"Popp caminó unos pasos dentro la amplia habitación situada en castillo de Papunica, la cual estaba completamente oscura, a excepción unas velas alrededor una cama que se hallaba al fondo del cuarto.

Leona, tras lo sucedido, había decidido dejar a Popp un tiempo a solas allí y que se tomara un momento para despedirse de su amigo, el cual finalmente había fallecido.

Ningún médico, ni ningún tipo de magia curativa habían podido salvar su vida.

El joven sin embargo no quería creerlo. No podía hacerlo hasta verlo con sus propios ojos.

Sintió como su corazón se hundía en su pecho antes de que, casi de forma involuntaria, sus pasos comenzaran a dirigirle hacia la cama.

Era como si todo su cuerpo pesara inmensamente y no podía casi respirar.

Tenía miedo. Mucho miedo de ver lo que en realidad sabía que iba a encontrar allí.

Apenas terminar de acercarse sintió que apenas podía mantenerse en pie.

Finalmente, frente a él, se hallaba el cuerpo de Hyunckel, tumbado y sin vida. Aunque si bien su piel estaba pálida y sus ojos cerrados, de no ser porque no respiraba, habría parecido que simplemente estaba durmiendo.

Durante los primeros instantes no quiso aceptarlo, aquello se sentía irreal, como si no estuviera pasando, forzando su cordura al límite, sintiendo que iba a perder la cabeza de un momento a otro, queriendo creer que aquello no era verdad.

- Hyunckel…- Dijo con poca voz. – No... no es verdad, por favor. Tiene que ser una pesadilla ¿No es así? - Continuó mientras se inclinaba sobre él y enmarcaba su rostro con las manos. - Te necesito. Por favor no puedo… - Gimió angustiado a la vez que su cuerpo temblaba. – No puedo seguir viviendo sin ti…– Tras decir aquello puso su frente contra la de él rompiendo a llorar. La piel del guerrero estaba helada, no era una pesadilla ni una mala jugada de su mente.

Sintió que su corazón estaba completamente roto, y lleno de culpa, la cual solo apretaba su garganta impidiéndole respirar.

La persona a la que amaba había muerto, y no solo no había podido evitarlo, sino que tampoco tuvo valor de decirle lo que sentía por él cuando estaba vivo.

Y ahora, era demasiado tarde."


Cuando Popp entreabrió sus ojos justo estaba amaneciendo, y fue la luz del sol lo que le dio la bienvenida a un nuevo día.

Le dolía mucho la cabeza, y de hecho se sentía extremadamente cansado. Había soñado algo, pero no conseguía recordar de que se trataba.

Sentía un peso extraño y algo de dolor en su corazón, interfiriendo casi en su respiración haciendo que esta fuera ligeramente acelerada, aunque difícil a la vez.

Muy lentamente se llevó una mano al pecho, hasta que comenzó a calmarse. Instantes después cayó en la cuenta de lo ocurrido la noche anterior e inmediatamente se incorporó para sentarse.

No estaba en su habitación, sino en el sofá de su salón.

Y además estaba cubierto con una manta.

Haciendo memoria recordó cómo, tras despertarse de su pesadilla con la explosión tras la cual desapareció Dai, bajó al salón tratando de calmarse.

Pasado un rato apareció Hyunckel, habló con él de su sueño, acabó llorando terriblemente, y fue cuando el guerrero le abrazó, después de aquello solo recordaba haber seguido llorando, la voz de Hyunckel tratando de consolarle…

Sus pensamientos frenaron en seco.

Un momento, Hyunckel le había abrazado. Y de hecho él estuvo así con él un buen rato.

¿Tan mal debió de verle como para hacer eso? No era típico de él.

Sintió que se hundía de la vergüenza y se llevó las manos a la cara.

Además, debió de quedarse dormido mientras seguía llorando y él seguramente era quién le había cubierto con la manta.

Pasados unos segundos suspiró resignado.

No había hablado con nadie antes sobre su pesadilla recurrente. Y por alguna razón decidió confiar en Hyunckel.

Miró entonces por la ventana unos segundos y a continuación se puso en pie.

Subiría a su habitación a cambiarse y luego bajaría a hacer el desayuno.

Si querían aprovechar el día tendrían que ponerse en marcha pronto y no servía de mucho seguir dándole vueltas a la situación.


Hyunckel había tenido muchos estímulos por los que pudo haberse despertado aquella mañana.

El sol de primavera entrando por una de las grandes ventanas que daban a la habitación, el sonido de los pájaros… El ruido estruendoso de cuando Popp se había tropezado por las escaleras al bajarlas de nuevo tras cambiarse, para después maldecirse a si mismo.

Pero de todo aquello, lo que hizo que abriera sus ojos fue un olor.

Un olor agradable que provenía de la planta inferior de la vivienda, y que, para su propia sorpresa, le hizo despertar el apetito.

Y fue una sorpresa debido a que aquellos últimos meses no solía tener hambre en absoluto.

Se incorporó pesadamente quedando sentado en la cama e inmediatamente recordó la noche anterior.

Popp estuvo llorando hasta tarde, tras contarle lo de su pesadilla con la explosión que pudo haber causado muerte de Dai. Había estado tratando de consolarle en vano, dado que Popp parecía no escuchar nada de lo que pudiera decirle. Finalmente se sentó con él en el sofá y el mago, después de casi una hora, cayó rendido durmiéndose sobre su hombro, tras lo cual le recostó y le puso una manta encima.

Era evidente que necesitaba hablar con alguien de aquello y desahogarse.

Realmente, el hecho de que pudiera estar tan mal, aún después de dos años, era algo que no esperaba. Y tratándose de Popp le fue algo difícil para él verle de aquella manera.

Finalmente se levantó de la cama y se vistió para después bajar las escaleras y entrar en la cocina.

Apenas hacerlo vio a Popp poniendo un par de platos en una mesa situada en el centro.

- Buenos días, Iba a llamarte. – Dijo el mago apenas verle entrar.

- ¿Has hecho el desayuno? – Preguntó Hyunckel. – Huele bien. – Apuntó revelando algo de desconfianza en su voz.

- ¿Qué tiene de raro? – Contestó el mago.

- No es nada, simplemente una cosa es cocinar mientras te ves obligado a hacerlo en cualquier sitio a la intemperie y otra en una cocina.

- O-oye – Protestó el mago ligeramente ofendido. – Casi siempre he sido yo quien se encargaba de cocinar. De hecho, cuando Dai y yo…- Tras decir aquello su voz se apagó y guardó silencio unos instantes.

Finalmente sonrió apenado y negó con la cabeza.

Hyunckel se dispuso a acercarse él.

- Estoy bien. – Indicó.

Tras decir aquello esquivó su mirada.

- Por cierto. Siento la escena que monté ayer, ni siquiera recuerdo haberme quedado dormido. – Era obvio que quería cambiar de tema, a lo cual Hyunckel accedió.

- No fue nada, además parecías agotado. Seguramente esas pesadillas llevaban tiempo sin dejarte dormir bien. – Dijo el guerrero.

Popp dejó escapar una risa triste.

Realmente tenía razón.

- De todos modos, gracias… Por escucharme, y por la manta. - Murmuró volviendo a mirar a su amigo.

- No necesitas dármelas, era lo menos que podía hacer. Además, entiendo lo que es tener ese tipo de sueños. Es difícil, debido a que tienen parte de realidad. – Popp forzó una sonrisa.

- ¿Es así? - Susurró. –Bien, no importa, seguramente, estaré mejor cuando nos pongamos en marcha así que vamos a desayunar. – Tras decir aquello se sentó a la mesa y el guerrero hizo lo mismo.

Sí, tal vez esa no era una mala idea después de todo, tomar el aire de camino a comprar lo que necesitaban les iría bien.

El sol ya estaba en lo alto cuando por fin Hyunckel y Popp pusieron rumbo al mercado del centro de la ciudad.

El objetivo era sencillo. Obtener unos cuantos mapas, y después comprar algunas provisiones.

La intención era salir a lo sumo en un par de días, estudiar donde ir primero y organizar los sitios que se mencionaban en algunos textos que Popp había encontrado. La pega era que para hacerlo necesitarían dedicarle algo de tiempo, y después cuando se pusieran en marcha tendrían que ser minuciosos y buscar a pie. Lo cual implicaba que iba a ser un proceso algo lento.

El joven mago dejó escapar un suspiro y a continuación miró a Hyunckel mientras ambos se dirigían a la ciudad. Inmediatamente se percató de que caminaba más despacio de lo habitual en él.

No pudo evitar pensar que tal vez debería haberle dejado descansar un poco más. Después de todo había viajado hasta Papunica desde a saber donde.

Fue entonces cuando cayó en que al final no le había contado mucho al respecto de donde había estado todo ese tiempo que ambos no se habían visto.

- Para ser francos, pensé que si alguna vez te asentabas sería en Lankirks. – Dijo Hyunckel interrumpiendo sus pensamientos.

Popp se sorprendió inicialmente, pero pasados unos segundos sonrió con cierta nostalgia.

- No, no creo que vuelva allí mas que de visita para ver a mis padres. – Confesó el mago. – Lankirks se me quedó pequeño hace mucho tiempo. Hui de mi casa para convertirme en mago después de todo.

- Es cierto, pero ¿Por qué no fuiste a Bengarna? Seguro que ellos también necesitaban ayuda y…- Hyunckel iba a mencionar que también era un lugar más cercano a Teran, donde era posible que Dai reapareciera.

Sin embargo, Popp pareció intuir sus palabras.

- Lo sé. – Contestó el mago antes de que el guerrero lo dijera. – Pero, pasaron algunas cosas que me hicieron decidirme por quedarme aquí. – Explicó.

- ¿Cómo cuales? - Preguntó Hyunckel.

El joven mago miró a su amigo a los ojos.

Por la expresión del Guerrero dedujo que realmente estaba interesado en saberlo.

Después de dos años, tenía sentido que tuviera curiosidad por entender como había acabado allí.

Entonces se encogió de hombros a la vez que bajaba la mirada.

- En realidad, cuando me separé de Maam y Merle, estaba bastante perdido. – confesó finalmente. – No sabía que hacer, ni donde ir. Me plantee instalarme en algún sitio, pero no sabía donde, y no quería volver a Lankirks. – Entonces resopló una risa triste. – No voy a negarlo. Era lamentable, solo me revolcaba en la culpa, me sentía solo, y había muchas emociones negativas que me carcomían por dentro.

Fue entonces cuando decidí ir a ver la espada de Dai antes de tomar ninguna decisión. Sentía que necesitaba asegurarme de que la joya seguía brillando.

Pero cuando llegué, me encontré con Leona.

- ¿Leona? – Murmuró Hyunckel.

- Sí. Ella, parecía estar realmente mal. Lloraba como si nada pudiera consolarla.

La princesa es dura, pero, piénsalo con detenimiento. La lucha contra el ejército oscuro y Vearn le arrebató muchas cosas. Le costó la vida a su padre, su reino estaba en ruinas y, había perdido a Dai. Aún con todo trata siempre de sonreír y mostrarse fuerte, pero es humana también. – Indicó. – Al verla de aquella manera, me sentí mal por ella. Pensé en irme sin decir nada, pensaba que era lo mejor y que tal vez ella no quería que la vieran así. pero al final no pude evitar acercarme. Al verme, simplemente me abrazó y los dos estuvimos un rato llorando.

Después hablamos largo y tendido sobre muchas cosas; Las dificultades de Leona para organizar la reconstrucción de su reino, la decisión que yo había tomado respecto a Maam, como había quedado el mundo después de lo que hizo Vearn, y… Sobre que diría Dai si nos viera lamentándonos así.

Al final, nos sentimos algo mejor después. Y cuando iba a marcharme, me preguntó si querría ayudar en Papunica. – Tras decir aquello Popp sonrió ligeramente. – Leona necesitaba apoyo, y yo un propósito. Así que accedí. Apenas comenzar a echar una mano me di cuenta de que muchos conocimientos de todo tipo habían desaparecido, o fueron destruidos debido a todo lo que hizo el ejército oscuro. Fue cuando se me ocurrió la idea de la biblioteca.

Al principio no iba a ser algo grande, pero cuando supieron que, "el sabio que había acompañado al héroe", estaba implicado en la construcción, empezaron a aparecer magos de otros países y muchos reinos ofrecieron copias de libros y manuscritos, e incluso algunos originales. Leona me cedió una cantidad enorme de recursos, y al final se convirtió en lo que es ahora. – Hyunckel lo meditó unos segundos.

- Entonces, esa biblioteca fue lo que te impulsó durante un año y medio. – Popp miró a su amigo de nuevo.

- Se podría decir que sí. – Confesó el mago. – Además, en el proceso aparecieron varios libros que hablaban sobre los caballeros del Dragón. Fue en ese momento cuando empecé a pensar que, si Dai estuviera vivo, tal vez, eso podría ayudarme a dar con él si decidía buscarlo.

Ahora estoy mejor, Leona también parece más animada, hemos hablado a menudo. Pero ha sido todo un poco difícil.

- Si hubiera sabido que lo estabas pasando tan mal como vi anoche, habría estado ahí para apoyarte. – Indicó Hyunckel. – Además, todo lo que pasó en Papunica, fue mi culpa. - Popp miró a al guerrero algo aturdido inicialmente, pero a continuación sonrió.

- No digas eso, al final las cosas salieron bien, Papunica está prácticamente reconstruida. – Dijo tratando de suavizar el ambiente. – No me ha ido mal este tiempo, y vamos a viajar juntos para encontrar a Dai. Estas aquí ahora. - Hyunckel sonrió ligeramente.

- Sí, eso es verdad. Y no tengo intención de volver a dejarte solo. – Popp no supo que contestar.

¿Cómo se suponía que debía interpretar aquello?

Fue entonces cuando se percató de que ya estaban cerca de la ciudad.


Las calles del mercado estaban abarrotadas a aquella hora de la mañana, y había bastante bullicio en general, algo que a Hyunckel le resultaba obviamente incómodo. No estaba acostumbrado a las multitudes, de hecho, era alguien que prefería pasar desapercibido, con lo cual había vuelto a ponerse la capucha de su capa apenas entraron en la ciudad.

Sin embargo, que no se fijaran en él apenas era posible con Popp cerca.

El asunto no era que el mago estuviera haciendo nada mal, pero, tal como había visto el día anterior, su amigo se había vuelto popular en la ciudad. Eso implicaba que la mayoría de la gente le parara para saludarle.

Popp tampoco se sentía muy cómodo con aquello, como ya había expresado el día anterior, pero tampoco quería ser descortés con nadie, con lo cual estaban perdiendo mucho tiempo.

No pudo evitar pensar que debería haberse quedado a las afueras o en algún lugar con menos afluencia de gente y dejar que Popp se encargara solo de las compras. Aunque, como tampoco era mucho siquiera se lo había planteado.

Dejó escapar un suspiro y observó todo a su alrededor cuando su mirada se cruzó con la de alguien.

Era una mujer de mediana edad que le observaba fijamente, dejando ver una expresión de odio que heló su sangre.

Bajó la mirada y se dispuso a alejarse. Quizá solo eran imaginaciones suyas, pero se sintió especialmente incómodo. Sin embargo, antes de poder alejarse la mujer se le acercó y cogió su ropa.

- Eres tú ¿Verdad? – Dijo con desprecio en su voz.

Hyunckel sintió como su corazón se encogía, quedándose paralizado en el acto.

No se atrevía a levantar la vista.

- Tu eras el comandante de la legión inmortal. – Finalmente el guerrero miró a la mujer a los ojos, mientras contenía el aliento sintiendo que no podía hablar.

- ¡Lo sabía! ¡Fuiste tú quien atacó Papunica! – Exclamó finalmente. - ¿¡Cómo te atreves a pasear por la ciudad como si nada!? – Dijo soltando su ropa a la vez que le empujaba.

- Yo…

- ¡Por tu culpa lo perdí todo! – Gritó la mujer con frustración. - ¡Mi esposo y mi hijo murieron! – Tras decir aquello su rabia se tornó en llanto. - ¡¿Y tu te atreves a estar aquí como si nada?! - La gente del mercado comenzó a mirar hacia allí preguntándose lo que ocurría, y algunos curiosos se empezaron a parar a su alrededor.

- Lo siento… - Aquello fue lo único que la voz del hombre alcanzó a decir antes de sentir una bofetada que le hizo retroceder a la vez que hacía que la capucha de su capa cayera hacia atrás, dejándole al descubierto.

Lentamente se llevó la mano a su mejilla izquierda, y permaneció en el lugar prácticamente inmóvil.

- ¿Lo sientes…? ¿¡Que lo sientes!? ¡Tú no tienes derecho a sentir nada! ¡Eres un maldito monstruo! – gritó la mujer aún más furiosa. - ¡No tienes derecho a estar aquí! ¡Puede que la princesa te perdonara la vida, pero no puedes estar aquí! ¡Miserable! ¡Siquiera deberías respirar el mismo aire que nosotros! - El guerrero permaneció sin moverse, mientras toda la gente alrededor le observaba y comenzaban a murmurar y la mujer continuaba gritándole.

Sin embargo, él ya no podía escuchar nada.

Sus manos comenzaron y a temblar y sentía que quería desaparecer.

Realmente, la bofetada que acababa de recibir era lo menos que se merecía.

"Hy…el…"

¿Qué podía hacer? ¿Qué podía decir? No importaba en absoluto. Aquella mujer le odiaba, y con razón. Lo que hizo tuvo consecuencias horribles.

No pudo evitar preguntarse cuántas más personas perdieron a sus seres queridos y debían de odiarle tanto o más que ella.

"¡Hy..ckel…!"

¿Había alguna manera de compensar algo así? Daba igual lo que hiciera realmente. No pudo evitar preguntarse si serviría de algo si él… muriera. Si aquello daría algo de paz a quienes habían perdido todo por su culpa.

Sí, tal vez morir frente a ellos siendo juzgado por lo que hizo les haría sentir mejor ¿Verdad?

Pero, ¿Eso no era demasiado piadoso para alguien que había hecho tanto daño?

Aún así no era la primera vez que pensaba que su muerte traería paz a muchas personas.

En ese momento sintió una mano que agarraba su brazo e inmediatamente después como alguien le llamaba.

- ¡Hyunckel! – El guerrero volvió la vista hacia la persona que le estaba sujetando e inmediatamente se percató de que se trataba de Popp.

También se dio cuenta de que la tensión a su alrededor había ido escalando y la mujer no era la única que le miraba como si deseara matarle. Había otras personas en torno a él observándole de aquella forma o que dejaban entrever cierto miedo en sus ojos.

- Vamos, es mejor que nos vayamos de aquí. – Dijo el mago.

A continuación, tiró de Hyunckel para sacarle de entre la multitud y caminó aceleradamente llevándolo prácticamente arrastras.

El hombre casi no fue consciente de cuanto habían andado ni hacia donde iban durante unos minutos que se le hicieron eternos mientras se alejaban, hasta llegar a un callejón estrecho, donde finalmente ambos pararon.

Apenas hacerlo Popp le soltó y cogió aire, parecía algo nervioso.

- Quedémonos aquí un rato, dejemos que se calme todo un poco. – Indicó.

Ambos guardaron silencio aproximadamente un par de minutos hasta que Hyunckel se decidió a hablar.

- Popp, esa mujer…

- Lo sé, lo he oído todo y… también lo he visto. – Contestó el mago. – Me despisté un momento y cuando me quise dar cuenta no estabas a mi lado, empecé a escuchar algo de revuelo y ella estaba gritándote y vi cómo te abofeteaba. – Tras decir aquello se dispuso a poner su mano sobre donde su amigo había sido golpeado, casi por instinto. - ¿Te encuentras bien? - Sin embargo, el hombre alejó su rostro.

- Sí, es solo qué… estaba aturdido, lo lamento. – Dijo mientras se apoyaba en una de las paredes del callejón.

- No, está bien. – Murmuró el joven dejando caer el brazo.

A pesar de que su gesto no le pasó inadvertido prefirió no centrarse en ello.

– Te llamé, pero no parecías escucharme. Aunque, si alguien comenzara a gritarme así y me golpeara yo seguramente habría estado igual que tú.

- Está bien, no le faltaban motivos. – Dijo el guerrero. – Lo raro es que nadie me reconociera antes, debí de haberlo supuesto. Y esa mujer, tenia razón. No tengo derecho a estar aquí. No después de todo el daño que hice a esta gente.

- ¿Qué estás diciendo? - Respondió Popp. – Es cierto que lo que hiciste cuando formaste parte del ejército oscuro estuvo mal. Pero también luchaste contra Vearn. Ninguna de esas personas estaría viva de no ser por ti.

- ¿Y de que le sirve a esa mujer seguir viva cuando le arrebaté lo que más amaba? – Replicó Hyunckel. – Es por eso, que no tengo derecho a ser feliz ni llevar una vida normal. – Popp miró a su amigo sorprendido.

- Espera tu… ¿Eso es lo que piensas? ¿Has estado estos dos últimos años pensando así? – Preguntó ligeramente conmocionado.

- Preferiría no hablar de eso. Por lo menos no ahora.

- Hyunckel, muchas de las cosas que hiciste fue porque te mintieron y te utilizaron. – Apuntó el mago. – No es que eso justifique lo que hiciste, pero también fuiste una víctima. También destrozaron tu vida. Así que, aunque no lo creas, tienes derecho a…

- He dicho que no quiero hablar de ello. – Interrumpió el hombre fríamente.

Aquello hizo que el joven guardara silencio a la vez que le miraba con una expresión de tristeza.

- Bien, en ese caso volvamos a casa. - Contestó con ánimo apagado y tendiendo una mano a Hyunckel. – Usaremos teletregreso, ahora mismo es mejor que nadie nos vea por aquí. – El guerrero se sintió algo culpable. Popp solo estaba tratando de ser amable con él, pero realmente no quería tratar el tema y estaba comenzando a encontrarse mal físicamente.

Lentamente aceptó el gestó de Popp, y en lo que fue apenas un pestañeo estaban frente a su casa.

Ambos caminaron hasta la entrada, y fue cuando se disponían a entrar que, repentinamente, el hombre se llevó una mano a la frente.

- ¿Hyunckel? - Preguntó el mago al verle de aquella manera.

Antes de poder insistir su amigo tropezó hacia delante.

Algo no iba bien.

- ¡Hyunckel! – Popp dio un paso hacia él y a duras penas logró sujetarle poniendo una mano en su pecho y otra en su hombro. - ¿¡Qué te ocurre!? ¿¡Estás bien!? - Tras decir aquello miró su rostro.

Estaba más pálido de lo normal y sus ojos estaban vidriosos.

- N-no, no es nada. – Murmuró el Guerrero con poca voz. – Solo… - Antes de terminar de hablar Popp cogió aire con sorpresa.

- ¿¡No es nada!? ¡Estás ardiendo de fiebre! – Exclamó alarmado.

Al sostener a Hyunckel podía sentir el calor incluso a través de su ropa.

Sin dejar tiempo a que este pudiera objetar nada el joven mago puso el brazo del guerrero tras su cuello.

- Te ayudaré a ir hasta el piso de arriba, necesitas descansar. - Dijo con firmeza.