CAPÍTULO 16
EL RESCATE
DIN
—No tengo tiempo para esto —digo agobiado, poniendo los ojos en blanco.
—Vamos, Mando, míralo. Está feliz —dice mirando a Grogu.
Miro al niño dentro de la carcasa de IG-11. Karga intentó arreglarlo, pero su circuito estaba demasiado dañado, así que ha decidido reconvertirlo en una especie de vehículo con mandos para Grogu.
—Es demasiado pequeño para manejar maquinaria pesada —digo. —Quizá cuando sea mayor…
—No —me interrumpe la voz robótica de IG-11.
Miro a Grogu, que acaba de pulsar el botón y me mira con sus enormes ojos.
—¿Qué quiere decir "no"? —pregunto, mirando al pequeño frunciendo el ceño a través del casco.
—No —vuelve a accionar el botón Grogu.
—Creo que está diciendo que es lo suficientemente mayor como para manejarlo —dice Karga, sin poder reprimir una sonrisa mirando al niño.
—Sí —vuelve a sonar la voz robótica de IG-11, provocada por Grogu.
Suspiro, irritado.
—Sácalo de ahí —le ordeno a Greef.
—No —suelta Grogu.
—Al menos deja que lo pruebe fuera de mi despacho —me pide Karga.
—Sí —repite el niño, a través del droide.
—No, no es una buena idea. Vamos —digo acercándome a Grogu para sacarlo de ahí.
El niño manipula la palanca rápidamente, haciendo accionar el droide, que comienza a dar vueltas por el despacho, impidiéndome cogerlo.
—¡Eh! —regaño a Grogu.
El niño, haciendo caso omiso de mis palabras, sigue dando vueltas.
—¡Fíjate en eso! —exclama Greef, divertido.
—Sí —suena de nuevo la voz robótica del droide, sin parar de dar vueltas, manejado por el niño.
—¡¿Sí, qué?! —pregunto, perdiendo la paciencia.
—Sí. Sí. Sí. Sí. Sí. Sí —sigue accionando las palancas Grogu, sin dejar de moverse por la habitación.
—Necesito que me prestes una nave grande —le digo a Karga, intentando ignorar a Grogu para no tener que estrangularlo, mientras sigue dando vueltas.
—Por supuesto —accede él. —Tienes que salvarla, Mando —me ruega.
Suspiro pesadamente, pensando en qué decir, cuando la Armera me invita a levantarme, dándome el turno de palabra en la Asamblea, rodeado de todos los mandalorianos que Bo-Katan ha conseguido reunir en Mandalore.
Miro a los mandalorianos. Los Hijos de la Guardia, mis hermanos, son los únicos que llevan el casco puesto. Veo cómo los demás han abandonado la norma más importante del Credo, y cómo, sorprendentemente, no me afecta en absoluto. Algo que hace un año me habría parecido algo impensable, ahora me parece insignificante. Sólo puedo pensar en una cosa: Vespera está en peligro. Necesita mi ayuda. Y no pararé hasta que esté a salvo.
La tensión entre los Hijos de la Guardia y los demás mandalorianos puede cortarse con un cuchillo. Mis hermanos creen que los que van con la cara descubierta no son auténticos mandalorianos, y los otros creen que nosotros somos una especie rara de secta.
—Din Djarin, ¿encontraste las aguas vivas? —me pregunta en voz alta la Armera.
Veo por el rabillo de ojo a Bo-Katan, muy seria y con la cara descubierta, a su lado.
—Sí —digo después de carraspear, para aclararme la voz.
—¿Te bañaste en ellas? ¿Expiaste tus pecados?—quiere saber ella.
Veo cómo los mandalorianos con la cara descubierta se miran entre ellos. Y sé lo que opinan sobre esto. Lo mismo que opina Vespera…
—No —digo, con voz grave.
La Asamblea se queda en silencio ante mi respuesta. Puedo sentir las miradas de todos los presentes clavadas en mí, esperando una explicación.
—No me bañé en las aguas vivas, ni expié mis pecados —continúo, manteniendo la cabeza levantada. —Pero no por falta de devoción a nuestro Credo.
—Entonces, ¿por qué? —pregunta la Armera, con voz seria.
Intento buscar las palabras adecuadas para explicarles mis motivos, pero sé que no lo entenderán.
—Este último año, he aprendido lo que significa ser un mandaloriano. Y tengo claro que ser un mandaloriano no significa llevar un casco —suelto, por fin.
Una oleada de murmullos se desata entre los presentes, con reacciones variadas que reflejan el conflicto existente entre los Hijos de la Guardia y aquellos que han decidido dejar de lado la tradición del casco.
—Ser un mandaloriano —prosigo —significa valor, lealtad, honor, y protección hacia los nuestros. Respeto profundamente el Credo, creo en él, pero alguien, una persona muy especial para mí, me ha hecho ver que esta tradición impide que podamos mostrarnos de verdad, ante quien nos importa —pienso en Vespera.
—Seguiré respetando el Credo, siguiendo el Camino —aseguro. —Seguiré portando mi casco con orgullo, siempre que sea posible, pero habrá ocasiones en las que me lo quitaré —suelto, nervioso. —Entiendo que algunos podáis cuestionar mis acciones, y mi compromiso con nuestros principios —prosigo, intentando mantener la calma. —Entenderé que queráis expulsarme de los Hijos de la Guardia, pero eso no me impedirá ser lo que siempre he sido, y lo que siempre seré: un mandaloriano orgulloso.
Se instala un mortífero silencio a mi alrededor. Miro a Grogu, que me observa con interés, metido en la carcasa de IG-11.
—Pero hoy, no he venido a hablar de esto —digo, cogiendo aire. —Hoy, estoy aquí para pediros ayuda.
Los mandalorianos siguen escuchándome, atentamente.
—El Moff Gideon tiene a Vespera. El mismo que secuestró, y experimentó con el huérfano Grogu —digo, señalando al niño. —El Moff Gideon está reclutando un ejército, para resucitar las cenizas del Imperio. Por eso, os pido ayuda. Os pido ayuda, para acabar con él de una vez por todas.
—Tendrás mi ayuda, Din Djarin —dice Bo-Katan, levantándose la primera.
Suspiro de alivio cuando, detrás de ella, van levantándose uno por uno todos los mandalorianos que no llevan casco.
Me quedo mirando a mis hermanos de la Guardia, ya la Armera, que permanecen sentados en su sitio, muy quietos.
—¡No vamos a arriesgar nuestras vidas por una Jedi extranjera! —exclama un hermano de la guardia.
Un murmullo ensordecedor apoyando esa idea se instala en el ambiente. Bajo los hombros desanimado. Mi Clan, mis hermanos, son los únicos que me dan la espalda. En cambio, los mandalorianos desconocidos para mí con la cara descubierta, han decidido apoyarme, sin más.
—Vespera Malakith salvó a un huérfano mandaloriano de nuestro Clan —resuena la voz de la Armera, recordándoles su valor. —Protegió a uno de los nuestros, sin pedírselo, sin recibir nada a cambio —dice.
Vuelve a escucharse un atronador murmullo.
Contengo la respiración cuando la Armera se levanta lentamente.
—El Clan de los Hijos de la Guardia está en deuda con ella. Este es el Camino —dice, cuando se ha puesto de pie.
—Este es el Camino —se oye un rugido atronador, mientras todos mis hermanos se levantan.
Estamos todos a bordo del Crucero Espacial que Bo-Katan le robó al Moff Gideon. La tensión es palpable, mientras nos preparamos para infiltrarnos en la nave imperial y rescatar a Vespera. Escucho los latidos acelerados de mi propio corazón, mientras miro a mi alrededor, asegurándome de que todos están listos para la operación.
Bo-Katan, con su determinación característica, logra anular las defensas de la nave imperial. Siento un ligero mareo al pensar en cómo estará Vesp. Necesito verla, y asegurarme de que está a salvo.
Bo-Katan da la señal, y abandonamos el crucero espacial en una nave más pequeña que me ha prestado Karga. La adrenalina se apodera de mí mientras nos colamos en la nave imperial, sorteando hábilmente sus sistemas de seguridad. El plan tiene que salir bien, no tendremos una segunda oportunidad.
Bajamos de la nave. Mi mente está enfocada en un único objetivo: encontrar a Vesp, y traerla de vuelta a salvo.
Caminamos sigilosamente por los pasillos, evitando ser detectados por los soldados imperiales, pero el intenso sonido de las alarmas y los destellos rojos intermitentes indican que ya nos han detectado.
Soldados de asalto imperiales aparecen tras las puertas, encabezados por el Moff Gideon.
—Debí matarte cuando tuve la oportunidad —se lamenta Bo-Katan.
Lleva una puta armadura de beskar.
—Creo que este es el momento en el que entregas el Sable Oscuro a su legítimo dueño —sisea el Moff Gideon.
Bokatan lo fulmina con la mirada, muy quieta.
—Bien, entonces que empiece la Segunda Purga de Mandalore —suelta una carcajada.
De pronto, el Moff Gideon les hace una seña a los droides imperiales, desatando un furioso ataque contra mis compañeros mandalorianos. La batalla estalla a nuestro alrededor.
En medio del caos, encuentro mi oportunidad y me escabullo junto a Grogu, quien está dentro de la carcasa de IG-11. La determinación arde en mis ojos mientras avanzamos por los pasillos.
Sin previo aviso, dos soldados imperiales se abalanzan sobre mí desde atrás, atacándome con ferocidad.
Estoy inmovilizado, de rodillas en el suelo.
—No. No. No. No —resuena la voz robótica de IG-11.
Grogu, dentro de su vehículo improvisado, toma las riendas de la situación. Con un movimiento rápido y certero, abate a los soldados imperiales, con una valentía sorprendente para alguien de su corta edad.
Caigo al suelo. Exhausto, y boquiabierto por la determinación y habilidad que muestra Grogu. Aunque me preocupa su seguridad, no puedo evitar sentirme orgulloso de él.
Accionando una palanca, Grogu acerca la mano del droide que está pilotando a mi cara, echándome a presión un chorro de aerosol de bacta, tal y como hizo IG-11 para salvarme aquella vez.
—¡Para, para! —toso. —Estoy bien, estoy bien —digo, mientras me levanto. —Gracias por la ayuda —le digo.
—Patu —dice él.
—Grogu, necesito que seas valiente, ¿vale?
—Ahh —balbucea él, poniendo la cabeza de lado, escuchándome con atención.
—No podemos seguir huyendo. Tenemos que eliminar al Moff Gideon de una vez, y rescatar a Vesp. ¿Estás conmigo? —pregunto, mirándole a ss grandes ojos, que emiten un brillo de valentía asombroso para su corta edad.
Grogu me mira un momento, y luego asiente una vez.
Seguimos avanzando con cautela, cuando llegamos a una sala y mis ojos se abren de par en par al presenciar la escena abominable que tengo delante: una fila de tanques de cristal con clones del Moff Gideon dentro de ellos.
Grogu retrocede con terror en los ojos. El aire se carga de un aura inquietante y sombría, mientras mi mente procesa la siniestra revelación.
Sin dudarlo, tomo mi blaster y apunto hacia los tanques, decidido a detener este retorcido experimento. Los disparos resuenan en la. sala, y el líquido viscoso que contiene a los clones se derrama por el suelo.
—Ya no podrán hacerte daño, amiguito —le digo a Grogu.
