CAPÍTULO 14
LAS AGUAS VIVAS DE MANDALORE
DIN
Grito. Grito con todas mis fuerzas, liberando toda la rabia y frustración acumulada, mientras descargo mi ira golpeando furiosamente los controles de la nave. Cada golpe es un desahogo, una forma de expresar la confusión y el caos que gobiernan mi vida desde que Vespera Malakith apareció en ella.
¿Por qué cojones ha tenido que venir y poner mi vida patas arriba? ¡Joder!
Antes de conocerla, había encontrado un equilibrio en mi existencia como mandaloriano solitario. Mis misiones y la protección de Grogu eran mi enfoque principal. Pero ahora todo es caótico…
Su existencia ha derribado las barreras que cuidadosamente he construido a lo largo de los años para protegerme. Me enfrento a una avalancha de emociones que luchan por salir al exterior.
Siento un intenso resentimiento hacia ella por desestabilizar mi vida. Por aparecer en ella y luego irse como si nada. Por llevarse a Grogu con los Jedi. Por provocar cosas en mí que ni siquiera imaginaba que podía sentir…
Golpeo de nuevo la nave, dejando que la ira fluya libremente, aunque en el fondo sé que no es sólo por Vespera, es por el caos que representa, la vulnerabilidad y el miedo que ha traído consigo. Me enfado conmigo mismo por permitir que alguien tenga tanto poder sobre mí, por hacerme perder el control sobre mis emociones, que tan celosamente protegía.
Estoy furioso, como nunca antes en mi vida. Su mera presencia ha hecho que incluso comience a dudar de mi Credo, de mis principios más arraigados como mandaloriano. Durante tanto tiempo, he seguido fielmente las enseñanzas que me fueron transmitidas, he vivido según el camino de los mandalorianos, sin cuestionarlo ni titubear.
Pero ahora, Vespera ha irrumpido en mi vida como un huracán, desafiando todo cuanto creía saber, y haciendo que mi fe se tambalee. Ella, con su forma de ser despreocupada, me ha mostrado un mundo diferente, una perspectiva distinta que choca frontalmente con mi forma de ver las cosas. Y eso me enfurece.
No puedo permitir que socave mi sentido de identidad, que ponga en duda todo lo que he construido y en lo que he creído durante tanto tiempo. Es como si estuviera jugando con fuego, tentándome a abandonar mi camino y a seguir uno nuevo y desconocido.
No puedo permitir que mi enfado se convierta en una debilidad. Debo recordar quién soy y lo que represento como mandaloriano. Debo mantenerme firme en mis convicciones, y no dejar que las emociones nublen mi juicio.
Acelero la nave con determinación. Sé lo que tengo que hacer.
Aterrizo en Mandalore con un objetivo claro: encontrar las aguas vivas y expiar mis pecados.
La nave se posa en el suelo, y cuando las puertas se abren, me encuentro con un paisaje devastado, testigo de las secuelas de la guerra que azotó este planeta. A lo lejos, veo a un grupo de mandalorianos intentando reconstruir la ciudad.
Aún estoy conmocionado cuando escucho la nave aterrizar a unos metros de mí.
Miro en su interior, pero solamente veo a un droide R2 dentro.
Cuando el cristal se abre, la pequeña criatura da un gran salto sobre mí.
—¡Grogu! —exclamo pletórico. —¿Qué haces aquí, pequeño?
Él emite uno de sus ruidos en respuesta, que me llena el corazón.
—¿Has venido para quedarte conmigo? —pregunto emocionado.
Grogu asiente rápidamente con la cabeza.
Lo abrazo con fuerza, y noto que por debajo de su abrigo lleva puesta la cota de malla de beskar que le llevé.
—¡Te la han dado! —exclamo, con lágrimas en los ojos.
Me quedo un rato abrazándole. Cuando el droide despega la nave de nuevo para emprender el camino de vuelta, recuerdo lo que he venido a hacer aquí.
—Amigito, nos vamos de excursión —digo mientras presiono los botones de mi muñeca y acerco la cuna de Grogu.
Él da un gran salto y se mete dentro.
—Vaya, veo que los entrenamientos han dado sus frutos —le digo impresionado por su salto.
—Patu —suelta Grogu, contento.
Nos adentramos en las ruinas de la ciudad, siguiendo las indicaciones que Bo-Katan me dio.
Descendemos por las colinas y me adentro en la cueva.
Miro a Grogu por el rabillo del ojo y veo que abre mucho los ojos cuando llegamos al gran lago subterráneo. Las aguas vivas. Siento un escalofrío recorriendo por mi espalda por estar en este lugar místico y sagrado.
La atmósfera está cargada de un aura especial.
Antes de que pueda tomar un respiro, aparece un droide ante nosotros. El droide emite un zumbido mecánico y despliega sus brazos, atrapándome en una especie de jaula oxidada, intento sacar mi blaster, pero se resbala entre mis manos y cae al suelo emitiendo un sonido metálico. Estoy atrapado, incapaz de liberarme de esta maldita jaula.
Veo a Grogu escondido en un rincón en la penumbra. Ha movido la cuna él solo, usando la Fuerza.
—¡Vete Grogu! ¡Busca a Bo-Katan! ¡Corre! —le grito.
El pequeño sale disparado con su cuna antes de que el droide pueda verlo, y suspiro de alivio.
No sé cuanto tiempo pasa mientras espero. Mantengo mis sentidos alerta, buscando cualquier oportunidad de escape, pero el droide no me quita el ojo de encima.
Cómo odio a los putos droides.
De pronto, escucho atentamente los pasos que se acercan, el sonido característico de alguien que camina con determinación. Aunque la penumbra dificulta mi visión, no necesito verle el rostro para reconocerla cuando el brillante sable láser blanco se enciende en la oscuridad. Mi corazón se acelera, y se me forma un nudo en el estómago por la anticipación.
Lucha ferozmente con el droide, desatando movimientos rápidos y precisos. El sonido del sable contra el metal llena el aire, mientras los destellos de luz iluminan brevemente el entorno. Con un movimiento grácil de la espada, el droide se parte por la mitad, y cae al suelo inherte y derrotado.
Vespera se acerca a mí, y parte los barrotes de la celda con un golpe de la espada.
Salgo como puedo por el agujero, intentando conservar toda la dignidad que me queda.
—Le dije al niño que fuera a buscar a Bo-Katan —digo, mirándola.
Vespera se queda callada un momento, fulminándome con la mirada.
—Tranquilo, sé que no soy tu primera opción —me suelta con arrogancia. —Pero, por suerte para ti, Grogu pensó que soy la mejor opción —dice, haciendo énfasis en la palabra "mejor".
Su prepotencia me crispa los nervios.
—¿No será que me echabas de menos y has corrido tras de mí? —le suelto, intentando bajarle los humos.
Vespera suelta una sonora carcajada, que extermina el poco orgullo que me quedaba.
—Yo no corro tras de nadie —sisea.
Doy un paso hacia ella involuntariamente. Por más que odie su actitud chulesca, mi deseo hacia ella me atrae inevitablemente, como un imán.
—¿Esto son tus aguas vivas, mandaloriano? —pregunta con desdén, mirando el lago.
Suspiro, intentando calmar la ira y el deseo que están consumiendo mi paciencia a una velocidad vertiginosa.
—No hables de lo que no sabes —le advierto.
—¿O sino, qué? ¿Qué vas a hacer? —me provoca, con una mirada desafiante.
Me arranco el casco y lo tiro a un lado, descubriendo de nuevo mi rostro ante ella, colocándome con toda mi altura frente a frente.
Ella levanta su barbilla con soberbia, sin dejarse amedrentar.
—Deja de poner a prueba mi paciencia —digo, sorprendiéndome por el tono grave de mi voz.
Puedo ver el fuego en sus ojos y escuchar el desenfrenado latido de su corazón, y sé que se siente igual que yo.
No puedo reprimirme más. Levanto una mano y la coloco sobre la nuca de Vespera, atrayéndola hacia mí con fuerza. Me lanzo a sus labios con desesperación. Saboreo todos los rincones de su boca, impaciente, implacable. Ella me responde con pasión, clavándome las uñas en la espalda.
Vespera se separa de mí bruscamente y me mira a los ojos. Me quedo completamente quieto. ¿Me he pasado?
Pero se lanza de nuevo con determinación hacia mí. Hunde su lengua en mi boca. Da un salto y envuelve sus piernas en mi cadera, y yo la sostengo por los muslos desnudos, por debajo del vestido. Desciendo hasta el suelo y me siento, con Vespera todavía enrollada en mi cuerpo. Le deslizo los tirantes del vestido por los hombros y le beso las clavículas, mientras ella se lanza a mi cuello, provocándome un jadeo. Bajo de su clavícula a sus pechos desnudos, besándolos y mordisqueándolos.
Ella se saca el vestido por la cabeza mientras yo la tumbo en el suelo. Sigo recorriendo su cuerpo con mi boca, desde sus pechos a su ombligo. Separo mi boca de su cuerpo y la coloco al nivel de su sexo, pero sin tocarla aún.
Se me escapa un jadeo desde el fondo de mi garganta. Separo sus labios con cuidado con una mano y arrastro mi lengua hasta su clítoris.
Vespera arquea la espalda, incapaz de detener el gemido que brota desde su garganta.
Arrastro de nuevo mi lengua por su sexo, provocándole un grito esta vez.
—Llevo soñando con esto, con saborearte, desde el momento en el que te conocí —susurro hundiendo mi lengua en ella.
—No pares, por favor —me suplica entre jadeos.
Muevo mi lengua en círculos, deleitándome en su humedad, hasta que ella se tensa y le tiemblan las piernas, gritando de placer.
Me separo lentamente de ella y me coloco de rodillas en el suelo. Le agarro de la mano y tiro suavemente, colocándola sobre mí de nuevo, y hundiendo mi polla en su interior.
Gimo de placer, sintiendo sus paredes apretadas y húmedas envolviéndome.
Doy una primera embestida que la hace gritar. Marco un ritmo suave y profundo al principio.
Ella pone una mano en mi pecho, deteniéndome. Si quiere parar en este momento, lo haré, aunque explote, aunque me muera.
—Te quiero más profundo —me susurra al oído.
Ella se da la vuelta, y se pone a cuatro patas, ofreciéndome su impecable culo.
Mi control se hace añicos en una milésima de segundo. En un instante, estoy sobre ella, levantando mis caderas y hendiéndome de nuevo en su perfecto coño con fuerza.
Vespera grita de placer. Deslizo mi mano desde su cadera a su cabeza, enrollando mi mano en su pelo.
Se entrega a mí por completo. Empujo más fuerte, más rápido, más profundo.
Vespera gime y grita, haciendo retumbar las paredes de la cueva, estallando en un hermoso clímax.
Doy una embestida más y me dejo ir, junto a ella, con un último gemido ronco.
Me quedo enterrado en ella unos minutos, incapaz de moverme.
Oigo cómo ella va acompasando su respiración.
Finalmente, salgo lentamente de ella, provocándole un último jadeo.
Vespera está tumbada en el suelo, completamente desnuda y exhausta. Me coloco sobre ella, y me quedo mirándola fijamente a los ojos. Observo cada rasgo de su rostro. Su mirada, sus labios, cada gesto que hace, todo en ella me cautiva de una manera que no puedo seguir ignorando.
—Quédate aquí —susurro, muy cerca de su boca, sin dejar de mirarla.
Vespera sonríe y me coloca el pelo detrás de la oreja, con dulzura, e incorporándose un poco. No me responde.
—Te estoy pidiendo que te quedes aquí, en Mandalore conmigo. Y con Grogu —digo.
Ella sigue mirándome fijamente, sin responder.
—Tendría que habértelo pedido hace meses. La noche en que te fuiste… —admito, por fin.
—Desearía que esto fuera suficiente… —susurra ella.
Sus palabras se me clavan como un puñal en el corazón. Bajo la mirada, incapaz de mirarla a los ojos.
Ella me levanta la barbilla con delicadeza.
—Din, he aprendido que no puedo, ni quiero cambiar lo que eres. Eres un mandaloriano del Clan de los Hijos de la Guardia… Lo respeto. No voy a luchar más contra eso… Ahora, tienes que meterte en el agua, volver a ponerte el casco, y ser tú.
Me quedo paralizado en el sitio cuando ella se levanta y se pone rápidamente el vestido.
Vuelve a agacharse, frente a mí, y me besa suavemente en los labios, dejándome allí. Solo.
No sé cuanto tiempo paso allí abajo, mirando el agua, con las palabras de Vespera resonando en mi cabeza.
Soy incapaz de meterme en el agua. La pregunta resuena en mi mente una y otra vez: ¿Qué es más importante para mí?
Mi Credo representa mi identidad, mi sentido de pertenencia y propósito. He seguido las enseñanzas de los mandalorianos desde que era niño, honrando las tradiciones y los valores que me han sido transmitidos. Es parte de lo que soy.
Y luego está Vespera, que ha llegado a mi vida como un huracán, poniéndolo todo patas arriba, haciendo temblar los cimientos de mi fe.
Miro las aguas vivas por última vez, sosteniendo el casco entre mis manos.
Y me doy la vuelta, sin mirar atrás.
Cuando salgo al exterior, sonrío al encontrarme a Grogu con Bo-Katan.
—¿Has encontrado las aguas vivas? —pregunta emocionada.
—Sí —respondo.
—¿Y cómo ha sido meterse dentro? —quiere saber.
—No lo sé —respondo.
—¡¿Cómo?! —exclama.
—No me he metido —le aclaro.
—Ya, ya. Me refiero a por qué no te has metido —dice poniendo los ojos en blanco.
Me quedo callado, mirando a Grogu jugar con unos insectos.
—¿Por la Jedi? —pregunta la princesa, con la boca abierta.
Veo cómo Grogu cierra los ojos con fuerza. Parece estar sintiendo algo.
—¿Qué pasa, Grogu? —me agacho a su lado preocupado.
El pequeño abre los ojos. Puedo ver el terror en su mirada.
—¿Grogu? —pregunto de nuevo.
El niño coloca su pequeña mano sobre la mía, y entonces, me lo muestra.
