EN EL MUELLE

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Otra noche llegó a la ciudad de Nueva York; pero ésta en particular, era especial para el aclamado actor de Broadway, Terruce Granchester; sin embargo, no la disfrutaba como él lo hubiera deseado. Encerrado en su habitación, sacó del cajón de su mesa de noche a su inseparable amiga, su querida armónica; después de soltar un triste suspiro la llevó a los labios para iniciar su llanto.

-Otra vez esa música… odio que la toque. – la mujer, llevó sus manos a sus oídos para intentar bloquear que la melodía ingresará por estos.

-Qué sucede hija?

-Dile que pare… que no toque esa música. – dijo sollozando mientras ocultaba su rostro en la almohada.

-Pero Susi… suena tan bien – dijo la mujer apreciando aquella melodía.

-No mamá… odio que la toque… porque sé que está pensando en ella.

-En ella?

-Sí, ella… la chica de Chicago – Susana se reusaba a repetir el nombre de Candy, temía que si lo hacía Terry nunca se olvidaría de ella. – lo hace cada cierto tiempo… dile que no lo haga… - lloró desconsoladamente. – mamá, dile que pare…

-Ya hijita – su madre posó su mano sobre la espalda de su hija, le dolía verla así. – enseguida me encargo. – furiosa se puso de pie y se dirigió hacia la habitación que ocupaba quien, en un futuro cercano, sería su yerno.

Algunos minutos después que su madre abandonara su habitación, la música cesó, la rubia sonrió levemente al pensar que pronto Terry olvidaría a esa joven; pero cuando su madre estaba entrando nuevamente en la habitación, la puerta de la entrada de aquella se cerró con algo de fuerza.

-Mamá…?

-Está saliendo – dijo la madre viendo por la ventana – seguro llegará al amanecer otra vez.

-Hasta cuándo…? – dijo con rabia - hasta cuándo tengo que soportar todo esto?

-Ya hijita – su madre la abrazó – ya verás que una vez que se casen todo será mejor, él cambiará esa actitud y te hará feliz, te lo debe.

La ex actriz se acurrucó en los brazos de su madre, internamente rogaba que así fuera, que una vez se casara con Terry, él se diera cuenta de cuanto lo amaba y que la correspondiera. Ella estaba determinada a hacerlo feliz y esperaba lo mismo de él.

Prometió que daría todo de sí para lograr que Candy desapareciera completamente de sus recuerdos y estos sean ocupados con nuevos, unos donde sólo ella y él protagonizaran momentos agradables y felices.

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Caminó durante horas por las calles adoquinadas de Nueva York, secretamente esperaba encontrar algún bar abierto; pero no tuvo suerte, sonrió al pensar que incluso el destino la ayudaba a que mantuviera su promesa; promesa hecha sin palabras, aquel día en su colina, donde al aceptar su regalo aceptó no volver a fumar ni a beber.

-Pecosa entrometida… - murmuró bajito y de manera melancólica – qué estarás haciendo? – miró el cielo nocturno, la luna estaba resplandeciente y las estrellas la acompañaban – feliz cumpleaños mi… - no, no tenía derecho a usar aquel adjetivo – seguramente estuviste rodeada de todos tus amigos y amigas, comieron pastel de chocolate, tu favorito – sonrió al recordar cómo se había enterado de aquel dato - puedo asegurar que tú te comiste una gran parte. – sonrió imaginando a Candy devorando pastel.

El joven actor siguió caminando hasta llegar a la estación del tren, ya era tarde así que no había gente, por su mente pasó la idea de tomar el primer tren y partir a Chicago, sorprenderla y abrazarla, no de espaldas como la última vez; sino de frente, viendo aquellas hermosas esmeraldas que lo habían cautivado; dejó salir un suspiro y decidió que iría al muelle, ese era el mejor lugar para celebrar el cumpleaños de su pecosa, tocaría pensando en ella, la misma melodía que le dedicó una vez.

El día estaba llegando, la luna estaba por abandonar protagonismo y darle paso al sol, ahora sería su turno para llenar de calidez a todos los ciudadanos de aquella ciudad.

Terry había tocado una y otra vez la última melodía que le hubo dedicado, lloró al recordar aquella noche, donde sus caminos se separaron y no encontraron punto de encuentro.

-Candy… sé feliz… muy feliz… - pensó mientras acariciaba con su pulgar las iniciales grabadas en aquella armónica; de pronto, a lo lejos, escuchó el característico sonido del barco que llegaba a puerto, lo vio y pensó en todos sus tripulantes y pasajeros que debían estar felices de arribar a su tierra después de una sangrienta guerra; no pudo evitar pensar en la primera vez que llegó a la ciudad para, casi inmediatamente, regresar a su natal Inglaterra con el corazón roto. Aquella noche estaba devastado hasta que conoció a una rubia pecosa, que al mismo instante de conocerla lo había cautivado; luego, la segunda vez, llegó con un destino incierto y con el corazón roto por haber dejado atrás a su pecosa, sin saber que allí se despediría para siempre de la única mujer que lo había amado y que él había amado.

Tocó nuevamente aquel instrumento; pero esta vez para dar la bienvenida a los pasajeros de aquella embarcación.

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Los pasajeros se acercaron a cubierta para ver cómo se acercaban a la ciudad, era muy temprano, el sol ni siquiera había salido; pero ya se veía un tono azulado en el cielo.

-No saldrás a ver cómo nos acercamos a la ciudad?

-No, prefiero quedarme a terminar de guardar mis pertenencias.

-De acuerdo, te veo después.

Una vez que se vio sola, la joven se sentó en la cama, con la mirada melancólica y con una sonrisa débil buscó en el bolsillo de su abrigo un pañuelo con las iniciales de quien hubo sido su dueño, lo miró por unos instantes recordando el momento en que se lo había devuelto, la última vez que habían pasado un lindo día antes de separarse.

-Terry… - dijo tristemente – eres feliz? – sonrió con la misma tristeza – sí, debes serlo – cubrió su rostro con el pañuelo – ella así lo aseguró… dijo que la hacías feliz y que ella haría todo por retribuirte…

Abrazada al pañuelo la rubia permaneció recostada en la cama viendo un punto fijo en el techo de su pequeño camarote, no supo cuánto tiempo había pasado; a lo lejos se escuchaba el grito de algarabía de los pasajeros, lo cual significaba que ya estaban por atracar a puerto; pero de repente algo llamó su atención.

-Qué…? – se sentó de golpe – esa música… es…

Muchos pasajeros vieron con molestia a la joven que los empujaba mientras corría por cubierta, la vieron desesperada por abrirse paso, buscando algo o a alguien.

Su corazón latía tan fuerte que estaba segura que podían escucharlo; corría desesperada, no tenía tiempo para disculparse con aquellas personas a quienes golpeaba a su paso; estaba segura que era él. Quería verlo una vez más antes de tomar el tren esa misma mañana hacia Chicago, sabía que esa sería la última vez que lo vería; pues estaba decidida a no regresar a Nueva York nunca más.

-Dónde… dónde estás? – miraba de un lado a otro tratando de identificar el lugar de donde venía la melodía – Terry… eres tú… eres tú, verdad? – se preguntaba la rubia sin darse cuenta que su rostro estaba bañado por las lágrimas. – dónde estás? – buscaba en el muelle hasta que a lo lejos visualizó a una persona cubierta con una gran abrigo, una bufanda y un gorro, así como lo había visto en aquella estación hace años - sí - se dijo - es él – sonrió. Para su suerte ya estaban poniendo las tablas para que los pasajeros pudieran descender del gran navío, así como había llegado a cubierta, la rubia, se dirigió hacia el lugar de desembarco para ser una de las primeras en bajar.

-Señorita tenga cuidado! – le gritó un hombre malhumorado – esta juventud ya no respeta a sus mayores – lo oyó decir mientras se alejaba, no se reconocía a sí misma, la antigua Candy se hubiera detenido a pedir disculpas, es más, ni siquiera estaría corriendo hacia el hombre que había prometido olvidar; pero lo estaba haciendo, tan desesperadamente que no tenía tiempo de reflexionar sobre sus actos.

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La última tonada despareció en el aire, abrió los ojos y se dio cuenta que el barco ya estaba en el puerto, varias personas estaban descendiendo con maleta en mano. Sonrió al pensar en ella, se había concentrado tanto en tocar para ella como hubiera querido hacerlo tantas veces, que no se dio cuenta que ya había aclarado bastante y que pronto se vería rodeado de aquellos pasajeros.

-Ya es hora de volver… ahj – dejó salir un suspiro cansado – cuanto daría por tomar el próximo barco lejos de aquí… de esas mujeres… - sacudió la cabeza al pensar en las consecuencias que aquello traería – supongo que debo seguir, debo pagar la cuenta por mi vida.

Se ajustó la bufanda y el gorro antes de girarse y caminar rumbo a la avenida y conseguir un transporte que lo llevara a la casa que habitaba. Camino despacio, pues no tenía prisa por llegar y menos para el desayuno.

-Terry… - escuchó su voz y eso lo paralizó, tenía miedo de girarse y darse cuenta que solo era su imaginación o la creación de su deseo por verla. - Me habré equivocado? – pensó, había corrido hacia donde identificó al hombre que parecía tocar la armónica – disculpe… – estaba agitada, su voz tembló por la tristeza de haberse equivocado – yo… lo confundí con alguien más… - bajó la mirada tratando de controlar a esa lágrimas rebeldes que querían escapar.

-Es… - su corazón latió con fuerza, la tenía detrás de él; pero temía equivocarse – Candy…? – dijo tan bajito que ella no lo oyó.

Debía darse valor y girar, si no era ella terminaría con esa dolorosa ilusión y si realmente era ella, pues… no sabía que haría si fuese el caso.

-Disculpe que lo moleste… pero… usted vio a un hombre que tocaba la armónica por aquí?

–Me escuchó? – pensó e inevitablemente una sonrisa apareció en su rostro.

-Creo… creo que me equivoqué – la oyó nuevamente – lo habré imaginado? – sonrió ampliamente al oírla decir eso; era ella, sin duda alguna era Candy.

-Posiblemente – respondió el joven modulando su voz, todavía no se giraba para verla.

-Oh! disculpe por molestarlo. – dijo apenada, él estaba feliz, ella lo había escuchado tocar y lo mejor de todo, lo buscó.

-No se preocupe, la entiendo, de todos modos siempre fuiste una pecosa despistada.

-Creo que sí, tal vez… - entonces se dio cuenta de lo que ese hombre había dicho, nadie la llamaba pecosa más que él, su castaño arrogante - Terry…? – se cubrió la boca para evitar un sollozo.

-Tanto tiempo pecosa… - finalmente se giró y lo que vio lo dejó mudo. Frente a él estaba Candy, más alta, un poco pálida y lo que no le gustó, muy delgada; aunque eso no le quitaba lo hermosa, su Candy era la mujer más hermosa que había conocido jamás.

-Terry… - las lágrimas habían hecho acto de presencia completamente desde que se había dado cuenta que era él realmente. Lo vio más alto y fornido, se había cortado el pelo, ahora lo llevaba corto y debía admitir que le quedaba bien, ya no era aquel adolescente de quien se había despedido hacía más de dos años.

Atraídos como dos imanes, la pareja se acercó y envolvió en un abrazo deseado desde hace mucho; ella ansiaba verlo nuevamente; él también lo anhelaba, estaba llorando al igual que ella; aunque no podía definir el por qué, no sabía si era porque finalmente la tenía abrazada a él o porque la veía tan frágil y quería protegerla, o simplemente, porque ella también lo había extrañado.

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Estaban sentados en una pequeña cafetería cerca del muelle, ella lo miraba apenada y preocupada, pues él estaba callado desde hace unos minutos. El castaño miraba por la ventana; las personas que habían llegado en aquel barco que la trajo, ya se habían ido, ahora era otra gente la que estaba por el lugar; tenía el ceño fruncido y el labio apretado, evitando decir algo que la lastimara.

-Desde cuándo? – dijo de repente logrando que la rubia levantara la cabeza y dejara de prestar atención a su café.

-Desde hace dos años… - se calló al ver la mirada enfadada del joven – yo…

-Por qué…? – apretaba la mandíbula – siempre te creí a salvo… lo único que me consolaba era saber que estabas con las personas que te amaban y cuidaban.

-Me necesitaban en el frente…

-Yo te necesitaba…! – levantó un poco la voz llamando la atención de algunos comensales, respiró para tranquilizarse – yo te necesitaba a salvo, sólo así podría seguir; era lo único que me mantenía firme en la absurda decisión que tomamos.

-Terry…

-Si te hubiera pasado algo… - la voz le tembló al imaginar lo peor – nunca más… prométeme que nunca más harás algo parecido.

La rubia quería discutir y decirle que ese era su trabajo, que había prometido ayudar a curar a las personas, que tenía un compromiso con la vida; pero todo aquello perdió peso al ver la preocupación y las lágrimas de desesperación que luchaban por salir del joven que aún amaba.

-Prometo no ser tan impulsiva – lo miró apenada - no volveré a arriesgar mi vida de esa manera.

-Sí vuelves a enlistarte en alguna absurda guerra – tomó su mano y la acarició - yo también lo haré, sólo para traerte de vuelta.

-No lo permitiré. – sonrió ante el instinto controlador y protector del castaño.

-No podrás detenerme – correspondió a su sonrisa con una muy leve, pues seguía molesto.

-Ya no lo haré.

Hablaron un poco más sobre sus vidas en aquel tiempo que estuvieron separados. Ninguno mencionó a Susana, tampoco hablaron sobre los peligros a los que se había expuesto la rubia en aquella cruel guerra; sólo hablaron sobre sus carreras, lo bien que le iba al castaño en el teatro; la rubia le contó todo lo que había aprendido sobre los avances médicos.

-Cómo está tu madre?

-Pues… - no sabía que responder, ya que no tenía contacto con la veterana actriz.

-Terry – su voz indicaba que se había dado cuenta de su situación – no desaproveches la oportunidad de estar con tu madre. – bajó la cabeza – créeme que muchos daríamos lo que fuera por tener una oportunidad así. – pensó en los niños que quedaron huérfanos por la guerra y también en ella misma.

-No sé cómo hacerlo – admitió – no logro perdonarla por completo – se refería a cuando la buscó para que lo ayudara con el problema llamado Susana Marlow; pero nuevamente se desilusionó al enterarse que la actriz estaba de gira, y a su regresó, no lo había contactado hasta que fue muy tarde.

-Yo puedo ayudarte en lo que necesites. – dijo sin pensar, pues en sus planes estaba dejar la ciudad esa misma tarde – es decir que…

-De acuerdo – se apresuró en responder, quería tenerla cerca por más tiempo – la llamaré para que hablemos, me acompañarás, verdad?

-Eh… está bien. – pensó en que no pasaría nada si retrasaba su regreso a Chicago, de todos modos nadie sabía que estaba de vuelta.

Pasaron el día y la tarde juntos, Terry llevaba su maleta mientras caminaban por un parque cerca del muelle; Melanie, la amiga de Candy, le había llevado su maleta, la cual la rubia dejó olvidada en el camarote que compartían.

-Estás cansada?

-Algo. – fue sincera.

-Te llevaré a mi departamento para que descanses. – oír eso alertó a la rubia – no te preocupes, no vivo ahí. Estarás sola.

-No vives ahí? – cuestionó - entonces dónde vives? – esa pregunta los trajo a la realidad. – creo que lo mejor será que parta hoy mismo a Chicago, no quiero causar problemas - estaba incómoda, lo había deducido, él vivía con… su esposa?

La rubia se sentía mal, por su felicidad de volver a verlo, había olvidado que él tenía un compromiso con Susana, y ahí estaba ella, disfrutando del día con alguien a quien nunca tendría, su deseo había sido verlo nada más; pero por impulso corrió hacia él y lo abrazó olvidándose de todo lo demás.

-No! – el miedo surgió en él, no quería perderla, no cuando fue claro que ella no lo había olvidado – por favor Candy – la obligo a mirarlo – no me abandones nuevamente – abrió los ojos sorprendida – no te alejes de mí otra vez.

-Terry… Susana te espera, ella es… tu prometida, cierto?

-No. - fue firme – nunca me comprometí con ella – sí, vivo en su casa; pero solo para ayudarla cuando lo necesita, la llevo al hospital… es todo. – tenía que convencerla – ni siquiera hablo más de dos frases con ella.

-Por qué? – no entendía todo aquello, si vivía con ella por lo menos deberían conversar de vez en cuando.

-Porque nunca me interesó entablar conversación con ella, no quiero que sepa nada de mí y no me interesa saber sobre su vida. – miró hacia un punto en medio de dos árboles – por salvarme… acabó con mi vida.

-Terry! - Candy lo abrazó, lloró al oír aquello; la voz y la mirada del actor le dijo que en verdad pensaba eso. – no vuelvas a decir eso… por favor… - era nuevamente el Terry rencoroso y esquivo de la escuela.

-Candy… - la abrazó también.

-Sí algo te hubiera pasado… yo habría muerto contigo… no iba aguantar perderte para siempre.

-Pero nos separó.

-Sí, pero al menos sé que estás vivo y que en algún momento podré verte.

-Candy… - la separó un poco - me amas? - ella lo miró sonrojada – porque yo te amo, te amo desde la primera vez que te vi en aquel barco.

-Yo… también te amo… - dijo bajito, su rostro estaba bellamente sonrojado.

-Entonces no desperdiciemos esta oportunidad, hablaré con Susana y le explicaré que nunca podré amarla, tiene que entender que si me quedo a su lado solo seriamos infelices, pues nunca me casaré con ella.

-Sufrirá.

-Sólo por un tiempo, será peor esperar algo que nunca va a pasar, ella perderá la oportunidad de encontrar a alguien que en verdad la ame.

-No quiero verte sufrir – dijo después de unos minutos en silencio – aceptaré lo que decidas. – dijo finalmente.

Escuchar aquello llenó de esperanza al actor, ahora él decidiría; Candy le daba la oportunidad de tomar las riendas de su vida y estaba más que seguro de lo que haría.

Dejó a Candy en su antiguo departamento y antes de partir a la casa que habitaba, le hizo jurar que no se marcharía a Chicago y que esperaría por él.

Continuará…

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Nueva historia!

Qué les parece? Les comento que esta historia será muy corta, solo dos capítulos, espero que lo disfruten.