Miles y miles de gracias a todas las que estáis leyendo el fic.
Capítulo 10.
Londres 1896
- Richard he decidido que viajarás a Nueva York y asumirás el control de nuestras empresas en EEUU.
- Pero yo no quiero viajar padre, tenemos mucho que hacer aquí.
- No discutas Richard, partes mañana mismo. ¡Es una orden!
- Muy bien duque de Grandchester. Hasta nunca.
Richard era un hombre guapísimo, su porte y elegancia hacía que cuanta señorita o señora se sonrojara con solo verle, en el barco era asediado constantemente. Pero él estaba anonadado desde que vio a una bella rubia de ojos azules con un coqueto lunar cerca de la boca que era capaz de iluminar cualquier estancia por más oscura que pareciera, ella brillaba. Por primera vez en su trayectoria de innumerables conquistas, Richard se sentía como un tonto adolescente.
Para Elenaor, Richard no pasó desapercibido, pero ella no se consideraba lo suficientemente importante como para atraer a un hombre de negocios, un aristócrata con una reputación intachable. Él tenía siempre el rostro serio y calculador, rozando lo frió o gélido. Pero aún así, era tan guapo e imponía tanto que Eleanor no supo qué decir cuando él al fin se decidió a invitarla a bailar en la última fiesta que brindaba el navío.
Bailaron, rieron, y oh sorpresa, los dos se quedarían en Nueva York, ella para ingresar a una academia de teatro, él para tomar posesión de las empresas Grandchester. Ese año se hicieron inseparables, Richard se dio cuenta que por primera vez en años disfrutaba tanto de la compañía de una mujer, que era la primera vez que quería seguir los protocolos de un noviazgo, quería que fuera su esposa, pronto se lo propondría, mientras tanto ellos intentaban verse siempre que sus apretadas agendas les dejaban.
Pronto, muy pronto, Eleanor obtuvo su primer papel de protagonista, y no uno cualquiera sino el papel de Julieta. Ella estaba feliz y él también pues la apoyaba en su carrera como actriz, verla en los escenarios había hecho que cambiara el concepto de hacer teatro en aquellos tiempos, él se sentía orgulloso de ella, la admiraba y la apoyaba... hasta que durante el primer ensayo Richard escuchó en los camerinos el rumor de que los protagonistas de Romeo y Julieta siempre terminaban contrayendo matrimonio. Y eso no lo soportó. El co-protagonista sería Robert Hathaway, aquel actor asediado por esas jovencitas que le esperaban impacientes a la salida del teatro, aquel hombre catalogado como el actor más guapo de aquel entonces. Richard no podía imaginarse que Eleanor, su Eleanor se casara con Hathaway, ella era suya, solo suya. Así que al salir de teatro, ellos tuvieron una fuerte discusión, pero se amaban tanto que para demostrárselo se entregaron el uno al otro. Fue una noche inolvidable para los dos, los cuerpos perfectos de Richard y Eleanor se compenetraban tan bien, las piernas larguísimas de Eleanor entorno a la cintura de Richard, los jadeos de ella en el oído de él. Richard la embestía una y otra vez, no podía creer en la suerte que tenía de estar con aquella diosa del sexo, tan perfecta, tan espectacular. No podía creer cómo era posible que cualquier parte de su cuerpo lo excitara tanto que su dureza fuera constante. Aunque lo que más le gustaba eran sus labios y ese pequeño lugar que los enmarcaba, su perdición era mirar los pies de Eleanor tan estilizados con esos movimientos que rebosaban sensualidad, él no podía más, se sentía completo y orgulloso, estaba con la mujer más atractiva y más dulce que jamás hubiera conocido.
Eleanor nunca pensó que se entregaría así, sin haberse casado antes, sin haber consolidado su carrera como actriz. Pero Richard la deslumbraba, era increíblemente guapo, su espalda ancha, sus fuertes brazos, su voz tan ronca, ella se sentía protegida por él, estaba tan pendiente de ella, era tan delicado cuando hacían el amor, pero a la vez tan apasionado. Recordar cómo fue esa primera vez siempre la estremecía. Sentir sus manos grandes sobre su cuerpo, rozando sus piernas y sus glúteos, sus senos y su sexo, las sensaciones que ella experimentaba eran indescriptibles.
La persistente dureza de Richard era inconcebible, esos primeros meses eran de locura, estaban entregándose constantemente varias veces al día, era un ritmo agotador pero exquisito, cada día experimentaban más. Sentir el sabor del champan en su boca, en su erección, era increíble, o que él lamiera su sexo e introdujera sus dedos en ella, la hacían correrse continuamente. Richard tenía un miembro duro, largo, grueso y venoso, y a pesar de que tras tanta práctica ella había estado adaptándose a él, a veces seguía teniendo la sensación de que era la primera vez.
Eleanor prefirió renunciar al papel de Julieta a los pocas semanas de ensayo, de hecho a los pocos días prefirió renunciar a la obra y a la compañía teatral. Se había quedado embarazada, ambos habían decidido ocultar su embarazo por mantener ambas reputaciones intactas. Pero vivían juntos en una mansión bastante bien resguardada para mantener la intimidad que las circunstancias ameritaban. Eleanor vivió con Richard aquellos meses, los mejores de toda su vida. Richard era muy atento con ella, la mimaba en todo, estaba pendiente de ella, y cuando nació su hijo, fue el hombre más feliz del mundo, tenía un hijo precioso, una mujer espectacular. Richard era feliz y aunque no estaban casados, pronto lo estarían. Richard quería esperar un tiempo para que Eleanor se recuperara del parto, quería darle todos los lujos que por ser su mujer merecía. Y aunque para los dos hubiera sido preferible esperar a casarse para empezar a tener niños, cuando Richard vio que los periódicos publicaban que los protagonistas de Romeo y Julieta habían contraído matrimonio al finalizar la gira, se sintió aliviado de haber convertido a Eleanor en su mujer... había sido lo mejor.
Sin embargo, en Londres el futuro de esta pareja tan envidiable peligraba, el duque de Grandchester había comprometido a su hijo con Olena Campbell. Al principio Richard se negó y renunció al ducado y también a dirigir las empresas Grandchester, él tenia su fortuna personal y se dedicó a sus propias empresas, aunque el nivel de ingresos mermo, ellos seguían siendo felices. Un día se salieron de todos los protocolos y se fueron de picnic, una pareja de guapos con un niño precioso y feliz: una estampa perfecta. Pero Colin Campbell no podía quedarse de brazos cruzados, era menester que su hermana contrajera matrimonio con el heredero al ducado Grandchester. Así que envió a Alexander a Nueva York, y este como siempre hizo de las suyas, pagó a un actor de teatro barato para que acorralara a Eleanor delante de Richard y la besara, fingiendo ser su amante; claro que la reacción de Eleanor no se hizo esperar, pero Richard no llegó a ver como le dio una bofetada, como gritó que le había faltado el respeto, y como lo humilló delante de todo el mundo. Sin embargo, Eleanor si vio como Richard salió con su pequeño en brazos del lugar, sin mirar atrás. Ella corrió, y corrió pero él no se detuvo, simplemente le gritó que se fuera de su lado, que no quería volver a verla. Ella insistió hasta que él giró lentamente, al ver esa expresión tan gélida, ella se desmoronó. Al día siguiente Eleanor había intentado por todos los medios hablar con él y explicarle lo ocurrido pero no hubo forma. Richard esquivó cada intento de ella, de ese día y de los siguientes.
El duque de Grandchester enterado de que su hijo había dejado a esa mujer de baja alcurnia, aprovechó la ocasión para ponerse en contacto de nuevo con su hijo, le pidió que regresara de nuevo a Londres a tomar el ducado. Richard estuvo meditándolo, hasta que finalmente decidió irse antes de que Terry cumpliera los tres años. Así que dejando las empresas organizadas para que las directrices dependieran directamente de él y no de su padre, partió a su mansión para recoger a Terry y dirigirse al puerto.
Eleonor vivía enfrente de la mansión de los Grandchester, se había disfrazado durante todo este tiempo para no llamar la atención y poder ver crecer a su hijo, pero cuando vio a Richard que salía con su hijo y con varios baúles, se olvidó del disfraz y lo siguió, cada vez más angustiada, pues no sabía a donde se llevaría Richard a Terry, hasta que muy a su pesar se dio cuenta que iban rumbo al puerto, su corazón se partió en mil pedazos.
- Richard no alejes a Terry de mi, ¡no te lo lleves!
- Papá porque grita esa mujer, me esta llamando...
- Es una loca hijo, no la mires
- ¡Señora cuidado!... se ha caído papá ¿estará bien?
- ¡Terry!, ¡Terry! (lloraba Eleanor)
El barco se alejaba cada vez más. Eleanor no paraba de llorar, estaba destrozada emocionalmente, el amor de su vida se esta llevando a su hijo. Sabe que no los volverá a ver, que Richard no lo permitirá. Ella estaba tan distraída con su dolor que no se dio cuenta que alguien estaba detrás de ella. Era Alexander, que había visto la escena de lejos, él había ido para asegurarse que Richard iría a Londres, su parte del trabajo acababa ahí. Pero no pudo resistirse, se acercó a ella para comprobar por quién Richard había renunciado a todo, incluso al ducado, al sujetar a Eleanor y girarla hacia él lo comprendió, ahora entendía por qué alguien de la posición de Richard había sido capaz de dejar atrás su vida de aristócrata. Pero eso no importaba ahora, lo importante era asegurar que no se dejaba ningún cabo suelto, así que sujetó con fuerza a una confundida Eleanor y la amenazó con matar al niño si ella se atrevía a acercase a los Grandchester, pero mientras veía el miedo en sus ojos, sentir esa fragilidad, incrementó su deseo, sí, Alexander no pudo evitar sentir el deseo de forzarla pero cuando lo iba a hacer, Hathaway que regresaba de una gira y salía de un bar cercano vio la escena y dio tantos golpes a Alexander que no sabe como no lo mató. Eleanor estaba bien eso era lo que importaba, pero la pobre seguía llorando sin parar y Hathaway asumió que se debía al intento de abuso, no tenía ni la menor idea de lo que realmente ocurría. Alexander huyo del lugar aprovechando que Robert estaba distraído consolando a Eleanor.
El aclamado actor le ofreció volver a la compañía, que ahora él dirigía, ella aceptó, con sus dotes de actriz tuvo que construir una muralla interior para no desmoronarse de nuevo, no podía permitir que nadie más la viera en ese estado de depresión, aunque por dentro ella estaba destrozada, se refugió en el trabajo y en la esperanza de que a lo mejor alguna vez su hijo fuera a verla al teatro. Eleanor Baker pronto sería reconocida como la mejor actriz de occidente y desde luego fue una mujer muy influyente, muchos acaudalados empresarios, importantes políticos, y aristócratas le propusieron matrimonio pero ella no aceptó a ninguno. Su corazón estaba resguardado y nadie podría ocupar jamás el vacío que ella sentía.
