EPÍLOGO


—Te juro por el Creador que como no te subas al Crest ahora mismo… —maldice Din, a través de su casco.

Le reto con una sonrisa, mientras bloqueo las balas de los droides con mi sable.

—¡Vesp! —me grita Din, desde la puerta de la nave.

Corro a toda velocidad dentro de la nave, y Din acciona el mecanismo para cerrarla rápidamente.

Apoyo las manos sobre el respaldo del asiento del copiloto, jadeando.

Din arranca a toda velocidad, dejando a los droides atrás.

Noto su enfado creciendo por momentos.

—Diiin —canturreo, cuando recupero la respiración. —Vamos, admite que ha sido divertido.

Cuando ha puesto la nave en piloto automático, se quita el casco y me mira.

—Te has puesto en peligro innecesariamente —me acusa.

—Din, no empieces —digo poniendo los ojos en blanco.

—¡No pongas los ojos en blanco! —ordena, alzando la voz.

Oigo un click metálico, que me indica que Grogu se ha encerrado en su cunita.

—¿O si no, qué? —pregunto acercándome mucho a él, con mirada felina.

—Me vuelves loco… —suspira.

—Lo sé —digo acercándome a sus labios, y besándole con suavidad.

Noto como sus músculos se destensan de inmediato.

—¿Lo tienes? —me pregunta.

Asiento entusiasmada, sacándome con cuidado del bolsillo el antiguo cristal kyber y enseñándoselo a Din.

—No pienso volver a aceptar un encargo de esos dos —promete. —¿Por qué siempre tienen que ser droides? —se lamenta.

—Pagan bien —digo encogiéndome de hombros. —Además, solo con un encargo suyo, pudimos reparar este cacharro —digo dando un golpecito al asiento del Razor Crest.

—No lo llames cacharro —me fulmina con la mirada.

Sonrío a Din.

—Me gusta el Razor Crest, y me trae buenos recuerdos —dice, guiñándome un ojo.

—A mí también —admito.

Se me contrae la parte baja del estómago al recordar mi primera vez con Din en esta nave. Sé que él está pensando lo mismo, cuando pone su mirada juguetona sobre mí.

Din vuelve a sentarse en el asiento del copiloto, ya estamos llegando.

Cuando aterrizamos en Serenno, recojo el cristal de kyber, envolviéndolo con cuidado en una tela.

Grogu da un salto y se coloca dentro de la carcasa de IG-11. Le encanta ese trasto.

—No, Grogu —dice Din. —Solo vamos a estar aquí un momento.

—Sí —suena la voz robótica del droide.

No puedo reprimir una carcajada, que hace reír a Grogu.

Din suspira y nos fulmina con la mirada, antes de ponerse el casco y bajar de la nave.

Ashoka nos está esperando fuera. Grogu y yo salimos detrás de Din.

—Vaya, eso sí que no me lo esperaba —dice sorprendida, al ver al niño.

Sonrío y abrazo a mi amiga y mentora.

—¿Tienes el cristal? —pregunta con emoción contenida.

Asiento y se lo entrego. Ella lo examina asombrada.

—Luke os pagará —dice, señalando a la nueva academia que han construido.

Ella se aparta de nosotros, absorta, examinando el cristal.

Entramos en la academia y Luke se levanta del suelo, donde estaba meditando.

Sonríe al ver a Grogu en su vehículo personal.

—Bienvenidos —saluda con una sonrisa.

—Hola, Luke —sonrío. —Ashoka tiene el cristal digo, señalando fuera.

—Por supuesto —dice él, acercándose a un cajón.

Cuando veo que va a sacar los créditos, lo detengo.

—He pensado que quiero otra cosa como pago —le pido.

—¿Y qué quieres? —pregunta extrañado.

—La espada del Maestro Yoda —pido.

Luke se queda callado un momento, con su típico semblante pensativo.

—Sí —vuelve a sonar la voz robótica de IG-11. —Sí. Sí. Sí Sí.

—Grogu… —le regaña Din, con voz grave.

Luke no puede reprimir la risa, y vuelve a abrir otro cajón de su escritorio.

—Está bien —dice desenvolviendo el pequeño sable láser.

Grogu baja de un salto de IG-11, y se acerca a Luke, con los ojos muy abiertos.

—Aquí tienes, pequeño Padawan —dice Luke Skywalker, entregándosela al niño.

Durante el camino de vuelta, Grogu se pasa 20 minutos encendiendo y apagando el sable, fascinado por su luz verde.

—Debería llevar un blaster. Es un mandaloriano —dice Din.

—Eso es muy incivilizado —le sonrío.

Din me mira, levantando una ceja, fingiendo que lo he ofendido.

—Y también es un Jedi, como su madre —digo con orgullo, mirando a mi pequeño Grogu. —Llevará armadura mandaloriana, y un sable —decido.

—Es verdad —coincida Din, colocándome su mano en la cintura y atrayéndome hacia él.

Unos pitidos de la nave, seguidos de un parpadeo azul, nos hacen darnos la vuelta.

El holograma de Greef Karga aparece ante nosotros.

—Parejita, tengo un encargo para vosotros. ¡Grogu! —saluda al ver al niño. —¿Pero que es eso que llevas entre las manos? ¿Un sable laser? —pregunta, contento de ver al niño.

—¡Patu! —balbucea Grogu, emocionado con su nueva arma.

—Lo siento, Greef, pero vamos a tomarnos unos días de descanso —dice Din.

—Bueno… Está bien —admite el holograma. —Pero avisadme cuando estéis de vuelta, sois mis mejores cazarrecompensas. Hasta pronto, chicos —se despide.

—Vámonos a casa —dice Din, sentándose a los mandos del Razor Crest cuando el holograma ha desaparecido.

Grogu da un salto, sentándose sobre mi regazo, y se acurruca sobre mí para dormirse, como de costumbre. Miro a la pequeña criatura, a la que quiero con locura y le acaricio la cabeza con cariño. Extiendo mi mano, acercándola a Din, y él me la agarra, durante todo el viaje hasta Mandalore. Hasta nuestro hogar.