la cintura. Ahora estaba pulcramente recortado y le colgaba justo por encima de los hombros, enmarcándole el rostro. La parte de delante era ligeramente más larga que la de atrás, inclinada suavemente a lo largo de la línea de su barbilla. Nunca volvería a ponerse flequillo ni a llevar el pelo largo. No tenía en absoluto el aspecto que había tenido hacía tanto tiempo. No tenía en absoluto el aspecto que Kagome había tenido una vez.
Ahora era su vida. Su felicidad.
El cepillo se quedó quieto en su mano. ¡Era su felicidad! Kagome nunca había amado a Hojo. Ella sí. Nunca se habrían casado y nunca habrían tenido una hija. Kaede era suya. Hojo era suyo. Kikyo le sonrió a su reflejo. Sí que era su vida, no la de Kagome.
—Feliz cumpleaños, Kagome —dijo en voz baja, estirándose para tocar su reflejo.
Nota de la traductora: ¡Bienvenidos a la secuela de Reflejos!
A diferencia de ese fic, este no lo tengo completamente traducido antes de empezar a publicarlo, así que la frecuencia de actualización va a depender del tiempo que pueda dedicarle mientras sigo con Enciéndeme un farolillo, que es mi prioridad por el momento. Sin embargo, no voy a negar que los comentarios ayudan mucho a que vaya más rápido :)
Espero que os guste mucho y que me comentéis lo que queráis.
¡Hasta pronto!
