CAPÍTULO 9
LA ARMERA MANDALORIANA
VESP
—¿Cómo te sientes? —me pregunta el mandaloriano, que ya se ha recuperado lo suficiente como para echarme del asiento de piloto y llevar él mismo la nave.
—¿Te refieres a lo de haber matado al malo, cinco minutos después de descubrir que era mi padre? Me siento genial —digo con ironía, acomodándome en el asiento del copiloto.
—Vesp… —empieza Din.
—Estoy bien —digo, secamente. —¿Y tú, como estás? Quizás deberíamos hablar de que preferías morir antes que quitarte ese estúpido casco frente a mí —suelto, resentida.
—Ya sabes que ningún ser vivo puede verme el rostro —murmura.
—¿A pesar de que vayas a morir? —le miro por fin, indignada.
—A pesar de que vaya a morir —afirma, con un suspiro.
—No lo entiendo —digo mientras pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos.
—¡Patu! —ríe Grogu desde el asiento de atrás, divertido por mi enfado.
—Din… El Moff Gideon…—trago saliva, recordando la horrible sensación de hace unas horas.
—¿Sí? —pregunta, atento.
—El Moff Gideon, mi padre, era un Sith —digo, sintiendo un escalofrío al pronunciar la palabra. —Lo he sentido, antes, en Nevarro.
El mandaloriano se queda un rato en silencio, pensando en lo que le he dicho.
—Te creo —sentencia finalmente, muy serio.
Cuando aterrizamos por fin, los mandalorianos ya nos están esperando. Hombres, mujeres, e incluso niños pequeños se concentran en la orilla del mar con sus cascos y armaduras de beskar. Noto sus pesadas miradas desconfiadas sobre mí nada más tocar el suelo.
—Tranquila —dice Din antes de salir del Razor Crest.
—No me dan miedo —suelto, alzando la barbilla con orgullo, saliendo detrás de Din.
A medida que vamos avanzando, los mandalorianos se apartan, formando un círculo a nuestro alrededor. Noto como susurran entre ellos, cuando finalmente nos paramos frente a una mujer mandaloriana, quien parece ser la líder.
—Din Djarin, y Vespera Malakith —anuncia ella. —¡Ah! Y el huérfano —dice mirando a Grogu, que se aferra a mis brazos.
—Armera —saluda Din con respeto, con un gesto de cabeza.
La armera mira de arriba abajo mi atuendo. Mis pantalones ajustados y mi top corto hecho con tiras enrolladas desentonan mucho con las demás personas del lugar.
—Llevas demasiada poca ropa, para ser una Jedi —suelta ella, con parsimonia.
Reprimo una risa, sin desviar mi mirada desafiante de ella.
—Y tú eres demasiado bajita, para ser una guerrera —respondo.
Nada más decirlo, algunos de los mandalorianos que estaban más cerca dan un paso hacia mí, no están dispuestos a que le falte el respeto a su líder. Noto por el rabillo del ojo como Din se tensa a mi lado.
Pero la Armera levanta la mano, y todos se detienen.
—Hablemos —dice, invitándonos a seguirla.
Caminamos detrás de ella, entrando en la enorme cueva. Nos detenemos al llegar al final de la misma, donde la Armera se pone a trabajar en la enorme forja mandaloriana.
—¿Por qué el huérfano todavía está contigo? —pregunta la líder.
—No he podido encontrar a un Jedi para que lo acoja —responde Din.
—¿Y qué hay de ella? —dice la Armera, señalándome con la barbilla.
—Ella… —empieza Din, dubitativo.
Se detiene y posa su mirada sobre mí, como si me estuviera pidiendo permiso para contar mi historia.
Suelto un pequeño suspiro y asiento, invitándolo a continuar.
—Interesante… —murmura la armera, después de haber escuchado todos los detalles de lo que hemos pasado. —Tienes que encontrar a un Jedi —sentencia finalmente. —Su lugar está con ellos —dice mirando a Grogu, entre mis brazos. —Te recuperarás aquí unos días, y después buscarás a su verdadera familia. Este es el camino.
—Este es el camino —repite Din, como un mantra.
Nos damos la vuelta para salir de la cueva, pero la voz de la Armera nos hace volvernos de nuevo hacia ella.
—Din Djarin, ¿le has mostrado a alguien el rostro? —pregunta.
—No —responde Din, serio.
Sigo a Din. Cuando salimos de la cueva ya está anocheciendo.
Din continúa andando unos minutos, pasamos por diferentes aberturas de cuevas pequeñas.
—¿Vivís en cuevas? —pregunto extrañada.
Din permanece en silencio hasta que entramos en una pequeña abertura, alejada de las demás.
Por dentro no parece una cueva en absoluto.
—Cuando nos refugiamos aquí decidimos hacer las casas dentro de las cuevas, para mayor seguridad —responde escuetamente.
Me paseo observando cada detalle. La casa de Din era como él: sencilla y dura. En tonos terrosos y con poca decoración. En las paredes solamente había colgado un tapiz con el símbolo del Mythosaurio mandaloriano, y una pared llena de armas de combate.
—Grogu salta sobre la enorme cama que preside la habitación, y me doy cuenta de que solo hay una cama, sin contar la cunita diminuta que está al lado.
Miro a Din, levantando una ceja.
—¿Vamos a dormir juntos? —pregunto en un tono divertido.
—Bueno… —carraspea. —No. Será mejor que duerma en el suelo —dice finalmente.
—¿En serio? —pregunto, poniendo los ojos en blanco. —Esta cama es enorme, podemos dormir perfectamente sin invadir el espacio del otro.
Din parece pensárselo durante un momento, pero finalmente, accede.
Me siento en la cama y observo al mandaloriano, que empieza a quitarse la armadura, quedándose solamente con la camiseta y los pantalones ajustados que lleva debajo. Y con el maldito casco.
Es la primera vez que le veo sin la armadura de beskar.
Me quedo observando los músculos tonificados de Din bajo su camiseta ajustada. Cada línea definida de sus brazos y su pecho. Empiezo a sentir un calor sofocante extendiéndose por mis venas.
—¿Disfrutando de la vista, Vesp? —bromea, citando mis palabras.
Me sonrojo un poco por haberme quedado mirándole como una idiota, pero no se lo pienso demostrar.
—¡Pero si tiene sentido del humor! —exclamo. —¿Has visto, Grogu? Tu papá es muy gracioso —sonrío con ironía.
Vuelvo a mirar el esculpido cuerpo de Din de arriba abajo, mordiéndome el labio involuntariamente.
—La verdad, es que tienes el mejor culo de todos los mandalorianos que he conocido —le suelto, para hacerlo sentir incómodo.
Din me tira una almohada y se mete rápidamente bajo las sábanas. Me encanta ponerlo en esta situación.
—Necesito ir al baño —digo, levantándome.
Entro por la puerta que ha señalado Din, y me encierro dentro. Me ducho rápidamente con agua fría, intentando eliminar de mi cuerpo este calor insoportable.
Salgo de la ducha, y miro mi reflejo en el espejo. Aún estaba algo pálida, pero las ojeras moradas casi habían desaparecido por completo desde que descansaba mejor. Abro un cajón lleno de camisetas de Din y me pongo una, que me sirve como vestido.
Cuando vuelvo a la habitación, Din está pegado al borde de la cama, tanto que podría caerse en cualquier momento.
Me meto en la enorme cama y me pongo de lado, cuando Din apaga la luz.
Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad, veo que Din se ha pegado aún más al borde de la cama.
—¿Me tienes miedo, mandaloriano? —bromeo.
Din se da la vuelta en la cama, mirando hacia mí, pero sin acercarse.
—No —dice con una voz ronca.
—No voy a comerte —susurro acercándome más a él.
Puedo escuchar la respiración entrecortada de Din, y sentir su olor. Empiezo a sentir de nuevo el calor sofocante por la cercanía de su cuerpo
—Buenas noches, Vesp —dice dándose la vuelta, dándome la espalda de nuevo.
Doy vueltas durante horas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. El calor insoportable no abandona mi cuerpo y no me deja dormir. Me incorporo y miro a Grogu, que duerme plácidamente en su cuna, ajeno a todo. Luego, poso la mirada sobre Din, que sigue durmiendo dándome la espalda, con el casco puesto y pegado al borde de la cama.
Me levanto agobiada, y salgo al exterior de la cueva. Aún no ha amanecido, y todo está en completo silencio.
No consigo desprenderme de este agobio y este calor asfixiante, así que decido meterme en el agua de la pequeña playa que está enfrente de la cueva.
Me quito la camiseta de Din y la tiro al suelo, quedándome en ropa interior, y me sumerjo lentamente en el agua.
Me sobresalto al ver una figura en la orilla, en frente de mí.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta el mandaloriano confuso, recostándose de lado sobre una roca.
—Tenía calor —respondo.
El calor que había conseguido aplacar metiéndome en el agua vuelve a mí como un volcán al ver el impresionante cuerpo de Din, recostado sobre la roca con los brazos cruzados.
—¿Qué te pasa? —pregunta sin comprender.
—Nada, vete a dormir —digo, mojándome el cabello con el agua.
—Yo tampoco puedo dormir… —confiesa.
—¿Por qué? —pregunto.
—Ya sabes por qué… —dice él, con voz grave.
—No, no lo sé —frunzo el ceño.
—Déjalo… Da igual —me suelta el mandaloriano, incorporándose y dándose la vuelta para irse.
—Din —le llamo. Pero él no responde y empieza a andar hacia la cueva. —¡Din! —alzo la voz cabreada.
Pero Din no me está escuchando, lo que hace que me enfurezca. Saco la mano del agua y la extiendo hacia él, concentrándome en mi objetivo.
Como si una mano invisible tirara de él con fuerza, Din cae al agua, junto a mí.
—¡Estás loca! —me regaña.
Me muerdo el labio cuando me doy cuenta de lo que he hecho, arrepintiéndome por mi impulso repentino.
Me quedo mirando sus abdominales que sobresalen por la humedad de la camiseta pegada a su cuerpo.
No hay nada que desee más en este momento que levantarle la camiseta y pasar lentamente mi lengua sobre ellos. Saber si realmente son de carne, o de acero.
—No hagas eso —me dice, serio.
—¿El qué? —pregunto confundida.
—Morderte el labio —murmura con voz ronca.
Mi estómago se contrae al escuchar el tono de voz de Din. Las oleadas de calor me inundan de nuevo.
—¿Por qué? —pregunto, casi en un gemido, conteniendo la respiración.
—Por que hace que te desee aún más —confiesa Din en un susurro.
Cierro los ojos lentamente y jadeo. Una corriente de electricidad recorre todo mi cuerpo, haciendo que se me erice la piel. Siento la necesidad imperiosa de acercarme a él, de tocar su piel y saborearlo.
Abro los ojos y levanto una mano con indecisión. Necesito tocarlo, aunque el miedo a que me rechace invade todo mi cuerpo. Pero mi sed de Din le gana al miedo. Cojo el borde de su camiseta por debajo del agua y deslizo suavemente mi palma sobre su abdomen.
Din me agarra por la cintura bruscamente y me gira de espaldas a él, pegándose a mi cuerpo por detrás.
El roce del bulto entre sus piernas en la parte baja de mi espalda me provoca un escalofrío que recorre todo mi cuerpo.
Din desliza su mano desde la cadera a mi estómago, y luego hacia el borde de mi ropa interior. Se queda muy quieto durante un momento, y yo rezo mentalmente para que no pare.
Puedo sentir la batalla que se está librando en su interior, pero ahora mismo solamente puedo pensar en que sacie mis más oscuros deseos.
Parece que Din hubiera escuchado mis súplicas silenciosas, porque desliza con decisión la mano dentro de mi ropa interior.
Suelto un jadeo de placer.
Din masajea suavemente mi clítoris, dibujando círculos imaginarios y provocándome intensas oleadas de placer. Poco a poco aumenta la velocidad. Mi respiración se acelera. Mete un dedo en mi interior y se me escapa un gemido, mientras lo saca y lo vuelve a meter. Con la otra mano, me tapa la boca. Le muerdo la mano con la que me está tapando la boca, e inserta su dedo con más fuerza. Muevo las caderas para sentirlo mejor. Me pongo tensa y el acelera el ritmo, hasta que no aguanto más y me dejo ir, gimiendo mientras llego al clímax.
Hecho todo mi peso sobre Din, exhausta, y escucho su respiración entrecortada.
Me doy la vuelta lentamente y me obligo a mirarle, temerosa de su reacción.
Din posa su mano en mi garganta y ejerce un poco de presión, sin hacerme daño. Pego mi cuerpo mojado y desnudo más a él.
Joder, lo necesito dentro de mí…
—Tengo que irme —dice con voz grave, soltándome y alejándose rápidamente de mí, dejándome sola en el agua.
La Armera se coloca frente al niño, que no tendrá más de doce años, sosteniendo un pequeño casco azul de beskar. Todo el grupo de mandalorianos observa la escena con atención.
Din, que lleva sin dirigirme la palabra desde anoche, está muy erguido, a mi lado, con Grogu pegado a su pierna.
—Pronuncia el Credo —le ordena la Armera al niño.
—Juro por mi nombre, y por los nombres de los antepasados, que recorreré el Camino del Mandalore y que las palabras del Credo quedarán grabadas en mi corazón —dice el niño con orgullo.
—¡Este es el Camino! —rugen los mandalorianos, mientras la Armera le coloca el casco al niño.
El grito atroz de la criatura alada resuena, mientras desciende rápidamente del cielo y se lanza sobre el niño.
Me quedo paralizada cuando la criatura vuelve a ascender hacia el cielo rápidamente, con el niño colgando.
Sin pensar, extiendo la mano hacia ellos y la abro. Los mandalorianos gritan horrorizados alrededor, pero uso mi Fuerza para tirar de la criatura hacia atrás. Ella se retuerce y se resiste, batiendo sus alas con desesperación. Es demasiado grande.
Cierro los ojos y uso toda mi fuerza. Poco a poco, voy acercándola hacia mí, hasta que finalmente se sumerge en el agua y suelta sus atroces garras del niño.
Cuando dos mandalorianos entran al agua para recoger al niño, dejo caer mi mano, exhausta, y caigo de rodillas, jadeando, por el esfuerzo.
La criatura sale volando de nuevo a toda velocidad,pero sin su presa.
Din se arrodilla frente a mí, rodeándome los hombros con los brazos.
—¡¿Estás bien!? —pregunta, preocupado.
—Sí… —suspiro.
Me levanto con dificultad, sacudiéndome la arena de los pantalones, y me encuentro de frente con la Armera.
—Tu valentía y destreza al salvar al huérfano mandaloriano de la criatura alada nos ha dejado sin palabras —dice alzando la voz la líder, para que todos puedan oírla. —Aunque nuestras creencias y nuestra forma de vida difieran, no podemos ignorar el valor y la habilidad que has demostrado. Gracias por tu coraje. El Clan de los Hijos de la Guardia está en deuda contigo. Este es el Camino.
—¡Este es el Camino! —gritan todos al unísono.
—Mañana nos iremos —dice Din, sentándose en el borde de la cama, cuando entramos en su casa.
—Bien —respondo sin más, dejándole allí y metiéndome en el baño.
Tengo la sensación de que llevo años sin pasar un momento a solas. Me miro en el espejo. No me he permitido a mí misma pensar en lo que pasó ayer y en sus implicaciones. ¿Por qué lo hice?
—Idiota —me susurro a mí misma en el espejo.
Había estado con otros hombres antes, pero siempre había tenido muy presente en mi mente la regla principal de Ashoka: no enamorarme. "Poseer la Fuerza tiene muchas ventajas, mi querida Padawan, pero no se nos permite amar. El amor lleva al miedo, el miedo al odio, y el odio conduce al lado oscuro", recuerdo sus lecciones como un mantra en mi cabeza.
Y luego estaba él. Tan recto. Tan mandaloriano. Tengo muy claro que jamás abandonará su Credo.
A pesar de que no he tenido pesadillas desde que lo conozco, sé muy bien lo que tengo que hacer. Tengo que alejarme de Din Djarin antes de que sea tarde…
Salgo del baño y me meto bajo las sábanas, dándole la espalda al mandaloriano, que sigue sentado en el borde de la cama.
—Iré con vosotros a Serenno —digo sin darme la vuelta. —Y me quedaré allí, con Ashoka. Hace mucho que tendría que haberlo hecho.
—Vespera —me llama Din.
No me doy la vuelta.
—Vesp… ¿Es por lo que pasó ayer? —pregunta en un susurro.
—No —digo con determinación.
—Si es por mí, no te preocupes. A los mandalorianos no se nos prohíbe… Ya sabes, mantener relaciones sexuales.
Sus palabras me atraviesan como un puñal en las costillas, haciéndome perder mi ya de por sí, poca paciencia.
—¿En serio? —pregunto irónica, dándome la vuelta y mirándole por fin. —Puedes follarte a alguien, pero, ¿enseñarle la cara? Oh, Dios nos libre de eso —escupo las palabras.
—No te permito que…—me interrumpe él, enderezándose.
—¿No me permites? —le interrumpo altiva, levantando la barbilla.
Le miro fijamente, sintiendo la tensión entre nosotros. Mis palabras han sido duras y sé que le he hecho daño, pero esto es necesario. Tengo que alejarme de él antes de que sea demasiado tarde.
—Sé que no entiendes mi forma de vida, Vespera, pero…
—No. No la entiendo, ni la entenderé nunca. Por eso, es mejor que cada uno siga por su lado.
—Si es lo que quieres… —murmura él.
—Es lo que quiero —suelto firmemente, poniendo fin a la conversación.
