Capítulo II: Varada

El fuego la rodeaba, con su abrumadora presencia, arrasando con todo. Casas, edificios, personas. El dolor, los gritos, la desesperación y la desesperanza la golpearon de una manera abrumadora y dolorosa.

Mandalore, su Mandalore, su hogar, totalmente destruido, acabado, pulverizado hasta sus cimientos.

Bo sintió que las lágrimas se acumulan en sus ojos, escondidos debajo de su casco, mientras observa con impotencia como miles de bombas caían en la superficie de Mandalore. A pesar de sus esfuerzos de proteger a los mandalorianos, su planeta y su cultura con todas sus fuerzas, éste se reducía a pedazos a manos de los Imperiales.

Y ella era la culpable.

Entonces, dejo de correr y esperó que las lenguas de fuego la rodearán e hicieran su trabajo.

Su grito de dolor y angustia le rasgaron las cuerdas vocales.

Bo despertó de golpe, sintiendo un agudo dolor atravesándole todo el cuerpo. Hace tanto que no tenía una pesadilla, hace tanto que no pensaba en su planeta, en su familia en sus amigos, en Satine.

No, no podía dejar que sus emociones la dominarán. Tenía que escapar de este problema, sobrevivir como siempre lo hacía y salir del lugar sin dejar rastros.

Miró a su alrededor desorientada.

Sus ojos recorrieron su nave: estaba totalmente destrozada, con chispas saltando, sin una puerta y el techo arqueado y destrozado, dejando ver un cielo oscuro y surcado de estrellas.

Ni que decir de su apariencia: su brazo derecho se encontraba hinchado, su cuerpo entumecido, su cabeza tenía sangre seca pegada en la nuca y sintió algunas costillas rotas.

Bo suspiró. Iba ser difícil reparar la Cañonera, pero sin las herramientas ni los créditos iba ser imposible. Revisó sus bolsillos y notó la bolsa de créditos que robó. Al abrirlo notó que la bolsa contenía una cantidad bastante escasa de créditos de lo que pensó en un principio.

—Maldición —maldijo, irritada. Tenía un brazo roto, su Cañonera en trozos y varada en un planeta desconocidos por solo ¡¿1000 créditos?! Se tomó la cabeza, gimiendo. Aún se sentía mareada y el dolor trepó por sus extremidades y se asentó en su brazo. Tal vez estaba peor de lo que se imaginaba. Con dificultad se paró de su asiento y caminó hasta el fondo de la nave, donde un armario destartalado y abollado guardaba sus suministros médicos, pero el movimiento constante y el choque brusco los habían hecho inservibles y los parches de bacta y otros medicamentos estaban rotos y destrozados.

Tomó lo único que quedaba: una jeringuilla con calmantes y se lo inyectó en el brazo sano, esperando que hiciera efecto lo antes posible. Limpió las heridas lo mejor que pudo, cortó unos trozos de tela de su capa y se lo envolvió en el brazo herido, esperando que sea suficiente hasta que encontrará medicamentos o a algún médico en su camino.

En una pequeña mochila recogió las pocas pertenencias que aún servían, decidida a explorar el lugar. Mientras, exploraba la Cañonera notó todos los destrozos de su compañera de viaje. ¿Qué iba hacer si no encontraba las piezas para volver a rearmarla? ¿Tendría que robar una nave, comprar un pasaje en una nave de pasajeros? Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando su visión se topó con aquella caja cuadrada escondida entre sus otros suministros. Sus dedos se detuvieron en la tapa, trazando las letras en Mando'a, tal vez si la abría, si la usaba una vez más, podría…

Sus dedos se alejaron de la caja y se cerraron en un puño que llevó a su corazón.

No podía, ya no.

Tomó una respiración, una tras otra hasta tranquilizarse.

Debía moverse, necesitaba curarse y reparar su nave.

Así que, con una capa rasgada, el brazo derecho con vendas, con una hinchazón en la nuca y una mochila vieja en la espalda, Bo se encaminó a la ciudad. La pequeña linterna que llevaba a mano guiaba su camino, evitando la oscuridad o algunos animales salvajes. Sus pies dieron un paso tras otro, acompañada de las estrellas que parecían guiarla en el cielo despejado de la noche.

El polvo del camino se impregnó en sus ropas y en sus botas. Su rostro se manchó con las ventiscas de arena, pintándola de marrón de los pies a la cabeza, dándole un aspecto maltrecho y sucio.

Al menos la capucha, le cubría el cabello, evitándole verse como una salvaje.

Sus pasos se detuvieron en la entrada de ciudad, donde un gran letrero le daba la bienvenida.

—Aq Vetina —leyó Bo, con interés. No conocía el lugar ni siquiera había escuchado de aquella localidad. Caminó por las calles de la ciudad, buscando algún establecimiento abierto, pero dadas las altas horas de la noche, no creía probable. Tampoco encontró un médico o alguien que pudiera suministrarles parches de bacta. No sabía cuánto tiempo iban a seguir trabajando los calmantes en su cuerpo, pero necesitaba un lugar donde dormir y que la noche le dé el suficiente descanso para seguir en su misión.

La puerta de una cantina se abrió en un extremo al final de la calle, donde un hombre balbuceante fue arrojado al suelo. Bo dibujó una media sonrisa.

Al parecer, no iba a dormir en un callejón sucio.

Era recurrente que, al entrar a un establecimiento por primera vez, Bo buscará todas las salidas de escapes posibles. Sin embargo, esa cantina ni siquiera era un lugar muy espacioso: apenas tenía una barra algo larga, tres mesas pequeñas y vacías: una siendo ocupado por un grupo de ruidosos hombres, bebiendo y riendo. Las luces del lugar eran tenues, dándole al lugar un ambiente más lúgubre.

La pelirroja se apoyó en la barra y miró al cantinero para que se acercará.

—Dame el trago más fuerte que tengas —el cantinero le pasó un trago de color barroso y con un aroma pelicular. Haciendo una mueca, lo tomó de golpe y pidió otro. Lo que sea para embotar sus sentidos por un tiempo—. ¿Hay algún lugar donde pueda alquilar una habitación? —preguntó, luego de que el cantinero depositará el segundo trago en la barra.

—Hay un pequeño hotel dos calles más abajo.

Asintió.

—¿En donde puedo encontrar un mecánico?

—Es el hombre de ahí —el cantinero señaló con la barbilla a la única mesa ocupada. Cuatro hombres ocupaban la mesa: 3 eran quarrens y el último era el único hombre, vestido con ropas grises, conversando. No entendía lo que decían, pero por el tono elevado de sus voces, no auguraba que la reunión estuviera marchando bien. Solo esperaba que las cosas no escalaran.

No tuvo que esperar demasiado. El que supuso era el líder de los quarrens, golpeó la mesa haciendo que los tragos sobre ella, cayeran con estrépito. Sus hombres se pararon y rodearon al hombre, uno de ellos, lo tomó por el cuello.

Al parecer la suerte no estaba de su lado.

Bo se terminó su segundo trago de golpe y dejó unos créditos en la mesa. Se acercó a los hombres, y tocó el hombro del quarren que tenía al mecánico.

—Siento interrumpir caballeros, pero necesito al hombre en una sola pieza —puso una mano en la cadera.

—No te metas en esto, zorra.

Bo alzó una ceja.

—No debiste decir eso —sonrió de una manera fría. Sus dedos sujetaron la mano del quarren, quebrando sus dedos.

El quarren aulló de dolor, soltando al mecánico. Bo tomó el banquillo donde se sentaba y se la arrojó a un segundo tipo que se acercaba por su flanco derecho. El tercero, sacó sin miramientos un blaster y empezó a disparar, rozándole la capa y un hombro. La pelirroja se agachó contra una mesa y notó que el mecánico imitaba sus movimientos agachándose en otra mesa. Él sacó un blaster y se señaló a sí mismo y luego a ella. Asintió.

El hombre disparó su blaster derribando al quarren, Bo dejó su lugar y corrió hacia al jefe de los quarren, tomándolo desprevenido. Ágil como era, esquivó los golpes lentos del otro, tomando una ventaja de los sentidos embotados del hombre por la bebida y le estampó un golpe en la mejilla, haciéndolo caer hacia atrás, estampándose con una mesa.

Reprimió un gemido de dolor. El brazo le dolía de manera horrorosa, ahora si completamente segura que lo tenía roto.

Notó que el hombre a su lado, la miró con una ceja alzada. Luego, caminó hacia la barra de la cantina.

—Por los destrozos —asintió al dueño del local, en una ligera disculpa y salió del local.

—¡Espera! —Bo lo llamó, deteniéndolo en plena calle con una mano apoyándose en su brazo herido. El hombre se volvió a mirarla—. Necesito un mecánico para reparar mi nave —él apoyó su peso en una pierna, escuchándola—. En realidad, no sé si tenga reparación. El aterrizaje fue duro, y creo que tiene los motores fundidos.

El hombre la estudió con la mirada.

—Sígueme —respondió el hombre, luego de una pausa.

Recorrieron las calles, cruzando callejones, caminos empedrados para finalmente llegar a una puerta enrejada. El hombre sacó una llave algo extraña y le dio el pase. El lugar era una habitación grande convertido en un taller de mecánica, se podían ver distintas piezas de naves, apiladas en los rincones. Herramientas guardadas en cajones de madera, en general a pesar de que le faltará una ligera limpieza, el lugar estaba ordenado y cuidado de buena manera.

El hombre señaló una cortina que dividía el ambiente en dos y lo traspasó, dándole pase a una habitación más pequeña, donde se ubicaba una pequeña cocina, un frescor y un juego desgastado de sillones que le señaló para que tomará asiento y se dirigió a la cocina, revolviendo algunas cosas hasta regresar trayendo un metpac que le ofreció.

—Tu mano se está inflamando —dijo, como única explicación.

Bo asintió, agradecida. Abrió la mochila médica y buscó un parche de bacta que aplicó en su mano derecha. Tomó otro y lo colocó en sus costillas magulladas, la zona de la nuca estaba bien, así que solo hizo una limpieza rápida.

Soltó el suspiro que estaba reteniendo. Los parches empezaron a trabajar, otorgándole alivio. El hombre volvió a desaparecer detrás de la cortina y demoró un tiempo más en regresar, porque trajo consigo una pequeña cocina, un cuenco de metal y dos más pequeños. Empezó a calentar agua, agregó unas barras de alimentos y dejó que el aroma invadiera el lugar.

—Huele bien —asintió Bo, de forma apreciativa. El hombre sirvió un cuenco pequeño y se lo ofreció. Él mismo se sirvió una segunda porción.

Aquella comida le calentó el alma. Su sabor era algo exótico, pero con un toque exquisito que le dio energías. Siempre era bienvenida una comida caliente en el estómago.

—Gracias —le devolvió el cuenco vacío y asintió en su dirección. El hombre recogió todo y se sentó, enfrentándola.

—Dijiste que necesitabas reparar una nave.

—Sí.

—¿Tienes los créditos necesarios?

Bo dudó.

—Puedo conseguirlos.

El hombre le lanzó una mirada curiosa.

—Bueno. ¿Dónde la tienes?

Bo se frotó las yemas de los dedos.

—Diez kilómetros al norte de la ciudad —el hombre alzó una ceja, con sorpresa.

—¡¿Caminaste diez kilómetros con esas heridas?! —le señaló su aspecto, maltrecho.

La pelirroja se encogió de hombros.

—Era lo único que me quedaba.

El hombre la estudió con la mirada. Bo se mantuvo firme y le devolvió la mirada, le alegraba no llevar su pañuelo en el rostro limpio, aunque desaliñado. Tal vez, notó su seriedad o firmeza, pero fuera lo que fuera lo que encontró, el hombre asintió.

—De acuerdo, te ayudaré —estiró su mano en su dirección, estrechándola con la mano sana de Bo—. Din Djarin.

—Bo.

—¿Bo? —preguntó con extrañeza.

La pelirroja sintió que la garganta se le cerraba.

—Bo. Solo Bo.

Din asintió y recogió los cuencos vacíos, desapareciendo en la pequeña cocina. Limpió la superficie y dejo secándose los cuencos para el día siguiente. Regresó para seguir conversando con la mujer misteriosa, pero notó que no se movía, se acercó cuidadosamente y se dio que había apoyado la cabeza contra la pared y tenía los ojos cerrados.

Se había quedado dormida.

Din sonrió ligeramente, de esa manera parecía más relajada y tranquila de lo que aparentaba. La mujer se encogió en sus sueños y tembló de frio, a pesar de la capa que llevaba consigo. Din regresó con una manta y la cubrió, la miró un segundo y se volvió al pequeño catre apoyado en un rincón para dormir.

—Buenas noches, Bo —apagó las luces y dejo caer en el catre.

-0-

La mañana siguiente llegó mucho más rápido de lo que Bo hubiera querido. Notó la manta que la cubría con sorpresa. Recordaba vagamente caer dormida, justo después de cenar, producto del cansancio.

—Buenos días —Din salió del refrescador con el cabello húmedo y con un mechón ensortijado en la frente. Ahora con la luz del día notó que era un hombre de mediana edad, tan alto que casi le llevaba una cabeza y de porte fornido. Tenía una ropa oscura que combinaba con el mismo color de sus cabellos alborotados. Una piel bronceada y unos oscuros ojos marrones.

—Buenas.

—Puedes usar el refrescador —señaló el lugar donde había salido— todavía queda un poco de agua caliente.

—Gracia, la tomaré —se colgó la mochila al hombro, enrolló la manta y se la devolvió.

Se encerró en el refrescador, se sacó toda la ropa polvorienta y sucia que llevaba. El agua cálida en el cuerpo la hizo suspirar, no recordaba hace cuanto no tomaba una ducha caliente. Rebuscó su mochila y se puso algo más limpio, peinó sus cabellos rojos con los dedos, alisando los mechones rebeldes hasta obtener una apariencia más normal y menos salvaje.

Hizo una bola con la ropa sucia y la metió en la mochila, tendría que lavarla, aunque aún no sabía dónde. Salió más ligera de lo que había entrado y sonrió, satisfecha. Notó que Din se encontraba en el mismo rincón de anoche, cocinando algo, así que se acercó a su lado.

—¿Qué haces? —Bo lanzó su mochila a un lado, lista para ayudar. Din apartó la vista de la cocina para mirarla y se congeló en su lugar—. ¿Qué? —parpadeó confusa al notar su mirada asombrada.

—Nada —el hombre apartó la vista y se concentró en la comida. Bo alzó una ceja, confundida.

Compartieron algunas provisiones que tenían entre ambos y algunas barras de proteínas que llevaba Bo en su mochila. Luego, Din se fue a un rincón del taller y trabajó en unos deslizadores viejos. Bo lo observó por un tiempo, escuchando los golpes y ruidos de las reparaciones, en silencio. El hombre no era de muchas palabras y eso le dio algo de tranquilidad. Su vida como errante siempre era peligrosa: ya sean los planetas gobernados por los imperiales, amenazas de animales salvajes e incluso la intimidación de los hombres que buscaban aprovecharse de una viajante solitaria con insinuaciones descaradas. Muchos habían intentado robarle lo poco que tenía, otros buscaban esclavizar mujeres y enviarlas a planetas alejados para trabajar en cantinas y burdeles espaciales.

Los primeros eran evitables en la mayoría de los casos, los segundos; era un suplicio. Eran salvajes que vivían para cazar mujeres sin importar las consecuencias.

Al menos, Din parecía confiable. No había mostrado ningún indicio de intentar nada contra ella y parecía conforme con trabajar por los créditos que le ofrecía.

Su vida en solitario le había enseñado a confiar en sus instintos.

—Listo —Din se limpió las manos con un trapo y presentó dos viejos speeders despintados—. Con esto podremos viajar a ver tu nave —Bo asintió y se colgó su mochila. Se acercó al deslizador más cercano y lo estudió, con detenimiento.

No creía haber usado un deslizador en mucho tiempo.

—¿Estás seguro que funcionan bien?

—No son nuevas, pero son perfectamente confiables.

Bo asintió, tendría que creerle.

Se montó en el speeder y lo hizo correr tomando la delantera. Aún era demasiado temprano en las calles de Aq Vetina, pocas personas caminan por las calles, lo que le permitió acelerar y dejar atrás la ciudad con facilidad, volviendo a las casas más y más pequeñas a medida que más se alejaba.

El viento corrió por su rostro, agitando sus cabellos rojos, haciéndola sonreír.

El speeder de Din se ajustó a su lado y la miró, curioso.

—Hace mucho que no disfrutaba de viajar a gran velocidad —le dijo, aun sonriendo— ahí está mi nave —señaló hacia adelante en un conjunto de vegetación, donde se divisaban extensiones de matorrales. Din asintió y juntos llegaron al lugar. Bo fue la primera que desmontó de su deslizador y se acercó a su Cañonera.

—¿Llegaste en eso? —aunque trato de ocultarlo, Bo notó la incredulidad en la voz de Din, quien se paró al lado de ella con las manos en la cintura, observando con ojo crítico la nave.

La Cañonera estaba hecha un desastre: estaba enterrada en la tierra, salpicada de barro y arena que cubría toda su superficie, le faltaba medio techo, tenía el cristal del piloto totalmente destrozado y aún continuaba humeando en unos de sus motores traseros.

Bo se encogió de hombros.

—Fue un aterrizaje forzoso.

Din suspiró y se adelantó para revisar la nave. Se paseó de arriba abajo, de afuera hacia adentro, evaluando cada pieza. Después de un tiempo demasiado largo, se acercó a Bo y se sentó en una roca cercana a ella.

—Tengo buenas y malas noticias.

—Dispara.

—Tu nave es un desastre, tus motores están fundidos totalmente y ha perdido bastantes piezas y el casco delantero. En realidad, no sé cómo estás viva con esa antigüedad…

—Ok, ok no necesitas meterte con mi Cañonera —lo interrumpió, frunciendo el ceño—. Entonces, ¿cuál es la buena noticia?

—El Hiperpropulsor todavía sirve, también tu sistema de energía puede volver a establecer.

—¿En qué sentido eso es una buena noticia si mi nave no puede volar?

Din tosió.

—Si lo dices de esa manera.

Bo caminó de un lado a otro, frustrada. ¿Qué iba a hacer ahora? No tenía suficientes créditos para comprar otra nave, ni siquiera sabía si vendería una en el lugar, tampoco sabía si había un transbordador para viajar a otro planeta. ¿Tal vez robar una? Demasiado complicado y riesgoso, podría ser encarcelada y era lo que menos quería. Pateó una roca con frustración.

Estaba varada.

—Bo —Din le tomó el hombro, llamándola. La pelirroja lo miró—. Creo que tengo una idea.

Bo se apartó.

—¿Qué clase de idea?

Din dejó caer la mano y se recostó en su deslizador.

—Bueno, podríamos amarrar tu nave a nuestros speeder y arrastrarla hasta mi taller. Tengo una parcela de tierra vacía detrás del taller, donde podría repararla. Además, tengo un buen número de piezas buenas de otras naves viejas que podrían ser compatibles con la tuya.

Bo lo miró esperanzada.

—¿En verdad? ¿Lo podrás hacer?

—Claro, no perdemos nada con intentarlo.

—Eso sería genial —Din asintió, pero su postura insegura le dio desconfianza— hay algún pero que quieras decirme.

Din suspiró.

—Vas a necesitar muchos créditos y tiempo, mucho más tiempo que unas simples reparaciones que pensé en un principio.

—¿Cuándo tiempo? —preguntó, sabía que los créditos que tenía eran insuficientes, pero podría emplearse en cualquier cosa.

—Al menos 30 rotaciones.

—¿30? —exclamó con sorpresa—. Es demasiado tiempo. No puedo quedarme tanto tiempo —volvió a caminar de un lado al otro, pensando. "Era un riesgo, era demasiado peligroso para ella permanecer en un lugar que permanecía tan cerca del Borde Exterior". Pero, ¿qué otra opción tenía? Se volvió a verlo—. ¿Qué pasa si te ayudó? No soy una experta en naves, pero sé reparar una cosa o dos y aprendo con facilidad.

—Eso…sería útil. Podríamos reducir el tiempo a la mitad. Aunque aún faltarían los créditos.

—Los conseguiré. Entonces, ¿tenemos un trato? —le ofreció la mano.

—Trato —sus manos se unieron con un suave apretón.

Bo sonrió.

—Manos a la obra, entonces.

Decidieron enganchar la nave en la parte trasera de los speeder y recoger todas las piezas que se encontraban en buen estado, así como todas las cosas personales que Bo tenía recolectado de sus innumerables viajes por el espacio. La mayoría estaba rota o destruida por el choque, pero Bo se las arregló para localizar la poca ropa y herramientas intactas que encontraba en su camino, guardándolas en su vieja mochila.

—¿Qué es esto? —Din señaló la caja de seguridad con los símbolos de Mando'a grabadas en ella. Levantó ligeramente la tapa, tratando de ver lo contenía dentro.

—¡No lo toques! —Bo puso una mano encima de la tapa, volviéndolo a sellar y se enfrentó al hombre. Tenía un aura peligrosa e intimidante que hicieron que sus ojos verdes se estrecharán y se oscurecieran.

Din alzó las manos en son de paz y retrocedió dos pasos, dándole su espacio.

—Lo-lo siento —respondió, algo nervioso. Era la primera vez que notaba el peligro desbordante que representaba la mujer. Sin embargo, Bo dio un suspiro y dejo caer sus defensas, empujando ligeramente la caja a un rincón.

—Solo no lo toques, ¿está bien? —se arrodilló ante la caja de seguridad, le puso un candado y una combinación que no pudo ver. Acarició ligeramente la tapa y le dio un tirón, arrastrándola a su deslizador.

El regreso al taller fue en completo silencio y el ánimo de Bo se había enfriado hasta dibujarle unas líneas de preocupación en la frente. Sus pensamientos inundados por aquella caja de seguridad que a pesar de todo este tiempo aún aferraba.

Tuvo incontables oportunidades de dejarla atrás, de perderla en sus viajes, incluso de destruirla con sus propias manos. Pero, no podía, simplemente no podía hacerlo.

A pesar del tiempo, de sus errores y de su pasado, aquella caja aún era parte de ella, de quien era, de lo que había perdido.

De Satine.