Hola :) Este capítulo es un poco largo, esta vez desde el pov de Lisbon.
Capítulo 2:
La habían criado para ser honesta.
Desde pequeña siempre la habían instado a decir la verdad al igual que a sus hermanos. "La honestidad es una de las virtudes más importantes que puede tener una persona" solía decir su mamá.
Desde que se había ido, Teresa había intentado seguir sus enseñanzas y le gustaba pensar que desde el cielo estaba orgullosa de ella. Sin embargo, desde hace un par de meses sentía todo lo contrario. Lo único que había hecho era mentir. Cada vez que alguien le preguntaba cómo estaba respondía con un "bien". El equipo— ahora ex equipo— aun necesitaba de ella. A pesar de que técnicamente ahora ya no era su líder, seguía sintiendo responsabilidad sobre ellos. Tenía que estar bien por ellos. A pesar de que el FBI había dejado de hostigarlos como si fueran criminales, sabía que seguían en la mira. Aquellos infelices habían tirado abajo la institución a la que le había dedicado más de 10 años de su vida, habían disuelto a su equipo sin ninguna clase de crédito por el fin de Red John, y la habían interrogado como si no hubiera puesto su vida sobre la línea más veces de las que podía contar, con tal de acabar con el asesino serial más buscado de los últimos tiempos. Tenía que estar bien porque no les daría la satisfacción de verla derrotada.
Así que sí, estaba bien, y estaba harta de que se lo preguntaran.
Terminó de recoger su cabello en un moño y dio un paso atrás para contemplar la imagen en el espejo. Sintió que el uniforme la hacía ver pequeña, aunque si era honesta consigo misma quizá no era culpa del atuendo. En los últimos meses había bajado considerablemente de peso y seguía haciéndolo. Era eso, o tal vez el uniforme simplemente no sentaba bien con ella. En los días del pasado cargar con la placa del CBI había sido lo más natural del mundo, como si fuera parte de su mismo cuerpo, simplemente encajaba. Ahora en cambio, la placa sobre su pecho se sentía pesada, como si intentara recordarle lo lejos que estaba de pertenecer.
—¿Siempre te levantas así de temprano? — la voz detrás la sacó de sus pensamientos.
—Sí— se limitó a contestar. A través del espejo pudo ver el reflejo de Connor sentado al borde de la cama estirándose.
Era la segunda vez que se acostaban. Se habían conocido en un bar semanas atrás, una de las muchas noches donde la soledad la consumía y el alcohol no parecía brindarle el confort que estaba buscando. Irónico, ya que tampoco había logrado encontrarlo en los brazos de Connor. La mañana siguiente se había sentido como un trago amargo, y el vacío dentro de ella se había sentido un poco más grande que antes.
Hoy no era diferente.
—Prepararé algo para que comas— ofreció él.
—No te molestes, ya tengo que irme de todas formas— respondió tomando su bolso sobre la cómoda.
—¿No vas a despedirte de mí? — oyó cuando estaba a punto de llegar a la puerta.
Caminó hasta él y le dio un beso casto en los labios. Connor sonrió, mientras ella se detuvo unos segundos a recorrer su rostro hasta detenerse sobre sus ojos. Indagaron como si buscaran algo que aún no lograba identificar del todo, pero nada. Suspiró para sus adentros. Los ojos color mar y los rizos rubios de Connor por alguna razón ya no parecían tan encantadores esta mañana.
Xxx
Debía ser una maldita broma.
Suspiró para sus adentros mientras guardaba su arma en el cajón y se dejaba caer sobre la silla.
Era la tercera vez en el mes que el "viejo Johnson" reportaba un acto de vandalismo en su tienda. Si no era un robo menor, era un nuevo grafiti o alguna broma de mal gusto. Realmente los niños en este pueblo no tenían otra cosa que hacer más que molestar al pobre hombre. Bueno, no tan pobre en realidad. En el fondo podía entender el gusto que encontraban en las bromas. El viejo era realmente malhumorado e insufrible la mayor parte del tiempo.
Tomó un sorbo de su café mientras sacaba las hojas del papeleo. A esto se resumían sus semanas.
Delitos menores, quejas de los vecinos y papeleo.
Lo más interesante en la última mitad del año había sido probablemente la vez que tuvo que perseguir a un ladrón cuadras abajo en la avenida. El hombre había sido sorprendentemente rápido, aunque a final de cuentas había logrado alcanzarlo y taclearlo.
Con el bolígrafo en mano empezó a escribir, hasta detenerse en la fecha. ¿Qué día era? Le echó un vistazo al calendario.
25 de julio.
La comprensión repentina no pasó desapercibida, aunque hubiera preferido que así fuera. Hoy se cumplían 4 meses desde la última vez que Jane había escrito. La última carta le había traído mucha alegría. Él estaba bien, sanando poco a poco. Era lo único que importaba.
Había tomado un cofre antiguo que tenía guardado y había depositado todas las cartas allí. Jamás había encontrado en qué usar el viejo cofre. Había sido de su madre, por ello había decidido que cuando por fin lo usara sería en algo que valiera la pena. Las cartas lo valían.
Hubiera dado lo que sea por poder escribirle de vuelta, pero no podía. Al principio eso la había frustrado, hasta que se dio cuenta que realmente no tenía por qué. Jane lo estaba intentando: ponerse en contacto, mantenerla al tanto de cómo iba todo. Años atrás jamás lo hubiera pensado posible. Jane quien podría haber acabado consigo mismo luego de terminar con Red John, Jane quien había podido desaparecer de la faz de la tierra así lo quisiese. El seguía ahí, intentando mantener lazos con ella.
¿Por qué de pronto había parado?
Ni siquiera se había despedido. Solo… había dejado de escribir.
Quizá se había cansado de escribir sabiendo que no recibiría una respuesta a cambio. Quizá se había aburrido de hacerlo. Quizá ya no quería hablar con ella o… quizá había encontrado a alguien más.
Sacudió la cabeza instándose a concertarse en el papeleo frente a ella.
Lo que hiciera Jane debía tenerla sin cuidado. Él le había dejado en claro que estaba bien y aparentemente había pasado la página. Era hora que ella también lo hiciera.
Xxx
La semana transcurrió agonizantemente lenta. Para cuando llegó el viernes, Lisbon ya estaba lista para encerrarse en casa el fin de semana y no salir hasta el siguiente lunes.
Terminada la hora del almuerzo, volvió a su oficina.
—Lindo lugar— la voz detrás suyo la hizo sobresaltar. La segunda persona a la que pensó que no volvería a ver jamás se encontraba allí, sentado en una esquina.
—¿Cómo…? ¿Qué haces aquí Cho?
El agente se encogió de hombros.
—Podría hacerte esa misma pregunta, jefa.
—No me digas así, Cho. Ya no soy tu jefa.
Él no dijo nada. Mantuvo su rostro tan impasible como siempre. Ambos se quedaron en silencio por un rato.
—¿Qué tal el entrenamiento en la academia? — Lisbon fue la primera en hablar. Tomando asiento en su escritorio, hizo un gesto con la mano invitando a su antiguo colega a sentarse frente a ella—. Rigsby me dijo que ahora estás con el FBI.
Cho asintió.
—El entrenamiento es duro, pero vale la pena.
—Me imagino qu-…
—Tu podrías tener lo mismo— la interrumpió.
—Si tú crees que trabajaré para Abbott entonces has perdido la cabeza— bufó—. ¿Después de cómo nos trataron crees que las cosas son iguales? ¿Qué otras agencias querrán contratarnos?
—El FBI ya se encargó de limpiar nuestros nombres y hay otras oportunidades. Si no es el FBI, hay agencias que estarían más que dispuestos a trabajar contigo.
Ella no dijo nada. Sabía que tenía razón.
Al principio, luego del escándalo de Red John ninguna otra agencia había querido contratarla. La noticia había estado por todas partes y el FBI no pintaba una escena prometedora para el equipo. Esos meses habían sido un verdadero infierno.
Ahora las cosas habían cambiado. No es que fueran totalmente diferentes, pero podía decir que al menos cada vez el ojo de la tormenta se sentía más lejano. Rigsby y Van Pelt habían logrado crear su propia compañía de seguridad digital, Cho había terminado el entrenamiento y trabajaba para el FBI, mientras ella…
—¿Exactamente a qué viniste Cho? ¿Minelli te envió en un último grito de ayuda?
—Yo sé que no es de mi incumbencia lo que hagas con tu vida— Cho se removió incómodo sobre su sitio—. Solo pienso que todo esto de Red John no fue justo para ninguno de nosotros, el cómo nos echaron como si nuestro trabajo no valiera nada y no hubiéramos sido nosotros los que desmantelamos Blake. Creo que todos hemos hecho lo que teníamos para salir adelante, pero…
No continuó, pero no tuvo que. Ambos sabían exactamente las palabras pendiendo en el aire: "pero tú no".
—Me gusta mi trabajo Cho— dijo esto de una forma más brusca de que la hubiera querido—. Después de largos años en el CBI estoy feliz de tener un empleo en donde pueda salir a mis horas, por el que no me tenga que desvivir. Estoy bien. Lamento si es tan difícil para ti de creer.
Cho asintió.
—Ok, puedes mentirme si es lo que quieres. No es mi problema— se puso de pie, recogiendo su chaqueta de la silla— solo espero que tengas mejor suerte tratando de creerlo tú misma.
Antes de llegar a la puerta se detuvo. Inseguro de si era lo correcto decir lo siguiente, simplemente lo soltó.
—Todos estamos haciendo lo que podemos para avanzar, lo sé. Incluso Jane, a su manera, estoy seguro que intenta hacer lo mismo—. Lisbon sintió una punzada en el corazón al oír su nombre—. Él no volverá, y creo que si estuviera aquí también creería que mereces algo más.
Apenas su antiguo colega abandonó la habitación, Lisbon sintió como si el nudo en su garganta se ajustara más y más, haciéndole difícil la respiración, nublándole los ojos con lágrimas. No era tristeza lo que estaba sintiendo.
Era rabia.
¿Cómo podía seguir adelante cuando todos sus recuerdos la mantenían cautiva en una realidad que ya no existía? ¿Cómo podía seguir adelante si inconscientemente había aprendido a encontrar confort en su dolor? ¿Cómo podía seguir adelante si abandonar lo que alguna vez había sido significaba también dejar atrás a Jane?
Todos, absolutamente todos seguían avanzando, el mundo aun giraba como siempre lo había hecho y Lisbon sintió que su vida se había reducido a eso, a nada.
Xxx
Si su yo de 10 años atrás se viera probablemente hubiera reído.
Allí, sentada en un bar en medio de la noche como si fuera la imagen viva de su padre. Una bebida tras otra, y sin saber cómo, se encontró a si misma en el lugar que menos esperaba.
—¿Teresa? —Connor terminó por abrir la puerta, dejándola entrar—. ¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Está todo bien? Es la 1 de la madrugada.
—Lo sé— dijo ella acercándose, cruzando los brazos sobre su cuello, buscando sus labios.
Él se apartó, el fastidio reemplazando la preocupación anterior.
—¿Ignoras mis mensajes y llamadas toda la semana y decides aparecerte así?
—Lo siento, estuve ocupada. He tenido… una semana larga— dejó escapar un suspiro, frustrada.
—¿Estás ebria Teresa?— más que una pregunta era una confirmación para sí mismo. El olor del alcohol era evidente en el ambiente.
—Solo bebí un poco— dijo ella, intentando acercarse nuevamente.
—Teresa…
—¿No quieres esto?— preguntó desabrochándose la blusa. Ante la mirada algo desconcertada de él, escondió su rostro en su cuello y comenzó a trazar un sendero de besos a través de este, subiendo hasta llegar a su oreja. Tomó el lóbulo entre sus dientes y dio un leve jalón.
—No… Teresa— Connor apartó las manos de ella y tomó sus muñecas, no con demasiada fuerza, pero la necesaria para darle a entender que tenían que detenerse. Estaba enfadado porque lo había ignorado toda la semana, pero también estaba preocupado. Era claro que algo andaba mal. Con delicadeza, limpió una lágrima que se deslizaba por una de sus mejillas—. ¿Qué ocurre? Lo que sea que esté pasando, puedes hablar conmigo…
—¡No quiero hablar!— fue ahora ella la que se apartó—. ¿Sabes qué? Olvídalo.
Empezó a abrochar su blusa nuevamente. Se sentía humillada.
¿Qué demonios estaba haciendo?
—Teresa…
—Fue un error venir, lo lamento.
Pudo oír a Connor llamarla repetidas veces pidiéndole que conversaran, que no se fuera estando así pero ya no importaba. El camino de regreso a casa se dio igual que la ida, en mociones repetitivas que se entrelazaban entre sí por los efectos del alcohol.
Tomó una nueva botella de whisky de la alacena y la destapó. Bebió un largo sorbo y dejó que el líquido quemara todo a su paso. Encontró confort en la sensación de ardor en su pecho. Quería que quemara, que se llevara el mal rato y que la ayudara a nublar su mente. Sintió que lo único que había hecho los últimos meses era pensar. Ya no quería hacerlo.
Tropezó contra el librero tumbando algunos libros y cuadros. Sentada sobre el piso justo donde había caído se abrazó a sí misma, escondiendo la cabeza entre las piernas. Después de un rato cuando la habitación pareció dejar de dar vueltas miró a su alrededor, y sintió una sensación de pánico invadir su pecho al darse cuenta de lo que había hecho.
Frente a ella yacían esparcidas todas las cartas y más allá, el cofre. La tapa y el cuerpo de este se encontraban en dos lugares diferentes. Estaba roto.
Jane
Como si su vida dependiera de ello, se apresuró en recoger las cartas y guardarlas nuevamente donde pertenecían. Intentó colocarlas en el orden en el que iban, pero las lágrimas nublándole la vista cada vez hacían la tarea más difícil. Limpió con brusquedad una que empezaba a deslizarse. Solo tenía que poner todo en orden. Solo tenía que… arreglarlo todo.
En medio de sus intentos captó un vistazo de su reflejo en el espejo. La escena frente a ella le pareció tan patética que quiso reír. Segundos después, la sonrisa en su rostro se desvaneció tan rápido como había aparecido.
Realmente sintió lástima por sí misma.
La máscara que había llevado todo este tiempo se estaba quebrando, y se dio por vencida cuando cayó en cuenta de que todo era en vano. Colocó la tapa sobre el cuerpo del cofre con el mayor cuidado que pudo y lo llevó a su pecho, abrazándolo con lo que sintió que eran sus últimas fuerzas que ahora también la abandonaban.
Como si sus recuerdos y emociones fueran una ola de la que había estado huyendo, por fin se permitió un descanso. Dejó que la ola la cubriera, la envolviera por completo, y por primera vez en lo que sintió como una eternidad se permitió pensar en él.
Y lloró.
Lloró porque el CBI había cerrado, porque extrañaba su antiguo trabajo y a sus compañeros, pero sobre todo por él. Lloró porque le habían arrebatado a su amigo y sentía que su corazón estaba a punto de estallar con todas las cosas que se sentía incapaz de expresar, con todas las cosas sin decir y que ya nunca podría decirle.
Lloró porque jamás las cosas volverían a ser igual, porque mientras trabajaba detrás de su escritorio llenando hojas de interminable papeleo, lo imaginaba a él abriendo la puerta, entrando sin tocar como siempre, sentándose frente a ella para distraerla un rato, mostrarle algún truco de cartas o dejarle algún dulce sobre el escritorio. El silencio en esos momentos se hacía insoportable y era allí cuando comprendía cuánto significado tenían esas pequeñas cosas que en su momento parecieron insignificantes, cuando recordaba todas aquellas veces que lo había reprendido por distraerla tanto y se arrepentía porque claro, era Jane, aparentemente él sabía lo que ella necesitaba antes de saberlo ella misma.
Lloró por todas las noches que había pasado en velo, recostada mirando al techo mientras se preguntaba qué estaría haciendo él. Cada vez que se daba cuenta que lo estaba haciendo, recordaba aquella conversación con Sean Barlow y no podía evitar reír. En su mente fantaseaba con que él estaba allí con ella mientras ella le contaba sobre el nuevo caso, sobre sus preocupaciones, sobre cualquier cosa en realidad. Imaginaba lo que él respondía y toda la supuesta conversación se desplegaba en su mente como si de una película se tratase. Casi podía verlo ante cada respuesta, sus gestos, manierismos, todos grabados en su mente como si realmente estuviera allí.
A veces tenía la impresión de que estaba enloqueciendo, que su mente estaba al borde del colapso. Le hacía recordar mucho al año siguiente del fallecimiento de su madre. Igual que ahora, por mucho tiempo después ella había pasado las noches fantaseando sus conversaciones, buscándola en sus sueños o cualquier cosa que ayudara a apaciguar su corazón y la convenciera de que no se había ido del todo.
Quizá esa era su manera de lidiar con los vacíos y las heridas en su corazón, su manera de aferrarse a aquellos que se habían ido. Intentaba zambullirse en el trabajo, mantener su mente ocupada para no pensar en lo que se había convertido su vida, pero era inevitable. No podía seguir engañándose a sí misma. Había intentado mantener sus emociones y todo lo que la afligía bajo candado en su corazón, pero el cofre sobre su regazo estaba allí como recordatorio de que no podía seguir huyendo de los fantasmas por siempre. El cofre estaba ahí, mostrándole lo que le quedaba de Jane y lo que quedaba de ellos: Pedazos rotos y recuerdos.
