CAPÍTULO 7

NOCHE DE TORMENTA


VESP

La lluvia golpea con fiereza los cristales de las ventanas, creando una sinfonía de sonidos en el exterior.

Como cada noche, durante las semanas que hemos pasado aquí, me encuentro sentada en la acogedora cabaña, envuelta en la calidez del fuego que crepita frente a mí. Din se encuentra a mi lado, con su figura imponente y, aunque no pueda verlo, intuyo que tiene la mirada perdida en las llamas. Me parece extraño haber estado conviviendo tanto tiempo con este hombre y no haber visto aún su rostro. Grogu, acurrucado junto a mí, parece percibir mis pensamientos, y se asoma por debajo del casco de Din para intentar verle el rostro.

—El Razor Crest estará listo mañana —comenta Din, ajeno a nuestros pensamientos.

—¡Por fin! —exclamo, fingiendo demasiado entusiasmo.

La verdad es que me estaba empezando a acostumbrar a esta vida. A levantarme cada mañana y entrenar a Grogu, y después jugar con él. A cazar para poder alimentarnos. Incluso a este extraño hombre con armadura y casco, siempre tan serio, y tan recto. Una de las mejores partes de mi día era hacerle alguna broma para hacerlo enfadar, o sentirse incómodo. También me había acostumbrado a dormir sin pesadillas, a no escuchar voces en mi cabeza llamándome… No me había pasado ni una vez desde que estábamos aquí. Definitivamente echaría de menos este lugar.

Me levanto del suelo y me acerco a mi mochila recordando algo. Después de rebuscar dentro, saco una botella de Spotchka y la suelto en el suelo, frente a Din.

—Entonces, hagamos una despedida como Dios manda —digo guiñándole un ojo.

Din me mira a mí, y luego a la botella de Spotchka frente a él. Me muerdo el labio con nerviosismo por si lo rechaza, pero en lugar de eso, toma la botella entre sus manos.

—Una despedida como Dios manda suena bien —dice, mientras suelto un suspiro de alivio silencioso.

Nos acomodamos en el suelo, frente al fuego danzante, mientras la tormenta persiste fuera. Grogu se ha dormido, y la atmósfera se vuelve más relajada a medida que el alcohol calienta nuestros cuerpos.

—Eres un hombre muy callado, Din Djarin —digo después de dar un trago a la botella. —Llevamos semanas aquí, y todavía no sé nada sobre ti…

—Bueno, tú hablas mucho —dice con una pequeña carcajada. —Pero tampoco sé apenas nada sobre tu vida.

—Entonces, pregúntame lo que quieras, pero por cada pregunta que te responda, tú tendrás que responderme una a mí —le propongo.

El mandaloriano parece dudar un momento, pero entonces, formula su primera pregunta.

—¿Cómo te convertiste en cazarrecompensas?

—A los dieciséis años me escapé de Serenno. Deambulé durante días, sin tener a dónde ir, y por casualidades del destino, acabé en Nevarro. Tenía que robar comida de los puestos callejeros para comer, y dormir en casas abandonadas o en la calle. Hasta que Karga me encontró, y me ofreció un trabajo. No es una historia muy interesante…

Din me escucha atentamente.

—¿Estabas en Mandalore en la Noche de las Mil Lágrimas? —le pregunto, recordando las historias sobre los destrozos del Imperio que me contaba Ashoka Tano.

—Nunca he estado en Mandalore —dice sinceramente.

—Eres un mandaloriano, ¿y nunca has estado en Mandalore? —pregunto confundida.

—Mandaloriano no es una raza, es un Credo —recita él. —Nací en el Planeta Aq Ventia. En el ocaso de la República, los droides imperiales arrasaron mi planeta y mataron a mis padres. Ellos… Pudieron esconderme antes de morir —veo cómo le cuesta recordar lo que le pasó, y se me calienta un poco el corazón al ver que me lo está confiando a mí. —Un grupo de mandalorianos me salvaron de los droides imperiales. Me llevaron a Concordia, donde fui criado como huérfano por los Hijos de la Guardia.

Din se queda un momento callado, puedo notar el profundo respeto y convicción que siente por el Credo mandaloriano. Su historia me hace comprenderle un poco mejor.

—Mi turno —dice, queriendo cambiar de tema. —¿Por qué te escapaste de Serenno? —pregunta cauteloso.

Dudo durante un momento sobre si contarle a este hombre lo que jamás he contado a nadie. Si contarle mi miedo más profundo, y la pesadilla de mi existencia.

—Mi madre era una Jedi —suelto, sin saber muy bien por qué. —No sé quién es mi padre. Por algún motivo ella se refugió en un pequeño pueblo de Naboo, donde un matrimonio de ancianos la acogieron. Murió cuando me dio a luz a mí… —hago una pausa.

Noto como Din se remueve y se acerca un poco más a mí, en señal de apoyo.

—Cuando el Imperio dio la Orden 66, yo tenía seis años —prosigo con mi historia. —Los soldados imperiales arrasaron el pueblo donde vivía. Ashoka Tano, estaba allí, y me salvó, y por algún motivo decidió que sería buena idea llevarme con ella y ser mi mentora. Supongo que sintió algún tipo de conexión con mi Fuerza…—no sé si es por el efecto del alcohol, pero sigo contándole todos los detalles de mi vida. —Me llevó a Serenno, y todo fue bien al principio. Me enseñó todo lo que sabía, y a pesar de que ella había sido expulsada de la Orden Jedi, me transmitió todas sus enseñanzas. Pero un día… —trago saliva y hago una pausa, dudando de si finalmente contarle la verdad.

¿Me odiaría Din si se lo contaba? ¿Me alejaría de Grogu? Eso sería lo más sensato por su parte…

—Empecé a escuchar… Una voz —sigo con determinación. —Al principio era solo una voz inquietante que me atormentaba, como un eco perturbador que se repetía sin cesar en mi mente. Pero luego… Las imágenes vinieron a mí, claras y perturbadoras. Me vi a mí misma, como en un espejo, envuelta en las sombras, con mis ojos reflejando un brillo malévolo que antes era ajeno a mí. Las pesadillas se apoderaron de mí cada noche, sumiéndome en un torbellino de locura y miedo. Llegué a temer incluso el acto de cerrar los ojos…

Doy un brinco al notar la mano de Din sobre la mía, pero no la aparto. Emana un calor reconfortante, que me anima a terminar de contarle la historia.

—Entrené mucho, para acallar las voces de mi cabeza, pero no lo conseguí, iban a peor. Ashoka hizo lo imposible para ayudarme, pero la cruda realidad era que no había nada que hacer. Cuanta más conexión tenía con la fuerza, más loca me volvía… Así que me fui. Huí, como una cobarde, sin siquiera darle una explicación a la mujer que me crió durante diez años. Esta es mi historia, Din Djarin —sonrío con amargura.

—Podría decir muchas cosas de ti —dice apretándome un poco más la mano. —Eres impulsiva, soberbia, insoportable… —enumera, mientras lo fulmino con la mirada. —Pero no eres una cobarde —concluye.

Trago saliva intentando ahuyentar las lágrimas que se me están acumulando en los ojos, listas para descender en cualquier momento.

Desvío la mirada de Din, y me trenzo mi larga melena a un lado, intentando tranquilizarme y buscar otro tema de conversación.

—Bueno, ahora es mi turno… —digo después de un rato. —Din Djarin… ¿Eres virgen? —suelto por fin mi pregunta.

El mandaloriano, que en ese momento estaba dando un trago de la botella por debajo del casco, se atraganta y tose.

Me rio por lo bajo, pero sigo mirándole, esperando mi respuesta.

—No voy a responderte a eso —me corta tajante.

—Una respuesta por otra —le recuerdo, acercándome un poco más a él.

El mandaloriano suspira pesadamente.

—No, no soy virgen —responde con voz grave.

—¿Y cómo…? Ya sabes… —digo, con el ceño fruncido, mirando su casco.

—No voy a responder a eso —repite seco.

No puedo evitar una carcajada al imaginarme a Din manteniendo relaciones sexuales, completamente desnudo, pero con el casco puesto.

Siento un intenso calor en mis mejillas al imaginarme al mandaloriano desnudo.

Mi risa parece haberle molestado, porque se incorpora un poco del suelo y, en un movimiento rápido, me tumba boca arriba y se coloca sobre mí, dejándome atrapada entre el suelo y él.

Contengo la respiración.

Está tan cerca que puedo percibir su embriagador olor. Me ruborizo un poco por el efecto del alcohol y el contacto físico del imponente mandaloriano. Cuando me doy cuenta, estoy jadeando.

—¿Quieres que te lo demuestre? —me susurra acercándose a mi oído, con voz ronca.

Vuelvo a jadear. De pronto, noto en mi pierna cómo crece el bulto de Din, y se me contrae la parte baja del estómago. Como por un impulso, rozo con mi rodilla la parte interna del muslo del mandaloriano.

¿Qué cojones estoy haciendo?

Él sigue echándome su peso encima, sin apartarse de encima de mí. Levanto una mano, dispuesta a hacer algo con lo que llevo soñando desde el momento en el que lo conocí y la coloco bajo el casco de Din. No hay nada que desee más en este momento que verle la cara.

Él se queda muy quieto durante un momento. ¿Está dándome permiso para quitárselo?

Coloco la otra mano para levantarlo por fin, pero por el rabillo del ojo veo a Grogu a nuestro lado, mirándonos fijamente, comiéndose uno de mis dulces.

Din se levanta rápidamente y sale por la puerta de la cabaña a grandes zancadas, empapándose por la lluvia, y dejándome allí, sintiendo la mayor frustración de mi vida.