Cuando Popp por fin tuvo el valor de visitar el cementerio de Papunica estaba lloviendo con fuerza, y se escuchaban truenos a lo lejos, los cuales resonaban aún mas según se adentraba en el mismo. Casi como si algo quisiera interponerse entre el mago y lo que pretendía hacer.

La última vez que el joven había estado allí fue el día del funeral del Hyunckel, hacía ya siete meses. Y a medida que se acercaba a su destino se sentía como si luchara contra si mismo a cada paso.

Fue un camino corto, pero doloroso, hasta que finalmente llegó al lugar que buscaba.

Inevitablemente, apenas hacerlo, sintió como si sus fuerzas le fallaran.

Finalmente, al estar ante la tumba del hombre al que había amado no pudo sino caer de rodillas frente a la lápida, rodeada de flores marchitas.

Temblorosamente estiró su brazo y situó la mano sobre la fría piedra.

- Hyunckel…- Susurró con poca voz mientras las lágrimas se deslizaba n por sus mejillas. – ¿Nadie ha venido a limpiar? – Preguntó con poca voz. – Esto está tan descuidado… - Continuó.

Muy despacio recogió las flores alzándolas y susurró unas palabras haciendo que las mismas ardieran despacio y fueran desapareciendo suavemente, sin dejar nada más que una casi imperceptible capa de ceniza en sus manos que se diluyó bajo la lluvia. – Así está mejor ¿Verdad? - Susurró a la vez que dejaba caer sus brazos y miraba la lápida de nuevo.

Realmente, antes de que muriera, Popp nunca le dijo a Hyunckel que le amaba, sin embargo, antes de que el guerrero se fuera para siempre de su lado, habían viajado juntos buscando a Dai, y era obvio que ambos sabían lo que cada uno sentía por el otro, conformándose con eso, como si estar cerca formado parte de sus respectivas vidas fuera más que suficiente.

Pero ahora, volviendo la vista atrás Popp sentía que habían perdido su oportunidad de ser felices durante el limitado tiempo que ambos estuvieron juntos, y todo porque el mismo, a pesar de lo mucho que había cambiado en casi todos los aspectos aspectos, decidió ser un cobarde.

Ambos eran hombres, y temía ser juzgado porque anteriormente solo se había fijado en las mujeres.

Y ahora Hyunckel estaba muerto. Le había perdido para siempre.

Nunca volvería a escuchar su voz, ni perderse en sus ojos cuando le miraba, o sentir aquella calidez en su alma cuando estaba a su lado.

Para Popp, la vida ahora carecía de sentido, y parte de su cordura se había diluido lo suficiente como para buscar por todas partes todo tipo de formas de hacer lo que fuera por ver de nuevo al hombre que amaba.

Y esa era la razón por la que ahora estaba allí.

Necesitaba reafirmarse a sí mismo lo que pretendía.

- ¿Sabes, Hyunckel? – Comenzó. - He Encontrado una manera, una forma de salvarte. – Indicó el joven con voz llorosa. – Aunque tendré que utilizar magia prohibida. – Entonces hizo una breve pausa. – Voy a volver atrás en el tiempo. - Tras decir aquello un trueno se escuchó a lo lejos, y la lluvia comenzó a caer más fuerte. – Aun así, el conjuro no garantiza que pueda regresar atrás lo suficiente, y, es posible que olvide todo por lo que pasamos juntos. Por eso, puede que regrese para nada. También puede que muera en el proceso…- Tras decir aquello levantó la vista al cielo y observó las nubes oscuras que se cernían sobre él. – Realmente, no me asusta. No me importa morir, prefiero eso a seguir con este dolor. – Continuó a la vez que rompía a llorar. – Pero, no voy a fallar porque tengo mucho que perder si lo hago. - Volvió entonces la vista al frente y de nuevo puso su mano sobre la lápida.

Cada vez hacía más frío, sin embargo, al mago no parecía importarle.

- Volveré atrás, a cuando nos reencontramos. – dijo con poca voz. – Te salvaré, te salvare, te lo prometo, Hyunckel… aún a costa de mi propia vida si es necesario. - continuó mientras su llanto se intensificaba. – Y también te prometo que no seré un cobarde esta vez. Pase lo que pase, no voy a renunciar a ti.