CAPÍTULO 13

LA JEDI


VESP

Me maldigo a mí misma mientras cambio de posición y me coloco sobre Renn Alderan. Le empujo disimuladamente la cabeza hacia mi pecho para no verle la cara. Mientras me embiste con ánimo, me sorprendo pensando en lo irónica y cabrona que es la vida: si no hubiera detenido a este hombre, que resultó ser un Jedi, nunca habría conocido a Din, y ahora no vería su estúpida cara por todas partes.

Renn se separa de mi pecho y me mira, agarrándome por la cintura, empujándome hacia abajo.

—¿Te gusta? —jadea, sin parar su frenético movimiento.

Le miro un momento, pero me arrepiento al instante. No son los ojos marrones de Din. No es la marcada mandíbula de Din. Y no son los labios de Din. No es Din…

No siento absolutamente nada.

La frustración se extiende por todas las fibras de mi ser. Me repito una y otra vez que tengo que dejar de aferrarme a algo que nunca podrá ser.

Cierro los ojos con fuerza, impidiendo que las lágrimas que se están formando en mis ojos desciendan por mis mejillas.

—¿Te gusta? —vuelve a jadear Renn.

—Sí —miento.

Renn Alderan da una última embestida, y se corre en un sonoro orgasmo.

Me levanto rápidamente cuando se desploma en la cama, y me visto.

Antes de salir de la cabaña, me miro un momento en el espejo de mi habitación. Al ver mi vestido blanco impoluto, pienso en que echo de menos el negro. Pero desentonaría mucho aquí. Aunque ya desentono: les había dejado muy claro desde el principio a Luke y Ashoka que no iba a seguir los Sacramentos de castidad y celibato de los Jedi.

Cuando salgo de la cabaña, levanto la vista y veo a R2 acercándose a mí. Le saludo con la mano y una sonrisa. Pero entonces, mi mirada se posa sobre la figura que viene detrás de él. Siento una corriente eléctrica recorriendo todas y cada una de las fibras de mi ser.

Intento controlar mi expresión y mantener la compostura cuando el mandaloriano se para frente a mí.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con un tono demasiado agudo, cruzándome de brazos.

—He venido a ver a Grogu —dice quedamente.

Intento mantener una cara neutral mientras un sentimiento de fiasco invade mi cuerpo.

—Por eso R2 te ha traído ante mí —digo mirando al droide.

Me sobresalto al escuchar la cerradura de la puerta abrirse tras de mí. Renn Alderan sale de mi cabaña, y me guiña un ojo al pasar junto a mí.

—Vaya, veo que te has estado divirtiendo… No pierdes el tiempo—dice Din, serio.

—Seguramente me he divertido más que tú —digo, con una sonrisa maliciosa, intentándole herir con mis palabras.

No tiene derecho a entrometerse en lo que hago o dejo de hacer.

Din suelta una risa irónica.

—Quiero ver al niño —dice, irritado y autoritario.

Suelto un suspiro.

—¿Crees que es lo mejor? —pregunto.

—Sí —responde él, seco.

—Grogu te echa muchísimo de menos —le confieso. —Le ha estado costando mucho adaptarse a la vida sin ti. Ahora está empezando a progresar. Si te ve ahora, no habrá servido para nada.

Din se queda callado un momento, sopesando mis palabras.

—Te estoy diciendo la verdad —le digo. —No te haría daño con algo así, con Grogu… —hablo con sinceridad.

Suelta un suspiro apesadumbrado.

—¿Puedes darle esto, por favor? —me pide, mientras me entrega algo envuelto con una tela.

—Claro—digo, cogiendo el paquete.

—Estás diferente—aprecia, después de mirarme de arriba abajo. —Más… Serena —bromea. —Te queda bien el color blanco.

—Tú estás igual —digo con una sonrisa triste, mirando su casco.

—También he traído algo para ti… —me confiesa, bajando la voz, mientras saca un colgante de su bolsillo y me lo coloca entre las manos.

Lo observo atentamente, intentando ignorar los pinchazos que estoy sintiendo en el pecho.

—Es el Mythosaurio —explica. Puedo notar el nerviosismo en su voz. —Es el símbolo…

—De los mandalorianos, lo sé —lo interrumpo, sin dejar de observar la figura perfectamente tallada en beskar. —Ví el tapiz de tu habitación…

Din carraspea, aclarándose la voz.

—Puede que no sea correcto que lo lleves puesto, siendo una Jedi... Lo entendería, no pasa nada… —balbucea.

Extiendo la mano y le entrego el brillante colgante de beskar, recogiéndome la melena hacia un lado, y dejando mi cuello al descubierto para que Din me ponga el collar.

Se quita los guantes lentamente, y yo me pongo de espaldas a él, para que pueda abrochármelo.

Cuando sus dedos entran en contacto con mi piel, se me erizan los vellos de todo el cuerpo.

Noto como Din aspira mi olor, y empiezo a sentir de nuevo ese abrasador calor. El calor que me provocaba él. Se me contrae la parte baja del estómago cuando Din me abrocha tortuosamente despacio el collar.

Cuando termina, me vuelvo a dar la vuelta lentamente. Suelto mi pelo y le miro.

—¿Qué es de tu vida ahora? —pregunto, intentando retrasar lo máximo posible su partida.

—Voy a ir a Mandalore —dice decidido.

—¿A Mandalore? —pregunto confusa. —Creía que estaba destruido.

—Lo está —coincide Din.

—¿Entonces? —pregunto, curiosa.

—Tengo que encontrar las aguas vivas. Para meterme dentro y expiar mis pecados —me explica.

—¿Pecados? —pregunto, frunciendo el ceño.

Suelta otro suspiro.

—Mostré mi rostro —me recuerda.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Pecado, en serio? —vuelvo a preguntar incrédula.

—Véspera, no empieces —me advierte.

—Es increíble… —digo.

—Tú has seguido con tu vida, ¿y yo no tengo derecho a seguir con la mía? —me cuestiona, alzando la voz.

Cuento hasta diez mentalmente para tranquilizarme, y no decirle todo lo que pienso a la cara. Respiro lentamente.

—Tienes razón —le concedo. —No tengo derecho a entrometerme en tu vida. No soy nadie —le espeto, haciendo énfasis en la última palabra. —Adiós, mandaloriano.

Din levanta una mano, pero supongo que decide que no merece la pena, porque vuelve a bajarla en silencio.

—Adiós, Jedi —dice dándose la vuelta y emprendiendo el camino sin mirar atrás.

Mientras lo veo alejarse, siento un gran peso sobre los hombros. Miro el colgante que acaba de regalarme por la parte de atrás, y veo que hay una "D" grabada. Lo sostengo con fuerza entre las manos, intentando tranquilizarme.

—Te he echado de menos… —murmuro, cuando está lo suficientemente lejos como para no oírme.

Decido que lo mejor es ir a ver a Grogu. Su presencia siempre consigue calmarme.

Me siento a una distancia prudencial, para no desconcentrar al pequeño. Observo con atención cómo Grogu sigue las instrucciones de Luke, sus pequeñas manos extendidas en gestos de concentración. Su conexión con la fuerza es innegable, y verlo canalizar su energía de esa forma me llena de una especie de orgullo maternal.

Siento la mano de Ashoka Tano sobre mi hombro, y noto cómo se sienta a mi lado.

—¿Cómo van esas pesadillas? —me pregunta.

—Hace tiempo que no tengo —digo con sinceridad.

—¿Qué quería el mandaloriano? —pregunta, curiosa.

—Ver a Grogu —digo, poniendo mi mirada de nuevo en el entrenamiento del pequeño, evitando la pesada mirada de mi mentora.

—¿Y nada más? —quiere saber.

—Atormentarme… —susurro, más para mí misma, que para ella.

—Véspera, mírame —me ordena, con voz firme pero calmada.

Levanto la cabeza lentamente, y noto cómo me atraviesa con sus sabios ojos.

—Entiendo tus temores, pero también sé que reprimir tus sentimientos solo te causará más sufrimiento.

—¿Sentimientos? —pregunto confundida.

—Por mucho que intentes negártelo a ti misma, hasta un ciego se daría cuenta de que estás perdida e irrevocablemente enamorada de Din Djarin.

Retrocedo un poco de ella, conteniendo la respiración.

¿Enamorada?

—No sé de qué estás hablando, Ashoka —digo, intentando mantener la calma.

—Te conozco lo suficiente como para ver que llevas un peso en el corazón —continúa ella. —Veo cómo le miras, cómo le defiendes, y cómo orbitas a su alrededor, como si él fuera tu centro de gravedad —dice.

Me siento incómoda bajo la mirada compasiva de Ashoka Tano.

—Esto no es… Yo no… —balbuceo.

—Te he observado. Me he dado cuenta de que el amor no siempre conduce al lado oscuro, Véspera. De hecho, puede ser lo que te salve de él —dice, antes de levantarse y alejarse.


Sigo plantada en el mismo sitio en el que me ha dejado Ashoka hace horas, incapaz de moverme, cuando Grogu da un gran salto y se coloca sobre mi regazo, sobresaltándome.

—¡Patu! —grita contento, agarrando el collar que me ha regalado Din.

—He visto la nave del mandaloriano —dice Luke, que venía detrás de Grogu.

—Sí… —suspiro. —Le ha traído esto a Grogu —digo, tendiéndole el paquete que me ha entregado Din. —No sé lo que es, no lo he abierto —admito.

Luke suspira, mientras sostiene entre las manos el regalo.

—Su vínculo es muy fuerte todavía —dice sentándose a mi lado en la hierba.

Miro a Grogu, que sigue jugueteando con mi collar. Está claro que ha reconocido el beskar.

—Este pequeñín es un mandaloriano —le digo a Luke. —Tan cabezota como su padre —suspiro. —Aquí se aburre...

—Creo que tienes razón —admite él, levantándose del suelo y sacudiéndose la tierra. —Ven, trae a Grogu —dice, dirigiéndose al templo.

Llevo a Grogu en brazos y me adentro en el Templo Jedi.

Luke está sentado en el suelo, con las piernas cruzadas. Frente a él, ha colocado dos envoltorios. A su izquierda, el regalo de Din, y a su derecha, algo envuelto en una vieja tela marrón.

Coloco a Grogu frente a él, y me alejo un poco.

—El mandaloriano te ha traído esto —le dice al pequeño, desenvolviendo el regalo de Din.

Se me encoge el corazón al ver la diminuta cota de malla de beskar.

Grogu extiende su mano hacia la malla, contento. Pero Luke vuelve a dejarla en el suelo.

—Esto —dice desenvolviendo el otro paquete —es un sable laser. Perteneció a un Maestro Jedi amigo mío.

Los ojos de Grogu se abren con sorpresa cuando le muestra el pequeño sable.

—Grogu, tienes que elegir uno de los dos regalos. Si eliges la cota de malla, podrás regresar con el mandaloriano. Si eliges el sable, continuarás tu entrenamiento y te convertirás en un Jedi, pero no podrás volver a ver al mandaloriano nunca más —le explica Luke.

Grogu duda durante un momento, cambiando su mirada de la cota de malla al pequeño sable, y viceversa.

Contengo la respiración cuando alza su pequeña mano con decisión.