BIENVENIDA A HOGWARTS

Hace doce años, el mundo mágico presenció una batalla que marcaría un antes y un después, la batalla contra el temible Señor Tenebroso. En ese momento, el valiente Harry Potter se alzó como vencedor y trajo la tan ansiada paz. Sin embargo, esa es solo la versión oficial que se cuenta a aquellos que estuvieron del lado ganador. En realidad, tras la estabilización de las cosas, se formó un comité llamado el Escudo del Fénix, cuya misión era atrapar y asesinar a los mortífagos, esos magos oscuros que habían apoyado a Voldemort durante la guerra. Muchos magos oscuros tuvieron que huir de Londres, otros por salvar sus vidas vendieron información de sus camaradas y algunos otros se escondieron, tratando de pasar desapercibidos. El Escudo del Fénix se convirtió en un grupo admirado por muchos en la comunidad mágica y cualquiera que estuviese relacionado con éste era enseguida condecorado como un héroe.

Morgan, una joven de cabello grisáceo caminaba por los calles estrechas y atareadas del callejón Diagon, era su primera vez ahí y era extraño ver a una chiquilla tan pequeña sola sin nadie quién la acompañase. La niña llevaba puesta ropa de muggle, unos jeans, una camisa de alguna franquicia de entretenimiento, una sudadera negra ocultando su cabellera y una mochila, exploraba curiosa todo a su alrededor sin perder de vista una pequeña lista escrita en un pergamino. Hace apenas unas semanas atrás le había llegado su carta de aceptación de Hogwarts, la famosa escuela de magia y hechicería e dónde su padre había asistido hace tantos años atrás y no podía estar más emocionada y, a su vez, asustada de aquel acontecimiento.

Pasó por las diversas tiendas de segunda mano que pudo encontrar logrando conseguir su bata de estudiante de primer año, una escoba algo vieja que a pesar de su estado funcionaba considerablemente bien, los calderos y ahora solo le faltaban sus libros y su varita. Cuando Morgan pensó en aquello sintió mariposas en su estómago, su primera varita mágica, su madre le había contado que el sentimiento de portar su primera varita era indescriptible, se formaba un lazo entre portador y varita que a veces era prácticamente inquebrantable. Con una sonrisa, se encaminó a la tienda de Varitas Maravillosas de Jimmy Kiddell, pues a pesar de que todos sabían que las mejores varitas las tenía la tienda de Ollivander, realmente ella no tenía la cantidad de dinero necesaria para poder costearse algo así, pero no importaba, lo importante era la conexión que tuviese con su varita.

Entró en la polvorienta y vacía tienda haciendo sonar la campanita que avisaba que un nuevo comprador había llegado, el mostrador de cristal que mostraba todas las posibles variedad de varitas mágicas, a los costados estaba todo repleto de estanterías con cajas y cajas que en su interior Morgan presumía tendrían más varitas. Se acercó al mostrador con cuidado y esperó pacientemente hasta que de entre los pasillos pudo divisar una cabellera blanca larga atada en una coleta alta, un señor de muy avanzada edad la vio y se empezó a dirigir a donde ella estaba, tenía facciones cuadradas y una vista severa, casi parecía que no estaba para nada feliz de que alguien entrara a su tienda, pero Morgan se quedó ahí, quieta y esperando que su presencia no fuese mal recibida.

— Buenos días, pequeña. Dime, ¿has venido por tu primera varita? — Preguntó el hombre que a pesar de su gesto malhumorado le habló con respeto y empatía, algo a lo que no estaba acostumbrado la niña.

— Si, tengo tan solo 150 monedas, ¿qué puedo conseguir con eso? — Preguntó Morgan mostrándole al hombre una bolsita con la palabra "varita" en ésta escrita con marcador negro.

— Bueno, una varita promedio cuesta 500 monedas, ¿dónde están tus padres? Quizá ellos y yo podamos llegar a un acuerdo.

— Vivo con mi tío y él está trabajando.

Ante aquello, le hombre ablandó su gesto, sabía que la guerra había dejado a varios niños huérfanos y aquello le partía el corazón, así que de vez en cuando hacia excepciones para que futuros magos consiguieran sus varitas a pesar de que económicamente estuviesen bastante limitados.

— ¿Cual es tu nombre, pequeña? — Se interesó el señor mayor.

— Me llamo Morgan, Morgan Viper —, respondió Morgan diciendo su apellido en un tono más bajo.

— Bien, señorita Morgan, déjeme ver que tengo para usted, confíe en el viejo Kiddell, sus varitas son de la más alta calidad en el mundo mágico.

Con aquello dicho, el señor Kiddell se marchó al fondo de su tienda y empezó a rebuscar entre las cajas y cajas que tenía, sacó una llena de polvo que le hizo estornudar, se limpió elegantemente la nariz con un pañuelo que sacó de la bolsa trasera de su pantalón y se encaminó a Morgan quién le veía curiosa y emocionada al poder tener su primera varita.

— Señorita Morgan, veamos qué tal le sienta esta —, sonrió por primera vez el anciano al mostrar la hermosa varita café que yacía escondida en la caja. — Esta es una varita hecha de álamo y con un núcleo de espina de monstruo de río.

Morgan tomó con delicadeza la varita y la examinó, era muy bonita, pero algo en ella no le terminaba de parecer. Aún así la acomodó en una de sus manos y la movió emulando a lo que recordaba hacer a su madre. Enseguida una de las estanterías salió volando haciendo un gran estruendo haciéndola saltar en su lugar, casi de inmediato dejó delicadamente la varita en su caja de nuevo notoriamente nerviosa por lo que acababa de pasar.

— Supongo que esa no es su varita… — Murmuró el viejo Kiddell. — Intentemos con otra, ¿le parece?

Morgan solo asintió apenada por lo acababa de pasar, el señor Kiddell le ofreció otras cinco varitas, pero ninguna parecía aceptar a la niña como su dueña, así que se dirigió a la parte más profunda y ahí empezó a buscar en su colección personal, varitas con combinaciones más peculiares que no eran comunes, de vez en cuando algún mago llegaba y las varitas convencionales no se adaptaban a éste, solo era porque era tan peculiar como aquellas invenciones suyas. Fue buscando entre las etiquetas y estantes y encontró una bolsa color negro con una etiqueta que conocía bien, la sacó y la contempló, sí, algo le decía que esa era la indicada. La limpió un poco y se dirigió de nuevo a donde estaba Morgan, sacó la varita de la bolsa y se la dio.

— Creo que está podrá hacer el trabajo.

Morgan, con algo más de cautela debido a todo el daño no intencional que acusó, tomó la varita y, esta vez, sintió una conexión, como si se fuese hecha para que ella la portara. Percibió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo y apenas la movió como había hecho con las anteriores, de ésta salió una hermosa aura púrpura que la rodeó de inmediato.

— Supongo que hemos encontrado a tu compañera —, sonrió el señor Kiddell. — Una hermosa varita hecha con madera de tejo, con un núcleo peculiar, debo decir, de cuerno de serpiente cornuda, un individúo que solo vive en Estados Unidos. Conseguí una muestra tras un viaje que realicé ahí. Pensé que esta sería como las otras que hago las cuales ningún mago parece adecuado para ellas, pero me alegro que ésta tenga su compañera.

Morgan miró la varita y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro.

— Gracias, aquí le dejo el-

El señor Kiddell alzó su mano pidiendo silencio a la pequeña.

— Esta va por mi cuenta, siempre que encuentro a alguien digno de una de mis creaciones más testarudas suelo darlas gratis, después de todo las hago para que se usen, no para que se queden en mis estanterías.

— ¡Muchas gracias, señor! ¡Le prometo que la cuidaré! — Dijo Morgan con una sonrisa socarrona, pero sincera mientras salía de la tienda.

Al momento de salir, el viento provocado por la puerta al abrirse hizo que la capucha se le bajara mostrando así su cabello gris que se alzaba dejando ver así una silueta larga y escamosa que le recorría el cuello, pero no fue lo que llamó más la atención del fabricante de varitas, sino la maraca de un cráneo rodeado por una serpiente que se asomaba por la parte baja de su cuello. Enseguida Kinddell suspiró con una sonrisa triste.

— La madera de tejo, diseñada para magos atraídos por las artes oscuras, pero que no necesariamente siguen el mal camino. El cuerno de serpiente cornuda como núcleo, peculiar y muy raro, le da a su poseedor la habilidad de entender, más no hablar, parcel. Me pregunto… qué clase de bruja serás, señorita Morgan.

Morgan, al salir de la tienda se puso de inmediato la capucha asegurándose de que nadie la notara y suspiró al ver que así fue, tenía su varita y ahora solo le faltaba sus libros. Sin más, se dirigió a una librería cercana, ahora con el extra que tenía con lo de la varita podía pagarse libros nuevos. Todos sabían que los galeones de oro, plata y cobre eran la moneda básica del mundo mágico y, a pesar de que para ellos era relativamente fácil adquirir aquello, Morgan había crecido en el mundo muggle, su tío era un oficinista con un sueldo promedio que les permitía a ambos vivir decentemente, pero aquel sueldo era prácticamente nada si lo convertían a la moneda que usaban los magos.

Al entrar a la tienda pidió los libros necesarios y al ver que aún le sobraba unos cuanto galeones de cobre, decidió irse a la tienda de mascotas, le habían dado a elegir entre un gato, una rata, una lechuza o un sapo, pero ella ya sabía que quería como su compañero animal. Entró al establecimiento y solicitó un terrario pequeño como para un sapo tamaño miniatura, de los que no crecen demasiado. A parte de eso, también aprovechó a comprar algunas ratas muertas que usualmente se le daban a las lechuzas y a los sapos de mayor tamaño. Con eso ya tenía todo listo para su nueva etapa como estudiante de primer año de Hogwarts.

El barrio donde Morgan vivía en Richmond era bastante promedio, entró a su casa con todas las cosas que había comprado y las acomodó en la entrada para que cuando su tío llegase le mostrase todo lo que consiguió en su viaje. Caminó hasta la cocina y sacó un plato de salchichas que calentó en el microondas y, después, calentó una de las ratas que compró en agua caliente en la estufa. Una vez todo listo, se sentó en la pequeña mesa del comedor y extendió su brazo en todo lo largo de la mesa, por debajo de su sudadera se pudo ver la silueta de algo serpenteando por su brazo y, al llegar a la manga, una cabecita con tres púas sobre ésta se asomó, tenía los ojos cerrados y su lengua salía y entraba de su boca. Era una pequeña serpiente color verde oscuro con una cabeza en forma de diamante, apenas olfateó el ratón se abalanzó a éste, enroscó su cuerpo y abrió la boca mostrando así dos fila enorme de colmillos, dio una mordida y ahí se quedó unos segundos hasta que empezó a comer haciendo reír a Morgan.

— Hey, amiguito, tranquilo, la última vez que comiste así de rápido vomitaste el ratón y tuve que calentar otro.

El pequeño animal viró su cabeza para estar frente a su dueña y la movió sin soltar su presa sacando otra pequeña risita a la joven bruja.

— Vale, pero ve despacio.

La tarde pasó tranquila y dando las siete de la noche, la puerta de la casa se abrió de nuevo. Morgan bajó de su habitación corriendo y vio a su tío llegar, un hombre alto, barba en forma de candado, ojos cafés, cabello negro y unas sonrisa confortante. La pequeña corrió hasta él y le dio un fraternal abrazo, el joven sonrió y le correspondió al gesto, había visto crecer a esa pequeña desde que tenía tres años y, para él, era su pequeñita, su princesa y a pesar de que el mundo al que pertenecía él no le entendiera, estaría apoyándole a todo momento.

— Hey, princesa, ¿cómo te fue? — Preguntó el hombre caminando con ella hasta la sala.

— Bien, conseguí todo lo que necesitaba y ya estoy lista para partir, tío Nicolas —, explicó Morgan sonriendo. — Conseguí un terrario para Nate y algunas ratas.

Ante la mención de ratas, Nicolas dio una carcajada divertida, a veces se le olvidaba que a su sobrina le gustaban esa clase de cosas, pero aún así la amaba con todo su corazón.

— Apuesto que a Nate le gustará su nuevo hogar, por cierto, tu tío Vilen te manda saludos y quiere venir a decirte adiós antes de que te vayas —, explicó sonriendo Nicolas.

— ¿El tío Vilen vendrá? ¿Crees que pueda darme su nintendo DS para llevármelo? — Bromeó Morgan haciendo reír a su tío.

— Hey, solo yo puedo sacarle cosas a Vilen, privilegios de novio —, contestó el hombre acariciando a Morgan en la cabeza. — Ahora, a dormir, mañana empieza tu viaje, ¿no?

— Sí, ya tengo todo listo.

— ¿Maleta?

— Sí.

— ¿Ropa?

— Sí.

— ¿Jabón?

— Sí-eh- no, espera, no sé.

— Pues a correr.

Morgan subió las escaleras tan rápido como pudo para poder verificar que tuviese todo de nuevo, Nicolas solo la observó y se paró para ver las cosas que su sobrina había comprado, recordaba algunas de esas cosas de cuando su hermano recibió su carta. Extrañaría a su pequeña, pero jamás le impediría explorar el mundo al cual pertenecía solo porque quería protegerla y mantenerla al margen de lo que podía pasar. Se acercó a la mesa de entrada en dónde vio una carta abierta con el escudo de Hogwarts, la sacó y leyó el contenido.

"Querido señor/a: Morgan Elizabeth Viper Dunkelmacht. Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los materiales necesarios. Las JORNADAS CIENTIFICAS comienzan el 17 de mayo. Esperamos su lechuza, con su trabajo de ingreso, antes del 16 de enero.

Muy cordialmente,

Minerva McGonagall Directora Adjunta"

El pecho de Nicolas se hinchó de orgullo, siempre le pasaba eso cuando leía la carta de aceptación de su sobrina, sabía que había heredado la magia de sus padres y no podía estar más feliz por ella, tan solo esperaba que todos allá la vieran como él la ve, como una joven curiosa, dispuesta a aprender y sobre todo sin una pizca de malicia en su corazón, a pesar de que su legado fuese oscuro, él tenía confianza de que Morgan podría romper aquella maldición como él lo hizo a su propia manera.

— ¡Listo, ya tengo todo! — Le interrumpió Morgan bajando de las escaleras.

— Bien, ahora, a dormir —, le sonrió Nicolas.

El hombre acompañó a su sobrina y la acostó en su cama, jamás pensó que alguien como él estaría actuando como un padre, de hecho, jamás se le ocurrió la idea de tan siquiera hacerse cargo de un niño y ahora estaba ahí con su sobrina dispuesto a hacer lo que fuese por ella.

— ¿Lista? — Le preguntó con una sonrisa amable.

— Claro —, le contestó Morgan. — Tío, ¿crees que me reconozcan en la escuela? En el callejón nadie me notó porque tenía el cabello cubierto y largo.

— Bueno, si eso pasa, yo sé que podrás defenderte, ¿verdad? Confío en ti, Morgan —, en ese instante, la pequeña serpiente se alzó sobre su cuerpo con aires ofendidos. — Y también creo en que Nate te cuidará.

Ante aquello, la serpiente asintió y regresó a enrollarse sobre su propio cuerpo haciendo reír a ambos.

— Bueno, duerme mi pequeña princesa.

— Buenas noches, tío.

La mañana se despertó serena y Morgan se levantó temprano, llena de anticipación por el día que se avecinaba. Se vistió con su adorada chaqueta negra con capucha, una cómoda camisa, unos jeans y sus zapatillas Converse. No pudo resistirse a llevar a Nate, su fiel compañero, escondido en la capucha. Al salir, encontró a su tío Nicolas esperándola afuera junto a un hombre alto, de piel morena, cabello oscuro y ojos del mismo tono. Morgan lo reconoció al instante, era Vilen, el novio de su tío. Había conocido a Vilen desde que tenía seis años y para ella, era como otro tío más en la familia. Le dio un cálido abrazo antes de que los dos hombres cargaran su equipaje en el auto de Vilen. Su destino final era la estación de tren, el punto de partida de su emocionante aventura. La joven bruja estaba llena de emoción por visitar la escuela donde su padre había estudiado. Sabía que sería un lugar simplemente asombroso.

Mientras iban por las calles de Londres, Morgan logró divisar una sombra extrañamente clara detrás de ellos, como si algo o alguien les estuviese siguiendo. Se puso de rodillas para ver mejor la parte trasera, pero no encontró nada. Miró a Nate, quién también se le quedó contemplando y se encogieron de hombros, quizá era demasiada la emoción que sentía y estaba viendo cosas. Sin más, regresó a su lugar viendo como Vilen le pasaba algo, un estuche cuadrado que en cuyo interior había el tan ansiado nintendo DS que Morgan quería llevarse a Hogwart. La pequeña bruja sonrió y agradeció el gesto, tener algo así le ayudaría bastante a pasar el tiempo mientras llegaba a su destino final.

Una vez en la estación, la peculiar familia bajó del auto y comenzaron su búsqueda de la mítica plataforma nueve y tres cuartos. Preguntaron al personal, pero ninguno parecía tener conocimiento de tal lugar. Después de quince minutos de intentos infructuosos, el trío decidió sentarse en las bancas de espera. Morgan se acomodó entre Nicolas y Vilen, usando el brazo de Vilen como respaldo y las piernas de Nicolas como apoyo. Estaban agotados de buscar una estación desconocida para todos. Justo cuando estaban a punto de rendirse, avistaron a una pequeña familia mencionando la estación que tanto buscaban. Intercambiaron miradas y no dudaron en seguirles, quizás habían encontrado un guía inesperado.

Después de un rato lo vieron, llegaron a la estación nueve, pero de nuevo, no había señal del tres cuartos hasta que vieron como el hijo de la familia a la que habían seguido atravesó la pared que estaba en medio dejando a los tres boquiabiertos, ninguno había visto algo parecido. Nicolas fue el primero que reaccionó, se inclinó un poco para estar a la altura de su sobrina y le acomodó el cabello junto con su capucha, le dio un abrazo lleno de amor, extrañaría a su princesa, pero era hora de dejarla partir. Vilen también le dio un abrazo a Morgan y le dio unas palmaditas en la espalda antes de dejarla ir. Los hombres vieron como Morgan se colocaba justo en medio del camino, les dio una última mirada y corrió esperando que pudiese atravesar aquella columna.

Morgan sintió como si pasara por una especie de bruma para después aparecer del otro lado, todo estaba ajetreado y lleno de movimiento, su asombró fue tan grande que no se dio cuenta de una grieta en el asfalto haciendo que se su carrito se desviara y cayese de lado arrastrándola a ella, por suerte Vilen había amarrado bien sus cosas evitando que todo saliera volando, todo lo contrario a su capucha que todo ese tiempo había portado dejando a relucir su cabellera grisacea. Todos a su alrededor se le quedaron mirando con una mezcla de asombro, confusión, pero todo sobre todo repudio y miedo. Morgan sabía lo que eso significaba, así que apenas se puso de pie se colocó su capucha oscureciendo su rostro, paró su carrito y se dirigió a la entrada del tren donde el conductor la miró con cierto aire desconfiado, la bruja le enseñó su boleto y el hombre no pudo hacer más que dejarla ingresar al tren. Excelente manera para empezar tu viaje, pensó Morgan buscando un lugar dónde sentarse.

Al final encontró un pequeño vagón alejado de la parte delantera del tren, ingresó y cerró la puerta detrás de ella, una vez estuvo segura que ya nadie la veía, se quitó la capucha y dejó salir a Nate de donde se estaba escondiendo, enseguida buscó sus manos en dónde se alzó sobre su cuerpo y la contempló con una expresión preocupada, o bien, lo que ella pensaba era una expresión de preocupación.

— Eso pudo haber ido mejor, ¿uh? ¿No estás herido? La caída estuvo fea —, preguntó Morgan mientras verificaba a su serpiente en búsqueda de alguna rasguño y suspiró al ver que estaba en perfecto estado. — Bien, entonces solo yo sufrí unos rasguños, me alegra.

Mientras Morgan hablaba con su amigo escamoso, pudo ver a una mujer afuera de su cubículo, enseguida metió a Nate a su capucha y se la puso para abrirle, era una señora ya grande que venía vendiendo dulces y demás cosas, amablemente Morgan declinó la compra, no tenía dinero para tales cosas y, además, su tío le había dado un aperitivo antes de partir. La señora le sonrió amablemente y se despidió siguiendo de largo, cuando estuvo a punto de cerrar logró ver un gato negro bellísimo, tenía ojos amarillos y un collar rojo y, al parecer, estaba siendo perseguido por una gran multitud de gente que solo le causaba más ansiedad al pobre minino. Morgan pensó rápido y uso una de sus mangas para atraer al gatito como su fuese un juguete, para su fortuna funcionó y logró esconder al gato.

La muchedumbre pasó de largo pensando que el animalillo de seguro había corrido más adelante dejando así a Morgan sola con la pequeña pantera, la cual se entretuvo con su manga, la bruja suspiró aliviada, tenía una debilidad enorme por los animales gracias a su tío quién antes de trabajar como oficinista era un veterinario en un zoológico que desgraciadamente no podía mantenerlos a ambos. La chica de cabello gris alzó al gato y lo miró fijamente antes de suspirar y ablandar su ceño.

— Eres lindo, veamos como te llamas —, le dijo Morgan al gatito leyendo su placa. — Sir Antonio Vivaldi, vaya nombre para un gatito, bueno, al menos Nate y yo ya no estaremos solos.

Pasaron unos cuantos minutos antes de que la puerta de Morgan fuese tocada, golpecitos cortos y delicados, algo que extrañó a la bruja. Se paró del suelo, pues todo ese tiempo se la había pasado con Vivaldi y abrió la puerta. La cara de la chica fue de asombro, delante de ella había una joven de tez canela, cabello negro trenzado y un aura elegante, su uniforme se notaba que no era comprado, parecía más ser mandado a hacer a la medida, sus bellos ojos ambarinos resplandecían y por la capa que portaba era de primer año al igual que ella.

— Hola, buenas tardes, disculpa, ¿has visto un gato negro por aquí? He estado buscándolo por ya varias horas y no soy capaz de encontrarlo, varios alumnos me intentaron ayudar, pero solo lo asustaron más —, la voz de la chica era suave, delicada justo como su presencia, pero no parecía débil en lo más mínimo.

— ¿Se llama Vivaldi el gato? — Preguntó Morgan curiosa.

— Oui! ¡Mi querido señor Antonio Lucio Vivaldi! ¿Lo has visto?

— Pues… —, la chica de cabello blanco se apartó para mostrarle al minino negro.

— ¡Oh, mi querido Vivaldi! — Sonrió la bruja de ojos dorados. — ¿Cómo lograste atraparlo?

— Los gatitos son juguetones, así que lo atrajé con la manga de mi chaqueta, es bastante juguetón.

— ¡Gracias, gracias, gracias!

— No hay problema, ahora…. creo que es mejor que te vayas — aconsejó Morgan a la chica. — No quieres que te vean conmigo.

— ¿Por qué? ¿No estás sola aquí? — Se interesó la dueña del gato.

— Bueno, ¿no? Tengo a mi mascota conmigo. ¿Qué estás haciendo? — Preguntó Morgan al ver cómo la chica se sentaba en el asiento frente a ella.

— Mi nombre es Lydie, Lydie Allard-Lacroix — se presentó la chica.

— ¿Ly-Ly…? — Trató de decir Morgan, Lydie solo soltó una pequeña risa.

— Li-di-a — le explicó su nueva amiga.

— ¿Lydie? — Confirmó la chica de cabello blanco.

— Oui! — Sonrió Lydie. — Crecí en Francia, pero mis padres se mudaron aquí porque mi padre asistió a Hogwarts y querían que yo viniera, mi madre fue a la escuela de Magia Beauxbatons.

— Wow, interesante. Yo soy Morgan, Morgan Viper — se presentó finalmente Morgan.

— Es un placer conocerte, mon amie.

— ¿Mon amie? — Interrogó Viper.

— Mi amiga — tradujo amablemente Lydie. — Vivaldi no suele llevarse bien con personas que no conoce, así que si te ve como su amiga, entonces yo también.

Ante eso, el corazón de Morgan se aceleró, su primera amiga que no la veía con ojos de rencor o miedo.

— Bueno, Lydie, me alegraría mucho ser tu amiga — sonrió finalmente la bruja de cabello blanco.

Sin ser llamado, Nate salió de su escondite para poder sentir a la nueva amiga de su dueña, lo que hizo que Morgan se sintiera nerviosa, a casi nadie le agradaba Nate, no por ser peligroso o agresivo, sino por el simple hecho de ser una serpiente. Lydie lo miró unos segundos, pero no gritó ni se asustó.

— Qué extraña mascota tienes ahí, ¿te permiten tenerla? — Preguntó la joven francesa curiosa sin malas intenciones.

— Mi tío envió una carta y le respondieron que mientras no se coma la mascota de alguien más y siempre la tenga vigilada, puedo tenerla — explicó Morgan sintiéndose cada vez más relajada.

— ¡Me alegra, Morgan! A veces nuestros amigos llegan de la forma más inesperada posible.

El par de chicas pasaron el resto del viaje juntas hablando y conociéndose, Morgan le enseñó el Nintendo DS que le había dejado su tío Vilen mientras que Lydie le compraba dulces y golosinas que pasaban vendiendo denotando que su nueva amiga no venía precisamente de una familia media, mucho menos con esa forma tan elegante y formal con la que hablaba a pesar de su notorio acento francés. Ambas descubrieron que le tenían un cariño especial a los animales y mientras que Lydia había vivido toda su vida dentro del mundo mágico, Morgan solo sabía lo básico de éste, así que para la chica de ojos dorados le era un deleite explicarle a su compañera las cosas que le esperaban a ambas en su nueva aventura en Hogwarts.

Ya caída la noche cuando llegaron a Hogwarts, tras abordar los barcos Morgan y Lydie entraron al gran castillo usando sus uniformes, la primera usaba la capucha de su bata mientras que la segunda mantenía su cabello al aire. Juntas siguieron a la profesora Pomona Sprout quién fue la encargada de darles la bienvenida al nuevo ciclo escolar. Mientras caminaban por los pasillos lograron ver a Peeves revoloteando por allí preparándose para hacer bromas al primero quién llamase la atención, los cuadros le seguían de cerca mientras les daban la bienvenida, el ánimo era alto, todos estaban emocionados por esa nueva etapa que todos estaban a punto de empezar. Morgan no podía esperar a ver qué casa le tocaría, cualquiera era buena para ella y por lo que Lydie le había contado todos aspiraban a estar en Gryffindor, la casa donde el gran Harry Potter había estado.

Una vez dentro del majestuoso Gran Comedor, Morgan quedó maravillada por la escena que se presentaba ante sus infantiles ojos. Las velas flotaban mágicamente en el aire, iluminando el techo que parecía una obra de arte celeste, adornado con nubes y estrellas que se movían de tal forma que parecía estar vivo. Las largas mesas se extendían a lo largo de la sala, rebosantes de alumnos veteranos, ansiosos por dar la bienvenida a la nueva generación de prometedores hechiceros y brujas. Uno a uno, los chicos fueron llamados, y con cada estudiante asignado a su casa correspondiente, la intranquilidad de Morgan creció. Cuando escuchó el nombre de Lydia resonar en el salón, su corazón dio un saltito de emoción. ¿En qué casa sería seleccionada su querida amiga? ¿Acaso tendrían la suerte de estar juntas en la misma casa? La perspectiva era simplemente maravillosa.

Apenas el sombrero tocó su cabeza, se escuchó a lo largo de la habitación "¡Ravenclaw!" y Morgan no pudo hacer más que aplaudir, si mal lo recordaba en aquella casa iban los sabios y quienes adoraban aprender, era un buen lugar para su amiga. Más personas fueron pasando y al final le llamarom. Morgan Elizabeth Viper Dunkelmacht. Morgan tragó saliva nerviosa y empezó a caminar a la silla en dónde estaba el sombreo seleccionador y la misma directora Minerva McGonagall la esperaba como hizo con el resto de los alumnos para ver en cual casa sería asignada. Con cuidado y ansiosa, la chiquilla se sentó en la silla y se aferró al asiento como si fuese un gato asustado.

— Pequeña, no puedo ponerte el sombrero si llevas la capucha puesta —, le comentó McGonagall con tono serio.

— Ah, claro, perdón…

Morgan tomó su capucha y se quedó congelada por unos segundos, ¿debía hacer? ¿No debía hacerlo? No quería que nadie la viese como cuando se tropezó en la estación de tren, pero sabía que no podía evitar lo que vendría, tarde o temprano todos lo sabrían, así que tras un respiro profundo, se quitó su capucha revelando su cabello grisaceo oscuro largo y lacio. Un silencio se hizo presente en el gran comedor y Morgan sintió otra vez las miradas incrédulas y resentidas de sus compañeros, menos de Lydie. McGonagall se limpió la garganta en un vano intento de apaciguar los ánimos, pero los susurros y ojos indiscretos empezaron a revolotear a su alrededor. Era muy tarde. Ya todos lo sabían.

— Ah, ¿qué tenemos aquí? — Empezó a hablar el sombrero una vez estuvo sobre la cabeza de Morgan.

— Vaya, tienes sangre de mago oscuro recorriendo todo tu cuerpo, interesante, y eso no te ha detenido a seguir adelante… Tienes una mente afilada, estratégica y con el entrenamiento adecuado podrás llegar a ser una bruja de gran poder… ¿cuál camino elegirás? Ah, la eterna pregunta para un… ¡Slytherin!

El anuncio sacudió el Gran Comedor cuando el Sombrero Seleccionador hizo su pronunciamiento, y Morgan sintió cómo la realidad se le venía encima como un balde de agua fría: Slytherin. Conocía bien esa casa, pues su padre había sido parte de ella durante sus años de estudiante. Suspiró tratando de mantener la calma y se dirigió hacia la mesa que ahora sería su hogar. Todos los ojos la siguieron y los susurros se volvieron más audibles: "¿Es ella? Sí, la de la estación, mira, tiene el cabello del mago tenebroso. Sí, escuché que sus padres eran seguidores de Voldemort. ¿En serio? ¿Viste que está en Slytherin? ¿Cómo es posible que esté aquí siquiera? Apuesto a que será como su familia, después de todo, lleva eso en la sangre y encima es de Slytherin. Parece que algunas cosas nunca cambian".

Morgan eligió un lugar apartado, aunque estuviera rodeada de los suyos, los demás Slytherin la menospreciaban. No tanto por el hecho de que sus padres hubieran sido seguidores de Voldemort, sino porque su padre era considerado un sangre sucia, mientras que su madre provenía de una familia de sangre pura de ascendencia alemana. Eran de los pocos seguidores de Voldemort que aún defendían la pureza de la sangre, a pesar de que uno de ellos no la poseía. La característica más distintiva de su familia era el cabello gris que llevaban, una marca de los magos tenebrosos heredada de su madre. Con la mirada buscó a Lydie y la encontró; temía que la viera como el resto, pero notó en sus ojos una genuina preocupación y trató de darle animos con un gesto de mano. Al menos tenía una amiga en medio de aquel mar de miradas hostiles. Para los Slytherin, ella no era digna; para el resto de sus compañeros, era una traidora y la portadora de un legado oscuro, ¿y para Morgan? Ella se veía como una simple chica perdida que no sabía cuál era su lugar en un mundo dónde por todos lados solo recibía repudio.