CAPÍTULO 18
DIN GROGU
VESP
Abro los ojos despacio. Siento que me va a explotar la cabeza. Centro la mirada y no reconozco la habitación blanca y estéril. Acostada en la cama, la confusión se apodera de mí. Me llevo la mano a la cabeza, que late con intensidad. Un dolor punzante recorre todo mi cuerpo.
Examinando mi entorno, con cautela, me doy cuenta de que estoy en una especie de enfermería. Las paredes blancas y los equipos médicos desconocidos me indican que estoy en un lugar seguro, pero todavía no sé dónde estoy, ni cómo he llegado hasta aquí.
Miro a mi alrededor, sin atreverme a moverme, por el dolor. Suspiro de alivio al posar mi mirada sobre una mujer con armadura mandaloriana. No lleva casco, y puedo ver una expresión de nerviosismo en su rostro al darse cuenta de que estoy despierta. Antes de que pueda abrir la boca, se apresura en salir de la habitación.
Unos minutos después, me siento un poco más aliviada, al ver de nuevo a la mujer entrando, acompañada de Bo-Katan.
—¡Te has despertado! —exclama.
Puedo ver el alivio sincero en su rostro.
—¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? —pregunto, intentando incorporarme. Un recuerdo fugaz atraviesa mi mente como un rayo.—¿Dónde están Din y Grogu? —pregunto, con urgencia, con el corazón martilleándome el pecho.
—Tranquila Vesp, los dos están bien —me tranquiliza con una mano en el hombro.
—¿Qué ha pasado? —pregunto un poco más tranquila, al saber que Din y Grogu están bien.
—Llevas en una especie de coma dos semanas —me confiesa la princesa.
—¡¿Dos semanas?! —exclamo, levantando demasiado la voz, lo que empeora mi dolor de cabeza.
—¿Hasta dónde recuerdas? —me pregunta ella, calmada.
Me concentro en recordar. Me veo a mí, atada en la nave del Moff Gideon. A Bo-Katan, terminando por fin con la vida del Moff Gideon. A Grogu ya Din, luchando por sus vidas…
—Recuerdo ver a Din y a Grogu, luchando con los Guardias Pretorianos —digo, esforzándome por recordar algo más. —Una luz cegadora, y un pitido. No puedo acordarme de nada más.
—La verdad es que no sé explicarte lo que pasó… —dice ella, con sinceridad. —De pronto, tu cuerpo empezó a emitir una fuerza expansiva, que dejó a todos los soldados de la nave inconscientes. —Suponemos que fue por el estrés al que estuviste sometida… Por ver el sufrimiento de Din y Grogu… —termina ella.
Me quedo en silencio, pensando en sus palabras.
—¿Se ha acabado? —pregunto, con un hilo de esperanza.
—Se ha acabado —dice ella, con orgullo no contenido. —El Imperio se ha acabado.
—Después, te derrumbaste en el suelo, quedándote también inconsciente y te trajimos aquí. Cuando vimos que no te despertabas, fuimos a buscar a Ashoka Tano, por si sabía qué te estaba sucediendo. Ella quiso llevarte a Ajan Kloss, con los Jedi, pero Din se lo impidió.
No puedo reprimir una sonrisa imaginándome a Din enfrentarse a Ashoka.
—Debería ir a buscarlo. Decirle que estás despierta. Lleva durmiendo en ese sillón desde hace dos semanas. Cuando le diga que estás bien, le va a dar un ataque… —dice la princesa, levantándose.
—No—le ruego rápidamente, cogiéndola de la mano, impidiendo que se vaya.
—¿Por qué no? —pregunta ella, frunciendo el ceño.
Me quedo callada, mirándola, decidiendo si contarle lo que aún no me he atrevido en decir en voz alta hasta ahora.
—Bo-Katan… Me he enamorado de él. Perdida, e irremediablemente —digo, bajando la mirada, sonrojándome.—Pero esto no va a ninguna parte… No puedo entender su forma de vida. No puedo entender que, estando en la intimidad conmigo, o con Grogu, no sea capaz de quitarse ese maldito casco… No puedo entender que su hijo e haya visto el rostro una sola vez en su vida…
—Vesp… —empieza ella.
—No, Bokatan. Tengo que irme ahora mismo —digo, intentando levantarme de la cama.
—¡Vesp! —dice empujándome el hombro hacia abajo, haciendo que me quede sentada de nuevo en la cama. —Din no se metió en las aguas vivas.
Sus palabras me atraviesan, dejándome sin respiración.
—¿Qué? —pregunto, aturdida, con un hilo de voz.
—No se metió en las aguas vivas —repite, esta vez más lentamente. —Se puso de pie frente a la Asamblea, y les dijo que le importaba una mierda si lo sacaban del Clan de los Hijos de la Guardia, o si dejaban de considerarlo un mandaloriano. Les dijo que ser mandaloriano no era llevar un casco en la cabeza, ser mandaloriano era otra cosa. Y que él era un mandaloriano, y lo sería hasta la muerte, lo aceptaran o no. Y para rematar la noche, nos convenció a todos para que lo ayudáramos a traerte de vuelta.
Niego con la cabeza, mortalmente callada. No puedo creerme las palabras que salen de la boca de la princesa.
—Vespera, Din te ama.
Cuando llego al lago subterráneo de las aguas vivas, está completamente lleno de mandalorianos. Algunos llevan casco, otros no.
Me quedo en un rincón, en silencio.
La Armera está metida en el agua hasta las rodillas. Din está frente a ella, de espaldas a mí, sosteniendo a Grogu entre los brazos. Lleva el casco puesto.
—Grogu es mi aprendiz. Ahora ya no es huérfano. Añádelo al cantar —le pide Din a la Armera, con voz grave.
—Es demasiado joven para hablar, así que también lo es para aceptar el Credo —responde ella. —Debe seguir como huérfano.
Puedo ver cómo las orejas de Grogu se bajan con tristeza, lo que me provoca un pinchazo en el corazón.
—Si su padre diera permiso, ¿no se convertiría en un aprendiz mandaloriano? —pregunta Din.
—Sí —admite la Armera —pero sus padres están lejos de aquí, si es que están vivos…
—Entonces lo adoptaré, como hijo mío —suelta Din, dejándome sin respiración.
Grogu emite un ruidito contento, que me derrite por dentro.
La Armera se queda callada un momento, con la mirada puesta en Din.
—Este es el Camino —recita, finalmente.
—Este es el Camino —repite Din, solemne.
—Que quede escrito en el Cantar que Din Djarin acepta a este huérfano como hijo suyo —dice, alzando la voz para que todos los mandalorianos puedan escucharla. —Ahora eres Din Grogu, aprendiz mandaloriano —mira a Grogu.
—¡Este es el Camino! —rugen todos, al unísono.
—Debes dejar Mandalore, y llevarte a tu aprendiz a tus viajes. Tal como tu Maestro hizo contigo.
—Este es el Camino —dice Din.
Veo cómo suspira y se sienta junto a Grogu. Los dos siguen de espaldas a mí.
Los mandalorianos abandonan poco a poco la cueva. La Armera se queda un momento frente a mí, antes de abandonarla, y me saluda con la cabeza. Yo le respondo el saludo. Cuando la cueva se ha quedado vacía, salgo de mi rincón y me acerco a Din y Grogu, sin hacer ruido.
Oigo el suspiro apesadumbrado de Din. Como si llevara un gran peso sobre. Sus hombros.
—Cuando Vesp despierte, nos iremos a vivir aventuras —le dice a Grogu.
El pequeño baja un poco las orejas con tristeza al escuchar mi nombre. Puedo sentir a través de nuestro vínculo lo mucho que me ha echado de menos.
Grogu también ha notado nuestro vínculo, porque se gira muy rápido, posando sus enormes ojos sobre mí. Da un salto desde el suelo hacia mis brazos y refugia su cabeza en el hueco de mi cuello. Lo abrazo con fuerza, conteniendo las lágrimas de emoción por saber que está a salvo.
Din se asusta por el salto que ha dado Grogu, y se levanta de un salto, notando mi presencia, por fin.
—Yo también te he echado de menos, pequeño —le digo a Grogu, sin soltarlo.
Creo que Din se ha quedado en estado de Shock. No mueve ni un músculo de su cuerpo, ni habla, dudo incluso de que esté respirando.
—Vespera… —consigue articular.
—Hola —le sonrío.
Din se quita el casco rápidamente, mostrándome su hermoso rostro, con sus ojos clavados en mí.
—¿Así que Din Grogu, eh? Que sepas que también es medio Padawan —bromeo.
Grogu emite un ruidito, estando de acuerdo conmigo, pero Din sigue en silencio.
Definitivamente, está en estado de Shock.
—Vespera, no me metí en las aguas vivas —articula.
—Lo sé —respondo, con una sonrisa tonta en la cara.
Me acerco más a él, todavía sosteniendo a Grogu entre mis brazos.
Din se quita los guantes con torpeza y posa sus manos sobre mis mejillas. Me mira tan intensamente que siento cómo si me estuviera atravesando.
—Vesp… —susurra.
Me acerca lentamente a él y coloca sus labios sobre los míos con delicadeza. Y, en ese preciso momento, todo desaparece a nuestro alrededor. Solo existimos él y yo. Y grogu, que sigue aferrado a mi pecho.
Puedo sentir cómo Din intenta transmitirme a través de ese beso todo el amor y pasión que siente por mí, con sus labios suaves y cálidos contra los míos.
Separa sus labios de mí, pero sigue con sus manos sobre mis mejillas, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.
—Te amo —confiesa, sin apartar esos ojos marrones que tanto me gustan de mí.
Cuando salimos de la cueva, lo único que me apetece es llevarme a Din a un lugar a solas, pero me cuenta que han preparado una fiesta en honor al nombramiento de Grogu de aprendiz mandaloriano. Lo que no me imaginaba era que la "fiesta" serían un montón de mandalorianos luchando amistosamente entre sí.
Nos paramos junto a Bo-Katan, quien tiene un semblante de orgullo, por haber reunido a todos los mandalorianos en su planeta, en Mandalore.
—Es hora de que aprendas con los demás huérfanos, chaval —le dice Din a Grogu.
Se acerca a unos niños que están luchando y yo le sigo.
—El próximo contrincante —dice, dejando a Grogu en el suelo frente a uno de ellos.
El niño que ha ganado la anterior pelea examina a Grogu de arriba a abajo.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —pregunta Bo-Katan, alcanzándonos.
—Es un aprendiz mandaloriano, tiene que aprender —dice Din, con determinación. —¡Juez! —llama a un hombre con casco, que se acerca a nosotros.
—Él le reta —dice señalando a Grogu.
—Es demasiado pequeño —replica el Juez.
—Yo soy su padre. Proceda —ordena Din.
—¿Qué arma? —pregunta el Juez, después de volver a mirar a Grogu.
—Que lo decida el retado —dice Din, señalando con la cabeza al otro niño.
—Dardos —dice el niño, cruzándose de brazos.
—Traed los dardos de entrenamiento —ordena el Juez.
—¿Por qué no lleva casco? —pregunta el niño, aún con los brazos cruzados.
—Es demasiado pequeño para pronunciar el Credo, y por lo tanto, para llevar casco —explica Din.
—También lo es para luchar —suelta el niño repelente.
Me muerdo la lengua, para no intervenir.
—Uno no habla, a menos que sepa. ¿No dice eso el Credo? —pregunta Din.
—Pero yo sé —replica el niño.
—Quizá esta lección sea para ti —dice Din, terminando la conversación.
Siento un nudo de excitación en la parte baja del estómago, al verlo comportarse como un padre protector.
Din le coloca a Grogu los dardos de entrenamiento con cuidado en la muñeca.
El pequeño lo mira confuso.
—Tranquilo, Grogu. Mi padre era igual —le dice Bo-Katan. —Está orgulloso de ti. No seas muy duro con él —le dice Bo-Katan, sabiendo perfectamente de lo que es capaz Grogu.
—Machácalo —le digo guiñándole un ojo, cuando el pequeño posa sus enormes ojos sobre mí.
Bo-Katan me da un codazo amistoso.
—Cada uno tiene tres dardos —dice el Juez. —Podéis lanzarlos en cualquier orden. Cada impacto directo vale un punto. La marca debe ser visible para puntuar. Una ronda. La mayor puntuación gana.
Grogu vuelve a mirar a Din.
—Aprieta el puño para pulsar los dardos —le indica. —Todo irá bien.
—¿No sabe lanzar los dardos? —pregunta Bo-Katan, preocupada.
—Él puede. Confía en mí —dice Din.
Miro con nerviosismo a Grogu. Como ese niño le haga un mínimo rasguño, no habrá mandaloriano que pueda salvarlo de mi ira.
Contengo la respiración.
—Listos, empezad —ordena el Juez.
El niño extiende rápidamente el brazo y le lanza un dardo de pintura a Grogu, dándole en el centro del pecho.
—¡Punto! —grita el árbitro, señalando al estúpido niño.
Grogu nos mira, con sus ojos enormes.
—No me mires a mí, sino a él —le indica Din.
—Listos, empezad —vuelve a decir el Juez.
—El niño vuelve a extender el brazo rápidamente y lanza un dardo que da a Grogu justo al lado del anterior.
—Grogu, he visto lo que puedes hacer —dice Din, agachándose al lado de él. —No pasa nada, enséñaselo —le pide.
Uso mi conexión con Grogu para comunicarme con él: "Vamos pequeño".
Grogu se da la vuelta con determinación.
—Listos, empezad —repite el Juez.
El niño repelente extiende el brazo de nuevo, pero cuando dispara, Grogu ya ha dado un gran salto, pasando por encima de su cabeza, y colocándose detrás de él.
Cuando el niño se da la vuelta para ver dónde ha ido, Grogu ya ha vuelto a saltar, colocándose en su sitio inicial. Levanta su pequeño brazo con una velocidad vertiginosa y le dispara tres dardos, dándole en el centro del estómago al niño.
—¡Tres puntos, ganador! —exclama el árbitro.
—Eso es… —murmura Din orgulloso.
Sintiendo la adrenalina, me acerco rápido a Grogu para felicitarlo.
Él salta contento a mis brazos.
—¿Se lo has enseñado tú? —pregunta Bo-Katan, asombrada por los movimientos de Grogu.
—Yo no —responde Din. Sé que me está mirando en ese momento, a pesar de que lleve puesto el casco, y le sonrío.
Un mandaloriano que parece ser el protector del niño repelente, se pone frente a él.
—Uno no habla a menos que sepa —le regaña.
—Muy bien, peque —dice Din, acercándose a nosotros, acariciándole la cabeza a Grogu.
—¿Ves cómo también es medio Padawan? —sonrío.
—Tienes razón —dice, colocándome la mano en la parte baja de mi espalda.
Su solo tacto provoca que un escalofrío recorra mi espalda y se me erice la piel.
Bo-Katan, que ha visto toda la escena, me arrebata a Grogu de los brazos.
—Creo que voy a llevarme a este pequeñín un rato —dice guiñándonos un ojo.
Puedo sentir cómo Din se tensa a mi lado y, sin decir ni una palabra, me arrastra de la mano hasta su nueva casa.
Nada más cerrar la puerta tras nosotros, Din se quita el casco, arrojándolo sobre el sofá.
Miro a mi alredor, analizando la casa de Din. Es parecida a la de la cueva, pero más espaciosa. Decorada con los mismos tonos tierra, que lo representan.
—¿Dos habitaciones? —digo mirando a las puertas que hay frente a mí, levantando una ceja.
—Una para Grogu, y otra para nosotros —me explica, apoyándose en el sofá.
Sigo observando la habitación y veo el tapiz del Mythosaurio que había colgado en la otra casa. Se me corta la respiración cuando veo otro tapiz al lado, con el emblema de la Orden Jedi.
Me acerco con cautela y acaricio el tapiz.
—¿Y si hubiera decidido irme de aquí? —pregunto cuando me doy la vuelta para poder verle.
—Habría ido a buscarte —dice con voz grave, acercándose a mí, como un cazador se acerca a su presa.
—¿Ahora quién corre detrás de quién, mandaloriano? —le reto, levantando la barbilla.
Din se lanza ferozmente a mis labios, devorándome, demostrándome lo mucho que me ha echado de menos.
Yo le respondo inevitablemente, con pasión.
Salto sobre él, enredando mis piernas en su cintura.
Din empieza moverse marcha atrás, abre la puerta de nuestra habitación sin dejar de devorarme, y se sienta sobre la cama, quedándome yo encima de él.
—Desde el momento en el que te conocí, te he deseado más que a nada. No he podido pensar en nada más que en tí desde el momento en el que te vi por primera vez —me confiesa, sin apartarse de mis labios.
Sus palabras me provocan un hormigueo en la parte baja de mi estómago.
Me separo un poco de él y me saco el vestido por la cabeza, mientras él se saca la armadura, quedándonos ambos completamente desnudos.
Vuelvo a colocarme encima de él y arrojo mis brazos sobre sus hombros, acortando la distancia entre los dos, buscando su lengua.
Din me acaricia las caderas, y yo me muevo un poco en círculos, provocándole.
Él gruñe y me empuja sobre la cama, probándome, devorándome, colocándose encima de mí.
Din sigue besándome, acariciándome todo el cuerpo. Pero yo no aguanto pasar un segundo más de mi vida sin tenerlo dentro de mí, así que envuelvo cuidadosamente mi mano en su polla y la guío hacia mi interior.
Él empuja en mi entrada, y luego se detiene, mirándome a los ojos. Vuelve a besarme con fuerza mientras termina de meterla dentro de mí, y yo jadeo por la sensación de sentirme llena de él.
Cuando Din me mira de nuevo, siento una sensación extraña en el pecho, con mi corazón tronando y latiendo salvajemente.
Din sigue penetrándome, besándome, moviéndose dentro de mí. Haciéndome el amor, sin prisas.
—Eres mía —gime en mi boca.
Arqueo la espalda por el placer de sus empujones, de sus palabras.
Vesp… —dice mi nombre mientras aumenta la velocidad de las embestidas.
Din inclina su cabeza hacia mi pecho desnudo, mordisqueándome un pezón mientras mueve su lengua contra él, mientras sigue llenándome. Y esto era lo que necesitaba para llegar al clímax, sintiendo esa liberación como un estallido a través de mí.
Din embiste una vez más, mientras aún estoy gimiendo, con la espalda arqueada del puro placer y se corre junto a mí.
Dejamos que nuestras respiraciones se vayan acompasando. Coloco la cabeza sobre el pecho caliente de Din, y él me pasa el brazo por detrás de la espalda, abrazándome.
—Primera vez que follamos en una cama —bromeo.
Din suelta una carcajada.
Adoro verlo reír.
Hecho la cabeza un poco hacia atrás para poder mirarle a los ojos.
Sus cálidos ojos marrones me devuelven la mirada.
—Te amo —le confieso. Sin miedo. Ya no tengo miedo.
Noto cómo su corazón da un brinco ante mis palabras.
—Quédate aquí, conmigo, Vesp —me pide Din
Lo miro atentamente a los ojos, sin decir ni una palabra.
—¿Qué pasa? —sonríe, nervioso.
Sigo muy callada, mirándolo fijamente.
—Nunca he conocido a nadie como tú —me dice. —Es frustrante: consumes cada parte de mi ser, retándome a cada momento, y poniendo a prueba todos los límites de mi paciencia. Y quiero que sigas haciéndolo. Todos los días de mi vida.
Trago saliva.
—Quédate —me pide de nuevo.
—Sí.
