Advertencia: Capítulo para mayores de 18 años.

Capítulo 15.

Candy baja las escaleras corriendo, en los últimos peldaños, un hombre sonriente la coge de la cintura y da vueltas con ella... Candy mira esos ojos azules, la tienen hipnotizada.

- ¡Soy tan feliz!

- Ejem, ejem (carraspea Charles)

- ¡Padre! ¿por qué no me dijiste que estaba aquí?

- Candy, me gustaría que os comportarais un poco... En fin.

- Lo siento señor, no volverá a ocurrir (dijo el joven duque).

- Eso espero... Hija no te dije nada porque no sabíamos cómo iba a evolucionar William, cuando lograron liberarlo, él estaba inconsciente... Yo comuniqué mi intención de llevarte conmigo esa misma noche a nuestra mansión y George me pidió que me trajera a William. A los pocos días la guardia escocesa se hizo presente, en principio tenían planeado llevarse a William a Escocia, pero hace unos minutos hemos recibido una carta de la corona, nos piden que hospedemos a William hasta que Sara y Alexander sean capturados, trasladar a William en estos momentos sería peligroso. Así que por vuestra seguridad vosotros tres (refiriendose a Candy, William y Dorothy) no saldreís. Hija no quería decirte nada, porque no quería que sufrieras, o que fueras tras él, todavía ninguno de ustedes es realmente consciente de lo que son capaces esos dos. Bien, vamos al comedor...

Candy no dejaba de ver a Albert, la venda que tenía en la frente le recordaba los tiempos del Magnolia... estaba tan distraída admirándolo, que no oía la conversación.

- Candy... Candy... ¡Candice McGregor Argyll!

- Padre, lo siento, lo siento.

- Hija, ya sé que tenéis mucho de lo que hablar, pero escúchame atentamente, nadie tiene que saber que William está con nosotros. Dorothy y tú seguiréis con los tutores pero ellos no saben nada. Por el personal de servicio nos os preocupéis.

- Entiendo padre, no te preocupes, seremos discretas.

- Bien, muchachos, me retiro a descansar. Buenas noches.

- Buenas noches (dijeron los tres)

- Me alegro mucho por ustedes, por lo menos están juntos.

- Dorothy, sé que para ti debe ser difícil, tus padres y tus hermanos se han ido del país, y George no puede venir. Pero estás con Candy, y os lo pasareis bien juntas.

- William, gracias. Solo espero que esto pase pronto. Bueno chicos me voy a dormir, que mañana nos espera el derecho financiero... Debería quedarme contigo Candy, pero creo que necesitáis hablar solos... confío en que os comportareis.

- Gracias Dorothy...

- No hagáis que me arrepienta... Buenas noches.

- Buenas noches (dijeron los rubios)

Candy corrió a los brazos de Albert, los besos no tardaron en hacerse más profundos, se necesitaban... Pero Albert supo parar lentamente, hasta que apoyó su frente contra la de ella.

- Amor, te he extrañado tanto, no sabes lo duro que ha sido saber que estabas aquí y yo sin poder ir a verte.

- Candy, es mejor que continuemos esta conversación en el estudio. Ven.

Estudio de la Mansión McGregor

- Amor, entonces la tía Elroy no sabe que estás aquí

- No, no lo sabe...

- Pero no entiendo, por qué si lo sabe la madre de Dorothy y ella no...

- Las cosas son muy complicadas cariño... Pero no quiero pensar en eso ahora... solo quiere abrazarte, te he necesitado tanto... Quiero casarme contigo cuanto antes, Candy me harías el hombre más feliz del mundo si me aceptas como tu marido (Albert le extiende una cajita de terciopelo azul).

- Albert... es increíblemente precioso, gracias.

- No me has respondido Candy (Albert hace un puchero)

- Amor claro que sí, ser tu esposa es lo que más deseo en el mundo. Estar contigo para siempre. Te amo.

- Te amo Candy. Permiteme colocarte el anillo... perfecto, aunque me sentiré más tranquilo cuando te coloque el anillo de bodas.

Candy está asombrada, el anillo es perfecto, azul y verde fundiéndose... Candy se arrodilla junto a Albert, de nuevo los besos se tornan apasionados. Albert no se puede controlar, su dureza es perceptible, la pecosa lo ha notado en su vientre... así que desliza su mano lentamente y coge el duro miembro por encima del pantalón. Albert se enciende más, empieza a tocar sus senos, a besar su cuello, es tan suave... Albert se levanta con Candy entre sus brazos y la acuesta en el sofá, empieza a desvestirla, Candy está gimiendo en sus oídos... Pero la cordura regresa a él, así que poco a poco va bajando la intensidad de los besos a la par que va colocando cada prenda en su lugar. Candy sabe que han ido muy lejos, otra vez...

- Amor, lo siento, yo...

- Shhh, Albert yo también quería sentirte más.

- Candy nos casaremos pronto, te lo prometo. Ahora debemos de volver a nuestra habitaciones.

Candy y Albert no podían dormir, habían estado a punto de entregarse. Candy era virgen, pero Albert desde luego que no, había tenido alguna experiencia en el colegio San Pablo, y una que otra más intensa cuando trabajaba en el zoológico, aunque no pudo evitar recordar las veces en las que se acostó con aquella enfermera tan parecida a Candy. Fue de las experiencias más placenteras, pero eran así porque él pensaba en Candy mientras lo hacía. Candy... por más que quise sacarte de mi corazón, no pude. Siempre, siempre estabas tú. Te amo, y soy muy afortunado de que me correspondas. Albert estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta que alguien había entrado en su habitación y que lo estaba observando desde hace unos minutos.

- Albert... dijo Candy entre sollozos.

- Pequeña, amor...

- Estabas con otra cuando te fuiste a África.

- Candy, yo intenté olvidarte, intenté dejarte ir, estabas con Terry ¿lo recuerdas? yo me fui de Londres porque tú estabas enamorada de Terry. Y cuando yo regresé a Chicago tú seguías enamorada de Terry, estabas con él, mientras yo sufría por tener que dejarte ir a Nueva York, mientras tú llorabas por él.

- Albert, yo... yo...

- Candy desde que confesamos nuestros sentimientos en el padre árbol, no he estado con nadie.

- Albert perdóname... no tengo derecho de exigirte nada.

- Pequeña son solo celos, tuyos y míos. A quien amo es a ti.

- Albert yo solo te he amado a ti, ya no quiero seguir esperando más. (Candy deja caer el ligero camisón de seda)

- Candy... yo...

- Shhh no digas nada más... ¿de acuerdo?... solo bésame

Albert obedeció, los besos eran profundos, llenos de necesidad, las fuertes manos del joven duque recorrían el cuerpo de Candy, desde los senos hasta su sexo, quería que su pequeña estuviera lista para recibirlo, así que empezó a descender dando pequeños besos y succionando sus senos, su abdomen, su sexo, empezó lamiendo los labios mayores, a morderlos ligeramente, y cuando Candy se empezó a arquear, Albert introdujo dos dedos y empezó a moverlos lentamente y luego aumentando el ritmo empezó a entrar y a salir, Candy no sabía qué hacer, tenía que contener sus gemidos o despertaría a toda la mansión. Albert comprendió el dilema de la pecosa y fue rápidamente hacia su boca, la beso ahogando sus gemidos.

- Candy ¿confía en mi de acuerdo? (dijo el rubio en un susurro)

La pecosa asintió, y Albert colocó la punta de su miembro en la entrada del sexo de la rubia, empezó a entrar lentamente, su miembro sentía los flujos de Candy, la sensación fue increíble, pero él necesitaba más así que sin previo aviso, se sumergió en las profundidades, la rubia ahogó como pudo un grito de placer y dolor. Albert se quedó observando el dilema de la rubia: esa mágica sensación de dolor y placer, Candy abrió los ojos y él salió y entró, una vez, dos veces... las embestidas constantes, ver aquellos brazos tensarse, el cuerpo admirable de Albert, Candy no sabía qué hacer, era su primera vez, pero Albert no la dejaba ni pensar, y le dijo al oído que lo abrazara con las piernas, ella lo hizo y él la cogió de los glúteos y empezó otra vez con las embestidas... Candy llegó al climax, Albert estuvo jugueteando con el cuerpo de la rubia un poco más hasta que llenó a la rubia con su semen.

- Amor, Candy eres preciosa, realmente hermosa, gracias por entregarte a mi, ahora eres mía, solo mía.

- Albert, gracias, ha sido maravilloso...

Ya eran las 5 de la mañana cuando los rubios se cansaron de amarse, y se quedaron dormidos, abrazados, entrelazados.