CAPÍTULO 5
UN REFUGIO TEMPORAL
VESP
Estamos parados frente a una pequeña cabaña de piedra destartalada que parece que fue abandonada hace muchos años. En medio de un bosque perdido de Naboo, rodeados de árboles altos y un suelo cubierto de hojas secas. El paisaje es verdaderamente hermoso.
El mandaloriano empuja la puerta de madera chirriante, y me empuja para que entre delante de él. El ambiente es húmedo y polvoriento, pero al menos estaremos protegidos del viento y la lluvia que acecha fuera.
Él camina de un lado a otro, con rabia. No deja de repetir lo irresponsable que he sido.
Sé que ha sido un acto impulsivo, y que no he pensado en las consecuencias, pero no se lo digo. No puedo ir a Serenno. No puedo ver a Ashoka. No estoy lista.
—No solo has puesto nuestras vidas en peligro, sino también la de Grogu —dice señalando por la ventana al pequeño, que se encuentra junto al lago, haciendo levitar unas ranas, ajeno a lo demás.
Se me encoge un poco el corazón al pensar en que podría haberle pasado algo al niño.
Me quedo mirando por la ventana, absorta en la transformación del cielo que se torna gris oscuro, anunciando la inminente tormenta. Las nubes se congregan amenazantes, presagiando un aguacero. Mientras tanto, el mandaloriano enciende un fuego en la pequeña chimenea de la cabaña, buscando brindarnos algo de calor y comodidad.
Grogu, siempre perceptivo a los cambios en el ambiente, entra apresuradamente y se acurruca sobre las mantas que su protector ha dispuesto en el suelo. Su pequeño cuerpo parece anticipar la tormenta y busca refugio en un lugar seguro. Observo cómo una gota de lluvia se posa en el cristal de la ventana, seguida rápidamente por otra, hasta que la visibilidad hacia el exterior es prácticamente nula.
El frío comienza a calar en mis huesos y, sin decir una palabra, me siento frente a la chimenea, buscando la calidez que emana de las llamas danzantes. Me pierdo en los torbellinos que estas crean, dejando que mi mente se relaje y se deje llevar por el crepitar del fuego. En ese momento, siento un pequeño cuerpecito acurrucándose en mi costado.
Con cuidado, acerco mi mochila con el pie y comienzo a rebuscar en su interior, aún con las esposas puestas. Finalmente encuentro lo que estaba buscando: unos dulces. Los enormes ojos de Grogu se dilatan de emoción al verlos, y estira su pequeña mano hacia mí, invitándome a compartirlos. Le dedico una sonrisa y le entrego uno de ellos.
De reojo, noto al mandaloriano en silencio. Aunque su rostro permanezca oculto, puedo sentir cómo emana desconfianza hacia mí. Sin embargo, sorprendentemente, no me impide darle el dulce al niño. Grogu lo toma con ansia y lo engulle prácticamente sin masticar, disfrutando del sabor dulce en su boca, lo que me provoca una sonrisa.
—¿Por qué has hecho eso? —me pregunta de nuevo el mandaloriano, esta vez más tranquilo.
Sé que no se refiere a los dulces, sino al episodio anterior en la nave. Suspiro pesadamente mientras flexiono las rodillas hacia mi cuerpo y las agarro con mis brazos.
—Ashoka Tano era mi mentora —confieso sin saber muy bien por qué confío episodios de mi vida a este desconocido.
El mandaloriano asiente, invitándome a proseguir mi historia, pero sin presionarme.
—Digamos que… La cosa no acabó muy bien —digo finalmente, dando por finalizado este tema de conversación.
—Me llamo Din, por cierto —dice el mandaloriano cambiando de tema. —Din Djarin.
—Diría que es un placer conocerte, Din Djarin, pero mentiría —digo levantando las muñecas y mostrándole las esposas, con una sonrisa irónica.
Mi mirada se posa en una extraña fruta que el mandaloriano ha sacado de su bolsa.
—¿No vas a comértela? —pregunto frunciendo el ceño.
—A solas —dice él secamente.
—¿De verdad no podéis quitaros nunca el casco? —no puedo evitar la pregunta que me ronda la cabeza desde que lo he visto por primera vez. Nunca antes había conocido a un mandaloriano.
Él se queda en silencio por un momento, como si estuviera sopesando si merecía la pena responderme o no.
—Nunca nos quitamos el casco delante de otros. Es una tradición que se ha mantenido durante generaciones —dice por fin.
La sinceridad y respeto que percibo en sus palabras me impide soltar alguna burla al respecto. Aunque su respuesta no me proporciona una explicación completa, puedo intuir que su casco es más que una simple protección física. Es un símbolo de su identidad y forma de vida.
—Puedo darme la vuelta mientras comes —le ofrezco. —No parece que vaya a parar de llover —señalo con la barbilla a la ventana.
Él me mira en silencio. Claramente no se fía de mí.
—Te prometo que no miraré —digo poniendo los ojos en blanco.
Luego, me tumbo en el suelo, y me doy la vuelta hacia el fuego, con el pequeño Grogu todavía acurrucado junto a mí. Cierro los ojos.
En un primer momento, el mandaloriano no se mueve, ni emite ningún ruido, pero unos instantes después puedo escuchar el click metálico de su casco, seguido de ruidos de mordiscos.
Aunque la curiosidad me esté matando por dentro por verle el rostro, permanezco muy quieta, con los ojos cerrados, hasta que finalmente sucumbo al sueño.
Me despierto con los rayos del sol que se filtran a través de la ventana, iluminando la habitación. Sorprendentemente, esta noche no he tenido pesadillas, por primera vez en meses. Estiro los brazos y me doy cuenta de que ya no llevo las esposas puestas. Una sensación de alivio se apodera de mí.
Me desperezo lentamente mientras observo a mi alrededor. Para mi sorpresa, la cabaña está vacía. Miro por la ventana y veo al mandaloriano ocupado trabajando en reparar la nave, y a Grogu jugando despreocupadamente cerca de él.
Decido salir de la cabaña y me acerco cautelosamente a ellos. Din levanta la mirada cuando nota que me acerco y me observa imperturbable. El niño, al notar mi presencia, corre hacia mí con entusiasmo y se abraza a mi pierna con sus bracitos.
—¡Buenos días! —digo sonriéndole.
Me quedo un rato observando a Din, hasta que se levanta tirando con frustración las herramientas al suelo.
—Ya basta por hoy —resopla mientras se aleja un poco.
Me siento en la hierba junto a Grogu, y me quedo observando al mandaloriano realizar sus ejercicios de entrenamiento. Concentrado y enérgico, comeienza a realizar una serie de ejercicios de combate. Sus movimientos son fluidos y precisos, mostrando una destreza adquirida a través de años de entrenamiento y experiencia en batallas.
Su figura, envuelta en la armadura mandaloriana, es imponente y poderosa. Cada músculo de su cuerpo parece estar en perfecta armonía mientras ejecuta sus técnicas de combate.
A medida que continúa con sus entrenamientos, no puedo evitar notar lo atractivo que es. Su presencia está cargada de un magnetismo innegable. Aunque no pueda ver su rostro, su energía y aura masculina me envuelve por completo.
Me sorprendo mordiéndome el labio mientras Din gira y esquiva con agilidad, desplegando su habilidad para anticipar y contrarrestar los ataques imaginarios de sus adversarios. Cada paso y cada golpe están ejecutados con una maestría que solo un verdadero guerrero podría poseer.
De pronto, para de repente su entrenamiento y fija su mirada en mí, lanzando un palo en mi dirección.
—A ver qué sabes hacer, Jedi —dice invitándome a un combate amistoso.
—No soy una Jedi —digo, mientras lo fulmino con la mirada y acepto el palo.
Me coloco en posición de combate.
Consciente de mis habilidades en la Fuerza, me adentro en el enfrentamiento con una concentración profunda. Utilizo mi conexión con la Fuerza para aumentar mi agilidad y reflejos, anticipando los movimientos de Din y respondiendo con rapidez.
El sonido de los palos chocando llena el aire mientras nos movemos en una danza de ataques y defensas. Utilizo la Fuerza para mejorar mi velocidad y fuerza, permitiéndome esquivar sus golpes con agilidad y contraatacar con precisión.
Din demuestra ser un oponente formidable, con una destreza y experiencia en combate evidentes en cada movimiento que realiza. Ambos nos esforzamos al máximo, empujando nuestros límites y buscando superarnos el uno al otro.
La energía de la Fuerza fluye a través de mí, amplificando mis movimientos y permitiéndome realizar maniobras que desafían las leyes físicas. Despliego poderosos ataques con el palo, aprovechando mi conexión con la Fuerza para incrementar su velocidad y fuerza.
A medida que la lucha de entrenamiento continua, la intensidad crece. Cada uno de nosotros busca ganar terreno, encontrar la debilidad del otro y aprovecharla.
Din y yo nos enfrascamos en un combate amistoso, desplegando nuestras habilidades y estrategias para superarnos mutuamente. A medida que avanzamos, la intensidad del enfrentamiento va en aumento, cada uno buscando una oportunidad para ganar ventaja.
En un movimiento audaz, decido utilizar la Fuerza para saltar por encima de Din, tomando por sorpresa al mandaloriano. Aterrizo detrás de él con gracia, aprovechando el momento para derribarlo y asegurarme de su inmovilidad.
Con destreza y agilidad, me posiciono sobre su cuerpo, utilizando mis habilidades para apresarle suavemente pero con firmeza. Colocando el palo de entrenamiento en su cuello, mantengo la posición mientras lo miro directamente, intentando encontrar su ojos a través del casco.
Me ruborizo un poco por el contacto físico mientras me mantengo en mi posición sobre Din, con el palo de entrenamiento en su cuello, hasta que una sensación inquietante comienza a envolver mi garganta.
—Tienes suerte de que no tenga mi espada —me burlo.
De pronto, una presión invisible se hace cada vez más intensa, impidiéndome respirar. El pánico se apodera de mí mientras lucho por encontrar aire.
Din, confundido por lo que está sucediendo, se levanta rápidamente, sin entender la situación.
Miro a mi alrededor, tratando de encontrar la fuente de esta opresión, y entonces me doy cuenta de que el pequeño Grogu es el responsable. En su inocencia, ha interpretado erróneamente la situación y creído que estaba haciéndole daño a su padre. Usando la Fuerza, ha intervenido para proteger a Din.
La angustia se refleja en mis ojos mientras lucho por liberarme de este agarre invisible. Mis gestos desesperados no pasan inadvertidos para Din, quien se da cuenta de lo que está sucediendo.
—¡Grogu! —le regaña con voz grave.
En ese momento, el pequeño suelta su control sobre la presión en mi garganta, hasta que finalmente puedo respirar nuevamente, tomando grandes bocanadas de aire con alivio mientras trato de calmarme.
Din se acerca de nuevo a mí, emanando una mezcla de alivio y preocupación.
—Grogu… ha pensado que te estaba haciendo daño —logro articular mirando al niño. —Ha actuado así para protegerte.
Puedo notar la preocupación por el niño que siente Din ahora mismo.
—Puede que sí necesite entrenamiento… —jadeo, agarrándome el cuello.
