CAPÍTULO 8

LA PROPUESTA DE GREEF KARGA


VESP

Llevamos media hora atravesando la Galaxia cuando la imagen azulada de Greef Karga emerge de la pantalla de la nave.

Amigo mío, si recibes esta transmisión, eso significa que estás vivo. Quizá te sorprenda, pero yo también estoy vivo. Supongo que estamos en pazHan pasado muchas cosas desde nuestro último encuentro. El hombre que te contrató sigue aquí, y el número de sus ex guardias imperiales ha aumentado. Han impuesto un gobierno totalmente despótico en mi ciudad, que ha impedido la subsistencia del Gremio. Lo consideramos un enemigo, pero de momento no hemos conseguido eliminarlo. Si contemplases hacer un último encargo, yo me ocuparía de que te mereciera la penaHasta ahora te has mantenido alejado de sus cazadores, pero no pararán hasta conseguir su premio… Así que esta es mi propuesta: Regresa a Nevarro. Trae al niño como cebo. Yo organizaré un intercambio y mandaré a miembros del Gremio como protección. Cuando estemos cerca del cliente, mátalo y los dos quedaremos satisfechos. Si tienes éxito, te quedas con el niño, y haré que limpien tu nombre en el Gremio, porque un hombre de honor no tiene por qué vivir en el exilio. Espero tu llegada con optimismo. ¡Ah! Sé que tienes a Vespera Malakith, encontramos su nave en Jakku y la trajimos aquí. Tráemela también. Con vida, Mando.

El holograma de Greef desaparece y volvemos a quedarnos en silencio.

Ninguno de los dos ha mencionado una palabra desde el incidente de la noche anterior, y la tensión en el ambiente podría cortarse con un cuchillo.

—Llévame a Nevarro —le ordeno, rompiendo el silencio, sin mirarle.

—Antes tengo que hacer una cosa —dice, con su habitual voz grave.


—No voy a dejar que ese droide se acerque al niño —deja claro Din.

—¡Te estoy diciendo qué está reprogramado! —el ugnaugh se refiere a un droide IG-11, que según Din, era un cazarrecompensas que casi termina con la vida de Grogu.

—Kuiil, no me fío de los droides —dice sin más.

—¿Y te fías de mí? Porque lo he reprogramado yo personalmente —pregunta entrecerrando los ojos.

—Proteger al niño —suelta la voz robótica del droide, emitiendo luces rojas en su cabeza.

El mandaloriano no responde.

—¡Dios, Din, déjalo ya! —ruego poniendo los ojos en blanco. —Te está diciendo que está reprogramado, no le va a hacer nada malo a Grogu, mira —digo mientras saco mi espada láser y la coloco sobre el niño, como si fuera a atacarle.

Entonces el droide extiende la mano y me da un fuerte empujón, que me hace caer al suelo.

—Esta chica me cae bien —afirma Kuiil, con una sonrisa. —He hablado.


Unas horas después, aterrizamos en Nevarro, junto al ugnaught Kuiil, el droide IG-11 reprogramado para proteger a Grogu y dos blurrgs. Din no se fía de Karga, y trae a Kuiil para que le ayude si las cosas se ponen feas.

La verdad es que, si se trata de dinero, yo tampoco confío mucho en Greef.

Greef Karga nos espera en un lugar apartado de la ciudad, junto a otros cuatro cazarrecompensas.

—He concertado aquí el encuentro porque ahora la ciudad está asediada por fuerzas del antiguo Imperio —dice Karga con rabia. —Bonito niño, por cierto —dice mirando a Grogu.

Encendemos una hoguera, está anocheciendo. Nos sentamos junto al fuego para trazar el plan.

—Entraremos en el recinto y le mostraremos el niño al cliente, será el cebo —explica Greef. Y después, lo mataremos. Como mucho habrá cuatro guardaespaldas, nada puede salir mal —concluye.

—No llevaré al niño —dice el mandaloriano con voz grave.

—¡Tenemos que usarlo como cebo, sino no funcionará! —se queja Karga.

Nos sobresaltamos cuando un reptaviano enorme desciende del cielo y muerde a Greef en el brazo. Luego descienden más bestias del cielo. Saco mi sable y me preparo. Luchamos valientemente con las criaturas, que ya han matado a dos cazarrecompensas. Los otros dos cazarrecompensas que quedan y Din logran eliminar a cuatro reptivianos con sus blásters, yo me deshago de otro. Mientras nos recuperamos del combate, me doy cuenta de que Greef ha sido herido gravemente, y que el veneno de la mordedura se está extendiendo por su brazo.

Me arrodillo a su lado y le cojo la mano. En cierto modo, este hombre ha sido como un padre para mí.

—Greef… —susurro con lágrimas en los ojos, negándome a aceptarlo.

El veneno se extiende rápidamente por su cuerpo, y la gravedad de la situación me llena de desesperación. Observo cómo su rostro se contorsiona de dolor, y deseo desesperadamente encontrar una solución.

En ese preciso instante, veo cómo Grogu se acerca a nosotros con curiosidad infantil. Sus pequeñas manos tocan el brazo herido de Greef, y una energía luminosa emana de él. Abro los ojos de par en par mientras presencio una vez más el gran poder de este niño.

Todos nos quedamos boquiabiertos. Miro a Din.

—¿Lo has visto? —pregunto.

Él asiente reflexivo.

—No tengo palabras… —balbucea Greef.

Cuando me doy la vuelta para mirarle, veo que tiene su bláster en la mano, y antes de que me de tiempo a reaccionar, dispara dos veces. Me giro rápidamente, y observo a los dos cazarrecompensas que lo acompañaban inhertes en el suelo.

—Era una trampa…—admite Greef. —El plan. Iba a matar a Mando y a entregarles al niño. Pero después de esto… Simplemente no puedo hacerlo —termina, con los ojos aún puestos sobre el pequeño Grogu, lleno de gratitud.

—¡Joder, Greef! —le regaño.


Din, Karga, y yo entramos con cautela en la ciudad, seguidos por la cuna cerrada de Grogu dirigida por el mandaloriano.

—Dijiste que serían cuatro como mucho —maldice Din, quien lleva unas esposas, siguiendo el plan.

—Cuatro protegiendo al general. Más en la ciudad —responde Karga entre dientes.

Caminamos por la ciudad, que está plagada de soldados imperiales armados. Trago saliva.

—Un regalo para el jeje —le dice carga a uno de los soldados.

El soldado mira al mandaloriano, y luego a la cuna cerrada de Grogu, y finalmente nos deja pasar.

Andamos cautelosos hasta llegar a la guarida del General.

—Aquí está el activo —le dice Karga, empujando al mandaloriano hacia él y señalando la cuna de hierro con un movimiento de cabeza.

—Quiero ver al activo —dice el hombre.

—Ahora mismo está durmiendo —miente Karga, sabiendo que en realidad el pequeño se encuentra con Kuiil, quien le llevará al Razor Crest para protegerlo.

—No haremos ruido —suelta el general, con una sonrisa espeluznante, acercándose a la cuna.

Miro a Din, pero en ese momento, el sonido de un comunicador interrumpe al General.

—Disculpadme —dice, mientras se acerca al aparato.

Nada más descolgar el intercomunicador y aparecer el holograma, siento un fuerte pinchazo en la cabeza.

—¿Han traído al niño? —pregunta el holograma del Moff Gideon.

—Sí, Señor, está dormido—responde el General, con tono servicial.

Me agarro la cabeza, por el mareo que estoy sintiendo.

—Será mejor que lo compruebe —ordena Gideon con tono autoritario.

Karga le pasa a Din su bláster disimuladamente. Coloco mi mano sobre el mango de mi sable, que cuelga de mi cinturón.

El General avanza hacia nosotros, y entonces Din le dispara en la cabeza. Karga dispara rápidamente dos tiros al pecho de dos de los soldados imperiales. Saco mi sable y cuando el tercero se acerca a mí por detrás, lo esquivo y se la clavo en el estómago. Cuando me doy la vuelta, Din ya ha abatido al último.

Alertados por los sonidos de los disparos, se aglomeran cientos de soldados imperiales en el exterior de la guarida, dejándonos a los tres atrincherados dentro.

—Kuiil, ¿ya has vuelto a la nave con el niño? —pregunta Din por el intercomunicador, mientras le suelto las esposas con nerviosismo.

—¡Kuiil! —repite varias veces, pero no hay respuesta. —Kuiil, si me escuchas, llévate el niño a la nave, y largaos. Estamos acorralados.

Cuando la nave imperial aterriza en el exterior, esa sensación tan conocida para mí invade mi cuerpo, de una manera brutal. Siento la oscuridad, atractiva y peligrosa, tirando de mí como un imán, llamándome, susurrándome al oído con una voz siniestra y seductora.

—Tenéis algo que yo quiero. Es posible que creáis que sabéis lo que tenéis en vuestro poder, pero no es así —grita el Moff desde el exterior, cortando el tenso silencio. —En breves momentos va a ser mío, para mí significa más de lo que podéis imaginar.

—Tenemos que salir por el respiradero —apremia Karga, mirando detrás de nosotros.

—Debería darte las gracias, Mandaloriano, por traer frente a mí a las dos cosas que más ansío —dice desde el exterior, con una sonrisa siniestra.

—¿Dos? —pregunta Din en voz baja, mirándome.

El Moff Gideon suelta una carcajada ensordecedora.

—La criatura será mía. Y mi hija, también —grita, colérico.

Todo se vuelve borroso a mi alrededor. Se me taponan los oídos y solo escucho un fuerte y constante pitido.

¿Hija?

—¿Eres su hija? —grita Karga conmocionado.

—Vespera… —me llama Din, con voz grave.

Otra carcajada del Moff Gideon me saca del estado de shock.

Enciendo de nuevo el sable láser que aún sostenía en mis manos. Din se pone frente a mí, evitando que pueda salir al exterior.

—¿Qué vas a hacer? ¡No puedes salir ahí! —dice poniéndome la mano en el hombro, para evitar que de otro paso.

Me doy la vuelta, sin decir nada, y me acerco a la boca del respiradero con determinación. Clavo mi sable con rabia en la rejilla, abriendo un agujero por el que podamos escapar.

Levanto la mirada. El droide IG-11 desciende por la escalera del piso superior. Lleva a Grogu en brazos.

—¿Dónde está Kuiil? —exige saber el mandaloriano, arrancándole a Grogu de los brazos al droide, dejándole claro que no se fiaba de él.

—El amo Kuiil no ha sobrevivido. Tengo que proteger al niño —responde el droide con voz robótica.

Una explosión ensordecedora hace que la pared de la guarida se derrumbe sobre nosotros. Din consigue lanzarme a Grogu antes de que los escombros se derrumben sobre su cabeza.

—¡Din! —grito acercándome a él, que está tumbado boca arriba en el suelo por el fuerte impacto en la cabeza. —¡Din! —le agarro de la mano.

—Tenéis que iros. Ahora —suelta con un hilo de voz.

—Y una mierda. No pienso dejarte aquí —respondo colocando mis manos debajo de su casco, para poder sacárselo.

Din me coloca sus manos sobre las mías suavemente, para impedir que le quite el casco.

—Grogu puede curarte —susurro con lágrimas en los ojos. —Déjame quitarte el casco, por favor —le suplico.

—Idos… —susurra.

—¡No! —grito, con determinación, volviendo a colocar sus manos sobre su casco, dispuesta a arrancárselo de la cabeza si hace falta.

Noto sobre mi hombro una mano metálica y fría, que me hace levantar la cabeza.

—Protege al niño —me pide IG-11 con su voz metálica. —Yo traeré al mandaloriano.

Me quedo quieta un momento, sin saber qué hacer. Grogu se coloca en mi regazo.

—Vete, Vesp —ordena Din.

Siento un pinchazo en mis entrañas al escuchar cómo me ha llamado, al pensar que puede que nunca vuelva a llamarme así.

—Prométeme que lo traerás —le suplico a IG-11.

—Prometido —responde rápidamente el droide.

Me seco las lágrimas de los ojos y cojo a Grogu en brazos. Hecho una última mirada al mandaloriano y sigo a Karga a través de los conductos de ventilación.

Llevamos unos minutos andando cuando oímos unos pasos detrás de nosotros que nos hacen detenernos.

Din anda dificultosamente apoyado sobre IG-11. Está vivo. Corro hacia él rápidamente, con Grogu aún en brazos, y le abrazo con fuerza, aspirando su olor. Grogu se retuerce feliz entre los dos.

Me pongo al otro lado del mandaloriano, para que pueda pasar su brazo sobre mis hombros y andar con menos dificultad.

—¿Qué ha pasado? —le pregunto.

—IG-11 me ha dicho que tenía una conmoción cerebral por el golpe. Me ha echado un aerosol de bacta para curarme —me explica.

—¿Le has mostrado tu rostro? —pregunto, sin comprender.

—Técnicamente, él no es un ser vivi —dice.

Suspiro mientras sigo ayudando al mandaloriano a caminar.

Avanzamos por el conducto de respiración, pero IG-11 nos hace detenernos.

—Están todos los soldados esperando a la salida del túnel —nos advierte.

—No tenemos otra salida… —se lamenta Greef.

—El protocolo del fabricante dicta que no puedo dejar que el enemigo me atrape. Activando autodestrucción —dice el droide mecánicamente.

—¡No! ¡No te autodestruyas! —grita Din. —¡Tienes que proteger al niño!

—Lo he analizado, y no hay ninguna posibilidad de proteger al niño y de que no me atrapen —explica IG-11.

—Activando protocolo de autodestrucción del fabricante —repite mecánicamente.

—¡No! —grita Din.

Pero el droide ya está saliendo al exterior.

Todos los soldados que asediaban la ciudad nos están esperando a la salida del túnel. Empiezan a disparar todos a la vez al droide, pero entonces, IG-11 se autodestruye con una enorme explosión, que destroza todo a su alrededor, y nos permite salir con vida.

Corremos hasta el Razor Crest, pero, cuando al fin estamos dentro, una nave imperial empieza a dispararnos.

—No puedes pilotar —digo mirando al mandaloriano, mientras me siento frente a los controles con determinación.

Acelero rápidamente mientras hago despegar la nave. El rugido de los motores se mezcla con el zumbido de los disparos de la nave imperial, que nos persigue implacablemente.

Maniobro hábilmente mientras las ráfagas de los disparos atraviesan el aire, esquivando los proyectiles. Estoy enfocada en un solo objetivo: derribar a esa maldita nave y matar al hombre que lleva dentro. Al hombre que acabo de descubrir que es mi padre.

En un momento, hago que el Razor Crest de media vuelta, colocándome frente a la nave imperial, que se dirige a toda velocidad hacia nosotros, sin dejar de disparar.

Contengo la respiración, enfocando con los cañones. Solo tenemos una oportunidad. Cuando consigo centrar el objetivo, disparo.